Caroline capturada Cap. II.
Una introducción a la esclavitud
ADVERTENCIA
===========
La siguiente pieza de ficción se pretende un entretenimiento para ADULTOS y ha sido publicada sólo en un grupo apropiado de Internet. Si se encuentra en algún otro sitio no es responsabilidad del autor.
El autor prohíbe explícitamente:
1) La publicación de este relato de forma incompleta.
2) El uso de este relato en un trabajo mayor sin permiso expreso.
3) El uso de este relato en cualquier CD, BBS o sitio Web sin permiso escrito del autor.
Este trabajo tiene copyright a nombre de TM Quin
Todos los personajes de este relato son ficticios, cualquier parecido con personas reales vivas o muertas es pura coincidencia. El autor no está de acuerdo necesariamente con cualquiera de las actividades detalladas en el relato, algunas de las cuales son peligrosas o ilegales.
Traducida por GGG 2000, revisada en agosto 2020
Caroline capturada. Por Quin
=======================
Capítulo 2: Una Introducción a la Esclavitud
============================================
Sentado aquí sorbiendo el café y revisando las últimas dos semanas sentí que la tensión se escapaba lentamente de mi cuerpo. La tenía. No solo eso sino que hasta donde podía ver no había dejado huellas salvo las que apuntaban a que ella se había ido por su propia voluntad. En todo caso la policía no trata los casos de personas desaparecidas de inmediato porque la mayoría de la gente vuelve en los primeros pocos días. Visto desde su punto de vista tenemos a Caroline Conway, estudiante esforzada echada ya a la calle que súbitamente pierde su trabajo y luego desaparece con todas sus pertenencias. No era una gran candidata a convertirse en caso criminal. Empaqueté todo y empecé a poner las piezas de su mordaza en la bolsa de McDonalds junto con las envolturas. De lejos recogí un trozo de cinta con restos de su lápiz de labios. El color parecía de alguna forma inadecuado para ella y me molestó como si fuera un poco raro que alguien que se gana la vida aplicando maquillaje se lo aplicara tan chapuceramente. Aunque este era un misterio para el que tendría mucho tiempo para investigarlo a placer.
Arrancando el coche dejé la hondonada y volví a la autopista. Estaba a unas cuatro horas de casa, una distancia que pretendía cubrir de un tirón. Había mantenido la esperanza de otras paradas y oportunidades de rescate para comprar su cooperación y me preguntaba cuanto tiempo pasaría antes de que se diera cuenta de que había sido engañada, suponiendo que pudiera darse cuenta de algo con el temblor persistente en su entrepierna. En realidad no tenía mucha importancia habida cuenta de que no iba a tener ninguna oportunidad para quejarse. El resto del viaje fue dichosamente desprovisto de incidencias, paré a coger gasolina una vez en una pequeña estación de autoservicio. Si hubiera tenido mala suerte supongo que alguien hubiera podido acercarse y oírla, pero eran como las 2 de la madrugada y el cajero y yo éramos los únicos en muchas millas.
Eran sobre las cuatro cuando me bajé en casa. Una fila de árboles y una alta valla de ladrillo la protegía de la carretera de modo que pude sacarla sin atraer ninguna atención. De nuevo bloqueé sus piernas, aunque esta vez se mostró más cooperadora, probablemente para acelerar la retirada del vibrador que todavía zumbaba en su interior. Sus muslos estaban cubiertos de sus jugos orgásmicos y del sudor que le provocaron sus esfuerzos. Cogiendo la correa la llevé a la casa y la bajé al sótano. Había dejado una parte sin terminar de modo que el extraño clavo o agujero no pareciera fuera de lugar. Originalmente había planeado un gran laboratorio bajo mi oficina pero ahora esa sección del sótano estaba escondida detrás de una librería basculante en la esquina. De momento enganché la correa en una viga al aire y la dejé allí. Corrí escaleras arriba para cambiarme a mi atuendo de amo, una camiseta de algodón, pantalones negros de cuero, botas y guantes a juego, después de todo mi primera actuación debía ser vestir apropiadamente a mi esclava y lo menos que podía hacer era corresponder. Volví al sótano donde ella estaba probando la extensión de la correa y gritando tras la mordaza. Sin decir una palabra moví la librería y pasé detrás. Esta zona había sido diseñada para ser suficientemente grande. Originalmente había intentado sorprender a mis amigos con esta habitación por lo que la había mantenido en secreto. Esto resultaba útil, ahora que su propósito había cambiado, para evitar preguntas embarazosas... En el otro extremo había construido una pequeña sala con una pesada puerta de hierro. Por dentro era bastante espaciosa, suficiente para una cama doble, una mesa, una silla y un retrete químico. Esta era su celda, el resto del lugar quedaba mejor descrito como mazmorra. En una pared había fijado con cemento una red de acero que estaba a un par de pulgadas de la propia pared. Esto proporcionaba una amplia gama de puntos de enganche para correas y sujeciones. La otra pared tenía numerosos anillos grandes con el mismo propósito. Cerca de la puerta había un armario de acero cerrado y un guardarropa de madera vieja.
Yendo primero al guardarropa, seleccioné un atuendo para ella de entre los vestidos que dejé aquí. La visita a su apartamento me había demostrado que era conservadora vistiendo. Este atuendo gritaba guarra y sexo y estaba garantizado que la avergonzaría. No tenía duda de que el rapto la había afectado, ahora tenía que mantenerla indecisa, incómoda e insegura mientras empezaba a moldearla como mi esclava. La mayoría de las ropas eran cosas de vinilo, cuero y caucho de las sexshop de Nueva York. Sin embargo siendo su primera noche busqué algo especial. Había encargado este conjunto a una tienda especializada de Los Ángeles usando las medidas que obtuve de sus vestidos. Su catálogo contenía varias creaciones más especializadas que pretendía encargar una vez que hubiera roto su resistencia. Luego abrí el gabinete y saqué algunas sujeciones, una mordaza nueva, un par de tijeras y una pequeña fusta de hípica, luego volví al sótano principal.
Para entonces ella había empezado a rebelarse y estaba de pie en el centro de la sala balanceando su peso de pie a pie. Le dejé que se pusiera a punto un poco más mientras andaba a su alrededor e inspeccionaba su bello cuerpo. Luego fui hacia ella y le quité primero los zapatos de tacón y luego los grilletes de sus tobillos. La repentina pérdida de altura hizo que la correa se tensara sobre el collar y gimió ligeramente. Me dirigí abajo, coloqué las tijeras en el borde de su falda y con un movimiento la corte a todo lo largo de sus caderas. Por supuesto que podía haberle quitado la falda sin cortarla, pero estas ropas eran sus últimas posesiones personales, los últimos vestigios de su identidad personal. Destruirlas era un acto simbólico. La falda fue relativamente fácil, la chaqueta llevó más tiempo, la blusa se hizo trizas en segundos. Para entonces estaba pegando gritos y palmoteando a su alrededor pero el mordisco siempre presente del collar la mantenía bajo control. Sentí cierta culpabilidad cuando le corté el sostén y el liguero, amo la lencería, pero acepté que había que hacerlo. Finalmente le quité las medias y se quedó en pie ante mí, desnuda para la esclavitud, con los ojos vendados rastreando atrás y adelante esperando el siguiente ataque. Sus pechos se levantaban mientras sollozaba en silencio. Miré el enmarañado triángulo de su vello púbico, húmedo por causa del vibrador pero todavía demasiado espeso para mi gusto, tenía una cita con la maquinilla de afeitar mañana.
A continuación acerqué hacia ella una pequeña mesa, lo suficiente como para que pudiera alcanzarla con algo de esfuerzo y coloqué su traje sobre ella. Luego corté la cinta de sus manos y muñecas antes de quitarle la venda.
Se quedó en pie, parpadeando cuando recuperó la visión. Luego las manos volaron de inmediato primero a la parte de atrás de su cabeza donde estaba asegurada la mordaza, luego al cuello y al collar. En ambos casos encontró pequeños candados que imposibilitaban quitarlos. Murmuró algo, luego se volvió hacia mí. Flexioné la fusta y sonreí.
"De ahora en adelante te llamaré esclava o chocho, tú me llamarás amo o señor. No tienes derechos, te poseo por completo, aún tu cuerpo es mío, ¿entendido?" Sus grandes ojos azules se clavaron en mí, con incredulidad.
"Quiero una respuesta, ¿ENTIENDES?" Esta vez cuando no hubo respuesta golpeé su pecho con la fusta, requiriendo su atención. Eché la fusta hacia atrás como si fuera a golpearle la cara, levantó los brazos y se agazapó.
"¿Entendido?"
Asintió.
"Bien, lección uno, obedece siempre a la primera y te evitarás el castigo. Si no lo haces, pronto entenderás lo que significa el dolor. ¿Está claro?"
Asintió, esta vez la respuesta fue mucho más rápida.
"Estás aquí como esclava sexual, como tu amo utilizaré tu cuerpo como me parezca que procede para mi placer personal. Me obedecerás inmediatamente y harás lo mismo con cualquier otro que yo designe. Si obedeces y no intentas escapar evitarás el castigo, en caso contrario la severidad del castigo aumentará cada vez. No te mataré a menos que pongas en peligro mi vida o mi seguridad pero fuérzame y puedo desfigurarte de forma permanente. ¿Entendido?"
De nuevo el asentimiento, esta vez sin embargo estaba mirando al suelo de manera que puse el extremo de la fusta bajo su barbilla y le levanté la cabeza para poder clavar mi mirada en sus ojos atemorizados. Señalé con la fusta las ropas que estaban sobre la mesa.
"Ponte eso."
Lo miró, encima había un corsé de látex negro brillante, en varios puntos el tejido había sido reforzado para suministrar soporte haciéndole parecer un corsé de la era espacial. Se volvió hacia y mí y pude ver lo que pensaba de él.
"Póntelo."
Siguió donde estaba, había traído algunas esposas para el caso de que hubiera dificultades. Iba a esposarla y castigarla cuando se me ocurrió de repente una solución mejor. Empujé la mesa lejos de su alcance y sonreí. "Veremos lo que piensas mañana por la mañana." Dije y me volví hacia las escaleras. Iba por la mitad cuando escuché su maullido frenético. Se había dado cuenta de que sus piernas acabarían cansadas y que estaría ahogada por la correa. Volví a bajar las escaleras.
"¿Preparada para colaborar?"
Miró al suelo, luego asintió.
Le ofrecí el corsé, pero cuando intentó recogerlo lo retiré de nuevo.
"Antes, baila para mí."
Pareció confusa.
"Obedéceme a la primera, siempre, ¿recuerdas? Este es tu castigo, voy a ponértelo fácil esta vez. Ahora baila o me voy a la cama." Lentamente empezó a girar lo que le dejaba la cadena. "¿Es lo mejor que puedes hacerlo? Excitante, esclava, quiero que hagas un baile excitante." No pensaba que realmente lo estuviera intentando así que le apliqué la fusta a las partes que no se movían lo suficiente. Aulló un poco pero después de la primera docena lo estaba haciendo lo mejor que podía. Puedo decir que la desnudez la atormentaba. A partir de ahora preferiría llevar las ropas chocantes que estar así. La mayoría de mis golpes habían sido para hacerla retirar las manos de los pechos o la entrepierna, me imaginé que si ella quería tocárselas eso la animaría mucho.
Sonreí, "Me temo que has demostrado que no mereces este bonito conjunto. Si lo quieres tendrás que ganártelo pieza a pieza. Ahora levanta tus pechos y ofrécemelos. Un sonido amortiguado salió de la mordaza." "¡Primera lección!" Dije mientras me sentaba en el respaldo de una silla. Cogió sus pechos con las manos y los adelantó hacia mí mientras seguía alguna musiquilla imaginaria. "Ahora juega con los pezones. Cuando dudó chasqueé la fusta hacia ella. Sollozó pero sus manos se deslizaron hacia la parte de arriba de sus pechos y sus pulgares cogieron las protuberancias marrones que pronto se endurecieron. Le lancé el corsé. "Deslízalo sobre tu cuerpo." Esta vez cumplió con rapidez, haciendo involuntariamente sonidos melodiosos mientras el frío látex tocaba sus pezones duros y sensibles. Finalmente había visto suficiente. "Bien, ahora póntelo." Luchó con él sin perder de vista temerosamente la fusta. Le quedaba mejor de lo que esperaba, formando una segunda piel brillante desde justo debajo de los pezones hasta justo encima de la entrepierna. Era tan ceñido que su ombligo se veía claramente y sus tetas eran llevadas hacia arriba y hacia fuera haciéndolas parecer más prominentes. Las duras protuberancias marrones de sus pezones reclamaban atención justo desde la parte más alta de las copas y consiguieron la atención que reclamaban. Empecé a lamentar no haber llevado conmigo algunas pinzas. Aunque había tiempo para ello más tarde.
Le alcancé un largo guante de látex negro.
"Juega contigo, no pares hasta que estés húmeda."
Miró al guante, luego a las escaleras. Luego, mientras una mano continuaba acariciando y mimando sus pechos y pezones cubiertos de látex, la otra se deslizó hacia su clítoris donde empezó a manosearse. La miré, los ojos estaban ahora vidriosos y llenos de lágrimas silenciosas. Le lancé el guante. "Déjalo," dije. Agarrando el otro guante lo pasé entre mis piernas, luego con una mano por delante y otra por detrás lo deslicé atrás y adelante a través de mi entrepierna. Miró horrorizada y yo estaba seguro de que moriría antes de hacer eso. Luego lentamente con manos temblorosas copió mi acción restregando el resbaladizo guante adelante y atrás a través de su coño, hasta que la superficie estuvo húmeda con sus jugos. Le hice repetir el procedimiento con el segundo guante. Sus manos estaban temblando cuando se colocó lentamente los guantes en los brazos. La hice seguir jugando consigo misma y la estimulación táctil del suave látex pareció adueñarse de ella. De repente cerró los ojos y arqueó la espalda y empezó a jugar con entusiasmo, olvidada de mi presencia. Al principio estuve tentado de flagelarla, luego recordé lo incómoda que se había mostrado de que la viera desnuda. Silenciosamente me deslicé a la mazmorra y cogí una cámara cargada del armario. Para entonces estaba tan ida que no se dio cuenta de lo que estaba haciendo yo hasta que ya había hecho tres fotos.
Se quedó allí horrorizada de lo que estaba haciendo y de pensar que había sido capturada en película. La pillé en su confusión y le lancé rápidamente las medias de látex con instrucciones de ponérselas. Tomé más fotos mientras se las deslizaba en las piernas y las enganchaba a los broches del corsé.
Luego le pasé una de las botas de tacón de 5 pulgadas (12,5 cm).
"Fóllate con el tacón."
Ahora las lágrimas de humillación y frustración se deslizaron por su rostro, miró al suelo, suspiró y se llevó el tacón hasta el coño.
"No conseguirás el otro hasta que te vea correrte, ¿entendido?"
Asintió y empezó a mover el tacón dentro y fuera. Disparé más fotos, paró, sollozó e intentó decir algo.
"Déjalo arriba," dije, "No tenemos toda la noche."
De nuevo intentó decir algo. Bajé la fusta contra uno de sus expuestos pezones. Soltó un grito apagado.
"Te daré uno cada treinta segundos hasta que te vea correrte, ahora ¡hazlo chocho o por dios que te haré sufrir!"
Empezó a atacar con entusiasmo su agujero, dentro y fuera. Fiel a mi palabra la golpeé cada vez que pasaban treinta segundos, incluso aunque pensara que era innecesario. Contoneó y agitó la parte superior de sus muslos y la parte alta de sus medias ahora resbaladizas con sus jugos. Finalmente tembló y gimió, le lancé la otra bota.
"Póntelas."
Estaba ante mí, una visión de cuero y látex, ninguna guarra o puta podía resultar más perfecta. Desde los signos de esclavitud del collar y la mordaza, pasando por la escarpada extravagancia de su atuendo, hasta los jugos chorreando sobre sus muslos revestidos de látex, inspeccioné a mi esclava. Tras la vergüenza y la humillación en sus ojos llenos de lágrimas aún ardía un rastro de desafío, algo que podría quebrar en los siguientes meses mientras la moldeaba como mi criatura.
"Si me hubieras obedecido desde el principio hace una hora que podíamos haber estado en la cama y podríamos habernos evitado todo este lío." Asintió, con las lágrimas deslizándose por su rostro. Le lancé unas esposas de cuero. "Muñecas y tobillos, ¡AHORA!" Se las puso sin vacilar, mirándome todo el tiempo con sus grandes ojos. Me puse detrás de ella y enganché una con otra las esposas de sus muñecas antes de añadir una cadena de traba a las de los tobillos. Luego solté la correa y la conduje a la silla cerca de la mesa pequeña. Utilizando alguna de las correas que le había quitado antes la aseguré a la silla. No se resistía, anulada temporalmente toda rebelión por la humillación y la vergüenza.
Le quité la mordaza y le ofrecí una bebida. Aceptó, luego preguntó, "¿Por qué yo?"
"Porque te quería a ti," dije.
"Pero yo ten..."
Le golpeé en la boca. Me miró aturdida. "Nada de YO," dije, "Sólo una persona puede ser un YO. Tú no eres una persona, eres un objeto como cualquier posesión. TU no existes más y no lo has hecho desde que te cogí. La única identidad que tienes de ahora en adelante es la que yo quiera darte."
Miró hacia arriba, lágrimas aterradas brotaban de sus ojos de nuevo.
"Desde ahora te referirás a ti misma como 'esclava', ¿entendido? Eso es todo lo que eres por el momento, sólo una cosa para mi placer. Puedo darte otra identidad algún día pero tendrás que ganártela antes. Di, 'Soy una esclava guarra chupapollas.'" Agitó la cabeza negando su autoestima esta última humillación... Golpeé con dureza la fusta sobre su pezón derecho, gruñó. "¡Dilo!"
"¡NO!"
Giré la silla en redondo. Ahora tenía acceso a su coño al descubierto y sus piernas estaban atadas a la silla donde no podía cerrarlas. Azoté su chocho expuesto.
"¡Soy una esclava guarra chupapollas! Por favor Amo, pare..." gritó y luego empezó a sollozar.
Apreté la mordaza de bola que había cogido del armario entre sus dientes y abroché la cincha. Su breve demostración de resistencia se había desmoronado, la desenganché de la silla y la llevé a la celda. Allí le abroché el collar a un cable de acero enganchado a una rueda de polea que pendía del techo. La rueda corría por un carril que llevaba de la cama al baño. Le dejé las manos esposadas a la espalda pero le quité la traba. Se tumbó en la cama sollozando. "Eh chocho," miró hacia arriba, "Sólo algo a tener en cuenta, no te he castigado por tu insolencia aquí. Tengo algo en mente pero tendrá que esperar hasta mañana, deberías querer meditar eso." Cerré la puerta de la celda ante sus apagados lloros.