Carta a J. (Carta 07)

Aún después de haberme prometido a mí misma una y mil veces que no volvería a hacerlo, que intentaría por todos los medios no volver a pensarte o a desearte, ayer, en la playa, me volví a dejar llevar por mis propios pensamientos...

Aún después de haberme prometido a mí misma una y mil veces que no volvería a hacerlo, que intentaría por todos los medios no volver a pensarte o a desearte, ayer, en la playa, me volví a dejar llevar por mis propios pensamientos, por mi poca fuerza de voluntad para olvidarte y no dejé de pensarte y de imaginarte todo el día junto a mí.

Llegaste sigiloso, entre nubes mañaneras, ocultándote entre ellas, sólo dejando escapar algunos abrazos en forma de rayos de sol, directos, muy directos a mi piel... Al principio, sin prisas, dándome tiempo entre abrazo y abrazo. Hasta que a media mañana, ya no pudiste resistirte más. Con tus propias manos, retiraste las nubes y te mostraste poderoso y ardiente ante mí. Te sentía en mi escote, sobre mis hombros, te recreaste en mi tripa y en mis muslos, abrazándome, quemándome, instándome a voltearme en la toalla para poder abrazar también mi espalda, mis corvas, mis pantorrillas.

Había un silencio casi sepulcral en la playa, interrumpido a veces por algún suspiro profundo, salido de mis propias entrañas, que solo yo podía oír y que estremecía todo mi cuerpo al seguir sintiéndote durante horas sobre mí, con fuerza.

De vez en cuando, te convertías en brisa.... detalle que agradecía incorporándome para poder sentirte en mi rostro y en mi cuerpo sudoroso. Entreabría mis muslos, dejándote revolotear como una mariposa abanicándome con sus alas, refrescándome. Levantaba mis brazos dándote así la oportunidad de acariciar mis pechos, sobre los que danzabas al son de tu música.

Fuiste preparando el momento durante horas, horas en las que no dejé de sentirte y de desearte, hasta que te oí llamándome desde el mar... y no pude por menos que responder y levantándome, salir a tu encuentro... Te transformaste entonces en agua y sal. Cómo te alegró que respondiera a tu llamada.... nada más sentirme en tu orilla, empezaste a zozobrar y alocadamente, te precipitaste sobre mí en forma de olas que rompían en mi cuerpo... Golpeabas mis muslos con olas juguetonas que se peleaban por querer ser las primeras en chocar contra mi sexo y mi vientre, erizando cada poro, excitando mis pezones según me adentraba en el mar. Así, hasta que sentí la necesidad de llenarme de tí, maldiciendo no ser sirena para poder permanecer horas y horas en la inmensidad de tu mar...

Tú y tu "poder", osando convertirte en el mismísimo Neptuno, haciéndote dueño y señor de la inmensidad del océano, solo por disfrutarme, por poseerme, por someterme...