Carta a Carlos.

Una despedida.

Carlos:

Hay tantas cosas que no te dije, y hay tantas más que sólo te dije porque estaba enojado, pero que no sentí en su momento. Quiero que sepas que aun te amo, y cada día que pasa te amo aun más.

Te extraño mucho, y sé que ya no tengo tiempo para corregir mi error, pero en esta carta quiero expresarte todo lo que no pude decirte. Amor, perdóname, sé que debí haberte dicho esto antes, pero tenía miedo, no quería que sufrieras mi partida.

Todavía recuerdo aquellos mágicos momentos que pasamos juntos, me gustaba sentir tu piel, tus caricias, tus besos… daría lo que fuera por estar contigo una vez más. Desde el primer momento que te vi me enamoré de ti ¡Qué curioso! La primera vez que estuvimos juntos, fue mi primera vez.

Tengo que agradecerte esa experiencia, me considero afortunado por haberla compartido contigo, me encantó tu trato, recuerdo que me llenaste de caricias y besos, pero no querías ir más lejos, tenías miedo de que yo pensara mal de ti, pero yo te incité a ello, no hicieron falta las palabras, tan sólo te quité lentamente la camisa mientras besaba tu cuello con suavidad, adoraba tu piel morena, era tan suave que no quería dejar de acariciarla, mientras tu dulce boca de suaves y rosados labios se unían a los míos, cada beso tuyo era tan mágico que me hacían olvidarlo todo.

Lentamente fui besando tu cuerpo, mientras tu solo te dejabas amar, recorrer cada parte de tu cuerpo fue lo más maravilloso para mi, me hacía sentir vivo, dispuesto a amarte cada día, te sentía nervioso y al mismo tiempo feliz, yo solo te acariciaba el rostro mientras tu empezaste a desvestirme, no tardamos mucho tiempo en estar completamente desnudos, compartiendo tu habitación, abrazándonos, sintiendo el roce de nuestras pieles, te di un pequeño beso en los labios e inmediatamente me separaste de ti, por un segundo pensé que te habías arrepentido de estar conmigo, pero cuando me recostaste en la cama para tomar mi pene entre tus manos y hacerme sexo oral, todos mis miedos se fueron y el placer invadió rápidamente mi cuerpo.

Lentamente saboreabas mi pene con tu lengua, lo recorrías desde la punta hasta la base, y luego lo metías en tu boca, haciendo que mi glande rozara tu paladar, generándome una ola de placer inigualable, mientras que con una mano acariciabas mis testículos y con la otra acariciabas mi abdomen.

No sé cuanto tiempo estuvimos así, ni me importa saberlo, fue un momento que hubiera deseado que durara eternamente, pero los espasmos me obligaron a advertirte que pronto estallaría, pensando que te apartarías, pero me sorprendiste cuando, aun con la advertencia, te aferraste más a mi pene y recibiste el fluido sin desperdiciar una sola gota, para después ingerirlo por completo.

Yo había quedado exhausto tras la corrida, pero empezaste a recorrer mis muslos con pequeños besos y, minutos después, me levantaste las piernas para llegar a tu objetivo, pasando tu lengua lentamente en mi agujero, para después besarlo e introducirle suavemente un dedo.

Me gustaba la sensación que me provocaba tu dedo al tocar mi interior, me estabas tratando con mucho cuidado para no lastimarme, cuando sentiste que tu dedo se movía más libremente en mi ano, trataste de introducir uno más, se te dificultó un poco, pero al final lo lograste, haciendo que mi ano se expandiera un poco, con aquellos dos dedos juguetones me sentía lleno, pero me gustaba el placer que me producían.

Mientras sentías mi interior con tus dedos, con tu otra mano agarraste mi pene y lo introdujiste en tu boca, haciendo que mi cuerpo temblara de placer, poco a poco me fui adaptando a ti hasta que, después de un rato, retiraste tus dedos y acercaste tu pene a mi ano; pensé que lo introducirías de inmediato, pero te detuviste y me miraste dulcemente, esperando una aprobación de mi parte, al ver tus hermosos ojos, sólo asentí con la cabeza y empezaste a hundir tu falo en mí.

Te detuviste asustado porque había soltado un quejido, y de inmediato retiraste tu pene, pero yo te miré y te dije «todo está bien, inténtalo otra vez», entonces, te acercaste y, lentamente, volviste a introducir tu pene en mi; fue un poco doloroso al principio, sentir cómo tu pene abría lentamente mi interior, que trataba de resistirse a ser profanado, fue una experiencia única; pensé que no lo lograríamos, pero me diste un beso que me transportó al espacio y, cuando separaste tus labios de los míos, tu pene ya estaba completamente dentro de mi, mientras tu sudor caía en mi cuerpo, combinándose con el mío.

Nos quedamos inmóviles unos minutos, tan solo observándonos, me encantaba tu mirada, que expresaba todo el amor que sentías por mi, era una mirada dulce y con un brillo que jamás había visto, un brillo que te hacía ver feliz, no sé cuanto tiempo nos perdimos en ese momento, pero recuerdo que, poco a poco, empezaste un vaivén muy lento que me hacía gemir de placer.

Tenías miedo de lastimarme y no te atrevías a aumentar el ritmo, lo cual agradezco bastante porque, si lo hubieras hecho, me hubieras lastimado demasiado. Sentir tu pene en mi interior me llenaba completamente, me hacía creer que no me faltaba nada más, sobre todo porque combinabas el ritmo de la penetración con besos y caricias que me demostraban todo el amor que me tenías. Yo no dije nada, tan solo te abracé para sentir que eras mío, que lo que estaba viviendo no era un sueño, ni tampoco una ilusión, sentir tu piel me alegraba tanto porque me demostraba que eras real, que me hacías feliz.

Tiempo después, retiraste tu pene y te acostaste en la cama, mientras con tus brazos me acercabas a tu cuerpo y me volvías a besar, quedando encima de ti, entonces tu empezaste a mover tu cuerpo rozando mi ano con tu pene, no hicieron falta las palabras para que pudiera entender lo que querías, por lo que me levanté en la cama y poco a poco fui bajando, sintiendo cómo tu pene volvía a invadir mi cavidad anal, sorprendiéndome de que no me costara tanto trabajo como al principio.

Una vez que te sentí completamente dentro de mí, me sujetaste de las nalgas y me elevaste un poco, al mismo tiempo que empezabas un lento vaivén que me hacía sentir completo. Poco después, decidí aumentar el ritmo y moví más rápido mi cadera, mientras te besaba y veía el placer en tu cara; estuvimos un rato así, hasta que sentí tus espasmos anunciando tu próxima corrida, lo que provocó que eyaculara de inmediato y, casi enseguida, detuviste tus movimientos e inundaste mi interior con tu semen, en ese momento me sentí el ser más feliz del mundo porque por fin te pertenecía.

Me acerqué a ti y te volví a besar, después me recosté en tu pecho y me quedé profundamente dormido. Aquella experiencia tan mágica jamás la olvidaré, porque la pude vivir junto a ti, y me duele tanto que no estemos juntos, sabiendo que aun teníamos mucho que dar, o, por lo menos, yo tenía mucho que darte aun.

Tengo que decirte que me arrepiento de haberte dejado, de no haber compartido mis últimos días de vida, en ese momento creí injusto que estuvieras con alguien a quien el cáncer había logrado consumir gran parte de su vida, pero ahora que estoy escribiendo esta carta, me he dado cuenta de lo equivocado que estaba al pensar eso, porque contigo mi dolor hubiera sido mas liviano.

No te digo adiós, porque el decirlo, significa que con el tiempo me olvidarás, y no quiero eso; yo te digo hasta siempre, porque entraste en mi vida para hacerme feliz, y lo que vivimos no es fácil de olvidar. Espero que encuentres a alguien más; como te había dicho al principio, no quería que sufrieras mi partida, por eso no te decía nada respecto a todo esto, para que no sufrieras viendo cómo se me estaba escapando la vida lentamente, sin poderlo evitar, a pesar de que, en ocasiones, sentía que habría sido mejor decirte esto y no sufrir solo mi enfermedad.

Gracias por todo lo que compartiste conmigo, gracias por darme siempre lo mejor de ti y hacer que te diera lo mejor de mi, deseo de todo corazón que encuentres a alguien más que pueda hacerte sentir bien y que te haga mejor persona de lo que ya eres. Me marcho sabiendo que en esta carta he escrito lo que tenía que decir, ahora podré descansar en paz.

Te amé como a ningún otro, y te amaré por siempre, porque cuando te entregué mi corazón, lo hice con toda la seguridad del mundo, sabiendo que cuidarías de mí, y no me arrepiento de haberlo hecho, dado que lograste el objetivo. Ahora mi cuerpo estará en la tierra, donde se quedará por siempre, pero mi alma estará en la eternidad, esperando pacientemente el día que vuelva a encontrar la tuya, porque somos uno solo, destinados a estar juntos más allá del tiempo y el espacio, donde nada podrá separarnos de nuevo.

Con amor.

Sergio.


Saludos a todos mis lectores. Cuídense. Los quiero mucho. Espero comentarios y valoraciones.

Muchas gracias.

Con cariño:

Daniel Pérez.