Casos de Terapia. El caso G

La verdad es que no se porque estoy aqui, me dijo aquel varon que pronto seria mio.

RELATOS DE TERAPIA: EL CASO G

"La verdad es que no se porque estoy aquí".

Esas fueron las primeras palabras de aquel varón de 24 años que tenía delante de mí. Sus ojos, pardos y expresivos, me decían que, aunque confundido, no había maldad en sus palabras.

Soy terapista y estoy acostumbrado a escuchar toda serie de excusas para eximirse de la responsabilidad que mis clientes deben tener. Sin embargo, cuando conocí a G le creí su historia, y lo acepté como cliente más por curiosidad que por cualquier otra razón. Poco a poco lo fui conociendo y poco a poco me abrió su corazón, y algo más.

"La verdad Diego es que yo he sido muy infiel a mi pareja", me confesó una noche en la que estábamos hablando sobre las relaciones íntimas.

"¿De verdad?", le pregunté poniendo mi atención en sus labios delgados y resecos.

"Siento que las mujeres me buscan", me dijo a manera de excusa mientras me sonreía picaronamente.

Y sin pensar en la consecuencia de mi pregunta, le lancé: "¿Y los hombres no te buscan?"

Me miró sorprendido por un par de segundos, pero inmediatamente se sobrepuso, y me volvió a sonreir.

"Hasta ahora no", fue su respuesta cargada, creí yo, de una fuerte dosis de invitación.

"¿Y cómo te imaginas tu primera experiencia homosexual?", utilicé el término científico para seguir posando como profesional.

"En una revista vi una vez que un hombre se la chupaba a otro…", la frase fue disminuyendo en tono mientras me miraba fijamente a los ojos. "…y siempre me dio curiosidad".

Me levanté lentamente sin dejarlo de ver en esos hermosos ojos pardos. Le dí la vuelta a mi escritorio marrón y me acerqué a la silla de cuero donde G estaba sentado. Sentí que mi verga se ensanchaba rapidamente mientras mi rodilla rozaba levemente la suya. Me agaché abriéndole suavemente las piernas.

"¿Me das permiso?", le pregunté con una sonrisa. Sólo asintió con la cabeza.

Me arrodillé mientras él abría instintivamente más las piernas. Le abrí la cremallera del pantaloon y comencé a deslizar mis labios sobre el calzoncillo blanco que llevaba puesto. Sentí el olor a verga, a carne masculina, y sentí como todo mi ser se estremecía. Mordisquée aquel pedazo de carne que crecía en mis propias narices, y le bajé totalmente el pantalón hasta los tobillos. Su verga crecía dentro de aquel pedazo de tela de algodón que era la única barrera entre nuestras dos carnes.

"Ay Diego…no sabía que esto era parte de la terapia", me dijo enmedio de un breve suspiro.

"Sólo lo hago con los casos especiales", le contesté soltando una carcajada que me duró mientras él se quitaba la camisa con mi ayuda. Un pecho espectacular poblado solamente por una isla de vellos entre los pectorales apareció a la vista. Me sentí morir por aquel cuerpo, así que me incorporé y lenta y suavemente comencé a besarlo. Puse mis labios sobre la piel que olía a cuerpo bien bañado con algún jabón varonil. Deslicé mis labios suavemente por su pecho mientras me detenía en los pezones que se pararon al instante al igual que su verga, que a estas alturas la sentía sobándome mi abdomen, debido a la posición en la que me encontraba: encima de G que continuaba sentado en la silla frente a mi escritorio.

"Se nota que no sólo eres un profesional de la terapia…", dijo enmedio de un par de suspiros entrecortados.

Me deslicé hasta encontrar una hilera de vellos gruesos que provenían de su miembro. Con suavidad, pero rápidamente le bajé el calzoncillo blanco con mis dientes. Luego le ayudé a quitarse por completo los pantalones y el interior. Me sentí morir. Un par de piernas casi sacadas del David de Miguel Angel hacían contrapeso a una verga gruesa y rosada que se movía como en un vaivén al viento.

Tal y como lo había anticipado, G convenía en mi "terapia íntima" y en vez de oponer resistencia colaboraba y disfrutaba de todo lo que estaba sucediendo.

Me agaché poniéndome de rodillas delante de aquel mástil erecto que pedía mis labios. Me bajé la cremallera de mi pantalón azul y me saqué mi verga oscura y ya mojada dándome unas cuantas sobadas al mismo tiempo que lamía lentamente los huevos que le caían como dos pequeños cocos peludos de su palmera dura y chorreante de semen.

"Ay...ay Diego…qué ricura…qué ricura"

Pasé mi lengua hambrienta por sus testículos una vez más antes de concentrarme en la cabeza rosada de su verga hermosa.

"Soñé con esto desde el primer día que te ví", le confesé en un momento en el que recogí mi respiración y saliva para continuar con la mamada que nos estaba trasladando a la puerta del paraíso.

"Yo también, pero no sabía como ibas a reaccionar", me dijo G mientras sus hermosos pectorals se dilataban con los suspiros de placer que daba. "¿Quieres que te coga?", agregó agachándose un poco, solo lo necesario para susurrar a mi oído derecho como si hubiera alguien más en el edificio.

No he permitido que muchos hombres abran mi orificio, pero a aquel macho hermoso no le podía negar el pedido.

No le respondí, simplemente me incorporé y lo tomé de la mano. Como si fuera un bombón me tragué su dedo índice mientras yo me daba media vuelta para colocarme con mi espalda hacia él sobre la silla donde G había estado sentado. Paré mi culo hambriento y velludo y llevé su mano hasta mi verga. El la tomó delicadamente, casi con temor, y la sobó lentamente unas cuantas veces antes de agacharse. Comenzó a mordisquearme mis piernas de abajo hacia arriba hasta que llegó a mi orto. Me lo abrió delicadamente como si yo fuera una virgen que está a punto de recibir a su primer hombre, y luego me besó las nalgas una y otra vez hasta poner su lengua en la entrada de mi orificio.

Sentí que me venía solo con aquella acción: su lengua húmeda abriéndome el culo. El quizá lo presintió y se detuvo. Se puso de pie y mientras yo languidecía por las ganas de tenerlo dentro, colocó su verga rosada en mi orto. Yo estaba tan mojado por su saliva y por mis ganas, que aquel pedazo de carne entró sin ningún problema en mi culo.

"¡Ay…ay…esto es el cielo!", atiné a decir al sentir como me abría las piernas con su verga.

"¿Te gusta así?"

"Así lo había soñado", le contesté en medio de los jadeos que me producía.

Sentí como metía todo su pene tan adentro como podía, y me sentí el hombre más feliz del planeta

Y entonces, me dí cuenta que G estaba delante de mí, completamente vestido mientras yo, detrás de mi escritorio anotaba las últimas palabras que me había dicho: "La verdad

es que no se porque estoy aquí". Y dentro de mi pantalón, con la verga parada, el sueño que G me cogía continuaba

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