Casado con dudas

Un casado en camino a no serlo, un hetero a punto de perder el invicto.Un fantasma en el ropero y un vecino sexy que le quita las dudas.

Te perdono, le dije. Ella tenía lágrimas en los ojos. Pero ya no me conmovían. Mi perdón era sólo de palabra, de la boca para afuera, no era un perdón sentido, simplemente era una cuestión de conveniencia social. Una salida provisoria. Yo quería evitarme el bochorno de que se supiera en el pueblo, que ella me había engañado con otro hombre No quería que me señalaran. Ahí va el cornudo….

Te perdono, no llores le dije, pero ella siguió llorando. Es una buena actriz. Tan buena actriz, como hija de puta. Me puso los cuernos. Se revolcó con el primer viajante de comercio que pasó por Los Colmenares, nuestro pueblo casi perdido en el sur argentino. Encima el tipo era un vendedor de relojes de marca desconocida. Falsificaciones. Réplicas baratas. Al menos si hubiera sido un distribuidor de Rolex, Patek Philippe, Longines….

Yo le decía que la perdonaba, también para que ella sintiera culpa, quería demostrarle que yo era superior a ella, que yo era noble, generoso, con un alma inclinada al perdón, pero no era así. Me guardaba las cartas. Yo me iba a vengar. Ya nada iba a ser igual. Ella era la madre de mi hija, y lo seguiría siendo, pero nada más. Juro que la había amado mucho. Me casé con ella locamente enamorado. Pero las cosas cambian. No sé cuando la había dejado de amar.

Tal vez ya no quedaba mucho de aquel amor, cuando ella me traicionó y luego, harta de esconderse, de mentir, de buscar excusas, me lo confesó, haciéndose la arrepentida. Porque yo no soy del todo inocente. Las cosas se habían enfriado. Posiblemente ella también me detestaba, pero a los dos el divorcio no nos convenía. A mí por "el qué dirán " y a ella porque no tenía ganas de perder el estándar de vida que yo le daba, la casa de dos plantas, los dos autos, los viajes, ni la condición de señora del Dr. Mariano Miñagurria, un servidor.

Además el viajante, su amante apasionado, nunca más volvió. Ella se quedó en casa y yo también, pero las cosas ya no fueron iguales: nuestro matrimonio desde ese momento, o quizás aún antes, era una farsa. Dormitorios separados, vidas separadas bajo el mismo techo, nada compartido, ninguna alegría, la nuestra era una convivencia aparente con demasiados silencios. En mi corazón había una rabia sorda. Hija de puta, como te odio. pensaba a veces. Pero, estaba nuestra hija. Y Alina, a pesar de todo, es una buena madre. Y mi hija es la luz de mis ojos, el sol de mi vida.

A veces me despertaba de noche, empapado de un sudor frio, temblando, con el cuerpo dolorido y me maldecía por haberla querido, por haberle sido tan fiel todos estos años, por haberle dado todas las comodidades, y haberme sacrificado porque nada le faltara. Puta, hija de puta, quería gritar pero me callaba. Despierto, desvelado, en mi tensa vigilia pensaba, y esas reflexiones íntimas, que no compartía con nadie por supuesto, me permitían ser más ecuánime, hacer un auto examen y pensar que quizás todo era mi culpa: tal vez yo la había abandonado, le había dedicado a ella muy poco tiempo últimamente. Privilegiaba mi trabajo, mi profesión, mi carrera y pasaba días enteros viajando a la capital de la provincia, dejándola sola en ese paraje casi desolado, barrido por el viento implacable de la Patagonia. La pasión se había terminado hace un tiempo, y no la habíamos tratado de restablecer: a veces, me juzgaba a mí mismo, avergonzado: yo la tuve "mal atendida", yo no había sido suficiente hombre para ella, le faltó cama, pija, la mujer necesitaba sexo, mucha pija, coger más y yo no le daba toda la verga que necesitaba. Quizás le faltó amor, ternura, compañerismo….

En otras ocasiones, no me asaltaba la culpa, sino una suerte de indignación mezclada con curiosidad y me daban ganas de ir al dormitorio de ella, (yo ya dormía en otro cuarto) y despertarla para preguntarle si el viajante tenía una poronga descomunal, una garcha de esas que te dejan casi ciego al mirarlas, una tercera pierna, de tan grande. ¿Cogía bien? ¿Mejor que yo? ¿Te hacía gozar, sucia? Seguro que ni un reloj falsificado te regaló, zorra… Te garchó gratis, puta barata. Pero no lo decía Había un motivo. Un secreto guardado bajo siete llaves en mi cabeza. Un fantasma escondido en mi armario. Yo había sido siempre fiel físicamente, pero no en mis pensamientos, no en mis deseos, no en esos ganas inconfesables que me asaltaban constantemente.

Toda la vida amé a las mujeres. Amaba su delicadeza, sus curvas, su sensibilidad, su aroma, su dulzura, su piel, su entrega. Siempre fui un enamorado de las mujeres. Sin embargo, había habido un hecho casual en mi infancia, una circunstancia fortuita, algo al pasar, que había tenido un impacto increíble en mi inocencia, que había perturbado mis sentidos, que había llenado de preguntas a mí mente. Una ocurrencia impensada que se había atravesado en mi camino y que me había sumido en la duda más desconcertante. Era la sombra que había estado presente también durante mis años felices con Alina. Esa inquietud, esa confusión, esa pulsión….

Yo tendría unos diez años y un día fui con mi abuelo Felipe a la feria dominical del parque Rivadavia, en pleno barrio de Caballito, una zona muy linda de Buenos Aires. El se detuvo en los puestos de filatelia, era loco por las estampillas y yo me escapé al sector de libros y revistas: buscaba unas revistas mexicanas de historietas infantiles de la editorial Novedades, pero inadvertidamente encontré una revista vieja de machos desnudos. Lo único que vi antes de que me llamaran, era a un tipo con un casco en la cabeza sentado en una moto completamente desnudo y con su enorme pija parada. Nunca había visto a un hombre adulto desnudo y erecto, Esa visión que apenas duró un minuto fue tan impresionante que nunca la pude olvidar. Esa imagen me persiguió siempre. Pienso, y no soy un experto, que no me hizo homosexual, nadie se convierte en tal de un día para el otro, pero tal vez, esa foto despertó en mí una curiosidad permanente y morbosa, casi perversa, fomentó mi fantasía calenturienta, mi extraña fascinación por las vergas.

Vergas de otros machos, avistadas en vestuarios y baños públicos, adivinadas bajo los shorts de baño y los equipos de gimnasia, exhibidas a veces sin ningún pudor por braguetas apretadas de jeans y pantalones ajustados en las calles y parques, en las playas y trenes, en clubes y salas de fiestas, en revistas, películas, videos e Internet, vergas erguidas, gordas, venosas, duras, pijas medio dormidas con huevos grandes, garchas que subían por los vientres de los machos hasta pasar el ombligo, vergas levantadas y orgullosas como señalando el cielo. Pijas de todas las formas, circuncisas o no, claras y oscuras, peludas, lampiñas. Pollas llenas de sangre, vigor y deseo, pijas mojadas anticipando la cogida. Bultos vistos al pasar, miradas con largavistas, espiadas tras cortinados, seccionados por mi morbo de sus dueños, con cuyo recuerdo solía pajearme por las noches. Piernas masculinas abiertas de tipos sentados en ómnibus y trenes subterráneos dando acceso a bultos pronunciados, genitales llenos de semen.

Cuando algo mas adulto tomé conciencia de que esa obsesión estaba mal vista,, ya no supe cómo definirme a mí mismo, sexualmente: heterosexual, bisexual, gay, Preferí considerarme curioso. Un hombre heterosexual que dudaba. Pero no era tan simple. Si yo sentía así, era mejor que nadie lo supiera. Sería mi secreto. Lo fue siempre. Cuando esa curiosidad se estaba convirtiendo en tentación, y esa fantasía generaba un impulso irrefrenable a tocar una verga, sobar una garcha, chuparla, estar con otro hombre, coger con otro macho y así probar en los hechos esa atracción incontenible, aquello que lleva a lo que los psicoanalistas llaman el "acting out" (convertir la pulsión en acción), o dicho vulgarmente hacer "la porquería" como diría la señora de mi tío, justo en ese momento, conocí a la que sería mi mujer. Y como una tabla de "salvación" me enamoré de ella, nos casamos, formamos una familia. Pretendí ser "normal" todo lo que pude. Y me fui lejos de las ciudades grandes, a una zona casi desértica donde la tentación no pudiera convocarme. Pero en esa lucha desigual contra mis impulsos, en esa guerra con mis pulsiones cotidianas, perdí. Me convertí en un casado con dudas.

Esa Semana Santa, después de enterarme que era un cornudo, un marido engañado y hacer lo imposible porque no trascendiera, me fui a Buenos Aires a visitar a mi madre.

Como iba a viajar en avión, y tenía la camioneta en el taller, llamé a lo de Ricardo, el remisero del pueblo para que me transportara como otras veces, a la capital de la provincia a tomar el avión a Buenos Aires. Ricardo estaba haciendo otro viaje y me pasó a buscar otro automóvil manejado por un chofer que trabajaba para él. Un tal Héctor, un morocho, algo tosco, de ojos aindiados, tez mate, más bien robusto, con apariencia, movimientos y gestos de boxeador profesional retirado o de guardaespaldas de sindicalista importante. Me ayudó a subir el bolso y comenzamos el viaje de 110 kilómetros por la ruta desierta. Aunque no teníamos confianza, entablamos una conversación durante el largo recorrido, que comenzó con temas triviales como el clima, el pueblo, hechos recientes, política, fútbol, y terminó en asuntos más privados. El tipo parecía querer tirarme de la lengua y hacerme hablar. Al principio no me di cuenta de eso, pero cuando dijo que el no se había casado, para no mantener a ninguna zángana, que si quería un huevo lo compraba sin necesidad de ser dueño del gallinero, que las mujeres eran todas falsas y putas y cosas por el estilo, se me encendió la lamparita.

A cada rato, el grandote movía el cuerpo sobre el asiento y a mí me parecía que se acomodaba el pito que se le saldría del calzoncillo. O le picaba el culo no sé. Estaba oscuro, y frío, pero dentro del auto, se ponía más caldeado a cada minuto.

  • ¿Y a Usted doctor como le va con las mujeres? Preguntó así de sopetón como quién no quiere la cosa. El chofer parecía estar al tanto de los últimos chismes del pueblo e incluso de mi situación matrimonial.

Callé un par de segundos. No pensaba dar detalles de mi vida privada a este tipo que no me merecía ninguna confianza.

  • Me va bien, contesté sin aparentar tensión, pero él no se quedó contento.

  • En el pueblo se dice que Usted y su patrona, no se pueden ni ver, dijo con picardía.

  • Mirá Héctor, le dije con aparente calma, - en el pueblo se dicen tantas cosas, y no te cuento lo que dicen de vos, retruqué no sin cierta rabia.

  • ¿De mí? ¿Qué dicen de mí Doctor? Pareció desafiante o inquieto, quizás molesto, pero yo me mantuve reticente.

  • Vos sabrás Héctor, retruqué enigmático. – y si no sabés preguntale a los chismosos. Te vas a asombrar. Pueblo chico infierno grande, concluí.

La verdad nunca había escuchado nada del peón de taxi pero seguro que tenía algo que esconder. Algún secreto que lo perturbaba como a mí. El que esté libre de pecados….

Tiempo después lo arrestaron por abuso de un menor. De un adolescente de catorce años, hijo de un matrimonio de caseros de un campo. Pero yo ni sabía esos "gustos" de ese tipo. En realidad, para ser sinceros, el tipo era tan asqueroso que no me interesaba mucho.

Por un momento cerré los ojos, me quedé dormido y tuve una pesadilla perturbadora: que el fortachón este, dejaba el camino, se desviaba como dos kilómetros en el barro y aprovechando la noche y la desolación del paisaje, a punta de pistola, me obligaba a besársela, a mamar su verga gorda y mal oliente, y a tragarme toda su leche merengada. Después me bajaba los lienzos y sin ningún aviso me cogía varias veces, con esa garcha oscura y gorda que seguro tenia, y llenaba de leche mi culito desvirgado: tomá puto tomá, me gritaba y yo entregado, vencido, violado y sometido, le pedía más y el grandulón me decía así que querés más pija putazo, la vas a tener, y me volvía a penetrar, y comenzaba a bombear, mientras me pegaba con saña., me tiraba de los pelos, me cacheteaba la cara, me mordía la nuca.

Pero no pasó nada de eso, abrí los ojos y al rato llegamos al aeropuerto, me bajó el bolso y nos dimos la mano y al despedirnos me dijo con alguna picardía o quizás, pienso ahora, con temor:

  • Buen viaje y a la vuelta me cuenta qué se dice de mí "doc", no me deje con la espina clavada Doctor.

Nos reímos. Para mi pensé, "clavar" no te "clavaría" nunca, no tengo tan mal gusto. Nunca llegué a decírselo. Antes que yo tuviera que inventar algo para develar su curiosidad, lo detuvieron por corruptor de menores.

Ahora me quedaban el vuelo a la ciudad y el reencuentro con mi madre a quién tenía bastante olvidada. Ella vive sola, en una casa de departamentos de una sola planta, lo que en Buenos Aires se conoce como un PH, o sea uno de varios departamentos en propiedad horizontal, construidos a lo largo del terreno, con puertas que se abren a un mismo corredor que da a una única puerta de calle. Es un edificio antiguo de buena construcción de principios del siglo pasado, no muy bien mantenido, pero los ambientes son grandes y la unidad de mi vieja tiene un patio, "el fondo" como ella lo llama, con plantas, enredaderas y macetas, lugar predilecto para el retozo diario de Sofanor mi gato al que mi madre ha engordado de manera increíble. Lo cuida con devoción y pienso que lo hace porque el gatito es lo único que le queda de mí, ahora que vivo tan lejos.

La casa seguía igual, y ella tan depresiva como siempre, quejándose del costo de vida, de que el dinero no alcanza, de su cadera recién operada, de la artrosis de sus dedos, de la humedad, de la inseguridad con tantos robos que muestra la televisión, de lo poco que la llamo, de que hace mucho que no ve a mi hija, de que el gato se escapa y no vuelve por días enteros, y otras cosas más. La abracé. Es duro llegar a viejo, pensé.

Mi madre estaba haciendo pintar el patio, y cuando llegué vi a un pintor en plena tarea. Es el hijo de doña Sara, la señora del "B", la que falleció, ¿te acordás, me preguntó mi vieja. Y la verdad yo no sabía quién era esa vecina doña Sara, ni tampoco recordaba el nombre del muchacho, algo más joven que yo, hasta que mi mamá me lo presentó y él saludó desde lo alto de la escalera, enfundado en unas jardineras, sin camiseta abajo, manchadas de pintura blanca, que apenas cubrían su pecho peludo, salpicado de vellos castaños claros. Se llama Eduardo, pero todos le dicen Teddy, ¿te acordás? , me preguntó ella otra vez, con interés. No mamá, me dije para mí, no me acuerdo de doña Sara, la finada que en paz descanse, tu vecina de dos departamentos más adelante, y menos de este muchacho Eduardo, alias Teddy, su hijo. Pero puse cara de recordarme. Cómo había borrado los rostros, los nombres, las personas, el paso del tiempo y la distancia……. Pero yo a este Eduardo, alias Teddy el pintor, podría jurar que nunca lo había visto: era demasiado lindo como para que yo no lo recordara.

Alto, con barba candado, peludito, con un tatuaje rodeándole el brazo derecho, y otro a la altura del hombro, arito en la oreja izquierda, delgado pero fibroso, espaldas anchas, culito redondito y parado, piernas de ciclista y unos ojos negros brillantes grandes iluminando su piel blanca, casi pálida. No pude dejar de notar sus ojos posados en mis ojos por un momento, como reconociendo el terreno. Y al final de esa larga observación, la sonrisa tímida al principio, franca luego, que me dedicó, una sonrisa que muy pocas veces se intercambia con otro hombre.

Una vez en mi cuarto me bañé, me afeité, y me cambié. Me puse ropa como para salir. No sé porque lo hice. Acaso para impresionar al pintor montado en su escalera, el hijo de la vecina muerta. Acaso para sentirme más animado. Pero cuando bajé. mi vieja me esperaba con unos mates y el muchacho se había ido.

Mi madre se desplazaba con dificultad, aún con el carrito que le habían recomendado luego de la cirugía de caderas, pero igual se desvivía por atenderme. Conversamos y contesté todas las preguntas posibles. Dije que con Alina estábamos separados pero no le detallé las causas. ¿Es definitivo? preguntó, y yo le dije que era algo terminado. Se sintió mal. pero le dije que era por mi bien, que no se preocupara. Se puso triste por mi hija, pero la tranquilicé. Ella va a estar mejor, no perdió a ninguno de sus padres. Cambiamos de tema. Me dijo, te voy a tejer un sweater, tengo lana. Le dije, qué bien muchas gracias. Sonrió. Seguro que nunca me lo pondría: siempre le salen chicos de sisa

Después me habló de lo bueno que era ese chico, el pintor. Cómo la ayudaba con las compras, los trámites, los pagos bancarios, los pequeños arreglos de la casa. Sabe hacer de todo, señaló. El gato lo adora. Se le sienta encima, busca que lo mime. Es un tesoro Teddy dijo y me dieron como celos…. Qué hacia ese chico en mi lugar: reemplazándome en la función de hijo. Conquistando a mi gatito Sofanor….

Es lo que antes se llamaba un bohemio, un artista sabés, pinta, expone sus cuadros y dicen que es muy bueno, ganó premios, agregó mi vieja. Está solo, desde que murió la finadita, su mamá. Lo dijo con tristeza.

Cuando habla, mi vieja no puede parar. Si no hablase tanto yo pensaría que está enferma, Pero no, habló hasta por los codos y a cada rato, con una memoria impecable para sus ochenta años, decía Teddy de aquí, Teddy de allá. ¿Qué tendría este muchacho que ella lo alababa tanto? Yo sólo había notado un culo espectacular, una sonrisa dulce y una mirada tierna

Así que pintor el mozo. Un artista plástico y no sólo pintor de brocha gorda, pensé. Bueno por ahí la tiene gorda también, no sé, me dije. Calculé mentalmente su edad, unos 34 años. Soltero, artista, demasiado buen mozo, sensible, dulce, devoto de su mamá doña Sara la finadita. No llevaba anillos en sus manos, ni parecía tener novia, según me informó mi madre. Está tan solito que a veces viene a hacerme compañía, agregó.

Ahí caí : ese muchacho tan amable, bohemio y artista , de ojos sugerentes, cuerpo trabajado, arito en la oreja izquierda , tatuajes multicolores y culito firme y parado, era gay. Pasivo o activo, pero gay. Todo sumaba y yo con esa conclusión demostraba que tenía internalizados los prejuicios de la gente. ¿Y qué, si era gay ?. Sonreí de nuevo y mi vieja lo notó porque me dijo que en alguna picardía estarás pensando, si te conoceré. Me medía el largo de las mangas; no te muevas dijo, que me va a salir mal el sweater

Me preguntó después si podía hacerle unas compras en el autoservicio chino de la vuelta, y hasta allí me fui con la lista que ella preparó, en la mano. Su letra redondita de maestra, bien clara, pero de trazos algo temblorosos. El mismo papelito blanco con que me escribía lo que debía comprar cuando era chico, cuando yo le iba a hacer los mandados.

Cuando salía del autoservicio con las bolsas de la compra, me lo crucé al pintor, a Teddy, bien vestido y afeitado. Nos saludamos con la cabeza, y me lo quedé mirando, mientras se iba. Tiene un culito para hacerle un cuadro, pensé. Es el colmo del artista plástico pensé, tener un culo para ser pintado en una tela y pasar a la posteridad, pero de espaldas. Al llegar a la esquina dio vuelta su cabeza, y me vio observándolo. No dijo nada. Me pareció advertir una sonrisa. O fue mi imaginación. Que orto tiene ese tipo, pensé y la pija se me paró enloquecida.

Pegué la vuelta en dirección a mi casa, arreglándome como pude la bragueta y él. que había vuelto sobre sus pasos. se puso a mi lado. ¿Te ayudo?, me preguntó. No, está bien, contesté sorprendido y con tono quizás poco amable. Casi como que lo echaba. El muchacho quería ser servicial y yo lo espantaba así, de tan mal modo. Me retracté. Perdoname le dije, me llamo Mariano, agregué y le pasé la bolsa más pesada. El me miró a los ojos, y me pareció que se puso contento. Esa sonrisa me afectaba. Había algo en esa sonrisa.

  • Si, ya sabía tu nombre, tu vieja siempre me habla de vos, dijo. Qué le habrá dicho de mí la vieja, pensé. Espero que le haya hablado bien de mí. Como si adivinara mi pensamiento, me miró con sus ojos tranquilos y me dijo, que la vieja siempre hablaba bien de su hijo, que a veces le mostraba fotos mías.

  • Ya te conocía por referencias y por fotos agregó. Yo pensé, yo a vos no te conocía, pibe, ni en fotos, pero que linda sorpresa. Claro, no se lo dije. Esas cosas no se dicen entre hombres. Al llegar a la puerta de calle, le tomé la bolsa que había cargado y le dije, muchas gracias. En el camino casi no habíamos hablado, apenas si chocábamos nuestros cuerpos con las bolsas, pero yo sentía el calor que él irradiaba, olía su colonia. Era una fragancia dulce y persistente, volaba en el aire como una tentación. Se me quedó patinando en la nariz. La pija seguía alerta. Ese perfume la despertaba.

Cuando al llegar, me pasó la bolsa pesada, su mano marcada por las tiras de la bolsa estaba roja pero era suave y tibia. El solo contacto con mi propia mano me hizo estremecer. Entramos, y él se detuvo en el departamento "B", el de su madre la finada, y yo seguí hasta el fondo, donde el gato al verme entrar a la casa de mi vieja, me hizo fiestas o eso me pareció.

Esa noche casi no pude dormir. Mi vida era un rompecabezas. Si Teddy estaba sólo contra su voluntad, yo había buscado la soledad, casi la necesitaba. O por lo menos necesitaba alejarme de mi mujer, poner distancia otra vez. Pero claro estaba la nena, mi hija y mi trabajo. Me daba vueltas en la cama y veía las sombras que las plantas hacían sobre las paredes del cuarto en penumbras. ¿Qué carajos iba a hacer cuando volviera al Sur ?

Prendí un cigarrillo y me puse a jugar con el humo. El gato gordo dormía a mis pies. Quería pajearme para aliviar la tensión pero no podía. Estaba desmotivado y el sueño no venía. Daba vueltas en mi cama pero no me adormecía. Conté carneritos saltando la verja, angelitos, pajaritos en el aire, estrellas en el cielo, espigas en el campo. pero nada.

Me vestí y salí a la calle. La noche estaba fría. Pero ese fresco que me daba en la cara estaba bien, me limpiaba la cabeza de malos pensamientos. Entré a un bar, había poca gente, noctámbulos, solitarios, personas grises, ebrios, desesperados, algún suicida. Tomé un cognac, y como no estaba acostumbrado a beber, me golpeó en las venas, se me subió a la cabeza.

Más tarde volví a la calle, camino a mi casa. La luna se escondía tras las nubes y yo temblaba de frío. El fresco de la noche volvió a pegarme en la cara. Cuando llegué, tomé las llaves y con dificultad abrí la puerta de calle. En el departamento "B", había luces encendidas, y una música muy suave provenía de su interior. El muchacho está levantado, pensé, quizás no puede dormir como yo, tal vez la inspiración le viene a estas horas y está pintando su obra maestra. Pasé el departamento de Teddy en dirección hacia el fondo, dudando si tocarle el timbre de la puerta o no. Éramos casi extraños y qué pensaría si tocaba a su puerta a esa hora, eran las doce y diez de la noche. Creería que estoy loco, o que tenía segundas intenciones. Seguí mi camino recordando sus ojos en los míos esa tarde, su mano rozando la mía, su colonia, su cuerpo caminando a mi lado, llevando mi bolsa de compras. Su mano enrojecida por la carga. Las palabras de mi vieja, está solito…. Las palabras de él en el camino a la tarde: ya te conocía por referencias y por fotos. La imagen del motociclista con la pija parada. Cuando yo iba a abrir la puerta de la casa de mi vieja, el abrió la de su departamento y me llamó, con la mano, con la cabeza, con la mirada, sin decir palabra, con un ruego de esos ojos oscuros brillantes, que iluminaban el corredor en penumbras.

Me detuve, vacilé, sabía que algo definitivo podría ocurrir si aceptaba la invitación. Algo que había deseado siempre y que me atraía como un imán. Ese vecino del departamento de adelante, me tentaba, me calentaba, me hacía perder los límites que yo siempre había puesto. Sabía que me separaban cuatro metros de mi destino, y la ansiedad me hizo perder el equilibrio, sentir un mareo, tuve el terror de caerme al suelo redondo. ¿Qué vas a hacer, me preguntaba una voz en mi conciencia? No lo hagas, es un viaje sin retorno, me decía otra. La boca se me hizo pastosa, el estómago repitió el alcohol, pero me sobrepuse. Lo miré en las sombras y me dirigí a su puerta, sin dejar de mirarlo ni un segundo, sin pestañar, como hipnotizado. Me tomó del hombro y me hizo pasar.

Se escuchaba un tema de George Michael muy bajito, como para no despertar a las brujas y duendes de la noche. Pasá, ponete cómodo, estás pálido. me dijo

Me miré en el espejo de su comedor: si, estaba pálido, con ojeras bajo los ojos, la mirada vidriosa, una ligera sensación de nauseas, unas ganas locas de tirarme en algún lado, un cansancio que se apoderaba de mi cabeza, de mis hombros, de mis pies. Me tocó la frente, no, no tenés fiebre, me dijo. Debe ser el cambio de tiempo, agregó. Su mano permaneció en mi cara, y esa caricia de su piel caliente, me perturbó e intenté sonreir mientras la pija, que no me obedece nunca, se paraba como loca. Calmate, le dije mentalmente pero mi garcha no me hizo caso, tiene su propia voluntad. Tomé su mano apoyada en mi mejilla, y mirándolo a los ojos, los ví húmedos , líquidos, preocupados, emocionados. Llevé esa mano a la boca y la besé con ternura. ¿Qué me pasaba?

El no necesitó reponerse de la sorpresa para tomar mi mano y besarla a su vez. ¿Dónde estabas pintor de brocha gorda, mi ángel de la guarda, solitario, bohemio y herido del departamento "B", antes de conocerte ?

  • Te estaba esperando, me dijo, como si respondiera a la pregunta de mi cabeza, yo no entendía nada

  • ¿A mí? ¿Me esperabas a mí? Pregunté.

  • Si, a vos Mariano. Te oí pasar antes. cuando saliste. Creí que venias para acá pero no te detuviste, y saliste a la calle, agregó. No leía mis pensamientos todavía, pero me había estado cuidando y esperando.

El muchacho había seguido mis pasos, estaba pendiente de mis movimientos Me sonrojé y lo miré confundido:

  • ¿Y te quedaste esperándome, Eduardo?

  • Si te esperaba, pero por favor llamame Teddy, dijo, y yo todavía no entendía bien. O no quería entender.

Le miré el tatuaje del brazo, era como una pulsera que le daba vueltas a la altura del músculo, tenía vestido un pantalón pijama gris de algodón y una camiseta corta que no le tapaba todo el pecho. Esta Me hizo sentar en el sillón y cuando levantó los almohadones que luego apoyó detrás de mi cabeza, le miré el culo, ese culo parado, redondo y gordito que me volvía loco.

Me preguntó que hacía en la calle a esa hora. Le dije que tomar aire, despejarme. Que no podía dormir. Yo tampoco podía dormir me contestó, y su cara seria, su mirada honesta, me dio tranquilidad, me transmitió calma y serenidad. Alargó sus brazos, y yo me dejé abrazar. Fue algo natural. Algo que yo esperaba. El abrazo fue fuerte, de esos que te hacen sonar los huesos. Acercó su cuerpo al mío, me apretó contra su pecho, me acarició el cuello, el pelo. Refregó su cuerpo con el mío. Su cara tibia contra la mía fría por el viento de la calle. El contacto de otro hombre era completamente diferente pensé al contacto con las mujeres. No era poco delicado, pero era más apasionado. Del otro lado había un igual, con mi misma o superior fuerza, sus manos grandes parecían recorrer mi cuerpo en pocos pasos, volaban en mi piel como pájaros afiebrados. No reconocían barreras, parecían recorrer un camino ya transitado, como el del propio cuerpo.

Nada me había preparado para el beso: el beso de otro macho tenía una fuerza, una energía, una prepotencia, una audacia, que yo no conocía. Nos besamos apasionadamente y nos desnudamos casi sin darnos cuenta, y él se tiró en la cama con las piernas desnudas largas y musculosas, peludas y fuertes, abiertas y alargó sus brazos firmes hacia mí y yo me tiré sobre su cuerpo, entre sus piernas y despacito me fui acercando a aquella golosina prohibida, aquella pija que él me ofreció para que me la comiera lentamente, saboreando cada poro, cada célula, cada milímetro, besándola, lamiéndola, chupándola , dejando una huella de mi saliva en cada tramo, oliéndola, tocándola, mamándola desesperado. El tomó mi cabeza y metió su pija con fuerza en mi boca, y yo trataba de meterme más y más aquella verga tan deseada en mi garganta, haciendo un esfuerzo para respirar al mismo tiempo y para vencer el temor a las arcadas.

Después dio vuelta su cuerpo para buscar mi pija, mi pija anhelante y mojada, dura y potente, mis huevos llenos de leche, mi cabecita asomada y expectante. Que grande la tenés me dijo, antes de llevársela a la boca, antes de comenzar a mamarla con deleite, apretando su boca a mi pija con pasión, y chupándola fuerte, ahhh me matás le dije, ahhh…. Su lengua y sus labios recorrieron mi glande, su mano huesuda y fuerte apretaba el tronco de mi verga, y por momentos acariciaba mis huevos como al pasar. Ahhh que delicia , que delicia dije y me sonó a porno brasileño, pero era lo que sentía en ese momento. Confirmaba el lugar común de que sólo otro hombre sabe dar placer a otro macho, porque conoce los puntos, las coordenadas, los gestos, los movimientos, las intensidades, porque tiene pija y sabe dónde y cómo, el mismo siente placer.

Sin dejarme acabar, volvió a girar su cuerpo y apoyó sus pies en mis hombros, pies blancos, largos y fuertes, y yo seguí chupándole la pija hasta hacerlo gritar de placer y de dolor y de estremecimiento. Te estaba esperando me dijo, y al repetir esas palabras yo estaba pensando lo mismo: te esperé siempre, existías en algún lugar, pero no te conocía. Su culito peludo y redondo, duro y sólido como una roca, se reveló ante mis ojos, y me atrajo con el imán de su orto latiendo con anticipación. Abrumado por un deseo ancestral, tan ancestral como prohibido, la unión maldecida por siglos entre dos machos que se desean, el pecado "nefando" y "antinatural" que condenaban las religiones, pero que repudiado y perseguido, había sido practicado durante toda la historia.

Su culo me dio la bienvenida, se abrió a mi paso, se apretó a mi verga, la hizo gozar con su estrechez y su calor, con la humedad de su deseo mezclado por el mío y el gritaba, gritaba, hijo de puta me decía, cógeme hijo de puta, partime en dos pero no pares. no me dejes, segui, seguí y yo que no quería lastimarlo, que nunca hubiera querido lastimarle ni un pelito, reconocí su súplica desesperada como un permiso y ya dueño del territorio comencé a cogerlo con fuerza, hundiéndome en ese culito hermoso que me daba deleite y placer, y que acariciaba mi pija como un terciopelo delicado, como el paso ligero de una pluma por mi piel ardiente.

Después cansado, me acosté en la cama y él se sentó en mi pija, mirándome, mirándome constantemente, como nadie me había mirado, con una sonrisa de deleite. mientras yo invadía sus entrañas y anticipaba el estallido, la erupción de mi lava tantas veces contenida en su interior.

Cogeme, si por favor, cogeme que me estoy muriendo, que estoy viendo el cielo, que me parece que …. Le tapé la boca y le contesté con un pijazo tremendo, metiéndome hasta su fondo, hasta ahí donde creía que iba a tocar su corazón. Y acabamos juntos, yo en su orto y el sobre mi pecho, extenuados, transpirando, besándonos sin parar, repitiendo una y otra vez, las mismas palabras entrecortadas de los que acaban de hacer el amor, de los que sienten que en ese momento irrepetible y único , son felices y todas las miserias del mundo no existen.

Después, abrazados, estrechados en su cama, con los cuerpos enfriados y relajados, dando y recibiendo las caricias que se dan y se reciben del amado después del sexo, con una extraña suavidad, como quién tras una quemadura, ve su piel renaciendo, y la toca despacito para comprobar que existe, hablamos mucho de nosotros: estoy sólo en el mundo me dijo, apoyando su cabeza en mi pecho, en dos años perdí a a mi madre y a mi única pareja, y ahora después de tanto tiempo te encontré. Le hablé de mí, y le dije, para su asombro, que él era mi primer hombre. Que había perdido el miedo, el miedo con el que había vivido siempre, y lo abracé y el entregado a mí con una dulzura desconocida, besó mi pecho, suave y lentamente, como quien besa a un recién nacido, con amor y para no despertarlo del sueño.

galansoy. Para Mariano, el verdadero, el casado con dudas, que me abrió su corazón para contarme su historia que no es esta, pero que podría serlo. g.