Caroline capturada Cap. III

Acontecimientos iniciales

ADVERTENCIA

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Este trabajo tiene copyright a nombre de TM Quin

Todos los personajes de este relato son ficticios, cualquier parecido con personas reales vivas o muertas es pura coincidencia. El autor no está de acuerdo necesariamente con cualquiera de las actividades detalladas en el relato, algunas de las cuales son peligrosas o ilegales.

Traducida por GGG 2000, revisada en agosto 2020


Caroline capturada. Por Quin

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Capítulo 3: Acontecimientos Inaugurales

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Pienso que no ha habido un momento en mi vida comparable con la constatación de que la había conseguido. Mi mente estaba rebosante de posibilidades, de las cosas que había planeado y de mi esclava. Caí dormido esa noche con la imagen de mi esclava, atada, amordazada y sometida, con todas sus galas fetichistas quemándose en mi cerebro.

Desperté lleno de vida, regodeándome en mi triunfo. Aunque había leído sobre muchos casos de secuestro sexual (de hecho había estudiado muchos preparándome para éste) ninguno había logrado lo que yo había hecho. Tenía una preciosa estudiante atada y amordazada en mi sótano, secuestrada en un callejón transitado a plena vista de una docena de personas.

Me sentía como un dios, al fin ahora tenía una mujer que no podría decir no, que no me manejaría y luego me abandonaría como había hecho Samantha. Me reí entre dientes, de momento era mi prisionera pero pronto empezaría a entrenarla como esclava mía. Lentamente en los próximos meses, utilizando la tortura, la humillación y el sexo quebraría lentamente su resistencia, destruyendo su identidad, su autoestima y aplastando gradualmente su voluntad hasta que no hubiera problema en cuán bajo o vil fuera lo que le ordenara.

Dejé gradualmente que la megalomanía me inundara saboreando cada momento... luego me puse en marcha y empecé a ejercitar la disciplina personal esperada en el amo de una esclava tan bella. Una característica de la casa que figuraba en su diseño desde el principio era su sistema de distribución audiovisual. En los tiempos felices había pretendido que Sam y yo tuviéramos acceso al cable, vídeo o satélite desde cualquier parte de la casa. Había demostrado ser extremadamente flexible y, acoplado con cámaras ocultas de un sistema mejorado de seguridad, me daba acceso a cualquier habitación de la casa. Mediante un control remoto puse en marcha el monitor del dormitorio y, mediante un código de seguridad, accedí a la cámara de la celda de Caroline.

Caroline dormía intermitentemente bajo las luces atenuadas de la habitación. Su postura había cambiado poco desde que la dejé. Su pelo estaba enredado aunque aún lo retenía su cola de caballo desplazada. Unos pocos mechones rubios se habían escapado y yacían sobre la almohada cerca del paño húmedo donde había babeado por la mordaza. Se la veía tan desvalida que estuve medio tentado de ir a despertarla, pero había planeado esto durante meses y podía esperar. Con considerable resolución dadas las circunstancias, apagué el monitor, me bañé, me vestí y bajé.

En mis prisas por meter a Caroline en casa la noche anterior había dejado el coche junto a la puerta lateral en lugar de en el garaje. Aunque no era un problema (el camino tenía una verja) una parte de mí quería retirar el coche de la vista lo antes posible.

Devolví el coche al garaje, luego empecé a transferir su contenido a un pequeño almacén de la parte trasera. La mayor parte de las pertenencias esparcidas de Caroline fueron destinadas a la hoguera, solo las había recogido para ofrecer soporte a la idea de que se había mudado... Sin embargo algunas cosas eran más importantes y mientras apilaba las cajas para una posterior clasificación me di cuenta de que tenía exactamente lo que andaba buscando, una caja pequeña llena de papeles personales. Dándolo por terminado cogí conmigo la pequeña caja y me puse a desayunar.

La caja contenía el tipo de cosas que esperaba, diploma de la High School, fotos de familia, cartas. El hallazgo realmente importante para mí eran los diarios, alrededor de una docena de ellos variando desde libros de ejercicios hasta cositas preciosas con cierre de broche metálico coloreado. Los pensamientos recogidos de una chica desde sus primeros años de la decena hasta el presente, material inestimable para su raptor. Finalmente serían las claves que me permitirían desbloquear su mente y darme acceso a los rincones personales más profundos que yo tendría que violar si iba a ser realmente mi esclava. De momento tenían, sin embargo, una utilidad más práctica.

El secuestro en sí mismo había transcurrido sin un tropiezo, el disfrazarla como "vagabundo" me había permitido capturarla en pleno día, rodeada de gente. Además la pérdida de su empleo y de su apartamento le había dado un buen motivo para desaparecer. De momento sus amigos pensarían que se había ido a casa y la familia que aún estaba en la universidad, era perfecto. Desgraciadamente solo era temporal. Más pronto o más tarde algunos amigos probarían a llamarla a su casa o las cartas de la familia serían devueltas sin respuesta. Eventualmente se dispararía la alarma. La policía investigaría y podría ocurrir que encontraran algo que se le había pasado por alto.

Alternativamente podrían encontrar un testigo que recordara al extraño estudiante del edificio de Caroline el día de su desaparición o alguien podía situar a un hombre en el callejón aquella noche. Necesitaba ganar tiempo para que los recuerdos se desvanecieran o, mejor aún, desviar la atención de la gente de aquella área a la vez. En resumen, necesitaba cartas, postales alegres enviadas a sus parientes favoritos, notas a los amigos diciendo todas lo mismo. "Estoy viva, libre y feliz viviendo en otro estado." No había duda de que podía conseguir su colaboración, aparte de la tortura física controlaba todos los aspectos de su vida, desde la alimentación y la bebida hasta cuando y si procedía que fuera al servicio. Eventualmente, cuando hubiera sido condicionada a obedecer, eso sería innecesario, pero de momento necesitaba información.

Necesitaba una fuente de la que obtener fechas de cumpleaños y la existencia de parientes. Mientras intentaba a partir de sus cartas aparecer como pendiente de sí misma y mencionar lo menos posible que pudiera ser verificado, olvidar el cumpleaños de su tía favorita podía dar a la familia la pista de que algo no iba bien. Aunque tenía la posibilidad de comprobar sus escritos de modo que no pudiera pasar un mensaje de apuro en las cartas. Los diarios me servirían de verificación. Empecé a clasificar los libros mientras me preguntaba cómo sería de difícil deshojarlos y digitalizarlos en una base de datos. De repente caí en la cuenta de algo raro. Uno de los bonitos cuadernos con cierre de broche había sido forzado. Al principio supuse que habría perdido la llave aunque no tenía mucho sentido porque los cierres eran principalmente decorativos y serviría una llave de cualquiera de los diarios anteriores. Luego noté que alguna de las páginas habían sido arrancadas. El libro cubría el verano de tres años antes sobre la fecha de su decimoquinto cumpleaños. Decidí volver sobre esto más tarde, por ahora sin embargo compartiría mi tiempo entre consumir el desayuno, leer su correspondencia y observar el "canal de TV Caroline".

Su figura atada era tan tentadora como siempre. Se agitaba alrededor de la cama en un intento vano de liberarse. Luego empleó unos veinte minutos en restregar la boca contra el borde de la cama intentando dejar libre la mordaza.

Finalmente, asumiendo que escapar era imposible, se dejó caer de espalda y sollozó.

Mirando hacia abajo comprobé que estaba empalmado de nuevo. Recurriendo a mi autocontrol planeé ir a mi estudio y escribir unos miles de palabras sobre "El poder del PC contra el Pentium" para mi editor de Nueva York. En busca de inspiración continué leyendo su correo e hice un descubrimiento espantoso.

Caroline era la hija del REVERENDO Charles Conway y su mujer Judith. Hojeé rápidamente el álbum de fotos hasta que encontré lo que quería. El retrato de familia no era muy inspirador, un hombre viejo de aspecto severo, la figura perfecta de la subordinación. Uno de los ojos del reverendo parecía fijo en las chicas, Caroline y su hermana Anna, más joven, que estaban delante de él con firmeza militar. Ahora empezaba a tener sentido el oscuro gusto para la ropa de Caroline. De golpe pude ver una forma de conseguir que ella me escribiera las cartas. Precisaría algo de planificación de modo que lo aplazaría por ahora pero este pensamiento se clavó en mi mente y al final no pude resistir más.

Terminé con el artículo, fui aprisa a la cocina y le preparé un desayuno ligero de cereales y café, luego lo llevé abajo a la mazmorra. En una esquina de la sala había una mesa de cocina de madera, grande y pesada, que había comprado en un saldo de garaje. Tenía el aspecto del tipo de cosa que la abuela Walton usaba para preparar los pasteles. Para satisfacer mis necesidades se añadieron numerosos anillos en D a la estructura, patas y parte superior que le daban un propósito más siniestro. De momento, sin embargo, la necesitaba precisamente como mesa. La empujé al centro de la sala, la limpié de toda la parafernalia sadomasoquista y luego añadí una silla vieja de madera a la que también añadí correas...

Haciendo una pausa me di cuenta de que era una buena ocasión para probar el añadido más impresionante que le había hecho a la silla. Dejé el desayuno en la mesa y fui al armario cerrado y saqué algunas piezas extra, una de las cuales fijé a la silla mientras me guardaba la otra en el bolsillo. Luego fui a despertar a la esclava. Estaba tumbada tal como la vi por última vez todavía atada y amordazada, todavía dentro del atuendo de látex. Volvió mi erección mientras le desenganchaba el alambre del collar, la trababa y la llevaba lloriqueando y luchando a la mazmorra.

Cuando llegamos a la silla dejó de luchar y miró atónita. Del centro del asiento emergía un largo falo de madera pulida haciendo que la silla pareciera en erección. Se volvió a mirarme con los ojos muy abiertos y meneando la cabeza. Intentaba decir algo, su boca mordiendo desvalida la bola de la mordaza. La empujé hacia la silla, intentó resistirse. No hace falta decir que gané yo, siendo unos tacones de 5 pulgadas (12 cm) suficientemente difíciles para caminar con ellos dejan en nada cualquier otra cosa. Trabada, no podía ni siquiera mantenerse y pronto estuvo revoloteando sobre la polla de madera.

"Está lubricada," dije, "y no es tan gruesa. Te hará menos daño que el castigo que te has ganado." Siguió rebelándose, realmente yo no esperaba otra cosa, pero cuando la penetración por el violador de madera era inevitable se relajó y me permitió colocarle sobre él.

Buscando en mi bolsillo saqué su complemento y lo paseé delante de sus ojos. "¿Adivinas dónde va esto, esclava?" Me miró suplicante, sabiendo que estaba indefensa y pidiendo clemencia en silencio. Me agaché y empecé a atarle los tobillos a las patas de la silla. Fue una dura lucha porque ella se empeñaba en mantener las piernas cerradas. Pero estaba en una posición imposible y una vez que sus piernas estuvieron atadas y abiertas encontré sorprendentemente fácil deslizar en su interior el consolador. La parte de atrás del falo tenía enganchado un gran perno y después de enterrar 7 pulgadas (18 cm) de madera en la muchacha empujé el perno a través de un orificio en la base de la silla y lo enganché con una tuerca al otro lado. Había una pequeña llave sujeta con velcro a la parte de abajo del asiento que usé para apretar la tuerca antes de guardármela en el bolsillo.

Caroline y la silla estaban ahora unidas de forma efectiva, no había forma de que pudiera ponerse en pie o caminar y sin una llave y mucho tiempo no podría liberarse. Ahora, con las piernas atadas y abiertas el intruso de madera resultaba evidente pero pude ver que escondido tras una falda completa sería difícil ver nada extraño. Pensé en la otra silla que tenía en la parte de arriba, la de bello acabado y justamente los montículos para los consoladores. Vestida con ropa normal y atornillada a la silla podía sacarle fotos a Caroline sin ataduras visibles. Sonreí, la familia podía esperar algunas fotos junto con sus cartas. Volviendo a mi esclava encadené su collar a la mesa, liberé sus manos y le retiré la mordaza de la boca. Mejor que quitársela del todo la dejé colgando del cuello como una extraña gargantilla fetichista, un recuerdo constante de que podía ser forzada al silencio en cualquier momento. Cogió el café y bebió con avidez, le levanté la taza.

La apuró también, luego cuando le acercaba los cereales habló.

"Señor..."

"Prefiero Amo," dije con una sonrisa.

"Err, Amo... Er por favor, déjeme irme... le prometo que no diré nada a nadie de esto. Quiero irme a casa, por favor."

Supongo que mi lado sádico se dio rienda suelta en ese momento porque en vez de decirle que se callara y comiera los cereales decidí jugar con ella.

"Debes comprender, Chocho, que capturarte no fue un capricho. He invertido un montón de tiempo y dinero en este asunto. Devolverte ahora me pondría en una situación de alto riesgo incluso si pudiera confiar en que no fueras a la policía. ¿Qué me podrías ofrecer a cambio?" Tragó saliva nerviosamente, llamarle 'Chocho' como había hecho había tambaleado la confianza en sí misma. "Yo... podría chupársela..." La mirada de mi cara debió indicarle que no era suficiente, en un susurro añadió, "O podríamos hacerlo... Si quiere."

"Lo siento," dije, "¿Me estás ofreciendo sexo?" Asintió sin hablar. "En tal caso

quiero que digas, puede FOLLARME Amo. Si quiere."

"Puede... follarme Amo. Si quiere."

"¡Más alto!"

"PUEDE FOLLARME AMO, SI QUIERE..."

"Mucho mejor. Aunque tu oferta es tentadora, la realidad de tu situación es que podría atarte a esta mesa en cinco minutos y follarte los sesos te guste o no. Podría hacer lo mismo mañana y pasado y al otro. No puedes negociar con lo que no te pertenece, y tu cuerpo, junto con el resto de tu persona, es mío ahora." Miró desmoralizada y empezó a farfullar. Me decía que sería cogido y castigado y que deseaba que estuviera muerto y... Al final sólo la amenaza de la mordaza consiguió que se callara y comiera.

Cuando terminó la trabé de nuevo y la desatornillé de la silla. Mientras la ayudaba a levantarse del falo cubierto de mierda me acordé de algo.

"¿Usaste el tigre?" Me miró estupefacta.

"El retrete químico, ¿lo usaste?"

Asintió.

"Bien, porque es la última oportunidad que tendrás en un rato."

La llevé a la pared y la encadené a la parrilla mientras recogía unas cuantas cosas del armario.

Lo primero que hice cuando volví fue intentar amordazarla de nuevo. La mordaza no era estrictamente necesaria porque la habitación era a prueba de sonidos pero ayudaba a reforzar su indefensión y sabía que no le gustaba. La mordaza de bola era decorativa pero no muy efectiva así que dejándola donde estaba mantuve contra su boca una mordaza acolchada. Este tipo de mordaza tiene una pieza bucal muy grande de goma suave, enganchada a una sección de cuero acolchado que se ata a la boca con una correa. Era, supuse, una versión no inflable de la mordaza que le coloqué la noche anterior. Esta vez, sin embargo, cerró la boca firmemente y se negó a abrirla.

Sonreí. "Te debe gustar realmente que te castiguen," dije, "Me va a llevar la mayor parte del día aplicarte lo que te has ganado hasta aquí."

Sus ojos se abrieron como platos.

"Oh, sí, vas a ser castigada por lo de la noche pasada, no creerás que me había olvidado ¿verdad?" Podía decir por la expresión de sus ojos que ELLA lo había olvidado.

"Abre la boca como una chica buena y te perdonaré por esta vez. En todo caso no tiene importancia, la habitación es a prueba de ruidos así que aún sin la mordaza estás indefensa."

Agitó la cabeza desafiante, pude ver que la lección iba por buen camino. Volviendo al armario tomé un collar postural y un rollo de cinta de embalar. Quitándole la mordaza de bola del cuello le fijé firmemente en su sitio el collarín. Se resistió, desde luego, pero la cola de caballo era un agarradero excelente y en cinco minutos su collar anterior estaba sustituido por uno alto y rígido que le impedía volver la cabeza. Un par de correas entre el collar y la parrilla y estuvo enganchada a la pared cara a mí. Lenta y deliberadamente pegué franja tras franja de cinta sobre sus labios cerrados. Creo que pensaba que intentaba amordazarla de otra manera porque se mantuvo allí con aire de triunfo. Pareció incluso divertida cuando fui a su celda y volví con una tira de papel higiénico. Sin embargo una cosa es segura, no se rió cuando empujé una bolita de papel higiénico en cada fosa y la sellé con la cinta. Empezó a chillar y a dar golpes todo lo que podía. Yo iba añadiendo cinta si aparecía una fuga en la cobertura de su boca y esperaba. Toda la actividad consumió el aire de sus pulmones rápidamente y al poco tiempo dejó de dar golpes, la cara roja, los ojos saltones mientras se tensaba contra las ligaduras, los pulmones clamando por el oxígeno que yo les negaba.

"Quizás debiera amordazarte de esta manera en lugar de la otra," sugerí observando como el pánico salvaje y la desesperación la consumían. Luego de repente estiré la mano y de un golpe quité la máscara de cinta de la parte de abajo de su cara. Dejó escapar una inspiración explosiva y con la boca completamente abierta se lanzó a su primer llenado de los pulmones de aire vivificador. La amordacé, empujando la pieza bucal dentro de su boca amplia y completamente abierta justo cuando terminaba ese primer aliento. Era suficientemente grande para quedarse puesta sin las correas así que a continuación le quité la cinta y el papel de la nariz. Luego tensé la mordaza. Pienso que estaba muy contenta de respirar así que no tuve más problemas. Mantuve una de las bolas de papel higiénico delante de sus ojos muy abiertos...

"Esta es una lección. Estás indefensa, tan indefensa que puedo quitarte la vida con papel higiénico si quiero. A la primera, SIEMPRE esclava, no es opcional. La próxima vez que intentes impedir que te amordace mantendré la cinta el doble de tiempo, continúa y puedo decidir que no vales la pena y dejarla puesta, ¿entendido?" Asintió.

Sentado esto continué con los preparativos. Reemplacé la traba por una barra extensora que la forzaba a abrir las piernas en un triángulo amplio. Podría decir que no le gustaba ser expuesta de esta forma pero la experiencia estaba empezando a enseñarle que la resistencia podía acarrear peores consecuencias que el propio dolor. Dejé sus muñecas esposadas entre sí pero añadí correas a sus brazos que también ayudaban a echar los hombros hacia atrás y las tetas hacia fuera. Para ayudar aún más a esto deslicé una cuerda desde las correas de sus codos hasta sus muñecas y luego de allí a través de un anillo en D por el centro de la barra extensora. Tirando de él tiraba de sus brazos hacia abajo, arqueaba su espalda y empujaba las tetas aún más hacia fuera. Soltándola de la pared la arrastré bajo un aro al que enganché su collar. Luego vino el tapaculos. Me miró perpleja cuando me aproximé con él, luego, cuando empujé su superficie engrasada dentro de su culo se retorció e hizo ligeros ruidos tras la mordaza. Empecé a desenrollar los cables conectados a él, antes de atiborrar su coño con un gran consolador de caucho tachonado de metal con conexiones similares. Conecté los cables a una pequeña caja de metal que sujeté a la barra expansora, cubrí el coño y el culo con un par de bragas de cuero partidas y ya casi estuvo lista.

Al fin podía hacer algo que había ansiado desde que vi sus bonitas tetas. Las pinzas para pezones tenían un corto tramo de cadena entre ellas y debían haberle parecido artículos de joyería porque no empezó a rebelarse hasta que le enganché la primera. Aún entonces había poco que pudiera hacer estando su cuerpo forzado en una pose completamente rígida por las estrictas ataduras. Enganché la segunda en el otro pezón, luego liberé la cuerda atada a sus muñecas y tiré hasta que se dobló todo lo que pensé que podría soportar. Luego até la cuerda a la cadena de las pinzas de los pezones. Ahora cualquier intento de inclinarse hacia adelante arrastraría a la cadena que a cambio tiraría de las pinzas, y estas eran de las que muerden más fuerte cuando se aumenta la presión.

Gimió e intentó decir algo mirándome con grandes ojos acusadores, aún con eso pude apretar. Le coloqué la venda acolchada que había usado con ella la noche anterior. El collarín detuvo cualquier tonta rebelión esta vez y cuando hube terminado solo su nariz no estaba cubierta de brillante cuero negro. A continuación enganché un par de pequeños brazos desde la caja a la cuerda de las muñecas donde cruzaba la barra expansora. Luego conecté dos cables de la caja a la pared, uno a la corriente alterna y otro a la red de datos del edificio.

Caroline empezó a crisparse mientras el consolador y el tapaculos empezaban su vibración de baja frecuencia. Cuando se agitaba tiraba de la cuerda enganchada a sus pezones y lentamente se torturaba a sí misma. La miré mientras se estremecía y se retorcía, visión en cuero y látex. La parte trasera del consolador fue empujada fuertemente, tensada contra las bragas de cuero, como una pequeña polla cilíndrica. Cuando observaba empezó a moverse mientras los músculos de su coño apretaban hacia fuera y las tensas bragas lo forzaban de nuevo hacia dentro. Sabía que la vibración aunque estimulante, no era suficiente para llevarla hasta el fin, en lugar de ello tendría que seguir allí de pie en un estado de frustración sexual hasta que decidiera liberarla. Sin embargo siendo una persona considerada había preparado una pequeña distracción.

"Esclava," Me ignoró, atrapada en su mundo privado. "Esclava," golpeé su pezón derecho con la fusta consiguiendo su atención.

"Es frustrante, ¿verdad?" Desde luego, no podía contestar, el collar postural detenía todo movimiento de cabeza y la mordaza y la venda se encargaban de todo lo demás. "La buena noticia es que el vibrador irá más deprisa cuanto más te inclines hacia delante." Se inclinó un poco y aumentó con suficiente precisión el ritmo del vibrador, por supuesto las pinzas hicieron cosas dolorosas en sus pezones. Se inclinó hacia atrás inmediatamente retorciéndose como loca y gritando de dolor.

"¡Hacia delante!" ordené. Parecía demasiado dominada por el dolor como para escucharme así que la agarré de los hombros y la empujé hacia delante. La presión en los pezones se incrementó de inmediato e intentó resistir más. La mantuve allí y el dolor decreció.

"Esas eran las malas noticias, periódicamente se administrará a tu coño y a tu ano una pequeña descarga eléctrica. Para desconectarla debes inclinarte hacia delante y mantener la posición durante cinco segundos. Cada vez que se produzca la descarga será de mayor intensidad y necesitarás más tiempo para desactivarla."

De nuevo intentó decir algo. Seguí, "Un momento antes de la descarga escucharás mi voz dándote alguna instrucción. Obedécela y evitarás la descarga. No lo hagas y ya sabes lo que ocurrirá."

Miré detrás de mí a la cámara que me permitiría observar todo esto desde el confort de mi oficina, luego me dispuse a irme. Le solté el pelo de su cola de caballo y dejé que los mechones rubios cayeran en cascada sobre sus hombros. Finalmente le aseguré un par de auriculares ligeros que conecté a la malla AV. Se contrajo bruscamente y se inclinó hacia delante, obviamente demasiado tarde para detener la descarga. Permanecí en silencio unos minutos viendo como se movía lo poco que podía en respuesta a mis órdenes generadas por ordenador. Los gemidos que emergían de detrás de la mordaza me mostraban que había descubierto los otros beneficios de la obediencia, el súbito incremento de la velocidad de los vibradores que se producía cuando ella reaccionaba inmediatamente. Las recompensas eran cortas para que no pudiera correrse, pero en su penosa posición estos golpes de placer debían ser muy bienvenidos. Empezó a obedecer las órdenes con entusiasmo creciente y noté que su coño estaba de nuevo cubierto de jugos. Observé unos minutos más y luego me fui a ver la "tele".

Trabajé el resto de la mañana, dando cuenta con facilidad del trabajo que se había acumulado durante mi preparación del rapto. En la TV observaba como Caroline continuaba con su vapuleo. Una ventana en el monitor de mi PC me mostraba los marcadores. Doce descargas, iba por la orden 150 y estaba cansada. Sonreí, Caroline habría captado inmediatamente que estaba usando una técnica acondicionadora por aversión. Como método de lavado de cerebro era lento y primitivo pero también efectivo. Como especializada en psicología Caroline entendería probablemente que su cerebro estaba siendo condicionado para obedecer mi voz. Incluso podía haber notado que los auriculares, mordaza, guantes y venda habían forzado una especie de privación sensorial y que el zumbido insistente del vibrador la estaba privando de su facultad de concentrarse. Sin embargo, de la misma forma que puedes disparar a un experto en balística, sus conocimientos no podía protegerla contra esta aplicación de su ciencia.

El persistente ordenador siguió machacando con órdenes las áreas primitivas de su cerebro, ofreciendo placer por cumplirlas y dolor por desobedecer.

Imaginaba el horror, entender exactamente lo que se le estaba haciendo a su mente, comprender que en pocas semanas su voluntad se quebraría y me obedecería como un perro, ansiosa por obtener mi aprobación. Quizás una parte de su mente se daba cuenta de lo que estaba ocurriendo pero sin capacidad de resistir... Otro arrebato de megalomanía y luego apagué el programa y bajé.

Estaba en pie, con las piernas temblando. Podía decirse que quería dejarse caer pero la correa y el collar lo impedían. Sus medias de látex estaban nuevamente cubiertas con sus jugos, su cuerpo bañado en sudor. Liberé primero sus tobillos sosteniéndola mientras movía las piernas por primera vez en varias horas. Luego desconecté todo, aunque dejé el vibrador y el tapaculos en sus agujeros respectivos. Finalmente liberé su cuerpo y enganché una correa al collar. Cogiendo la barra expansora a lo largo la saqué de la mazmorra y la introduje en la casa. Esto no suponía tanto riesgo como pueda pensarse, tengo un excelente sistema de seguridad que me avisa de cualquier visita y una verja asegura que solo puedan llegar a la casa si yo quiero. La senté en una silla de cocina y le di agua. No dijo nada salvo "Gracias Amo" final y temporalmente ida toda idea de lucha.

De hecho parecía tan sumisa que me volví a empalmar y esta vez no podía negármelo. Decidí hacer algo al respecto.

Con la mordaza aún colgando de su cuello la llevé a la sala de estar donde reemplacé la barra expansora y utilicé las cuerdas restantes para asegurar en ella las muñecas. El resultado fue una especie de trabado a cuatro patas que la dejó de rodillas delante de mí mientras yo me sentaba en mi silla. Desabroché mis pantalones de cuero y liberé mi polla tiesa, luego acerqué su cabeza hacia ella.

"Te concedo el honor de hacerme una mamada, esclava, hazlo bien y serás liberada de castigo para el resto de la tarde." Consideré si decirle lo que ocurriría si me mordía, pero pensé que podría darle una idea. Tenía una mordaza de anillo para esta ocasión pero estaba en el armario de abajo así que sentía algún temor cuando su boca me engulló.

Estaba intentando atribuirle defectos basados en una técnica penosa. Sam tenía una gran cabeza y había llegado a esperar demasiado de mi compañera. Pronto resultó evidente, incluso cuando la punta de la lengua aún jugaba ligeramente sobre la gruesa cabeza, que Caroline era una virtuosa de la flauta de piel. Me quedé sin aliento, impresionado y mudo mientras me chupaba los huevos, luego me tragó profunda, rápida y fácilmente sin secuelas de la mordaza. Miré hacia abajo a su cara vendada, la boca alrededor de mi polla, una gota de mi lubrificante en su barbilla y el único pensamiento de mi mente fue que estaba contento de que no pudiera ver la sonrisa estúpida de mi cara. De alguna forma a través de la neblina de placer rápidamente ascendente recordé lo que había planeado hacer en esta ocasión. Con manos temblorosas cogí la unidad de control remoto de la mesa a mi lado. Aún no sé como encontré el botón correcto (en ese momento me estaba lamiendo la polla a todo lo largo, como un pirulí), aún menos como me apañé para pulsarlo. Luego me senté extasiado mientras en algún lugar en las entrañas de la casa, un ordenador ejecutaba su programa.

Diez segundos después sonó el teléfono. Ambos nos enderezamos, yo sabiendo con antelación, ella sorprendida. Su boca estaba aún rodeando mi polla así que usé una mano para mantener la cabeza en su sitio mientras contestaba al teléfono.

La voz del otro extremo era del ordenador de gobierno de la casa contándome la temperatura interna, la selección hecha en el vídeo, el estado de las luces, pero de cara a Caroline simulé que era un amigo que se encontraba a pocas millas y quería visitarme.

"Claro Bob, ven cuando quieras," dije consciente de los débiles sonidos que procedían de la boca de mi esclava amordazada con mi polla, "Pero dame unos minutos, estoy probando un nuevo juguete y necesito unos minutos para ordenarlo todo."

Colgué, contento de que no hubiera decidido morderme. Había sido un riesgo sin la mordaza de anillo pero un riesgo pequeño. Suponía que el incidente con la mordaza la haría desistir por un tiempo de llevar las cosas a los extremos.

La agarré de los laterales de la cara, follándola activamente por primera vez. No era estúpida, lo tomó como un indicio de que quería terminar, dejó de provocarme y empezó a chupar fuerte y oscilando adelante y atrás con un ritmo persistente y fuerte. Podía oír los ruidos de metal chocando que producían las cadenas de sus pezones cuando golpeaban con el cuero rígido de su corsé. Sentí que moriría de éxtasis y me pregunté si Caroline sería rescatada si yo me fuera. Mi mente nebulosa estaba llena de titulares: "Conocido escritor muere en una sesión de sexo no convencional, la novia incapaz de liberarse muere de inanición." Luego, súbitamente, exploté en su boca.

"Trágate hasta la última gota, esclava, cada señal en la alfombra será una en tu pellejo" No necesitó más estímulos, tragando la corrida con una expresión de terror en la cara.

Le cogí la mordaza que le colgaba al cuello y apreté la pieza bucal de caucho contra sus labios. "Abre bien la boca, esclava, ¡vienen huéspedes y es hora de asegurarse que te estarás tranquila y serás buena!" Dudó, pero solo un segundo hasta que recordó las consecuencias. La lección de la mordaza era una que había aprendido bien.

Até la mordaza fuertemente, asegurándome que solo pudiera hacer los ruidos más ligeros, luego la arrastré a través de la habitación y detrás de un gran sofá. El equipo de barra extensora era suficientemente estricto, pero, para evitar que restregara su entrepierna contra el suelo la puse de espaldas de modo que sus tacones y hombros formaban un trípode con las rodillas y el coño levantadas en el aire. Gimió levemente por la incómoda posición pero, ¡qué se le va a hacer!, es la esclava. Incluso me sentí un poco culpable después de que hubiera hecho tan buen trabajo así que fui rápidamente a mi despacho y cogí una pequeña batería para el consolador y el tapaculos. En unos segundos lo conecté todo y de nuevo se vio zumbando. Puse el dispositivo a un nivel que pensé que estaría cerca del orgasmo; podía ser que tuviera suerte y se corriera pero lo dudaba limitada como estaba.

"Mi amigo viene, esclava," dije con la mayor malicia, "Con solo que sospeche que estás aquí te haré sufrir."

Recuperando el mando remoto me senté en una silla desde donde pudiera verla claramente, luego pulsé algunos números y esperé. La casa tiene un excelente sistema de sonido, unos cincuenta altavoces compactos en sitios discretos en todas las habitaciones importantes. Sam tenía contactos en la industria de la música y habíamos hablado de tener conciertos privados una vez casados. Pensando en esto había extendido el sistema instalando unos cuantos micrófonos y grabadoras multipista de forma que podía grabar los acontecimientos para disfrute posterior. Cuando Sam me abandonó el sistema había perdido importancia y el único uso que había hecho de él fue durante un juego improvisado de la "gallina ciega" que habíamos montado durante la fiesta de inauguración de la casa. El éxito de aquel truco me había inspirado su uso para probar a Caroline.

Cruzando la habitación llegó el sonido de la puerta al abrirse. "Ah, Bob," Dijo mi voz sin cuerpo, "¿Qué puedo hacer por ti?" "Disculpa por las molestias, Dick, pero la impresora portátil que tengo parece estar averiada." Bob Cummings era quizás mi vecino más cercano y una de esas personas destinadas a ser víctimas de la tecnología. Cuando hubo descubierto que era columnista informático había asumido inmediatamente que le facilitaría soporte técnico gratuito para cualquiera de sus problemas. Había grabado el incidente unas semanas antes cuando su impresora de chorro de tinta se había quedado sin tinta ("Oh, ¿¿quieres decir que necesito rellenarlo??"). Desde entonces había pasado un par de fines de semana asegurándome de que sonaría como un acontecimiento de la vida real para alguien en el suelo en la posición de Caroline. La prueba era clara, se le había ordenado no atraer la atención hacia ella, incluso sabiendo que alguien totalmente extraño acababa de entrar en la habitación.

La observé mientras la conversación volvía a impresoras y rellenos. Se movió ocasionalmente, sobre todo empujando su entrepierna al aire, pero no estaba claro si su intención era llamar la atención o liberarse. En todo caso no hizo sonidos claros. Empezaba a pensar que había descubierto el engaño, pero no podía entender como. Los suelos eran de hormigón lo que aseguraba que no había transmisión de pisadas y la calidad del sonido era excelente. Seguí sentado y la observé mientras hacía pequeños movimientos tras el sofá. No eran los golpes y chillidos que hubiera esperado en este punto, pero de momento las voces solo se podían escuchar débilmente desde una de las otras habitaciones. Pasaron varios minutos, luego la conversación volvió a la habitación desde mi estudio con Bob preguntando sobre la lista de precios de mi impresora de escritorio ("Supongo que no sabes ¿eh? Quiero decir que tu periódico debe dar esta clase de cosas...")

El fantasma Bob se iba, si ella pensaba que había alguna posibilidad de rescate tendría que hacer su jugada pronto. Contuve el aliento esperando el grito débil y amortiguado, el súbito golpear de los miembros pero no se produjo. El collar postural hacía imposible que moviera la cabeza pero con el pequeño movimiento de piernas que le había dejado se había vuelto sobre su costado para ponerse de cara al sonido que se alejaba. A pesar del hecho de que el "Fantasma Bob" y yo manteníamos la conversación justo frente al sofá detrás del que estaba escondida y debía haber sabido que sus gritos amordazados llegarían al menos hasta allí; no hizo ningún intento de alertarle de su presencia.

El Fantasma de Bob se fue y la grabación terminó. Fui donde estaba ella y le quité la traba y el extensor. No me molesté en trabarla porque las botas de tacón alto eran suficiente dificultad para caminar. Enganchando la correa la conduje escaleras abajo. Le quité el collar postural y lo reemplacé con el habitual, le quité la venda, luego el consolador y el tapaculos junto con las bragas de cuero. Como esperaba estaba muy húmeda, y los ligeros gemidos que acompañaban la retirada del consolador parecían confirmar que todavía no había conseguido el orgasmo. Le quité la mordaza de relleno y le volví a poner la mordaza de bola alrededor del cuello.

"Muy bien, esclava. Como recompensa por tu obediencia te dejaré sin mordaza el resto de la mañana siempre que no hables, ¿entendido?" Mostró su acuerdo asintiendo.

Luego la llevé de vuelta a su celda enganchando sus manos frente a ella con una cadena a un anillo del collar asegurando que su entrepierna estaba fuera de su alcance. Luego volví a enganchar el collar al cable y le dije que intentara dormir. Se tumbó feliz, contenta de que la mordaza siguiera en su cuello y no en su boca.

Eran sobre las doce cuando la recogí de la celda y la llevé de nuevo a la mazmorra. Empezó a hacer preguntas así que la amordacé, me echó una mirada asesina pero no armó ningún lío cuando la llevé a la mesa. Tuve algún problema cuando la até así que aumenté la presión. "Bueno, bueno, bueno Chocho. Así que esta es una demostración de tu obediencia a tu AMO. Lo que estás haciendo es empeorar tu castigo." Dejó de rebelarse y me miró con grandes ojos temerosos, seguí tensando las correas. Me puse de pie y supervisé mi trabajo. Sus manos enguantadas estaban esposadas sobre la cabeza, el collar enganchado a la mesa. Había abrochado su cintura al marco de la mesa con un cinturón ancho de cuero y había esposado sus tobillos a las patas de la mesa. Estaba abierta y vulnerable, su coño en el mismo borde de la mesa a la altura perfecta para el sexo. Debió darse cuenta de esto porque siguió luchando lo mejor que pudo mientras yo iba a la habitación del sótano. Allí recogí una toalla y un barreño que había traído de arriba. Regresé a la mesa y puse el barreño cerca de ella y busqué dentro. La mordaza apenas pudo amortiguar su grito cuando abrí la navaja de afeitar frente a ella. Era una reliquia de familia que me había dado algún tío abuelo. Aparentemente la había adquirido en sus viajes alrededor del mundo pero sospechaba que nunca la había usado donde yo estaba a punto de hacerlo.

Suavemente utilicé el agua para humedecer la mata de fino vello castaño entre las piernas. Se puso rígida empezando a ver lo que tenía en mente, podía verla meditándolo. Hacía un minuto estaba convencida de que estaba a punto de ser violada, ahora encaraba esto que era peor en muchos sentidos. Empecé a enjabonar su entrepierna, siendo cuidadoso de no tocar el corsé ni las medias de látex. Para cuando llevé la hoja cerca de su cuerpo indefenso había decidido que no quería participar en ello y empezó a revolverse lo mejor que podía.

Manteniendo la navaja amenazadoramente en alto sonreí. "Si yo fuera tú dejaría eso, no es el tipo de sitio en el que me gustaría una muesca." Jugué con el reflejo de la luz de la hoja cruzando su cara.

Se quedó helada, con los ojos firmemente cerrados, respirando entrecortadamente, tan quieta como una estatua mientras le afeitaba el coño. No despojé completamente el área, dejé un pequeño parche oval justo encima del clítoris con propósito decorativo. Tuve que confesar que había hecho un buen trabajo cuando pasé mis dedos sobre su carne suave y lisa. Gimió un poco y de repente fui consciente de que estaba casi dolorosamente empalmado. Pasando las manos abajo abrí los labios de su coño y los bajé de cara a su expuesto clítoris. Parecía que el afeitado había sido estimulante también para ella porque el pequeño bulto estaba ya engrandecido. Mi lengua lo tocó suavemente, se levantó con un enorme suspiro, sus caderas luchando contra el cinturón aprisionador. La lamí y un gemido apagado surgió de sus labios amordazados. Empecé con entusiasmo, cada lamida, mordisco o chupada iba acompañado por un gemido o murmullo desde el extremo opuesto de la mesa. Empujé profundamente mi lengua en su interior, saboreando su aroma salado mezclado con el olor del jabón y escuchando sus apagados relinchos mientras se volvía salvaje. Hice una pausa y miré hacia arriba, manoseándola con mi mano enguantada mientras la observaba, los ojos cerrados llenos de lágrimas, los pezones endurecidos, la boca tensa contra la bola. Sonreí, mi esclava al borde del orgasmo. Notó la sensación entrante y miró hacia arriba. "¿Quieres que te folle, Esclava?" Movió la cabeza desafiante, la sobé un poco más deprisa. Unos de sus labios se deslizaron indefensos sobre la bola de caucho, los otros sobre mis dedos de cuero. Sus suspiros y gemidos llegaban en estallidos y supe que estaba cerca, de modo que me detuve. Chilló algo e intentó avanzar sus caderas contra mi mano. Indefensa, tan cerca de correrse pero incapaz de estimularse ese poco más, se golpeaba contra sus ligaduras.

"Solo te lo preguntaré una vez más, Esclava. ¿Quieres que te folle?" Sus ojos estaban llenos del terrible conflicto interno, quería correrse tan desesperadamente pero la humillación de su situación, tener que pedir a su secuestrador que la follara... La ayudé un poco, me aparté. Pegó un grito apagado y se estrelló contra sus ataduras, sus manos enguantadas y sus tobillos embotados tirando con inútil desesperación, el fuego de su entrepierna consumiendo los restos de su respeto propio.

Volví, "¿Y bien, Esclava?" Cerró los ojos, y asintió. En segundos estuve en su interior, mi dardo enterrado en su agujero caliente y apretado. Mientras empujaba su coño empezó con los espasmos, llevándome cada vez más dentro, su pasión expresada con pequeños gritos amordazados, tensando su cuerpo todo el tiempo. En cualquier otra circunstancia hubiera sido un buen polvo, pero combinado con su completa indefensión me puso más que ninguna otra mujer en mi vida. Todos los pensamientos sobre Samantha fueron barridos mientras nos corríamos juntos, su grito amortiguado llenó el aire mientras bombeaba mi carga en su interior.

Me retiré y limpié a ambos con la toalla que había traído para secarla. Parecía tranquila por lo que me incliné sobre ella y le quité la mordaza. Hubo silencio durante unos minutos mientras volvía a trabar sus piernas y me disponía a desatarla de la mesa.

Finalmente habló, "¡Me has violado!"

"NOSOTROS hemos hecho sexo," corregí, "La violación implica falta de consentimiento, TÚ me pediste que te follara dos veces y ese consentimiento no fue imaginación mía."

"Soy tu prisionera, me lo habrías hecho en cualquier caso."

Sonreí, "Ten mucho cuidado con lo que dices, Chocho, o podría hacerte la vida muy dura. La verdad es que tú lo querías de tal forma que lo imploraste, y ahora que ha pasado estás horrorizada de que haya terminado, así que, de repente te haces la pobre víctima de nuevo."

Mantuvo un profundo silencio pensando mientras la soltaba de la mesa y le ataba las manos a la espalda. Cogí la mordaza.

"No, por favor" Me sonrió, una sonrisa profunda y caliente que me convenció de que había elegido la chica adecuada. "Por favor Amo, creo que podríamos hablar un rato, si me explica lo que quiere..."

"Humm, es obvio que prestas más atención a tus lecturas de psicología de lo que sugiere tu grado." Se puso pálida.

Tragó saliva nerviosamente. "¿Quién es usted?" dijo, "Nunca le dije que fuera estudiante de psicología."

Sonreí, contento de su incomodidad. "Soy tu amo," dije. "Te dije una vez antes que no era una elección casual. Si lo fuera entonces la policía estaría probablemente buscándote ahora. Tal como fue te trasladé de tu apartamento, y dejé tu pago final de la renta de modo que Mr. Philips estará contento de que te hayas ido y no hará ninguna pregunta."

Retrocedí para que pudiera verme contar con los dedos.

"Veamos, dispuse de tu coche, TÚ te despediste con éxito, Alice y Brenda están en esa demostración de comercio de Chicago y tu madre se queja de que no le escribas con regularidad. Nadie sabe que te has ido, nadie notará que has desaparecido. Incluso suponiendo que alguien informe de tu desaparición la policía pensará que te has ido voluntariamente. No habrá rescate porque a nadie le importa que te hayas ido." Vi sus ojos cubiertos de lágrimas, "Afrontemos los hechos, Caroline Conway era una víctima fácil, pero ya no existe, todo lo que ha quedado es una esclava que no sabe cuando callarse."

"Por favor," dijo con voz llena de desesperación, "No tiene que amordazarme de nuevo. Lo odio, no puedo tragar bien y me duele. Este sitio debe ser a prueba de ruidos o no se habría arriesgado a dejarme sin mordaza antes. No tiene que hacerlo, me estaré tranquila, lo prometo." Sonreí. "No entiendes nada, Chocho, estás amordazada porque te quiero amordazada. Tienes razón con respecto a que la habitación es a prueba de ruidos, pero el punto verdaderamente importante es que soy tu dueño. Yo decido si estás despierta o dormida, caliente o fría, silenciosa o ruidosa. Si quieres hablarme es un privilegio que ganas con tu obediencia, no un derecho. Las propiedades no tienen derechos, esclava, te sugiero que lo recuerdes." Vi la desesperación en sus ojos mientras apretaba la brillante bola roja entre sus dientes. Le cogí la cabeza por detrás y apreté la correa. "Hoy, más adelante, tendrás una oportunidad de mostrar tu obediencia, esclava, si sigues las órdenes obtendrás unas pocas horas sin mordaza, entonces hablaremos."

Mi pulgar enguantado recorrió la línea de sus labios mientras formaban una O alrededor de la bola. "Así, eso es MUCHO mejor. Créeme, esclava, en pocos años te sentirás incómoda cuando NO lleves mordaza." Mi dedo recogió la única lágrima que se deslizó en silencio por su carrillo, sollozó cuando recibió de lleno el impacto de su situación. "Acostúmbrate a la idea, esclava. No es tan mala como parece al principio." La llevé de vuelta a la celda, enganché el cable a su collar y la dejé sollozando en la cama.