Caroline capturada Cap. V

Sesión fotográfica

ADVERTENCIA

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Este trabajo tiene copyright a nombre de TM Quin

Todos los personajes de este relato son ficticios, cualquier parecido con personas reales vivas o muertas es pura coincidencia. El autor no está de acuerdo necesariamente con cualquiera de las actividades detalladas en el relato, algunas de las cuales son peligrosas o ilegales.

Quin 1996 (tmquin@attglobal.net)

Traducida por GGG 2000, revisada en agosto 2020


Capítulo 5: La Foto Pearson

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Caroline estaba evidentemente tal como la había dejado. Había estado en la misma posición durante casi noventa minutos y obviamente estaba sufriendo. Le liberé las piernas y la volví llevar a la celda. Una vez allí le quité las botas y las medias y le di masajes en las piernas hasta que estuve seguro de que ya estaba bien. Seguía amordazada con el arnés y sus brazos aún estaban atados a la vara. Salí y recogí algunas cuerdas de algodón y otras cosas del armario. A la vuelta volví a colocarle las botas bloqueándolas en su sitio simplemente usando las fijaciones unidas a las cremalleras. Las medias las dejé aparte porque para ser honestos necesitaban urgentemente una limpieza.

Me gustaba el cuerpo desnudo de Caroline pero los guantes y las botas de tacón alto dan mucho juego como uniforme de esclavo. Para empezar impiden que las ligaduras inflamen los tobillos y muñecas y así hacen que el esclavo esté más cómodo. Ambos son ligaduras adicionales; los tacones altos hacen de excelente traba y los guantes reducen la sensibilidad táctil de los dedos y la destreza lo que siempre es útil. Además los guantes significan que no necesitas preocuparte de que tu esclavo vaya por ahí dejando huellas digitales por los alrededores. Si por ejemplo fuera desvalijado y la policía buscara huellas no tendría que explicar por qué estas de una estudiante desaparecida estaban en mi casa. Y desde luego dan un aspecto muy excitante.

Usé el cordón para atar juntas las piernas de Caroline, fabricando unas tensas esposas de cuerda alrededor de sus tobillos y por encima y debajo de sus rodillas. En todos los casos rematé el cordón fuertemente para asegurar que no podría moverse. Luego, tras advertirle de que no hablara, le quité el arnés y reemplacé el collar. Se meneó un poco mientras le quitaba los auriculares pero luego esperó pacientemente mientras liberaba sus muñecas. Miró hacia arriba con sus grandes ojos de cierva, la imagen de un perro pastor desgraciado. Le lancé una gran bola de esponja.

"Amordázate." Cogió la bola y la miró llena de dudas. "Te quitaste la última sin permiso, desde ahora eres responsable de estar amordazada. ¡Te la pondrás y te  asegurarás de que se quede allí! Tienes treinta segundos o tendrás otra sesión de castigo." Era inútil discutir y se le había ordenado estar callada. Se detuvo solo un segundo, luego empezó con algo que no había hecho nunca antes en su vida, con manos temblorosas empezó a embutir la bola de esponja dura en su boca. Demostró ser un trabajo duro porque la mordaza era la más grande que tenía. Al final, no obstante quedó firmemente encajada, una gran masa amarilla fosforescente le llenaba la boca por completo. Me pregunté por un momento si la gente de Nerf habría pensado alguna vez en promocionar su producto para esta utilización, luego despreocupadamente le tiré un buen trozo de trapo de algodón blanco. "Átalo en su sitio, bien y tenso." Animada por mí se colocó la banda de tela entre los dientes y la tensó. Le hice tensarla hasta que sus carrillos sobresalieron sobre la banda de algodón blanco y la horrible bola amarilla estuvo completamente cubierta, entonces le hice anudarla firmemente detrás de la cabeza. Finalmente le até los brazos enguantados como tenía las piernas y retrocedí para admirar la vista.

Llamadme antiguo pero hay algo en una chica atada con cuerda que siempre me recuerda las series del sábado por la mañana. Las trabas modernas son buenas, no podría esperar mantener a Caroline tan segura como lo hago sin ellas, pero carecen de cierta espontaneidad. En las viejas series la heroína tropezaría con el plan del villano y acabaría atada con cuerdas y amordazada con un pañuelo luchando en el suelo. Las cuerdas y los trapos son comunes, podías imaginar al villano rebuscando alguna bajo la necesidad del momento, pero las mordazas de bola, las esposas y demás no son la clase de cosas que te encuentras a tu alrededor. Así estaba Caroline luchando como las heroínas de la República de una edad pasada, la diferencia era que el "Rey de los Hombres Cohete" no estaba a punto de salvarla.

En lugar de enganchar el cable a su collar decidí probar otro dispositivo. Acaricié sus pechos desnudos escuchando los gemidos renovados que salían de detrás de la mordaza. Cuando cada pezón estuvo hermoso y duro enganché una pequeña pinza a ellos y la tensé con una pequeña llave hexagonal. Una vez en su sitio la pinza solo podía quitarse con esa herramienta. Uní una cadena a las pinzas y la enganché al marco de la cama. Observó en silencio el claro mensaje, para mantener sus pezones intactos tendría que estar tumbada en reposo en la cama.

"Estos son temporales," le dije reasegurándolos mientras agitaba la cadena. "Son solo hasta que pueda tenerte anillada." Sus ojos se abrieron espantados de la impresión y un sonido aterrado salió de su boca amordazada. "Bueno, te dije cuales eran las consecuencias de atacarme," dije, "Estoy pensando en un pequeño anillo de oro para cada pezón y quizá uno en la nariz." Sacudió la cabeza y emitió sonidos apagados. Por primera vez desde que llegó aquí luchó realmente contra sus ataduras, pero las cuerdas la retenían con firmeza. La ignoré pero la alcancé entre las piernas. "Quizá un par de ellos aquí abajo," dije deslizando mi mano dentro de las bragas. Parecía horrorizada por la perspectiva. Sonreí dulcemente y avancé el vibrador una paso. "¡Que te diviertas!" dije y salí echando el pestillo a la puerta tras de mí.

Ahora estaba seguro de que estaba casi lista, estaba cansada, hambrienta y muy asustada. Más aún, sabía que necesitaba volver atrás en mis buenas intenciones tan pronto como pudiera si quería evitar la mutilación. La dejé cocinarse un rato más largo y preparé una comida ligera. Mientras comía volví a la lista de modelos que había preparado. Había una considerable variedad que iba desde profesionales evidentes hasta chicas que solo trabajaban a tiempo parcial para las agencias locales, mientras pasaban sus días sirviendo tras los mostradores de las tiendas o en restaurantes. Vicky, la chica que había seleccionado inicialmente, había estado en lo que el jefe había llamado su "Libro azul" que era aparentemente para chicas que no trabajaban a través de agencia. Yo tenía sentimientos encontrados sobre esto, por un lado quería el menor recuerdo posible de nuestra relación pero al mismo tiempo necesitaba que fuera profesional. Se malgasta demasiado tiempo con modelos sin experiencia. Al final me arriesgué y le hice una llamada. Me respondió su contestador lo que significaba que probablemente tenía un trabajo diario de modo que dejé los detalles más escuetos y le pedí que me devolviera la llamada. Luego seguí con el plan. Encontré el estuche de maquillaje de Caroline entre las cosas que había cogido de su apartamento. Para una chica que vendía maquillaje tenía una variedad sorprendentemente limitada. Afortunadamente Samantha había dejado un montón de cosas atrás cuando se mudó. Una asistente de edición de Vogue debe recibir cantidad de muestras de maquillaje, porque incluso el pequeño estuche que había olvidado estaba hasta los topes con lápices de labios, colorete y maquillaje de ojos. Sam también se había dejado uno de los vestidos que le había comprado, un traje de noche de seda negro cuyo único delito era no ser de un diseñador importante. Trasladé todo ello abajo a la mazmorra y añadí algunas cosas del armario ropero.

Recuperando la venda de cuero y la fusta volví a la celda y le quité las pinzas de los pezones y las ataduras de las piernas. Sus pezoncillos estaban todavía rojos y abultados y obviamente muy sensibles. Me eché su cuerpo encima y puse una mano en su pecho mientras le quitaba las bragas. Paseé la mano sobre su pezón e hice algún comentario sobre que quizá la plata fuera mejor con su complexión. Yacía desvalida en mis brazos moviendo débilmente la cabeza e intentando hablar, sus ojos grandes y asustados.

La miré. "Tú eliges," dije, "Los pezones o las fotos." Una mirada de alivio se extendió por su rostro. "Debes darte cuenta, esclava, que para responder de tus actuaciones de ayer tendrás que pagar una pena. Tomaremos muchas fotos más de las que habríamos hecho si te hubieras comportado y serán mucho más explícitas." Miró al suelo un segundo sopesando sus alternativas, luego miró hacia arriba y asintió ansiosamente. "Debes seguir mis órdenes exactamente, rápidamente y lo mejor que puedas ¿entendido?" Asintió de nuevo. "Si siento que no me estás dando lo que quiero no habrá trato". Nuevo asentimiento. "SI te digo que sonrías mientras estás follando con un cerdo, tú sacas una sonrisa amplia y brillante como si realmente disfrutaras o mañana te prepararemos para unos pocos artículos de joyería extras, ¿entendido?" Sus ojos se habían agrandado un poco al mencionar el cerdo, pero aún asintió con vigorosa energía. Después de quitarle el vibrador y el tapaculos reemplacé el trapo por su mordaza de bola habitual. Lo hice yo mismo porque no quería desatarla pero quedó claro que le mantendría su responsabilidad con respecto a la presencia de la mordaza, luego enganché una correa a su collar. Agachándome encajé la traba en sus tobillos y cubrí sus grandes ojos interrogantes con la venda. Luego la llevé arriba. Una vez en la casa la llevé a un baño del segundo piso donde le quité la venda, las botas y la traba y la ayudé a entrar al baño. Cerca de la alcachofa de la ducha había un anillo en D en el techo utilizado teóricamente para sujetar un bastidor de ducha. Con el bastidor eliminado el verdadero propósito resultaba evidente y enganché a él la correa. Observó mientras empezaba a desnudarme, su primera mirada real a mi cuerpo desnudo.

No tengo una virilidad espectacular, desde luego no la de un actor de película porno estándar, pero había estado ignorando esta erección la mayor parte de estos dos días. Ahora con la proximidad de su cuerpo desnudo se vino arriba como venganza. Sus ojos se ensancharon mientras golpeaba contra mi pierna, intenté desesperadamente pensar en gente destripando pescado (un truco viejo que me había dicho mi padre para salir rápidamente del apuro). Luego me puse detrás de ella. Por primera vez en nuestra relación ella llevaba más cosas puestas que yo aunque pensé que ella se perdería la ironía de esta situación. Abrí el agua dejándola jugar sobre su cabeza y bajar por los flancos de su cuerpo. La luz era aquí mejor que en la mazmorra y podía ver claramente la línea del bikini del último verano. Casi como esperaba no era radical precisamente en su elección de la ropa de baño y había grandes áreas que no habían visto nunca la luz del sol. La dejé un momento con el agua haciendo su trabajo. Luego cogí una botella de champú y empecé a darle masaje en la espesa mata de pelo rubio. Mis dedos trabajaron su cuero cabelludo con caricias suaves y melosas ...

Hace años, cuando era estudiante, había una barbería justo al salir del campus que se llamaba Al's. Al había abierto el negocio en el 46 cuando había vuelto del ejército. Durante treinta años Al's tuvo dos sillas de barbería y cuatro asientos en la sala de espera y en todo ese tiempo nunca había estado sobrecargada. Entonces, en el verano del 78, cogió a una chica llamada María para que lavase el pelo. María era algo así como una pariente remota de la parte de la gran familia italiana de Al en busca de un poco de dinero para las vacaciones. También conocía el secreto de lavar cabezas. Lo hacía lentamente con suaves barridos remarcados por lavado enérgico, dando masaje al cuero cabelludo con dedos largos, fuertes y sensibles... Por primera vez en treinta años Al tuvo que hacer reservas, con su estilo habitual Al se rindió a lo inevitable y compró otra silla para la sala de espera. María se hizo muy popular entre los estudiantes masculinos y la invitaron a todas las mejores fiestas del campus durante el resto del año...

Y Caroline, atada y amordazada en mi baño, se estaba beneficiando ahora del legado de María, ojos cerrados, gemía suavemente, mientras le lavaba el pelo. Enjuagamos, relavamos y acondicionamos, y empecé a sentir que la tensión se relajaba del cuerpo de mi esclava. Ahora la cautividad se olvidaba, perdida en un ritual de aseo primitivo que estaba ya endureciéndole los pezones. Luego me trasladé al resto de su cuerpo, extendiendo fragante gel de ducha en mis manos y dándole masaje en su suave carne. Sus pequeños ruidos y la pauta de su respiración me hablaban de su disfrute mientras enjabonaba sus firmes e insolentes pechos. Había estado encajada en caucho sudado durante los últimos dos días y antes había estado el viaje en el maletero, ahora estaba disfrutando de la sensación de estar de nuevo limpia. La empujé hacia mí dejando que mis manos siguieran los ajustados contornos de su cuerpo atlético. De repente sentí su mano enguantada deslizarse sobre mi polla y mis huevos. Me envaré pensando que era un ataque pero en vez de ello sus fuertes dedos cubiertos de látex empezaron a jugar arriba y abajo con mi dardo. Había enganchado sus muñecas tan estrechamente que sus manos eran efectivamente una sola. Si estaba jugando con la cabeza estaba limitada al dardo por la otra mano, pero más cerca de la base excitaba mis huevos con hábiles golpecitos de las puntas de sus dedos enguantados. En respuesta mis manos bajaron a los sedosos y lisos pliegues de su femineidad, sintiendo como el calor aumentaba allí. Me miró con esos grandes ojos de cierva, llenos de necesidad, emitiendo ruiditos tras la mordaza, restregando su húmedo y resbaladizo cuerpo contra el mío. Pidiendo liberación, pidiendo...

Pero desde el fondo de mi mente me llegó una vocecilla que me decía que estaba jugando como si fuera un estúpido, pensando que podía comprarme con un cuerpo que ya me pertenecía. Pronto otras voces repicaron recordándome que ella ya había tenido algo palpitando en sus agujeros durante la mayor parte del día. Seguro que estaba cachonda, me decía, y podemos USAR eso.

Así que la rechacé y continué frotándola por abajo todo el rato, intentando pensar en gente destripando pescado. Tan lenta y eróticamente como pude la sequé y empolvé su cuerpo desnudo. Arreglar su pelo era más difícil pero al final yo tuve su abundante pelo dorado apuntando en su cabeza el aspecto elegante y ligeramente conservador que necesitaba. No me dio problemas en todo este tiempo, e incluso cuando le coloqué de nuevo las botas, traba y vendas parecía contenta de dejarme gobernarla. Estaba claro que estaba tomando nuestro trato realmente en serio y no quería arriesgarse embrollándolo.

La conduje de vuelta a la mazmorra y bloqueé la puerta de hierro tras de mí, antes de unir el collar a un anillo en el techo cerca de la mesa y quitarle todo salvo el collar.

Golpeé la mesa con la fusta cerca de un pequeño montón de ropa de cuero. "Póntelos guarra." "Sí, Amo." Estaba amansada, entusiasta y con voluntad de agradar, de hecho decidida a hacer todo antes que encarar la alternativa. El atuendo consistía en un corsé suave de cuero sin correas y bragas a juego, un par de zapatos de charol normales de tacón alto, un par de medias de seda y un par de guantes negros de cuero tipo ópera. Pareció casi feliz de ponérselos. Había pretendido terminar con los guantes pero la detuve, le trabé los tobillos y encadené el collar a la mesa. Luego le traje el maquillaje.

"Vale, esclava, ponte guapa." Parecía confusa, "Pero Amo, estos no son mis colores..." "Ahora lo son. Hazlo o quizá un azote te convenza." Empezó, al principio dudosa y tuve que apuntarle que colores debía usar, pero al final aparecía radiante, confirmando todo lo que vi en ella el primer día. Hice que se pusiera los guantes, frunció un poco el ceño cuando descubrió que las tres pulgadas superiores (7,5 cm) parecían rígidas pero cuando di unos golpecitos con la fusta se los puso rápidamente. Tuve que quitarle el collar antes de ayudarla con el traje de noche negro. Evidentemente estaba confusa preguntándose por qué la querría vestida así. Sus tobillos estaban todavía enganchados a la silla pero sin el collar era lo más cerca de la libertad que había estado desde que la capturé. Empecé a modificar eso. Primero las esposas, bandas finas plateadas de pulgada y media (unos 4 cm) de ancho que parecían el tipo de brazaletes que algunas mujeres llevan sobre los guantes largos en ocasiones de importancia social. Estos, sin embargo, eran producto de una joyería fetichista de San Francisco, una vez cerrados se precisaba una herramienta especial para quitárselos. Además tenían una serie de diminutos anillos en D en la parte inferior, aunque pequeños podían soportar todo el peso de una persona. De momento los abroché con un lazo de cable. A continuación apreté las partes superiores de los guantes y sentí como engranaban hasta que agarraban estrechamente la parte alta de los brazos. Cada uno tenía un pequeño anillo en D negro y los uní con un fino alambre negro prendiendo eficazmente sus brazos a sus costados. Añadí una fina gargantilla negra, de nuevo desde lejos un accesorio de moda pero que escondía un fino collar de cuero, el broche de plata era en realidad un pequeño y fuerte candado. Liberé sus muñecas y luego las volví a enganchar con más alambre.

Al final habló, "Me estás atando de forma que nadie pueda notarlo a distancia." Su voz era plana y tranquila como la de alguien discutiendo sobre un experimento científico. Yo estaba soltando sus tobillos de la silla, "Muy bien, esclava," dije. "¿Sin mordaza?" preguntó levantando una ceja.

"Creo que no pegaría con el conjunto, ¿verdad?"

Le pasé un bolso pequeño de piel negra, era difícil de sujetar con las manos atadas pero algo encontraríamos. La coloqué frente a una cortina negra y saqué las primeras fotos. Se la veía elegante y equilibrada, una mujer joven profesional, camino de un espectáculo o una fiesta de lujo. Podía haber sido una abogada, una doctora o una joven ejecutiva. En realidad era una esclava con sus ligaduras invisibles para un observador casual. Sentí la extraña excitación de saber cosas que otros no sabían. Las ligaduras, aunque elaboradas, no estaban pensadas en realidad para usarse de esta manera. Siempre me había gustado la idea de ataduras secretas en lugares públicos. En un año o así cuando Caroline fuera totalmente mi esclava pretendía usarlas para hacer sexo con ataduras en un palco de ópera del Metropolitan. De momento servían solo para recordarle su estatus de esclava mía.

Cuando sentí que había empezado a relajarse un poco la llevé frente a una de las paredes cubiertas y utilicé un fino cable negro para asegurar la parte trasera de su collar a un anillo estratégico. Luego le solté los brazos, saqué una par de fotos más, luego retrocedí y saqué una botella de champán. Era parte de una caja que Sam y yo habíamos comprado en París durante la temporada de espectáculos de moda del año anterior. Había pretendido usarlas para el brindis en nuestra boda. Ahora las usaría para bautizar a mi esclava. Descorché la botella (nunca la dejo sonar, sería vulgar), luego le pasé una copa alargada de champán.

Empecé a llenarle el vaso. "Amo, ¿por qué es esto?" "Por ti, esclava," dije, "Para celebrar tu captura." Podía decir que no era una celebración que la entusiasmara. "No puedo," dijo. "Tonterías, esta es tu Fiesta del Día de la Captura. Se hará solo una vez al año, como tu cumpleaños. Juega bien tus cartas y en años futuros incluso recibirás regalos." Pareció sorprendida por la mención de los regalos pero la idea de que fuera un acontecimiento anual sacó a la luz el hecho de que su cautividad era permanente. "Pero Amo, yo no bebo."

"Sí que bebes," dije levemente. "No lo hago..." empezó, "Esclava, no quieres seguir por ahí ¿verdad?" dije, "Bebes, fumas marihuana, acosas sexualmente a los niños pequeños y follas con animales. Harás lo que te diga, cuando te lo diga. Lo que Caroline Conway hacía o dejaba de hacer no nos interesa ni a mí ni a mi esclava. Ahora bebe."

Bebió. La hice que sonriera todo lo seductoramente que pudiera mientras llevaba la copa a sus labios. ¡Click! La hice que pusiera su lengua sugestivamente sobre la copa con sus brillantes labios rojos enmarcando la acción. ¡Click!

Le hice que se bebiera dos vasos de champán en rápida sucesión, sabiendo que le golpearía en su estómago vacío e iría de cabeza a su sangre. Le hice que ondeara un poco su falda, haciendo un par de fotos rápidas mientras esperaba que el alcohol hiciera efecto. No borracha pero con las inhibiciones empezando a desaparecer estaría lista para ir más lejos.

Hice un par más, sujetando el bolso, presentando la parte de atrás de su mano enguantada a la cámara. Entonces le di una segunda copa. Caroline manteniendo su copa en el pecho, grandes ojos, sugestiva, ofrece la otra a la cámara. ¡Click! Hice otras dos, luego le ofrecí la botella. Caroline rellenando la copa. ¡Click!.

A partir de aquí la hice ir deprisa, porque no la quería enferma o inconsciente. Sus pupilas estaban dilatadas y reía tontamente y me decía lo agradable que era yo comparado con alguno de los maníacos de los que había oído hablar. Incluso me preguntó si podía elegir sus regalos del Día de la Captura. Percibiendo que no tenía tolerancia real al alcohol y se estaba poniendo rápidamente muy borracha no dije nada y seguí haciendo fotos. Caroline, con tacones altos subida en una mesa, levantándose la falda para enseñar la parte alta de sus medias. Click. Le dije que dejara caer el vestido, cosa que hizo rápidamente, para mi sorpresa. Le volví a dar las copas y saqué otra manteniendo la suya sobre su pecho cubierto de cuero como compañera de la que había sacado antes. Ajusté las luces para separarme y tomar una panorámica. Caroline en pie como le decía, con una pierna doblada ligeramente, mostrando claramente los tacones para aumentar el efecto, luego la larga y majestuosa línea de sus piernas de seda. Las medias, un par de diseño con una parte superior decorada con iniciales, terminadas en ligueros a unas cuatro pulgadas (10 cm) de su entrepierna.

De ahí para arriba todo era cuero negro. Las bragas, un minúsculo triángulo negro, que habrían cubierto a duras penas la cubierta de su vello púbico (si lo hubiera tenido), estaban tan prietas que podías trazar con facilidad la línea de los labios de su coño en su brillante superficie. Pero no eran nada comparadas con el corsé. Prieto y negro, abrazaba su cuerpo como una segunda piel, desde la parte de abajo donde sus ligueros sujetaban las medias, hasta la de arriba donde sus copas sin armazón empujaban sus pechos pero apenas cubrían sus pezones. Los resbaladizos guantes negros fluían brazos arriba, dedos de cuero acariciando una copa de vino con obvias sugerencias. Mano enguantada negra elevando la copa hasta esos fabulosos labios de fresa. ¡Click! Una diosa fetichista con todas sus galas, su orientación mal definida, que es lo que yo quería. Saqué otro par de fotos rápidas, luego le lancé una fusta. De repente era una Dómina en cuero. Le hice que flexionara la fusta y pareciera amenazante, le hice que la golpeara contra su mano, a lo largo de su muslo. Luego la hice zafarse de ella y le tiré una mordaza de bola, sacando una serie completa de ella amordazando su propia jugosa boca. Estaba satisfecho de ver que el lápiz de labios que había elegido coincidía exactamente con el color de la bola. Más fotos de ella esposándose y de repente ya era una esclava vestida de cuero.

La hice arrodillarse y mirar suplicantemente sintiendo todo el tiempo el calor en mi entrepierna. Manteniendo sus manos esposadas le quité la mordaza, ajusté el trípode abajo a su nivel y me abrí la bragueta. Mi erección casi le abofeteó la cara. Le hice poner una mirada sexual, hambrienta, luego usó su hábil boca con ella mientras motorizaba los siguientes disparos. De repente exploté en su boca. Aún en el éxtasis me apañé para retirar y registrar mi polla erecta, su cara extasiada y el pequeño goteo de corrida deslizándose por las comisuras de su boca, en película para siempre.

Le di lo que quedaba del champán para que se enjuagara, luego le solté las manos. Podía decir que ella estaba muy caliente de modo que decidí hacer algo al respecto. Presioné la punta de la botella vacía contra las prietas bragas de cuero y la meneé atrás y adelante un poco. Me miró con ojos de cierva, mientras la idea de lo que quería invadía su mente bebida. Movió la cabeza en silencio.

"Ya está bien, esclava," dije, "Pero en diez minutos estarás atada en esa celda y en posición de no hacer nada si no es esto." Restregué su coño húmedo a través de las bragas de cuero, jadeó. Me miró, señalé a una estera en el suelo. Al final su necesidad la superó, se tumbó, se rasgó las bragas y empezó; primero sobándose y luego ante mi insistencia, usando el cuello de la botella. Me pregunté que pensaría Sam de que nuestro vino de boda se usara de esta manera, pero solo fue un pensamiento pasajero. Seguí haciendo fotos y sugiriendo variaciones, todo el tiempo deseando tener una cámara de vídeo.

Al rato la detuve, se resistió un poco y lloriqueó. "¡Lo prometiste!" "No te preocupes, esclava" dije haciéndola rodar sobre su estómago para poder atar sus manos juntas, "¡Te veré personalmente!" ¿Detecté un ligero temblor de anticipación? En todo caso no me dio más problemas mientras le ataba los brazos y le volvía a poner la mordaza y la traba. Parecía un tanto confusa cuando, tras disparar algunas fotos de ella en pie, me acerqué y liberé el pelo de las horquillas que lo sujetaban. Cayó en cascada en bucles de abundante pelo rubio alrededor de sus hombros y su maravilloso aroma me saludó. Si el cambio de peinado la confundió no iba a ser nada comparado con lo que ocurriría a continuación. Coloqué sobre su cara pero bajo su pelo una máscara de cuero suave. Necesitó algunos ajustes pero una vez en su sitio el efecto era excepcional. La máscara cubría su cara desde la línea del pelo a sus carrillos en una expansión lisa de cuero negro, dejando al descubierto sólo el área alrededor de su boca y sus grandes y expresivos ojos. Enmarcada en el marco de su pelo rubio y a juego con el resto del conjunto de cuero transformó a Caroline en una modelo de sadomasoquismo misteriosa y excitante. Pareció un poco sorprendida pero no me dio problemas mientras reproducíamos alguna de las fotos anteriores con una pequeña cámara de mano. Terminé con una de Caroline de espaldas, con la botella de vino cruelmente insertada en su empapado coño.

Luego, como le había prometido, la tomé, machacando su suave carne, clavando hondo en su caliente coño con el acompañamiento de sus roncos gemidos y el chirrido del cuero. A diferencia de la última vez, estaba desesperada y casi deseosa. No hubo amago de lucha y sabía que esta vez no discutiría, en la medida en que una esclava puede consentir, esto fue consentido. A Sam siempre le gustaba estar encima pretendiendo que le daba más sensación. No me gustaba mucho pero parecía hacer algo por ella. Ahora cambié nuestras posiciones relativas tumbándome de espaldas poniéndola a ella encima. Tenía los brazos atados pero tenía fuertes piernas y arqueando la espalda se corrió sobre mí una y otra vez gritando dentro de la mordaza a cada empujón. Sabía que yo estaba a punto pero había sido una buena chica que aún sin saberlo todavía acababa de entregar su suave culo a mis manos. Sentía que le debía algo. Así que volvieron las imágenes de gente destripando pescado alejándome de la explosión final un poco más, permitiéndole correrse en un clímax tan violento que sus ataduras luchaban por retenerla, y su mordaza apenas la amortiguaba. Cuando habíamos terminado intentó decir algo tras la mordaza, luego cayó inmediatamente dormida como si solamente la frustración sexual la hubiera mantenido consciente. Le quité suavemente la mordaza y le volví a colocar su collar. Luego la llevé dormida de espaldas a la celda y volví a enganchar el cable. Parecía tan contenta mientras yacía allí con el pelo rubio recién lavado enmarcando su cara enmascarada que algo me cautivó y me encontré besando aquellos suaves labios en un momento de debilidad que solo podía ser consecuencia del vino.

El cálido fulgor postcoito me consumía y de repente quise dormir. Todavía algo me llevó a combatirlo porque tenía que saber como habían resultado las fotos. Tras preparar suficiente café para mantener despierta a media Colombia entré en el cuarto oscuro.

Las fotos eran buenas. La mayoría habían sido planteadas para encajar con el trabajo de despacho publicitario que ya había hecho y el resultado para mi ojo  crítico adolecía de cierta espontaneidad. Dejé secar estas mientras trabajaba con las otras. A mitad de camino paré y bajé a buscar más café y a prepararme un piscolabis en el microondas. Mientras esperaba digitalicé una de las fotos de Caroline enmascarada. Empezaba la parte uno del plan. Encendí el ordenador y utilicé una cuenta gratuita de un servicio comercial bien conocido para entrar vía telnet en un ordenador universitario de Escocia. Luego utilicé una deficiencia de la vieja copia del sistema operativo VMS que usan, para darme privilegios de superusuario. La máquina era uno de los enrutadores primarios para Europa del Norte y resultó fácil falsificar un mensaje que pareciera venir de la cuenta universitaria de Caroline. Publiqué la foto en un grupo de sexo de internet a través de un servidor anónimo. Luego mandé un mensaje de cobertura diciendo a los interesados que mi nombre era Elizabeth (segundo nombre de Caroline) y que me interesaban la ropa extraña y el sado. Dije que era nueva en internet y no estaba segura de si esto funcionaría pero si iba bien enviaría más. También sugerí que Elizabeth estaría dispuesta a posar por dinero y tenía series de fotos para vender. Me llevó un rato limpiar los diferentes registros de seguridad y apagar pero valía la pena. Cualquiera que investigara la desaparición de Caroline tendría que concluir que estaba realmente desesperada por el dinero y que haría casi cualquier cosa para conseguirlo.

Era la mañana siguiente temprano cuando encontré lo que quería. La foto a primera vista era como cualquiera de las otras que había tomado. Caroline me miraba, sus ojos llenos de una mezcla de desesperación y gran necesidad. Una única lágrima silenciosa corría carrillo abajo hacia su boca taponada en rojo que casi combinaba perfectamente con su mordaza de color a juego. Sus labios llenos, brillantes y rojos rodeaban la bola y la correa de cuero negro cortaba las esquinas de su boca. Se había doblado en un ángulo tal que sus pezones se mostraban ligeramente sobre las copas de piel suave y las correas que ataban sus brazos indefensos detrás de ella eran visibles. Miré de nuevo los ojos y vi los comienzos de una aceptación de su destino. Sabía que era esta. Nunca honraría la cubierta de Vogue y se quedaría para siempre en la pared de la mazmorra, pero aunque no fuera pública su calidad y vida la destacaban. No había duda, esta era la foto Pearson.