Casado con una hotwife
Nuestros juegos se fueron de madre en el pasado, la afición de Esther a las pollas me acobardó y acabé por separarme. Pero en esta vida no hay nada como rectificar, es de sabios, y decidimos volver a tener una vida en común para disfrutarla.
Dicen que de las reconciliaciones salen los mejores polvos y es absolutamente cierto, de eso puedo dar fe tras mi arreglo con Esther, mi esposa, y volver juntos de nuevo. Pero para que permanezca esa chispa no es necesario ningún esfuerzo. Solamente basta con ser consciente de las apetencias de cada uno y una visión amplia de miras. No es ningún secreto, es mucho más fácil de lo que la gente se piensa, pero no todo el mundo es capaz de hacerlo. Por mi parte no tengo reparo alguno en contarlo a quien me lo pregunta, soy de los que piensan que un buen consejo siempre es bienvenido. Como a Rubén y a Andrés, dos compañeros de trabajo de mi esposa. Esther había quedado para salir con todo el grupo y yo me incorporé a última hora de la noche, cuando ya solo quedaban ellos tres. Propuse nos fuéramos a casa a tomar unas copas y continuar la agradable charla. Eso hicimos:
JOSE
Soy consciente de mi sonrisa de felicidad cuando abandono nuestro dormitorio. Allí queda Esther arreglándose, sin dejarme ver, y despidiéndome con un sátiro beso. Me dirijo a nuestro amplio salón donde Andrés y Rubén cómodamente descalzos sobre la cálida madera de nuestro piso descansan en sendos sillones, copa en mano y ya ligeramente bebidos. Me siento en el amplio sofá, frente a ellos.
- ¿Todo bien por aquí, amigos?. ¿Le falta algo a alguien? – les digo.
- Servidos – responde Andrés, el mayor de ambos, de unos cincuenta y algo, más o menos mi edad – Bueno, la anfitriona sí que falta, ja, ja, ja. No es que seas aburrido pero ella es más guapa que tú.
- Gracias – respondo, efectivamente el alcohol empieza a deshinibirlos –, menos mal que no soy celoso – y rio amigablemente.
- Que bien que volvieseis, ¿no? – es Rubén, más joven que nosotros, de unos treinta y largos, el que interviene de manera nerviosa, lo que perfectamente me da la entrada que estaba buscando.
- Pues sí, verás, en esta vida todo tiene solución, o casi todo. Es una cuestión de, digamos, primero ser sincero contigo mismo y con tu pareja. Hay que aceptar como es cada uno, comprenderse y disfrutarlo. Sencillo, ¿no? – les cuento mientras el taconeo de Esther resuena ya por el pasillo, una música celestial para mis oídos, mientras me relamo esperando verla llegar sin saber cómo se ha preparado. Noto la cara con cierto estupor de nuestros amigos: Esther había salido con sandalias planas y lo que escuchan ahora es un agresivo y sensual taconeo acercarse.
Siempre pasa cuando la veo aparecer. Un escalofrío recorre mi espina dorsal hasta llegar a mi nuca y estalla liberando un enorme placer. Un calambre sacude mi polla hasta dejarla dura como una roca, empalmada como si nunca lo hubiese estado, tan grande que me provoca dolor al no poder contener mi erección dentro del pantalón. Esther entra completamente desnuda montada en unos clásicos taconazos blancos de salón, totalmente depilada sin un solo pelo que ensucie su espectacular cuerpo el cual, a sus 49 años, luce como el de una diosa: su pelo recogido y labios rojo pasión; sus pechos, unos apetitosos melocotones tiesos y duros, rematados en unos pezones erizados y apuntando al infinito de puro gusto; las piernas, tersas y tensas aguantando la altura de sus tacones, son esbeltas y luminosas. Y luego su culito, redondo y ya algo menos terso que antes pero si mucho más morboso donde unas ligeras estrías y unas gotas de celulitis parecen invitarte a comértelo a lengüetazos. Dejo que mi esposa se acerque a mi lado, nadie habla. Mi mano manosea su culo sintiendo sus carnes abrirse.
- ¡A esto me refería, señores! – digo efusivamente -. ¡Aceptación y comprensión!, solamente eso. Por ejemplo, Rubén, ya que preguntabas, yo debo reconocer que soy un fetichista de los tacones, lo soy y me encanta ver a mi esposa con ellos puestos – digo mientras Esther sube una pierna, apoyándola a mi lado, dejando ver su depilada vagina sin pudor alguno -. Me encanta acariciarlos, tocárselos mientras los lleva puestos, así, mira. ¿Ves tú también, Andrés?
Toco el pie de mi esposa, acariciando mi fetiche, pasando mis dedos por su fino y largo tacón. Ágilmente me despojo de mis pantalones, dejando saltar mi polla como un resorte y vuelvo a manosear el pie calzado de mi mujer. Ella, al ver mi rabo hinchado y palpitante como una enorme fruta madura a punto de reventar, se relame los labios de manera lasciva y comienza un lento masajeo a mi polla con su tacón mientras yo sigo hablando:
- A ella, por otro lado, le encanta ir en tacones, cuanto más altos mejor. Tendríais que ver que colección tenemos, para todos los gustos. Y por supuesto a ella le encanta que la adore y me complace. Para, cariño, no querrás que me corra.
Esther retira su pie, manteniéndolo apoyado sobre el sofá, con su chochito abierto como una carnosa almeja.
- Más cosas, Rubén. Para ti también Andrés. Todos tenemos nuestras rarezas y no sé si os habréis fijado pero a Esther le gusta, como decirlo, bueno, ser un poco puta. Le encanta el sexo, no hay nada que la vuelva más loca que una buena polla. Eso a mí antes me enojaba, hasta que me di cuenta que realmente… – les digo mientras me despojo de mi camisa y me agacho debajo de Esther – …eso me encanta también a mí.
Con mi esposa de pie, abierta y desafiante como una amazona y yo debajo de ella, comienzo a lamer su coño, limpio y suave como una seda, notando como se moja poco a poco y escuchando el acuoso ruido de sus labios vaginales al separarse. Esther comienza a jadear y con sus dedos dirige mis lamidas mientras se masturba el clítoris.
- ¡Así, vida!. Cómele el coñito a tu esposa, mira que rico lo tiene, amor – dice ella.
Rubén y Andrés están como dos pasmarotes, con las mandíbulas desencajadas y sin saber que decir o hacer. Me levanto y vuelvo al sillón después de abrirlo y convertirlo, como viene siendo habitual, en una amplia cama. Esther se tumba a mi lado, despatarrada, mientras comenzamos a besarnos jugando con nuestras lenguas a la vez que restriego mi mano por todo su coño, dándole palmaditas que resuenan en un chapoteo viscoso, salpicando de flujo todo su pubis.
- Rubén, cariño, ven, por favor – pide Esther -. Acércate, así, colócate aquí, justo ahí debajo. Eso es, vida. Ahora cómeme un poco el coñito, anda, mientras morreo a mi macho. ¡Ah, y vete desnudando, pero no pares!.
Solícito su amigo comienza a lamer y chupar, sorbiendo los jugos de mi esposa que, con las piernas abiertas, acaricia de vez en cuando con sus tacones la cara de Rubén a la vez que él se iba desnudando. El otro, Andrés, con una mirada viciosa, sin que nadie le dijese nada, también se quita toda la ropa, mostrando un pollón oscuro y grueso, empalmado como un burro, comenzando a restregarse su líquido pre seminal por toda la enorme bola que es su capullo.
- Sube, Rubén. Ponte a mi lado – pide Esther -.
El pobre hombre rojo de la excitación y con la polla cimbreante se recuesta al lado de mi esposa, la cual se abalanza sobre él para besarlo con deleite mientras le pajea el rabo. Por mi parte ocupo el lugar de Rubén, comiéndole el chocho a mi esposa. Casi lo tiene a punto de nieve, suave y empapado, segregando una marea inmensa de caldos. Hundo mi lengua en su charca y ella se abre para mí. Andrés no aguanta más y se acerca a nosotros pajeándose como un gorila. Mi esposa al verlo le hace señas para que se siente a su lado mientras me dice:
- Aparta amor, déjalo ya que Rubén me va follar un poquito.
- Si mi vida, disfrútalo – le digo.
- Si cielo, ya sabes cómo me gusta gozar con una buena polla – me responde Esther.
Mi esposa agarra el rabo de Rubén y se lo introduce en su coño, entrando con facilidad de lo abierto y húmedo que está. El más joven de ambos comienza a follarse a mi esposa y ella, a su vez, agarra la gruesa y cobriza tranca de Andrés.
- ¿Así se te pone cuando me miras en el trabajo, cariño?. ¡Mmmm!, esto no puede ser, tiene que dolerte mucho, amor. Haremos una cosa, cuando te vuelva a pasar me avisas y yo te alivio un poquito, así, mira – y Esther comienza a mamarle el rabo sujetando la polla bien tiesa por sus huevos.
Ahora soy yo quien se sirve la copa, mientras me siento en un sillón a contemplar el cuadro. Doy pequeños sorbos y me masturbo pausadamente viendo como un macho se está follando a mi esposa y ella le hace una mamada a otro cabronazo salido. La polla de Rubén entra y sale, recia y brillante como una espada. El coño de mi mujer se abre y la engulle, con sus labios vaginales cada vez más rojos por la fricción. Oigo como la tranca chapotea ruidosamente en cada jalada y como restallan las embestidas al ensartarla por completo. Esther pajea y come golosamente la tranca de Andrés, parando de vez en cuando para evitar que se corra, momento que aprovecha para mirarme y sonreírme.
- ¿Te gusta lo que ves, cari? – me dice -. ¿Te gustan los tacones que me he puesto para ti hoy?.
Esther comienza a jadear cerrando los ojos. Andrés soba sus tetas y se agacha para lamerlas indecorosamente como una alimaña enloquecida. Mi esposa se las toca y se las ofrece, dejando sus pezones espigados para que se los muerda. Rubén bufa como un mulo, con su vida pendiente tan solo de la follada que le está metiendo a mi mujer. Esther vuelve a mamarle el rabo a Andrés, que grita del gusto, mientras le aprieta los huevos provocando que la tranca se empine tragándosela por entero.
- ¡Me voy a correr!. ¡Me corro, ME CORRO! – grita de repente Rubén.
- Si mi vida, córrete. Déjame bien jodida, lléname el coñito de leche. ¡ASI, ASI, SI, SI!. ¡Clávala cabrón!, dentro, así. ¡¡AHHHHH, que gusto!!. ¡Mira cuanta lechita tenías para mami! – mi esposa estaba en pleno orgasmo, con la polla de Rubén enterrada a más no poder soltando chorros dentro de su vagina mientras ella lo besaba con locura.
Lentamente Rubén retira el rabo, deslizándose por su chochito como una culebra en un lodazal. El coño de Esther está rojo y abierto como una amapola. Un pequeño goteo de semen se deja ver por su enorme y profunda abertura. Ella se separa de su macho sin dejar de mirarle a los ojos, sonriendo traviesamente. Su mano sigue en la polla de Andrés y de nuevo comienza un suave pajeo.
- ¿Y tú qué? – pregunta Esther a Andrés -. Tan machote siempre, mirándome a todas horas. Te vuelvo loco, ¿no es eso?. No puedes parar de pensar en follarme, en cómo me clavas la polla, en mi coño, en cómo me enculas, en cómo te pido que me revientes como una puta y que me folles hasta preñarme. Y mírate, aquí estás. Pero, ¿sabes qué?, hace falta un buen macho para joderme y tú no das la talla.
- ¡PUTA! – responde Andrés encajando las palabras de mi esposa.
- Ya lo sé. Te lo acaba de decir mi marido – responde ella mientras lo empuja, dejándolo tumbado a la vez que se pone a horcajadas sobre él -. Aquí la que folla soy yo. Para dártelas de macho hoy, por lo pronto, has dejado que otro me folle primero, quedándote como un pasmarote mientras te pajeabas, puto mirón. Tienes una hembra salida ofreciéndose como una furcia y te la dejas levantar.
Esther lo agarra por el rabo y se la menea mientras que con la otra mano le exprime los huevos. Lo acaba de poner muy cerdo con todo lo que le ha dicho y la polla parece a punto de explotar.
- Si quieres te follas a tu mujer cuando llegues a casa, que ahora voy a follar yo – y mi esposa se deja caer por completo sobre su tranca, quedando ensartada hasta el útero con un grito desgarrador.
Desde mi sillón veo como Esther empieza a subir y a bajar, primero lentamente para poco a poco ir subiendo el ritmo hasta acabar brincando como una loca sobre su verga. Mi esposa se retuerce en cada estocada, arqueando su espalda y apretando su pubis cuando se la incrusta, ordeñándole el rabo con su coño.
- Ven cariño, te necesito – me dice girando su cabeza hacía mi -. Chúpame las tetas, amor.
Me acerco y veo botar frenéticamente sus pechos, brillantes por el sudor y tiesos como velas. Como puedo los lamo y los chupo, se los toco y aprieto.
- ¡Tú! – le dice a Andrés -. Sujétame por los tacones.
Y ahí estamos, donde ella quiere. Esther follándose una rica polla, mientras su macho la agarra de los tacones y yo lamiendo sus tetas. Lo está disfrutando, cambiando el ritmo a placer, cuando mi mujer me dice:
- Se va a correr, vida. Me va a inundar el coño de leche.
Y efectivamente, entre alaridos de ella y bufidos de él, mi esposa llega a un rico orgasmo mientras Andrés la riega de lefa hasta el estómago. Ahora soy yo quien maneja los tiempos. Dejo que mi esposa se baje de la verga de Andrés lentamente y que él recupere el aliento. A todas estas Rubén no ha parado de pajearse eyaculando por segunda vez. Esther se recuesta sobre el sofá, colocando un cojín bajo su cintura, dejándola en alto.
- Pues bien señores, hora de irse a casa. Venga, ya. Rápido, fuera de aquí. Y por cierto, chitón sobre esto o ciertas fotos llegarán a sus respectivas. Así que, cualquier desliz, y bueno, ya saben…. – les digo.
Los veo marcharse como alma que lleva al diablo y vuelvo con Esther. Ella en el sofá, abierta y sudorosa, con su raja dilatada como una esclusa, un enorme y profundo boquete entre sus piernas rojo como un fresón. Me acerco agachándome a su vera y el intenso perfume a sexo, sudor y semen me sacude el olfato. Lamo con sumisión su vagina, una, dos, tres veces. Beso con mi lengua su enorme y salido clítoris, erecto como un pequeño pene. Vuelvo a su vulva, sorbiendo sus labios mayores y mamando el goteante flujo de los menores hasta que su coño empieza a verter gran cantidad de semen.
- Mira mi vida, que llenita estoy. Mira cuanta lechita tengo para ti, tómatela. ¡Si, así, toda tuya!. Bien calentita, como a ti te gusta. Mi mamoncito lindo, como te cuida mami, dándote de mamar toda su lechita. Toma bebito, acábate toda la cremita de mami – me dice Esther mientras como, trago y lamo todos los caldos de su depilada y caliente vagina a la vez que ella, hundiendo sus dedos, hace brotar más semen de su interior-. ¡Ahhh, espera, hay más!. Hoy mami está cargadita de leche, cómo me arde el coño, amor. Alíviame, cómeme entera, cómete a mami y su rica lechita.
Para mí no existe mayor gusto que recoger los restos de placer de mi hembra, lamer los chorros que sus machos eyaculan dentro para hacerla gozar. Sí, soy su ternerito, mamando la leche de su concha, viendo como ella disfruta dándome de comer. No hay sabor más dulce que el néctar de su coño.
- ¿Te has quedado con hambre, mi vida?, ¿quieres un poco más?. Ven, espero que no te de asco el chochito usado de tu mujer, métela, ¡Ohhh, que polla tienes cabrón!, mira que jodida estoy y como me llenas. Fóllate a mami, anda.
Me follo a Esther con ganas, aguantando mi corrida hasta sacarle un último orgasmo, penetrando su coñito recién follado, abierto por otros machos y húmedo como un pantano. Se lo digo, que me encanta verla follar, sentir su cueva usada y caliente, dilatada por una buena polla. Ella me responde llegando al orgasmo:
- Córrete y acábame vida, que quiero darte lechita de nuevo. Luego puedes limpiarle los tacones a mami, amor.