Carta del Cornudo a su Corneador
Continúa la carta
Empecé a acariciar su sexo delicadamente, con ternura, admirando su deteriorado estado.
El templo más sagrado de mi esposa, al que yo solo había tenido acceso, lo acababas de profanar.
A la vez que intentaba aportarle cariño y romanticismo, terreno en el que muevo mejor, me preguntaba por qué yo no podía llegar a satisfacerla tú lo acababas de hacer.
Antes Ana estaba resignada, no estaba satisfecha pero pensaba que el sexo no era tan importante y que no había más. Ahora sabe que si que lo hay y además sabe dónde encontrarlo.
Me confesó que hacía tiempo que llevabas provocándola y que no era la primera vez que intentabas meterle mano.
Eso me desconcertó, pensé que estaba al tanto de todo, sabía que rondabas detrás de ella, pero no que hubieras llegado a tanto.
Estaba molesto por habérmelo ocultado, me dijo que pensó que era mejor que no me enterara ya que no habías pasado de ahí y así evitar llegar a una situación desagradable contigo.
-No te paras nunca-
Sigues y sigues hasta que las rindes.
¿Por qué lo haces?
¿No solo es por follártelas verdad?
Estoy haciendo memoria y desde que estábamos en el instituto, casi todas tus conquistas que recuerdo, son mujeres casadas.
Tiene para ti un morbo especial saber que hay un marido cornudo detrás.
-No respetas nada-
Me sorprendió cuando me contó donde le tocaste el culo la primera vez, fue en el velatorio del padre de nuestro compañero.
Aprovechaste el tumulto de gente, viste la ocasión y allí que pusiste tu mano. Sabías que no era sitio para liar un escándalo y que difícilmente ella haría algo que levantara sospechas de lo que estaba pasando.
Tengo que reconocer que aunque eres un hijo de puta, sabes buscar los momentos más sorprendentes.
Le pregunté si solo había sido un roce o te habías recreado.
Me contestó que lo hiciste varias veces y que tuvo que dejarte hacer para que no se diera cuenta nadie.
Me dijo que no me lo tomara a mal, pero que desde que pasó eso, no podía quitárselo de la cabeza. No entendía como habías sido capaz de esa osadía en un sitio como ese.
Se sentía enfadada con ella misma, porque no tan solo no había sido capaz de pararte, sino que además había llegado a excitarse.
Tú sabías que tenías la semilla plantada y que además, había germinado. La ocasión de la boda era perfecta para la cosecha.
Seguía masturbándola, continuaba con mis caricias y conforme me iba contando tus andanzas, comprobó que otra vez estaba excitado.
Paró el relato para decirme…
… parece ser por tu erección que lejos de molestarte, te ha excitado la situación tanto como a mí.
…al final va a tener Miguel razón, igual te mereces lo que ha pasado.
En la boda viste una ocasión distinta, pero igual de morbosa que en el velatorio. Te la apañaste para que nos pusieran en la misma mesa y así tener a tu presa a tu disposición.
Tenías camino andado y ya sabías cuál iba a ser su reacción, por eso arriesgaste.
Lo hiciste bien, nadie sospechó nada, nadie salvo yo sabía cuál eran tus intenciones. Muy discretamente estaba pendiente de tus movimientos y francamente me sorprendió tu habilidad para llegar con tu mano a su coño sin que nadie lo notara, pudiste comprobar in situ, cuál era el grado de excitación al que habías puesto a mi mujer y ya sabías que estaba entregada.
El siguiente paso era desconcertarla, hacer justo lo contrario de lo que esperaba.
Tienes experiencia y sabes que una vez levantado el deseo de una mujer ya no hay quien la pare, y una forma eficaz de aumentar su deseo es provocándole celos y desinterés por tu parte, seduciendo y tonteando con otras.
Vuelve la selección natural donde una hembra tiene que luchar por su macho.
Y cuando viste que era la ocasión, cuando pensaste que ya estaba loca porque la follaras, solo tuviste que llevártela.
Hacía buena noche y el aparcamiento exterior es amplio y oscuro. Ya sabías cuando llegaste a la boda donde tenías que aparcar tu coche en un sitio apartado y discreto para después poder consumar tu propósito
Me contaba Ana, que cuando salisteis al aparcamiento, se sentía muy mareada por el alcohol y que solo podía dejarse llevar.
Yo sé que no es cierto, en el fondo intentaba excusarse, pero ella sabía muy bien dónde la llevabas y lo que ibas a hacer con ella.
Cualquiera la hubiera metido dentro del coche y se la hubiera follado allí mismo, pero tú no eres cualquiera y preferiste apoyarla en tu coche y empezar a basarla y masturbarla allí mismo.
Lo tenías todo preparado, incluso bajar la ventanilla para que cuando ella ya estuviera al límite del orgasmo, hacerla meter su cabeza y su cuerpo por la ventanilla, dejando fuera solo sus piernas y su culo expuestos para ti.
En esa posición, ella ya no podía hacer nada, estaba a tu merced.
Te imagino recreándote ante el espectáculo que te brindaba otra mujer casada.
Por lo que me contó, no te conformaste con follártela, sino que además quisiste humillarla, insultarla, pegarle fuertes palmadas en su culo a la vez que la penetrabas.
Recordarle que yo estaba cerca, preguntarle si yo era capaz de follarla así, decirle que ella era tan puta como las demás.
Por el estado de su sexo, le tuviste que dar fuerte, muy fuerte.
Le tenías que demostrar que eras su macho y que ella debía entregarse y someterse a ti.
Por supuesto no solo te conformabas con montarla, sino que además querías inseminarla y aunque los dos sabemos que ella no puede quedarse embarazada, tenías que dejar dentro tu semilla. Psicológicamente la habías germinado.
Ya lo habías conseguido, ahora te quedaba demostrarme a mí que lo habías hecho. Eso seguramente te provoca más placer que follártela, demostrarle a los demás machos que tú ere el jefe de la manda y que los demás debemos respetarte.
Una vez te corriste, le sacaste el cuerpo de tu coche, cerraste el coche y te largaste dejándola sola.
Esa táctica también funciona, cuanto más hijo de puta es un tío, más les gusta a las mujeres. Cuanto peor las tratas, más te desean.
Tuvo que recomponerse, arreglarse y volver ella sola otra vez a la boda.
Fue entonces cuando te vi entrar con una sonrisa irónica y satisfecha, diciéndome con la mirada… me acabo de follar a tu mujer.
Mis caricias al final la llevaron a un orgasmo violento, de una manera que yo nunca antes la había visto. Convulsionándose y llorando a la vez.
Estaba claro que en su cabeza cohabitaban dos sentimientos, el remordimiento y el vicio con la que la habías preñado.
Una vez descansamos asimilando cada uno todo lo que había pasado, le hice una pregunta…
¿Ahora qué?
Ella se quedó un rato en silencio, sin duda no se atrevía a responderme, y volviéndose hacia mí… con lágrimas en los ojos y acariciándome con ternura me contestó…
-No lo sé Pablo-
El objeto de mi carta es saber qué va a pasar, qué es lo que tienes pensado. ¿Es solo un trofeo más o piensas exprimir esta relación?
Como siempre estás en la posición privilegiada, sabes que mi mujer está loca por ti y que demás, yo estoy al corriente y consiento la situación. Además sabes que no soy capaz de poner en riesgo mi matrimonio y que no siento remordimientos hacia ti, sino admiración.
Con respeto Pablo