Cartas desde Zolst - 02
Donde nuestra protagonista es informada sobre los procedimientos que va a sufrir para ir formando su emputecimiento.
Como de costumbre, es muy recomendable leer los episodios anteriores al menos dentro de la misma serie ya que esta es una historia continuada en la que se hacen referencias a hechos y personajes que pueden haber aparecido en otras entregas. No es necesario haberse leído toda la saga de Zolst disponible en mi perfil para entender y disfrutar esta serie de "Cartas desde Zolst", pero si lo hacéis espero que la lectura sea de vuestro agrado.
Días 6 y 7:
Ayer por la noche llegamos a nuestro nuevo destino, unos edificios situados en lo alto de una colina en el norte de la provincia de Ershen, aún más al norte que Kronn. Tuvimos suerte ya que recorrimos la distancia de más de 300 kloms en día y medio claro que por las sacudidas que sentimos Amil y yo dentro de la caja es muy probable que recorriésemos parte del camino en una barcaza bajando un río a gran velocidad. Nuestra llegada no tuvo mucho misterio ya que poco puedo contar desde dentro de una caja, con mi cabeza metida entre los muslos de mi hermana pequeña y ella con la suya entre los míos. Escuchamos unos martillazos, se abrió la tapa superior y nos sacaron levantándonos en vilo. Antes siquiera de que me quitasen la venda de los ojos y pudiese mirar a mi alrededor lo primero que pude notar era un frio glacial, de los que se te clava como una navaja en las entrañas. No sabía si esos tipos eran también soldados como los que nos sacaron de mi pueblo natal de Arrowhead y se tiraron cinco días violándonos. Lo que me quedó muy claro en cuando recuperé mi sentido de la visión es que eran unas auténticas montañas de músculos; altos como cipreses y que nos llevaban en vilo a mi hermana y a mí como si fuésemos fardos de ropa. Tras un corto paseo entramos en un ala del edificio que tenía toda la pinta de ser un establo. Visto desde fuera desde luego lo parecía: distintos cubículos separados por unas cuantas tablas y con suelo de paja. Un tosco agujero en forma de conducción de desagüe de orines servía de letrina para los ocupantes de los cubículos. Y resultó que Amil y yo seríamos las ocupantes de uno de esos pequeños cuadrados en madera. Nos quitaron las sujeciones de brazos y piernas y simplemente nos ataron al piso con una cadena enganchada con cerrojo a nuestro collar de esclavas. Eso era una cosa que me sorprendió porque hacía casi una semana que no me dejaban tal cantidad de libertad en mis extremidades. Mi hermana y yo no tardamos en abrazarnos. En parte por la angustia de lo desconocido, en parte por aquel frío terrible y en parte porque llevábamos 32 horas sin ser folladas y el maldito tatuaje de esclavitud que ambas llevábamos en nuestros vientres nos llevaba exigiendo ser usadas desde hacía varias horas.
Cuando acabaron de desempacarnos a todas e ir ubicándonos en las cuadras nos dieron de cenar, obviamente aquella pasta proteínica infame que si queríamos que nos alimentase debíamos regar con el semen recién extraído de la polla de algún macho cercano. El mismo forzudo que nos había traído en volandas y que nos puso dos cuencos de cena procedió a bajarse la bragueta y nosotras dos no tardamos un instante en lanzarnos hambrientas sobre su suculenta polla para darle todo el placer posible con nuestras lenguas. Qué ganas de ser folladas tendríamos que Amil se sintió tan feliz al volver a tener una gran polla en su boca y se corrió ella solita sin que nadie le tocase el coño. Sigo pensando que debería escandalizarme, pero estos comportamientos obscenos se están convirtiendo en cosa diaria. Lo peor de todo es que surgen de nosotras y nuestra pura desesperación por el celo que nos han impuesto. Después de cenar apagaron las luces para que pudiésemos dormir, pero fue inútil. Cualquier intento por conciliar el sueño era interrumpido por el ruido que emitían otras esclavas en las cuadras contiguas. Después de día y medio sin tener una auténtica polla en sus entrañas y habiéndonos dejado las manos libres era inevitable que alguien empezase a masturbarse frenéticamente, lo que provocó las ganas de placer de las demás y en pocos minutos todo el establo era un frenesí de cuerpos femeninos estremeciéndose en el suelo, frotándose los clítoris y metiendo dedos en los coños ardientes de tres en tres. Creo que Amil y yo fuimos de las que más aguantaron dadas nuestras circunstancias, pero al final fue imposible. Dios, voy a ir al infierno de cabeza. Pasé la noche dando lengüetazos al clítoris anillado de mi hermana pequeña mientras ella me arrancaba orgasmos sin fin con su lengua metida en mi culo y ambas estirándonos las anillas de los pezones. Nos han convertido en animales de lujuria.
Al día siguiente descubrimos que nuestro despertador iba a ser tan brusco como práctico: cada cuadra tenía un aspersor en su techo que nos rociaba con agua helada a las seis en punto de la mañana. Lo que para cualquiera habría sido un contraste de temperaturas paralizante resultaba ser para una esclava zolstiana la mejor manera de empezar el día con la mente despierta. Nos separaron en grupos de seis parejas y nos llevaron a unas habitaciones donde nos hicieron esperar sentadas de rodillas sobre nuestros talones. ¡Y ay de la que se quejase, pues las varas eran rápidas! El suelo era de mármol y estaba terriblemente frío como todo en aquellas instalaciones, pero casi me alegró porque me calmaba un poco la calentura del coño y me permitía tener un poco de claridad mental. Dos de aquellos tipos grandes como montañas se quedaron en la sala y un ratito más tarde apareció otro tipo, este de aspecto mucho más normal y que empezaba a peinar canas. Junto a él llevaba de una correa al cuello a una esclava con un aspecto particularmente imponente: de larga melena rubia típicamente zolstiana recogida en una cola de caballo, unos tacones de más de un palmo y unas tetas fabulosas que me llamaron mucho la atención porque sus piercings de los pezones estaban unidos por una bonita cadenita dorada. La rubia se arrodilló frente a nosotras mientras el hombre comenzaba su discurso. Se llama Franz Von Reinsbach y es el director y mandamás de todo este sitio que es una de las principales instalaciones de formación de esclavas de la región. Durante nuestra estancia acá, que duraría todo lo que fuese necesario, se nos examinará física y mentalmente para determinar cuál es nuestra carrera más apropiada y se nos irá enseñando todos los conocimientos y habilidades necesarios para ello… queramos o no. Ha sido bastante claro recomendándonos que nos esforzásemos en el proceso y sobre todo que fuésemos sinceras a la hora de escuchar nuestros cuerpos. Por ejemplo, puede que nos de mucha vergüenza admitir que nos encanta que nos follen en grupo (o cualquier otro fetiche) pero ya que va a ser nuestra principal actividad durante los próximos treinta años más nos vale tener el alma abierta porque de abrir nuestras piernas ya se van a encargar ellos. También nos ha advertido que si alguna tiene la muy estúpida idea de escaparse puede intentarlo, pero tendrá que andar desnuda y descalza 40 kilómetros hasta el pueblo más cercano, con vientos fuertes y temperaturas de quince grados bajo cero. De hecho, ha manifestado que cuando llega la primavera suelen encontrar uno o dos cuerpos congelados por el camino, pero se lo pasan mejor cuando las fugitivas se arrepienten y vuelven muertas de frío. No les dejan pasar hasta que no se las ha follado como poco tres o cuatro sabuesos de los que tienen para vigilancia. Estaba claro que aquel tipo era un zolstiano típico: práctico, autoritario y que cuidaba de sus esclavas porque le gustaba hacer uso de ellas, pero no permitía tonterías. El señor Franz en persona se encargaría de formarnos en historia zolstiana y el papel de la esclava en su sociedad. A continuación, nos presentó a aquellos dos tipos imponentes, quienes serían los encargados de entrenarnos respectivamente en artes orales, vaginales y anales. Y finalmente nos presentó a aquella rubia con el nombre de Zorra Clarice. Al parecer, incluso entre las esclavas hay ciertos rangos y el de Zorra era bastante alto, aunque seguía siendo una esclava a total disposición de cualquier hombre zolstiano. Nosotras éramos novicias y aún ni siquiera llegábamos a putas o mascotas. Ella sería la encargada de entrenarnos en disciplina y masoquismo ya que según dictan las costumbres nadie será tan cruel y riguroso con una mujer que otra mujer. Franz no tardó en aclararnos que nosotras ya no éramos mujeres entendido como seres humanos, pero la idea seguía siendo válida. Antes de despedirnos nos dio alguna información muy útil. Nos indicó que la comida que nos suministrarían durante nuestra estancia allí nos rebajaría un poco el celo provocado por el Tatuaje de Esclavitud lo que nos dejaría algo más espabiladas para atender y aprender, pero más nos valía mostrarnos complacientes y esforzadas cada vez que nos usasen o si no íbamos a catar mucho el látigo. Para mi gran alivio nos indicó también que la comida incorporaba en su formulación una abundante cantidad de anticonceptivos por lo que no habría riesgo de quedar embarazadas hasta que ellos quisiesen. Claro que eso implicaba que tenían via libre para correrse en nuestro interior, cosa que aún no habían hecho durante nuestra captura previa para que no llegásemos con sorpresa al entrenamiento. Y finalmente nos dio un dato que yo ya me había imaginado según reaccionaba mi cuerpo, aunque no terminaba de creermelo. Aquel emplasto coronado con semen no producía ningún residuo sólido en nuestros organismos. Absolutamente todos los nutrientes eran absorbidos directamente en el estómago y lo poco que no aprovechaban lo expulsábamos con la orina o el sudor. Eso explicaba porqué llevaba cinco días sin defecar y porqué no se había cagado mi hermana en mi cara durante el terrible viaje encerradas ambas en aquella caja. Para terror de muchas de las presentes, esto se provocaba porque los zolstianos creían firmemente que el mayor valor de una esclava radicaba en sus agujeros y como tal nuestros coños, nuestras bocas y obviamente nuestros culos debían estar permanentemente limpios y listos para su uso. Yo entiendo los reparos de muchas chicas a la hora de ser folladas analmente, pero en mi caso particular era una experiencia que me había encantado y que deseaba explorar con mayor intensidad. El señor Franz incluso nos citó a una famosa esclava que gestionaba un burdel en la provincia de Avery hace unas décadas y que postulaba que a los zolstianos no les gustaban las esclavas sucias, pero les encantaba ensuciarlas. Supongo que eso significa que me voy a tener que acostumbrar a que me rocíen la cara con semen diariamente o a meter la cara y la lengua en el culo de más de un amo inquieto. Para mi horror mental, descubrí que la mera idea tampoco parecía importarme mucho e incluso noté una punzada de placer culpable desde mi clítoris anillado al imaginarme así. Aún no me hago a la idea de lo puta que me han vuelto.
Las clases empezarían a partir de mañana, pero hoy tenían que clasificarnos para los archivos de intendencia del Imperio. Uno de los tipos (tenía en esos momentos la cabeza lo bastante despejada como para no llamarlos amos, aunque supongo que el ansia de sexo que seguía haciendo temblar mi cuerpo impedía que los llamase violadores) fue paseando entre nosotras y colgando de nuestros collares una etiqueta con una cifra de doce números y un extraño dibujo de barras negras de mayor o menos grosor al que no veía ningún sentido. Luego nos fueron sacando una a una y llevando a otro sitio. Cuando me tocó mi turno engancharon a mi collar una correa y me llevaron sin ningún miramiento hacia otra habitación, pero gracias a Dios me permitieron ir andando en vez de a cuatro patas. Me inquietó un poco que me llevasen a un pasillo del que surgían varias habitaciones y que de alguna de ellas se oyesen gritos de dolor y supuse que estarían a punto de usarnos de manera especialmente ruda. Sin embargo, lo que encontré en el interior tenía cosas que me resultaban tristemente familiares. Otra vez esas malditas estructuras con forma de X donde me ataron abierta de piernas y brazos y que con tanta amargura recordaba pues fue ahí primero donde me anillaron como un animal y después donde me tatuaron convirtiéndome en la ninfómana sedienta de sexo que era ahora mismo. Uno de los hombres que estaba allí sentado desenganchó de mi collar aquella etiqueta y vi como se sentaba en una banqueta a mi izquierda mientras sacaba la ya conocida por mí máquina de tatuar. Afortunadamente esta vez no hubo estimulantes y aquel hombre se limitó a copiar en mi hombro izquierdo los números y aquel dibujo que me resultaba incomprensible. Parecía bastante aburrido así que me atreví a preguntarle qué era aquello y me dijo que era un “código de barras” que servía para identificarme y que contenía mi procedencia y mi edad. Noté que aquello no incluía mi nombre y apellidos así que supongo que solo sigo siendo Neris para mi querida hermana pequeña y para todos los demás solo soy la chica de la trenza larga que se van a follar a continuación.
Lo realmente terrible vino a continuación: después de guardar la máquina de tatuar colocó en el suelo una maleta bastante voluminosa. De un lateral extrajo unos hilos de colores acabados en unas pinzas de aspecto terrorífico con mandíbulas como las de un lobo. Al verlas me pudo el pánico e imploré que no me pellizcase con esos monstruos, pero me dijo que aquello no funcionaba así. Respiré aliviada cuando vi que colocaba aquellas pinzas en cada una de las anillas que tenía en los pezones y otra en la de mi clítoris sin hacerme daño. Después apretó un par de palancas y aquella maleta empezó a hacer un zumbido desconocido a cualquier cosa que hubiese visto antes. Ante mi cara de sorpresa me dijo que era normal que no conociese algo llamado “electricidad” pues venía de una provincia muy atrasada pero que me iba a hartar de saborearla en los próximos minutos. Pulsó un botón y descubrí que aquel dispositivo en realidad era una tortura indescriptible. Oleadas de puro dolor entraban por mis pezones, recorrían todo mi cuerpo y salían de manera violenta por mi coño para dar la vuelta y volver a entrar. En menos de cinco segundos estaba gritando y apenas podía articular algo inteligible mientras mi espalda se arqueaba y tiritaba sobre aquella cruz de aspas. No sé cuanto duró aquello, pero cuando aquel hombre detuvo aquel dolor indescriptible procedió a darle una vuelta a un pequeño reloj de arena… y comenzó a masturbarme furiosamente metiendo tres dedos en mi coño hipersensible mientras jugaba con mi dolorido piercing del clítoris. Noté que usaba una sola mano como si no quisiese mancharse con los jugos de mi coño. El contraste que suponía para mi cerebro el pasar de aquel dolor terrible al placer inevitable me estaba friendo el cerebro. No tardé mucho en correrme de manera ruidosa, algo que lamenté profundamente pues mi torturador anotó el tiempo que había tardado, retiró la mano y volvió a activar aquel invento diabólico. El dolor sustituyó al placer en medio segundo y volví a gritar. No sé cuantas veces repitió el procedimiento, mi cabeza estaba confusa y mi cuerpo ya no me obedecía. Cada vez el dolor duraba más tiempo y cada vez tardaba menos en correrme. Rogué que se detuviese, pero me amenazó con rociarme con agua si me desmayaba y entonces sería mucho peor. Aquello duró y duró y duró.
Cuando por fin terminó con sus anotaciones y retiró de mis piercings aquellas fuentes de dolor, dos tipos me desataron y me llevaron en volandas de vuelta a las cuadras. Habían terminado antes con mi hermana Amil que conmigo por lo que mi hermanita ya estaba en nuestro hueco, encadenada al suelo por el cuello y con el mismo aspecto desencajado que yo. Nos abrazamos y pasamos varias horas notando nuestro calor mientras recuperábamos el uso de nuestras extremidades y los retazos de aquel dolor lacerante iban desapareciendo poco a poco de nuestros organismos. De vez en cuando alguna empezaba a temblar sin poder controlarse, pero la otra la abrazaba con más fuerza para darle un poco de consuelo.
Parece que ya es de noche. Hace una hora que más o menos hemos vuelto a la normalidad y he podido completar este resumen de nuestra llegada a este centro. No creo que pueda escribir mucho más hoy. Al despertar nuestras extremidades también vuelve a despertar nuestra sensibilidad incrementada y con ella, el deseo. La puta sed de sexo que lo empaña todo y que hace tan difícil pensar. Ya se oyen algunos gemidos en las cuadras contiguas lo que significa que dentro de pocos minutos todas estaremos masturbándonos sin control. Veo a mi lado a Amil, tiene la boca semiabierta y sus ojos me están implorando que amase sus tetas y vuelva a jugar con su clítoris anillado. Tengo que acabar estas líneas con una sola mano porque la izquierda ha ido sola a mi entrepierna y ya está martilleando mi piercing traidor. No sé si habrá alguien leyendo estas líneas, pero voy a terminar ya porque tengo un coño que comerme y un culo del que disfrutar.
Gracias a todos por vuestro tiempo invertido en leerme y por vuestros comentarios. Por lo que me comentáis en vuestros correos parece que esta parte os está resultando prometedora así que espero estar a la altura de vuestras expectativas (y Neris y Amil también). Un saludo y hasta el próximo capítulo.