Carrousel
Un joven va con su novia a un parque de atracciones; allí se sentirá fascinado por el taquillero del carrousel de los caballitos, donde descubrirá emociones nuevas y desde luego poco infantiles...
CARROUSEL
(Publiqué esta historia con otro seudónimo hace algunos años, pero creo que merece la pena que esté en TodoRelatos, la mejor página de relatos eróticos en español).
Aquella tarde fui con mi novia al parque de atracciones. Digo mi novia porque lo era entonces, aunque hace ya algún tiempo que dejamos de serlo, y precisamente a raíz de lo que ocurrió aquel día. Hasta ese momento yo me consideraba un chico normal. Tenía 19 años, era objetor de conciencia (como casi todo el mundo) y hacia un año que salía con una muchacha. Hacíamos cositas: ella no quería que la penetrara, pero sí la chupaba bastante bien y me dejaba que le comiera el coñito.
Pero aquella tarde cambiaron muchas cosas en mi vida. Estábamos en el parque de atracciones de mi ciudad, al que no habíamos ido nunca juntos. Tras montarnos en varias atracciones, llegamos al carrusel, y mi chica quiso montarse. Fui a comprar los billetes; el muchacho que los vendía tendría unos 24 ó 25 años, el pelo negro y bastante largo, lacio, y unos ojos grandes y muy negros. Parecía más un galán de cine que un vendedor de billetes de feria. De repente, me sentí extrañamente atraído por aquel chico. Más aún cuando, al ir a cambiar, se echó hacia atrás para coger dinero suelto que tenía en una caja a su espalda, y me ofreció un primer plano espectacular de un paquete más que regular. Me fijé entonces: a su izquierda, apenas tapado por el mostrador, había una revista que tenía pinta de porno. Como el chico estaba enredado en buscar el cambio, me atreví a meter un poco la cabeza por la ventanilla. Vi entonces que la revista era una de chicos, con un chaval que se la estaba chupando a otro, mientras un tercero se la clavaba al primero por el culo.
¡Guau! Sentí un violentísimo estremecimiento en la ingle, y noté como mi rabo se llenaba de inmediato de sangre, hinchándose, excitadísimo. Pero cuando volví a la realidad me encontré con la cara del chico a escasos centímetros de la mía.
--¿Te gusta...? --Me preguntó, con cara de lascivia, acompañada de una pasada de la lengua por los labios.
Yo no supe qué decir. Tomé apresuradamente la vuelta y los billetes y me fui hacia donde me esperaba mi novia. Estaba aturdido, así que fue bueno que el carrusel empezara ya en ese momento. Nos subimos cada uno en un caballito, y a mí me dio tiempo de pensar sobre lo que había pasado. Quería racionalizar: yo era heterosexual, nunca había sentido la llamada de otros hombres. Pero cuanto más quería racionalizar, más se me venía al pensamiento aquellos tres chicos, uno chupando y enculado, el otro siendo chupado, el tercero metiéndola muy adentro. Y también la imagen de aquel paquete, aquella hinchazón que prometía no sé que tesoros...
Mientras tanto, mi erección seguía allí, y lo malo es que temía que mi novia se diera cuenta. No sabría cómo explicarlo, y además no me apetecía nada que me lo chupara o algo así, ni siquiera metérsela por el coño, si ella me hubiera dejado. Menos mal que tuve suerte. Mi chica, tras bajarse del carrusel, me dijo que estaba mareada. La llevé a que se tomara algo, pero se ve que la digestión se le debía haber cortado porque tenía mala cara.
Total, que la llevé a su casa. Como sus padres no eran partidarios de que saliera con ella, no pude entrar, así que tuve la excusa perfecta para marcharme. ¿A dónde fui? Os lo podéis imaginar: al carrusel, en el parque de atracciones.
Cuando llegué ya estaban a punto de cerrar. Mi erección seguía allí, y yo la disimulaba con un chaleco que llevaba enrollado a la cintura. Apenas quedaban ya algunos chicos y chicas en la atracción, sobre todo niños, y los padres ya los retiraban.
Me armé de valor y me acerqué al quiosco de venta de billetes. El chico tenía la vista baja, mirando algo (ya me imaginaba qué). Cuando me situé delante, tragando saliva, él levantó la vista. Me reconoció enseguida, porque sonrió pícaramente y se pasó, de nuevo, la lengua por los labios, seductoramente.
--Hola, amigo, ya vamos a cerrar, pero... --pensó un momento y asintió con la cabeza--, si quieres, podemos darte un paseo, para ti solo, cuando esté el parque cerrado...
Me di cuenta de que yo estaba diciendo que sí con la cabeza, aunque toda mi razón me decía que no. El chico salió del quiosco y llamó a otro muchacho. Apareció un chaval, de poco más de 18 años, esbelto y alto, de pelo corto y castaño y labios sensuales. Desde luego, aquellos dos chicos habrían podido tener un porvenir como galanes o modelos de pasarela. Después me enteré que eran universitarios que se ganaban unas perras mientras estudiaban la carrera.
El más joven se acercó y me estudió un momento. Debí pasar el examen porque sonrió e hizo un gesto con los labios como de lanzar un beso, muy discretamente. En los alrededores ya no quedaba nadie. El parque había cerrado, y sólo quedaban los encargados de las atracciones que ya iban saliendo también.
Al poco rato el parque estaba totalmente desierto. Los dos chicos ya habían echado la lona al carrusel, dejando un hueco para salir... y entrar. Me llamaron con un gesto. Subí al carrusel, que habían dejado iluminado por dentro. El más joven se me acercó y me dio un beso en los labios. Yo estaba excitadísimo, para mí todo aquello era nuevo. Sentí aquella lengua taladrar mi boca, llegarme casi a la campanilla: era él quien llevaba la voz cantante, y me llenaba la boca con aquella lengua vibrante y caliente. Mientras, el otro chico me desabotonaba el pantalón. Pensé resistirme, pero no podía. Me bajó los vaqueros, y mi slip, que no podía aguantar ya tanta presión, cedió por uno de los lados y mi rabo se escapó casi entero. El chico lo atrapó al vuelo.
¿Cómo describirlo? Como si tu polla hubiera encontrado el lugar ideal: un universo húmedo, una carne suave y aterciopelada que chupaba, acariciaba, mamaba todo mi nabo. Lo lamía con delectación, chupeteando de vez en cuando los huevos, masajeándolos; incluso, con gran esfuerzo, consiguió meterse en la boca al tiempo rabo y huevos. Creía que iba a explotar, y lo hice: empecé a lanzar leche, y el chico a tragar. Largué no menos de diez eyaculaciones, y el muchacho las atrapaba como si fuera una aspiradora. ¡qué maravilla! El otro chico, entretanto, se había colocado detrás de mí y me estaba metiendo la lengua por el agujero del culo. Aquello era el paraíso: por delante, uno tragándose toda mi leche. Por detrás, otro metiéndome la punta de la lengua por el esfínter
El que me la había chupado se acercó al otro y le dijo algo al oído. El más joven asintió, y ambos me tomaron de los brazos. Yo no sabía qué pretendían hacer, pero llegado a este punto estaba dispuesto a cualquier cosa. Los dos chicos se desnudaron en un santiamén: el mayor mostró entonces aquel prodigio de polla: sus buenos 25 centímetros de carne palpitante, con un glande brillante de tanto líquido preseminal; el otro ofrecía una polla algo más pequeña, pero de todas formas superlativa: no menos de 20 centímetros, además especialmente bonita y bien proporcionada. El más joven se acercó a los mandos del carrusel y tomó un mando a distancia. Después, me llevaron entre los dos hasta uno de los caballitos. Yo seguía sin saber de qué iba aquello. Cogieron y me tendieron boca arriba debajo del caballito; yo me dejaba hacer, extrañado. Me situaron con la cara inmediatamente debajo de las patas traseras del caballito y me hicieron subir las piernas hasta que rozaba el tronco del animal de cartón. Ya iba entendiendo... El más joven se colocó agarrado a la cola del caballito, con su polla, totalmente erecta, a unos escasos centímetros: vio en mis ojos la ansiedad y me hizo una señal de que esperara. El otro se agarró a las patas delanteras del caballito, y dirigió su enorme polla hacia mi culo, deteniéndola en la misma puerta; mi agujero estaba ya preparado para recibirlo, adecuadamente lubricado por la endiablada lengua del más joven.
El del pelo castaño le dio al mando a distancia: la atracción comenzó a funcionar, y los caballitos a subir y bajar, y entonces... La polla del más joven me entró limpiamente en la boca, llevado por el movimiento del caballito de bajar y subir. El gran rabo del más mayor me entró también suavemente en el culo, como si lo hubiera hecho toda la vida. El caballito subía, y las dos pollas salían de los agujeros en los que estaban metidas; el caballito bajaba enseguida, y volvían a entrar ambas, calientes y vibrantes. Aquello era lo más parecido al paraíso. Las dos pollas me llenaban boca y culo, y además todo se producía por un movimiento mecánico teóricamente destinado a un fin muy distinto...
Pero no me iba a quedar quieto: levanté lo que pude la cabeza y me tragué aún más la polla. No lo había hecho nunca, pero era muy fácil. Noté que me traspasaba la campanilla, y aunque al principio me costó trabajo, conseguí que aquellos 20 centímetros se alojaran totalmente en mi boca. Por abajo, culeé para que la polla del mayor me entrara aún más, y la sentía dentro de mis entrañas. Noté las convulsiones en la base del nabo que estaba mamando, y me imaginé lo que venía: pero no podía retirarme de allí, aquel día tenía que probarlo todo: comenzó el rabo a largar leche, y noté en mi boca aquel líquido espeso y delicioso, con un sabor extraño pero en absoluto desagradable. Bebí como un desesperado, chupeteando el ojete del glande para que no se perdiera nada. Casi al mismo tiempo, el mayor se corrió dentro de mí: noté un líquido caliente corriendo en mis entrañas, llenándome completamente.
Siguió aún el caballito funcionando algún tiempo, y yo recibiendo ambas pollas en mis agujeros corporales, hasta que ambos se retiraron.
Al día siguiente me disculpé con mi novia, y a los pocos días rompí con ella. Sin embargo, desde aquella noche se me despertó una impensable afición por las atracciones del parque, sobre todo por una. ¿Imagináis cuál?