Casada seducida

Como conseguí seducir a una casada que siempre había sido fiel y convertirla en mi esclava sexual.

No se por dónde empezar. Primero me describiré a mí mismo. Soy un hombre de 39 años cuando sucedió lo que estoy narrando, 1.80 m. de altura, 80 kg.  de peso y como practico deporte asiduamente me mantengo en forma, aunque pues no diré que soy un modelo de los que salen en la televisión pero sí que todavía conservo cierta dosis de encanto.

Trabajo para una empresa que se dedica a la importación de mármol para la construcción, por lo que lo frecuente en mi trabajo son los viajes.

Lo cierto es que desde hace algún tiempo me he convertido en un ocasional lector de los relatos que aparecen en esta página para amenizar mis estancias en los hoteles.

Sea por querer vivir experiencias como las narradas o por el morbo y el riesgo de protagonizar una infidelidad, siempre  he deseado vivir una experiencia al margen de mi matrimonio.

Las  mujeres con las que hubiese querido tener una aventura no han sido las más espectaculares o las más jóvenes. Por el contrario me causa un gran morbo las mujeres de mi edad, o algo mayores. Fundamental que estén casadas y que sean fieles, que sean físicamente normales, como tantas que vemos por la calle.

Pues bien, hace ahora más o menos un año y medio tuve que marchar de viaje a China, donde permanecí algo más de una semana. Sea por el temperamento diferente de los asiáticos y por no tener casi oportunidad de hablar con ninguna mujer y de hablar solo en inglés durante dicho período de tiempo, a mi regreso al aeropuerto de Barcelona me sentía en terreno propicio, como si aquello fuera una continuación del pasillo de mi casa.

Tomé el metro para llegar hasta la estación.  Yo venía muy animado, así que intenté pegar la hebra con un par de mujeres como las que he descrito antes. Tras dos intentos infructuosos, a la tercera fue la vencida. Ví a una mujer como de unos 40 años, sentada en un asiento doble y el otro estaba libre. Sin pensármelo dos veces, me senté a su lado e inicié la charla.

Me apetecía hablar y la chica entraba al trapo. Ella venía del trabajo y se dirigía a su casa para atender a su hijo de 5 años. La situación me pareció morbosa y decidí seguir adelante. Era el tipo de mujer que siempre quise seducir, parecía una mujer fiel, deduje que su único amante había sido su novio, quien después fue su marido. Deduje que había sido educada de un modo bastante conservador, lo cual se traducía en su peinado y su forma de vestir. Tenía una cara proporcionada, no diré que fuese guapa, me atrajo el volumen de sus senos y de tipo no parecía estar mal, aunque llevaba un vestido amplio que no le favorecía mucho.

Le dije que venía de viaje y tal, tanto tiempo sin hablar con nadie y que tenía ganas de relacionarme con españoles, la chica reía mis ocurrencias, pero sin pasar de temas triviales, por lo que mi interés sobre ella creció. Le pregunté que si conocía bien la estación de Barcelona a la que ella también se dirigía, ya que yo debía seguir mi viaje hasta Valencia y no sabía bien de qué vía partiría mi tren y el tiempo que tenía era súper limitado.

Bajamos del metro, me indicó la vía que tenía que tomar y yo, que andaba con el tiempo más que justo, al despedirme de ella, le eché valor y le dije: “gracias por todo”. “De nada”, dijo ella. “Me gustaría volver a verte, ¿me das tu número de móvil? Y ella accedió. Lo apunté en mi mano (creyendo que me había dado el primero que se le hubiese ocurrido) y salí como un rayo corriendo al andén que me había indicado Lourdes, que así es como se llama.

Resultó que sea por la última conversación o porque ya no había remedio, perdí el tren, y por un momento me arrepentí del minuto que perdí hablando con ella, pues hube de esperar bastante tiempo hasta el siguiente, además de cambiar el billete de vuelta.

Curiosamente al ir a cambiar los billetes a la taquilla, me encontré con unas primas a las que llevaba años sin ver y que habían subido a Barcelona por tema de médicos. La alegría fue mutua, pero una vez en el tren, me alegró que no pudiésemos sentarnos juntos los tres, para así poder mandar algún sms a mi nueva amiga, o confirmar mis peores sospechas, pues temía que el número se lo acabase de inventar.

Con el corazón encogido le envié un sms diciéndole que vaya indicaciones me había dado, que había perdido el tren, pero que había merecido la pena. “Lo siento”, me contestó. ¿El qué, que haya perdido el tren, o el haberme conocido? “Que hayas perdido el tren”. La cosa funcionaba. Ese fue el inicio de una relación en la que por medio de los mensajes y del teléfono me fui enterando que efectivamente era una mujer casada, con un hijo, completamente fiel hasta el momento y que su vida giraba en torno a su trabajo, su marido y sus hijos. Todo ello aumentaba mis deseos de seducirla, de hacerla mía y de hacerle descubrir cosas que ella no podía ni siquiera imaginar.

Ahí estaba yo, intentando trajinarme a un tía que NUNCA había estado con otro tío, la cosa me ponía súper caliente solo con pensar que algún día la haría mía y que experimentaría cantidad de cosas nuevas sobre el sexo, tema sobre el que pude comprobar tenía pocas experiencias, ya que sus encuentros sexuales con su marido además de escasos eran bastante monótonos y faltos de imaginación.

Yo entretanto la fui aleccionando muy poco a poco sobre el tema de alcoba. Ella mostraba su sorpresa ante todo lo que yo le contaba. Me confesó que nunca en su vida se había masturbado, que tampoco había practicado sexo oral y que su única experiencia era hacerlo como una vez al mes con su marido a oscuras y en la tradicional postura del misionero. También me confesó que nunca llegaba al orgasmo con su marido. Por todo ello entiendo que esta mujer, que merecía mucho más y que yo estaba dispuesto a dárselo, no hubiese tenido hasta ahora el más mínimo interés por el sexo.

Tras muchas negativas por su parte, la fui convenciendo de que debíamos quedar para hablar cara a cara de todos estos temas y así ella alcanzaría nuevos conocimientos que podría poner en práctica con su marido (aunque no era con él con quien yo pretendía que los experimentara, por supuesto).  La chica mostraba gran nerviosismo pero a la vez interés en el tema de la cita. Todas las cosas que yo le había contado sobre el sexo habían hecho su efecto y aunque lo trataba de disimular se podía adivinar en su voz una desesperación por saber más de todo esto. Era una lucha entre su moral y el deseo que poco a poco iba naciendo en su interés. Me confesó que por qué ella había desperdiciado todos estos años sin haber tenido buen sexo con su marido, del que me contó que además estaba pobremente dotado.

No pasó mucho tiempo hasta que otro de mis viajes de trabajo me llevó a Barcelona, de paso a Egipto en esta ocasión. A la ida del mismo concerté con ella una cita a escondidas. La situación me resultaba muy excitante. Quedamos en la cafetería de un hotel, con la excusa de que me alojaba allí.

Llegué al hotel y pedí una copa en la cafetería. Al rato llegó ella. La miré disimuladamente fijándome especialmente en sus pechos. Era lo que más me  atraía físicamente de Lourdes, sin embargo también tenía un culito nada despreciable. Se sentó a mi lado con evidentes muestras de nerviosismo. Por mejor decir, estaba hecha un flan. Apenas pasados unos minutos de conversación comenzé a lanzarle andanadas, ella no estaba preparada para tanto acoso. Un color se le iba y otro se le venía. Suerte que ella no fumaba, si no se hubiera fumado las reservas de la Tabacalera.

Yo le decía que estaba alojado en el hotel, aunque acababa de dejar la habitación pero le insistía que podía volver a pedir la llave para hablar más tranquilos y así podría ver lo bonita que era. La sola imagen de meterme en una habitación con una respetable esposa y madre de familia era algo que me seducía en extremo.

Ella estaba cerrada en banda en no querer subir conmigo porque estoy seguro que temía que si conseguía besarla no sería capaz de poder seguir manteniendo su resistencia y acabaría siendo mía, cosa que su educación conservadora no podía consentir de ningún modo.

Visto lo visto decidí poner fin al encuentro con la certeza de que antes o después caería en mis brazos y que cuanto más se demorase el asunto más lo disfrutaría y con más placer disfrutaría de esos pechos lindos de esa fiel esposa, a la que le enseñaría todo mi repertorio sexual.

Pero eso será otra histora

Espero que este relato les haya puesto tan ávidos de sexo y de situaciones morbosas como yo lo estoy al rememorarlo todo de nuevo.

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