Caroline capturada Cap. XI
Lecciones de francés y más cosas. Es el último de la serie, aunque pueda no parecerlo. El autor ha seguido escribiendo otras cosas, pero no ha continuado esta historia
ADVERTENCIA
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Este trabajo tiene copyright a nombre de TM Quin
Todos los personajes de este relato son ficticios, cualquier parecido con personas reales vivas o muertas es pura coincidencia. El autor no está de acuerdo necesariamente con cualquiera de las actividades detalladas en el relato, algunas de las cuales son peligrosas o ilegales.
Quin 1996 (tmquin@attglobal.net)
Traducida por GGG 2000, revisada en agosto 2020
Caroline Capturada. por Quin
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Capítulo 11: Lecciones de francés
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Deambulé por la cocina pensando de nuevo en el aprieto de Maggie. Siempre había sido impulsiva, propensa a estallar y hacer cosas extrañas sin una buena razón. No sería ésta la primera vez que me había forzado a salir en su ayuda cuando las cosas se escapaban de su control.
Su imagen atada y amordazada me revoloteó en la mente y de repente me encontré inesperadamente empalmado. ¡Vaya! A algún nivel me di cuenta de que no era correcto; era una amiga de mucho tiempo en una situación embarazosa y potencialmente peligrosa. No debería olvidarme de ella, pero estaba tan encendido que simplemente no pude evitarlo. Me la podía imaginar tumbada allí, las muñecas en carne viva por su lucha frenética, el cuerpo cubierto de sudor. Al principio habría sido demasiado embarazoso para pedir ayuda - después de todo no quería que sus vecinos la encontrasen en esa situación. Pero cuando se cansó y el nudo del temor creció en su estómago, habría abandonado todo pensamiento de dignidad. Después de todo la supervivencia es de importancia primaria. Supongo que habría intentado gritar primero, pero la mordaza estaba tan prieta que había tenido problemas para escucharla a través del teléfono. Luego cuando sus vecinos empezaron a irse al trabajo y podía oírlos pasar por delante de su puerta, podía imaginar sus esfuerzos desesperados por atraer su atención - el golpeteo, los gritos amordazados demasiado apagados para ser oídos, luego finalmente aquella llamada de teléfono desesperada, frenética.
Su drama me atraía. La realidad, el peligro, era como nuestra pequeña aventura de la noche anterior. Había sido algo, quizás su aspecto de humillación con el atuendo de putón, o el riesgo de descubrimiento en el ascensor, que habían dado a la experiencia más de una emoción. Fuera lo que fuera, parecía estar aparte de mi relación con Caroline.
No me interpretéis mal; nada en mi vida comparado con la emoción inmensa del secuestro. La primera vez que violé a Caroline mientras estaba allí tumbada atada e indefensa - cuando había sentido su lucha, oído sus gemidos amordazados había entrado en éxtasis, pero después de eso había empezado a resultar un tanto aburrido. Aún obtenía una excitación enorme solo de tenerla. Era joven, excitante, bella y completamente en mi poder. Estaba en el cielo del control a voluntad. Podía degradarla de la forma que quisiera; era el único que tenía el Poder. Era la máxima fantasía de un tío. Tenía una guapa animadora rubia atada en mi sótano. Por raro que pareciera, el sexo atado con mi prisionera real no parecía tan real como mi pequeña actuación con Maggie. Pienso que es la falta de espontaneidad. Aunque mantengo a Caroline atada y amordazada la mayor parte del tiempo, es principalmente como exhibición. Pasa los días encerrada tras una puerta blindada en una habitación a prueba de ruidos; escapar es imposible y las ataduras están de más. Pensé de nuevo en Maggie tumbada e indefensa en su habitación. En su caso las ataduras eran reales, las esposas la limitaban, la mordaza le robaba la voz y cualquier posibilidad de rescate. Y ese rescate estaba tan atormentadoramente cerca...
Miré al reloj. Dos horas le había dicho a Maggie. Dos horas si hubiera estado preparado en mi coche. Dos horas si fuera a 80 (millas por hora: 130 Km/h) todo el tiempo y evitaba a la policía de carretera. Dos horas si no tuviera una esclava que alimentar. Entendería mi tardanza, estaba seguro. Entonces me asaltó un extraño pensamiento. Supongamos que muriera en un accidente de coche en mi camino a salvar a Maggie. Me di cuenta de que las dos estarían condenadas a muerte. Maggie sería encontrada eventualmente cuando la policía buscara en su apartamento pero, ¿y Caroline? Caroline moriría de inanición sola e indefensa y con todas las posibilidades a favor de que su cuerpo no fuera encontrado nunca. Extrañamente encontré el pensamiento excitante; pensar que otros dos seres humanos eran tan dependientes de mí que podrían morir si yo lo hacía. ¡Qué sensación de Poder!
Caroline...
Para ser honesto, no podía pensar en Caroline sin sentir un poco de falta de sensibilidad. No podía decir realmente que estuviera drenado vacío emocionalmente; soy por naturaleza y aprendizaje una persona analítica, y las emociones no me afectan con facilidad. Pero los horrores de la habitación del ático continuaron obsesionándome mientras me tomaba el café y empezaba a preparar el desayuno. Me forcé a analizar la situación en profundidad, yendo hacia atrás y hacia delante por un cuento que parecía cada vez más increíble. La noche anterior cuando me contó la historia por primera vez, la había creído por completo. Pero ahora a la fría luz de la mañana, empezaba a dudar. Supongo que no quería creer que un padre pudiera hace eso a su propia hija, y en su lugar empecé a preguntarme si esto era algún camelo elaborado.
Al principio no podía ver un motivo para una mentira tan flagrante. Luego la parte cínica de mi cerebro encontró una razón - de la que de alguna manera me avergüenzo. Desde luego ¡tenía que ser eso! Podía imaginarla allí tumbada, sola en la oscuridad, inventando en secreto una historia cargada con todo tipo de imágenes horribles, que su preparación de psicóloga le había enseñado. Estaba intentando manipularme, intentando escapar. Feliz de encontrar una explicación, empecé a recoger agujeros en su historia. Una cosa se me ocurrió de inmediato; seguramente unas torturas como las que había descrito dejaban señales, grandes y horribles cicatrices como en las películas. Si no había cicatrices significaba que no había tortura, lo que querría decir ¡que estaba jugando conmigo por un pirulí! De repente me enfadé mucho. Quería bajar allí y hacerla probar el látigo, ayuda que añadiría un poco de realismo a su historia...
Entonces me planteé por qué la zorra tumbada iba a tener su desayuno mientras la pobre Maggie estaba completamente sola y desvalida.
Sola y desvalida...
Luego me sacudió un pensamiento diabólico. Mi viejo cómplice el Destino me había brindado de nuevo una maravillosa oportunidad, si sabía aprovecharla. Desde luego saldría un poco cara, pero ya le había comentado a Caroline que coger una esclava estaba lejos de ser barato. Mientras el plan iba adquiriendo forma, una emoción me atravesó el vientre, y empecé a hacer una lista de las cosas que necesitaba.
Estuve tentado de olvidarme de Caroline y dejar que la zorra se las apañara por sí misma, pero al final me ablandé y decidí hacerle una bebida sana de desayuno. Después de todo, quería ponerla a dieta y había decidido darle alimentos bajos en calorías mientras estuviera en Seattle. La imagen de una Maggie indefensa relampagueó en la ventana de mi mente. Sí, valdría la pena. Mi mano se agitó mientras cogía un Gatorade y una caja de proteína en polvo y cargaba la batidora. Para que mi plan funcionara tenía que ir a Boston enseguida. Afortunadamente conocía una forma. Todo lo que necesitaba era hacer unas cuantas llamadas y encontrar algo para que Caroline se entretuviera esa mañana.
Las llamadas fueron la parte fácil. Viajar tanto como yo tiene algunas ventajas, una de las cuales es que montones de cadenas de hoteles y agencias de alquiler de coches te ven como un cliente cotizado. Están más que dispuestos a facilitarte un servicio extra antes que perderte por un competidor más complaciente. Quince minutos después todo estaba listo. Ahora lo único que faltaba era Caroline.
Bajé con el batido de proteína y un frasco de café. Me paré delante de la mesa y recogí alguna ropa nueva y ataduras. Luego deshice una píldora contraceptiva en su taza de café y la llené hasta el borde. Hasta aquí ella no había notado nada raro, y pronto tendría que empezar a ordenarle que la tomara, añadiendo su habilidad reproductora (o su falta de habilidad, si fuera el caso) a las cosas bajo mi control obvio.
Aún estaba dormida cuando entré. Estuve tentado de hacer que se despertara y tomarla allí mismo, pero al final venció el sentido común. En vez de despertarla, puse la taza en el tocador y me agaché para examinar su entrepierna desnuda. Tenía razón respecto a la pelusa - necesitaría un afeitado pronto - pero me interesaban más los labios de su coño. Muy suavemente, para no molestarla, examine los pliegues. Incluso a la luz velada, pude ver una serie de cicatrices irregulares picoteadas a un dieciseisavo (1,5 mm) de pulgada aproximadamente del borde. Cuando miré más de cerca las minúsculas picaduras sentí que se me revolvía el estómago. Cualquier duda que pudiera tener se evaporó ante estas cicatrices, tan exactas como las de una aguja hipodérmica, me dijeron que la 'placa de mariposa' era real. Examiné el otro lado con suavidad, percibiendo las marcas correspondientes que mostraban como la aguja había atravesado las delicadas membranas. Por encima de mí gimió ella, pasando su lengua rápidamente por los otros labios. Había ya indicios de humedad en su chocho a causa de mi manipulación en los labios de su coño, y sus pezones empezaban a endurecerse de nuevo. Entonces me di cuenta de la agonía que habría significado para ella; ser tan sensitiva y para él hacer eso. No me sorprendía que le hubiera hablado de Josh - en una situación similar yo hubiera hecho cualquier cosa para detener el dolor. Sentí un relámpago momentáneo de culpa por haber dudado de ella, así que alcancé y acaricié sus mejillas. Despertó lentamente, sonriendo mientras intentaba estirarse encontrándose entonces que no podía. Por un instante pareció perpleja, luego recordó. Sus ojos parpadearon.
Le sonreí. "Hora de levantarse, perezosa."
Sorprendentemente me devolvió la sonrisa. "Hola Amo."
"Todavía no, pero el día es joven todavía," dije impertinentemente, y le di un azote en el trasero. La ayudé a levantarse y pasamos al café y al ritual del baño. Parecía feliz; nuestra primera sesión de terapia conjunta parecía haberla relajado. Sin embargo sabía que no me lo había dicho todo. Su historia se había detenido inmediatamente después de la muerte de Josh, faltaban tres años completos de horror. Una cosa que había aprendido la última noche es que el Reverendo Conway podría meter mucho sufrimiento dentro de un año. La cosa que más deseaba saber es como había escapado ella. ¿Había huido? ¿Explicaba eso su situación desamparada y la falta de cartas a casa? Necesitaba saberlo antes de enviar algo fuera de lugar a su familia y arruinar el juego.
De momento eso podía esperar. Parecía mucho mejor que la noche anterior y empecé a sentirme más feliz con la idea de dejarla sola por un rato. La llevé a la mazmorra y le quité el collar postural del cuello, volviendo a colocarle el collar viejo. Después la encadené a la mesa y le quité el resto de la manga única y sonrió de nuevo. "Vale, ¡desnúdate!"
No dudó, quitándose en un instante el látex restante. Di la vuelta a su alrededor, admirando su construcción atlética y delgada y los pechos pequeños pero perfectos. Había llegado a apreciar el hallazgo que era y podía entender por qué cualquier hombre mataría para retenerla. Le lancé unas esposas de cuero que se puso sin hacer comentarios. Para ponerse las esposas de los pies puso un pie cada vez sobre la silla de atar y se dobló, y tuve la oportunidad de mirar su espalda en detalle. Las líneas eran tenues, tan tenues que no me sorprendía que me hubieran pasado desapercibidas. No eran las cicatrices vívidas tan queridas por Hollywood, y sospeché que Conway habría sido muy cuidadoso para asegurar que todas las heridas curaran adecuadamente. Por tenues que fueran, las cicatrices estaban allí. Esto daba más soporte a su historia. De momento estaba a la espera, así que le pasé el batido "¿Qué es esto?" preguntó mirando al brebaje con cierto disgusto.
"El desayuno," dije. "La receta secreta de Michael Jordan. Denis mataría para saber lo que hay en ella."
Se quedó en blanco. "¿Así que no eres una gran aficionada al baloncesto, eh?" pregunté. Al no obtener respuesta nuevamente utilicé una aproximación menos sutil. "Bébelo, esclava. Es todo el alimento que vas a recibir esta mañana."
"¿Por qué? ¿Te he molestado de alguna forma?" preguntó casi temerosa. "Porque si lo hice lo siento..."
"No, es solo que es más saludable que un desayuno cocinado. Ahora ¡bébete el jodido brebaje!"
Resopló. Tenía la sensación de que estaba intentando evitar cualquier enfrentamiento, lo cual me venía muy bien. La mayor parte de los últimos días había girado en torno a ella, una situación que no podría continuar si quería seguir trabajando. Ahora era el momento obvio para ponerla al corriente de lo arrastrado de su nueva situación; era una esclava, era solo una propiedad como cualquier otra y solo tenía una influencia limitada en mi vida.
Una vez que estuvo terminado el batido enganché las muñecas a su collar y empecé a vestirla. Primero le puse un cinturón de cuero negro de sujeción. Era de unas 3 o 4 pulgadas (7,5 o 10 cm) de ancho con anillos igualmente espaciados a su alrededor. Tenía hebillas en la parte delantera y un pequeño broche, y después de apretarlo fuertemente alrededor de su delgada cintura lo bloqueé en su sitio con un candado. No luchó ni siquiera hizo comentarios - grilletes, mordazas y cadenas eran parte de su vida ahora, y pienso que había empezado a aceptarlo. Una vez el cinturón en su sitio la ayudé a subir a la mesa y utilicé cordón y correas para atarla. Como antes, la até con las piernas separadas y el coño expuesto. Hubiera deseado tener tiempo para afeitarle de nuevo su chocho pero tenía mucho que hacer y el reloj seguía su curso.
Una vez que Caroline estuvo segura tomé un paquete de la mesa. El paquete tenía un cierre como si estuviera diseñado para mantener su contenido estéril. Después de una cierta lucha pude abrirlo y conseguí quitar el catéter. Era un pequeño tubo hueco rodeado por un globo inflable de cirujano. Busqué una reacción pero era obvio que no lo reconocía. Todavía llevaba el arnés de entrenamiento, así que después de pensarlo un poco puse la bola contra aquellos labios cereza. La abrió inmediatamente y empujé la mordaza abrochándola lo suficientemente floja para mantenerla en su sitio. Luego, usando una pequeña jarra de lubricante, engrasé el final del catéter y aparté los labios del coño. Su clítoris había empezado ya a hincharse y cuando lo empujé con suavidad fuera de mi camino todo su cuerpo se estremeció. Con mucho cuidado coloqué el catéter contra la uretra y empujé. Un chillido amortiguado emergió desde el extremo distante de la mesa, y sus caderas temblaron mientras su cuerpo luchaba contra las ligaduras que la aprisionaban. El delgado tubo se deslizó en su vejiga, y yo inflé lentamente el globo la pequeña cantidad necesaria para sellarlo en su sitio. Luego quité la bomba y esperé a que se calmara. No hace falta decir que esto llevó un rato, pero finalmente estaba preparada para la fase siguiente.
Llamo al dispositivo un McGuffin. Es una pequeña pieza de látex oval un poco más grande que los labios vaginales de una mujer. Un lado es plano, y el otro está equipado con electrodos y unos pequeños zumbadores piezoeléctricos. Este en concreto había sido diseñado para usar con el catéter y tenía un pequeño agujero entre el grupo de electrodos para el clítoris y los del resto del coño. Deslizándolo por el tubo abajo, lo moví suavemente para conseguir un mejor contacto. Al otro lado de la mesa los gemidos empezaron de nuevo. Una vez colocado, lo fijé en su sitio utilizando cinta quirúrgica, luego liberé a Caroline. Se puso de pie un poco desconcertada; debía resultar raro para una mujer encontrar un tubo entre las piernas, y luchó un poco más de lo habitual mientras cubría el conjunto con un par especial de bragas de fibra elástica. Usé un cinturón para bloquear las bragas en su sitio y luego empecé a aplicar electrodos a sus pechos. Luchó y gimió dentro de la mordaza mientras yo pegaba una pareja de McGuffins a la parte superior de cada pezón. Terminé con un sostén deportivo de fibra elástica como los de las tiendas excepto la modificación para fijarlo en su sitio. Luego le quité la mordaza.
"¿Qué estás haciendo... Amo?"
"Cuidado, esclava. ¡Casi te ganas un castigo!"
Abrió mucho los ojos. "¿No es esto un castigo?"
Me reí y la besé en la frente. "¿Por qué, has hecho algo mal?"
Pensó un ratito. "No, hasta donde yo sé"
"Entonces por qué habría de castigarte?" Me parecía coherente para mí pero Conway nunca había necesitado una razón para castigarla. Sonreí. "Tengo que ir a un sitio y necesito mantenerte ocupada mientras estoy fuera. Créeme, ¡lo entenderás todo!"
Se retorció. "Esa cosa... es incómoda."
"Sí, sí que lo es." La empujé de espaldas sobre la mesa y enganché un par de zapatos con tacones sensibles a sus exquisitos piececitos.
Dándose cuenta de que no iba a conseguir compasión, frunció el ceño un instante, luego pareció darse cuenta de que no estaba amordazada y que podía hablar. Miró hacia arriba. "¿Amo?" preguntó suavemente.
Me detuve un momento. "¿Sí, esclava?"
"¿Podemos hablar de tu madre?"
Estaba intrigado pero deseoso de jugar. "Supongo que sí."
"¿Qui... quieres a tu madre?"
Me cogió por sorpresa. Para ser sincero, mi madre era un poco cabrona. Mientras mi padre atendía el almacén ella gobernaba nuestra casa como una perfecta tirana. Cuando quedó claro que yo era... diferente... me había empujado hacia cada vez mayores logros académicos. Si por alguna razón no pasaba un examen o sacaba mejor nota que cualquier otro quería saber por qué. Volviendo a pensar sobre ello, si no hubiera sido por la suave pero firme insistencia de mi abuelo en dejarme tener algo de tiempo libre para mí mismo, no creo que hubiera tenido infancia en absoluto. Estoy convencido de que la mayoría de mis problemas con las mujeres venían de ella; mi deseo de dominación sexual, mi estatus de adicto al poder, era un reacción inconsciente contra su dominación total en mi infancia.
"Desde luego que la quiero," dije, y era verdad. Después de todo hay que ser realmente retorcido para no querer a tu madre.
Tragó saliva. "Si algo... malo fuera a ocurrirle, algo que pudieras evitar, lo harías ¿verdad?"
Enganché una correa a su collar y la llevé a la parte de la mazmorra cerca de la celda. "Sí," dije. Caroline parecía preferir respuestas directas.
Las compuertas se abrieron. "Por favor, tienes que dejarme ir o él la matará," suplicó.
"¿Matará a mi madre?" No hace falta decir que estaba impresionado.
"¡NO! ¡Matará a mi madre!" sollozó
Me paré. "¿Cuándo empezamos a hablar de tu madre?" dije, confundido. En el fondo de mi mente podía imaginar la carcajada, como si esto fuera alguna extraña comedia de enredo. En mi cabeza casi podía escuchar la introducción - 'Nuevo en esta plaza, ¡el hilarante nuevo espectáculo "Amo y Esclava", se ofrecerá pronto en la NBC! Richard Cody, escritor de éxito, rapta a una chica y la guarda en su sótano - te revolcarás de risa mientras intenta mantener esto en secreto ante sus amigos y familia, ¡a menudo con resultados desternillantes!'
"Quizás si empiezas de nuevo," dije conciliador. "¿Quién va a matar a quién y por qué?"
Suspiró profundamente. "Mamá quería que yo fuera al college, pero al principio mi padre no quería dejarme," dijo. "Luego consiguió convencerle, pero dijo que me llamaría cada semana. Si me escapaba o si se enteraba de que se lo había contado a alguien, la mataría y luego se suicidaría."
"¿Cómo podría enterarse? pregunté, fastidiado. "Es estúpido, no puede estar pendiente de ti todo el tiempo."
Meneó la cabeza. "Tiene amigos en la policía, compinches, dice que le advertirían si la policía empezara a interesarse en él. Lo hará, ¡Sé que lo hará!"
Así que aún no se había librado de él. Seguía siendo tan prisionera ahora como lo había sido en aquel ático. Conway todavía la retenía con una tensa correa; solo la naturaleza de la cadena y su longitud eran diferentes. Aunque podía creer que tuviera contactos con las fuerzas de la ley locales e incluso ver cómo podrían advertirle clandestinamente, no había manera de que pudiera tenerlo todo cubierto. Entonces miré a Caroline y vi el miedo en aquellos ojos azules y me di cuenta de que no hacía falta que tuviera sentido mientras ELLA lo creyera. Además estaba lo suficientemente intrigado para querer saber más.
"Así que te dejó ir salir de la ciudad con el convencimiento de que iba a saber dónde estás y que no dirías una palabra sobre las cosas que él hizo." dije.
Asintió y miró al suelo.
La cogí y la forcé a mirarme. "¿Qué pasaría si te ordenara regresar?"
Suspiró. "Tendría que volver enseguida."
"¿Te dijo eso específicamente?"
Asintió de nuevo. "Dijo que si desobedecía, sería Mamá la que sería castigada porque había sido idea suya."
Yo no creía de ningún modo que fuera a limitar el castigo solo a su madre.
Así que la había dejado ir. De repente, se activaron todas las alarmas de mi cerebro. Una cosa que había aprendido es que él no hacía nada sin una razón, y daba por hecho que fuera la razón que fuera, no había sido para agradar a su esclavizada esposa. No, si Charles Conway había permitido a Caroline salir de la ciudad es porque tenía algo en mente y por experiencia no iba a ser agradable. Los planes de Conway tendían a ser muy directos. No perdía el tiempo ni engañaba; más bien contaba con usar su situación en la comunidad local para mejorar el efecto. Estaba seguro de que de no haber sido los Conway la familia del reverendo local, alguien habría sospechado del abuso desde tiempo atrás. Pero, como Caroline había dicho, ¿quién sospecharía del mejor hombre de la ciudad? Demonio, incluso yo había pensado que ella mentía. Supongo que la gente no querría creer cosas como esa.
Analicé el problema. No encontraba ningún beneficio obvio en permitirle salir de la ciudad, pero yo no tenía todos los datos con que contaba él. Sin embargo sabía que tenía que haber una razón y que sería clara desde el punto de vista de Conway. Entonces se me ocurrió algo.
"Eh, ¡espera un momento! Si él te dijo que pensaba llamarte para que volvieras, entonces ¿en qué quedaba tu oferta?"
"Mi oferta era buena."
"¡Una mierda! Si él te reclamaba a Iowa, ¿cómo podías haber sido mi esclava aquí? Mentiste, pequeña zorra."
Se sonrojó. "No creo que me reclame. Llevo casi ocho meses y he podido evitar ir a casa incluso durante las vacaciones. No me ha dicho nada. Soy casi libre."
Moví la cabeza. "No, no lo eres. Te ha soltado el sedal un poco, eso es todo. Tiene toda la intención de recuperarlo."
Una mirada de miedo cruzó su rostro. "Oh no. Quiero decir, no lo hará"
"Lo hará," dije con rudeza. "Supongo que va a hacerlo pronto, de otra forma te hubiera dado algo más de dinero.
"No veo... "
"Tienes una beca, ¿no es cierto?"
Asintió.
"Qué supone esto, ¿un cien por cien de los costes de enseñanza?"
Asintió de nuevo, una mirada preocupada pasó por su rostro.
"Y él paga tu renta, alimentos y el resto. Quiero decir que te da dinero para eso."
"Sí," susurró.
"Déjame decirte lo que ocurrió y me corriges si me equivoco. Él realmente no te dio nunca suficiente para vivir, siempre ha sido una lucha. Él dijo algo sobre que labrarte tu propio porvenir en el college te ayudaría a fortalecer tu personalidad. No se ha preocupado si tus notas han sufrido las consecuencias. Últimamente te ha enviado incluso menos dinero, y ha estado dejando caer sobre venir a visitarte."
Ahora la expresión de alarma se había convertido casi en pánico. "El mes que viene. Pero cómo..."
"Me temo que es obvio. Viene para llevarte de vuelta," dije.
Su rostro se llenó de horror. "De vuelta..."
"Probablemente directa al ático, para poder purgar tus pensamientos de independencia."
"¡NO!" chilló. "Por favor Dios, ¡NO! Me he ido, soy independiente. ¡Nunca jamás! Oh, Dios, ¡nunca jamás!"
"Nunca te has ido," dije tristemente. "Quería que hicieses el camino por alguna razón. Nunca tuvo intención de dejar que terminaras ese curso." Seguí llevándola suavemente hacia el extremo opuesto de la mazmorra. "Ves, si fallas o te lleva de vuelta, la beca se perderá pero a él no le importa porque no la está pagando. La tasa de manutención es algo que paga, y es por lo que la mantiene lo más barata posible. Esa es la razón por la que nunca te daba dinero suficiente, y no te lo ha mandado porque sabe que no lo necesitarás.
Además, él se imagina que tienes más miedo al ático que a lo que le hará a tu Mamá, así que cuanto menos dinero tengas menos posibilidades hay de que te largues."
Las lágrimas corrían por su rostro. "¡No!" gritó, "¡me estás diciendo eso para no tener que dejarme ir! Él no podría... ¡Yo no puedo!"
La miré a los ojos. "Esclava, no tengo que dejarte ir. Incluso si se propusiera desollar viva a tu madre, no es asunto de mi incumbencia." Me estremecí ante el involuntario juego de palabras (Nota del traductor: utiliza una expresión que literalmente significa algo así como "no es piel que se caiga de mi nariz", de ahí el juego de palabras con desollar). "Lo que quiero decir es que soy el único que no tiene problemas en ser sincero porque yo sé lo que vas a hacer.
"¿Y qué es?"
"Exactamente lo que yo te diga," dije.
Miró hacia abajo, hundida en la miseria.
Para entonces habíamos llegado al otro extremo y un par de artículos estaban cubiertos por cobertores antipolvo. Aún suspirando, los miró con cierto nerviosismo, pensando probablemente que serían algunos dispositivos de tortura misteriosos. Y estaba en lo cierto, como pudo ver cuando retiré el cobertor. Había visto esto en un informativo comercial nocturno hacía un año. Era una máquina de hacer ejercicio que parecía un cruce entre bicicleta y aparato de remar. Te sentabas en ella y mientras las piernas giraban los pedales los brazos empujaban los mangos hacia ti. La utilicé con éxito hasta que me trasladé a la casa y tuve acceso a un gimnasio múltiple a mi disposición, en cuyo momento bajé la máquina aquí. Desde luego, tuve que modificarla para su utilización como entrenamiento de esclavos. En primer lugar, soldé al armazón cruces extra para fortalecerlo y asegurarme que no se podría venir abajo. Luego añadí algunos puntos de montaje para las ligaduras. Finalmente conecté algunos acelerómetros y sensores de tensión para que el ordenador pudiera controlar su utilización.
Miró estupefacta. "Dije que necesitabas ejercicio," dije animoso. "¡No por favor! Necesitamos hablar de Mamá... Necesito hablar."
"Lo siento, pero no tengo tiempo. Ahora haz lo que se te diga o te encontrarás algo aún más incómodo para mantenerte ocupada."
Agachó la cabeza y sollozó una vez, luego asintió.
Le quité la mordaza de entrenamiento y la ayudé a subirse al aparato. Enganché su muñeca derecha a una pequeña porción de cadena sujeta a los mangos. Necesitaba dejarle una mano libre para beber, así que me aseguré de que no fuera la 'buena'. Finalmente habló. "¿Por qué dejó que me fuera si me iba a volver a llevar con él?" "Tiene una razón," dije. "El que no podamos imaginárnosla no significa que no exista."
"Pero Mamá dijo..."
"Dijo lo que quería creer, o lo que él quería que creyera. Pregúntate esto: ¿cómo podría ella persuadirle para que hiciera algo que no fuera en su propio interés? ¿Puede ella evitar el sexo? ¿Puede irse? ¿Puede al menos mantener una lucha contra él?"
"Nunca pensé... Quiero decir, estaba tan contenta de irme."
Para entonces había enganchado el cinturón a las cadenas que venían del asiento, de forma que no podía levantarse. Luego cuando se sentó meditando, utilicé cadenas cortas para asegurar sus pies y los grilletes de los tobillos a los pedales. Una vez atada empecé con el resto. Conecté una pequeña caja a la parte trasera del cinturón. Tenía una serie de cables que conecté a los electrodos de su cuerpo y a los McGuffin.
Sollozó un poco. "Nunca me libraré, nunca."
"Ya te has ido," dije suavemente, "y no vas a volver nunca."
Me miró, con los ojos llenos de una curiosa mezcla de esperanza y miedo. "Pero ¿y mi Mamá?"
"Tengo una idea," dije. "Pero requerirá tu completa cooperación."
"Haré cualquier cosa," dijo.
"Ya lo dijiste antes y no lo cumpliste."
"Para salvar a Mamá, ¡cualquier cosa!" dijo con firmeza.
"Buena chica," dije sonriendo. Siempre hay que alabar a la esclava cuando lo hace bien.
Le puse una cinta para el sudor en su muñeca izquierda y le mostré la pequeña mesa con los recipientes de agua, luego hice las conexiones finales. Enganché una pequeña manguera al final del catéter que penetraba a través de los pantalones. Terminaba en un cubo detrás del aparato. La hice mear y confirmé que no había fugas y que el líquido ámbar fluía con facilidad hacia el contenedor. Era el momento para la pieza final. Le enseñé el ligero casco de realidad virtual antes de ponérselo para que no estuviera demasiado asustada. Había modificado un poco la unidad básica para asegurar que no pudiera quitárselo o forzarlo, pero en esencia era similar en diseño a los que vende Sega. La única diferencia técnica real era que usaba una pantalla plana de rayos catódicos en lugar de una de cristal líquido. Después de decirle para que era me pareció contenta de que se lo colocara.
El casco le mostraría un entorno natural de realidad virtual para que pudiera hacer ciclismo a su través. La ruta virtual estaba dividida en secciones. Si las cubría en el tiempo previsto los McGuffins la recompensarían con un pequeño estímulo sexual. Los fallos significaban una descarga. A intervalos aleatorios oiría mi voz dándole algunas instrucciones nuevas. La obediencia significaría recompensa, y ya se imaginaría lo que ocurriría si desobedecía. Contento de tenerla dispuesta, la besé en la mejilla para desearle suerte y lancé el programa.
Una vez empezado, miré mi reloj y solté una maldición. Mi planificación se iba al carajo. Cerrando con llave la puerta de la mazmorra tras de mí, corrí escaleras arriba. Primero me dirigí a la habitación de desahogo y a la pila de ropa sucia de la semana anterior. Rebuscando encontré finalmente las ropas sudadas que llevé durante el rapto. Como esperaba olían a sudor viejo y suciedad, con quizás un rastro del perfume de Caroline. Todavía había una máscara de esquiar en el bolsillo que había llevado. Pensé de nuevo en cómo me había precipitado y la había capturado. Tenía que haber estado loco. Abrí uno de los armarios y saqué una gran bolsa de saco. Cuando trabajaba en el secuestro había jugado con la idea de sacar a Caroline del bloque de apartamentos en esto. Había llegado a la conclusión de que funcionaría pero resultaría tan fuera de lo corriente que era obligado que lo recordaran. Por eso descarté la idea, pero guardé el saco.
Dentro fueron las ropas sudadas, unas playeras y un par de rollos de cinta adhesiva. Con él a cuestas fui a la cocina y añadí algunas envoltorios de cuerdas Saran y una pila pequeña de vendas Ace. La última parada fue en mi oficina. Encontré enseguida el grabador DAT pero no conseguí encontrar una cinta en blanco. Buscando en los cajones del escritorio encontré finalmente una y como regalo inesperado un frasco de una loción para después del afeitado barata y muy repugnante que alguien me había regalado en Navidades. Todo fue dentro del saco. Como idea final metí mi portátil y la impresora. Puesto que no había tenido tiempo de cambiarme el atuendo de amo con camisa y pantalones de cuero me puse mi chaqueta de cuero favorita que, al menos, pegaba con mi ropa. Controlando la hora salí de la casa con ello a cuestas y esperé en la puerta trasera. En este momento Caroline estaría pasando por la primera sección. Pronto conseguiría saborear por primera vez el test de obediencia. Al no ser un hombre cruel había decidido ayudarla a salir. Cada vez que mi voz daba una orden el casco presentaría brevemente la palabra "OBEDECE", llevando la orden a su inconsciente de forma subliminal. Era tan sugestionable, que estaba seguro que acabaría siendo un buen elemento. Para cuando volviera su mente estaría un poco más cerca de ser mía.
Todavía estaba emocionado con esa idea cuando aterrizó el helicóptero en el césped trasero. Agarré el saco de tela, cerré la puerta y corrí. Salté dentro. "¿El señor Cody?" preguntó el piloto. El tío parecía como los pilotos que salen en la tele - pelo corto, tonos de aviador, gorra de béisbol y un par de grandes auriculares.
"Sí," me desgañité, intentando hacerme oír desesperadamente.
Me ofreció la mano. "Bob Wilson - seré su piloto hoy." Me enseñó a abrocharme el arnés. Me puse el casco que me facilitó y me sentí aliviado cuando la pared de sonido disminuyó. "Me dijeron que quería ir a Boston."
"Sí, una reunión de negocios de emergencia. Necesito estar allí lo antes posible."
"Entendido, señor Cody. Lo antes posible es la única manera en que trabajamos aquí."
Bob parecía un compañero bastante agradable. Tenía la sensación de que quizás alguno de sus clientes no estaban cómodos volando, porque soltó una parrafada trabajada con comentarios rápidos sobre todo lo que estaba haciendo. Hizo chistes para romper el hielo y puso de manifiesto que iríamos campo a través a más de 100 millas (160 Km) por hora. Durante la mayor parte del viaje le dejé hablar mientras repasaba mentalmente la lista de cosas a hacer. Iba tan distraído que me pareció que no había pasado tiempo cuando estábamos ya descendiendo en un pequeño campo de aterrizaje privado de las afueras de Boston.
Dándole las gracias a Bob, así como una generosa propina por su diligencia, empecé a cruzar el césped hacia la torre de control. Cerca estaba una guapa chica de pelo castaño junto a la puerta del conductor de una mini furgoneta Chevrolet. Su chaqueta azul y discreta falda gris la identificaban como representante de un agencia de alquiler de coches bien conocida. Yo miraba hacia el suelo la mayor parte del tiempo para protegerme la cabeza del remolino del helicóptero al elevarse, y cuando levanté la vista me llevé un sobresalto. Por unos instantes pensé que la chica estaba amordazada; parecía que le habían colocado una gran bola roja entre los dientes. Cuando estuve más cerca me di cuenta de que habían sido solo imaginaciones mías. Sonrió y se adelantó, ofreciéndome su mano. "Señor Cody. Debo decir que sabe cómo hacer una entrada espectacular."
Le eché un vistazo. Era quizás tres o cuatro años mayor que Caroline, con grandes ojos grises casi luminosos. Llevaba el pelo con un corte típico profesional hasta los hombros. Su maquillaje era conservador, excepto, quizás por el lápiz de labios de un rojo impactante. De repente me di cuenta de lo que había ocurrido - el color era el mismo que el que usaba Caroline, uno que había escogido yo deliberadamente para que hiciera juego con el rojo de su bola de mordaza. Asociación mental ¿o era algo más? En ese medio segundo revisé el anillo de su mano, el estado de sus zapatos y el rótulo con su nombre. Se llamaba Penny Jackson, estaba soltera y era bastante nueva en la compañía, que era por lo que probablemente estaba allí entregando coches en la mitad de ninguna parte.
"Me temo que tengo un poco de prisa, Penny," dije afectuosamente. "¿Tienes el contrato?"
"Oh sí, perdón." Sonrió de nuevo y observé como sus pupilas se dilataban ligeramente. Penny era joven y fácilmente impresionable. Probablemente yo era la cosa más cercana a una celebridad que había conocido nunca, y si hubiera estado interesado estoy seguro que había podido marcarme un tanto con bastante facilidad. Pasamos los formalismos sin dificultades, puesto que los miembros tienen sus privilegios y la tarjeta platino habla con mucha claridad. Me ofrecí a llevarla de regreso a Boston pero con cierto pesar señaló a otro coche aparcado en las cercanías con un joven de aspecto aburrido tras el volante. Aún así tomé su tarjeta por si podía quedar con ella más tarde, luego tiré el saco en la parte de atrás y me encaminé hacia la ciudad.
Por el camino iba soñando; la guapa Penny atada, amordazada y luchando. Penny y Caroline, chica contra chica. Desde luego cualquier pensamiento que tuviera de añadirla a mi pequeño harén era solo una fantasía, aunque el pensamiento de una morena para completar mi colección era bastante tentador. Con cierta dificultad volví a centrar mis pensamientos en Maggie.
Hacía como una hora que había recibido la llamada, pero mi estimación de dos horas había sido muy optimista, algo de lo que Maggie se habría dado cuenta. Esto significaba que podía llegar a su apartamento mucho antes de lo que esperaba ella. Ahora era el momento de completar el plan. La idea básica era muy simple: Maggie está atada e indefensa en su apartamento esperando las dos horas o más que le llevarán a Richard Cody, su fiel amigo, ir a toda velocidad a rescatarla desde las apartadas regiones de la Nueva Inglaterra más oscura. Sin embargo antes de que él llegue tiene un visitante inesperado en forma de sigiloso ladrón que se encuentra con ella cuando está revolviendo su apartamento. Allí está ella, indefensa y en una postura sexualmente provocadora con un completo extraño. Bueno, no exactamente un completo extraño...
La razón para que hubiera corrido a Boston era que podría hacer el papel del intruso. Maggie era muy lista y siendo ella misma una bromista probablemente se olería un montaje. Yo esperaba que el 'extraño' llegara tan pronto - con mucho antes de que se pudiera esperar mi aparición - que pudiera engañarla.
Desgraciadamente era probable que echara por tierra el plan en el momento en que abriera la boca. Soy muy bueno simulando acentos pero el tono básico de voz es siempre el mismo. Probé con voces diferentes mientras luchaba con el tráfico pero ninguna era lo bastante buena. Luego tuve una revelación. Si fuera un extranjero tendría mayores posibilidades. Un inglés entrecortado salpicado de palabras y expresiones extranjeras podría disfrazar suficientemente mi voz. Además me daría una buena excusa para no hablar mucho en inglés.
Hablo seis idiomas, cuatro con bastante fluidez. La elección obvia era el español pero sabía que Maggie también lo hablaba y podría descubrir mi acento. El ruso sería bueno, especialmente con toda la cobertura de noticias que se había producido recientemente sobre la Mafia Rusa. El problema era que Maggie sabía que yo hablaba ruso. Al final opté por el francés; en el fondo tenía más sentido en todo caso, con Quebec a solo unas millas hacia el norte. Sería un chorizo francocanadiense, que había bajado a Boston a hacer unos cuantos trabajos antes de volver al norte. Practiqué el acento, intentando hacer un poco más grave mi voz. Empezó a funcionar en mi cabeza, adquiriendo cada vez más sustancia mientras preparaba la historia de fondo. Me detuve y me pregunté si se lo merecía, pero la historia de cuando había cumplido los veintiuno solo había sido una de las tremendas bromas que me había gastado y el pagarlas se había retrasado mucho.
Me inscribí en un motel de precio medio a unos tres bloques del apartamento de Maggie. Ya tenía la reserva hecha de modo que la cosa se agilizó bastante. Le solté al tipo del mostrador algo sobre la necesidad de un sitio tranquilo para trabajar y una generosa propina me consiguió una habitación en el siguiente bloque, sin vecinos. Con el tiempo ahora como factor entré y lo preparé todo. Esto incluía principalmente ponerme la sudadera que había traído, echarme algo de la loción de afeitado y grabar un par de cosas en el dispositivo DAT. Hice una llamada al departamento de Maggie de la Universidad y les dije que tenía un terrible dolor de cabeza y no iría en todo el día. Lo aceptaron con facilidad, puesto que su trabajo era de investigación pura con poco compromiso docente. Descargué las cosas que no necesitaba del saco y di los preparativos por concluidos.
Tenía una copia de la llave de Maggie, algo heredado del tiempo en que viví en Boston. No sé si ella recordaría habérmela dado pero me haría las cosas mucho más fáciles. Como la noche anterior entré al aparcamiento del sótano y aparqué en la plaza de Maggie. Luego me eché el saco al hombro y me encaminé hacia el ascensor. El viaje transcurrió sin incidentes y esta vez no hubo interrupciones del tipo horrible que parecían representar durante el día. Llegué al piso de Maggie sin problemas y me sentí aliviado de ver que el corredor de su apartamento estaba vacío.
Me detuve en el exterior, hurgando deliberadamente en la cerradura durante unos minutos. Puedo forzar cerraduras, una habilidad que adquirí en el Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT), pero lleva cierto tiempo y aunque quería dar la impresión de que la estaba forzando no quería dar la oportunidad de que sus vecinos llamaran a la policía. Finalmente metí la llave y esperé. Tenía la máscara de esquiador en el bolsillo y podría habérmela puesto, pero de nuevo conociendo mi suerte me habría encontrado con alguien. Respiré profundamente. Si Maggie había decidido atarse en la sala de estar todas estas molestias y precauciones no servirían para nada. Abrí la puerta suavemente y entré.
La habitación estaba a oscuras porque las cortinas todavía estaban echadas, y me llevó unos minutos acostumbrar los ojos. A la luz difusa de la única lámpara encendida pude ver que la habitación estaba apreciablemente como la había dejado la noche pasada. Maggie no estaba allí. Sacando el DAT del bolsillo rebobiné la cinta, haciendo ruido deliberadamente mientras rodeaba la sala. Cuando la cinta estuvo rebobinada y estuve seguro de que cualquier ocupante del apartamento me habría oído, lo puse en marcha y lo dejé en la mesa de café.
Un rayo de luz salía tras la puerta del dormitorio. Cuando estuve más cerca pude oír señales de movimiento en el interior. Respiré hondo de nuevo, me puse la máscara de esquiador y abrí suavemente la puerta.
Maggie estaba tumbada en la cama. Cuando oyó abrirse la puerta hizo un esfuerzo supremo por sentarse. Estaba vestida con el traje de fulana que le había comprado, todo de cuero brillante y PVC. Mientras se las apañaba para mirar hacia la puerta, me di cuenta de que la máscara era innecesaria. Sus ojos estaban cubiertos con la ligera venda acolchada que le había comprado. Su boca mordía la bola de la mordaza, gimió y avanzó su entrepierna en el aire, emitiendo pequeños maullidos sugerentes. Entonces me di cuenta que no tenía forma de medir el tiempo. Para ella podría parecer que habían pasado varias horas desde la llamada. Obviamente pensaba que era yo y las ondulaciones de sus caderas eran una clara invitación.
Cuando estuve más cerca admiré su trabajo. Había usado una buena parte de la cuerda que había comprado yo para atar sus tobillos al palo de una escoba usado como barra expansora. Sus muñecas estaban atadas tras su espalda, suponía que con las esposas. Un pequeño tramo de cable amarillo cubría el vano entre la cremallera de su entrepierna y una pequeña caja de pilas.
"Hummf," gimió.
"¡Merde (mierda, en francés en el original)!" Supe inmediatamente que había utilizado el tono perfectamente adecuado.
Maggie se puso rígida. Tal como era mi intención, se sorprendió por la respuesta. La primera parte para convencerla de que yo era un extraño había comenzado. Murmuré algunas palabras en francés sobre quien había hecho eso y que estaba pasando. Al no obtener indicación de comprensión, sentí que era prudente acercarme más. Al oírme, empezó a luchar en serio pero era evidente que no iba a ir a ninguna parte. Para mi extranjero imaginario, el allanador franco canadiense solo había una pregunta:
" Etes-vous seule? (¿Estás sola? - en francés en el original)" pregunté.
"Humff... UM ai iii."
"Pardon? (¿Perdón?)"
"Hummm."
"Oui...le baillon! (Sí...la mordaza) Errr, Mademoiselle... debes prometer. No ruido, oui?"
Vaciló, luego asintió de modo que la cogí por detrás de la cabeza y solté la correa. Como con Caroline la dejé colgando alrededor del cuello.
"Agua," graznó, llené un vaso con la jarra de la mesilla y se lo acerqué a los labios. Bebió ansiosamente durante unos segundos, luego empezó a olfatear cerca de mi manga. El olor a sudor y colonia barata impregnaba el aire. No era el aroma de Cody, y otra parte de mi montaje quedó establecida.
Solté el vaso y esperamos un instante, la habitación en silencio salvo el sonido insistente del teléfono descolgado. Agachándome, lo recogí del suelo y lo coloqué en su sitio, luego coloqué ruidosamente el teléfono de nuevo en la mesilla de noche. Saltó y 'miró' alrededor nerviosa. Sentí que empezaba a tragarse mi actuación.
"Por favor, ¿puede desatarme?" preguntó, girando los hombros para colocar sus manos esposadas tan cerca de mí como fuera posible. Comprobé que había acertado respecto a las esposas. También podía ver lo que había luchado. La única superficie lustrosa de los guantes de PVC cerca de la muñeca se había salido. De hecho los guantes baratos eran los que la mantenían presa; se habían escurrido durante los intentos de soltarse pero solo lo bastante para eliminar cualquier posibilidad de que su trabajo consiguiera liberar de las esposas a las muñecas.
"C'est... (esto) es imposible, esposas. No llave, ¿eh?"
"La llave está sobre la cama en algún sitio." Busqué y al cabo de un ratito la encontré bajo la almohada. Pareció notarlo porque adelantó sus brazos hacia mí. Cogí las esposas por debajo - y las cerré un paso más.
"¿Qué está haciendo?" Su voz tenía ese tono de pánico que me gustaba.
"Mi trabajo," dije manipulando y buscando la mordaza.
"No por favor... ¿quién es usted?"
Al fin la pregunta que estaba esperando. "¿Cómo decís vosotros - le cambrioleur (el escalador)?"
"¿Cómo?"
"Le (el) ¿ratero...?" Mi mano enguantada le cubrió la boca justo cuando estaba a punto de gritar. Se produjo un alarido apagado y luchó salvajemente pero su posición era desesperada.
Cogí la bola y empecé a llevarla a su boca; una Maggie amordazada no podía hacer preguntas y eso reducía la cantidad de charla que yo necesitaba. Sintiendo que de nuevo se iba a quedar silenciada empezó a luchar nuevamente y a agitar la cabeza. Por mis propias razones necesitaría trabajar sobre la mordaza pronto así que decidí que "le cambrioleur" tuviera un cambio de opinión.
"Por favor, mademoiselle" Dejó de resistirse. "Le dejaré... le baillon (la mordaza)?" Tiré de la correa hasta que se dio cuenta de lo que estaba intentando decir.
"¿La mordaza?"
"Oui. No baillon si tu quieta hasta que me haya ido."
Comprendió y asintió. Le quité la mordaza del cuello y la guardé en el bolsillo. Luego empecé a buscar ruidosamente por las habitaciones. Maggie no tenía mucho, casi todo su salario poco espectacular iba hacia la compra futura de la casa de sus sueños. Además era una especie de elitista intelectual y evitaba cosas como la televisión. En consecuencia su apartamento tenía poco que pudiera interesar a un ratero. Pero estuve en mi papel y recorrí el lugar de forma metódica mientras se debatía en la cama. Dos cosas que comprobé fueron la disponibilidad de plástico de envolver en la cocina y que tenía vendas en el armario del cuarto de baño. Había traído las mías propias, pero no quería echar a perder el juego por usar algo extraño que supiera que no estaba en la casa.
"Por favor," llamó. "Necesito ir al baño" Aquello me venía bien porque necesitaba sacarla de allí, así que con muchos juramentos galos le solté la barra separadora. Encontré la cuerda más suelta de lo que esperaba - probablemente faltaban unos minutos para que consiguiera soltar las piernas. Recogí la cuerda suelta y la até al collar de cuero que llevaba y, usándola como una correa la conduje al baño. Puse la mano entre sus piernas y abrí la cremallera siendo recompensado con el olor del coño caliente. Al quitarle el vibrador noté la humedad de su entrepierna. Se puso del color de una remolacha brillante por la vergüenza pero la visión de sus pezones erectos mientras se asomaban por los agujeros de las copas de cuero la delataron. ¡La pequeña guarra se estaba poniendo cachonda! Como Caroline, parecía estar un poco incómoda de tenerme allí observando mientras meaba, pero finalmente tuvo que superarlo.
Luego la sequé y la llevé de nuevo al dormitorio.
"Por favor, déjeme ya, mi novio volverá pronto."
Gruñí. "Este novio, ¿te ató él?"
De nuevo enrojeció. "Sí, es un juego sexual, ¿sabe? Sólo ha salido a buscar cigarrillos. Volverá pronto."
Dejé que la frase quedara en el aire un rato como si estuviera considerándolo.
"Non, tu mientes. Si novio atar, él tendría llave."
"Pero..."
Puse un dedo enguantado en sus labios. "¡Shhh!" Le cogí la cabeza y la forcé a asentir y luego a negar. "Solo esto, ¿vale?"
Asintió.
"¿Vídeo, estéreo?" Negó con la cabeza. "¿Tienes joyas? ¿Caja fuerte?" Negó de nuevo. Fui al bolso en busca de tarjetas de crédito y de cajeros. "Las tarjetas, ¡dime los números!" Se puso rígida. Sabía que una de ellas era la cuenta de su casa soñada y contenía casi todo el dinero que había hecho en su vida. Tenía la sensación de que no me daría eso sin lucha. Frunciendo el labio, negó con la cabeza.
"¡C´est la vie (Es la vida)! Dije y le rellené la boca de nuevo con la mordaza. Se quejó, pero poco podía hacer. Luchó un poco cuando le quité las botas hasta los muslos y le até los tobillos a la cama, pero la venda le impedía ver lo que había planeado. Fui al armario de la ropa blanca y busqué lo que necesitaba.
Al primer contacto del plumero contra las plantas desnudas de sus pies emitió un extraño sonido de borboteo. Pronto la habitación se llenó de risas sofocadas. Se revolvió todo lo que le permitían las ligaduras y las primeras lágrimas empezaron a deslizarse tras la venda. Estaba contento de que hubiera usado el baño porque estaba seguro de que había perdido todo el control sobre su cuerpo. Dejé la cremallera abierta y gradualmente empecé a mover el plumero por sus piernas arriba, contra sus muslos, los labios de su coño. Se volvió loca en una extraña fusión entre las cosquillas y estar salida. Su voz amordazada pedía clemencia pero fui implacable, trabajándomela hasta que toda la capacidad de lucha hubo desaparecido con la risa. El plumero bailó sobre su cuerpo, poniéndola cada vez más salvaje, llevándola más allá de cualquier límite razonable. Luego, cuando estaba casi completamente ida paré. "¿Suficiente?" pregunté. Asintió débilmente.
Le quité la mordaza y le pedí los números personales y las cantidades en las cuentas. Parecía agotada y extrañamente sumisa. Anoté la información para más adelante. Los números de su cuenta principal no eran muy impresionantes; siempre pasando cualquier ahorro a la cuenta de la casa. Sin embargo la cuenta de la casa de sus sueños era diferente. No podía saber si estaba mintiendo pero la cantidad parecía bastante correcta. Lancé un silbido cuando me dio el balance. Mientras estaba debilitada le hice otras preguntas como donde trabajaba, y cuanto podría sacar de sus cuentas en una semana. Pienso que estaba demasiado ida para ver a donde conducía esto y me dio respuestas bastante veraces. Mientras hablábamos yo estaba enrollando cinta Ace alrededor de la bola de la mordaza para hacerla más grande. En el fondo de mi mente un contador que había arrancado cuando entré en su apartamento iba contando. Luego llegó la llamada. Ambos pegamos un salto, pero en mi caso fue para taparle la boca. Luego desde el exterior de la habitación mi voz dijo, "¿Maggie? ¿Estás bien?" Se puso rígida, luego empezó a luchar en serio, intentando librarse de mí. Aferré mi mano con más fuerza sobre su boca mientras seguía gritando. La voz continuó.
"Maggie, escucha, necesito encontrar al conserje y conseguir que me abra la puerta. Intentaré mantenerle fuera de aquí pero puede que no haya nada que hacer ¿está todo bien?"
Gritó en mi mano.
"Mira, no puedo oírte. Serán unos quince o veinte minutos como mucho, ¿vale?"
Esto la convenció. Creo que una mitad sospechaba que era una broma y que el francés era yo. Hasta cierto punto había jugado con ello. Ahora, gracias a la grabación de la cinta DAT, me había oído fuera y de repente se vio en su mente sola e indefensa con un extranjero.
Luchó mientras forzaba la bola ensanchada dentro de su boca y tensaba la correa. La bola cubierta de vendas era realmente un relleno total para la boca y sus gritos quedaban reducidos a casi nada. Debió darse cuenta porque dejó de gritar enseguida y se quedó tumbada allí temblando. Fui al saco de tela y saqué más vendas, la cinta de embalar y el plástico de envolver.
Mirando el pequeño montón de cuerda descartada tuve una idea de repente. Rápidamente diseñé un dispositivo que había aprendido en los libros. Cuando até la cuerda alrededor de su cintura pareció no darse cuenta, estando más preocupada de morder la bola. Incluso cuando pasé un extremo entre sus piernas no entendió. Pero lo haría en unos segundos. Empecé a trabajar con el rollo de plástico de envolver. Luchó mientras enrollaba el plástico alrededor de sus piernas. Como quería mantener la posibilidad de doblar las rodillas las dejé cuidadosamente sin vendar pero continué con los muslos. Luego la enrolle por la parte de arriba e hice lo mismo con los brazos empujando los hombros hacia atrás y haciendo que sacara los pechos en el proceso. Su lucha se fue debilitando a medida que tenía menos cosas con las que luchar. Cuando usé la cinta de embalar sobre el plástico de envolver quedó todavía más indefensa. Mientras usaba la cinta para asegurar la parte superior de sus brazos a su torso cesó la lucha. Allí estaba tumbada y trabada aunque mostró algo más de interés cuando cogí la cuerda que pasaba entre sus piernas y aseguré una parte de ella a sus muñecas. Como cuerda de entrepierna era una obra maestra. Dos cordones paralelos mantenidos separados por un grueso nudo corrían a cada lado de su coño manteniendo los labios abiertos y dejando expuesto su clítoris. Una tercera cuerda pasaba entre ellos, pasando deliberadamente a través del coño y poniendo varios nudos rugosos en contacto con su protuberancia. Era esta última cuerda la que había atado a sus muñecas y no le llevó mucho tiempo darse cuenta de que podía variar la presión y mover los nudos sobre su sensible brote con el pequeño movimiento de mano que se le había permitido.
Sin embargo, también constató lo frustrante que era; mientras casi cualquier movimiento producía estimulación, conseguir la necesaria para obtener una diferencia real suponía un gran esfuerzo. Ahora su lucha se hizo bastante animosa y el olor de coño caliente empezó a llenar la habitación.
Ambos sabíamos que se había cruzado una línea. Era la primera cosa claramente sexual que el "ratero" había hecho. Hasta aquí se había contentado con mantenerla tranquila mientras buscaba cosas de valor, ahora estaba dejando claro que había encontrado algo de valor entre sus piernas. Maggie tembló y gimió, aunque era difícil decir si era miedo o necesidad.
Le acaricié el carrillo. "¿Gusta, Mademoiselle?"
Agitó la cabeza desafiante. Miré hacia abajo y vi sus pequeños y duros pezones asomando por los agujeros. Ellos contaban otra historia.
Restregué una mano por su clítoris expuesto, sentí la humedad y oí un jadeo apagado. "Tu pequeña flor dice otra cosa, ¿eh?"
Miró hacia otro lado. Como no decía nada no me pareció demasiado mal apretar un poco más la mordaza. Como había hecho con Caroline cubrí por completo con cinta de embalar la parte de abajo de la cara de Maggie, cruzando su boca en equis y bloqueando la bola en su sitio. Luego enrollé una venda tirante en la parte superior, oprimiendo sus carrillos y reduciendo sus gemidos a rumores. La prueba de retorcer el pezón demostró que estaba eficazmente amordazada y la momificación parcial la había privado de la capacidad de moverse. Abriendo el saco de tela sobre la cama cerca de ella, la hice rodar dentro.
Entonces comprendió súbitamente mis intenciones. Gritó pero apenas pude oírla incluso estando cerca y su lucha solo conseguía restregar la frustrante cuerda de su entrepierna contra su expuesto coño. Incluso cuando estaba cerrando el saco podría decir que estaba más interesada en correrse que en liberarse.
Puse las botas de zorra en el saco, junto con algunos de sus trajes más de puta callejera y un poco de maquillaje. Después de todo, Maggie necesitaría algo para ponerse más tarde. Además me ayudaba a hacer que el aspecto del saco tuviera menos forma humana.
"Mademoiselle, ecoute (escucha)! Nos iremos ahora antes de que tu amigo vuelva. Serás mi huésped solo por unos días." Cogí el cuchillo que usé para cortar el plástico de envolver y amenacé su cuello con la punta. Se puso rígida cuando el frío acero le tocó la piel. Retiré el cuchillo.
"Dame problemas y tengo un cuchillo, ¿comprendre (comprendes)?"
Asintió y cerré la cremallera del saco. Era bastante pesado y me alegré de no tener que llevarla mucha distancia. Echándomela al hombro salí a la sala de estar. Guardando rápidamente en el bolsillo el DAT fui hacia la puerta y la abrí una rendija. El corredor exterior parecía suficientemente tranquilo. Estaba tan enganchado con la emoción de todo ello que por un momento me olvidé de que llevaba la máscara de esquiador. Me la arranqué y la puse en el bolsillo, intentando moverme tan suelto como fuera posible para disimular el peso del saco, anduve hacia el ascensor. Me pareció que tardaba una eternidad y antes de que se abrieran las puertas podía oír las voces dentro. Maggie también las había oído porque podía escuchar los gemidos amortiguados con mi oído. Había 50 posibilidades contra 50 para el camino que tomaran al dejar el ascensor pero había menos apartamentos a la izquierda así que me lancé rápidamente a ese lado y esperé, con el corazón en la garganta mientras Maggie seguía agitándose detrás de mí. Se abrió la puerta y tiraron hacia la derecha, dos tipos vestidos como si volvieran de correr. Antes de que las puertas se cerraran había saltado dentro. Dudo que se enteraran incluso de que estaba allí.
Contuve el aliento cuando nos acercamos al vestíbulo. Algunos ascensores paran automáticamente y abren las puertas en el vestíbulo incluso si no han sido llamados. Lo último que quería es que se abrieran las puertas y que hubiera una docena de personas esperando, especialmente ahora que tenía el mayor empalme de mi vida. Afortunadamente no ocurrió así y el ascensor continuó hasta el aparcamiento del sótano. Maggie luchaba todo lo que podía e intentaba desesperadamente gritar, pero sus gritos eran ineficaces. Dudo que hubieran sido oídos a más de unos pocos pies. No obstante su débil lucha hacía desplazarse algo de su peso y la hacía difícil de sujetar. Fui tambaleando hasta la furgoneta y utilicé la famosa puerta lateral de apertura automática para conseguir dejar el bulto agitado sobre el asiento posterior. La sujeté con un par de cinturones de seguridad, luego empujé el asiento todo lo que pude hacia delante. Saltando por dentro moví el asiento del conductor todo lo que pude hacia atrás, atrapando a Maggie en una pequeña caja acolchada formada por los asientos. La furgoneta tenía cristales ahumados de forma que nadie podía ver a través de los laterales, y la colocación de los asientos la escondía al tráfico frontal. Tuve cuidado al poner el saco; cuando se abría era fácil verle la cara, y las tetas y el chocho estaban estratégicamente cerca de la separación entre los asientos delanteros para tener fácil acceso. De hecho cuando salimos del garaje me sentí lo suficientemente cómodo como para abrir el saco y mirar a mi cautiva. Me alivió ver que respiraba con normalidad, y aunque la mayor parte de su cara estaba cubierta, los pequeños gemidos que emitía me hablaban de cómo apreciaba la cuerda de su entrepierna.
Aunque tenía una habitación a unos pocos bloques decidí ofrecer a Maggie una aventura y tracé una ruta que me sacaría de la ciudad por el puente Tobin. Tras el puente la autopista 1 llevaba al norte y suponía que podía ser una forma extraña de encaminarse a la frontera canadiense. Lo importante era que tenía casetas de peaje y Maggie podría oír el sonido y saber que nos estábamos yendo de la ciudad. Creo que había obras porque había aglomeraciones al aproximarnos al puente y había que cada poco tiempo. Además tenía la queja de Maggie ya que no el cuerpo necesariamente ansioso con el que jugar, como había esperado. La acaricié y la provoqué escuchando los pequeños sonidos que emitía y oliendo el perfume de su coño caliente. Durante unas cuantas manzanas jugué con un pequeño descapotable rojo con una matrícula de fuera del estado en la que decía MISS T. No sé si era un juego de palabras con vaporoso (misty) o si era alguna ganadora de un concurso de belleza, pero la propietaria del coche era una verdadera belleza y lo sabía. Estaba al comienzo de la veintena, con cabello rubio abundante, gafas oscuras y una actitud que necesitaba un ajuste serio. Le tapé el camino involuntariamente en un cruce y en la siguiente manzana me tapó deliberadamente. Cinco minutos más tarde estábamos parados a la par y me miró por encima del hombro como si estuviera sucio. Le sonreí y sacudió la cabeza hacia atrás dejando claro que no quería mi compañía. Yo tenía la mano atrás entre los asientos delanteros jugando con los pezones de Maggie y escuchando sus apagadas protestas. Mi mano se deslizó hacia abajo y jugó con la cuerda de su entrepierna, Maggie gimió algo más, pero a pesar de que la ventana estaba abierta la señorita T no oyó nada. Continuó pretendiendo ignorarme mientras me estremecía ante el hecho de que nunca sabría que tenía a una chica indefensa atada y amordazada en mi asiento trasero. Cuando se abrió el semáforo salió chirriando, sacándome apenas un coche de ventaja para su desgracia. Sonreí, pensando con que facilidad podría estar Maggie en el pequeño deportivo y la señorita T en el asiento trasero de mi coche.
Finalmente llegamos al puente. Los peajes eran automáticos así que había pocas posibilidades de que me detectaran, y pronto estuve al otro lado del río. Di un gran rodeo utilizando la autopista 28, imaginando la desesperación de Maggie y como aumentaba a cada milla. Abrí la cremallera del saco y paré en una gasolinera para coger algo de chocolate. El lugar estaba tranquilo pero había suficiente gente por los alrededores como para que Maggie la oyera e intentara establecer contacto. No hace falta decir que nadie notó nada extraño. Volví a Boston con el mayor empalme de la historia, y una cautiva indefensa preparada para satisfacerlo. El tráfico estaba mejor a la vuelta y en poco tiempo estuve en el motel. Cerré el saco de Maggie por si un transeúnte miraba por la ventanilla del conductor, y abrí la puerta de la habitación. Me tomé un tiempo en cerrar las cortinas para evitar miradas inquisidoras y luego llevé a Maggie dentro. Estaba en un estado apacible. Su cuerpo estaba cubierto de sudor, su pelo pegado al cráneo. Sus pezones erectos asomaban a través de los agujeros del corsé y parecían un poco rojos. Solo podía suponer que había usado la aspereza del saco para sacarle el máximo partido. Su clítoris, por supuesto, estaba hinchado. Yo casi había esperado que la fricción lo hiciera arder pero aparentemente había allí lubrificación más que suficiente.
Mientras le facilitaba la salida del saco empezó a revolcarse como un pez fuera del agua. Por un momento pensé que estaba luchando para escapar pero luego me di cuenta de lo que pasaba, estaba intentando llegar al orgasmo. Me senté y observé la valiente lucha. Estuvo cerca en varias ocasiones pero finalmente se derrumbó, exhausta y frustrada. Sonreí, pensando lo extraño que era como la realidad imita tan de cerca al arte. Había sacado la idea de la banda de su entrepierna de una deplorable novela sado sobre un negrero blanco. Después de la captura colocaba una a todas sus 'reclutas'. La idea era que cualquier intento de lucha produce una estimulación sexual que distrae a la víctima, haciéndola fracasar en su intento. Aunque Maggie no pudiera liberarse posiblemente la cinta le estaba produciendo un efecto similar. Lucharía e incrementaría su nivel de excitación, pero al ser capaz únicamente de respirar por la nariz no podía seguir, antes de que la falta de oxígeno la forzara a parar. Jadeaba y temblaba. Preparada sino deseosa, esperaba a que su raptor la tomara.
Sonreí. Tendría que esperar un poco más. Utilizando el cuchillo liberé sus piernas. En lugar de la patada que había esperado, se agachó, adelantando su entrepierna afeitada hacia arriba. La pequeña guarra estaba pidiéndolo, pero todavía no la obligaría. Improvisé una traba modificada usando cinta adhesiva y cordón. Primero pasé la cinta por los tobillos uniéndolos con cada pie colocado contra la pantorrilla opuesta. Esto forzaba sus piernas en un triángulo rígido con las rodillas horizontales y fuera del camino. Dejaba su coño expuesto y no le daba ninguna posibilidad de protegerlo. Luego até los tobillos a las muñecas, dando rigidez al cuerpo y reduciendo sus movimientos virtualmente a la nada. Gimió y luchó pero no podía hacer nada más. Satisfecho de que estuviera bajo control le quité la mordaza. Como esperaba quiso agua en primer lugar, así que le puse un vaso en los labios y la dejé beber justo lo suficiente para alejarse del límite de su sed. Luego la hice girar de modo que su cabeza quedara sobre un costado de la cama y me bajé la bragueta. Sabía lo que iba a pasar y yacía tranquilamente mientras le explicaba el castigo por morderme. A estas alturas no necesitaba preocuparme. La mordaza había forzado los músculos de su mandíbula hasta un punto que dudaba que pudiera morder. No hace falta decir que no fue la mejor mamada del mundo. Consideré castigarla por su mala técnica pero me pareció que no había mucha materia porque estaba incapacitada físicamente para hacerlo mejor. Finalmente me corrí, aunque fue más gracias a mis esfuerzos que a los suyos. La obligué a tragárselo y luego la coloqué en el centro de la cama.
Gasté algunos minutos en rasgar y quitar la venda empapada de la mordaza mientras ella se afanaba en poner en orden su mandíbula. Terminamos casi a la vez, y le empujé la bola contra los labios.
"Por favor, no," suplicó.
"Oui," dije. "Debo ir a le Banque."
"¿Banco? ¡No, por favor! ¡Es todo lo que tengo!" Su voz revelaba pánico.
"Correcto, mademoiselle, ¡es todo lo que necesito!"
"Por favor," dijo sacando pecho. "Tengo otras cosas que ofrecer..."
Me reí, un sonido arenoso, cordial que incluso me sorprendió a mí. "No te preocupes mademoiselle, probaremos esos frutos a mi vuelta."
Luchó pero el resultado fue el previsto. Tensé la correa de la bola y la dejé sola en la oscura habitación del motel.
No fui lejos, solo hasta el coche para usar mi teléfono móvil. Primero, llamé a mi contable que esperaba que me ayudara con el problema de la madre de Caroline. Hablamos hipotéticamente sobre un par de ideas que tenía yo y me confirmó lo que quería saber. Ahora que sabía que mi plan tenía posibilidades, volví a llamar a unos cuantos amigos para acordar citas. Finalmente llamé a una tienda de comida especial que conocía y encargué la cena. Fue entonces cuando cometí el error.
Había comido una barrita de chocolate mientras hacía las llamadas y al final tuve sed. Como era demasiado pronto para volver a la habitación, decidí ir a buscar la máquina de Coca-Cola que los moteles tienen siempre. La primera que encontré estaba estropeada así que me alejé un poco.
Mientras regresaba a mi bloque con mis tres latas de cocacola y algo de hielo, mi vista captó un movimiento. Era joven, muy joven - dieciséis, puede que diecisiete a lo sumo, vestida con el uniforme marrón del servicio. Llevaba en sus brazos una pila enorme de toallas tan alta como ella, en la mano la llave y se encaminaba a mi habitación. Ignoró mis gritos y cuando se acercó a mi puerta me di cuenta que no tenía elección. Me acerqué a ella corriendo a tope. Tuve suerte - a tientas con las toallas se le cayó la llave. Pero de no haber sido por eso hubiera estado en la habitación bastante antes de que la alcanzara. De esta forma la alcancé justo cuando abría la puerta.
Quizás debería haber sido actor - a pesar del peligro, seguí en mi papel. "Mademoiselle, ¿qué está haciendo?" pregunté, apuntando a la señal de 'no molesten' que había colgado en la puerta. Era completamente consciente de que Maggie estaba justo a unos metros y podría probablemente oír fácilmente con la puerta abierta.
La muchacha miró la señal, y por primera vez noté su piel aceitunada y sus ojos oscuros. "Perdón (en español en el original)" dijo. "¡No hablo inglés (ídem)!"
Un gemido salió por la puerta abierta y la pequeña muchacha hispana avanzó con curiosidad. Rápidamente y todo lo suavemente que pude me puse delante y cerré la puerta. Todavía podía oír rastros de sonidos desde el interior, pero la mordaza era lo suficientemente buena para impedir que Maggie reclamase mucha atención. Sabía que podía probablemente escucharnos con claridad y sabía que hablaba español así que con el peor acento que pude pregunté, "¿Habla usted francés (esp.)?
"Oui," dijo con una sonrisa. Inmediatamente surgió una conexión entre nosotros. Ahora los dos éramos extranjeros.
"Tres bien (perfecto)!" sonreí. "Mademoiselle. Je suis fatigue (estoy cansado). Je ne voudrais pas ma chambre a ete faite (no quiero que me haga la habitación)." Di unos golpecitos a la señal de 'no molesten' para reforzarlo. Enrojeció. "Excusez-moi Monsieur (perdóneme, señor)." Luego se fue a toda prisa.
Aliviado, abrí la puerta. ¿Una hispana que hablaba francés pero no inglés? Me hubiera gustado tener tiempo para saber más. Desde luego un auténtico bandido probablemente la habría empujado dentro de la habitación y la habría atado también. En lugar de ello traté el asunto de una forma coherente con mi papel, y estaba seguro que Maggie no era la más lista. Dejando las cosas que traía le quité la mordaza. "¡Mientes!" acusé. "¡El número era no bueno!"
"No, por favor. Te dije la verdad."
"La tarjeta, se ha ido."
"¿La máquina se comió mi tarjeta?" Su voz tenía una extraña mezcla de pánico y alivio.
"Oui! He perdido un día. ¡No tengo nada! Comprendez-vous (comprendes)?"
"Sí, pero ¿qué puedo hacer yo?"
Esperé un rato como si estuviera sopesando sus opciones. Luego le empujé la mordaza firmemente en la boca. Usando con torpeza el teléfono hice una serie de llamadas a mi casa y hablé con el contestador. Para Maggie simulé que estaba hablando con alguien. Las primeras diez llamadas fueron enteramente en francés y después de la primera Maggie se olvidó de intentar alertar a la persona del otro lado y esperó pacientemente. Luego preparé la undécima para ella.
"Bonjour (buenos días), John. Comment ça va (cómo estás)? Bien. Escucha, tengo algo especial. Non (no), una mujer. Oui la prostituee (sí una prostituta)... como decís, ¿una fulana?"
Maggie intentó una objeción muda pero la ignoré.
"La muy zorra me ha jodido... roba mi dinero... oui... non, la cogí. Es mi invitada... oui. Necesito recuperar mi dinero antes de irme a casa a Quebec... exactement (exacto)! Pienso lo mismo... oui... todo lo que quieras por doscientos dólares. Oui? Tres bien (muy bien)! A tout a l'heure (hasta luego)... oui! Au revoire (adiós)."
Maggie gimió y luchó mientras hacía las siguientes cuatro llamadas en inglés. Todas fueron aproximadamente iguales. Pretendía que ella era una fulana que me había robado dinero y ofrecía vender su culo por doscientos pavos para recuperarlo. Cada llamada variaba ligeramente y gradualmente fui detallando más, asegurando unas veces que estaría con los ojos vendados o diciendo otras que era una mentirosa rematada. La cosa estaba clara - esa noche un poco más tarde Maggie iba a ser violada por quince tipos a doscientos dólares por cabeza. Estaría atada y vendada, amordazada la mayor parte del tiempo pero incluso si pudiera hablar no podría persuadirles de que se detuvieran.
Hojeé ruidosamente las páginas de un libro. "¿Quince hombres en una noche? Esto hacen tres mil. En una semana... " Maggie gimió, en una semana la habrían follado unos cien tipos.
"No se preocupe Mademoiselle, tendremos pronto el dinero, non?"
Sus pezones estaban duros, su coño húmedo. Maggie solo podía alcanzar el orgasmo con un hombre cuando la forzaban y pronto quince tíos iban a hacerlo con ella. Sería follada, chupada, sobada y había dejado claro que la podían usar de la forma en que esos hombres quisieran. Observé como la cuerda de la entrepierna rozaba con su clítoris. Esta mordaza permitía respirar poco a poco de modo que podía acercarse un poco más antes de quedar exhausta. Inventé una excusa sobre la necesidad de ir a comprar condones para que mis amigos no cogieran algo de su coño de guarra. Le ofrecí una bebida antes de irme y ella asintió.
Esperaba que me suplicara que la liberara cuando le quité la mordaza. Creía que estaría amenazante y llorosa. Pero en lugar de eso me sorprendió.
"Por el amor de Dios," gimió. "¡Fóllame, Cody!"
"Mademoiselle, yo..."
"Corta el rollo francés, Cody y limítate a follarme, ¿vale? Haz lo que quieras, flagélame, degrádame pero por el amor de Dios ¡haz que me corra!"
Reflexioné mientras pensaba que hacer a continuación. Mi plan original todavía tenía que durar diez minutos más.
"Cody, por favor... jódeme el coño, bastardo. Si quieres luego me usas como puta, date prisa..."
Al final la amordacé para poner fin a las obscenidades. Luego, aún en mi papel, la monté. Le dije que sería mi puta, que los quince tipos usarían todos sus agujeros, la follarían hasta dejarla exhausta, se correrían sobre su cuerpo. Le dije que estaría indefensa, atada y amordazada, incapaz de detenerles cuando tomaran lo que quisieran, incapaz de evitar que la degradaran y la hicieran caer más bajo que la más barata de las putas. Luego le dije que le gustaría, o al menos lo pretendería porque de esa forma dejarían de pegarla y eso significaría que podría dormir algo.
Antes de que los siguientes quince tipos llegaran...
A todo esto seguía luchando y gritando y peleando y cuando finalmente corté la cuerda de la entrepierna y la penetré estaba más que lista. La traba era una obra maestra, dejándola sin forma de impedir mi penetración, haciéndola más indefensa, menos culpable.
Creo que llegó a correrse quince veces, una por cada supuesto violador, por cada violación imaginaria. Incluso amordazada hacía más ruido del que me hubiera gustado y solo esperaba que la pequeña hispana no estuviera en la habitación de al lado. Finalmente agotado, me dejé caer sobre ella y nos quedamos así hasta que nos recuperamos.
Entonces le quité la mordaza y la venda.
Parpadeó y sonrió. "Hola Cody."
"Vale. ¿Cuándo lo supiste?"
"¿Saber qué?"
"Qué era yo."
"Lo he sabido siempre," dijo un poco aturdida.
"Pero llevaba sudadera y... "
Sonrió. "Estaba muy bien, Cody. Maravilloso, de verdad. Eras tan convincente que casi creí que eras real en un par de ocasiones. De hecho, si no hubieras llevado la colonia que te regalé las últimas Navidades, me habría acojonado y pensado realmente que era real. Una pista muy sutil por otra parte - ¡un golpe maestro!" De repente me puse muy contento de no haber dicho que la colonia era barata y repugnante. Continuó, "Llegar pronto fue también muy bueno. De hecho casi me pillas. Si no hubieras tenido problemas con la puerta de entrada me habrías cogido en la sala de estar. Tal como ocurrió no tuve realmente tiempo de atarme propiamente los tobillos."
"¡Qué! Espera un minuto. ¿Quieres decir que te ataste justo cuando llegué?"
"Desde luego. ¿Por qué especie de idiota me tienes? No creerás realmente que soy lo suficientemente estúpida para atarme a mí misma y no ser capaz de liberarme."
"Pero, ¿los guantes?"
"Un buen toque a mi entender. Bueno, dijiste que eran baratos y repugnantes y estoy de acuerdo. Había planeado hacerme con unos mejores así que podía sacrificar estos."
"¿Así que todo fue un montaje?" exigí. "¿No estabas atada de verdad?"
El chocho estúpido me sonrió. "Pues no. Me levanté con picores esta mañana y sabía que estarías demasiado ocupado para venir si te lo pedía - así que..."
"¡Grandísima puta!"
"La mejor."
La miré. Luego fue mi turno para sonreír. "Vale. Soy un capullo y me lo tragué. Ahora tendrás que hace algo por mí."
"No, ni lo pienses," empezó a hacer pucheros. "Me he quedado sin tiempo, ha sido divino. Nunca imaginé tu adicción al mando. ¡Si no me hubiera inclinado en otra dirección aún podría luchar por ti con esa chiquita, Elizabeth!"
"La adulación no nos lleva a ningún sitio," dije. "Y tú me perteneces - diversión total."
Volvió los ojos. "Vale. ¿Qué es lo que quieres?"
"Tú serás mi esclava una noche de mi elección. Sin límites, sin vetos, nada. Harás lo que diga, follarás con quién diga y la única respuesta aceptable será 'sí, amo'. ¿Entendido?"
Se estremeció de nuevo. "¿Por qué iba a hacer eso?"
"Por dos razones," dije. “Una, conseguirás diversión total. Y dos, si dices que no, te vuelvo a poner la mordaza en tu boquita y te dejo aquí para que te encuentre la chica del servicio."
Lo pensó un ratito. "Vale. Pero solo una noche."
"Trato hecho," dije y empecé a soltarla. Mi mente ya estaba trabajando en los planes para satisfacer mi mayor fantasía; tener a ambas esclavas indefensas y disponibles a la vez.