Casos de Terapia: no un cliente sino un amante
Aquella primera vez con Luis llegamos a la cuspide del placer.
CASOS DE TERAPIA: No un cliente, sino un amante.
Sentí su verga dura que rozaba la mía igualmente dura. Buscó mis labios con precisión besándome intensamente. Su cuerpo, un poco más obscuro que el mío, pero tan ardiente que sentía como se topaba con el mío mientras su corazón vibraba junto al mío por la emoción de lo que estábamos haciendo.
Luis es un hombre tan hombre que tiene esposa e hijos, una Buena profesión, un buen carro y cada doming va a la iglesia para comulgar. Esa, es por supuesto, es la faceta que le muestra a la sociedad y la que le conviene mostrar para no perder todo lo que ha cosechado desde su juventud. Ahora, a sus 37 años, es un hombre hecho y derecho.
Llegó a mi oficina buscando información por los servicios de consejería que ofrecemos. Necesitaba darle esa información a uno de sus amigos, y allí en el pasillo de nuestra oficina lo conocí por vez primera hace unos tres meses. De entrada me pareció que era una persona educada pero nunca me imaginé lo que nuestras conversaciones posteriors mostrarían: un hombre que como yo andaba buscando otro hombre como amante.
Luis, con su cabello recortado, sus pequeños ojos café buscando los míos, apareció bien vestido en mi oficina a eso de las cinco de la tarde. Yo estaba terminando de atender a uno de mis clientes y me despedía de él, mientras nuestra recepcionista hacía lo mismo conmigo. Así, tal y como lo habíamos planeado, Luis y yo nos quedamos solos en el edificio.
"¿Cómo estás?", me preguntó mientras me desnudaba con su mirada.
"Ansioso", le contesté utilizando uno de los muchos términos que uso con mis clientes.
"Yo también", me confirmó mientras yo me dirigía a la puerta echándole llave. Regresé hasta el pasillo y le dí un beso en los labios.
"He esperado mucho para esto", me dijo en un susurro devolviéndome el beso. Sus labios carnosos enguajaron los míos mientras sentía el olor a su colonia sobre la camisa azul que llevaba puesta.
"No esperemos más, ven, vamos a mi oficina", le dije tomándolo de la mano guiándolo como si fuéramos dos adolescentes enamorados.
Él me tomó por la cintura tan pronto entramos a mi despacho y me dio media vuelta.
"Te quiero tanto", atinó a decirme antes de darme un prolongado beso. Lo abracé con todas mis fuerzas topándome a su cuerpo esbelto y varonil.
"Yo te quiero más", le dije al mismo instante que mis manos se paseaban por su espalda. Nos seguimos besando por largo tiempo y de vez en cuando parábamos unos momentos para quitarnos alguna de nuestras prendas: la camisa, la camiseta, los pantalones, los calcetines. Nos quedamos sólo con nuestros interiores.
"Ven aquí", le dije llevándomelo al sofá en el que muchas veces había escuchado cosas confidenciales de mis clientes.
"¿Me vas a dar terapia?", bromeó recostándose.
"Pero de una especial", le contesté viéndolo como sólo un amante puede ver.
Luis se recostó boca arriba y yo me agaché a su lado contemplando el cuerpo blanco y poblado de pequeños vellos. Su pecho era ancho y con un par de cicatrices abajo de su pectoral izquierdo; sus piernas eran bien formadas y sus pies eran grandes y bien cuidados. Puse mi cabeza sobre sup echo mientras mi oído izquierdo escuchaba su corazón que latía rápidamente. Mi dedo índice se paseó por sup echo y luego por su abdomen que tenía unas cuantas libritas de más, pero seguía siendo atractivo. Llegué hasta su ingle, precisamente allí donde su calzoncillo blanco comenzaba con una ligera marca sobre su piel. Lo volví a ver con ojos de deseo. El cerró los suyos en señal de condescendencia. Me incliné un poco más sobre su ingle y mordisqueé el pedazo de carne que estaba debajo de su calzoncillo. Sentí su verga erguida y deseosa de escaparse de aquel encierro, pero no me detuve mucho tiempo en aquella área sino que mi boca bajó hasta sus piernas, y luego a su tobillo para dedicarme con delicadeza a saborear los dedos de sus pies. Me tragué el dedo pequeño primero y fui subiendo hasta llegar al dedo gordo.
"¡Diego, cuanto te quiero!", expresó Luis mientras disfrutaba de mi "terapia" con él.
Continué lentamente comiéndome los dedos del otro pie y ahora subiendo por la otra pierna hasta llegar al calzoncillo. Esta vez estaba ya mojado, tenía una pequeña mancha del líquido del amor sobre sí.
Luis se incorporó y me tomó de los dos brazos para que yo también me parara. Me comenzó a besar los hombros, luego bajó hasta mis tetillas que estaban tan erectas como mi verga y luego, con sus dientes me bajó lentamente el calzoncillo de algodón negro que yo llevaba puesto. Mi verga saltó como una liebre que se quiere librar de una trampa. El la tomó con ambas manos, delicadamente como si fuera un tesoro, y la sacudió un par de veces; luego me pasó una de sus manos por mis huevos velludos y se inclinó un poco para besármelos. Sentí que aquel era el beso más amoroso de toda mi existencia, y ciertamente el más delicado que alguien me hubiera dado en mis testículos. Luego me besó un par de veces el glande mojado de mi verga.
Subió su rostro nuevamente hasta el mío mientras se despojaba de su calzoncillo. Yo no vi su verga, pero la sentí ardiente y palpitante frente a la mía.
Sentí su verga dura que rozaba la mía igualmente dura. Buscó mis labios con precisión besándome intensamente. Su cuerpo, un poco más claro que el mío, pero tan ardiente que sentía como se topaba con el mío mientras su corazón vibraba por la emoción de lo que estábamos haciendo.
Era nuestra primera vez y por vez primera estábamos consumando lo que la sociedad, nuestra hipócrita sociedad, condena. Quizá pore so nos entregamos uno al otro en cuerpo, mente y alma. ¡Si tan solo pudiésemos alargar aquel momento por toda la eternidad!
Apreté sus nalgas velludas y su cuerpo se fundió con el mío en una loca danza de placer que nos hizo suspirar al mismo tiempo que seguíamos besándonos como dos jovencitos que acaban de descubrir el placer que existe en el cuerpo de otro.
Le abrí su culo y Luis me permitió que metiera mi dedo allí, en esa parte tan sensible que tenemos los hombres. Lo hice con suavidad sin que nos apartáramos el uno del otro.
"Hazme tuyo Diego, soy tuyo mi amor", me dijo suplicante.
Me separé de él y contemplé por primera vez su verga erguida. Es gruesa más que larga con una cabeza grande, rosada. La ví y se me antojó. Me acurruqué y me tragué completos cada centímetro de su carne caliente. Una y otra vez subí y bajé llenándola con mi saliva que se confundía con su semen.
"Ay, ay, ay", era la única señal de placer que Luis podía articular. "Dejame ahora comerte la tuya", me dijo poniéndome su mano sobre mi cabello.
Me levanté y él hizo que me acostara sobre la alfombra ocre que tengo en el centro de mi oficina.
Levanté mis piernas arqueándolas un poco al sentir la boca libinidosa de mi amante sobre mi verga que a estas alturas estaba ya parada como el obelisco de Buenos Aires.
Sentí sus labios carnosos que se tragaban mi verga engulléndola poco a poco hasta llegar a los vellos de mi ingle.
"¡Me muero ay qué delicioso!", grité sintiéndome llegar a la gloria. Pero Luis no se detuvo allí, sino que avanzó hacia mis testículos. Sentí como mi carne era suavemente besada y como parte de mis huevos eran tragados por él. Levanté mi culo porque quería invitarlo a avanzar un poco más, y así lo hizo. Bajó por ese Puente que conecta los huevos con el orto y sentí como sus labios se posaban sobre los vellos rizados de mi trasero.
"Soy tuyo mi amor, soy todo tuyo", le dije entregándome por completo a él.
"Y yo también soy tuyo", me confirmó antes de abrir su boca y meter la punta de su lengua en mi trasero. Sentí que aquello era el paraíso en la tierra y que lo único que deseaba era que me poseyera. Pero Luis tenía otros planes.
"Dame verga muchachón. Dame verga como se la darías a una puta", nunca lo había escuchado decir una vulgaridad, pero me encantó que se abriera así conmigo. Se incorporó y se puso en cuatro patas con su espalda hacia mí.
Me arrodillé detrás de él y al ver ese par de nalgas blancas y casi faltas de vello me enloquecí aún más. Me agaché y comencé a besarlas con pasión, casi con furia, mientras con una de mis manos le sostenía su verga y se la sobaba de atrás hacia adelante. Luego metí mi lengua en su orto y me encantó el olor que mi hombre despedía. Me lo comí como si fuera un jugoso mango, como si la fruta prohibida hubiera sido un culo, y después le metí mi dedo índice hasta hacerlo gritar de placer.
"¡Dame tu verga, dame tu verga!", me suplicó. Y sin más me agarré mi pedazo de carne babeante y jugoso y se lo introduje lentamente en su orto. Sentí como se abría ante la potencia bestial que me dominaba mientras mi amante gritaba de placer. Comencé a tadadrarlo una y otra vez mientras grandes gotas de sudor bajaban por mis sienes.
"¿Esto querías cielo lindo?", le grité tomándolo por la cintura sin detenerme.
"Dame más, dámela toda, así, así", me contestó mientras su verga se ensanchaba y de ella brotaba en una explosión de gozo el semen cúspide de su hombría.
Saqué mi verga, solo unos segundos después, y eché toda mi hombría sobre sus nalgas y su espalda. Los espasmos de placer duraron varios segundos mientras la cúspide de aquella primera vez hacía que nuestros cuerpos se retorcieran por el placer que nuestro encuentro prohibido nos había traído.
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