Carolina y Susi: el reencuentro (1)

Un comentario al último de mis relatos me puso sobre la pista de Susi ... y finalmente el reencuentro tuvo lugar.

CAROLINA Y SUSI: EL REENCUENTRO (1ª parte)

Poco después de publicar el relato final de la serie "Carolina, la nueva puta del colegio", advertí un comentario que alguien dejo en la página de Todorelatos. Provenía de un usuario cuyo nick era "sexysusi". El comentario dice así : "Carolina soy yo, Susi. He leido nuestras historias. Si de verdad quieres encontrarme escribeme al email que he dejao. Te hecho de menos." Al leerlo el corazón me dio un vuelco. El simple hecho de que se identificara como Susi me puso la piel de gallina, ante la idea de volver a saber de ella tanto tiempo después.

Analicé el comentario con detenimiento. La forma de expresarse y las faltas de ortografía encajaban con el estilo descuidado y algo torpe de Susi. Sin embargo, en seguida me di cuenta de que todo podía ser una broma. En mi opinión, de muy mal gusto, máxime cuando en mi último relato contaba cómo había perdido contacto con mi amiga en mis inicios en el mundo de la prostitución. Rápidamente, pinché en su nombre de usuario para obtener más información sobre aquello. Se había dado de alta en la página el 29 de Septiembre, y en su ficha de usuario figuraba una dirección de correo electrónico. A pesar de que deseaba con todas mis fuerzas que aquello fuera cierto, que se tratase de mi dulce e inocente amiga, sabía que debía mantener la calma y no albergar demasiadas esperanzas. Todo podía ser un engaño, una broma, un enredo de algún lector malintencionado.

Envié un e-mail pidiendo explicaciones a la persona que se encontrase detrás de todo ésto, en la idea de que lo más probable era que se tratase de una trampa de algún lector para intentar verse conmigo. Su contestación me dejó boquiabierta. Me contaba cosas íntimas de nuestra etapa como putas colegiales. Cosas que no he contado en mis relatos y que sólo ella podía saber. Al comprobar la veracidad de su identidad, el corazón se me aceleró por la emoción, y el coño se me humedeció con la lujuriosa idea de volver a estar con ella.

Me manifestó su deseo de volver a vernos. Rápidamente, preparé un encuentro con ella, intentando que nos viésemos de inmediato. Sin embargo, me dijo que vivía en Valladolid y que no podía ser. Me propuso vernos en torno al 20 de Octubre, ya que cogía unos días de vacaciones que la debían en el trabajo y podría desplazarse a Madrid. Tras consultar mi agenda, comprobé que el 20 de Octubre aún no tenía nada previamente concertado. Así pues, reservé ese día para nosotras dos y la emplacé a las seis de la tarde en una concurrida plaza cercana a mi casa.

Los días anteriores a nuestra cita se me hicieron eternos por las ansiedad de reencontrarme con ella, y cruzamos varios e-mails confirmando por ambas partes nuestras ganas por volver a vernos.

Por fin llegó el día 20. La noche anterior había tenido poco trabajo y las horas pasaban con lentitud debido a la ansiedad por el reencuentro. Cuando se acercó la hora, me acicalé como tengo por costumbre, vistiendo mis habituales atuendos sexys y provocativos: camiseta de licra ceñida, minifalda estrecha y corta, y zapatos de plataforma. Cuando terminé de maquillarme, miré el reloj: las seis menos diez. Justo el tiempo necesario para llegar al lugar de encuentro. Salí a la calle presa de la excitación que me producía el hecho de volver a ver a Susi. Deseé con todas mis fuerzas que no hubiese cambiado mucho, que continuase siendo la misma adolescente bobalicona que recordaba y que acataba mis órdenes y mis deseos sin contemplación. Recordé el momento en que desvirgué su agujero trasero con un enorme consolador y cómo la enseñé a comer pollas, del mismo modo que mi hermana y mi madre me habían enseñado antes a mí. La entrepierna se me humedecía sólo con pensar en aquellas inolvidables experiencias vividas junto a ella.

Sumida en el recuerdo de aquellos maravillosos momentos, llegué a la plaza en que nos habíamos citado. Miré a mi alrededor en busca de mi querida compañera. Y allí estaba ella. De pié junto a la salida del metro. Al reconocerla, un sentimiento de alegría y felicidad invadió mi cuerpo, al tiempo que se me ponía la piel de gallina por el hecho de volver a tenerla a escasos metros de mí después de tanto tiempo. Mientras me acercaba a ella, estudié con detenimiento los cambios que, a simple vista, se habían producido en su anatomía desde la última vez que la vi, doce años atrás. No había duda de que había crecido. En aquella época apenas si superaba el metro y medio. En cambio, ahora estaba cerca del metro sesenta, ligeramente más alta que yo misma. El incremento de estatura había hecho que su generosas carnes se repartiesen proporcionadamente por todo su cuerpo, de tal forma que ahora parecía mucho más esbelta que entonces. Llevaba una mallas negras de licra que se ceñían como un guante a sus muslos, a su trasero, a sus pronunciadas caderas y a su entrepierna. Sin duda seguía poseyendo un tronco inferior potente, pero ahora era mucho más llamativo si cabe que cuando tenía 16 añitos. Recorrí con la mirada sus piernas, advirtiendo que las mallas se hacían más amplias hacia sus pantorrillas, terminando en forma acampanada, y por donde asomaba unas botas negras con tacón de aguja. Sus enormes tetazas se mantenían erguidas y apretadas por una camiseta de tirantes de color rojo. Tan espectaculares como siempre las había recordado, parecía que podían reventar en cualquier momento bajo aquella escasa prenda que las cubría. Su melena, más larga que en nuestra etapa colegial, mantenía el mismo color negro azabache que recordaba. Igual de lisa y fina que siempre, esta vez caía sobre sus hombros, llegando algunos mechones a alcanzar las abruptas y redondas montañas de carne que poseía por pechos. Y su rostro, angelical e inocente, como siempre. Simple y ramplón, pero no exento de belleza. Tal y como lo recordaba.

Sólo con verla me invadió una profunda alegría que quise exteriorizar con una sonrisa. Sin embargo, el hecho de volver a tener frente a mí a mi amiga, mi compañera del alma, mi sumisa alumna, desató mi lívido encendiéndome más de lo que nunca habría imaginado. Y el hecho de contemplarla más guapa y atractiva que nunca, provocó que mi mente se bloqueara a sentimentalismos. Fui incapaz de mostrar ni una leve sonrisa, porque lo único en lo que pensaba era en fundirme con ella. En pegar mis labios a los suyos y abrazar su torneado cuerpo con mis brazos, sintiendo el calor de sus pechos contra los míos, y sus poderosas nalgas entre mis manos. Y así lo hice. Sin mediar palabra, busqué su boca con la mía. Antes de llegar a besarla, pude captar su delicioso y embriagador aroma, lo que terminó por destapar mis más perversos instintos sexuales. Cuando el contacto entre nuestros labios se produjo, un escalofrío recorrió todo mi cuerpo, en una mezcla de lujuria y cariño, que nunca antes había experimentado.

Nuestros labios no se despegaban, cual imanes atraídos el uno por el otro. Y nuestras lenguas se buscaban con desesperación, jugando la una con la otra. Sentí su aliento, húmedo y cálido al mismo tiempo, en mi garganta. Deslicé una mano de forma instintiva hacia su trasero, y estreché con fuerza una de sus nalgas, mientras con la otra palpaba sus enormes y carnosas tetazas, ceñidas bajo su apretada camiseta. Ella me imitó y comenzó a sobarme el culo, por encima de la minúscula minifalda que vestía. Todo aquello sin separar muestro labios, en lo que empezaba a convertirse en una escena de exhibicionismo público, pues tenía lugar a plena luz del día y en medio de una concurrida plaza pública. Los peatones pasaban junto a nosotras con asombro, contemplando estupefactos la escena. Algunos cuchicheaban. Otros se paraban a unos metros sin perder detalle de nuestro encuentro. Los más atrevidos, sonreían con gesto incrédulo, mirando a un lado y a otro, buscando algún indicio que les corroborara que aquello era una de esas bromas de cámara oculta que proliferan hoy en día.

Pero no. Aquello no era una broma, sino el encuentro de dos viejas amigas, obligadas a la distancia durante más de una década. Dos compañeras unidas años atrás por el sexo, la lujuría y la prostitución. Dos mujeres sexualmente desinhibidas y sin vergüenza alguna por lo que los demás pudiesen pensar. Un par de zorras viciosas, cuyo único deseo era recuperar el tiempo perdido.

Varios minutos duró aquella estampa. Después, y aún sin pronunciar palabra alguna, nos abrazamos con ternura, en contraste con la lujuria demostrada tan sólo unos segundos antes.

No sabes cuánto te he echado de menos – la susurré al oído, mientras acariciaba con dulzura su melena.

Y yo a tí, Carol – contestó suavemente. Su voz apenas si había cambiado un solo ápice. El tono seguía siendo el de una adolescente bobalicona. Me encantó reconocer aquella inconfundible vocecilla.

Ven – la dije cogiendo su mano – Vayamos a mi casa. Allí podremos hablar con tranquilidad. Tenemos muchas cosas que contarnos.

Emprendimos el camino a mi casa, a tan sólo unas manzanas de distancia de donde nos encontrábamos. Íbamos sonrientes e ilusionadas por nuestro reencuentro y charlamos animadamente. Ella estaba más al día sobre mi vida, gracias a los datos reflejados en los relatos publicados. En cambio, yo no sabía nada de lo que había sido de ella en los últimos doce años. Me contó, como ya suponía, que sus padres descubrieron a lo que se dedicaba en el colegio. Tras muchas broncas, decidieron apartarla de todo lo que tuviera que ver conmigo, para lo cual se mudaron a Valladolid, donde la ingresaron en un colegio más estricto y severo.

Quise llamarte en muchas ocasiones, pero mis padres me tenían tan controlada que nunca encontré el momento – me confesó de camino a mi casa – Además, si manteníamos contacto, me resultaría más difícil olvidarte y sabía que, en el fondo, era lo mejor que podía hacer.

No te lo reprocho – la dije – Éramos unas crías y no podíamos hacer nada para evitar que nos separasen. Pero ... ahora volvemos a estar juntas ... y ya nada podrá separarnos – la dije sonriente y mirando fijamente sus ojos – Y ... dime. ¿Qué tal te ha ido en todo este tiempo?

Bueno ... normal. Repetí un curso y terminé COU a los 19. Después me puse a trabajar. Y ... hasta ahora – me explicó.

¿Y en qué trabajas? – pregunté.

He trabajado en una oficina, de dependienta, de telefonista, ... y ahora estoy de cajera en un supermercado – me comentó.

¿De cajera? Pero ... ¡tía! Tú vales mucho más que eso ... – dije sorprendida – Serías un puta estupenda. Ya lo eras en el colegio – la expliqué - ¿Nunca pensaste en ser puta?

Carol, ... ya sabes que en mi casa ... las cosas son de otra manera – me dijo con aire de decepción - Sigo viviendo con mis padres y ... la verdad ... nunca me atreví a dar ese paso.

¡Pues todo eso va a cambiar! – la dije mientras sacaba la llave de mi casa del bolso, y ya frente a la entrada – ¡Te quedas conmigo!

Pero ... Carol ... mis padres ...

¡Que ya eres mayorcita, coño! – la regañé – Ya tienes edad para hacer lo que te apetezca. ¿Y me vas a decir que no quieres pasarte la vida follando a lo grande y ganando pasta por ello? Ser puta es lo mejor que te puede pasar ... Hazme caso. Te lo digo por experiencia.

Sí, Carol ... pero ... las cosas ... no son tan sencillas – titubeó.

Bueno ... ya hablaremos de ésto – la dije para dejar el tema zanjado, de momento, pero con el firme propósito de no dejarla escapar de mi lado.

Teníamos la casa para las dos solas. Mi madre tenía trabajo a domicilio, mi hermana se encontraba en Barcelona rodando su nueva película, y yo había reservado toda la tarde-noche para estar a solas con Susi. Había mucho de lo que hablar. Pero antes había otra cosa que quería hacer. Algo que no podía esperar, que llevaba 12 años desando que volviera a suceder.

Vete desnudando que no puedo aguantarme las ganas de comerte el coño – la ordené, una vez en el salón de mi casa, y recuperando los papeles de maestra puta y alumna sumisa que habíamos desempeñado años atrás en el colegio. Ella se sentó sobre el sofá y se quitó la camiseta, primero, y el sujetador, a continuación. Sus enormes, redondas y carnosas tetas aparecieron ante mí como un par de montañas dispuestas a ser exploradas por mis manos y mi lengua. Me lancé hacia ellas, sobándolas con frenesí y lamiendo circularmente sus pezones erectos.

¡Ay! ¡Qué gusto, Carol! – exclamó mientras adoptaba una postura acrobática que la permitiera desprenderse de sus mallas sin que yo tuviese que dejar de trabajar sus pechos.

Finalmente, sus piernas quedaron libres de prenda alguna. Descendí con mi lengua hacia su ombligo, sin dejar escapar sus tetas de mis manos. Después, separé sus muslos y metí mi cabeza entre ellos, capturando el aroma de su sexo húmedo. Lamí su raja perfectamente depilada y noté cómo su cuerpo se contraía, apretando sus poderosos muslos contra mi cara y dejándome encerrada entre ellos. Un encierro maravilloso, pues me permitía sentir el calor de su entrepierna al tiempo que me ofrecía toda la extensión de su magnífico coño.

¡Diossss! ¡Qué coño más bonito! – exclamé - ¡Cuánto tiempo he deseado volver a tenerlo frente a mí!

Yo he soñado cada día con esto, Carol – me confesó al tiempo que su conejo se contraía con cada lametón que le daba.

Había planeado que aquella situación se prolongase en el tiempo, que durase mucho, en la idea de que podría controlar mis impulsos. En cambio, el cuerpo me pedía entregarme a la lujuria. Y así lo hice. Lamí su coño con desesperación, saboreando cada centímetro de su sexo. Besé, chupé y mordisqueé su clítoris mientras un par de dedos se colaban en su interior. Follé con mis dedos y con mi lengua su encharcado chochazo, mientras tragaba con glotonería los abundantes flujos que destilaba su raja. Ella se limitaba a respirar de forma entrecortada y a pronunciar leves gemidos.

Desde que Susi y yo nos separamos, había comido multitud de coños, tanto en calidad de puta como de actriz porno, pero ninguno era como el de mi amiga y compañera. Era un coño especial. No sólo por sus dimensiones, tacto y olor, sino porque me traía unos recuerdos inolvidables. Los recuerdos de mis inicios en la prostitución, del comienzo de mi nueva vida a la temprana edad de 16 años. Me recordaba la complicidad que habíamos alcanzado en nuestra etapa colegial y los múltiples momentos felices vividos juntas.

Yo no paraba de trabajar su conejo, sin dejar escapar detalle de las reacciones que su cuerpo me iba describiendo, cuando Susi me pidió algo.

¡Carol! – exclamó - ¡Deja que te lo coma yo a ti!

¡Claro, Susi! – accedí mientras me ponía en pié y me deshacía de la minifalda y del tanga - ¡Túmbate en el sofá! ¡Vamos a hacer un 69! – la ordené.

Nuestro cuerpos se acoplaron a la perfección. Su coño quedaba frente a mi cara y me entregué a devorarlo con frenesí, mientras ella hacía lo propio con mi chocho. Lamí su ojete, comprobando que se había puesto el enema reglamentario para practicar sexo a todo trapo y sin límites. Mientras, ella me follaba el coño con sus dedos y mamaba mi clítoris con entrega y devoción.

¡Eso es, zorrita! – exclamé al borde del orgasmo - ¡Fóllame con tu lengua!

¡Ahhhhh! ¡Me corrooooo! – gritó. Restregué toda mi cara contra su chochazo sintiendo cómo todo su ser se contraía entre espasmos. Sus caderas se aceleraron y embestían descontroladamente mi rostro, mientras su coño no paraba de soltar sabrosas secreciones, que yo no dudaba en capturar entre mis labios y tragar sin reparo.

¡Yo también estoy a punto! – exclamé advirtiendo la proximidad del orgasmo - ¡Me viene! ¡Me corrooooo!

Entonces fueron mis caderas las que enloquecieron, moviéndose arriba y abajo, y golpeando con estrépito el rostro de Susi. Ella trataba por todos los medios de que su lengua no abandonara el interior de mi coño, mientras con sus manos sobre mis nalgas intentaba que mis bruscos espasmos no separaran mi entrepierna de su boca. Finalmente estallé. Me corrí con la lengua de Susi incrustada en mi vagina. Noté su respiración entrecortada en mi piel, al tiempo que no dejaba de acariciar mi sexo. Permanecimos en la misma postura del 69. Calmadas por los orgasmos experimentados, pero sin dejar de lamer y besar nuestros respectivos conejos.

Aquel momento de relajación duró poco. Menos de lo que yo hubiese deseado, pues me habría pasado la tarde entera pegada a su coño de no ser porque el teléfono sonó, sacándonos a ambas de nuestro mutuo embelesamiento. Deshice la postura y alcancé el auricular.

¡Diga!

¿Carolina? Soy Nati – dijo. Nati era la dueña de una agencia de contactos con la que mi madre, mi hermana y yo colaboramos habitualmente. Una especie de "madame". Uno de sus negocios es organizar fiestas, para lo cual contrata nuestros servicios.

¡Hola, Nati! – respondí al reconocer su voz - ¿Qué quieres?

¿Cómo tenéis la tarde? ¿Estáis ocupadas? – me preguntó.

Mamá ha salido. Tenía trabajo a domicilio. En un hotel, creo. Y mi hermana está en Barcelona. Ya sabes ... con la nueva peli.

¿Y tú?

Ahora mismo estoy ocupada ... pero ... dime – dije mirando de reojo a Susi, despatarrada aún sobre el sofá.

Tengo contratada una despedida para hoy y un par de chicas me han fallado ... – me explicó - ¿Podrías ocuparte tú? El problema es que habían contratado a dos putas ...

¡No hay problema! – exclamé pensando en que el destino se había puesto de mi lado – Ahora mismo estoy con una amiga que dará la talla. ¿De cuánta gente estamos hablando?

De seis hombres. ¿Seguro que puedo fiarme de la chica ésa?

Te doy mi palabra, Nati – aseguré - ¡Mándamelos a mi casa!

De acuerdo. Estarán allí a las nueve en punto – me confirmó – Bueno ... ya sabes ... 100 Euros por cabeza. De ahí ya he descontado mi comisión, ¿vale?

No hay problema. Adiós – dije colgando el teléfono y con una sonrisa de oreja a oreja por lo que nos esperaba. Ahora debía convencer a Susi para que me ayudara con la clientela. Me acerqué al sofá, sentándome junto a ella y acariciando con ternura sus enormes tetas – Susi ... tengo un problema y sólo tú puedes ayudarme ... – la dije en tono de súplica.

¿Qué te pasa? – preguntó con gesto preocupado incorporándose sobre el sofá.

No ... no te asustes – la tranquilicé – Es sólo que ... necesito tu ayuda. Verás ... me acaban de llamar de una agencia con la que trabajamos y les han fallado unas chicas ... El caso es que tengo que atender a un grupo de tíos dentro de un rato ... Mi madre y mi hermana no van a poder ayudarme ... y ellos ya han pagado para estar con dos putas – la expliqué. Lo que la pedía estaba claro, pero aun así, Susi parecía no haber captado lo que la proponía, en buena prueba de que su intelecto seguía estando al nivel de una adolescente bobalicona.

No ... no te entiendo ... - titubeó.

Pues ... eso. Que necesito que me ayudes a atenderlos.

No sé, Carol ... llevo mucho tiempo sin ... sin ... ya sabes – dijo.

¿Sin qué? ¿Sin follar? – pregunté sorprendida - ¿Me estás diciendo que no follas desde el colegio?

No. He tenido varios novios y algunos ligues de una noche – me explicó – Me refiero a ... ya sabes ... a la prostitución.

Con 16 años eras una puta magnífica – la dije intentando convencerla – Seguro que ahora serás mejor aún que entonces. En cuanto te veas rodeada de pollas recuperarás todo tu talento y habilidad.

No sé ... – dijo Susi llena de dudas.

Y ... ¿sabes cuánto cobraremos?

No.

300 Euros cada una – la dije – Venga, Susi ... sólo por esta vez. Por los viejos tiempos – la supliqué – No te estoy diciendo que abandones tu vida para ser puta ... sólo te pido que me eches una mano con la clientela de esta noche – dije para tratar de convencerla, aunque mis intenciones eran precisamente las contrarias, tenía que decirla aquello para vencer sus miedos.

No sé ... – dijo a punto de aceptar.

Te lo pido por favor ...

Vale ... te ayudaré – aceptó finalmente – Pero te advierto que estoy desentrenada.

¡Gracias! – exclamé al tiempo que la abrazaba y con una sonrisa en los labios – Vamos a mi cuarto a prepararnos que ya falta poco para que lleguen – dije mirando mi reloj y advirtiendo que sólo teníamos 45 minutos antes de vernos envueltas en una nueva orgía desenfrenada.

Los siguientes tres cuartos de hora los pasamos acicalándonos para la ocasión. Después de ducharnos y maquillarnos, tuve que acudir al armario de mi madre y de mi hermana en busca de prendas que sirviesen a Susi. Desde que empecé a trabajar en casa junto con ellas dos, teníamos por costumbre recibir a la clientela con prendas superprovocativas. Ya sabéis, lencería sexy, atuendos de látex, uniformes de enfermera, de colegiala, ... Esta vez, elegí para mí una especia de bikini de látex plateado. La copas resaltaban mis pechos, juntándolos y marcando a la perfección mi canalillo. La braguita era más bien escasa y dejaba al aire mis potentes y carnosas nalgas. Todo ello con una par de botas negras con tacón de aguja y de caña alta. Para Susi escogimos un atuendo de los que mi hermana solía utilizar en los rodajes de sus películas, y que yo misma había usado alguna que otra vez en mi etapa de actriz porno. La vestimenta consistía en un corpiño ajustado y casi sin copas, lo que provocaba que la mitad inferior de sus tetas quedase apretada bajo la ajustada tela, pero quedando los pezones al aire. Para el tronco inferior elegimos una especie de culotte de color dorado, que se ceñía a las perfección a sus caderas y nalgas, con la particularidad de que la entrepierna contaba con una generosa abertura que dejaba camino libre a las pollas que quisiesen penetrar tanto su coño como su ano. Un par de zapatos de plataforma completaban su atuendo. Cuando acabamos de arreglarnos, nos miramos al espejo contemplando nuestro inconfundible aspecto de putas.

¡Estás preciosa! – exclamé.

¡Tu también, Carol! – me dijo mirándome de arriba abajo.

¡Venga, Susi! Vamos al salón que ya son más de las nueve. Estarán a punto de llegar.

Bajábamos las escaleras rumbo al comedor, cuando sonó el timbre. Era el momento de volver a ver a Susi con el cuerpo ensartado por pollas. Ello me producía mas excitación que el hecho de ponerme a follar como una loca. Quería ver a Susi otra vez en acción. Además, tenía la esperanza de que volver a prostituirse junto a mí la hiciese olvidar lo miedos, dudas y temores que sus padres la habían estado inculcando durante los últimos doce años. Aquello que iba a tener lugar en el salón de mi casa, no era otra orgía más de las muchas que había vivido desde que comencé a trabajar con mi madre y mi hermana. No. Aquello tenía que servir no sólo para que dos viejas amigas gozasen de una sesión de sexo sin límites, sino para convencer a Susi de que su destino era ser una puta.

Susi – la dije – compórtate como cuando estábamos en el colegio. Sé que tienes madera de puta, que lo llevas en la sangre.

Vale, Carol – me dijo algo nerviosa – Haré lo que pueda.

Estoy segura de que lo harás muy bien, cariño – la dije depositando un suave beso en su mejilla. A continuación, abrí la puerta. Ante nosotras se apareció un grupo de hombres de mediana edad. Entre 30 y 50 años.

Hola – dijo uno de ellos – Nati nos ha dicho que preguntáramos por Carolina.

Sí. Soy yo – contesté - ¡Pasad! – invité. Todos entraron en silencio en el vestíbulo, mientras contemplaban nuestros encantos. Miraban con descaro nuestras piernas, culos y tetas. – Esta es Susi – dije presentando a mi amiga.

¡Encantado! – dijeron varios al unísono.

¡Vaya tetas! – exclamó otro. Susi sonreía sin pronunciar palabra.

¿Te gustan, nene? – le pregunté con gesto vicioso. Él asintió – Pues ... ¿a qué esperas para meterla mano? – le dije con descaro.

El tipo me miró sorprendido por lo directo de mis comentarios. Se acercó a Susi y empezó a tocarla las tetas ante la atenta mirada del resto. Aproveché el desconcierto inicial para acercarme a un par de ellos y acariciar sus duros paquetes por encima de los pantalones. Unos segundos más tarde, estaba con las rodillas hincadas en el suelo, con una polla en mi boca, otro par de rabos en mis manos y seis manos sobándome todo el cuerpo. Miré a Susi, que imitaba mi postura, con una polla incrustada en su garganta. La mamaba tal y como yo la había enseñado doce años atrás. Aún recordaba mis consejos de cómo una polla debía meterse lo más dentro posible de la cavidad bucal hasta que la nariz rozase el pubis del tío, y la barbilla topase contra los testículos. Un par de hilillos de líquido preseminal y saliva resbalaban por las comisuras de sus labios. Con las manos meneaba otros dos cipotes. Lo hacía con energía y vigor. Después de un rato dedicada a una de las pollas, cambiaba y engullía otra con la misma entrega y devoción. Sus tetas eran el centro de atención de los clientes a los que atendía, que las sobaban con ímpetu mientras comentaban las deliciosas mamadas que les estaba dedicando.

De reojo, nuestras miradas se encontraron, sin desatender ninguna de las pollas. En ese momento supe que lo había conseguido. Que Susi abandonaría su aburrida, ordenada y anodina vida para dedicarse a lo único que verdaderamente la hacía feliz: ser puta. Una tremenda felicidad me invadió, y tuve la seguridad de que nada ni nadie volvería a separarnos.

Sumida como estaba en aquellas maravillosas sensaciones y sentimientos que me provocaba el verme de nuevo prostituyéndome junto a Susi, los tipos empezaron a impacientarse mostrando sus deseos por empezar a catar nuestros otros agujeros.

¡Vamos a follar, chicos! – exclamé sacando una de las pollas de mi boca, poniéndome en pié y dirigiéndome hacia el salón, ya que toda aquella escena inicial había tenido lugar en el vestíbulo. Todos me siguieron. Susi parecía haber desterrado las dudas que había mostrado un rato antes. Ahora se comportaba con la soltura y profesionalidad que recordaba de ella en nuestra época colegial.

¡Sí! ¡Folladnos fuerte! – se atrevió a decir Susi, en prueba de que estaba recuperando su actitud de zorra viciosa.

Ordené a uno que se sentará sobre el sofá y me incrusté su rabo en mi abierto ojete. La polla se deslizó a lo largo de mi recto sin oposición alguna. Después, coloqué mis piés, aún sin desprenderme de mis botas, sobre los muslos del tipo que me sodomizaba, despatarrándome a continuación y ofreciendo mi chumino a otro. En seguida, uno de ellos entendió lo que pretendía y hundió su polla en mi coño, comenzando a follarme con fuerza al tiempo que yo votaba sobre el rabo que tenía incrustado en mi culo. Susi imitó la postura y a los pocos segundos se encontraba con sus dos agujeros penetrados brutalmente por dos pollas, mientras adoptaba el mismo gesto de placer que recordaba de ella. Los dos tipos que quedaban acercaron sus cipotes a nuestra bocas que, inmediatamente, comenzamos a devorar con lujuria.

¡Qué bueno, Carol! – logró balbucear Susi mientras la follaban con energía.

Te gusta, ¿verdad? – dije sacando la polla que chupaba de mi boca – Te gusta porque eres una zorra – dije al borde del orgasmo, más por la idea de follar junto a mi amiga que por el placer que me pudiesen estar causando las pollas que entraban y salían de todos mis orificios.

¡Sí! – exclamó Susi, perdiendo el control - ¡Soy una puta! ¡Y me encanta serlo! – gritó.

Sonreí antes esos comentarios, ya que aquello era un claro indicio de que mis propósitos se estaban cumpliendo. Sabía que cuando Susi experimentase la maravillosa sensación de ser follada brutalmente y sin límites por desconocidos a cambio de dinero, reconocería su verdadera y única vocación: la prostitución. Aquellos pensamientos, y la triple follada que estaba recibiendo, me estaban colocando al borde del éxtasis. Pero, de pronto, sucedió algo que nadie esperaba. Algo que ni yo misma había imaginado y que redondearía la noche. Una voz sonó desde la puerta que comunica el salón y el vestíbulo.

¡Vaya fiestecita que os habéis montado! – exclamó mi madre. Los tipos dejaron de bombear y Susi y yo sacamos las pollas de nuestra bocas, dejando de votar sobre la que teníamos en el culo. La aparición de mi madre era sorprendente ... pero también muy oportuna. Antes de que pudiera reaccionar, mi madre se acercó a nosotros con gesto sonriente, mientras meneaba sus caderas de forma insinuante, y sus tetas enormes temblaban bajo el ceñido suéter que vestía. Entonces entendí lo que pretendía. Quería unirse al grupo.

¡Vamos, mamá! – exclamé - ¡Échanos una mano con estas pollas!

¡Encantada! – dijo guiñándome un ojo y cogiendo con una mano la polla que segundos antes yo misma había estado chupando – Pero ... ¡venga, chicos! ¡Seguid follándoos a este par de zorritas! – les ordenó.

Los tipos se habían quedado estupefactos, aunque su pollas seguían empalmadas. Susi, que conocía a mi madre de nuestras etapa colegial y de los relatos que he ido publicando sobre mis inicios como puta, no pareció sentir mucha vergüenza por la entrada en escena de mi madre, y en unos segundos volvía a votar como una perra en celo sobre la polla que albergada en su culo. Lo cierto es que aquello no me hubiera salido tan bien ni aunque lo hubiera planeado. Un vez más, el destino se aliaba conmigo, pues la llegada de mamá iba a permitir que aquella orgía fuese más salvaje y desenfrenada de lo que nunca hubiera imaginado.

Continuará ...