Carta de Gisela

Estimados participantes de esta página: Hace ya tiempo que recibí de Bettina, una abogada que vive en CD. Juárez, una copia fotostática de la carta que transcribo a continuación para ustedes. Lo hago porque presumo que les va a gustar (como a mí). La tal Gisela fue compañera de Betty en una Primaria de la Colonia Guerrero aquí en la Ciudad de México. Los saluda: tepulli

Estimados participantes de esta página: Hace ya tiempo que recibí de Bettina, una abogada que vive en CD. Juárez, una copia fotostática de la carta que transcribo a continuación para ustedes. Lo hago porque presumo que les va a gustar (como a mí). La tal Gisela fue compañera de Betty en una Primaria de la Colonia Guerrero aquí en la Ciudad de México. Los saluda: tepulli.


Querida Betty: No sé ni que pensar. Fíjate que yo no sabía que pudieran pasar estas cosas. Pero antes de contarte voy a hacerte un poco de historia. Conocí a Eduardo recién que llegó de Oaxaca, entonces yo tenía dieciséis años y él veinticuatro. Al año siguiente nos casamos y la cosa ha ido bien. Es cumplido en el trabajo y en la casa, serio; con pocos amigos y con dos pasiones: el béisbol y yo, (está mal que lo diga pero es la verdad) . Allá en Oaxaca era campesino, cultivaba la tierra. Ese trabajo, en el que desde niño tenía que estar todo el tiempo en cuclillas, y la posición de catcher que juega en su equipo y que lo obliga a lo mismo, han hecho que se le desarrollen unas nalgas bien grandes, duras, bonitas y morenas. La verdad llaman la atención; si no que lo diga la Sra. Lupita que todos los días se pone quesque a barrer a la hora que él se va a trabajar nomás para verlo caminar desde la puerta de nuestra vivienda hasta el zaguán de la calle; ya mero se le escurre la baba al vejestorio. En la cama Lalo no es gran cosa pero también allí es cumplidor; no me puedo quejar, con ganas no me quedo. Pues ahora verás. Desperté el lunes en la madrugada y lo estaba yo abrazando. Tenía mi puyuy bien apoyado en sus nalgas, mero abajo del huesito pues porque él tenía las piernas encogidas. Estaba yo que echaba lumbre y bien mojada que hasta se me escurría. ¿Porqué sucedió? no sé, pero sentía bonito. Me arrime más, todo lo que pude, y ya que estaba así empujé para adelante con fuerza. Sus nalgas, sus lindas nalgas, se abrieron un poco y mi montecito entró tantito. Sentí el calor de su hendidurita y eso me dio bríos; con mis piernas recogí las suyas para que quedara más encogidito y esperé a ver que hacía. Pero nada, ni la respiración se le alteró. Me corrí un paco más para abajito y volví a empujar, hora sí, bien recio. Y que crees, pues allí, en su mero agujerito quedó mi ciruelita. ¡Ay Dios, que calientito!. Sentí que se contraía .... como apretando. Y que crees, pues nada, que lo empecé a jalar de la cadera no fuera que se quisiera quitar, y eso no me hubiera gustado nadita. Yo tenia lo mío bien metidito y ese calorcito me estaba llevando a sentir un placer dulcecito que subía de tono. La verdad ya me estaba portando como una descarada, porque me comencé a mover y a tallar mi frutito precisamente allí donde estaba rugosito y calientito y ¡Ay mamacita, que rico!, pero por más que presionaba y me movía con ritmo rápido y jalaba, no llegaba, no acababa y tenía miedo de que se despertara y se quitara y se enojara. Pues no había más que apurarse, no me quedaba otra y eso hice. Me movía aprisa, con fuerza, pero nada, no me llegaba el placer. De pronto, cuando ya empezaba a rajarme, Lalo estiró las piernas y enderezó el cuerpo. Esto hizo que sus nalgas se cerraran con fuerza y mi montecito quedara atrapado. Para acabarla, echó la pelvis para adelante y me dio tres o cuatro apretones. No necesité más. Se me abrió la gloria. Dentro de mí hubo una como explosión que hasta fuegos artificiales vi, yo creí que me iba a morir y grité ¡Diosito Santo!. Me movía sin querer moverme era como si Lalo me estuviera exprimiendo y yo bailara al son de sus apretones... no sé cuanto duró, pero poco a poco fue cediendo aquello. Quedé rendida, bañada en sudor y sintiendo que lo quería. Lo apreté, le besé la espalda y, satisfecha, me separé con cuidado; me voltié y pensando en esa maravilla, me dormí. Apenas oí cuando Lalo se levantó a las seis y se fue a tomar el desayuno que le había dejado en la mesa de la cocina desde la noche del domingo. Me levanté tarde. Después de bañarme fui a tender la cama que había quedado hecha un desastre y entonces lo vi: en la sabana de abajo había un verdadero charco del jugo de Eduardo. ¡Él también había gozado!, con razón se estiró así y me dio aquellos apretones. ¡Que lindo fue eso mi Betty!. En cuanto lo recuerdo siento las ganas de hacerlo otra vez pero me da miedo. Han pasado los días y él no menciona nada; está parejo en su trato, como siempre, pero de que le gustó le gustó y eso aumenta mi tentación. Por la noche cuando lo veo dormido, volteado para el otro lado y me le acerco y lo abrazo, se me escurre todo lo escurrible, hasta las lágrimas; ayer se estaba bañando y me gritó que le tallara la espalda y, desde que entré al baño y le vi las nalgas me puse fuera de mí, con decirte que hasta se las lavé y con tanta emoción que se me salió como un quejido: ¡ayyy Lalo...!. Tú siempre has sido muy guapa y estás muy buena, sabes que tus nalgas jalan más que una yunta de bueyes y que como imán atraen la mirada de todo mundo. Pues ¿ves?, junto a mi Lalo nada tienes que hacer... te supera y por mucho. Pero lo principal de todo esto es el miedo que tengo de volver a intentarlo, ¿y sabes porqué?, ¿que tal que le agarra sabor y se aficiona?. Por último mi Betty debo confesarte una idea que se me ha venido ocurriendo: Creo que me cogí a Lalo. Recibe mis saludos y que Dios te bendiga, y por nada del mundo vayas a intentar algo así con tu marido. Gisela.