Carta del amigo ausente a martín el cornudo
A finales del año que pasó y comienzo del presente, Martín el Cornudo, envió, a un amigo X, dos cartas con datos excitantes de su bellísima y golfísima esposa Ángela. Tras estas 2 cartas no hubo más. Y, ahora, el amigo X, compungido, le reprocha a Martín engaños indebidos...
CARTA DEL AMIGO AUSENTE A MARTÍN EL CORNUDO
Querido Martín:
Siento comunicarte lo que vas a leer, de veras te lo digo. Es más, lamento tener que escribirlo. Ni siquiera sé, o sí, por qué lo hago. Quizá por desahogo, por venganza no, ni por despecho. Sí por haberme sentido gilipoyas al dar crédito de realidad a tu fantasía con la divina Ángela, cuando aquella noche descubrí una tras otra tus torpes excusas.
Verdadero es que se coge antes a un mentiroso que a un cojo. Y yo no sé por qué, pero en la grey de los cornudos, o de quienes presumen de ello, abunda muchísimo -fuera parte de personas sinceras- el fanfarroneo estúpido e idiota de quienes no llevando ni insipiencias y -ellos sabrán por qué lo hacen- se engañan a sí mismos presumiendo de asombrosas cornamentas.
¿Eres tú, cornudo Marín Jota, uno de ellos? ¿En verdad la puta maravillosa de Ángela es esa deliciosa rubia andaluza que me mostraste? ¿Qué te inspiró la aventura de tu joven esposa con el abogado José Antonio, marido de Olga? ¿Todo invento tuyo? Si es así te felicito, naturalmente no por ser cabro sino por tu convicción al confesarlo, sin haberlo sido, o, si acaso, de serlo, ser capaz de trufar en tu relato, una redonda exageración preñada con rutilantes falsedades.
Ya te dije una vez que, cuando nos encontramos en el chat de cornudos, pensé que eras escritor, por el tono y la forma de la conversación que mantuvimos. Desde tu propio Nick, más que insólito en semejante sala de viciosos cornudos y corneadores, hasta las palabras y las frases usadas por ti, me hicieron creer que estaba ante una persona excepcional, interesante para conocer y entablar amistad con ella.
Así fue que, con todo mi mórbido deseo, me dispuse con entusiasmo a ser cómplice tuyo. Pensaba que, gracias a tus informaciones acerca de los libérrimos comportamientos de “nuestra” (así me lo escribías en los emails, recuérdalo) putita Ángela; yo podría ser altavoz de sus hazañas y pasiones sexuales, para regocijo tuyo y el de tantos lectores y lectoras adictos.
Entonces cometí el error o tuve el acierto, quién sabe si olfato de perro viejo, de husmear en tu disposición cornuda, y, pese a ser yo mismo otro ejemplar cabrito como tú, tantas alabanzas de hembra libertina me hiciste de tu esposa Ángela, que despertaste mi otro lado de macho fornicador y el ferviente deseo de conocerla, por supuesto con la clara intención de seducirla y follar con ella.
Habiéndome hablado tú, además, de su talento, de su capacidad profesional, de su círculo íntimo de hombres y mujeres que la respetan y la admiran, la desean y la aman, de cómo los años no le habían retirado ni un ápice de su sonrisa tentadora… de veras, de veras te lo digo Martín Jota, lo que yo anhelaba, más que follarla incluso, era verla, observarla a tu lado, de manera natural, sin sexo inmediato de por medio.
Por lo que me dijiste, nos desenvolvemos en un mundo semejante de relaciones sociales; eso me hizo soñar primero en nuestra amistad y, de inmediato, en los juegos que hubiéramos podido planear. Por ejemplo, que, en un evento organizado por Ángela, tú y yo estuviésemos un rato juntos, incluso que me la presentaras y le dijeses que éramos antiguos amigos…
Entonces miro sus ojos, siento su energía, le sonrío, me sonríe…
¡Sí! ¡es! ¡existe! Ángela existe, Ángela es ciertamente una diosa de la vida.
Y con la imagen de esa sonrisa suya, de puro encantamiento, me hubiera ido de allí con una emoción divina de la muerte, te lo aseguro.
Pero no hubo manera. Cuando te planteé, de hombre a hombre, la idea de verla, y de hacerlo por tu mano, comprobé que cada sugerencia mía encontraba pueriles evasivas… y a la de cinco o seis -recuérdalo-, me planté y… el viento se lo llevó todo
Sé Martín, porque tú me lo dijiste, que eres asiduo lector de todorelatos punto com , por lo que confío que veas mi triste testimonio. No es de rencor Martín. Es de desilusión y pena.
PD: Habiendo sacado ya de mí los ardores del disgusto, si quieres, cuando quieras, me puedes descubrir, por puro morbo, otras o la misma pasión astada que tanto gustas y tan bien transmites. Pero entonces lo haríamos a distancia, como diletantes, escritores o actores… pero no como personas.
Tu amigo X