Cartas de mamá: Contacto ¡y despegue!
La leche se me escapó sin querer, pues ya no podía aguantar más...
Contacto… ¡y despegue!
Tras la explicación de dónde veníamos, realmente me excitó la prosa de aquella mamá calenturienta que supo captar mi atención como ninguna, llegándomela a imaginar encima mío haciendo de “mi mamá”, así que le dediqué una carta de respuesta tan encendida como me fue posible:
“Mamá, ciertamente tu prosa me ha llegado al alma, escribes muy bien y realmente has conseguido transportarme a nuestra casa, a es a habitación y a esa película.
Recuerdas cuando te pregunté si te masturbabas, y tú me confesaste que sí, que lo hacías a menudo y entonces me confesaste que pensabas en mi, mientras lo hacías y ahí fue donde nos dimos el primer beso, ese beso que te electrizó. Luego nos quedamos mirando, como atontados, como esperando a que alguno diese ese primer paso, ese paso que ambos deseábamos y que ninguno se atrevía a dar.
Como tú bien dices, yo soy más valiente en este sentido o tal vez más inconsciente y al ver tu cuerpo allí tendido con tu camisón y tus grandes pechos bajo él, no pude resistirme y te los palpé con mi mano. Tú sonreíste cuando nos miramos tras este atrevimiento mío y ni te inmutaste, como si me invitaras a avanzar por tu maravilloso cuerpo, a descubrirlo y reconocer hasta el último centímetro cuadrado de tu hermosa piel.
Lo hice, descubrí tus enormes pechos, no llevabas sujetador a propósito, y así no tuve más que zambullirme en tus maravillosos pechos, besándotelos, jutándotelos con las manos mientras mi boca iba de un pezón a otro, poniéndolos a cual más gordo, a cual más excitado. Luego bajé, te besé la barriguita, esa que me llevó durante nueve meses y donde crecí, pero no me detuve ahí, ya olía tu sexo: excitado, húmedo y calient; anhelante de mis caricias, anhelante de mis besos y yo deseaba dártelos todos, todos,
Lo besé a través de la tela, lo noté húmedo tras ella y aspiré el tibio olor de tu calentura, te aparté las bragas y lo contemplé. Con sus labios afeitados, como los perritos de cara arrugada y finalmente lo chupé, todo entró en mi boca y lo degusté con mi lengua, separando tus labios y accediendo a tu botón secreto.
Tú gemías como una loca y empuñaste mi polla masturbándome, yo no pude aguantar más y loco de pasión te arranqué las bragas y luego me despojé del calzoncillo, liberando mi polla terriblemente excitada, deseosa de probar tus entrañas. Salté encima de tí y te la clavé sin detenerme. Fue maravilloso, entró como una exhalación en tu ya húmeda vulva.
Tu interior era como el fuego y mi polla como una dura manguera que intentaba apagar tus ansias de gozar. Tras el divorcio y los largos años, tú único consuelo fueron tus fantasías y tus manos, ahora yo te cubría como macho y tú gozabas de mí como hembra. Hombre y mujer disfrutando de sus cuerpos, olvidándonos de nuestro parentesco. Tú, madura y sabia, yo, joven e inexperto en las artes amatorias. Me condujiste con cautela por la senda del placer y me hiciste gozar aquella noche, como nunca hubiese imaginado.
La leche se me escapó sin querer, pues ya no podía aguantar más; tú, comprensiva aceleraste el ritmo y me animaste a empujar más fuerte hasta que me corrí en tu interior, dando culadas con fuerza sin igual, espasmódicas culadas, llenándote con cada chorro que expulsaba de vida, de energía que salía de mi y quedaba dentro de tí.
Con ella aún dentro me acurruqué contigo debajo, en tus enormes pechos, tú me abrazaste y me soportaste mi peso sin quejarte. Luego hiciste que me tumbase a tu lado y mientras yo me dormía, plácidamente tras el intenso orgasmo, tú, que te sacrificaste en post de mi placer, te dedicaste ahora a masturbarte a mi lado.
Yo te oía mientras el sueño se apoderaba de mi. Cada vez más en la lejanía, cada vez más dormido, cada vez más ausente, hasta que me pareció escuchar allá, un grito ahogado, un grito desgarrado al tiempo que la cama se estremecía, movida por tu cuerpo agitándola, mientras disfrutabas de tu pequeño premio tras el placer que me habías proporcionado. Otro día podrías hacerlo conmigo dentro, otro día podríamos ponernos de acuerdo para llegar juntos, teníamos muchas noches por delante y ya desde entonces, nunca más abandoné tu cama.
Te quiero mamá, eres maravillosa... ;-)”
Aquello estaba en marcha, me hacía sentir cierta emoción, nunca pensé en tener una relación epistolar con una madre imaginaria y lo cierto es que era muy excitante esperar la siguiente carta de ella, esperar a tener noticias suyas, y estas no tardaron en llegar:
“Pequeño mío:
Aquella primera noche, liberadora e iniciática, quedará grabada a fuego en mi memoria, y todavía hoy me sorprendo de lo lejos que fuimos en el primer encuentro, como si una chispa hubiese bastado para detonar un gigantesco polvorín. Me recuerdo sorprendida por tu ímpetu, por tu iniciativa, pronto quedó claro quién sería en lo sucesivo el dueño de la cama, y ese territorio que marcaste el primer día siguió siendo tuyo, incuestionablemente tuyo, en las noches siguientes, hasta hoy. Quizá no lo notes, quizá lo tengas asumido, pero cuando tu me susurrabas "ponte así", "dame el gusto" o "date vuelta", yo simplemente obedecía, sumisa y consecuente, a tus deseos.
No tengo prurito en reconocer que quedè sorprendida por el tamaño de tu miembro, su grosor admirable, su tensión y curvatura, la presión de las venas que lo tejían. No pensé jamás que me tomarías tan de prisa, que me harías tuya tan desesperadamente, y todavía me conmueve recordar la forma en que me penetraste, en que empujaste dentro mío aquella primeva vez, hasta irte precozmente sin importarte ni pedir permiso. Gocé tu goce casi tanto como tú, pues supe que aquella polución salvaje consumaba un deseo largamente reprimido, que era también el mío, consolidando para siempre una relación incestuosa que ya no tendría vuelta atrás. Luego, te contuve con toda la ternura de la que fui capaz, y mientras te perdías en la somñolencia postorgásmica me libré al tocamiento onanista, que esta vez no fue una triste práctica solitaria, sino el complemento sensual del coito que minutos antes habíamos protagonizado. Sí, gocé, y gocé como una puta, pues aquel orgasmo salvaje era, al mismo tiempo, mi consagración como madre incestuosa, mi debut a una nueva vida, mi liberación definitiva de taras, dogmas y tabúes. Era ya tu hembra y disfrutaba siéndolo.
Con todo, y será muy sincera, lo mejor de nuestro primer encuentro no fue confirmar tu fijación por mis mamas, ni dar rienda suelta a nuestra reprimida lujuria incestuosa. Lo mejor de nuestro primer encuentro fue la tranquilidad que siguió, el profundo sueño en que nos hundimos abrazados, el choque de narices al despertar al alba, aceptándonos uno al otro, descubriéndonos de nuevo madre y amante, hijo y macho. Fue la primera vez que te la mamé, dulce y despacio, bajo las sábanas, para mostrarte que lo de la noche no había sido un accidente, algo que fuera a negar al alba, para mostrarte que no estaba arrepentida, que estaba dispuesta a consolidar lo nuestro, a ir más lejos, a que camináramos juntos el nuevo camino. Te retorcías de placer mientras mi cabeza subía y bajaba, lenta a veces, rápida otras, al tiempo que mi lengua resbalaba contra tu tallo, o cepillaba tu frenillo. Te oí gemir, pero no me detuve, te rendiste a mí sin condiciones y, a partir de entonces, mi felación fue realmente morbosa, impúdica, lúbrica. Chupé como jamás se lo hubiera hecho a tu padre, y tú acabaste con la potencia de un padrillo reproductor. Recibí, y luego tragué, pues no estaba dispuesta a perderme la primera cuajada de mi nuevo macho. Luego, sencillamente, volví a subir a tu lado y me acurruqué junto a tí, mientras por la ventana se colaban los primeros trinos del alba.
Te amo.
Tu mamá.”
Todo era muy extraño entre mi mamá y yo, nos calentabamos con nuestras cartas al calor del tabú del incesto y me parecía sorprendete que al otro lado, muy lejos yo tuviese una mamá para cumplir mis fantasías más oscuras...
Si te ha gustado este relato,
Memorias, entre el pasado y el presente es tu obra, mi mejor obra sobre incesto donde el protagonista disfrutará de las mieles del incesto, por eso te la recomiendo encarecidamente.