Carta de Despedida a Dulcinea
Mi querida y sin par Dulcinea, aquí se despide Don Quijote de vos
A la sin par Dulcinea
O
s escribo estas líneas, ahora que acaban mis días, para poder despedirme de vos.
Sé que siempre permanecisteis ajena a los sentimientos de este noble caballero por vos, y que ignorabais la admiración y el profundo amor que os profesaba; y es de entender, pues vuestra sin par belleza os hace digna de la admiración de muchos y más nobles caballeros que yo.
He de decir que desde que os ví, quedé prendado de vuestra belleza natural, sólo comparable a la de las más bellas ninfas de los bosques, y digna de lucirse en un trono como gran reina y señora.
Desde ese momento, dí mi palabra de caballero andante de dedicaros todos mis esfuerzos por desfacer entuertos, y traer la justicia a estas tierras de La Mancha, con la esperanza de que mis hazañas llegasen a vuestros oídos en el Toboso, y así pudierais dirigir vuestra atención hacia este, vuestro más humilde servidor.
Peligros, aventuras y hazañas viví por vos, y en vuestro nombre y el de vuestro honor, empuñé mi espada una y mil veces, aún sabiendo que mis esfuerzos no eran suficientes para atraer vuestra atención y resplandeciente mirada, mas eso no me detenía para seguir en mi empeño, ignorando en el fondo de mi corazón, si sabíais de mi existencia siquiera.
Mas esa era la naturaleza de mi amor, el darlo todo por vos, dedicarle a vos todos mis esfuerzos, sin saber siquiera si sabíais de mí, ni si era correspondido. Si lo fuese, eso habría dado más brío aún a mis miembros, mis brazos mil veces más, con mil veces más fuerza habrían empuñado la espada.
P
ero si no fuese correspondido, ¿qué sentido habrían tenido todos mis esfuerzos? De saberme no amado, muy seguramente las fuerzas no es que me hubiesen fallado, si no que jamás habrían estado conmigo dándole brío y valor a mis empeños; la vida no habría tenido sentido, y habría perecido en mis primeras aventuras, teniendo un fin desventurado como tienen aquellos que se saben no amados ni amparados por sus damas.
Por ese motivo, mi sin par señora Dulcinea, a cuyos ojos jamás seré digno a mirar directamente, es por el cual, todos estos años, he sido más feliz con la duda de ser amado o no por vos, que si hubiera sabido desde el principio que no profesábais por mí ni una décima parte del amor que yo he sentido por vuestra graciosa persona. Era feliz, por que conservaba la esperanza de ser amado por vos, y eso era lo que me daba fuerzas.
Pero los años pasaron, y seguí sin noticias de vos; ni una mirada, ni una carta, ni un pañuelo que llevar como prenda en mi siempre desnuda y fiel a vos lanza. El tiempo pasa, incluso para los aguerridos y sedientos de justicia caballeros como yo; y corría el riesgo de que la estirpe de Don Quijote de La Mancha muriese conmigo; por lo que, con todo el dolor de mi corazón por traicionar el amor que os profesaba, contraje matrimonio, para poder tener descendencia, y que mis hijos pudieran continuar por mí mi misión en honor vuestro cuando las fuerzas ya me fallasen. No hay mayor desventura que la de no sentirse amado, y supongo que eso también lo debe saber la que es mi esposa; que aunque compartamos techo y lecho, aunque me ha dado tres hijos sanos, fuertes y aguerridos; mi amor y mi corazón siguen siendo enteramente para vos.
Definitivamente, estoy llegando a mis últimos días, y desde mi lecho de muerte, os escribo estas líneas para que sepáis que vuestro más fiel y enamorado servidor, que tantas veces arriesgó la piel por vuestro honor y amor, exhala ya sus últimos suspiros, y tengáis a bien honrar mi humilde sepultura con vuestra presencia.
Vuestro siempre fiel y enamorado
Don Alonso Quijano, más conocido por Don Quijote de la Mancha