Casi un sueño

Estábamos desnudas, frente a frente, y yo no sabía si íbamos a amarnos o a golpearnos. Sentía la necesidad de refregarme contra ella de una forma tan violenta que dolía y quería besarla y lastimarla por eso.

CASI UN SUEÑO

Fue algo tremendo. Yo estaba en el vestuario del club. Creí que todas se habían ido. Precisamente estaba preparando todo para cerrar. Soy profesora de aeróbic y doy clases en el ultimo turno, así que cuando termino, soy la que cierra el gimnasio. Hoy había tenido una alumna nueva, Melina. Llegó sobre la hora de clase, así que solo supe su nombre. Inmediatamente pude apreciar que era una rubia de ojos celestes y piel blanca con unas tetas y un culo perfectos.

Parecía un poco más alta que yo, que mido 1,72. Por mi parte, no soy ningún adefesio. Mi piel es más oscura que el de ella y tengo el pelo negro, pero de físico éramos muy parejas.

Se me cortó la respiración. Durante la clase, Melina me había estado mirando fijamente, de una forma que me hizo transpirar más que el ejercicio. Le retribuí la mirada todo lo que pude, pero no podía desatender al resto de las chicas.

Me gustan las mujeres, no es novedad y tuve una que otra cosa con algunas alumnas, pero esto era distinto. Era algo animal, muy, muy, fuerte.

Ahora la tenía frente mío, estábamos solas, vestidas con calzas y musculosas. Se había ido todo el mundo y Melina me miraba directamente a los ojos. Se me pasó por la cabeza que me quería violar. Todo en medio de un silencio tan excitante como incomodo. Hasta ahora no habíamos cruzado una palabra.

Yo estaba nerviosa, pero no me salía un sonido. Estaba como atontada. De pronto, me di cuenta que Melina me estaba mirando de arriba abajo. Le devolví la mirada. Me detuve en sus tetas, que parecían querer saltar del escote. Lo vio y se sacó la musculosa con un solo movimiento. Después, la tiró a un costado. Ante mi, dos tetas deliciosamente paradas me apuntaban, desafiantes.

Me apresuré a imitarla y le mostré que estábamos parejas. Mis pezones estaban duros. Sentí que sus tetas se atraían a las mías como imanes. Moría por abrazarla, pero ninguna se movió.

Ella me miró a la entrepierna y no tardé en quitarme calzas, trusa, medias y zapatillas. Me quedé desnuda, con las piernas bien abiertas, esperando.

No tuve mucho que esperar. Milena repitió mis movimientos, con más lentitud.

Estábamos desnudas, frente a frente, y yo no sabía si íbamos a amarnos o a golpearnos. Sentía la necesidad de refregarme contra ella de una forma tan violenta que dolía y quería besarla y lastimarla por eso.

Lentamente, fuimos una contra otra, hasta quedar pegadas como ventosas, apretándonos las tetas como para reventarlas. El mutuo olor nos envolvía.

Entonces se tocaron los labios, muy suavemente, luego un poco más y luego fue el turno de trabarnos en un tímido duelo de lenguas, para terminar, quien sabe cuando, chupándonos boca a boca con desesperada furia, hasta que acabamos por ir al suelo donde nos revolcamos salvajemente, mordiendo, besando, tironeando y acariciando.

Me llené la boca con esas tetas deliciosas mientras rodábamos por el piso, con las piernas entrelazadas. Solo quería chuparla, chuparla y chuparla, sorberle todo el jugo, toda la carne y el sudor y la saliva, beberla y refregarme en esa piel caliente y mojada. No me importaba nada. Quería domarla a goce puro, tomármela toda y hacerla estallar de placer. Hicimos un 69 y nos chupamos las conchas hasta bañarnos las caras en flujo y estallar en violentos orgasmos, gimiendo, gritando y puteando.

Rato después, tirada en el suelo mientras me recuperaba, el estar separada de Melina me produjo una extraña sensación de vacío. Necesitaba su piel. Me senté y la vi también sentada, con la concha sucia de flujo mutuo entre las piernas abiertas. Me miraba con ojos muy abiertos, mientras respiraba jadeante, como un animal a punto de atacar.

  • Putaaa- le susurré

Ella gruñió

  • Vení, putaaaa –seguí diciéndole.

Nos atacamos al mismo tiempo y terminamos revolcándonos por el piso, refregando los muslos contra las rajas hambrientas, furiosamente abrazadas. Terminamos manoseándonos las conchas, clavándoles dos, tres, cuatro dedos y gritando descontroladamente, hasta acabar llorando como locas.

Aún llorando, nos comimos las bocas a besos, lengua a lengua, abrazadas y tiritando de los nervios. Cuando me calmé un poco, pude sentir el tremendo olor a hembra que llenaba el lugar. Creo que tenía flujo de ambas hasta en las rodillas. Estaba completamente agotada.

Estuvimos un larguísimo rato pegadas desde la mejillas hasta los pies, hasta que me quedé dormida.

Cuando desperté, Melina ya no estaba. Nunca volvió al gimnasio.

Me quedó de recuerdo su tanguita blanca. No sé si se la olvidó o me la dejó como regalo o desafío, pero todos los días, cuando la miro y trato de llenarme con su olor, ella me dice que no fue un sueño.

© Tauro, 2007 tauro_ar_2000@yahoo.com