Carta a un amor
Llamó y le abrí, le abrí la puerta a la par que mis brazos.
Buenos días Señor, ya será de día cuando lea este correo.
Me gustaría contarle lo que siento, contárselo no sólo por el placer de hacerlo, que le aseguro que no lo es, sino para que me pueda tranquilizar, ayudar o aclarar mis dudas.
Nos conocimos hace tiempo, no recuerdo si fue el siete o el ocho de Mayo.
Para mí fué como un flechazo, y llegué a pensar... Éste Señor es el Amo que estuve buscando toda la vida.
De pronto, mi vida cambió. Todos los planes que tenía, mis ilusiones y proyectos pasaron a una posición relativamente distante. Sólo le veía a usted. Era el eje de mi vida.
En solo un día me conquistó y dominó. El Amo o los Amos que me pretendían, de pronto se esfumaron en mi mente, sólo tenía ojos para Usted. La cena anual con mis compañeros de trabajo, que tanta ilusión me hacía compartir, carecía de sentido.
Sólo mi familia y mi trabajo me ataba al mundo real, todo lo que le rodeaba a usted estaba envuelto en un halo de magia fantástica y embriagadora, tanto, que me daba miedo reconocerlo.
Decidí acceder a los impulsos de mi corazón.
Yo, persona sensata, lastimada por la vida como cualuier otro mortal, y con mis años a cuestas, deseaba volver a sentir, sentir aquello que me fue arrebatado tan tempranamente: -la esperanza en el amor-.
Sí Señor, esa palabra que seguramente usted detestará, fué la que inflamó mi alma.
No me culpo, no me puedo culpar por sentir la belleza e intensidad de ese sentimiento, aún a sabiendas de que cuanto más se ama, más se sufre, y que es directamente proporcional un sentimiento del otro.
Tenía miedo, un miedo que generaba en mí una ansiedad tal, que me hacía dudar de mi cordura, no obstante seguí adelante, debía conocerle, debía darme la oportunidad, y decidí no pensar, e ir hacia adelante.
Esa noche previa al encuentro, trabajé; esa noche no pude tener un minuto de sosiego, la inquietud y el desconcierto, hacían vibrar todas las células de mi cuerpo. Temblaba. Tentada estuve en más de tres ocasiones de enviarle un mensaje diciéndole: -no venga, no estoy preparada-. Pero no, deseaba conocerle, y me contuve.
Inexplicablemente y contrariamente a como me suelo comportar, íbamos a vernos, y más aún en mi propia casa, confiaba en Usted, más no era cauta. Era el momento propicio, eso sí, y no habría nadie que nos pudiese interrumpir.
Llegué a casa, y esperé, no le seguí todas sus indicaciones, deseaba ser digna de Usted. Estaba recién duchada, el desayuno preparado, y mi corazón ardiendo.
Llamó y le abrí, le abrí la puerta a la par que mis brazos. Y una vez entre los suyos, desaparecieron espontáneamente todos mis temores. Estaba con Usted y me sentía segura y protegida.
Lo que pasó ese fin de semana, sólo nosotros lo sabremos.
Juegos, caricias y besos. Paseos, cenas y comidas.
El Paraíso.
Se fué, y con Usted un pedacito de mi.
Me quedé preguntándome si no habría sido un sueño, y si le volvería a ver.
Conocía mis secretos. Consiguió desnudar mi alma al igual que mi cuerpo, sabía todo de mí, mis deseos ocultos, mis ansiedades, mis temores.
Era suya, y era feliz.
Al dia siguiente dormí mucho, no quería pensar, solo recordar en sueños, recordar todos y cada uno de los instantes que pasamos juntos.
Esperé su llamada, al no recibirla y preocupada por la incertidumbre de su viaje decidí enviarle un mensaje, que usted me respondió con su habitual buen humor, algo que me desconcertó.
Esa noche charlamos por nuestro ordenador, descubrimos nuevas cosas de nosotros mismos, y me seguía sintiendo suya.
Esa semana la pasé mirando el móvil y consultando el reloj, estaba pendiente de cualquier vibración del teléfono, y me llevaba la mano al bolsillo en donde lo mantenía, con esperanza de acelerar la recepción de una llamada suya.
Pero Usted no me llamaba, y decidí llamarle yo, llamarle aún a pesar de parecer insistente, de parecer absurdamente impaciente.
El corazón es así.
Había una fiesta de nuestra temática en una ciudad cercana. Me dijo que iría a la fiesta, que si quería ir, que fuese.
¿Cómo no iba a ir? Me había robado el corazón, le sentía Mi Amo, no había otra opción.
Obviaré decirle que al ser mi primera fiesta estaba sumida en un mar de dudas, porque eso usted ya lo conoce. Todo el día estuve preparándome para dicho evento y para Usted; la peluquería, la depilación, la casa y la compra por si venía luego.
Ese día no pude comer, sólo tomé tres cafés.
Llegué al sitio acordado acompañada por una amiga común, que estoica y altruístamente me guió hacia Usted dirigiéndome con su vehículo.
Noté cierto distanciamiento en su ánimo que me sorprendió, pero suponía que era la situación del momento, las personas que estaban allí y la incertidumbre de la espera por el resto de los amigos.
En la cena me sentí casi desahuciada, Usted estaba pendiente de las conversaciones de los comensales que tenía enfrente y a su lado, y escasamente se dirigía a mi. Yo no tenía otra opción que la de hablar con dos personas que no conocía, y más de una vez estuvo una lágrima a punto de salir de su buen recaudo.
En el pub todo cambió, decorado con muy buen gusto como estaba, y con el ambiente adecuado, me sentía flotar en un universo paralelo.
Allí estuvo conmigo, me sentí su sumisa, y le sentí mi Amo.
Nos divertimos juntos jugando.
Las marcas tardarán en irse de mis piernas, pero mucho más de mi alma. Cuando las miro, le recuerdo, y sigo sin comprender, sigo sin comprender porqué no me quiso aceptar, qué más debo hacer para ganarme ese honor.
A su lado, esa noche de sábado volví a tocar el cielo con las manos.
Nuevamente la despedida, esta vez más fría, le vi marchar; mismo sentido, distinta dirección.
Ni una llamada, ni un mensaje, a pesar de las mias que sonaban en el vacío, -¡apagado o fuera de cobertura!-.
Casi a las doce de la noche recibí su mensaje, diciéndome que había llegado bien, tras haber pasado todo el día inquieta.
Al dia siguiente, lo pasé esperando, hasta la noche, que le vi en la sala del chat, bromeando con usuarias de ésta.
No soy celosa, pero sí todavía reservo algo de orgullo y vi pisoteado mi honor.
Accedí a una de sus peticiones de enviar un mensaje a una de las parejas integrantes de la fiesta, y luego me envió a otra sala, pensé que para no molestarle en sus conversaciones. Me dejó sola, sin dedicarme una caricia, sin una palabra de cariño, sin un gesto de complicidad, sin preguntarme por el estado de las marcas.
Me sentí desolada, incomprensiblemente engañada, llena de dolor e impotencia, y las lágrimas empezaron a aflorar en mi rostro, lágrimas que no tenían consuelo, ni con la ayuda de mi amiga que me ayudaba, apoyaba, y me requería paciencia.
Llegué a decidir abandonarlo todo, salirme de la sala, y dar el portazo sin despedirme, pero ella me contuvo, entonces pensé que era mejor descansar y hablar al día siguiente con Usted.
Como me conozco y sé que al hablar con Usted me sentiría otra vez sometida y prácticamente sin poder expresarme, he decidido enviarle este correo, que, aunque extenso refleja la intensidad de mis sentimientos.
Ahora le corresponde a Usted valorar lo que si ha tenido paciencia ha leído, y decidir si le intereso o no como sumisa, o tal vez me prefiera sólo como una amistad más.
Tome la decisión que tome, le ruego que me llame por teléfono en breve, sino, daré por finalizada nuestra hermosa y breve relación.
Disculpe, Señor, mi arrogancia, pero ahora mismo es fruto de mi desconcierto.
Quedo a la espera de sus noticias.
Beso su mano.