Carreras a mediodía

Cuando repetimos con la pierna inicial vuelve a recorrer la pierna del ejercicio de muslo a tobillo y su otra mano queda asegurando la otra pierna, posada en el muslo y con los dedos ya rozándome la vulva.

No es lo mismo ya. Nada es lo mismo ni creo que lo sea en adelante, como mínimo por un tiempo largo, bastante largo. Con esto de la pandemia, el teletrabajo y, aunque la nena va a la escuela, ya no hay viajes en metro o autobús y la gente no se apiña como antes. Como mínimo en Barcelona. Ya no hay los roces calientes de los depravados que buscan mis nalgas o mis pechos. Ya no hay las aglomeraciones en las que antes buscaba excitar y que se atrevieran a acariciarme, dejarlos bien encendidos y saberme deseada.

No, mi marido y yo teletrabajamos y salimos ocasionalmente a la compra con la mascarilla y manteniendo las distancias. Se rehúye el contacto y hay hasta miedo entre las personas mayores. Nada es lo mismo.

Mi marido y yo nos vacunamos en una clínica privada. Curiosamente fue la segunda dosis la que a mi me dio reacción y estuve una semana con algo de fiebre y algo floja. Nada grave. A la niña no la vacunamos, nos dijeron que todavía no había suficientes garantías de una vacuna en niños, pero ella sigue sana y fuerte y yendo a clase cada día sin incidentes. Los niños están hechos de otra pasta. Son más resistentes, parece ser.

Cuando encargamos cualquier cosa por Internet, Julián, el conserje, es quien nos lo sube a casa, y excitar a Julián no tiene demasiado mérito. Digamos que ya sé que le traigo loquito y que abrir en camisón o con lencería la puerta para que él me entregue el paquete correspondiente… bueno, ya no es una novedad. Él ya se lo espera, aunque no por eso le dejan de brillar los ojos de deseo. Sigue balbuceando al no poder decir nada coherente, quedándose plantado mirándome hasta que yo le pido el paquete. Alza la mano como un robot y se lo tengo que arrancar porque él sólo puede atender a comerme con los ojos, ni me escucha, ni oye ni verbaliza, se limita a acariciarme enterita con su mirada hasta que le despido y cierro la puerta en sus narices.

Yo, acostumbrada a excitar con mis minifaldas, los leggins bien marcaditos, los escotes o la lencería, ya no puedo disfrutar de saberme deseada. Y no sé cuánto tiempo podré seguir con ello, a mis cuarenta no podré continuar mucho más. Me mantengo en forma y hago ejercicio en la zona común del edificio, donde tenemos un gimnasio que ya se ha reabierto; pero no nos engañemos, la edad hace que mis carnes ya no sean tan prietas o que mis pechos, con la maternidad, ya necesiten los sostenes para continuar apuntando al horizonte, no como cuando era más joven.

Pese a todo, no me puedo quejar. La naturaleza ha sido buena conmigo y mis piernas continúan siendo largas para la media española. Mis nalgas se marcan perfectamente, sobresaliendo ligeramente, pero siguen paraditas y duras. Y mis pechos continúan endureciéndose al excitarme y mis pezones convirtiéndose en golosas cerecitas que sobresalen puntiagudas. Será la sangre rusa, serán mis ejercicios, será el sexo regular con mi maridito.

Pero no, lo que encuentro a faltar es el excitar, el seducir, el ver cómo me desean los hombres (Julián no cuenta). Demasiadas veces me he disfrazado para mi maridito este año de confinamiento. Me he puesto lencería provocativa o ha hacer las tareas de casa sólo con un delantal y dejando mis nalgas al aire. Sí, ha resultado. Pero llevo demasiado tiempo sin sentarme en una terraza y cruzar las piernas dejando que se abra la falda y observando cómo los hombres se fijan en mí y desean lamerlas. Si inclinarme mostrando el escote y viendo cómo las miradas se ven atraídas por mis bubas.

Por eso he retomado la rutina de salir a correr a la hora del sol, al mediodía, antes de ir a comer. Es la primera vez que agradezco esta costumbre española de las dos horas para la comida. Y es el momento del día en que aprovecho para dar rienda suelta a esa necesidad que tengo de sentirme admirada.

Recuerdo el pasado, cuando eran los viejitos del parque los que me admiraban enfundada en las mallas. Pero ahora todos se han vuelto muy precavidos (y hacen bien). Ahora el público es más exigente. Descubrí una zona de ejercicios que al fin han vuelto a reabrir, y ahora está llena de jóvenes universitarios u holgazanes que cultivan su cuerpo como única alternativa a estar encerrados en casa. Hay barras para las flexiones, alguna que otra máquina simple y sitios para estirar los músculos, tampoco demasiado. Pero en el enrejado para las flexiones esculturales cuerpos de adolescentes y universitarios compiten para demostrar sus habilidades. Jóvenes cuerpos cargados de hormonas que son un reto más interesante que los viejitos del parque que ahora deben tomar muchas más precauciones.

Pronto establecí mi rutina horaria, así que ya nos conocemos de vista y coincidimos siempre los mismos, más o menos. De hecho, después de estar unas horas ante el ordenador, cambiarme y enfundarme en esas mallas apretadas sin ropa interior, ponerme un top deportivo, los calcetines deportivos y las zapatillas ya me libera de las tensiones de espalda de estar en la silla en la postura rígida demasiado tiempo. Tomo una chaquetilla por lo del frío al empezar a correr y salgo de casa después de comprobar en el espejo que mi ropa no deja nada a la imaginación.

Mi cuerpo se marca perfectamente en esa ropa sport, especialmente por la ausencia de tanguita. Caliento y estiro un poco en el portal, para alegría de Julián. Pero salgo rápido al fresco con los auriculares a correr buscando la zona de running del ayuntamiento que me llevará al parque. Evito el asfalto, por suerte hay zonas de tierra para no hacer sufrir a las rodillas. Un amplio recorrido de media horita de ida y media de vuelta, con parada en la zona de ejercicio del parque donde están esos monos calenturientos que buscan huir de sus habitaciones por un rato y poder respirar aire libre.

Cuerpos jóvenes y todavía sin barriguita que se esfuerzan por mantener sus músculos pese al confinamiento. Debo ser la mamá para ellos, pero no por eso dejan de observarme y saludarme cuando llego. Siempre atentos a mi llegada, se dicen cosas entre ellos, avisándose y comentando y yo me hago la desentendida. Les sonrío y apago la música por un rato mientras voy a las barras para estirar mis piernas. Alzo una de ellas y apoyo el pie en alto para curvarme y estirar bien. Mis nalgas quedan expuestas a sus miradas y sus comentarios aumentan, pero en tono bajo que no puedo discernir.

Dos de ellos han sido los más lanzados hasta ahora, atreviéndose a dirigirme la palabra alguna vez. Hoy uno de ellos, Dani, se me acerca sonriente con una botella de agua. Ha subido la temperatura los últimos días y hoy voy algo sudada.

—Toma, es de la fuente, hoy te veo más sudada. —Acepto gustosa y dejo caer un poco de agua con distancia de mi boca para no llegar a tocarla con mis labios. Tan patosa que el agua se derrama y parte sale de mi boca y me empapa. Rápidamente pego un saltito devolviéndole la botella mientras me quito la chaquetilla y me seco un poco.

—Vaya, patosa que es una. —Con las manos trato de retirar el exceso de agua que ha empapado mi top delineando todavía más mis pechos.

—No pasa nada, ¿una toalla? —Dice alargándome al suya, una toalla pequeña de deporte.

—Gracias. —La tomo de una punta y refriego mis pechos con ella mientras noto cómo todos me observan. Yo sólo sonrío y hago como si no me diera cuenta. Mis pezones se muestran claramente bajo la tela húmeda. Le devuelvo la toalla, pero la cara me la seco con mi manita y vuelvo a mis ejercicios mientras le sonrío agradecida.

Al echar los hombros atrás y estirar los brazos el top ya no oculta ninguna de mis redondeces. Mis pechos son grandes y abultan lo suyo, unido a la humedad de la tela, delinea cada una de mis curvas sin dejar nada a la imaginación. Noto cómo se quedan embobados viéndolas cuando flexiono brazos y giro apretando con la mano el codo.

Me abro ligeramente de piernas y me agacho sin flexionar las piernas para tocar con la mano el pie de un lado, reboto ligeramente y me yergo para buscar el otro. Ahora mis nalgas son la atracción de todos. La mayoría han dejado de hacer ejercicio para tomarse una pausa y poder beber agua o… o beber de mi imagen.

—¿Me ayudas un poco? Hoy creo que estoy un tanto encarcarada del ordenador.

Dani, ni corto ni perezoso, se pone tras de mí y me ayuda en los rebotes posando su mano en mi espalda y forzando un poquito el movimiento. Su pelvis queda contra mi cadera y al alzarme y buscar el otro pie puedo notar su bulto entre mis nalgas. ¡Dios! ¿Cuánto hacía que no notaba algo así? Sin querer, ¡de verdad! Sin querer hasta me voy un poquito atrás sintiéndolo un poco mejor. Pero rápidamente vuelve la cordura y me estiro en el suelo y le pido que me ayude un poco más.

Alzo la pierna y busco llevarla a mi cabeza manteniendo la otra estirada. Dani se arrodilla a mi lado y fuerza el movimiento. Consigo que la rodilla llegue a mi cabeza, soy flexible. Pero también que mi abultado chochito quede completamente expuesto a las miradas de los chicos. Las mallas sin tanguita no ocultan mis labios marcados y Dani debe tener un primer plano de ese sexo tan follable. Me noto humedecida, y no sólo de sudor. Repetimos con la otra pierna y Dani, galante, me ayuda a completar el movimiento de nuevo mientras su mano recorre mi pierna del muslo al tobillo. Pero es su otra mano la que me quema al reposar en mi nalga y las puntas de sus dedos muy cerca de mi sexo.

Cuando repetimos con la pierna inicial vuelve a recorrer la pierna del ejercicio de muslo a tobillo y su otra mano queda asegurando la otra pierna, posada en el muslo y con los dedos ya rozándome la vulva. Es en la última repetición cuando ya sus dedos se hunden en mi carnoso sexo para mantener la pierna bien recta y estirada mientras la otra se alza.

Le oigo respirar como si fuera él quien estuviera haciendo ejercicio. Pero yo me hago la despistada y me pongo en pie. El uno frente al otro, sonrientes. Bajo mi mirada y le veo completamente empalmado bajo el pantaloncillo deportivo que lleva. Él, orgulloso, no hace nada por taparse. Es más, sigue mi mirada y sonríe, como ofreciéndomelo. Yo sólo sonrío y vuelvo a ponerme los cascos, saliendo de vuelta a mi carrera.

Sólo pienso en llegar a casa y violar a mi marido. Espero que lo que haya preparado para comer se conserve un rato mientras lo asalto. Porque hoy voy a necesitar sesión completa de sexo. Creo que él disfruta más de mis carreras al mediodía que yo.