Caroline 1
Una hermosa hembra amenaza con arrebatar mi virginidad
Caroline es gélida. De pétrea mirada color turquesa. Piel blanca y labios de vampiresa.
Medio sueca, medio oriental. Rubia, de pelo largo e impecable. Carácter seductor, pagada de sí misma, cortante y calculadora. Envuelta en un magnético halo de misterio. Irradia un exotismo embriagador.
Caroline es alta y delgada. Nos conocimos en el colegio, cuando ambas éramos preadolescentes.
Su belleza tan evidente que resultaba dolorosa y su egocentrismo, junto con una madurez excesiva, provocaban su exclusión.
Nadie le dirigía la palabra.
A mí tampoco.
Yo era una niña extraña. Desconozco las causas de mi marginación. Seguramente habría muchas: mi interés por lo esotérico, mi pasión por los libros o mi carácter fantasioso en exceso.
Era guapa pero iba descuidada. No tenía ningún interés por las cuestiones de belleza y mucho menos por los chicos.
La sexualidad era un tema que me avergonzaba. Yo llevaba el pelo corto. Castaño oscuro. Era una jovencita estilizada, de mirada profunda y aire soñador.
No sé como ocurrió, pero Caroline y yo nos hicimos amigas.
Se trató desde el principio de una relación extraña. Había una mutua fascinación.
Me embelesaban su perfume y sus movimientos. Ella era una divinidad. Y no solo a mis ojos sino a los de todo el mundo.
Ella me dibujaba. Y yo percibía que me envidiaba. Que trataba de competir conmigo.
No podía comprender porqué. Percibía el yugo de su amor y de su odio.
Pronto comenzó a experimentar comigo. Me maquillaba. Me prestaba vestidos.
Nos encerrábamos en una habitación y ella me desvestía y me vestía concentrada.
Me enseñaba a seducir a los hombres. A acariciar.
Cada uno de sus movimientos era estudiado para atrapar y ella estaba desconcertada con mi naturalidad sin pretensiones.
Sobretodo era mi maestra de actitud. Frente a mi carácter etéreo y dulce chocaba su agresividad, su ego, su juego felino de sensualidad, su carencia de buenos sentimientos. Caroline no amaba a nadie más que a sí misma.
Y lo que por mí sentía era desconcertante. Me había escogido como única confidente, como refugio de su odio hacia el mundo.
Confiaba en mí y en nadie más.
Su madre, creo, ahora entramos en el terreno de la incertidumbre, había sido prostituta de lujo en su juventud y Caroline no conocía a su padre.
Con su madre había venido a vivir a España. Su madre era una persona autoritaria, cruel. Que profería a su hija escasísimas muestras de afecto. Luego supe que la maltrataba. O al menos, que tenían terribles peleas.
Caroline era sin duda el reflejo de su madre. Pero más pragmática. Más inteligente. Era la que usando el nombre de su madre hacía los trámites burocráticos, los bancarios. La que conocía el dinero que entraba y salía.
La que hablaba español, además de otros cuatro idiomas. Que le permitían moverse por el mundo con una apabullante seguridad.
Por eso ella era una mujer cuando yo aún era una niña. Yo tenía una sólida y cariñosa familia, un mundo de imaginación y juego. Ella un entorno desestructurado. Un pasado sin infancia. Una excéntrica y novelesca vida.
Me enseñó a bailar. Ponía música y bailaba para mí. Mientras me miraba, sugerente.
Despertando en mí instintos nuevos, desconocidos.
Cuando me probaba sus sujetadores siempre se le escapa un roce, una caricia.
Cuando me hacía alguna confesión se acercaba a mí, me abrazaba. Aprovechaba cada arrebato de emoción para romper la distancia entre nuestros cuerpos.
Tanto ella como su madre tenían una forma de vivir extraña. Su madre no trabajaba y Caroline apenas llevaba algún ingreso eventual a casa como modelo para catálogos de ropa para adolescentes. De modo que siempre pululaban a su alrededor amigos que las ayudaban. No quiero inducir a ideas erróneas, sus amigos eran miembros de iglesias, matrimonios de ancianos, personas caritativas.
Hasta en el detalle menor como la factura del teléfono o la ropa que llevaban había algún amigo oculto que lo costeaba.
Sin duda, hay algo turbio en este modo de vivir. Algo que huele a engaño, a estafa.
Sin embargo Caroline, con su belleza sobrecogedora, veía como algo natural que las personas le rindiesen pleitesía y toda la ropa y caprichos eran pocos para ella.
Le gustaba llevarme con ella cuando quedaba con algún chico. Pretendía enseñarme cómo era su trato, escupiendo sobre su dignidad. Quería que yo aprendiese a subyugar. Era mala. Les sacaba todo lo que quería y luego los dejaba tirados. Despertaba expectativas. Su deseo. Les tocaba en partes íntimas. Besaba. Pero siempre tenía ella un ojo puesto en mí. Era un espectáculo que desplegaba en mi honor.
Yo sabía que odiaba a los hombres. Era un odio irracional. Los despreciaba profundamente y los consideraba seres inferiores. Presos de sus bajas pasiones. Manejables. Instrumentos. Y no ocultaba ante ellos su odio. Los excitaba con su orgullo y su actitud cruel. Caroline los enamoraba perdidamente.
Un día me hizo una terrible confesión que cambió nuestras vidas.
Me dijo que su madre tenía una enfermedad en estado avanzado. Que ella no tenía a nadie más en el mundo. Que quedaría sola y desamparada. Me pidió que hablase con mis padres. Que la adoptásemos en mi familia. Que la acogiésemos durante la enfermedad de su madre y tras la muerte de ésta, ella sería mi hermana.
Yo hablé con mis padres. Se compadecieron profundamente de la niña que era mi compañera de juegos e iniciaron las conversaciones con su madre.
Su madre fue a Suecia a recibir un tratamiento médico y Caroline llegó a casa.
Una noche me dio un masaje. Me quité toda la ropa y ella se tumbó a mi lado en la cama. Comenzó a acariciarme suavemente con sus uñas. Masajeó también mis nalgas. Al oído me susurró que le encantaba mi culo.
Yo estaba experimentando sensaciones totalmente nuevas. Un intenso calor entre mis piernas y en los pezones.
Se puso de rodillas detrás de mí. Entre mis piernas entreabiertas. Y comenzó a acariciarme desde los pies. Ascendía entre mis muslos. Se iba acercando a mi zona más caliente.
Rozó mis labios por detrás con la punta de sus dedos.
El silencio invadía la habitación. Yo comenzaba a tomar conciencia del deseo.
Sentí como se movía. Escuché como se quitaba la ropa.
Se tumbó sobre mi cuerpo y sentía sus pechos incipientes en mi espalda. Sentía la suavidad incomparable de su piel.
Percibía el olor de su perfume. Y su pelo caía sobre mi cuello. Sus labios besaban bajo mi oreja. Sobre mi hombro. Dulce. Húmedo. La humedad me llenaba. Escalofríos.
Me susurró que me quería más que a nadie en el mundo.
Desde el principio comenzó a conquistar territorios en nuestro hogar. Copó el mejor lugar de mi armario, pronto me desplazó a mí a la cama supletoria, utilizando ella la principal.
Con su encanto natural todos le concedíamos cuanto pedía.
Mi madre la llevaba de compras y le regalaba ropa, joyas iba a pasear con mi madre. Pasaba más tiempo con ella que yo.
Pero yo estaba contenta de tener a Caroline, mi gran amiga, a mi lado y me alegraba de que al fin tuviese una vida normal.
Tras unos meses con nosotros Caroline fue a Suecia con su madre a pasar una temporada y ver como se encontraba. A la vuelta de su viaje regresaría a casa.
En los meses en que Caroline estuvo fuera yo comencé a poner en práctica sus enseñanzas.
Pronto fui una chica muy popular. Tenía un grupo amplio de amigos y también un atractivo novio con el que no pasaba de los besos.
Desde las experiencias con Caroline el deseo de sensualidad y de sexo se había abierto como una brecha en mis entrañas. Mi cuerpo estaba preparado para la entrega.
Cuando ella regresó, un mes más tarde, yo no era la niña tímida de la que se había despedido en el aeropuerto. Era una atractiva y segura mujercita. El reluciente verano anterior al instituto era el escenario de mi propio espectáculo.
Conoció a mis amigos, conoció a mi novio.
Acostumbrada a ser el centro de atención intentó seducir con sus encantos a mis amigos. Intentó ser la más divertida, la más popular.
Pero yo ejercía un efecto mucho más poderoso sobre todos ellos. Siempre era la anfitriona de las fiestas y despertaba sus pasiones.
La propia Caroline reconoció sorprendida "Tú eres la reina".
Pero lo que más molestó a Caroline fue la presencia de mi novio.
Desde que llegó no dejó de hablarme de lo mentirosos que eran los hombres, de lo poco fiables que eran. De su escaso atractivo y falta de capacidad para complacer a una mujer.
Yo la escuchaba paciente, pero lo atribuía todo a sus evidentes celos.
Un día me aconsejó una estrategia de seducción que según ella atraparía a mi novio aún más.
Me dijo que jugásemos todos a la botella y que dejase que ella hiciese lo que tenía pensado y yo obtendría el prometido resultado.
De modo que así lo hicimos y nos tocó besarnos a ella y a mí. Los chicos nos miraban expectantes. Caroline me miraba de un modo muy especial.
Nos pusimos de pie y ella me rodeó por la cintura y me comenzó a besar en los labios. Jamás nadie me había besado como ella.
Pronto jugó con mi lengua. El beso se prolongó. Con una mano ascendió hasta mis senos. Comenzó a besar mi cuello.
Yo me excité con Caroline.
Al día siguiente Caroline sugirió que volviésemos a jugar. Parecía que la botella estaba trucada. A ella solo le tocaba besarme a mí. Cuando volvió a tocarle se acercó ella al sofá donde yo estaba y me empujó suavemente hacia atrás. Me besó el cuello. Me besó en los labios y comenzó a deslizar su mano bajo mi minifalda.
Mi novio dijo con tono autoritario:
-¡Caroline! Deja a mi novia ya.
Ella le plantó cara:
-Me gusta tu novia. Y si quiero la beso.
Reinó por unos segundos silencio sepulcral.
El incidente no pasó a mayores pero mi novio me prohibió que besase a Caroline. Estaba manifiestamente celoso y preocupado. Aún más pendiente de mí.
La estrategia de Caroline había sido un éxito.
Esa noche en nuestro dormitorio así se lo hice saber, pero ella me contestó algo inesperado:
-¿Te excitas?
-¿Cómo?
-Que si te excitas cuando te beso.
-No sé. Solo es un juego.
-¿Quieres repetir?
-¿Repetir?
Sin más palabras comenzó a besarme apasionadamente. Se sentó sobre mí y llevaba mis manos hacia sus pechos. Sin pensármelo empecé a tocarla. A manosear sus tetas. A besarla en la boca. En el cuello. Caroline gemía y sobre mí su imagen era soberbia.
Me bajó los tirantes del camisón y acarició mis pequeños pechos. Los lamió.
Succionó mis pezones.
Su mano ascendió bajo mi ropa, entre mis piernas. A terminar lo que esa tarde había empezado. Con sus hábiles dedos se coló entre mis bragas, que estaban empapadas.
Tocó mi clítoris inflamado. Rozó mis labios. E introdujo con suavidad tan solo la punta de uno de sus dedos en mi vagina inexplorada.
Caroline se llevó el dedo a la boca y lo lamió mientras me miraba.
Yo entonces sentí cargo de conciencia. Caroline era prácticamente mi hermana. Yo tenía novio. Lo que hacíamos no era correcto.
Caroline tenía su dedo de nuevo en la entrada de mi vagina:
-Para, por favor, soy virgen. Para.
Ella me dijo susurrante:
-Quiero penetrarte antes de que algún hombre lo haga.
-Estás loca.
Ella introdujo su dedo en mi interior rápidamente y yo gemía.
Mi madre golpeó la puerta de la habitación mandándonos callar.
-A dormir, niñas, a dormir.
Yo aparté a Caroline abochornada y muerta de vergüenza.
-No lo hagas más- sentencié.
Pero esa noche no me podía dormir. El deseo me abrasaba. Ansiaba que Caroline me penetrase. Que lamiese mis recónditos lugares.