Carta de Martín a un amigo II

Segunda carta del cornudo Martín refiriendo los principios de su andadura corneada.

Carta de Martín a un amigo

II

Martín Andalucía, 5 de enero de 2018

Hotel Vera Playa

Almería.

Querido amigo:

Como ves aún sigo en el hotel nudista, estos días fríos, pero no para mí, tan calentito y / o tan caliente, encueros vivos, con la polla y los huevos en su cuelgue natural todo el santo día, como suele decirse incluso aquí, donde la mayoría de ellos -noches y días- no tienen nada de santo, o sí; según se mire.

No lo hice a propósito, te lo digo de veras, pero supongo que te quedarías a lo mejor en la intriga de saber qué vino después de aquella declaración de Ángela, cuando me informó que José Antonio, entre la culpa y el deseo, después de “acariciarme toda y ponerme perra, sí, cariño, perra chorreando, me volvió a meter la lengua en la boca y sentí que me llenaba el dios del viento…”

Al decirme ella eso, haciéndolo con tanta naturalidad y desparpajo, “sí, cariño, perra chorreando…”, el que se puso perro fui yo, y como esos benditos animales callejeros que se empalman cuando huelen calentura de hembra suya, me alcé enorme, la bestia se hinchó de sangre fresca -recuerda que Ángela y yo somos aún muy jóvenes- y se puso en su sitio campeador.

La estoy escuchando ciertamente emocionado, expectante, y, entendiendo que no hay manera, ni tampoco la quiero, de disimular “el movimiento sísmico” de mi verga alerta; cojo una mano de Ángela y se la pongo en el sitio, encima de mi paquete, que en ese momento es el Vesubio hirviendo.

Ella extiende su mano por el territorio, lo palpa, siente sus latidos, lo reconoce, y me enajena todavía más cuando, primero con sus ojos y en seguida a viva voz me dijo: “Martín, amor mío, te quiero y te agradezco, ahora, que lo estoy viviendo, y no imaginas cómo de fuerte es, que tú, mi novio, mi marido, mi hombre, fuese quien me enseñara y me abriese caminos en el campo de la libertad. Y lo he aprendido. Sí, ya tú sabes que soy una alumna excelente, compruébalo, ponme la mano ahí, tócamelo anda”.

Sí, claro, qué hacer sino ponerle la mano ahí: con las yemas de los dedos primero hurgar en su dulce vello y sentir de inmediato, en el tejido sedoso de sus bragas mínimas, tremenda mojadura, apenas un aviso del humedal que era la cueva deliciosa de su chocho.

De veras fue un momento excepcional, un momentazo, cada uno con el sexo del otro en sus manos, deslizando intenciones transgresoras, juegos y desafíos, aventuras reales que fantaseábamos y queríamos vivir descubriendo ese soñado universo de lo oculto, de lo distinto, de lo prohibido, de lo que no se encuentra en los grandes almacenes ni en las tiendas de barrio, de eso que no se conoce pero se busca con morboso ahínco, en el pozo oscuro del deseo.

Y me confiesa Ángela, en esta situación, con su mano encima del pantalón aprieta la enorme erección mía, y me dice: “Ahora mismo soy feliz, Martín, estoy contenta, y caliente como tú, cariño. Cuando he visto cómo te ponías oyéndome contar los magreos con José Antonio, los morreos que nos damos, su culpa por Olga y por ti, y sus ganas de follarme; me ha venido un flujo de placer insoportable, y he sentido cómo me mojaba a chorros”.


Disculpa. Se interrumpe el relato. Estaba en disposición de concluir comunicándote las subsiguientes declaraciones de quien ya reclamaba para sí título de hembra folladora: ¡Martín! dímelo tú, llámame PUTA… cuando, quien sabe si al escribir y a la vez leer, oírme pronunciar lo de los “chorros” se me coló se colaría en el cerebro una corriente acuosa, como de grifo abierto… y me entraron unas enormes ganas de mear. Me levanté presto, fui al baño, meé estupendamente, me quedé tan a gusto, me la sacudí, me lavé las manos, volví al salón, me acerqué a la barra y a una espléndida mujer que ponía copas, le pedí una de burbon.

Voy con ella, con la copa, hacia la mesa, y al acercarme, observo que, de pie, al lado del lugar en que te escribo, hay una pareja joven, muy joven, de la edad de Ángela, de la tuya y de la mía, por aquel entonces. Me miran, me sonríen, me saludan: Buenas tardes señor, me llamo Inés y yo soy Juanjo, le debemos disculpas, la culpa la he tenido yo que soy una fisgona, y yo que soy un consentidor… sí, eso es verdad, eres un lindo cornudo consentidor…

O sea que, en mi ausencia, mientras meaba pensando en los chorros del flujo de Ángela… habían leído -sin querer queriendo, como decía el Chavo- la carta, y les había despertado, además de otras cosas, el interés por conocerme, por excusarse y... me dice ella: “Si quieres, ahora o cuando te venga bien, me gustaría, con Juanjo a nuestro lado, darte información “sensible” de algún cuerno que por mi coño lleva mi amor”. Así que dejé de escribir y me fui con ellos.

Ya te contaré.

Martín, cornudo de Ángela