Casita en el bosque

Vimos crecer a nuestro cachorro que de grande se aprovechó de sus dueños

CASITA EN EL BOSQUE

Siendo todavía jóvenes, los padres de Horacio adquirieron un terreno en una zona que en aquel entonces era muy boscosa y que aún sigue siendo hermosa. La tradición de su familia ha seguido siendo incrementar el bosque, plantando constantemente árboles de la región, no solo en su propiedad, también a sus alrededores conservando muy hermoso el lugar.

En el terreno cada uno de los hermanos fue construyendo su propia casita, bungalós muy bien construidos manteniendo el paisaje.

La propiedad queda entre la ciudad capital y una segunda ciudad, también de gran tamaño, con su aeropuerto comercial que con frecuencia le dio una muy buena alternativa a Horacio para salir de ahí en vuelo comercial o en su avioncito, que lo guarda ahí, y es que a él más le complace.

Los fines de semana o puentes, cuando no tenemos algo planeado, nos refugiábamos en nuestra cabañita adorada y la mayoría de las veces ocupamos nuestro tiempo produciendo, él cosas que le interesan de su trabajo, y yo, escribiendo los artículos que he publicado y que deseo ya hayan leído alguno, entre otras cosas.

Cada vez que vamos a la casita solo transportamos una sola laptop para trabajar, o jugar, una para los dos, pero la otra es exclusiva de su trabajo. A mi laptop nunca le he puesto clave de acceso, Horacio tiene libre acceso, me da gusto, aunque cada vez que hablamos de lo que escribo, unas veces antes de publicarlo, otras solo para deleitarse, o reírse de lo que escribo, hace buen uso muy pocas veces de esa libertad.

Mis andanzas zoofílicas las guardé en una memoria por separado. En aquel entonces con la idea de que alguna vez se las dejaría leer, cuando me pareciera el tiempo adecuado, sin embargo, si él se da el tiempo, revisando los títulos y cotejar los nombres de autores, él se podría dar cuenta de lo que he escrito, pero siempre me pide que le abra, o lea el artículo que yo escojo.

La propiedad la cuida un matrimonio que contrataron. Mayores de edad, de mucha confianza. Les construyeron una casita a la entrada de la propiedad, en donde viven y ponen atención a los bungalós.

Platicando Horacio y yo, él decidió que necesitaban de algún perro que los ayudara a cuidar. En las siguientes semanas nos dedicamos a buscarles uno, fuimos a varias veterinarias y decidimos adoptar un cachorro medio mezclado de Pastor Alemán, que apenas tendría unos pocos meses de edad. Lo llevamos a la propiedad, el perrito emocionado, lo soltamos y obedeció cuando lo llamamos. En eso estábamos y llegaron unas personas ofreciendo algún producto, el perrito les ladró y Horacio le gritó:

“¡DI NO! ¡Dile que no necesitamos nada! … ¡VEN REGRESA!” obedeció y regresó así que se le quedó el nombre de DINO.

El DINO creció, cada vez que pasábamos tiempo en nuestra cabañita él pernoctaba con nosotros. Pasó el tiempo, calculo 2 o 3 años y él seguía fiel a nosotros, no solo dormía en nuestra casita, a veces hasta en nuestra cama con nosotros. Si salíamos él inmediatamente ocupaba su lugar en el asiento trasero.

Una noche Horacio se dio cuenta de que Dino me buscaba demasiado y me olisqueaba entre mis piernas. En la noche me daba cuenta de que metía su hocico debajo de las cobijas, buscando husmearme y hasta lamerme mi cosita, aunque ésta estuviera perfectamente sanitizada. Lo comentamos y Horacio opinó que le faltaba una pareja que él estaba buscando en mí.

¡MUY MALA OCURRENCIA DE HORACIO!

Solo lo pensé para mí, pero su mente va siempre más rápida y la mía visualiza esas ocurrencias y, hasta creo que adivino, o sospechó algo.

Horacio, tal vez, que no lo creo, solamente pensaba en alguna pareja canina, pero sentí que él sospechaba, o a lo mejor solo deseaba que a su mujercita le estaba dando gusto, ¡NO SÉ, o solo me imagino deseando lo que más me podría convenir!

“Tienes razón, en estos días hay que buscarle una buena compañera que sea de su edad y estatura” Le dije, pensando tramposamente, en que yo no le iba a buscar ninguna perrita canina que me fuera a quitar alguna oportunidad.

Pasaron los días, en un fin de semana largo Horacio iba a estar dos noches fuera, en la salita de la casa nos recostamos en el tapete frente a la chimenea que habíamos prendido, hacía frio y queríamos platicar. Estando acurrucados uno junto al otro, creímos que el Dino buscaba calorcito, Horacio levantó la frazada que nos cubría para que se acurrucara con nosotros, pero éste creyó que se le estaba ofreciendo lo que él deseaba, una hembra.

Entre risas y expresiones que ya eran de doble sentido, Horacio dijo que debíamos de prestarle una hembrita, de carnita rosada y suave, que no fuera peluda.

“¡Que buena idea, te tocaría a ti primero ponerte en cuatro!” Le dije entre risas.

“¡NO, Yo, no yo no podré, ¿Tú sabes cómo me lo tendría que meter?” me dijo.

“¡COBARDE, CLARO QUE PUEDES, ¡” Y hasta ahí quedó.

“¡Ven, mi vida! ¿no se te antoja probar?, pobre Dino, está desesperado viéndote, ¿quieres que probemos, a ver si contigo se puede?”

“¿Cómo crees? ¡yo no pienso que te guste verme enganchada con éste!”

“¿Te gustaría probar? ¡Si no te gusta te lo sacamos, pero sé que te podrá gustar!”

“¿Cómo sabes que me podría gustar?” le pregunté con mucha curiosidad.

“¡Porque a mí me gustará verte que te ensartan un miembro diferente de lo que conoces, y sé que eres muy investigadora y te dará placer probar!”

Me había quedado echada sobre la alfombra, pensativa y me sorprendió mucho lo que había acabado de decir, o insinuar, y yo, como haciéndome del rogar, sin hacer ningún movimiento, quietecita, boca arriba con una pierna más abierta que la otra, medio cubierta con la frazada, sin los calzones que antes me los había quitado Horacio así que mi cosita quedaría expuesta si el Dino rascaba un poco y, verdaderamente quería aprovechar a ésta humana morenita y sabrosa.

“¡VAMOS LINDA! ¡ANÍMATE! ¿QUE PIENSAS O SIENTES? ¡VÁMOS A PROBAR! ¿QUIERES, MI REYNA? ¿TE GUSTARÍA QUE ENTRE LOS DOS INVESTIGARAMOS LO QUE SIENTES?”

“¡No sé, siento raro que tú me lo pidas, pero me enloquece pensar que lo haría por ti, pero me da algo de vergüenza y miedo!

“¿De que te da miedo, mi reinita?”

“De que después ya no me quieras como ha sido hasta ahora. Hemos hecho muchas travesuras, pero de puro relajo, pero todas con humanos que se van y los olvidamos. ¿No te da miedo que a mí me guste con perros y tú te sientas en desventaja?”

¡Yo ya lo tenía dominado! ¡Yo deseaba locamente hacerlo con el perro, pero necesitaba asegurarme de Horacio, que él me lo pidiera, me lo rogara!

“¿De veras, quieres verme y participar de mí, viéndome cogida por un perro? ¿No dejarás de amarme como lo has hecho hasta ahora? ¿Mi pepita la seguirás deseando como hasta ahora?”

“¡Tú crees que te sigo amando después de haber presenciado verte enganchada con Maurice y de los cuernos que me pusiste con Greg, los demás solo fueron aventuras pasajeras!” me dijo en son de justificación, trayendo a nuestras memorias esas aventuras que frecuentemente recordábamos.

“¡Bueno, VAMOS!” LE DIJE, dándome por vencida y a él haciéndolo sentir que me sacrificaba solo por su amor.

“¿Me cuidarías si me pasa algo?” le pregunté ridículamente, yo sé que no me iba a pasar nada malo, pero con eso lo comprometía más a participar, obligándolo a que él sintiera que él iba a orquestar el acto y que me dejaba me la metiera el Dino, solamente para complacerlo. Así no esperaba algún tipo de resaca o cruda moral.

“¡Mi vida! ¿cómo quieres que lo haga, cómo me coloco? ¿LO HACEMOS AQUÍ?” le pregunté inocentemente.

Él no tenía ni la menor idea, así que propuse que primero dejara al Dino que se familiarizara con mi cosita. Yo estaba aún en el suelo, eso sí, con mi cosita expuesta, descubierta, boca arriba. Horacio abrazándome de los hombros y acariciándome con sus manos buscando mi vista y mi reacción.

Me descubrí más y el pesado animal se alocó y me daba empujones con el hocico entre mis piernas, alargando su lengua para alcanzar a chuparme mis labios de la vagina o meterme, aunque solo fuera su lengua rasposa. ¡Me causaba una sensación primorosa! Platica Horacio que me retorcía y murmuraba constantemente, y que él, solo de ver cómo me trataba el Dino fue que fue a mí y me besó metiéndome su lengua en mi boca, que yo, en ese momento la sentí también deliciosa y se la envolvía con la mía. ¡Verdaderamente enamorada de mi Horacio, aunque estuviera loco e inventara estas cosas que le di a entender que yo me prestaba, me exponía solo como un sacrificio, para complacerlo!

Permanecí sentada, inmóvil, solo observando a Horacio que parecía que era a él al que iban a sacrificar. “Recordarás de mi relato de cómo derretimos a Paul, pues fue como ahora con el Dino, guardamos la calma y dejamos que él se doblegue rogando por lo que quiere. Dino está calientísimo y se dejará hacer lo que yo quiera, él tiene que hacerlo como a mí me puede gustar.”

Subí mi trasero a la orilla de la cama y dejé abiertas mis piernas, boca arriba. Al Dino “¡VEN, VEN Y DAME DURO!”, le decía yo, más y más me lamia, como entendiendo y como si yo fuera su gran plato exquisito! ¡Interiormente mi cuerpo estaba con una sensación de desesperación y ansiedad!

A veces subía sus patas delanteras y me las colocaba a mis costados, rasguñándome la mayoría de las veces, pero eso no importaba, yo soñaba. Después de tantos años de no haber tenido novio canino, hoy se me ofrecía la oportunidad, y que sorpresa, en bandeja de plata, a mi disposición y sin remordimientos.

“¡VEENNN, VEENNN, CÓJEME PERRITO LINDO, YA MÉTEMELO!” y en eso estaba yo teniendo un tremendo orgasmo. El Dino seguía usando su lengua así que lo jalonee, me resbalé más a la orilla de la cama y lo dejé que buscara. Siguió insistiendo en lamerme, pero yo ya no quería eso.

“¡YO QUIERO QUE ME LA META, VIDITA! ¡GUÍALE A QUE ENCUENTRE EL LUGAR EN DONDE DEBE METERMELO!”

En buen problema metí a Horacio, cómo imaginaba yo que él iba a lograr que el Dino se dirigiera al lugar correcto. Yo sabía muy bien cómo hacerlo, aún me quedaban conocimientos de mi vida zoofílica que había quedado atrás, pero es hermoso que alguien que amas participe contigo en algún placer y yo no le podía haber dado indicios de que ya tenía experiencia y ya conocía los métodos, se me hizo hermoso dejarlo a él el que descubriera los secretos de una interrelación íntima con perritos.

No sé qué sintió al tocarle el miembro al Dino, a lo mejor asco, pero se lo tentó con cuidado, solo el pedacito que apenas estaba dejando salir y se lo masturbó con el resultado que le creció. Lo arrimó a mi cosita, para que lo metiera, el Dino se quedó quieto por unos segundos, como pensando “¡Órale! y ¿éste que se trae?” se bajó y en el momento en que nosotros ya nos habíamos calmado y desanimado por el aparente fracaso a los esfuerzos de Horacio para que el Dino me montara, éste metió nuevamente su cabeza, como buscando, debajo de la frazada. Yo todavía tenía puesto un camisón calientito, pero metía y metía su cabezota debajo, hasta llegarme a mis pechos desnudos y me los lamia.

Se subió encima de mi cuerpo desnudo, sobre la cama, boca arriba y trató de metérmela, por alguna parte me debería de entrar. Horacio me consultó si le podría ayudar.

“¡Sí, ve que le atine, yo no sé cómo!” le dije.

Yo estaba gozando tremendamente al ver a Horacio cómo le buscaba, lo más sencillo hubiera sido que yo me acomodara, como sabía que debería de posicionarme y así lo lograría meter, pero el cariño que me estaban dando mis dos machos, aunque un poco sádico de mi parte, me proporcionaba una sensación maravillosa al verlos sufrir e intentar.

Sin demostrar que yo tenía conocimiento de cómo lograr la copulación, ayudé cambiando de posición, una y otra vez, cada vez siguiendo indicaciones de Horacio, hasta que consideré que yo ya no me podía retener, y deseaba probar el pene de nuestro Dino, un perrote, joven y con un pene bonito y bien largo. En mis pensamientos lo deseaba gordo, con una bola que no me fuera a hacer daño.

“¡Ven, perrito, lindo Dino, ven, ven, dámelo y deja me lo meta!” Así de cariñoso, el Dino se calmó, volvió a colocar su pene entre mis piernas que abrí lo más que pude y después de varios intentos fallidos, no lo podía dejar intentar mucho tiempo, cada vez me lastimaba mi carne alrededor de mi cosita, los perros tienen el pene, solo al inicio, muy rígido, pero logró metérmelo sin lastimarme más.

“¡BIEN ADENTRO, ORALE, MÉTELO MÁS!” le decía Horacio emocionado.

¡YO FELIZ, CALLADITA! ¡que ricura, que rico se siente después de tanto tiempo sin sentir algún perro de tu amor! Lo callaba, no se lo podía decir a Horacio.

Sentí precioso ver cómo Horacio se moría de ansias al ver cómo me estaba metiendo el pene, ver cómo se desesperaba porque se daba cuenta de que no estaba todavía bien adentro. No creía que el pene fuera tan corto, el esperaba algo bien grandote, que se me metiera, que él presenciara que sí me llenaba y que me volvía loca con él dentro, y ¡Que se vaciara a chorros, dentro de mí!

Se salió, algo de líquido escurrió y Horacio, todo decepcionado, me dijo

“¡Ya se vino éste! y ¿te causó gusto o placer? Me preguntó. “¿No crees que fue demasiado poquito?”

“¡Mucho el logro, el que se haya incrustado en mí, pero aún no termina, no se ha venido, espero lo bueno!”

“¿Crees que volverá? ¿Cómo sabes, te dará algo muy bueno? ¿DE VERAS?” Todo incrédulo.

“¡Claro, y con más fuerza e interés! ¡Me tiene que meter su bola, ya verás, hasta tú vas a sentir bonito!” le dije, acariciándolo.

Regresó el Dino, taciturno pero directo a mí. Me voltee en posición de perrita, con las rodillas en la alfombra y mi vientre sobra la cama. No había pensado en la alfombra, pero considero que el gran éxito que se logró en esta copulación, que era la continuación de lo que había dejado atrás, se debía a la alfombra. De ella lograba el Dino tener mejor apoyo para sus patas traseras, que no se le resbalaran y penetrar más fuerte. Hasta sentí que lo agradeció.

Recordaba que cuando los perros tenían su copulación definitiva, el tiempo que usaban para realizar sus movimientos alocados era corto y yo ya me había hecho a la idea de que iba a ser corto. Dejé me lamiera desde el ano hasta mi vagina, ya estaba empapada de la secreción anterior, su pre-climax, que les  sale. Horacio muy pendiente y excitado. A veces me acariciaba las nalgas, mi espalda y yo lo buscaba me besara lo más apasionadamente teniendo mi cara contra las sabanas de la cama. A cada rato preguntaba de que si ya me iba a montar. Lo único que le decía que tuviera paciencia, ¡calma, calma, ya verás!

El Dino continuaba con su labor, lamer y lamer mi trasero, pero al fin se decidió por lo más sabroso. Se me montó, como siempre, varias veces hasta que pareció encontrar el hoyito, pero era mi ano,

¡POR AHÍ NO! Lo paré con un grito, ya me había entrado un pedazo de su glande. Horacio se puso en guardia y le dije que no se preocupara, el Dino iba a encontrar el hoyito perfecto, solito.

El miembro del Dino se le veía aún muy largo y delgado. “¿Ya te diste cuenta del tamaño del pene?” me preguntó.

“¡Claro, y sí lo puedo aguantar! ¡Cuando lo tenga adentro le crecerá todavía más!”

“¿TU CREES? ¡pobrecita de mi amor, te estoy arriesgando a que te lastimen!”

“¡No te preocupes, mi vida, la mujer está hecha para aguantar cosas grandes!”

Mientras tanto, el Dino ya estaba haciendo lo que le gustaba con su perrita. Después de varios intentos, logró meterlo sin ayuda. Lo bueno es de que no lo hizo salvajemente, lo sentí como que lo hizo con cierto cariño. Bombeó, en varios episodios, lentamente, lo metía hasta el fondo, lo sacaba totalmente con el peligro de que a lo mejor no lo podría meter de nuevo y cada vez se le veía más gordo, y al siguiente intento, todavía más gordo, cada vez más y más lubricado. Yo ya no podía articular palabras, solo mi sonido de pujar MMMMGRMMM, muchísimas veces seguidas y repetidas en varios períodos.

Dino seguía y seguía, a ratos se quedaba inmóvil y Horacio aprovechaba para preguntarme si me sentía bien. Al ver las dimensiones del pene de Dino, cada vez que me lo volvía a meter se asustaba y aseguraba de que yo ya no lo iba a resistir, pero no conoce a su mujercita que en ese momento estaba ensartada, recibiendo el calorcito del semen de Dino, gozando ese preciso momento. Yo apretaba y empujaba estibando las embestidas que este perrote me estaba dando y que no paraba, insistía como diciendo ‘te me habían negado, pues ahora me desquito y no sé cuándo te dejarán que te coja de nuevo, así que ahí te va más y más lechita’.

En eso pasó su pata por encima de mis nalgas, arañándome fuertemente y quedó con su cola apretada contra la mía, su bola me la había incrustado a lo lindo, suave y sin dolor, no me di cuenta exactamente del momento, solo un dolorcito, la retenía muy apretadita dentro de mi vagina. Horacio atento a todos los movimientos.

“¡POBRECITA DE MI REYNA! ¡TE TIENEN ABOTONADA, ABUSANDO DE TU PEPITA TAN LINDA! ¿TE SIENTES BIEN?”

Me dice y me pregunta en el momento en que yo estoy en mi sensación más placentera, LA BOLA DEL DINO ESTABA DENTRO DE MÍ, LA SENTÍA BIEN APRETADITA, LATIENDO Y PULSANDO, INYECTÁNDOME MÁS Y MÁS LECHITA, LA SENTÍA CADA VEZ RICA Y CALIENTITA, y solo pude contestarle “¡ESTÁ RIQUÍSIMO, GRACIAS MI AMOR!”

Pasaron varios  minutos, no sé cuántos, Horacio dice que fueron horas de desesperación

“¿HASTA CUANDO TE VA A SOLTAR? ¿NO TE DUELE NI LASTIMA?”

“¡NO, MI AMOR, ¡ASÍ ES LA NATURALEZA Y ESTO ES MUY RICO! ¡ASÍ COMO LO SIENTO CONTIGO! ¡EN ….  EEE.SS.TEE TIEMPO QUE ESTÁ DENTRO DE MÍ, ÉL ESTA TENIENDO SU ORGASMO, ES MUY LARGO, ¡PERO A RATOS ME INYECTA CADA VEZ MÁS DE SU SEMEN! ¡DALE OPORTUNIDAD DE DISFRUTARME, TE QUIERO MUCHO!”

En un momento le dije:

“MIRA, TOCA POR DEBAJO MI VULVA Y TE QUEDAS QUIETO, de repente sentirás una nueva eyaculación dentro de mí. Cuando sientas de nuevo el palpitar es otra eyaculación y, también siente como mi pubis se infla un poquito cada vez, eso es más semen de él, que me está llenando lo más que puede, la naturaleza le dice que así le dará más placer a su hembra.”

Horacio se quedó pensativo, viéndome y observando cómo me tenía el abusivo de Dino que no paraba de darme ligeros empellones a cada rato. No decía nada, me dejaba que yo tuviera mis pensamientos y mis sensaciones, que le dijera lo que yo quisiera, ya no preguntaba. Yo soñaba y recordaba. Me vinieron a la mente recuerdos de sensaciones maravillosas que pensé comentarle más tarde a Horacio. En momentos mi mente se aclaraba y hacía recopilación de mis aventuras zoofílicas, pero no me permitía concentrarme el bombeo de Dino, ni las indagaciones provenientes de Horacio, pero las fui catalogando y me dije que la primera que le iba a dejar leer iba a ser la de Paco.

Cuando sentí que Dino deseaba desengancharse de mí le pedí a Horacio me terminara de quitar el camisón y que rápidamente me lo colocara entre las piernas.

Dino hizo varios intentos de zafarse de mi cosita, yo lo tenía apresado. Yo no lo   dejaba, lo apretaba y lo retenía el mayor tiempo posible. De valde, su bola se liberó fácilmente dejando salir un torrente de semen que me había depositado el Dino.

“¡QUE BARBARO! ¿Todo ese semen te cupo adentro? ¿Y de dónde lo sacó éste machito? Expresó Horacio a la vez que me limpiaba usando mi camisón.

“¡Y todavía falta lo que me queda dentro, QUE RICO SENTÍ COMO ME LLENAVA, CALIENTITO, ¡EN CADA UNO  DE SUS ESPASMOS ME DABA MÁS PLACER!” alcancé a decirle.

“¿Ya terminó Dino?” me preguntó Horacio.

“¿Qué se cree éste? ¡solo es el principio!” le dije al Dino provocando en Horacio más curiosidad, ¿Qué vendrá después?

Al despegarse el Dino de mí se quedó inmóvil frente a su víctima. En sus cuatro patas, su pene aun goteando los restos de Semen que se le alcanzaron a quedar, el pene que se le veía enorme, llegaba hasta el suelo.

“¡Mira el tamaño, pobrecita! ¿Cómo te lo alcanzaste a acomodar dentro? Está más largo y gordo que los que hemos conocido.”

Me enderecé y le acaricié el pene para checárselo, suavecito, muy gordo y largo, pero muy suave. Me lo metí en la boca y me quedé con los restos de su semen que aún le salían.

“¡Ven, tiéntaselo y siente que rico está, aguadito, lo duro desaparece y entra hasta acomodarse dentro de mí, hasta donde él siente que es más cómodo en mi interior! ¡No me creerás, aguadito se acomoda en todos los pliegues que uno tiene dentro, adentro se le engorda más, no sentí que se le alargara, pero sí sentí que se me acomodó!”

“¿Quieres darle una probadita y saber cómo sabe su semen?” le propuse, pero no aceptó.

Yo estaba emocionada, nada cansada. Rápidamente me asee por fuera y lo mejor por dentro, estaba segura de que Horacio me iba a continuar él todavía debería de estar por explotar, para él Dino solo me había usado, pero me había dejado a medias, lo cual no intenté quitárselo de la cabeza, me convenía, así que sin dejar me cubriera con una toalla, me sacó del baño y me cargó hasta colocarme sobre la alfombra en la que nos habíamos complacido los tres. Dino empezó a merodear en donde estábamos, Horacio lo jaló abrazándolo y éste se dejó dócilmente, un comportamiento diferente al que siempre demostraba. Lo ignoramos.

Quedamos sobre la alfombra, algo cubiertos con la frazada, hacía algo de frio a pesar del calor de la chimenea. Desnudos los dos y él acariciándome, ansiaba saber más de lo que yo había experimentado.

Además de lo que él ya había presenciado le comenté que desde un principio había sentido muy hermoso el que él me lo pidiera, fue por eso que me esmeré tanto en enseñarle cómo lo hacía y sacrificarme a todos los caprichos del Dino. No sabía si me lo iba a poder dejar entrar todo, no había tenido oportunidad de vérselo y apreciar su tamaño. ¡Que bueno, me habría asustado!

Aún desnudos los dos nos abrazamos y me metió su pene, suavecito. Lo sentí diferente, como el de un nuevo extraño. Había terminado con mi copulación con Dino y en este momento estaba sintiendo nuevamente el pacer carnal, fantástico, algo había pasado en mi cerebro, no lo creía.

Me rozaba con su pene entre las dos nalgas, como provocando le pidiera me lo metiera él, por atrás.

“¿Por qué te molestaste cuando el Dino te intentó penetrar por el ano?” me preguntó.

Yo no recordaba bien porque, pero le dije que sabía que sí se sentía bonito por la pepita, pero no el que me metieran su bola en el ano, que era muy doloroso y difícil  de controlar, como con Dino, que se me metió sin pensarlo, ni me di cuenta, claro, lo sentí, pero ya dentro, pero ya en mi cosita.

“¿Pero, dime, te hubiera gustado metértelo por el ano?” me preguntó.

Después de recapacitarlo le contesté “¡Creo que sí, pero lo de la bola si es un peligro, tendría que investigar! ¡Sí me llama la atención un poco, aunque no es de mi preferencia, solo aguantaría con mucho placer si es tu pene el que se me mete, sin preocupaciones ni molestias, suavecito y bien lubricado!”

Estábamos acurrucados uno frente al otro, pero Horacio me volteo dejándome con mi trasero al contacto con su pene. Sentí riquísimo me metiera el pene en la unión de mis nalgas, lo subía y bajaba. Me volteó boca abajo, se arrodilló a mi lado y se puso a lubricarme mi culito. Sentía su lengua pasar y pasar, y luego su saliva que me depositaba exactamente en la entrada del ano. Sentía un cosquilleo muy agradable. A veces me metía uno o  dos dedos, como inyectándome más lubricante en el interior de mi ano.

Me voltee de costado, él me levantó una pierna y empezó a meterme su miembro. Muy paradito y rígido. A ratos le ayudaba a lubricárselo, chupándoselo y dejándole salivita mía. ¡         ME ENTRÓ bien rico!

Horacio no pudo resistir, explotó inmediatamente inyectándome una cantidad maravillosa de su semen.

“¡Perdóname, ya no podía resistir! ¡Haber presenciado tu copulación con el Dino me puso calientísimo!”

“¡DÉJALO DENTRO DE MÍ! ¡COMO SI ESTUVIERAMOS ANUDADOS, CON TU BOLA DENTRO DE MÍ Y SIGUE VINIÉNDOTE, ¡INYECTÁNDOME MÁS Y MÁS DE TU PRECIOSO SEMEN!”

Así lo hicimos, al cabo de un buen rato, sin dejarlo salir, haciendo los movimientos con mucho cuidado para que Horacio no se fuera a salir de me ano, me senté sobre de él, le tomé discretamente su pene y logré su erección, me lo introduje de nuevo y así la pasamos un muy buen rato, como si deveras estuviéramos  anudados hasta que él logró depositarme otra buena cantidad de su semen, que no tardó en salírseme, escurría sobre los huevitos de Horacio y sobre sus vellos.

“¡OH, que cantidad, gracias!” le dije a sabiendas de que parte era aún del semen que me había quedado de Dino. Una parte, una apreciable cantidad, me escurría del ano, de Horacio, la otra parte, que con los movimientos con Horacio, salieron de la cantidad que se me había quedado en mi vagina.

“¡QUE EMOCIÓN, LOS PUDE TENER A LOS DOS, ¡NUNCA LO OLVIDARÉ!”