Carta de Martín a un amigo I
Martín, marido de Ángela, le escribe a un amigo, desde el hotel nudista de Vera (Almería); contándole una secuencia cornuda, muy excitante y muy morbosa que padeció y gozó, como testigo y cómplice, al final de los años 80, en la que Ángela y su amante-vecino José Antonio tuvieron sexo sexo sexo sexo
Carta de Martín a un amigo
I
Martín Andalucía, 2 de enero de 2018
Hotel Vera Playa
Almería.
Querido amigo:
Como ves por el membrete de la carta, me encuentro en Almería, en un hotel naturista al que hace tiempo vine, entonces con Ángela y ahora, solo, quería volver. Obvio es que todo el día estoy desnudo -el establecimiento entero está climatizado-, dentro y fuera de la habitación.
En este momento, mientras te escribo, para cumplir contigo la promesa que te hice la otra noche; me hayo en un salón bien concurrido, tomando cerveza y relajadísimo, a la vez que observo el panorama de los cuerpos -de todo hay- que por aquí lucen o exhiben limpiamente sus atributos, conversan y se pasean.
Así me inspiro para mejor contarte, como me pediste, qué fueron y qué significaron para mí, aquellos meses del 87, no sé, tal vez cinco, en los que, a mi adorada Ángela, se le despertó, de improviso casi, apasionado e irrenunciable, el deseo por un vecino nuestro.
Hace mucho que no sé lo que fue de él, después de entonces. Al poco de encontrarse, sin esperarlo nada, con el maravilloso regalo de Ángela en sus brazos, y casi de seguida a concluir el “romance” con mi mujer, desapareció de la urbanización en que vivíamos. Y luego, no hubo nada.
Pero en aquellos meses sí, en los cinco meses de tortura y placer que sufrí y gocé, a consecuencia de su relación con mi esposa; sí que hubo cosas, muchas cosas, no me atrevo a pronunciar demasiadas, morbosas de manera extraordinaria, incluso sutil y perversa, desde principio a fin.
Yo fui quien se lo presenté a ella, incluso le recomendé su trato, porque consideraba que era un hombre inteligente y generoso (amigo mío de años), que le podría ayudar y serle útil. José Antonio -su nombre- es abogado, tiene 30 años, excelente labia, está recién casado, -con Olga- y tiene maneras de seductor.
Ángela, mi divina Ángela, es en ese tiempo una joya de la naturaleza, una hija del dios de la belleza nacida en Andalucía, 24 años cuenta y -desde chica- creció deslumbrando; quien sabe sí porque, a mayor mérito y distinción suya, además de ser divertida y jaranera y excitante como Carmen, la de Merimée, por un curioso milagro de la genética, ella es rubia rubia, rubia deliciosa, como la cascada de su pelo que casi llega al límite de la espalda suya con el culo.
Su apoteósico “Niagara”, suave como una caricia, caudalosamente vierte desde la cabeza, se ensancha por los hombros y cae, ondulado en rizos de oro, oliendo a vida, hasta dos o tres centímetros por arriba de la parte superior de sus bragas mínimas.
Cuando mira y levemente sonríe abriendo sus labios en flor de beso, le aparecen dos dientes magníficos -las paletas de arriba-, para llamar la atención de sus presas y morderles, en caso de que la cacería le resulte de interés y grata. Sí, una perversa con apariencia de virgen multiorgásmica. Un tesoro: es bella y es ardiente y es valiente y es decidida y es caprichosa y es libre.
Me dice un día: me parece que tu amigo José Antonio me mira con deseo, lo veo en sus ojos. Otro día: José Antonio me ha dicho que soy la sirena de Copenhague, pero con piernas, y me ha hecho un guiño. Otro: Martín, mi amor, José Antonio me ha besado esta mañana en el rellano de la escalera y me ha puesto como un flan. Y otro:
Cariño, el morreo de hoy con el vecino ha sido tremendo; pero también, entre beso y beso, mientras José Antonio -como loco- me metía mano en el culo y en las tetas, balbuceando, me dijo: ¡Ángela, esto no puede ser, Martín no merece esto, ni Olga tampoco…! Pero, al instante, sin dejar de acariciarme toda y ponerme perra, sí, cariño, perra chorreando, me volvió a meter la lengua en la boca y sentí que me llenaba el dios del viento…
(continuará)