Caroline 2

La malvada Caroline logra someterme con un pene de goma

Pasó algo más de una semana sin que ocurriese nada erótico entre nosotras.

Mientras tanto ella hizo estragos en mi familia.

Con sus ideas de odio a los hombres analizaba de un modo muy negativo las actitudes de mi padre y, cuando conversaba con mi madre, le hacía ver una imagen de él como alguien vulgar, poco atractivo, desagradable

Se convirtió en la confidente de mi madre y aprovechaba esa confianza para enternecerle el corazón y convencerla de que mandasen dinero a su madre, que estaba enferma en Suecia.

De esto mi padre y yo nada sabíamos. Pero sí podíamos ver los nuevos modelitos que lucía Caroline. Hacíamos la vista gorda ante tanto caprichito.

Nos compadecíamos de Caroline, que nunca había gozado de una familia.

En aquel periodo me llamaba por teléfono un hombre mucho mayor que yo, que se había enamorado de mí. Yo conservaba con él una inocente amistad y le contaba mis cosas.

Un día, al regresar del baño a mi habitación escuché que Caroline decía por teléfono:

-Ella es mi chica. Como la llames más, como te acerques a ella te mato.

Yo no dije nada a Caroline de aquello. Hice como si nada hubiese oído.

Otro día en que estábamos ella y yo con la pandilla comenzamos a hablar de sexo. Yo confesé que mi novio y yo aún no habíamos hecho nada.

Mi novio dijo que él estaba deseando pero que esperaría a que fuese para mí el momento oportuno.

Caroline dijo:

-A tu novia me la voy a follar yo antes de que a ti te de tiempo a tocarla.

A mi esas palabras se me quedaron grabadas a fuego. Cada día yo notaba como Caroline me miraba. Se sentaba muy próxima a mí en el sofá. Y a menudo apoyaba su cabeza sobre mi hombro. Respirando en mi cuello.

Una noche de ese largo verano estaba yo profundamente dormida. Me desperté confusa y asustada. Notaba algo extraño en mi cuerpo.

Enseguida sentí que se trataba de la lengua de Caroline recorriendo mi sexo.

Me humedecí rápidamente. Su lengua golpeaba mi clítoris. Lo rozaba. Rozaba mis labios mayores y menores y se introducía en mi vagina.

Caroline me besó en los labios y me sacó el camisón con facilidad.

Yo la abracé. No iba a resistirme más. Hacía tiempo que la deseaba y ya era suya.

La tomé entre mis brazos y giramos sobre la cama quedando yo sobre ella. Estaba completamente desnuda.

Lamí sus pezones. La besé con insistencia. Sus pechos eran más grandes que los míos. Con su palidez eran soberbios. Sus pezones estaban erizados. Ella suspiraba.

Comencé a descender por su cuerpo. Besándolo. Lamiéndolo. Llegué a su precioso coño. Estaba enteramente depilado.

Parecía que ella se había preparado para ese momento.

Me abalancé sobre su cueva de placer. Lamí su clítoris. Sus ojos turquesa se abrían de par en par. Su boca entreabierta y carnosa me colmaba de excitación.

Le introduje un dedo mientras le lamía el clítoris. Le introduje otro.

Ella echó la cabeza hacia atrás.

Me tendí sobre ella para sentir su piel y con mi mano le acariciaba su sexo.

Pero no iba a ser tan fácil dominar a Caroline.

Ella era más fuerte que yo. Me apartó y se levantó de la cama. Sacó algo de un cajón. Se acercó mirándome con cara de mala y con algo escondido detrás de la espalda.

Se sentó en el borde de la cama. Yo no veía lo que hacía. Se puso unas braguitas negras.

Me quedé atónita cuando vi que eran unas de esas bragas que tienen un consolador incorporado.

-Caroline, eso no. Por favor, soy virgen.

Me mandó callar:

-Eres mía.

Me sujetó las manos con fuerza y se tumbó sobre mí inmovilizándome.

Me resistía. Pensé en gritar, pero no sabía como podría explicar a mis padres lo que estaba ocurriendo.

Solo podía intentar liberarme yo misma. Me daba pánico ser penetrada por ese gran consolador.

Ella me besaba. Me separó las piernas y se situó entre ellas.

Con sus besos en el cuello logró calmarme un poco. Me susurró al oído que me quería.

El pene de goma chocaba contra mi vagina intentando entrar. Yo estaba muy excitada. Deseé que entrase.

De golpe entró un buen trozo. No pude evitar gemir por el dolor.

-¡Ay!

Caroline mientras me lo metía me miraba. Disfrutaba contemplando mi expresión al ser penetrada.

Me metió un poco más, como si mi vagina estuviese compuesta por sucesivas resistencias.

Finalmente, con una fuerte embestida me penetró del todo.

Aquello fue bastante doloroso. Pero estaba muy excitada. Le pedí que continuase.

Ella me besó fuerte en los labios. Yo la abracé. Continuó tomándome.

Me pidió que me pusiera sobre ella.

Mientras introducía el pene de goma en mi interior y la besaba, ella se acariciaba el clítoris bajo las braguitas.

Yo la imité y comencé a masturbarme mientras ella me lo metía y sacaba jugando con sus caderas.

Sus maravillosos pezones me apuntaban amenazantes.

Le quité las braguitas y me tumbé sobre ella.

Estábamos tan excitadas que rozando nuestros cuerpos alcanzamos el supremo placer.

Pocos días después. Con nuestra pasión en todo su esplendor. Mi padre denunció en casa ante mi madre y ante mí que Caroline y su madre nos estaban estafando.

Nos convenció con sólidos argumentos de que no existía enfermedad alguna de la madre, de que ya le había pasado antes a otras personas. Que eran estafadoras internacionales. Que abusaban de la generosidad de la gente. Manipulaban y se ganaban la confianza de la gente inspirando pena. Y si era necesario, a través del sexo. Que estaban destruyendo nuestra familia. Que todo era un plan preconcebido. Especialmente, Caroline nos estaba vampirizando a mi madre y a mí.

Ver a mi padre tan convencido me hizo reflexionar y, en el fondo seguía siendo una niña. Mi padre sin duda tenía razón y Caroline me había utilizado como tantas veces yo la había visto hacerlo con otras personas.

Mi padre mandó a Caroline a Suecia con un billete de avión con toda premura y no quise dirigirle la palabra ni despedirme de ella.

Sus cosas fueron empaquetadas para enviárselas a su país.

Pero la duda me corroía. No quería creer en su traición. Mi corazón palpitaba por ella a mi pesar.

Así que hice algo que está mal. Necesitaba saber la verdad. Leí su diario.

Caroline decía que sentía que solo podía confiar en mí. Que me amaba. Que yo la amaba a ella. Que yo era la única persona con quien se sentía protegida de la alargada sombra de su madre. Yo era lo que más amaba en este mundo.

Desconozco su dirección. No tengo su teléfono. Hace ya diez años que no tengo noticias de Caroline.