Carta a Marie Elena. La Historia de Mati y Nati.

Al siguiente domingo lo fui buscar y así lo hacía cada vez que visitaba a mis abuelos, fueron meses, creo que dos años, hasta que un día muy de mañanita lo descubrí entrando al baño con una de mis primas.Corrí toda furiosa y celosa, con dolor en el vientre, con dolor de mujer.

Carta a Marie Elena

La Historia de Mati y Nati.

Cuando yo tenía tu edad –casi 7 años-, como siempre contoneándome y con mi vestido ampón, ese de tela estampada con pájaros de color azul cielo que en una de sus esporádicas visitas me trajo mi papá de regalo; me acerque a mi tío Toño que como siempre sentado en su banquito, lentamente como si la estuviera acariciando las teta, estaba ordeñando una vaca, y me dijo te tardaste chamaca, trae acá, dame tu tasa, pero acércate, y me tomó por la cintura y me sentó en su rodilla que acomodó entre mis pequeñas piernas, agarra, tú misma tienes que sacar lo que te gusta y al tocar la teta me estremecí tanto que junto con mi mirada de complicidad él supo que yo entendí su comentario.

Ese tío era el que más me consentía, era el único que desde más chiquita aunque estuviera cansado, cuando llegaba de la labor se sentaba en un banquito de forma tal que sus largas piernas quedaban libres para que yo las usara como montura y suave y lentamente disfrutar deslizándome sobre sus velludos muslos sudados , yo sabía que se sentaba así para mí, aunque mis primas también venían a tratar de montar, él me prefería y me decía, porque me dejas con esas encimosas y yo me reía sabía que tenía el control. Eso pasaba, ahí, bajo el techo de palma del cobertizo de las hamacas donde yo siempre lo esperaba, porque en la tarde algo como que en mi abdomen me anunciaba, me hacía sentir que me hacía falta notarme en su velluda pierna que siempre estaba descubierta porque le encantaba andar en short, disque por la calor. Para mí era mejor, me encantaba hacerme caballito sobre su musculoso muslo y sentir sus vellos que igual se estremecían al ir restregando mi parte una y otra vez hasta llegar a su rodilla que aunque huesuda también sudaba y mojaba mi calzón, eso lo ponía nervioso y yo gozaba, pero el juego, mi juego preferido continuaba hasta que me veía mi abuela o mi mamá, y aunque no decían nada, dis que para que yo no maliciara, solo le lanzaban una mirada mustia, y entonces me él decía, ya, quítate chamaca, pero lo que yo quería era quitarme los calzones para sentir más y aumentar mi alegría. Yo sabía que ese aparente rechazo era contra su deseo, porque le gustaba que yo montara, porque su cosa que aunque no la veía me la imaginaba toda lubricada, brillante y con sus venas bien hinchadas como la de mi papá, aunque no tan rosita porqué mi tío era moreno y la de mi papá era la de un hombre rubio con vellos dorados que a mi mamá le encantaban cuando se la metía y se lo decía cada vez que venía a visitarla y yo los espiaba y si me descubrían me daban carrera, pero me pedían que no dijera, al tiempo que yo fingía no haber visto, salía corriendo en busca a mi tío para también tener mi placer, ese que solo siendo mujer se tiene, yo la quería tener también y me la imaginaba porque se le notaba bien parada en cada montada que le daba y disimuladamente pasaba mi pequeña mano sobre su short y sentía esa cosa caliente que me ocultaba el pantalón pero que se me insinuaba de más en más al irme deslizando lentamente al ritmo de su estremecimiento hasta llegar a la rodilla, durante en ese juego algo me gritaba en mi interior, en mi abdomen lo sentía y me brincaba más fuerte el corazón. Yo sentía y sabía que yo tenía el control para hacerla calentar y aumentar de tamaño, pero también de que se mojara el short que era lo que más me gustaba, sobre todo por el olor que despedía y que a mi mano impregnaba como al rumbo de la tercera montada y restregada de mi parte en su rodilla que aunque tuviera calzón también se calentaba a mi paso que hoy sé que era estremecedor. Él me lo confeso cuando me dio lo que yo quería, que cosa tan lida chamaca me estremeces cada que te veo y tú lo sabes, si tío, ingenuamente dije, si lo sé.

Cuando la entregue para que llenara mi taza de leche directamente de la teta de la vaca que en ese momento ordeñaba, me dijo quieres sacarle la leche tú misma, y entre sorpresa y placer algo como electricidad sentí arriba de mi ombligo. Lo mire con mis grandes ojos confirmándole mi complicidad con su propuesta -con una caída de ojos– esa artimaña que descubrió mi psicóloga- esa que desde entonces he usado para obtener lo que quiero.

¿Pero y como le hago?, me puede patear la vaca, ¿Y si me atraganto? Mi tío tembló y me dijo, - ¡No!, se la vas a sacar con tus manos y me acerco al animal y llevo mis manos a una teta de la ubre, que yo había imaginado directamente vaciándose en mi boca, ni modo pensé, otra vez será mientras que él me dijo, pero si quieres mamar luego te enseño, No dije nada, le clave la mira en su bulto que entre sus piernas había crecido y mis nalgas habían sentido mientras ordeñaba.

Era domingo, solo él y mi abuela, -que se encontraba en la cocina- y yo, éramos los únicos que nos habíamos levantado, ah, también mi abuelo pero ya se había ido al campo con el resto del ganado, no sin antes haber puesto un chorrito de alcohol de caña en mi tasa, esa que mi tío llenaría de leche blanca y calientita directo de la ubre de la vaca y que yo iba aprender a ordeñar para mi más grande placer, ese que desde entonces recorre de mis manos y me llega a la cabeza y luego baja hasta mi abdomen y se clava calientito como electricidad en mis entrañas que se adormecen y me mandan sensaciones a la lengua y a paladar que me hacen abrir la boca para humedecer mis labios con esa saliva cuya sensación y aroma no tiene igual. Mi mamá y los demás se habían desvelado como todos los sábados y seguían dormidos.

Ya tenía tres días que habíamos llegado -mi hermano, mi madre y yo- a visitar a mis abuelos y me gustaba ver como ordeñaba mi tío y que llenara mi tasa directamente de la ubre de la vaca pinta, que siempre la ordeñaban al último, porque siendo de raza pura, tenían cuidados y alimentación especial para ella en los corrales de la casa. Y así, cruda sobre una base de alcohol, me gustaba saborear delante de él esa nutritiva bebida espumosa –luego supe del poder afrodisiaco del alcohol- y me gustaba que ese hombre de 25 años, se quedara como tonto, viendo como me contoneaba tomando lentamente de mi tasa y dejando que la espuma se pegara a mis labios, que después limpiaba suavemente, con la boca abierta, sacando mi lengua poco apoco como una promesa. Disfrutaba al verlo así, disfrutándome como visión divina, turbado, como petrificado y al mismo tiempo tembloroso, como si tuviera frio. Pero, yo sabía que era calor por mi presencia, pues siempre temblaba y sudaba al verme y sus miradas envolventes y escudriñadoras me lo decían, se lo decían a los míos, a mis ojos, sus ojos, así me decía -mis ojos- que le lanzaban mi mirada subyugante –esa, que desde entonces descubrí como mi mejor argumento para obtener de los hombres lo que se me antoje y, lo he seguido perfeccionando. Mientras intercambiábamos miradas de complicidad, el sudor le escurría de la cara, al pecho, un pecho musculoso, lleno de vellos, que me encantaba ver como detenían algunas gotas de ese sudor mientras bajaban y se abrían camino, cortadas por los vellos, se perdían esas gotas abajo de su ombligo y me imaginaba cosas…

Ese domingo, no se contuvo, no me dejo alejarme para ver mi cadencioso caminar de niña con vestido ampón, ese que me gustaba lucir porque dejaba ver mi entrepierna con los rayos del sol a contra-luz, el florido tergal con que estaba confeccionado, dejaba transparentar mis formas infantiles, de un cuerpo que ya insinuaba su voluptuosidad que a muchos ha subyugado al grado del peligro. ¡No!, no dejó que me fuera, ese día, ese día fue mi día, sí, así lo sentí, así lo siento ahora, a 40 años, liberada al placer, al contarlo, al recordarlo, al recocerlo, al volverlo a disfrutar.

Sentado en el banquillo de ordeña, extendió su mano derecha que dejó de usar en la ordeña, la puso sobre mi cadera. Mi cadera, que aunque de niña, sintió que la trataban como a la de una mujer como lo hacía con la mulata que era su esposa, y a quien tanto envidiaba cuando así la abrazaba, ahora era yo la mujer que sintió la fuerza de ese hombre directamente y así llegó a mi corazón de niña mujer -madurado a fuerza de ser testigo mudo de encuentros sexuales que produjeron visiones perturbadoramente erotizantes en mi hipotálamo, eso dijo mi ginecólogo cuando en consulta le conté para que con lo guapo que es, supiera que fácilmente me mojo. – Con el apretón de mi tío, mi corazón se aceleró y tembló como nunca.

Suavemente, pero bien asida, me acercó hacia él. Yo sentí la fuerza con que su cuerpo temblaba, jadeaba fuerte y rápido igual que el mío y por su nariz salía un aire caliente con un olor de hombre, de fuerza viril que me encanta. Con la otra mano, con la izquierda, jaló la ubre y me dijo toma aprieta fuerte y me acomodó la teta de la vaca pinta en mi pequeña mano. Mi alma lo agradeció toda, me sentí realizada, apreté y sentí como fluía la leche por esa teta y me gusto, disfrute al grado supremo del aturdimiento y me imaginé a mi madre apretando el miembro de mi padre cada vez que la visitaba y que hago como que no los veo. Y mi tío con su enorme mano, apretó la mía para enseñarme como apretar y mover para sacar la leche de la teta de la vaca, pero yo me trasporté, imaginando apretar el miembro de mi padre para sacar el precioso fluido que muchas veces vi saborear a mi madre, cuando burdamente fingía arreglarle hincada y de rodillas, el pantalón a mi padre y me decía – estoy cortando un hilo con los dietes, eso me dijo la primera vez que me descubrió que la había visto-, y yo fingía creerle mientras ella trataba de ocultar su actividad que parecía ininterrumpible como habría de comprobar bien pronto, cuando hice lo mismo, -a la falta de tijeras-, agregue; y seguí jugando montada en mi caballo de madera restregando con fuerza mis partes sobre el madero que en ese momento se humedecieron sobre ese palo con cabeza de equino, al tiempo que mi padre satisfecho y como disfrutando de mi suspicacia –o imaginándose un futuro posdiluviano- me guiño el ojo y supe que era su cómplice y que un día dejaría de sentir el dolor de mi vientre, ese que sentía al verlo llegar y saber a qué venía y que no era a mí a quien buscaba en ese tiempo...

Aun no eran las 7 de la mañana, mi tío me tomó en sus brazos y yo cruce mis piernas sobre su torso como siempre lo hacía después de terminar de ordeñar las vacas para llevarme hasta la cocina, así abrazada, untada a su piel sudorosa y, mi mamá, le decía –ya baja esta encimosa- y su hermano menor me bajaba lentamente, restregando mi cuerpo a su pecho y por sus piernas fuertes, terminando y culminando así mi momento de placer, ese placer extremo que me producía el rose de sus pelos sobre mis piernas; y  el sudor que absorbía mi ropa interior que se pegaba a su pecho, al que yo me pegaba para sentir sobre mi pubis el palpitar de su corazón, un corazón que yo sabía que se aceleraba por mí, luego corría a mi recamara, la cerraba y recargada en la puerta me quitaba las pantaletas de algodón para disfrutar el aroma que habían adquirido y así arrullarme al mismo tiempo que suavemente tocaba mi pubis y metía la yema de mi dedo cordial sobre mi clítoris que agradecido se endurecía suavemente y así continuaba hasta que mi placer era interrumpido por el grito de mi madre, -a qué horas vienes almorzar, se te va hacer tarde para la escuela.

Ese día era domingo, hermoso día, mi tío hermoso tío, no me llevo a la cocina, se dirigió al baño de los trabajadores, el que está cerca de los corrales, cerró la puerta con seguro y recargando su espalda en ella, con su mano derecha que temblaba desató su cinturón con gran prisa, se bajó el pantalón y me deslizó suave y firme sobre su abdomen sudado y peludo y justo debajo de su cintura antes de llegar sobre su hombría que tantas veces a la disimulada se la había visto cuando sin recato alguno se orinaba delante de mi. Ahora la veía a mi antojo, a mi placer y mi boca se llenó de saliva... Era igual de gruesa, grande y venosa que la mi padre, aunque de piel morena, la de mi padre es de color rosado. Con su mano movió mis pantaletas haciéndolas hacia la derecha y sin el menor cuidado me dejo ir todo su miembro en mi virginal vagina, que aunque infantil, ya goteaba un liquido que yo había visto que me escurría cuando le decía mi madre que me dejara de cargar y él me bajaba restregando fuertemente mi pubis sobre su pecho peludo y sudado, yo me encerraba en mi cuarto para ir a ver lo que me escurría y que parecía miel liquida que me gusta saborear, cuyo perfume me gusta oler y que sentía gotear desde que él me miraba y que me pasa desde entonces con todos los hombres que me miran con ardor, así se lo describí a mi ginecólogo, que me pidió toda la verdad, aunque no le dije toda, por temor a que no se interesara en mí y me dejara autosatisfacerme en lugar de hacerlo él personalmente, como es su fama entre mis persignadas amigas del colegio de monjas y de las de la copa sagrada-el bar- donde entre drinks y bocadillos afrodisiacos, todos los jueves esperamos la mirada de un turista de buen ver mientras nos confiamos las confianzas de nuestro pervertido-r- ginecólogo.

De pronto todo cambio, sentí un dolor que llegó arriba de mi cintura y algo caliente adentro de mi vientre, luego algo que escurría por entre mis piernas y aunque me dolió, no grite, solo puje suavemente como lo hacía mi madre para que nadie oyera, aunque no creo que a ella le doliera como a mí, pero yo me aguante el dolor para no llamar la atención de mi abuela, pero porque era eso lo que yo quería sentir, sentir como sentía mi madre con el guapo señor que era mi padre, quien al menos una vez a la semana, venía a buscarla y hacerla sentir. Y para que nadie se diera cuenta -aunque después sabría que no era de dolor, pujaba suavecito en el interior de mi recamara donde supuestamente entraba mi padre para despedirse de mí que supuestamente estaba en cama un poco indispuesta-, y con el permiso de mi abuela él me traía un juguete para entretenerme mientras él gozaba de mi madre, yo fingía jugar y no darme cuenta, pero ya desde los 6 años descubrí lo que pasaba y sentía dolor en mi abdomen, un dolor como de vacío. Ahora me sentía agradecida, de ser cómplice de mi tío que me había enseñado a ordeñar y ahora me daba algo que siempre le envidie a mi madre, algo que estábamos haciendo a escondiditas y que me gustaba porque me quitaba la sensación de vació abdominal, aunque a mi, si me dolió.

No llores chamaca y me bajo, -le dije, no lloro tío- y tomando su paliacate que siempre tenía en el cuello, preparó una almohadilla y limpio mi entre pierna y presiono sobre mi vagina, diciendo al mismo tiempo, no te espantes, sus pantalones los tenía en el suelo –no usaba calzones- y le dije no tío no me espanto, con mis grandes ojos llenos de lágrimas,–hoy se que eran de placer- más abiertos que nuca mire su miembro, que quedo frente a mi cara y lo tome entre mis manos, se lo apreté y le dije ¿puedo?. Y en ese momento, que cuarenta años después describí sin escandalizar a mi psicóloga – quien me comentó que vivió un situación similar a los 6 años-, reconocí que aprendía el placer extremo de tomar directamente el alimento que más me gusta porque nutre mi espíritu de placer celestial. Y que no es la leche de vaca.

Después de beber toda su producción y de ordeñarlo como me dio la gana, con manos y labios y lengua, metiendo y sacando de mi boca, así, fuerte como él me enseño con la ubre de la vaca, para que salga el fluido más divino que conozco…De pronto oímos ruidos que venían de la cocina y le dije seguro que es la metiche de mi madre.  Pero no, era mi abuela que gritó, tráeme la leche Toño – Ahora que acabe, grito mi tío y siguió limpiando mis piernas y me acomodó el calzón. Y ahora qué hago, ya me manche de sangre el vestido, no sé, le decimos que te caíste. Salimos del baño, -¡No¡, mejor que me monté en el guayabo y me lastime, -si, -anda tío llévame y ya veras, móntame en esa rama, uno después de otro, di dos restregones en la rama de ese árbol de guayabas que ese año las dio más rosadas por efecto de la sangre que le unté, dicen los que saben mi secreto, que  tienen –las guayabas- un sabor y perfume de afrodita, a partir de entonces a mí siempre me supieron a una muy tenue pero divina mezcla de semen, sudor y sangre.

De pronto mi mama llegó, que pasa con la leche, y tu bájate de ese árbol, un nuevo restregón un grito fuerte y un brinco, -no me asustes chamaca, gritó mi madre y, - mira ya te lastimaste- anda Toño cárgala yo llevó la leche, llévala al baño vamos a lavarle el raspón antes de que se le infecte. Mi tío cambio de color, la sangre volvió a su rostro, pues de puro miedo se había puesto pálido, viendo que mi madre se alejaba con la cubeta de leche me levanto el vestido y me dijo ya no sangras y aprovecho para quitarme la almohadilla que había preparado con su paliacate y que habíamos olvidado. Yo aproveche para empujar su fuerte mano sobre mi pantaleta que se metió entre mi vagina.

Nada más fue un rosón, dijo mi tío a mi madre que regresó para atenderme. ¿Y entonces esta sangre?- ah, es cierto dijo mi tío -¿No te lastimaste tu parte mi niña?, -no mami, -déjame ver, voltéate Toño, Ya me voy , regáñala por desobediente, le encanta montarse  en el guayabo, ya le había dicho que se puede lastimar… -Gracias Toño, déjame ver, -te duele tu parte Mati, no mami como crees, anda te voy a bañar, quítate la ropa, ahorita regreso deje hirviendo la leche, voy a verla y a traerte tu vestido y unos calzones limpios. Yo aproveche y me bañe solita, cuando regresó mi mami estaba hecha bolita cubriendo mis intimidades, mis primos ya se habían levantado y podrían verme. Cierra le dije a mi madre. No ves que allí andan mis primos y mi hermano. Mis tías que acompañaron a mi madre a unisonó dijeron, mira la Mati pobrecita y siempre tan recetadita, oyela, lo que le preocupa. Que no le vayan a ver su desnudez. Ja, Ja, Ja,. Con diferente rumbo salimos del baño, pero mi tío y yo con el mismo secreto que el baño atestiguó y certificó el guayabo, la unión de nuestras vidas, porque por más que lo intento, siempre viene a mi presente, él vive en mi mente, en los labios de mi boca, en mi lengua, en los tiernos labios de mi vagina.

Di gracias a Dios porque nadie se dio cuenta, aunque no se si no les convenía darse cuenta. Cuando todos se levantaron, también vino la esposa de mi tío y delante de mí se dieron besos y le dio una nalgada y la vio caminar cantonándose con unos ojos que yo quería que voltearan hacia mí, pero no, y yo comprendí, que eso podría descubrir nuestro secreto… Al siguiente domingo lo fui buscar y así lo hacía cada vez que visitaba a mis abuelos, fueron meses, creo que dos años, hasta que un día muy de mañanita lo descubrí  entrando al baño con una de mis primas. Corrí toda furiosa y celosa, con dolor en el vientre, con dolor en el alma y de pronto, le dije a mi madre, mama, mi tío, me toco aquí abajo,- chamaca mentirosa, tu tío es mi hermano más querido y es un señor casado, no tiene por qué andar tocando a una mocosa, -pero me tocó mami  -Cállate no digas mentiras, Que pasa preguntó mi abuela –Nada ya conoces lo mentirosa que es esta escuintla… Y me jaló llevándome hacia la recamara diciendo en voz alta -ven, vamos a preparar tus cuadernos. Una vez en la recamara. -Pero mamá, le repetí, él me toco, y en voz baja mi madre me dijo, tal vez fue sin querer, tú siempre andas de encimosa, mejor prepárate al rato viene tu padre...

En ese momento tome la decisión de callarme, sabía que si le contaba que su hermano estaba en el baño con mi prima Nati, el cuñado de mi madre –papá de Nati, mi tío Pepe que tenía fama de asesino, vendría a matar a mi cómplice y de pronto, unos segundos después cambie de idea, decidí hablar para que así mi tío Pepe enterrara al que destruyó lo puro de mi secreto. Iracunda mi madre me tomó de la mano, cuando le dije que en el baño estaban encerrados mi tío y mi prima,   -ven vamos a ver mocosa mentirosa, y me jaló hasta el baño y empujó la puerta, al tiempo que mi tío salía todo pálido, con una aparente calma, diciendo -¿qué pasa hermana?. –Nada, andamos buscado a Nati, ¿Pero en el baño?. Indudablemente fueron más que segundos los que habían pasado entre una y otra decisión de denunciar a mi tío.

40 años después le reclamé a mi madre, de que no hiciera nada para ayudarme a tiempo, responsabilizándola de las consecuencias de mi primer desliz, cuando mi tío me deslizo hacia el mundo del placer prohibido, pero si como dicen mis mojigatas amigas, que todo se mueve por la voluntad de Dios, entonces ya estaba en mi destino conocer la virilidad de mi primos y la de mis tíos políticos y la los amigos que disfruté a escondidas de mi familia antes de cocer a mí marido. Los posteriores, reconozco que fui yo quien busco las citas aunque siempre le pedí a Dios que mi marido no se enterara y si lo hacía que fuera a toro pasado, por que es mejor pedir disculpas que arrepentirse de no haberlo disfrutado.

Ya estando casada- le confesé a mí madre -he cometido adulterio-, por eso me cacheteo tu yerno por no haberme curado, por no ocuparte de mí y solo buscar complacer al hombre con quien te casaste por despecho de la boda de mi padre con quien nunca pudiste casarte… Cuando la vi llorar me calle y me acordé del segundo y del tercer desliz ya estando casada, y que mi esposo descubrió, pero que por amor a mis hijos creyó en mis supuestos arrepentimientos, hoy, llevándome todos sus ahorros, lo he abandonado porque enfermó, ya no tiene la fuerza viril que me hizo doblegarme ante él por un tiempo. Mientras que yo sigo sintiendo inquietud por el sexo igual que cuando tenía 7 años ya hoy seguí a un vividor que se dio cuenta de que me lleve los ahorros familiares.

Ni mis hijos pudieron detenerme porque cerca de los 50 voy siguiendo a quien al verme caminar se atrevió a proponerme vernos en secreto y me hizo volver a vivir los momentos que una prima guzga me destruyó cuando más lo disfrutaba.

Quiero regresar y pedir nuevamente perdón, mi psicóloga me recomienda que lo haga, pero que antes realice estos ejercicios de memoria para sacar todo lo que traigo de sentimiento de culpa de una muerte que no fue, de la ruptura familiar con mis primos, los hermanos de Nati, que había saltado por la ventana del baño quitándome a mi primer hombre y por lo cual solo ella y yo sabemos y mi tío claro, porque nunca volvimos a dirigirnos la palabra, pues se fue a vivir a Tijuana, donde trabajó en un despacho “con table danse”; porque mi tío cuando mi madrenle pregunton que tanto haces en el baño, dijo estar con diarrea y me dio asco por cobarde, porque mi madre tenía sexo con mi padre cada vez que él quería (ella siempre lo deseaba), los odio a ella por no creerme, a él porque nos abandonó en casa de mis abuelos- y porque para obtener el permiso de visita, me usaba como testigo y así aprendí a no darle importancia a la relación matrimonial, sino al sexo, a los regalos y al dinero que me traía.

Los odio porque me dejaron a la merced de otras familias, donde las enseñanzas prohibidas de mis tíos políticos me iniciaron en el voyerismo de películas pornográficas que supuestamente dejaban por descuido, junto con botellas de brandi y vodka que sabían que eran mis preferidos y que siempre deguste con agrado cuando iba de visita a sus casas, porque sus afectos, los rincones de sus casas, los videos prohibidos y el alcohol inducían el descontrol de mi pervertida moral de escuela de monjas y sacerdotes libidinosos; porque mis tías interpretaban como inocentes las cariñosas nalgadas que me daban sus maridos igual que me las daba mi padre ausente, cuando llegue a visitarlo provocándolo con mi desnudez –por guapo. Por viril- y para hacer rabiar a la mujer que prefirió en lugar de mi madre, pero también para sacarle dinero para ir a vacacionar pensando siempre en llamar la atención de algún atrevido que llamara la mía, hasta que encontré al esposo que deje, porque me di cuenta que nunca cambiaré y mejor ya no le hago daño, ni lo provoco para que no me recuerde con su sola mirada que ya intuyo mi nuevo desliz.

No sé qué edad tengas mi querida Maria Elena, ni si tu tío es muy fuerte, pero. Si, enfréntalo, sobretodo hoy que ya es. o debe ser un viejo, que sepa que a ustedes nunca les gusto ser su objeto sexual. No lo cuenten hágalo. Lleva a tu hija y grítenselo.

Si no tienes el valor de hacerlo personalmente, denúncialo pero piensa en los daños colaterales –de divulgar un secreto- que como en mi caso has guardado tantos años. Seguro que hay mucho más de lo que aquí te he confiado que nos afecta. Yo lo cuento tratando de contribuir a mi cura sirviendo de muestra de lo que no se debe hacer.

Me refiero a servir de material para escribir relatos morbosos o que hacen ricos a nuestros terapeutas y confidentes y que al fin de cuentas nos restrieguen los errores de nuestros padres y los nuestros que también son de ellos.

Pavaneh