Caso sin titulares XXVII: noviazgo no aprobado.

Una chica sale con el hijo del hombre que ha despedido a su padre y parte de su familia toma medidas extremas.

El nuevo caso que llega al Doctor es profundamente perturbador por haberse dado dentro de una familia.

Su protagonista acude con un bebé en brazos yla digo que, obviamente, puede lactar en mi presencia con total normalidad mientras cuenta lo sucedido, para que no interrumpa el relato de aquello que la ha marcado tanto como par acudir a consulta.

Noviazgo no aprobado

Lidia era la hija pequeña de un matrimonio que no pasaba por sus mejores momentos y, en parte, ella había encendido la mecha por un noviazgo que rechazaban frontalmente en su casa.

Al principio, su madre intentó mediar, pero eso lo empeoró cuando se descubrió que no sólo era mayor que ella, la sacaba cinco años, sino que, además, para complicar el tema, resultó ser el hijo del hombre que, después de veinte años, acababa de despedir a su padre de la empresa en que trabajaba, burlándole la indemnización y forzándole a acudir a los tribunales.

Ese era el panorama.

El padre en paro, gastando sus esfuerzos no sólo en buscar un lugar donde quisieran contratar a alguien con su edad, sino, encima, cabreado con su hija adolescente por intimar con el hijo del hombre que lo había despedido, humillado y dejado, por ahora, sin una indemnización justa.

Además, esa situación había tensionado el matrimonio después de que su madre intentase mediar, desconociendo la identidad del novio, algo que no importó al padre de Lidia en su estado de agitación sino que desencadenó unas peleas tremendas.

Al final, Lidia tuvo que fingir que le dejaba para que se calmasen los ánimos, pero la cosa seguía tensa en casa.

Sus dos hermanos mayores también estuvieron desde el principio contra esa relación, tanto porque la decían que era muy niña aún como porque sentían un odio irracional hacia su novio, incluso antes de conocer su parentesco.

En realidad seguía viéndole, solo que a escondidas,

Se sentía un poco mal por engañar así a su familia, pero estaba encoñada con ese chico que la había hecho sentir cosas que jamás habría imaginado.

Bueno, sí, las había imaginado, pero habían resultado muy diferentes a sus expectativas, de hecho, se podría decir que, como excepción, mejores.

Si ya se tomaron mal su noviazgo, de haber sabido que ya no era virgen y que había sido con él, seguramente la cólera de su padre y sus hermanos habría sido mayúscula.

Su madre no decía nada, pero sus gestos y algunas expresiones la hicieron darse cuenta de que se había dado cuenta, que lo sabía, pero que no diría nada.

Era ese sexto sentido de madre, supuso.

El caso es que no podía dejar de verle, era algo superior a sus fuerzas, incluso aunque sabía los problemas que eso traía y que, por supuesto, ella sabía que en el tema laboral su padre tenía toda la razón.

El mayor problema de mantenerlo en secreto era el tiempo que podían tener para ellos, corto, demasiado corto, siempre demasiado breve.

Buscaba cualquier excusa para escaparse e ir con él.

Pero nunca era suficiente y notaba que él tenía unas necesidades cada vez mayores, que no se podían saciar con esos pequeños momentos.

Y, aunque fuera demasiado tópico y vulgar, muchas veces terminaban en el coche de él, en algún descampado u otro picadero de parejas para echar un polvo rápido, demasiado rápido para lo que ambos deseaban, pero era o que había.

Ese sábado, Lidia dijo que iba al cine con unas amigas que sabía que la cubrirían si hacía falta, eran de toda la vida, de confianza.

Pero no fue al cine.

Se encontró con él al lado del centro comercial, con un top, minifalda y el cabello recogido en dos coletas, algo que lo ponía tremendamente cachondo, no llegaba  a entender el porqué, pero era así.

Obviamente no partió así de casa, entonces llevaba la melena suelta, pero después pasó a un lavabo del centro comercial y salió preparada para su chico.

Iván, el hijo del hombre que había despedido a su padre robándole su justa indemnización, llegó tarde.

Siempre la hacía esperar un poco, a veces pensaba que a propósito o que era para no tener que aguardar él a su vez si fuera ella quien llegase tarde. La verdad es que nunca se lo había preguntado.

  • Hoy estás guapísima –la saludó, tras el beso de rigor que parecía que quisiera robarla la campanilla del fondo de la boca.

  • Siempre dices lo mismo –se mofó ella, juguetona pero, a la vez, gozando de sus piropos.

  • Pero es que hoy es verdad –respondió él.

  • Ahhhh… ¿y el resto de días no? –lo picó ella, riéndose.

  • Vale, me has pillado jajaja –la respondió antes de arrancar.

Para tener 21 años a veces era un poco simple, o eso pensó ella, aunque la manera de ponerla la mano en la pierna y acariciarla por dentro del muslo cuando estaban en los semáforos no tenía nada de simple.

Diez minutos más tarde estaban en el descampado detrás de la plaza de toros, un lugar al que acudían de vez en cuando, como unas cuantas parejas más, como demostraban los otros coches aparcados en distintos rincones de ese descampado, aprovechando que no era todavía la época de las corridas.

Pasaron al asiento de atrás e Iván empezó a besarla, acariciándola con suavidad, casi como temiendo que se fuera a romper, como si estuviera hecha de porcelana, algo que le gustaba usar como comparación cuando se refería a su piel.

Poco a poco fueron entrando en calor y fueron abriéndose la ropa mutuamente.

La verdad es que Lidia no quería hacerlo en un coche, pero entendía que la situación era complicada, aunque, a pesar de ello, la daba un poco de cosa el estar ahí, pues era de naturaleza tímida en lo que a su cuerpo se refería, e, incluso con los cristales tintados de la parte de atrás del vehículo de Iván, se sentía como desprotegida, como expuesta a miradas indiscretas, algo que solía ponerla nerviosa y de lo que se reía él, a veces incluso diciendo que mejor así, que sería excitante la posibilidad de que los espiasen.

A ella no le hacía gracia pensar eso, pero una vez que empezaban, se iba calentando y terminaba olvidándose de todo, como ahora, que sólo estaba concentrada en los labios de su novio, en la forma que los movía y en cómo jugaba con su lengua con la suya propia, mientras se dejaba hacer y ya sentía sus manos adentrándose bajo su ropa para alcanzar su entrepierna, depilada por orden suya.

Nunca se le había pasado por la cabeza el tema de eliminarse el vello que bordeaba su sexo, pero fue una exigencia de su chico y ella le complació... y, a cambio, él la hizo descubrir el sexo oral y unos orgasmos que nunca antes había disfrutado de esa manera, así que no lamentaba el haberlo hecho.

No lo lamentaba, pero también, a veces, parecía algo egoísta, pues él tenía un vello púbico abundante y, sin embargo, más de una vez la había exigido que le lamiera los huevos, cosa que, aun siendo morbosa, tenía un punto de asquerosa precisamente por esos pelos.

La mano de Iván alcanzó su botoncito, llegó a su clítoris y empezó a juguetear con él, sabedor de que toda la anatomía de Lidia reaccionaría de forma natural e instintiva a la activación de esa especie de botón de la pasión que era su clítoris, otra de las cosas que él la había hecho descubrir en toda su capacidad.

A veces él decía, riéndose, que era su maestro de anatomía.

Esas veces ella se sentía un poco infantil, pero duraba poco, porque enseguida él se ponía en... marcha.

La otra mano del chico ascendió desde su ombligo, que le gustaba recorrer con la yema de los dedos, tumbo a sus pechos.

No eran voluminosos, pero tampoco pequeños, y estaban duros y firmes, así que, como ese día, en muchas ocasiones Lidia no usaba sujetador.

Además, sabía que a él le encantaba cómo se marcaban sus pezones contra la tela cuando estaba excitada.

Como ahora.

Y esa mano voluntariosa alcanzó sus pechos, sacándola el top por encima para poder acariciarlos, recorrerlos por sus bordes, amasarlos y pellizcar suavemente sus pezones para estimulárselos aún más de lo que ya estaba consiguiendo con la mano dedicada a juguetear con su clítoris.

Ella tampoco se quedó parada y, ni corta ni perezosa, lo desabrochó de arriba abajo y se puso a tocarle le pecho y la espalda mientras seguían besándose, aunque él llevaba delantera en lo que sus manos habían conseguido hasta ahora.

Tampoco es que Lidia necesitase desabrocharle el pantalón para saber que ya tenía su pene erecto, pero, también, sabía que, si lo liberaba, la cosa se acortaría mucho, pues era incapaz de mantenerlo fuera mucho tiempo, enseguida la hacía ponerle la goma para introducírselo en el coño, era casi como si temiese que se le fuese a resfriar por estar un ratito al aire.

Eso sin pararse a recordar cuando terminaban y la hacía limpiarle la polla, retirando, esta vez él casi siempre, el preservativo para que ella se metiera en la boca su barra de carne y se la limpiase por completo, cosa que solía hacer a conciencia incluso cuando él no la agarraba de las coletas para forzarla a metérsela hasta la garganta.

Parecía disfrutar de alguna manera oscura con las veces en que lograba que ella tuviera una arcada por lo profundo de la penetración oral.

Estaban disfrutando de esas primeras fases de contacto cuando ellos aparecieron.

Las puertas se abrieron y la primera reacción de Lidia fue el cubrirse los pechos con las manos mientras era arrastrada fuera.

Iván intentó reaccionar cuando, por la otra puerta, lo sacaron desde atrás, pero, tras una tanda de puñetazos, cayó inconsciente al suelo.

Ella pataleaba y lloraba, atrapada por su captor, que la rodeaba por la cintura con un brazo de acero mientras con la mano del otro la tapaba la boca, dejando que contemplase la paliza que le estaban dando a su novio.

No se dio cuenta del peligro que ella misma corría.

Le mordió la mano a su captor, que gritó y la soltó, sorprendido, dejándola caer al suelo, pero antes de que se hubiera levantado, la golpeó con furia y el mundo se convirtió en un agujero negro que la tragó.

Cuando se despertó, todo había acabado.

Iván estaba tendido en el suelo y lo arrastraban para meterlo en el coche, dejándolo tirado boca arriba en el asiento de atrás, con las manos atadas a la espalda con su propio cinturón.

Tenía varios moratones en la cara y el labio roto, del que manaba un hilillo de sangre.

El pantalón, sin la sujeción del cinturón, estaba, por el roce al depositarlo dentro del vehículo, ligeramente bajo, dejando a la vista su blanco calzoncillo y un ligero bulto donde debía de estar el pene con el que ella había estado pensando hacia tan sólo unos momentos.

Lidia estaba tirada en el suelo, junto al coche, medio desnuda, tal como él la había dejado cuando fueron interrumpidos y que, al ser agarrada y durante el forcejeo, había terminado por hacer que la minifalda quedase casi en sus pies.

Las bragas estaban desplazadas, pero no tanto, aunque sí lo suficiente para dejar a la vista toda su entrepierna.

El top estaba sobre sus senos, que aún tenían los pezones duros, apuntando acusatoriamente a sus asaltantes.

Notaba la boca seca y un dolor pulsátil en la cabeza allí donde la debían de haber golpeado o, quizás, fue por la propia caída.

Cuando se agacharon sobre ella el corazón brincó por un momento, para luego pararse sobresaltado al descubrir quienes los habían atacado.

Luego, reanudó su ritmo frenético, con un punto de ira.

Eran sus hermanos.

Vicente, el mayor, de 30 años, y Eugenio, el pequeño, aunque con sus 26 años la sacaba diez.

Debían de haber venido siguiéndolos en la moto, aunque no la veía.

  • Te parecerá bonito, ¿verdad? -la acusó Vicente, aclarándolo, por si había alguna duda-. Mentir a la familia, salir con éste mierda, el hijo del malnacido que... bueno, ya lo sabes, aunque nadie lo diría visto cómo te portas.

  • Como una cualquiera -pronunció, con desprecio, Eugenio, escupiendo a un lado de su rostro-. Sólo fíjate en tus pintas, con esas coletitas y ese puto coño depilado de puta.

  • Y sin sujetador -añadió el mayor a la enumeración de su hermano.

  • ¿Podéis dejarme hablar? -protestó ella, enfadada, intentando cubrirse antes de levantarse, pero, por alguna razón, Eugenio no se lo permitió y la volvió a empujar para que se quedase como estaba, tendida en el suelo.

  • Si te portas como una cualquiera, se te trata como a una cualquiera -afirmó, con un extraño brillo en los ojos, que la miraban de una forma que no había visto nunca.

  • Tienes suerte de que seamos nosotros los que te pillamos, porque padre no aguantaría el disgusto -siguió diciendo Vicente, que no intervino ante la reacción de su hermano y que tenía un gesto torcido, inusualmente cruel, o eso la pareció, eso y que parecía hipnotizado mirándola el coño con una insistencia que parecía taladrarla.

  • Habéis bebido -los acusó, adivinando lo que había pasado, recordando los botellones que se hacían en otro descampado cercano a la plaza de toros, seguramente por eso no estaba la moto que pensaba habían usado para seguirla porque, en realidad, no la habían seguido, se la habían encontrado por casualidad allí.

  • ¿Y qué? -contraatacó el mayor-. Al menos nosotros no le hemos puesto los cuernos a la familia.

  • Te comportas como una zorra -Eugenio parecía como loco, con el rostro desencajado y la boca entreabierta, dejando caer un hilo de saliva fuera, sin parar de mirarla de una forma que cada vez la ponía más nerviosa.

  • Por favor, dejadme en paz. Me visto y me voy a casa -dijo ella, intentando escabullirse, adivinando que habían hecho algo más que tomarse unas copas, estaban fuera de sí.

  • Tú no te vas a ningún lado -la amenazó Vicente, impidiendo ahora él que completase el gesto de bajarse el top para cubrirse los senos.

  • Quiero ver qué sabes -dijo, con una mezcla de lascivia e impaciencia, Eugenio.

  • Sí -afirmó el mayor, que se desabrochó el pantalón-, ya va siendo hora de ver qué has aprendido.

  • ¡No! -intentó pararlos-. ¿Qué hacéis?. ¡Parad!. No podéis...

Vicente dejó caer pantalón y bóxer, sacando a la luz una monstruosa erección, nunca se habría imaginado que pudiera estar así de armado.

Su miembro viril era grueso, mucho más que el de Iván, o, al menos, eso la pareció mientras lo veía brincar, con movimientos como de afirmación, saludándola desde la peluda entrepierna de su hermano mayor.

Eugenio, ni corto ni perezoso, también se sacó su pene a través de la cremallera de su propio pantalón, también con un tamaño que desconcertó a Lidia, que jamás había pensado en sus propios hermanos como en seres masculinos.

El glande de su hermano pequeño parecía ligeramente más grande que el resto de la inflamada polla, pero, quizás, era un truco de su percepción y la posición en que estaba.

Eugenio se dejó caer con las piernas a los lados de la cabeza de su hermana adolescente, haciendo que su tronco fálico ocupase prácticamente todo el espacio visual de la chica, a la que sujetó por las muñecas para que se quedase quieta.

Ella notó un tirón y, sin ninguna duda, supo que acababan de arrancarla las bragas, rompiéndolas, y sólo podía ser Vicente el responsable.

Una extraña vergüenza se apoderó de ella al saber que la podían ver su coño completamente depilado y, encima, aún hinchadito por la excitación a la que antes la había llevado su novio, que seguía tirado en el asiento de atrás del coche, mirando la escena con uno de sus ojos, puesto que el otro estaba hinchado y apenas podía abrirlo.

  • Abre la puta boca, golfa -demandó Eugenio y, sin saber muy bien el por qué, ella obedeció, abrió la boca-. Joder tío -escuchó que le decía a su hermano mayor mientras apoyaba la rosada cabeza de su pene en los labios de su hermana adolescente-, la muy cerda se la quiere tragar entera.

  • Ya te dije que las que vienen aquí son todas unas puñeteras golfas -afirmó el mayor, que empezó a tocar la entrepierna de Lidia, moviendo sus manos por los pliegues de la rajita, separándolos y recorriéndolos de un extremo al otro.

Lidia estaba en una complicada situación.

Tendida medio desnuda en el suelo, con su novio hecho polvo por la paliza que acababa de recibir del mayor de sus hermanos y mirando qué la hacían.

Sus pechos al aire, con el top por encima.

La minifalda por los tobillos y su braga destrozada, dejando totalmente expuesta su concha, que ahora su propio hermano mayor estaba tocando con rabiosa ansiedad, abriéndola los labios vaginales y jugueteando con la rajita entre sus dedos, que se paseaban una y otra vez todo a lo largo de la superficie de sus pliegues.

Eugenio empezaba a presionarla.

No decía nada, pero se notaba qué buscaba, qué necesitaba.

Tenía apoyada la sonrosada y globosa cabeza de su polla entre los labios de la adolescente y empujaba, cada vez un poquito más, metiéndosela dentro de la boca aunque ella intentaba evitarlo, aunque sin demasiada convicción.

Hubiera podido morderle con los dientes, pero era su hermano, así que, poco a poco, notaba como esa masa de carne hinchada y palpitante se abría paso hacia su interior.

Intentó empujarlo con la lengua.

Fue en vano, y, encima, tuvo el efecto contrario, al tocar con su lengua el pene lo que hizo fue provocarle una mayor excitación y sintió cómo brotaba de su punta ese líquido preseminal que hacía las veces de lubricante masculino.

Su cavidad bucal se llenó del sabor... y del olor, todo igual pero a la vez diferente al de su chico, con otro tono de aroma que lo hacía único.

No pudo evitar la reacción automática de su cuerpo, que comenzó a salivar con más intensidad, claro que no sólo era por eso, por esa polla intrusa, sino porque los dedos de Vicente estaban haciendo que su coño se encendiera a tope aun contra su voluntad, con esa reacción característica y automática frente al contacto de unas manos entre los pliegues de su rajita y, sobre todo, por la estimulación cada vez más intensa del clítoris.

Sabía que estaba mal, no sólo porque fueran sus hermanos, sino porque ella no quería, estaban abusando de su posición y la sorpresa.

Las manos de Eugenio empezaron a tocarla los pechos, lo supo porque eran las dos manos, porque había dejado de sujetarla sus propios brazos y porque Vicente seguía acariciándola un muslo con una de sus manos mientras la otra se paseaba por su rajita y estimulaba por momentos su altamente sensibilizado clítoris.

El menor de sus hermanos mayores amasaba sus tetitas sin pudor, sin cortarse un pelo, demostrando que aunque no estuvieran totalmente desarrolladas ya eran algo que llamaba poderosamente la atención al sexo masculino, y las maltrataba en su ansiedad por poseerlas, atrapándolas entre sus manos y pellizcando con una fuerza tremenda sus pezones por momentos.

Sentía una mezcla de dolor y excitación cuando la hacía eso.

Sus pezones eran una parte de su anatomía que tenía muchas veces tan sensibilizada que casi cualquier roce los hacía reaccionar y, ante ese intenso abuso, los notaba duros, calientes y la provocaban una sensación estimulante, a la par que dolorosa y, también, de humillación por la doble situación, el que la estuvieran forzando y que, encima, fueran sus hermanos.

Su postura boca arriba era, además, tremendamente incómoda para otra cosa, la penetración oral a la que el endurecido miembro viril de su hermano la estaba sometiendo.

Para él era fácil y podía presionar, lanzando toda su fuerza con comodidad, estaba en una posición privilegiada desde la que desarrollar un empuje potente, pero Lidia se ahogaba por momentos, con su lengua presionada de una forma extraña ante la insistencia imparable de ese grueso y caliente invasor que empujaba sin parar para clavarse una y otra vez hasta el fondo, casi hasta tocar su garganta por momentos.

Eso la estaba haciendo tener arcadas y su saliva era tan abundante que notaba que estaba babeando y que había dejado todo ese tronco fálico cubierto con su salivación.

Vicente ya no la tocaba el coño, no de la misma manera.

Le notaba acariciando circularmente su clítoris y había apoyado la otra mano, cerrada en forma de puño, contra su ombligo, presionándola de una manera fuerte e intensa, no dolorosa, pero sí incómoda y extraña, haciéndola sentir sus intestinos comprimidos por esa presión.

A ratos, esa estimulación circular del clítoris, que cada vez estaba más y más caliente pese a la apurada situación general de la adolescente, era interrumpida para abrirla el agujerito que daba acceso a su vagina, que no podía impedir que estuviera algo húmeda y caliente por las caricias, brutas, sí, pero estimulación al fin y al cabo, y que se notase algo dilatada, con un calor que manaba y que la hacía notar el contraste con la temperatura exterior cuando se la abría para ese tercer participante, el espectador inmovilizado y golpeado que quedaba en el asiento trasero del coche, Iván, si novio, que gemía impotente ante lo que la estaban haciendo ante sus ojos.

En una de esas aberturas de su coño fue cuando Lidia apreció algo distinto.

Esta vez no fue un choque frío entre el calor de su interior y el fresco del ambiente exterior, esta vez fue una masa caliente, muy caliente, que era a la vez blandita y dura, como elástica dentro de esa especie de potencia compacta.

Un terrorífico escalofrío la recorrió cuando supo lo que pasaba, sin necesidad de verlo, cosa que era imposible con la polla de su hermano dentro de la boca, impidiéndola hacer cualquier movimiento o ver otra cosa más allá de sus peludos huevos moviéndose en su bolsa con cada gesto de empuje hasta el fondo de su garganta y breve retroceso para tomar carrerilla y clavarse aún más adentro.

Esta vez supo que era el pene de Vicente el que estaba a la entrada de su coño, apoyado contra el dilatado agujerito que daba acceso a su vagina, su pequeño volcán de sexualidad más interna y privada, que ahora pretendía violentar su propio hermano mayor.

Se sintió completamente impotente y, a la vez, un puntito excitada, lo que, a su vez, provocaba que su humillación fuera mayor y se diera asco a si misma por esa mezcla de emociones, entre la repulsa y la ansiedad.

Sintió cómo empujaba más y más, perforándola, avanzando esa masa de carne hinchada y caliente, casi efervescente, cada vez más y más adentro, atravesándola con una furia potente, ardiente.

No podía frenarlo, por el contrario, la humedad que tenía de antes, de cuando había estado preparándose con su novio y la propia habilidad manual en su entrepierna de Vicente, la habían hecho mojarse por dentro demasiado y ahora su propio cuerpo la traicionaba y facilitaba la invasión del órgano reproductor masculino, que se clavaba profundamente, llenando por completo su vagina con esa barra de carne endurecida e hinchada, que palpitaba de una forma pulsátil que la excitaba y daba asco a partes iguales.

Más excitado si cabe ante la penetración del mayor, el pequeño de sus dos hermanos comenzó a bombear con más fuerza, más rabioso, en su boca, sin dejar de atrapar sus tetas entre sus manos y, por momentos, agachándose para lamerlas o morder sus pezones de forma violenta, casi sádica.

Ella se retorcía, sin mucho éxito, atrapada entre sus dos hermanos, que comenzaron un bombeo por duplicado, uno en su boca y el otro en su coño.

Ninguno llevaba condón, lo podía sentir con absoluta y meridiana claridad.

Que Eugenio la forzase la boca a pelo no era demasiado preocupante, aparte del hecho en sí de que también fuera una violación de su sexualidad, pero el que Vicente violase su más íntimo santuario con su verga sin protección la ponía nerviosa, sensación que venía a sumarse a todas las anteriores.

Sus hermanos estaban poseídos por el vicio y unos instintos animales que desconocía tuvieran.

Se habían convertido en machos, unos machos montando a una hembra como en los documentales de la televisión, algo que, cuando lo pensó, la hizo sentir como que quisiera brotar una risita histérica de su garganta por lo estúpido del pensamiento, aunque una arcada lo interrumpió cuando esa barra de carne que llenaba su cavidad bucal presionó con más intensidad y la ahogó, provocando la reacción autómata de su garganta.

En su vagina, la monstruosa erección que mantenía la polla de Vicente, la atravesaba como una lanza térmica, desplazándose una y otra vez con brutal eficiencia, llenando una y otra y otra vez su coño con esa masa de carne endurecida y gruesa, que forzaba a su propio cuerpo a dilatarse para acomodarse al masculino invasor.

A lo lejos, como en una pesadilla, podía oír los gimoteos de Iván, ocultos entre el mar de insultos y desprecios que brotaban de los labios de sus dos hermanos mientras la violaban, aunque sus orejas se negaban a prestar atención o grabarlos en su memoria, intentando protegerla de alguna forma de parte de lo que la estaba pasando en ese descampado junto a la plaza de toros.

Una oleada caliente y extraña empezaba a brotar en su interior, algo que no conseguía identificar pese a saber que sí sabía qué era.

Vicente apretaba a ratos el puño que sostenía sobre su ombligo, haciendo que se removieran sus intestinos, comprimidos doblemente por esa mano y los empujones que provocaba la intensa penetración de su vagina desde dentro por la endurecida masa de carne que era la violenta polla que la penetraba como si intentase encontrar un tesoro.

Eugenio la hacía babear de una forma extrema, sentía que tenía medio rostro y buena parte del cuello llenos de sus propias babas que iban saliendo y cayendo por todas partes con cada empujón de su polla al entrar y salir bestialmente de su boquita, ahogándola por momentos y haciendo que tuviera unas arcadas cada vez más intensas por la brutalidad de la invasión.

Sus tetas eran amasadas, sus pezones pellizcados o mordidos.

Estaba completamente superada por la situación, por la agresiva violación por duplicado a la que la estaban sometiendo sus hermanos, sus incestuosos hermanos, que, además, la insultaban y despreciaban, tratándola poco más que de puta y traidora por haberse reunido con el hijo del hombre que despidiera malamente a su padre, como si aquello pudiera ser una justificación a sus propios actos de violencia sexual.

Se corrió.

No pudo evitarlo.

Su cuerpo fue arrasado en una de esas veces que el puño de Vicente aliviaba la presión sobre su ombligo a la vez que clavaba profundamente esa palpitante masa de carne inflamada, y una corriente la atravesó desde lo más profundo de su sexo hasta las puntas de sus dedos, tanto de los pies como de las manos, e incluso los extremos de sus cabellos, hasta el último de ellos.

Fue un orgasmo doblemente brutal, tanto por su extraña intensidad como por la situación a la que se enfrentaba.

Su cuerpo la traicionaba de una manera que jamás habría sospechado.

Eso hizo que sus hermanos retomasen su doble penetración con energías renovadas, viéndose recompensados por ese orgasmo, como si certificase lo buenos que eran follándola.

Eugenio forzó más al límite, más profundamente, la cavidad bucal de Lidia, insertando una y otra y otra vez su barra de palpitante carne ardiente, atravesando su boca hasta el fondo, hasta ahogarla al llenar su garganta.

Una y otra y otra vez apretaba al máximo, una y otra y otra vez... y otra vez... y otra y otra... hasta que, irremediablemente, Lidia notó ese primer chorro salir disparado, brotando con una fuerza y velocidad únicas desde el extremo de la inflamada verga de su hermano e impactando directamente en el fondo de su garganta, induciéndola una nueva arcada.

A ese primer chorro le siguieron más, pero esta vez dentro de su boca con el movimiento de retroceso del endurecido miembro viril del menor de sus dos hermanos mayores, que vertió toda su furia convertida en esperma dentro de la boca de su hermana adolescente sin parar, hasta que no quedó ni gota dentro de sus huevos, empujando de nuevo cuando terminó para asegurarse de dejar sus cañerías completamente limpias de esa masa de esperma que dejó en la boca de Lidia, que se vio forzada a tragárselo todo, saboreándolo sin poderlo remediar porque él no sacó su polla, sino que la mantuvo dentro de su boca, impidiéndola poder escupir su lefa y haciendo que se sintiese una auténtica mierda, una cerda.

Tampoco detuvo el asalto a sus sensibilizados pechos, que siguió amasando con brutalidad mientras alternaba pellizcos por sus glándulas mamarias con mordiscos en sus pezones y, a veces, sacando la lengua para lamerla alguna parte de sus senos.

Vicente seguía abusando de su vagina, bombeando con potencia, atravesándola una y otra vez con esa barra de carne inflamada, llenándola una y otra vez con su pene, perforándola bestialmente, sin parar, una y otra y otra vez.

Toda su verga se metía en su coño, invadiéndola una y otra y otra vez, con ese sonido de chapoteo tan clásico y el de sus huevos golpeteando contra la entrada de acceso en su entrepierna.

Una y otra y otra vez sentía cómo la atravesaba con esa masa brutal de carne hinchada que palpitaba con una vida propia y que parecía arder por dentro, una y otra y otra vez.

Empujaba sin parar, bufando como un loco, ahora abandonando la presión sobre su ombligo para agarrarla por las caderas y así ayudarse en la intensidad y profundidad de la penetración.

Seguía empujando sin parar, llenándola una y otra y otra vez con esa masa de carne inflamada hasta que una descomunal convulsión recorrió de parte a parte, de extremo a extremo, esa polla y empezó a brotar su lefa, derramándose a chorros abundantes y espesos su esperma por el interior de la vagina de la adolescente derrotada y profundamente humillada, que no pudo contenerse cuando, nada más empezar a soltar esa gran cantidad de semen en lo más profundo de su intimidad, Vicente volvió a tocarla el clítoris con rápida habilidad y alivió la tensión del momento al provocarla un segundo orgasmo que la destrozó, mezclándose sus propios jugos con toda esa masa de leche que había vertido su violador dentro de su vagina, degradándola un punto más.

Fue entonces cuando sus hermanos tuvieron la más endiablada idea.

Saciados, liberados del exceso de peso en sus propios huevos, arrastraron a Iván a su lado en el suelo, magullado y llorando como un niño, no sabía si por la paliza o por presenciar la violación de su chica, y la hicieron colocar su mano en su miembro, que encontró tremendamente endurecido, muy caliente y preparado.

La sorprendió que su propio novio estuviera así, excitado por cómo la habían usado ante sus ojos, no podía ser otra cosa.

La hicieron pajearle unos instantes antes de, sujetándola, pues apenas se sostenía, la hicieron montarse sobre el grueso pene de su novio y cabalgarlo, animándola y silbando con lujuria, excitados por su propia marrana idea.

No tardó en correrse, también dentro de ella, sin el condón que normalmente habría usado, abandonado todo en el interior del coche.

Sus hermanos se pajearon mientras y soltaron nuevos chorros, menos abundantes, pero, aun así, lo suficiente para empaparla el rostro y las tetas con nuevas dosis de sus espermas.

Luego se marcharon en su moto, sabiendo que no los denunciaría, sobre todo ahora que tenía corriendo también por su vagina el esperma de su novio, mezclándose a partes iguales con el del mayor de sus hermanos, compitiendo por ver cuál de los dos la podía dejar preñada.