Caroline capturada Cap. VII

Domando y entrenando a Caroline

ADVERTENCIA

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Este trabajo tiene copyright a nombre de TM Quin

Todos los personajes de este relato son ficticios, cualquier parecido con personas reales vivas o muertas es pura coincidencia. El autor no está de acuerdo necesariamente con cualquiera de las actividades detalladas en el relato, algunas de las cuales son peligrosas o ilegales.

Quin 1996 (tmquin@attglobal.net)

Traducida por GGG 2000, revisada en agosto 2020


Caroline Capturada.  por Quin

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Capítulo 7: "Sonámbula en Bourbon Street"

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"Sacar a Caroline" demostró ser la cosa más difícil de las que había hecho hasta aquí. Estaba caliente y se le había negado el orgasmo durante demasiado tiempo. Podía oler el almizclado aroma de su chocho húmedo aún a través de los límites de las bragas de castidad. Siguió mirándome suplicante mientras la llevaba hacia la celda y cuando me detuve a retirar los pestillos restregó su entrepierna cubierta de cuero arriba y abajo por mi pierna, invitadora. Puesto que las bragas no transmitían ninguna sensación a su chocho cubierto solo podía asumir que lo hacía en mi beneficio.

En todo caso ¡aquello marchaba! Tuve que usar toda mi fuerza de voluntad para no tomarla entonces y allí. En lugar de ello la hice entrar y la enganché al cable. Hizo un pequeño gemido tras la mordaza mientras me volvía para salir.

"Pronto, corazón," acerté a decir aunque mi cabeza estaba machacando, "Nos veremos para eso realmente pronto."

Pasé como una hora comprobando los papeles que había firmado. La mayoría eran triviales, notas a instituciones informando del cambio de dirección, postales a los amigos. Algunos eran más importantes, una nota a la policía sobre el coche robado, la transferencia a su cuenta bancaria de Seattle. Aunque muchas y variadas lo único que tenían en común era que formaban lo que un investigador podría llamar un "rastro". No era perfecto pero era lo mejor que podía hacerlo.

El gran problema era que no pudiera hacer nada que la involucrara personalmente. Cosas como examinarse para la licencia de conducir del estado de Washington, necesitarían una mujer que estuviera disponible un par de horas. Desde luego en la ficción es fácil, la organización diabólica de esclavistas blancos tiene departamentos enteros dedicados a borrar las vidas pasadas de las "voluntarias". Cómplices femeninas las hay diez por un penique, y los oficiales pueden ser sobornados o chantajeados.

La realidad, sin embargo, era menos perfecta, aunque estaba contento con lo que había conseguido. Ahora había un buen cuerpo de evidencia que apuntaba a que ella se había trasladado a un suburbio del extrarradio de Seattle. La zona se conocía como distrito de luz roja. El tipo de sitio donde una cosa joven y guapa podía desaparecer sin dejar rastro.

Una vez que terminé hice una llamada a uno de mis editores. ¿Cómo cuanto necesitaba las últimas noticias sobre la nueva versión de Windows? Obviamente lo suficiente como para pagar un vuelo a Seattle, un par de llamadas extra para inscribirme en un seminario de Microsoft y quedó listo. Una razón legítima para ir al noroeste y esparcir mis pequeñas semillas.

Esto me dejaba un par de días para prepararme, así que me ocupé en un par de artículos menores mientras observaba como Caroline se iba poniendo regularmente más frustrada.

Un momento después me encontré mirando la pantalla y soñando despierto. Una imagen que siempre me había apetecido era la de una esclava como perrito faldero. Algo como una esclava de harén sentada pacientemente a los pies de su amo, preparada para atender cualquier capricho. Tenía un pequeño atuendo de cuero justo para ese propósito; un pequeño sostén de tirantes que dejaba los pezones libres para las pinzas, a juego con un prieto par de bragas de bikini con lazos laterales que apenas cubrían nada. Un cinturón de cuero estaba conectado con unas cadenas fuertes y finas que se enganchaban a las muñecas y tobillos con pequeñas esposas de metal dorado. Un collar de metal a juego y una correa completaba el conjunto sado aunque se podía añadir una mordaza de cuero y metal si era necesario. Miré mi reloj, era casi una hora antes del último pase de Expediente X.

Que agradable sería, pensé, ver la serie con una esclava a mis pies preparada para servirme si surgía la necesidad. Si era buena podía permitirle dormir encadenada a los pies de mi cama. La imagen era tan excitante que me encontré de nuevo empalmado. Con algunas reticencias apagué el monitor y reaseguré mi autocontrol. Luego empecé a hacer preparativos.

Lo primero era una ducha. Solo había lavado a Caroline la noche antes pero el tipo de cosas que hacíamos suponía mucho sudor y otras excreciones. Recordé su olor almizclado, de momento necesitaba una nueva ducha. Para ahorrar tiempo llevé el atuendo de esclava a uno de los dormitorios de arriba. Luego venía una música adecuada.

Soy básicamente, un hombre de rock, los Rolling, Kiss y Rush son mi música preferida, pero mientras estuvimos juntos me hice el "Hombre Nuevo" y pretendí que me gustara la música de Sam. A Sam le gustaba la clásica, o al menos eso pretendía, pero siempre he tenido la sospecha de que era más por aparentar que otra cosa. He notado que a las modelos les gusta parecer cultas, sospecho que es un intento de deshacerse de la imagen tontorrona que dan de ellas los tabloides. Había comprado un disco tipo "Tres Tenores" de grandes canciones de amor de ópera que acostumbraba a poner durante el sexo. Sonreí, si Caroline estaba tan caliente como creía la ducha prometía ser interesante. Puse el CD en el lector y fui a recoger a la esclava.

Cuando entré parecía tremendamente entusiasmada, probablemente porque pensaba que había venido a follármela y terminar con su frustración. La dejé que lo pensara mientras le quitaba las esposas y le ataba los brazos atrás. Luego abrí el atuendo de castidad. Ahora ella estaba completamente encendida y abría las piernas expectante. Para una chica que lleva tres días secuestrada estar tan ansiosa por ser follada por su raptor es quizás un poco raro. Caroline parecía haber tenido muy poco placer sexual antes de que la capturara, y había estado en situación de frustración sexual constante desde entonces. La miré a los ojos, vi el hambre y supe entonces que estaba empezando a convertirse en una adicta. Unas pocas semanas frustrantes más en el traje de castidad, incapaz de aliviarse a sí misma y con su único placer llegando cuando yo lo decidiera, y estaría quebrada su voluntad.

De momento sonreí cuando adelantó su coño hacia mí y maulló tras la mordaza.

"Todavía no, esclava," dije acariciando suavemente su pecho y encontrando el pezón duro y erecto, "no follo con putas apestosas. Necesitas un baño antes." Podía decir que no era lo que necesitaba AHORA, pero inclinó la cabeza en señal de acuerdo. Desnuda pero con guantes, botas y mordaza esperaba pacientemente mientras enganchaba la correa y ataba la venda.

No la molesté con la traba para intentar un viaje rápido y sencillo al baño de arriba. De nuevo le quité las botas y la venda pero la dejé con guantes y mordaza. Luego sujeté con candado la correa al anillo antes de desnudarme yo mismo.

Pulsé un botón del control remoto y los altavoces ocultos empezaron a alcanzar el volumen de un aria clásica de ópera. Luego el tenor reunió en su voz la plenitud de la pasión y la emoción desgarradora. Empecé despacio, aplicando hábilmente champú a su pelo, porque tenía toda la noche por delante, escuchando como gemía de placer. Aunque esto la hacía feliz, ninguno en su situación desearía un baño. Tras las oportunas advertencias le desaté la mordaza para que pudiera quitarse los restos de maquillaje de la cara. Me miró mientras le acariciaba suavemente la mejilla.

"Por favor..." susurró con su voz al borde de la desesperación. Se me ocurrió una idea y atraje hacia mí su cuerpo desnudo sintiendo sus duros pezones clavarse en mi pecho.

"Pronto," dije.

No se quejó cuando le puse de nuevo la mordaza. Parecía extrañamente sometida, a la vez caliente y melancólica. El tiempo la había calentado más. Mi mano errante se movió, acariciando y rozando suavemente su cuerpo indefenso. La lavé por partes en orden aleatorio, excitándola con mis toques, escuchando como gemía y contenía la respiración. Finalmente mi mano se deslizó hacia abajo, encontrando su coño caliente y muy húmedo mientras lo lavaba suavemente. Había una fina pelusa en su pubis y me planteé la posibilidad de una electrólisis doméstica. Fui cuidadoso mientras limpiaba su coño de los jugos acumulados en varios días, sin elevar la sensación hasta un nivel que ella pudiera encontrar útil. Gimió frustrada cuando se incrementó el calor en su entrepierna. Desenganché los codos y empecé a lavarle la espalda. Emitió un leve maullido y cuando mis manos se deslizaron hacia arriba para acariciar sus pechos y sus pezones erectos, las suyas bajaron para agarrarme suavemente los huevos y el interior de mis muslos. El mensaje parecía claro, no era yo el único que podía excitar.

Dejé que mi mano revoloteara alrededor de su abdomen y luego la deslicé hacia abajo hacia los sedosos pliegues entre sus piernas. Fui recompensado con el toque hábil de sus dedos cubiertos de látex en la cabeza de mi polla. Luego negoció, dedo en el bulto por dedo en la cabeza. Parecía como una masturbación por intermediario pero también era tremendamente excitante. La enjaboné por abajo con las manos llenas de gel de ducha, para volver su cuerpo húmedo y resbaladizo. Empezó a deslizar su cuerpo contra el mío asegurándose que el exterior de su muslo se deslizara hacia arriba y hacia abajo por mi erección firmemente ascendente. Jadeé y empecé a acariciarla, una mano cubriendo su pecho mientras la otra se deslizaba abajo para sobar su caliente chocho. Empecé a mordisquear su cuello entre las correas de la mordaza y el hombro. Gimió y arqueó la espalda, los dedos tensos contra la única correa aprisionante. Jadeé mientras empezaba a trabajar en mis huevos y muslos, evitando cuidadosamente el dardo, negándome un orgasmo tanto tiempo como se lo había negado yo. Por encima de todo, el tenor cantaba canciones de amores perdidos y de corazones rotos en un crescendo de emociones. Me preguntaba confusamente cuanto podríamos estar de esta forma, hasta cuando podríamos llevarlo evitando la liberación del otro. Parte de mí había decidido tomarla directamente allí y entonces, contra la pared de la ducha, aún aumenté el ritmo un poco, escuchando sus excitados latidos mientras se acercaba más y más al borde. Luego fui consciente confusamente de algo que ocurría en el entorno, algo ruidoso, insistente, algo cortante incluso a través de la música vibrante.

Era el teléfono, supongo que era de esperar toda vez que estábamos en la ducha. Parte de mí decía déjalo sonar, deja que las máquinas descuelguen, pero no lo hicieron y el timbre siguió sonando tan insistente como siempre. Dice mucho sobre el poder que un timbre de teléfono tiene sobre nosotros que saliera de la ducha. Caroline dio un pequeño grito y cuando le miré intentó decir algo. Demasiado bien amordazada para ser inteligible meneó la cabeza, adelantó su chocho afeitado hacia mí y onduló las caderas. Era una poderosa invitación en cualquier lenguaje pero el pequeño dictador seguía sonando. Al final me puse a toda prisa una bata y salí chapoteando hasta el aparato del hall de las escaleras. Quiero decir que allí estaba yo a punto de hacer el amor con una muchacha bella, desnuda e indefensa, podía haberlo dejado sonar hasta que al tipo del otro extremo le saliera el mensaje y dejara de sonar. Pero no lo hice; no lo hice porque soy un idiota.

El idiota descolgó el teléfono. "¿Hola?"

Hubo una pausa en el otro extremo de la línea y una vacilante voz femenina preguntó, "¿El señor Thomas?"

Estaba a punto de decir que no, decir a la estúpida zorra que tenía el número equivocado y colgar el teléfono, entonces recordé de repente que había usado el nombre de Thomas cuando dejé el mensaje para Vicky, la modelo fotográfica.

"Sí, aquí es, ¿Eres Vicky?" pregunté tan calmado como puede estarlo un tipo con un empalme furioso. Balbuceó un sí, aunque era difícil oír sobre el fondo de la música de ópera. Me di cuenta que me había dejado el mando atrás. "Creo que recuerdo tu voz del contestador," mentí. "Mira, perdona por el ruido, no puedo alcanzar el equipo de música desde aquí..."

"Me p...preguntaba si aún necesita una modelo. Ya sé que han pasado un par de días desde su llamada pero he estado fuera..."

Parecía disculparse, débil e insegura.

"No, aún necesito una modelo," dije queriendo terminar con esto tan pronto como pudiera.

Pareció aliviada pero incluso en mi ardor empezaban a sonar señales de alarma. "Vicky, perdona que te pregunte esto," dije cambiando al Pearson clásico, "pero pareces un poco nerviosa. ¿Tienes mucha experiencia?"

Al principio intentó fanfarronear. Luego le falló la confianza y vaciló por un instante. Realmente yo no había tenido tiempo para esto pero de la explicación que me soltó ella deduje que la tienda de cámaras donde había encontrado su nombre hacía retratos y fotos de carnet. El fotógrafo la había convencido para probar como modelo y le había sugerido que dejara su número. Era su primera llamada. Para ser honesto estuve tentado de pasar de ella, pero se parecía tanto a Caroline y había tanto que podía hacer con su ayuda involuntaria. Así que pacientemente le eché un cable. Yo era un aficionado intentando introducirse en el circuito profesional. Necesitaría una modelo en varios momentos y lugares para hacer fotos para mi catálogo. Debía estar dispuesta a aparecer en una variedad de fotos, con diferentes atuendos y quizás desnuda. La naturaleza del trabajo sería experimental porque probaría diferentes tipos de película y efectos. Algunos de ellos no tendrían mucho sentido. Le pagaría por horas, independientemente del número de fotos o lo que exigieran pero le prometí que le daría copias de algunas para su uso privado.

Pareció satisfecha y un poco sorprendida, para ser honesto no tenía una gran apariencia, aunque, como Caroline, probablemente mejoraría después del maquillaje, y pienso que le sentó bien a su ego saber que podían pagarle por su aspecto. Su gratitud salía a borbotones; estaba esperando para terminar educadamente la llamada y volver con mi caliente esclava, cuando de repente tuve una sensación extraña y escalofriante, una especie de sexto sentido advirtiendo del peligro.

Hasta el día de hoy no sé lo que fue, aunque supongo que podía haber oído algo de forma inconsciente. Me apañé para decirle a Vicky que tenía otra llamada y acababa de retener la suya, cuando empezó un alarido. La puerta cerrada del baño estaba al final del corredor, el teléfono en el otro extremo, no tengo duda de haber batido algún récord de velocidad en los pocos segundos en que corrí hacia el ruido. Caroline estaba liberándose pero bien. Hice saltar más que abrir la puerta, para encontrarla medio fuera de la ducha, una mano sujetando la correa todavía enganchada, para impedir que tirara fuertemente mientras se doblaba hacia delante, la otra mano buscando el picaporte de la puerta. La situación había llegado a estar cerca del completo desastre. La correa que sujetaba sus muñecas estaba tirada en la ducha, la mordaza estaba retirada hacia abajo, alrededor del cuello, solo la presencia del collar con candado y la correa habían impedido que quedara completamente libre. ¿Cómo había ocurrido tan rápidamente? La había tenido atada los últimos días sin que cambiara de sitio ni una sola ligadura. Una cosa quedaba clara ¡tenía que reafirmar rápidamente el control!

Sorprendentemente dejó de gritar en el momento en que entré a la habitación. "Por favor..." dijo.

No dije nada, solo la agarré por las muñecas y la volví de cara a la pared. Luchó y resultó difícil sujetarla, los guantes parecían, si acaso, más resbaladizos de lo habitual. Volviéndola de cara a mí levanté la mano para abofetearla. Lloriqueó y se acobardó y abandonó la lucha. Dejándola de momento recuperé la correa suelta. Fue entonces cuando noté la gran mancha de gel azul en el fondo de la ducha. Recogí la correa y examiné sus guantes mientras los levantaba para proteger su cara y su cuerpo. Entonces me di cuenta de lo estúpidamente complaciente que había sido.

Me había acostumbrado a que fuera tan colaboradora que había empezado a economizar esfuerzos. Cuando estaba encadenada en la celda llevaba tensas esposas de cuero, pero eran caras y se estropeaban fácilmente con el agua, así que antes de la ducha las había sustituido por dos correas simples de cuero, una en las muñecas y otra en los codos. Cuando había empezado a lavarle la espalda había retirado la correa de los codos para permitirme el acceso. Luego las cosas se habían calentado de modo que no se la volví a poner. Cuando sonó el teléfono salí, cerrando la puerta  tras de mí de manera que sus ruiditos amordazados no se oyeran. En resumen, la había dejado sola, a salvo de miradas y son una única correa sujetándola. Se había apañado para verter gel de ducha sobre los guantes de látex cerca de las muñecas y utilizado la lubrificación para liberar las manos. El collar, la mordaza y la correa llevaban candado pero se apañó para deslizar la mordaza de la boca y gritar para alertar al que estaba al otro extremo de la línea. Los pelos de la nuca se me erizaron, había estado en un tris de ser pillado.

En silencio junté sus muñecas, la puse de cara a la pared y le volví a atar los brazos, muñecas y codos. No se resistió, parecía más que contenta de que no le pegara. Después de que los brazos estuvieran listos utilicé la ducha para limpiar el gel de su cuerpo y guantes, aunque para ser honesto, dudaba que pudiera liberar las manos deslizándolas con los codos enganchados. Luego liberé la correa y la forcé a tumbarse sobre la alfombrilla de la ducha. Utilizando los cinturones de las batas de baño le até las piernas juntas y le trabé las muñecas a los tobillos. Luego fui al botiquín y cogí algo de cinta adhesiva, una venda y unas almohadillas de algodón. Primero volví a colocar la mordaza enganchándola más tensa de lo que nunca había hecho antes, empujando la bola más dentro de su boca. Se quejó, probablemente dolía como un demonio, pero no le hice caso. Luego forcé las almohadillas entre sus labios frente a la bola hasta que la boca quedó completamente empaquetada y utilicé la cinta adhesiva para colocar todo en su sitio. Una venda Ace tensada fuertemente en la parte alta y quedó amordazada todo lo bien que pude arreglar en el momento. Era importante que Vicky supiera de mí lo antes posible, así que con Caroline rodando en el suelo del baño, completamente a la vista volví al teléfono.

"Lo siento Vicky, cariño, no tienes idea de lo pesados que son algunos." Dije mirando a Caroline. Mi esclava temblaba e intentó decir algo. Vicky pareció contenta de que no le hubiera colgado e hicimos planes para el día siguiente. Estuve todo el tiempo pendiente de la lucha que Caroline se traía a algunos metros. La mordaza demostró ser muy eficaz y sus gritos desesperados se convirtieron en gemidos amortiguados fácilmente ahogados por la plena voz de Plácido Domingo. Ni una sola vez hizo Vicky ningún comentario sobre sonidos extraños (aunque tenía una buena explicación preparada por si lo hacía). Colgué y volví a donde estaba mi esclava.

"No te oyó nada, retuve la llamada justo antes de que empezaras a gritar." Caroline me miró con desesperación. Para entonces se dio cuenta de que había fallado. Después de todo la había hecho escuchar indefensa como completaba la llamada pero ahora la perspectiva era peor. Ahora venía el castigo.

Le liberé los pies y la ayudé usando una toalla para secarla. Fui quizás un poco más rudo con ella de lo estrictamente necesario. Ella estuvo atenta a no hacer nada que pudiera enfadarme más.

Luego la música pareció apoderarse de ella. No creo que supiera italiano y no había nada en su colección de cintas que sugiriera que fuera una gran aficionada a la ópera. Quizás algo en la canción llena de tristeza del hombre a su amor perdido le recordara su falta de libertad. Fuera lo que fuera empezó a sollozar, aunque no me di cuenta al principio, la mordaza amortiguaba todos los sonidos y el agua que se escurría de su pelo arrastraba las lágrimas. Al final fue el gentil temblor de sus hombros lo que lo dio por concluido. Giré a su alrededor y la miré a los ojos. Había esperado ver miedo, amargura, algo que pudiera entender, pero sus demonios, fueran los que fuesen, estaban jugando tras aquellos preciosos ojos azules, y todo lo que podía ver era dolor, más profundo y más antiguo de lo que esperaba. No se rebeló cuando le coloqué de nuevo las botas y la trabé, debía haberse dado cuenta de que la había cagado y no parecía haber manera de arreglar las cosas. Me vestí con ella encadenada a la parte de arriba de las escaleras, con el teléfono apenas fuera de su alcance. Extrañamente su intento de fuga había hecho más acusada la erección. No sé si fue el peligro de ser descubierto o precisamente la excitación de la cacería. Deseaba realmente poner a trabajar a esa boca talentosa pero quería hacerla llevar la incómoda mordaza un poco más. Revisé las grabaciones de seguridad del edificio mientras me vestía. Durante los treinta segundos más o menos de sus gritos no hubo intrusos, ni siquiera un coche que pasara por el final del camino.

Satisfecho la vendé y la llevé de nuevo a la mazmorra. Una vez allí la encadené a uno de los anillos sobre su cabeza y la preparé para el castigo.

La fotografía moderna de sado es buena, pero las escenas parecen demasiado preparadas, las mujeres son o demasiado perfectas o demasiado vulgares. En los últimos meses mientras "investigaba" el secuestro conseguí cierta cantidad de fotos de los 50, tomadas por artistas como Irvin Klaw y John Willie. Supongo que parte de la atracción había consistido en la concentración en el atuendo fetichista especialmente en los tacones altos, aunque de hecho las modelos tendían a estar "descansando", las actrices de películas de serie B probablemente me recordaban a mis adoradas series de la República. En todo caso un par de cosas de esas fotos había influido en mis planes para Caroline. El primero era el atavío de chica pony que estaba colocado en la habitación detrás del garaje junto con las pocas pertenencias de Caroline. Finalmente había encontrado un sitio en Arizona que hacía estas cosas y había mandado una a Nueva Inglaterra en una caja marcada como "Repuestos de bicicleta". Desde luego tendría que esperar hasta que Caroline hubiera sido "quebrada" pero la otra idea, aquella del entrenamiento postural obtendría una inesperada ocasión temprana.

Primero venía el corsé. Todos los corsés fetichistas anteriores que había llevado tenían partes de arriba de cuero ceñido, capaces de empujar y tirar hacia arriba un poco pero sin la posibilidad de enlazado prieto. Desde luego Caroline no entendía la diferencia, el corsé que yo traía ahora para ella le pareció quizás solo un poco más pasado de moda que los anteriores. Ciertamente no se resistió, metiéndose en él cuando se lo ordené y manteniéndose tranquila mientras lo empujaba por su cuerpo hacia arriba. Lo dejé libre de momento y reemplacé el collar normal por uno alto postural de cuero. Esto suponía liberarla de la correa pero la esclava no dio problemas, habiendo decidido probablemente dejarlo ir, mejor que arriesgarse a un castigo mayor. Con el nuevo collar colocado y la correa de nuevo asegurada le quité los guantes húmedos de látex y los sustituí por un par elegante de piel que le llegaba justo hasta los codos. Enganché floja una mordaza almohadillada en piel alrededor del cuello, aunque no tenía intención de usarla, solo para recordarle que la palabra era un privilegio que controlaba yo. Luego vino la vuelta a las esposas de cuero que usé para enganchar las muñecas al anillo en la parte trasera del collar, sujetando eficazmente sus manos tras el cuello. Tiró de la correa de la mordaza lanzándome una mirada desvalida con los ojos muy abiertos.

Dejó por un momento de mover la mandíbula y esperar que desapareciera el entumecimiento.

"Lo siento, Amo, no quería hacerlo..."

"¡Mentirosa!" dije. Fuera lo que fuera lo que esperaba no era esto, titubeó por un instante así que decidí ayudarla.

"¿Qué hiciste y por qué vas a ser castigada?" pregunté.

Miró hacia abajo, el collar le impidió inclinar la cabeza.

"Grité e intenté hacer que alguien se enterara de que estaba aquí," dijo.

"Qué es lo que quieres decir. ¿Por qué vas a ser castigada?"

Tragó saliva, "Por intentar escapar."

Hice voluntariamente un esfuerzo por parecer asombrado, "¿ESO es lo que crees? ¿Qué vas a ser castigada por intentar escapar?"

Abrió mucho los ojos. "¿No es así?" preguntó débilmente

"¡Oh, no!" dije, "la huida es una reacción perfectamente normal, fui lo bastante estúpido para darte la oportunidad, tuviste suficientes recursos para aprovecharla. No tengo problemas con el intento de fuga, de hecho creo que estuvo muy bien hecho. No puedo culparte porque te di una ocasión, fue fallo mío dejarte así."

Me paseé hacia la alacena y volví con unas bolas, algo de cinta y un poco de rollo de cocina.

Miró confundida, "Entonces, ¿por qué?"

"Te quitaste la mordaza sin permiso."

Miró hacia abajo al rollo de cocina que tenía en la mano, su cara llena repentinamente de horror y en ese momento se puso histérica.

"¡No Amo, oh, por favor, no! Haré cualquier cosa, ¡Oh, por favor, Oh dios, NO!" Corté un poco de papel y lo subí a su nariz. Podía asegurar que quería mover la cabeza pero el collar lo hacía imposible. Se acobardó y lloriqueó mientras se lo ponía en la nariz.

"Suena," dije, "Con fuerza, quiero que lo hagas bien y claramente."

Pasamos como un minuto sonándole la nariz, al final de lo cual casi había parado de temblar. Lo bueno de una buena lección es que nunca necesitas repetirla.

Levanté una de las bolas para que pudiera verla.

"¿Sabes que es esto esclava?"

Miró intensamente a la pequeña esfera de metal por unos momentos. De unas pocas pulgadas de ancho, tenía una pequeña cuerdecilla enganchada. Al final de la cuerda había una etiqueta no demasiado diferente de las de las bolsitas de té.

Durante un segundo dudó, luego dijo, "¿Es una bola de Ben Wa?"

Ahora era mi turno de mostrarme sorprendido. "Muy bien esclava," dije, "¡Estamos llenos de sorpresas hoy! Ahora ¿puedes explicarme exactamente COMO sabes eso?"

Se sonrojó, "Brenda... , una amiga me enseñó una vez una.

"¿Has usado una alguna vez?"

Iba a mover la cabeza pero no pudo. "No."

"Pero sabes para que son."

Creo que de nuevo le hubiera gustado indicar con la cabeza, al final contestó muy tranquila, "Sí".

"Bien," dije, "Eso nos ahorrará algún tiempo. Ahora abre las piernas." Obedeció al no estar en situación de hacer otra cosa. Su chocho no estaba tan jugoso como era habitual y precisó unos minutos de juego suave antes de que estuviera lo suficientemente húmedo para permitir la entrada de la primera bola. Introduje la segunda y la dejé de pie allí con las dos pequeñas etiquetas bailando entre los labios de su coño. Arranqué una tira de cinta y la pegué firmemente sobre su chocho repitiendo el proceso hasta que un pequeño triángulo de PVC blanco cubrió por completo su entrepierna. La desenganché y la paseé hacia la mesa. Podía asegurar que las pequeñas bolas diabólicas habían empezado a trabajar ya por su expresión cuando la ayudé a subir a la mesa. Bloqueé la correa en su sitio, luego la hice moverse hacia delante hasta que estuvo encaramada en el borde. Descarté sus viejas botas y me agaché.

Primero vinieron un par de medias de seda auténtica. Diseño clásico con la costura en la parte de atrás y la banda oscura en la parte de arriba, las subí hasta los muslos y las dejé allí. Consumí algún tiempo en eliminar los pliegues mientras me miraba en silencio.

Luego las botas. Desde que la había traído aquí, Caroline había llevado habitualmente un par de botas de tacón alto. Eran botas de señora a la moda, en piel, PVC o piel artificial. Aunque los estilos variaban todas eran estrechas, llegaban justo por debajo de la rodilla y tenían tacones de 2,5 a 3 pulgadas (6 a 7,5 cm). De hecho estas botas habían sido compradas en almacenes de zapatos normales y diferían de las que se podían ver en cualquier calle importante en que habían sido modificadas para poder ser bloqueadas en su sitio. Estas y una serie de guantes de látex de 15 dólares formaban el núcleo del atuendo de una esclava y era barato y de consumo.

Las botas que había preparado para ponerle ahora en los pies eran muy diferentes. Hechas de la piel más fina, eran lo suficientemente rígidas para no arrugarse o plegarse pero lo suficientemente suaves para amoldarse a la pierna como una segunda piel. Finamente decoradas y hechas a mano llevaban un tacón de estilete de 5 pulgadas (12,5 cm). Como sus primas de las calles importantes llegaban hasta la rodilla pero estas no necesitaban modificación porque se mantenían en su sitio por un intrincado sistema de enlazado. Estas botas no eran definitivamente de consumo y costaban casi 400 dólares el par.

Una vez terminado el enlazado le pedí que se pusiera en pie lo que hizo de forma un poco inestable. Con los tacones puestos era ahora casi tan alta como yo; incluso me facilitaba enganchar las medias a los ligueros del corsé. Luego la llevé a un poste en el centro de la sala y enganché a él sus esposas. Agarrando las correas del corsé apoyé la rodilla en su espalda y tiré. Hasta este momento pienso que tenía problemas para hacerse una idea de en que consistía el castigo. Ahora lo supo. Emitió un resoplido y tomó aliento cuando los cordones hicieron su trabajo con su figura. Había un límite a lo que ambos podíamos llegar y cuando terminé de atarla su cintura había disminuido a unas respetables 19 pulgadas (47,5 cm).

El efecto sobre su figura era sorprendente. Caroline nunca hubiera tenido la figura de reloj de arena de estas estrellas de los 50, simplemente no estaba forzada suficientemente hacia arriba pero el corsé había maximizado sus posibilidades hasta un extremo realmente gratificante. Desde luego no podía respirar pero eso parecía lo de menos en ese momento. La ayudé a levantarse y ponerse en pie, y casi desfalleció. Al final me di cuenta que tenía que dejar al corsé una pulgada más si quería que se tuviera en pie. Con el viento literalmente fuera de sus velas resultó fácil poner los brazos tras ella y esposarlos así. Pasé una pequeña porción de cadena a través del collar y enganché una muñeca en cada extremo, encadenando eficazmente sus manos en una especie de bloqueo de percutor detrás de la espalda con los brazos cruzados. Esto tenía el efecto adicional de que echaba los hombros hacia atrás y mejoraba su postura.

Me hice con un azotador y desencadené el collar.

"Dime esclava, cuál es el castigo mínimo por intentar escapar."

Miró al azotador, "Pero dijiste que no habría..."

"No dije que vayas a ser castigada, solo estoy comprobando que te hayas leído el libro."

Tragó saliva. "Una flagelación de coño," dijo nerviosamente.

"¿Cuántos latigazos?"

"Veinte, con diez extra por cada repetición de la falta."

"Dime esclava, ¿has sido azotada en el coño alguna vez?"

La respuesta era previsible, "N...no."

Pegué con el azotador alcanzándola firmemente entre las piernas. Fue sorprendida y no tuvo tiempo de esquivarlo. Soltó un pequeño grito, luego se dobló de dolor hasta donde sus ataduras le permitían.

"Va uno," dije, "A título de ejemplo de lo que puedes esperar si intentas de nuevo esa estupidez."

"¿Entendido?" Respiraba profundamente y aún estaba doblada.

"¿ENTENDIDO?"

"S..sí."

"Sí ¿qué?"

"Sí, amo."

"¿Cuál es el castigo por quitarse la mordaza sin permiso?"

"La cinta..."

"Más alto"

"La Cinta," sollozó.

"Dime esclava, ¿has sido azotada en el coño veinte veces?"

"N..no"

"Y la cinta, ¿la he usado?"

"NO."

"Entonces ¿no deberías agradecerme que no te haya castigado?"

Hizo una pausa, "Gracias, Amo."

"Buena chica. Ahora agradéceme por azotarte el coño."

"Gr..gracias por azotarme el coño, Amo." Para entonces ya se había enderezado.

"¿Qué no hará este chocho."

"Es..este chocho no intentará escapar, este chocho no se quitará la mordaza sin permiso."

"Muy bien, esclava," dije, "Ahora camina hasta la pared y vuelve."

Lo que tenía en mente era el andar excitante de una seductora con tacones altos, lo que obtuve era más bien un andar de pato. Eran necesarios pasos cortos con tacones tan altos, pero la forma en que caminaba parecía más como si estuviera andando por un camino de mierda. La detuve.

"Esclava, te saldría mejor si balancearas más el culo."

La idea de las bolas Ben Wa había sido animarla a menear las caderas. Intentó incrementar el movimiento de la pelvis y el inmediato enrojecimiento de su cara me indicó que estaba consiguiendo el punto. El problema ahora era que todo su cuerpo se movía de un lado a otro con un movimiento exagerado que parecía como alguien esquivando. Intenté hacerla parar pero el movimiento siempre volvía. Al final decidí reforzar lo que pretendía. Fui al armario y cogí unas pinzas para pezones. Cuando me acerqué dio un paso atrás.

"Por favor Amo, hacen daño."

"Lo sé."

Empecé a plegar hacia abajo las suaves copas de piel del corsé para dejar al descubierto sus pequeños pezoncitos marrones. Las bolas Ben Wa habían hecho bien su trabajo y los pezones estaban duros y erectos y preparados para las pinzas. Sabía que estaba indefensa, no había manera de que pudiera escapar al inevitable dolor. Cerró los ojos resignada y mantuvo el aliento mientras enganchaba la primera pinza en el pezón derecho. Dio un pequeño salto y se echó un paso atrás involuntariamente, la retuve tensando la cadena usándola como una corta correa de pezones. Se paró, grito agudamente y a continuación dio un paso adelante.

"Bien, esclava," dije animándola mientras colocaba la pinza en su pezón izquierdo. Cada pinza estaba separada, y constaba de tres partes. La pinza propiamente dicha era de un diseño diabólico que mordía más fuerte cuando se tiraba de ella y estaba enganchada a un tramo corto de cadena con un pequeño peso en el extremo. Cualquier movimiento amplio provocaría el balanceo del peso incrementando la mordedura de la pinza y torturando la suave carne del pezón. Dándose cuenta de esto se negó a moverse y me llevó un par de rápidos azotes en su trasero con el azotador conseguir que se moviera de nuevo. La mejora era impresionante. El mordisco constante de las pinzas desanimaba el movimiento de la parte superior del cuerpo mientras que las bolas palpitantes enterradas profundamente en su chocho recompensaban el movimiento de las caderas. En unos pocos minutos estas influencias en competencia encontraron el equilibrio y empezó a caminar como había pretendido yo, caderas escurridizas, cuerpo casi inmóvil, ¡el andar característico de una zorra de tacón alto!

Para cuando había dado la tercera vuelta empezaba a conseguir abandonar vicios. Aún se bamboleaba un poco y había tenido que cogerla unas cuantas veces cuando erraba un paso, pero cuando aumentó su confianza aceptó mi dirección con mejor disposición. Como recompensa le quité las pinzas y fue agradable comprobar que no volvía a sus pasadas maneras. Todavía quedaban algunos problemas. Parecía consciente de estar pavoneándose delante de mí y era esto, más que una falta de habilidad, lo que parecía retenerla. Nos tomamos un descanso, la ayudé a sentarse en la mesa para liberar la presión sobre sus pies y le di una bebida. Durante estos pocos minutos empezó a ocurrírseme una idea. Estaba caliente habiéndole sido negado el alivio durante la mayor parte del día, si podía utilizar eso podría hacer desaparecer algo de su autoconciencia. Lo que necesitaba era algo excitante, algo peligroso, la rotura de un tabú o dos. El Reverendo Conway no parecía muy liberal, enseguida se me presentó un tabú.

La ayudé a volver a ponerse en pie.

"Cierra los ojos."

Me miró dudosa.

"Mira," dije, "puedes elegir hacerlo con una venda si quieres."

"Pero que pasa si me caigo."

"Yo te cogeré," dije, "Ahora ciérralos."

Lo hizo y me acerqué de forma que pudiera hablarle suavemente al oído. Utilizando el mando a distancia seleccioné un disco de la reproductora de CD de arriba. La ópera se retiró reemplazada por el sonido meloso del jazz clásico.

"Imagina," dije, "una ardiente tarde de verano en Nueva Orleans. Estás de pie en el exterior de un club de jazz desaseado en el barrio francés, sudor en tu pelo, tu corazón en tu garganta." Rocé lentamente mis manos por las suaves copas de piel, sintiendo la sensación de los duros pezones debajo. "Un borracho está en pie junto a la puerta, su cara vieja y correosa pero sus ojos centellean cuando te ve, una guapa chica blanca con un ajustado vestido de piel. Tu corazón late más aprisa, ¿qué ocurriría si te viera alguien que te conoce? Si te viera pintada como una prostituta, vestida como una guarra con un vestido prestado. ¿Qué ocurriría si llegara a oídos de tu padre?"

Oí su derrotado jadeo y supe que la cosa marchaba, sus párpados se cerraban como los de alguien casi dormido.

"Mejor estar dentro," le susurré, "Mejor que que te pillen en la calle." Dio unos cuantos pasos vacilantes hacia delante, controlé su movimiento.  "Tus tacones golpean la acera, tacones de guarra, tacones dolorosos pero tu amiga Brenda que te prestó el conjunto dice que te hacen parecer tan excitante, tan deseable. Tu corazón da golpes en tu pecho, sientes tu coño caliente mientras empieza a rezumar con tu excitación.

Abres la puerta.

Estás en el marco, la música se detiene pero solo un instante. Este bar ha visto zorras blancas antes, lo hará de nuevo. Tus ojos exploran la sala buscándole, a él, por el que has asumido este riesgo. Tus ojos recorren caras negras una tras otra mientras ellos te miran, tu corazón golpea más fuerte. Tu madre te dijo lo que le podía ocurrir a una muchacha blanca en un sitio como este, y aquí estás, vestida como una zorra barata, pidiéndolo."

Gimió y giró su cuerpo a un lado como si estuviera buscando a alguien. Apenas podía creer lo sugestionable que era. Esto haría su condicionamiento mucho más fácil. De momento continué con la fantasía.

"De repente le ves, su camisa de colores, tan diferente del mono que llevaba esta mañana cuando estuvo limpiando tu jardín. Está de pie junto a la barra, sujetando una trompeta con sus fuertes dedos morenos, esperando para seguir. Mira hacia arriba y te ve, sus calientes ojos marrones te beben. El calor en tu coño se incrementa, tu respiración se vuelve irregular. Entonces la ves, la muchacha mulata, pasándole una bebida. Sus piernas son fuertes y ¡oh! tan largas, su ceñido vestido blanco se adhiere a su cuerpo como una segunda piel. Rizos marrones enmarcan una cara tan guapa, pero sus ojos te miran con desprecio. Justamente otra puta blanca, y sabes que es verdad, que viniste aquí como una guarra pintarrajeada en busca de una noche de pasión prohibida con él. Ahora ella le tiene del brazo, deslizando su muslo por su pierna arriba, mirándote, retándote a competir con ella. Tienes que cruzar ese suelo, cruzarlo de una manera que le haga desearte, que le haga follarte, terminar con el tormento."

Entonces empezó a caminar, el lento andar, el paseo seductor de una mujer excitante a la caza. Sus caderas temblaban y pude imaginar lo que las bolas Ben Wa estaban haciendo en aquel coño caliente. Sin embargo todavía toda la parte superior de su cuerpo seguía erguida y regia mientras ella se desplazaba hacia delante.

Había conseguido lo que quería y había intentado acabarlo allí, pero parecía tan intensa caminando resueltamente hacia delante con los ojos cerrados que sentí la necesidad de seguir. Me deslicé frente a ella y la cogí en mis brazos.

"Eh, tía, ¿qué estás haciendo aquí?"

"Tenía que venir, por favor no me obligues a irme."

Deslicé mi mano por su flanco de piel, respondió moviendo su pierna hacia arriba acariciando mi muslo con el suyo.

"Eres una zorra excitante." Recorrí con mis dedos su muslo y acabé siguiendo la línea de los labios de su coño a través de la cinta de su entrepierna. Jadeó y tembló un poco.

"Tío, estás caliente," La besé, "Eh, tía, tengo una habitación aquí, ¿podemos... tú y yo?"

Gimió, lo que interpreté como un sí, así que la llevé hacia atrás a la celda. Una vez allí la acaricié, aprovechando la oportunidad para liberarla del corsé. Abriéndome los pantalones la empujé hacia mí, agarré la cinta que amordazaba su caliente entrepierna y la liberé rasgándola. Dio un pequeño respingo, creo que tenía razón con respecto a la pelusa, luego tensé las cuerdecillas y las bolas de Ben Wa saltaron. Para entonces ella estaba temblando y yo con un empalme descomunal. Me tumbé poniéndomela encima y la deposité abajo, su agujero húmedo y caliente envolviendo mi dardo en una funda de terciopelo.

Entonces se enganchó, caliente y ceñida, sobre mi polla palpitante. Con sus manos todavía bloqueadas tras de sí estaba forzada a hacer equilibrio con sus caderas mientras se movía lentamente arriba y abajo.

Empezó a moverse cada vez más rápido y, mientras crecía su pasión, también lo hacía su volumen. Hasta ahora siempre que la había follado había estado amordazada y cuando sus ásperos gritos animales se incrementaron estuve tentado de coger y empujar la mordaza de bola en su boca. Desde luego hacer eso necesitaría mucha más fuerza de voluntad de la que podía haber reunido hasta aquí. El placer se adueñaba de mi cerebro y a partir de la expresión salvaje de su rostro diría que la mayoría de las funciones superiores de su cerebro también se habían paralizado. Así que nos clavamos y gritamos como dos animales salvajes hasta que finalmente yo exploté y ella se corrió, los dos acontecimientos separados por menos de un latido de corazón. Sin sus manos para sujetarla se dejó caer exhausta sobre mí. Jadeamos juntos durante un segundo o así con mi polla aún profundamente en su interior.

Luego me miró con una lágrima en su ojo y dijo, "Oh, Josh, lo siento." Durante un segundo me quedé confundido, pensando que me hablaba a mí. Luego me di cuenta.

"¿Quién es Josh?" pregunté suavemente.

"Era mi novio."

"¿Era?"

"Está muerto."

"Lo siento," Y lo sentía de verdad. Me pareció un poco incómoda y me apañé para moverla a un lado, yo me deslicé fuera.

"¿Qué ocurrió?"

"Un accidente de caza," dijo y sentí su escalofrío.

"Si quieres hablar de ello..."

Iba a mover la cabeza pero desde luego era imposible así que al final murmuró.

"No, gracias, Amo."

Me sentí lleno de alegría, había usado la palabra "Amo" de forma completamente natural como si hubiera aceptado la situación. Decidí probar esto más adelante.

"¿Quién eres?" pregunté pasando mis manos sobre sus costados de piel y bajando a su culo.

"Soy tu esclava," susurró.

"Más alto."

"Soy... tu esclava."

"¿Quién soy yo?" pregunté, mi voz cálida y amable como un padre ayudando a su niña a prepararse para un concurso popular.

"Eres mi amo," replicó, sin dudar, ni rastro de autoconciencia.

"¿Qué eres tú?"

"Soy una es...esclava sexual. Uso mi cuerpo para dar placer a mi amo y a cualquier otro que él me ordene."

Sentí como la garganta se me tensaba, sabía que la siguiente contenía parte de las respuestas que yo pretendía. Era una pregunta que no había contestado nunca.

"¿Por qué te elegí?"

Miró hacia abajo, "Porque soy una víctima," dijo.