Caroline capturada Cap. I

Tras el prólogo empieza la serie

ADVERTENCIA

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Este trabajo tiene copyright a nombre de TM Quin

Todos los personajes de este relato son ficticios, cualquier parecido con personas reales vivas o muertas es pura coincidencia. El autor no está de acuerdo necesariamente con cualquiera de las actividades detalladas en el relato, algunas de las cuales son peligrosas o ilegales.

Quin 1995 (tmquin@attglobal.net)

Traducida por GGG 2000


Caroline capturada. Por Quin

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Capítulo 1: Selección y captura de una esclava.

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Habían sido los hados los que me la entregaron. Descubrí que una pequeña compañía de software estaba apoyando una demostración de un producto en la ciudad que había seleccionado como mi territorio de caza. Una pequeña compañía de desarrollo formada por jóvenes graduados, con su base cerca de la universidad. Yo estaba preparando otro cotilleo sobre la innovación en la industria de los ordenadores y así tenía una excusa para ir, parecía una buena oportunidad para inspeccionar los alrededores. Creo que la compañía se había sorprendido cuando acepté, era el único personaje reconocido que se había molestado en responder. En cualquier caso se dedicaron a mí, conseguí una demostración privada y suficientes discos y material de promoción para suministrar al cuerpo completo de prensa. Eran hombres jóvenes agudos, desesperados por causar buena impresión. Incluso uno me enseñó la vida nocturna local y junto a unas cervezas habló de las mejores guaridas de estudiantes, información que almacené para más adelante.

Al día siguiente iba a tener lugar la demostración principal y habiendo visto el paquete ya había intentado enviar mis excusas y utilizar el tiempo para controlar posibles blancos. Al final sin embargo elegí ir, al menos durante la primera media hora. Habían alquilado un par de chicas de una agencia local de modelos para dar realce a la presentación. No era exactamente lo que andaba buscando pero por capricho me quedé hasta el almuerzo para practicar mis habilidades de acecho. Las chicas se encaminaron a las afueras, a un pequeño restaurante donde se reunieron con amigos. Fue aquí donde la vi por primera vez, alta, bien proporcionada, rubia, Caroline. Con un maquillaje decente y unos vestidos razonables podía haber hecho una buena carrera en el circuito de las modelos. La realidad era que tenía un pobre sentido del buen vestir, que la reducía de espectacular a solamente de buena apariencia. Supe entonces que esta era la que yo quería. No solo podría entrenarla como mi esclava, eventualmente podía moldearla en la clase de acompañante que hiciera parecer ordinarias a las Sam Prescott de este mundo.

Tras la comida se despidió y se fue. Una vez fuera la seguí a unos grandes almacenes de las inmediaciones, donde trabajaba como vendedora de cosméticos. Parecía ser aprendiza, aplicando maquillaje gratuito a las mujeres que le llevaba al mostrador el personal experto. Fui al quiosco de una compañía rival y conté algunas excusas sobre la necesidad de un último regalo de cumpleaños. La chica era servicial y me las apañé para tenerla lo suficientemente distraída para poder observar a Caroline desde el otro lado de la planta. Tenía una cierta elegancia intrínseca que relucía a pesar de su apariencia desaliñada. El negocio era lento y por las bromas que capté entre las otras vendedoras quedaba claro que Caroline era una estudiante que trabajaba aquí a tiempo parcial. Dándome cuenta de que no podía quedarme observando sin llamar la atención, compré a la chica suficiente perfume para tenerla contenta, luego salí y deambulé durante el resto del día.

Había comprado un coche doméstico de tamaño medio y último modelo para usarlo durante el rapto. Mis investigaciones habían mostrado que era un color y un tipo populares y verdaderamente vi unos cuantos mientras daba vueltas. Al final seleccioné uno y lo seguí hasta un pequeño aparcamiento. Aquí se bajó un tipo y fue hacia un edificio de oficinas. Anoté su matrícula y volví a los grandes almacenes a tiempo para ver el cierre. La seguí a distancia mientras dejaba el trabajo y bajaba por una serie de callejuelas hasta un sitio donde estaba aparcado un coche pequeño. Casi la perdí mientras se alejaba conduciendo pero afortunadamente el tráfico la detuvo hasta que pude alcanzarla con mi coche. La seguí hasta un pequeño edificio de apartamentos cerca de la universidad. Había pillado en el restaurante cual era su nombre y mediante el buzón pude comprobar que era Caroline Conway y vivía en el 23C.

Por la mañana ella estaba trabajando en los almacenes como era habitual, para la noche había preparado un plan. Primero alquilé un teléfono móvil en una tienda local donde se pusieron muy contentos de dejármelo por unos días cuando les conté que el mío se había estropeado. Con esto conseguí un número local. Había pasado la mayor parte de la noche anterior rellenando un cuaderno pequeño con notas crípticas y puse un nombre de mujer en la cubierta. Me había dado cuenta que Caroline llevaba un pequeño bolso de piel negra a todas partes con ella. Supuse que podría encontrarlos en el almacén donde trabajaba. Otra excursión de compra de 'regalo de cumpleaños' rápido y tuve su gemelo junto con un billetero de mujer. En los baños de los almacenes preparé mi señuelo. Puse unos 300 dólares en la cartera y la eché en el bolso, luego añadí algunas llaves viejas, algo de suelto, el cuaderno, una pluma y algo del perfume que había comprado el día anterior. Me imaginé que pesaría lo correcto y que no se daría cuenta inmediatamente de que no era el suyo. Supuse que almorzaría en el mismo sitio y de nuevo los hados estuvieron conmigo. Me senté en una mesa cercana justo detrás de ella mientras ella se sentaba y parloteaba. Pagué la ensalada que había pedido y mientras el camarero les tomaba nota intercambié rápidamente los bolsos, puse el suyo bajo mi abrigo y salí. Expliqué a la cajera que estaba esperando a un amigo que no había aparecido y que salía a ver si encontraba  donde estaba.

¿Me guardaría la mesa durante los quince minutos que iba a estar fuera? Una buena propina aseguró que lo hiciera. Sabía que tenía poco tiempo, había un sitio de llaves y tacones en la parte de abajo del bloque y una ferretería un poco más allá. En un sitio apartado de la vista saqué las llaves de su apartamento y coche y me aseguré de que no tuvieran identificativos. Me detuve en primer lugar en la barra de los tacones, saqué las llaves del coche y encargué un duplicado. Con la excusa de que casi se me había terminado el período de desayuno y tenía compras que hacer se las dejé con la promesa de que las llaves estarían listas cuando volviera en cinco minutos. Luego fui a la ferretería donde conseguí un duplicado de las llaves del apartamento enseguida. En los baños revisé rápidamente el resto del bolso. Me alivió comprobar que no había medicinas o tarjetas indicadoras de ninguna complicación médica. Lo que sí tenía era una larga lista de cuentas sin pagar, y desde luego un motivo para desaparecer. Tomé el camino de vuelta llevando los dos juegos de llaves.

En todo ello utilicé diez minutos antes de estar de vuelta en el restaurante. El señuelo había funcionado bien y estaba todavía donde lo dejé. Si no pudiera volver a cambiarle el bolso encontraría el señuelo y supondría que se trataba de una equivocación. Si marcaba el número del cuaderno la llevaría a un teléfono móvil y yo tendría alguna historia convincente preparada sobre mi olvidadiza esposa y su habilidad para perder el bolso. Luego habría preparado una cita para el cambio. Dudé si estaría recelosa pero me alivió que ella y sus amigas encargaran café y estuvieran tan distraídas como para no darse cuenta cuando cambié de nuevo con éxito el bolso.

La seguí de nuevo a los grandes almacenes para asegurarme que no fuera un día de clase, luego fui a su apartamento. Toqué primero el timbre por si tenía una compañera de habitación o un novio, luego subí y lo exploré todo. Descubrí que era una especialista en psicología luchando por satisfacer las demandas del curso y su tarea diaria y que aparentemente vivía sola. Tenía un pésimo gusto en el vestir y parecía escoger ropa inflada que escondiera su figura y colores que no le pegaban. Aunque fuera un rompecabezas su guardarropa me suministró detalles de su talla que me permitirían encargar algunos de los atuendos más exóticos antes de recogerla. La ausencia de un novio y cartas enfadadas de la familia me aseguraban que no la darían por perdida en algún tiempo. Casi estuve tentado de esperarla y cogerla entonces, pero no quería que nadie me situase cerca de la escena así que en lugar de eso decidí esperar un mes y volver a casa a prepararla...

La mazmorra estaba casi terminada. Me las había apañado para hacer la mayor parte del trabajo por mí mismo y los pocos extras que había tenido que pedirle a mi contratista que hiciera (como poner agua en la sala pequeña del bajo) se explicaban con facilidad por mi amor a la fotografía. Antes de recoger a mi modelo fui a Nueva York de excursión de compras fetichistas. Mordazas, esposas, látigos, cadenas, arneses, juguetes y un guardarropa fetichista razonable, empezaron a llenar la mazmorra. Conseguí hacerme con algunos muebles razonablemente fuertes, de segunda mano para dar vida al lugar, el único problema ahora era recoger a Caroline.

Y no iba a ser fácil. Repasé sus movimientos tal como los conocía. Arriba a las siete, salir a las ocho treinta, en el trabajo a las nueve, almuerzo de doce a una. El problema no era lo que hacía ella si no el hecho de que todo el mundo hacía lo que ella al mismo tiempo. Al menos una docena de personas salían de su edificio de apartamentos en quince minutos cada día. Cuando lo contemplaba en detalle empezaba a parecerme que no había un momento en el que pudiera, razonablemente, esperar tenerla sola suficiente tiempo para capturarla y hacerla desaparecer.

Primero, su apartamento estaba en el tercer piso de una pequeña finca de estudiantes, había todo el tiempo una actividad frenética. Aunque tenía llaves del apartamento y podía emboscarla allí de día o de noche no había método que pudiera usar para sacarla del lugar sin que se notara. No había duda de que podría llevármela, pero alguien podía acordarse de mencionar al tío con la novia borracha o la duda con respecto a "la caja grande" cuando la policía empezara a hacer preguntas. Podía esperar hasta horas tempranas pero entonces la puerta trasera que llevaba al aparcamiento estaría cerrada así que tendría que pasarla por las puertas delanteras. Decidí que nunca estaba suficientemente tranquilo para que eso funcionara.

El aparcamiento estaba en superficie y en la parte de atrás del edificio. De 7 de la mañana a 8 de la tarde había una salida trasera abierta para permitir el acceso. Desgraciadamente era claramente visible desde la carretera y lo peor es que era un atajo para el bar más cercano. Por ello una emboscada en el aparcamiento estaba fuera de lugar.

En la tele desde luego, es todo terriblemente sencillo, la heroína deja el apartamento y entra al coche. De repente el bulto amenazador del chico malo surge detrás de ella y una mano enguantada se cierra sobre su boca. En la escena siguiente ella está atada poco convincentemente y amordazada sobre su propio asiento trasero mientras el chico malo telefonea al héroe para concertar una cita. Desde luego la heroína siempre tiene un coche doméstico grande, si hubiera sido lista y hubiera comprado un pequeño y compacto modelo japonés como Caroline solo habría tenido que preocuparse por secuestradores enanos y contorsionistas.

El único resquicio real era que ella dejaba los almacenes ligeramente más tarde que cualquier otro. Podía, en teoría, asaltarla en los callejones traseros que llevaban a su coche. Desgraciadamente la MAYORIA de ellos eran atajos muy utilizados, lo que probablemente era la razón por la que se sentía segura usándolos. La única excepción era una calleja cercana a los almacenes, aquí y a esa hora podía esperar tenerla sola durante unos quince a veinte minutos. Desgraciadamente era demasiado estrecha para un coche, llevaba, sin embargo, hasta un callejón más ancho a dos manzanas. Este callejón ancho era suficientemente tranquilo para que pudiera quizás aparcar allí durante cinco minutos antes de congestionar el tráfico, pero simplemente ponerlo era demasiada ocupación para mí para dejar un coche allí durante el rapto. Por un instante jugué con la idea de esconderla en un cubo de basura mientras iba a buscar el coche, pero aún con la mejor mordaza del mundo haría demasiado ruido para que yo la dejara los veinte minutos que necesitaba. Empezaba a desear saber más sobre drogas para poder dejarla sin conocimiento, pero sabía que, a menos que fuera muy cuidadoso, podría matarla. Lo que necesitaba era una forma de dominarla y hacerla invisible durante quizás veinte minutos.

Entonces de nuevo los hados acudieron en mi ayuda. Durante otra excursión de compras en NY cometí el error de atajar por un callejón particular. Aproximadamente a la mitad me di cuenta de que había alguien a mi lado, antes de que pudiera reaccionar alguien me lanzó algo contra un costado y se me fue todo. Un policía me dijo más tarde que era un aturdidor, un dispositivo eléctrico que administra a las víctimas una descarga debilitadora. Me imagino que estuve sin sentido quizá unos diez minutos, que había sido tiempo suficiente para que el tipo se esfumara con mi cartera. La policía había aparecido tan deprisa porque un vagabundo que dormía en el callejón les había avisado. Tuve que confesar que no había notado su presencia, ni parecía que la hubiera notado mi atacante, porque los policías lo cogieron en la manzana siguiente. Deslicé un billete de cien al vagabundo por su ayuda antes de seguir para mi destino. Fui más cuidadoso desde entonces pero me hizo pensar.

Las siguientes semanas practiqué mi técnica de captura utilizando una muñeca inflable, parcialmente rellena de arena. Tomando nota mental escenifiqué esposar las muñecas, amordazar la boca, asegurar las piernas. Cuando pude atar a mi víctima de vinilo sin resistencia en menos de tres minutos volví a la Gran Manzana y contraté una mujer que se anunciaba como "Sumisa profesional". Dejó claro que no trabajaba el "estilo duro" pero, aparentemente, las fantasías de secuestro eran comunes tanto de sus clientes masculinos como de los FEMENINOS.

Trabajamos en lo que ella llamaba una "escena". Ella entraría a su dormitorio como una "ejecutiva agotada". Yo, como un rival fastidiado, saltaría sobre ella, la ataría y la amordazaría para "castigarla" por haber conseguido "Mi promoción". La trama era insustancial pero por lo visto muy popular con sus otros clientes, ofreció otras varias pero todo lo que yo quería era refinar mi técnica sobre un cuerpo real que ofreciera resistencia. Después de la primera vez hice algunos cambios, ella iba a intentar hacer todo el ruido posible en todos los casos, le daría un plus de cien dólares si conseguía evitar que la atara en dos minutos y se me permitía atarla como yo quisiera. En las dos primeras ocasiones se quedó con los doscientos pavos pero después llegó a resultarme fácil reducirla. Probé varios tipos de ataduras y mordazas buscando tanto el tipo de movimientos y sonidos que la víctima podía hacer como el grado de inmovilización y silencio. Finalmente estaba satisfecho de haber encontrado lo que quería de modo que empaqueté mi equipo y empecé el largo viaje que acabaría con Caroline.

Ese viernes la seguí. Me mantuve alejado de los almacenes porque había cámaras de seguridad y guardias privados pero asistí a su almuerzo regular. Sus dos amigas modelos estaban en Chicago por asuntos de negocios, lo que parecían malas noticias para ella porque necesitaba un sitio donde estar durante unos días. El casero la echaba el lunes al parecer y necesitaba cambiarse el fin de semana. Con un suspiro una de las chicas le ofreció una llave de reserva de su apartamento pero dejándole claro que no podía ser un apaño permanente. Por un segundo consideré volver a pensarme mi arriesgado plan a favor de cogerla allí pero supuse que con mi suerte este apartamento sería peor que el actual. En todo caso lo que estaba claro es que tenía que actuar rápidamente, por alguna razón y a pesar de que estaba planeado raptarla al día siguiente me sentía impulsado a acelerar las cosas. En el camino de vuelta a los almacenes me deslicé por los callejones traseros hasta el sitio donde ella había aparcado el coche. Luego lo robé, fácil cuando tienes las llaves. Estaba al tanto de la zona "mala" de la ciudad así que me dirigí allí. Aparqué en una calle trasera y dejé el coche abierto con las llaves dentro antes de salir a una calle más transitada y coger un taxi. Había estado lejos del coche quizás cinco minutos antes de que el taxi me volviera a llevar por la calleja. Para entonces el coche ya había desaparecido, con destino a un desguace o quizás a una nueva identidad como su ama.

Me dejó en el centro de la ciudad y recuperé mi coche del aparcamiento. Luego conduje hasta su casa. El bloque todo lo tranquilo que podía estar cuando subí las escaleras posteriores con mi disfraz. Llevaba vaqueros y una sudadera con capucha y llevaba un par de libros debajo del brazo. Como el "estudiante instantáneo" entré desapercibido al apartamento. Para mi sorpresa el contenido de las habitaciones había sido empaquetado en varias cajas bastante grandes. Solo quedaba fuera un poco de comida y las almohadas y la ropa de cama. Habiéndome sonreído de nuevo la fortuna empecé a llevar las cajas escaleras abajo, a mi coche. Varias personas parecían estar mudándose al mismo tiempo y resultó sencillo perderme en el ir y venir. Me aseguré de pasar relativamente desapercibido al cargar el coche dando vueltas por el hueco de la escalera para asegurarme que nadie me veía entrar en su apartamento. Toda la movida me llevó unos veinte minutos. Revisé por encima para asegurarme de que no se quedaba nada de valor pero dejé deliberadamente sin limpiar el sitio. Como detalle final dejé el último recibo sobre la mesa junto con dinero suficiente para cubrir el alquiler. Razoné que el casero lo encontraría el lunes y asumiría que ella se había mudado. Pondría las cajas en el asiento trasero del coche pero las almohadas y las colchas en el maletero como aislamiento sonoro adicional.

Me dirigí a un punto solitario a prepararme para el asalto final. Bajo la sudadera me puse un arnés al que sujeté diferentes artículos que necesitaría de forma inmediata. Mirando atrás me pregunto por qué hice esto, mi "cita" con Caroline no era hasta dentro de un rato y el arnés era voluminoso. Razoné que era mejor acostumbrarme a él de manera que no resultara extraño cuando me aproximase a ella. Conduje de nuevo al centro de la ciudad con la intención de esconderme detrás de los contenedores del callejón hasta que saliera del trabajo. Llevando una gran caja de cartón llena de equipamiento al callejón, moví tranquilamente uno de los contenedores un poco para permitir un paso de seis pies (1,80 m) entre ellos.

Acababa de desempaquetar la caja cuando un sollozo me alertó de que alguien se acercaba. Por tonto que parezca miré alrededor del contenedor en lugar de esconderme inmediatamente. ¡Era ella! No podía creerlo, ¡estaba caminando callejón abajo, sollozando silenciosamente como una hora antes! Me entró pánico, había demasiada gente por los alrededores para que funcionara, los almacenes cerrarían en pocos minutos y el callejón se llenaría de sus compañeros trabajadores. Me golpeó la fría constatación de que había exagerado mi mano, que después de todos los planes y gastos había resultado un poco demasiado impaciente. No podía cogerla ahora, pero si no lo hacía descubriría la desaparición de su coche y de las cosas de su casa. Habría informes policiales, preguntas, en resumen que Caroline Conway sería demasiada noticia para hacerla desaparecer.

Había fallado y en el fondo estaba furioso. Furioso con Samantha por empezar este asunto en primer lugar, furioso conmigo mismo por mi impaciencia pero sobre todo furioso con ella, por Caroline, por tener la insana manía de salir antes la única vez que realmente importaba. Luego, antes de que me diera cuenta de lo que estaba haciendo, me acerqué a ella. "¿Caroline?" pregunté y mientras levantaba sus ojos llenos de lágrimas hacia mí apreté el aturdidor contra su costado y presioné el botón. Ella hizo un "Uhhug" mientras su diafragma contraído expulsaba el aire de sus pulmones. Una expresión dolorida y sorprendida se extendió sobre su rostro mientras empezaba a caerse. La dirigí hacia el saco de dormir abierto que había extendido entre los contenedores, miré a ambos lados del callejón y no vi a nadie, luego dejé paso al piloto automático.

Primero las esposas, desengancharlas del arnés y luego abrocharlas, un par en los tobillos y otro en las muñecas. Luego venía una pelota de esponja densa diseñada aparentemente para la gente que practicara juegos cerca de ventanas de cristal. Era bastante tenaz y a pesar de la ausencia de resistencia me llevó un tiempo meterla dentro. La fijé allí con dos rápidas bandas de cinta de embalar, empezando cada una en la mandíbula cruzando sobre los labios y terminando en el carrillo contrario. De nuevo comprobé si había gente sabiendo que el callejón estaría en su momento álgido de ocupación en pocos minutos. Afortunadamente todavía estaba a salvo así que seguí cubriendo su boca con banda tras banda de cinta. Luego, siguiendo el plan reforcé las ligaduras antes de que pudiese moverse de nuevo. Cuatro correas de cuero, dos por encima y por debajo de los codos, lo mismo en las rodillas. Quité rápidamente las esposas de sus tobillos y saqué de la caja un par de grilletes ya trabados mediante un candado. Los até mediante unas correas a sus tobillos y ella intentó darme una patada e hizo los primeros sonidos desde que disparé el aturdidor. El sonido era suave pero no lo bastante, volviéndola de lado recogí su pelo en una única mata, manteniéndolo con la mano derecha usé la izquierda para pasar una banda elástica desde la muñeca derecha al pelo. Un par de rápidos golpes y el pelo quedó atado en una cola de caballo y retirado del camino para la siguiente fase.

Podía oír a la gente saliendo de las tiendas callejón abajo. Pensaba dejarla como estaba pero resultaba aún demasiado ruidosa. Rápida y brutalmente enrollé una banda elástica a su cabeza y sobre sus labios encintados. Sabía que estaba realmente prieta pero en aquel momento todo lo que contaba era el efecto que tenía en sus gritos. No solo resultaron más mudos sino también más bajos y guturales porque tenía que hacerlos más con la garganta. Podía ver sombras que se movían en el otro extremo del callejón. Ahora era demasiado tarde para escapar. Tendría que esconderme y esperar que mi idea funcionara. Dándole vueltas sobre su estómago usé una correa de reserva para trabar sus muñecas con sus tobillos. Satisfecho lancé el otro extremo del saco de dormir sobre ella y cerré la cremallera. Tras varios intentos se terminó de cerrar, se cerró sobre su cabeza puesto que ella estaba casi en el fondo del saco. Volcando rápidamente la otra porquería de la caja, utilicé la parte superior del saco para tirar hacia arriba su cabeza y empujé la caja hacia abajo sobre la parte superior de su cuerpo. Vaciando media botella de whisky barato y algo de basura en el saco, coloqué la media botella estratégicamente cerca de la valla y me deslicé tras el contenedor.

Debía haberlos oído porque intentó forcejear y gritar cuando pasaron las primeras personas. Por supuesto era demasiado tarde, los que pasaban al oler el alcohol fuerte, veían el saco de coser roto y la caja de cartón y "veían" un vagabundo, no una chica secuestrada. Es un condicionamiento social que cuanto más ruido hacía más invisible resultaba para los que pasaban. No hay otra persona en la calle más totalmente ignorada por miedo a que te den un golpecito para pedirte dinero suelto. Me escondí y observé, contento de que el plan hubiera funcionado pero un poco molesto ante el tipo de sociedad sin cara que hemos llegado a ser. Mientras estaba allí agachado revisé su bolso, encontré una nota escrita precipitadamente de despido de los grandes almacenes y comprendí las lágrimas. Antes de que todo estuviera suficientemente tranquilo para mí para salir a buscar el coche, dos de las mujeres del mostrador de cosméticos donde trabajaba ella se pararon en los contenedores. Me quedé helado convencido de que habían reconocido algo que hubiera olvidado. Al final, sin embargo, solo encendieron sus cigarrillos, y cotillearon sobre como "esa estúpida zorra, Caroline" había forzado demasiado su suerte.

Tal vez reconociendo sus voces intentó luchar y gritar de nuevo, una comentó que la policía debía detener a las personas de esa clase y lo adornaron con un contoneo autoafirmativo. Mirándola sollozar dentro del saco de dormir empecé a pensar que podía estar haciéndole un favor y que de toda la gente que ella conocía solo yo, su secuestrador, su violador, su AMO se preocupaba realmente de lo que le ocurría. Con este pensamiento en la cabeza comprobé que no había moros en la costa y abrí el saco. Las esposas de sus muñecas ya la estaban mordiendo, cortándole la circulación. La tensión extra de la traba se lo estaba poniendo peor, debía haberlo pasado muy mal.

Liberé la traba y empecé a enrollar cinta de embalar alrededor de sus muñecas, cuando había puesto suficiente le quité las esposas y seguí con las manos. Pude forzarla a enlazar los dedos con la amenaza de un cuchillo y encinté los dedos en una masa compacta. El resultado fue que cuando volví a aplicar la correa de traba mordía en la cinta y no en sus muñecas. Parecía contenta de que el dolor hubiera cesado así que la volví a meter en el saco de dormir y en la caja. Luego apilé más basura a su alrededor y fui a recoger el coche. El viaje me llevó veinte minutos y cuando me aproximé de nuevo a los contenedores lo hice con cierto nerviosismo. Retiré la caja y respiré al ver su cara amordazada en vez del policía que casi esperaba. Sollozaba, gruesas lágrimas corrían por sus mejillas. Le soné rápidamente la nariz y le advertí que dejara de hacer pucheros porque corría riesgo de sofocarse. No sé cuanta gente habría pasado mientras estaba tumbada atada y amordazada en el atajo, pero la experiencia de estar tan indefensa y con el rescate tan cercano la había llenado de desesperación. Me dio poca guerra mientras la trasladé del callejón al maletero del coche. La empaqueté rápidamente con sábanas y almohadas a su alrededor para amortiguarla aún más y para minimizar el riesgo de que pudiera hacer ruido con el metal del coche. Satisfecho limpié todo rápidamente, vaciando la mayor parte del decorado de mi "vagabundo" en los contenedores. Empecé a vaciar también el whisky pero un impulso me detuvo y en lugar de ello lo dejé donde solo un hombre invisible miraría y me marché para llevar a mi premio a su nueva casa.