Carolina y su familia (Parte número 1)

Finalizado mi periodo vacacional, voy a estrenar una nueva historia más breve de lo habitual que espero sea del agrado de mis lectores. Prometo publicarla entera después de terminar de hacerlo en partes para todos aquellos que quieran conservarla íntegra.

Durante mi etapa colegial logré encandilar con mis atributos sexuales a varias de mis compañeras de estudios y especialmente a Irene y a Sonia, dos atractivas, exuberantes y viciosas jóvenes, que no dudaron en acceder a pajearme a diario, con y sin hurgamientos anales, a cambio de que las mamara las tetas; las realizara unas exhaustivas comidas de “almeja” con lo que me fui habituando a recibir en mi boca y a ingerir su “baba” vaginal y su lluvia dorada; las lamiera el ojete antes de introducirlas lo más profunda que podía mi lengua en el conducto anal y en ocasiones, las castigara la masa glútea con mis cachetes, “guindillas” y pellizcos. Más adelante, las convencí para que, además de “darle a la zambomba”, me efectuaran felaciones con las que tuvieron que acostumbrarse a recibir mis portentosas descargas en su gaznate prodigándome tanto en ello que, en muy poco tiempo, se habituaron a que depositara mis lechadas en el interior de su boca sin llegar a sentir arcadas y náuseas ni a vomitar. Pero lo mejor y lo más atípico de nuestra relación era que podía disfrutar del sexo manual y oral con ambas sin que Irene supiera que estaba liado con Sonia y viceversa.

Al comenzar a mantener contactos sexuales con ellas pensaba en divertirme y en ir probándolas hasta que llegara el momento de elegir a la que me proporcionara una mayor satisfacción pero, como resultaron ser unas excelentes feladoras y me daba mucho morbo que Sonia me chupara la “herramienta” después de haber salido con Irene y viceversa, la situación perduró en el tiempo. A base de prometerlas amor eterno y de ir dando largas a sus continuas peticiones para entablar una relación más estable y seria, conseguí que se prodigaran cada día más en el “chupa-chupa” y que se abrieran de piernas para mí con intención de ofrecerme su apetitoso y jugoso “arco del triunfo” lo que posibilitó que pudiera comenzar a meterlas mi excepcional “banana” con intención de joderlas.

Para evitar fecundarlas con las soberbias lechadas que echo, al principio usaba preservativos para penetrarlas pero los condones de la denominada “talla superior” resultaban ser de tan mala calidad que, además de tener fugas, solían explotar en pleno acto sexual a cuenta de las dimensiones que iba adquiriendo mi chorra y luego, era bastante complicado localizar los pedazos dentro de su “chirla” e írselos extrayendo con mis dedos por lo que, al no darnos ninguna seguridad, optamos por prescindir de ellos.

Irene decidió tomar anticonceptivos orales, que la suministraba su hermana mayor, para que se la pudiera “clavar a pelo” y descargar libremente dentro de su chocho pero, a cambio de ello, me hacía seguir dándola “mandanga” después de producirse mi primera explosión para que, a base de paciencia y de perseverancia, me fuera acostumbrando a echarla dos polvazos seguidos antes de culminar meándome dentro de su chumino mientras que Sonia me permitía metérsela vaginalmente y generalmente mostrándose bien ofrecida colocada a cuatro patas, con intención de que me recreara cepillándomela pero con la condición de que, al sentir que mi descarga era eminente, se la sacara para depositar mi leche unas veces en su boca mientras me la chupaba y otras en el interior de su culo con lo que comprobé que “tragaba” de maravilla tanto por delante como por detrás y al mostrarse especialmente predispuesta para que me alternara en metérsela por el coño y por el ojete, me habitué a disfrutar de su conducto rectal prodigándome en practicar el sexo anal con ella.

Cuando llegó el momento de cursar nuestros estudios universitarios las dos jóvenes optaron por hacer la misma carrera que yo con intención de permanecer a mi lado lo que nos obligó a residir en otra ciudad a la que tuvimos que desplazarnos, ellas una semana antes que yo, para poder matricularnos en la oportuna facultad y buscar alojamiento antes de comenzar nuestros estudios. Irene y Sonia, que además de compañeras de estudios se habían convertido en amigas, decidieron alojarse en una residencia de estudiantes femenina mientras que yo volvía a compartir una vivienda con otros estudiantes hasta que mis padres, al ver el mal ejemplo que me estaban dando, decidieron alquilar un pequeño pero coqueto y céntrico apartamento amueblado al que no tardé en convertir en un “picadero” para, además de en la facultad, poder “pasarme por la piedra” en él, de una manera más discreta, íntima y reposada, a mis dos exuberantes amigas que, para complacerme y mantenerme excitado, aceptaron mi sugerencia de vestir de una forma aún más provocativa y sugerente. Mi vida sexual continuó siendo muy satisfactoria a su lado a pesar de los muchos problemas a los que me tenía que enfrentar con frecuencia para evitar que descubrieran que estaba manteniendo relaciones con ambas a la vez.

Irene, que era la que demostraba algo más de interés por los quehaceres domésticos, me consiguió convencer para que la dejara las llaves de acceso a mi vivienda con el propósito de lavarme y plancharme la ropa y limpiar mi residencia mientras, aprovechando un puente festivo, viajaba hasta mi ciudad de origen para visitar a mis padres con intención de mantenerles contentos para que siguieran sufragándome los estudios. Al encargarse de mi habitación se encontró debajo de la cama con varios rollos de papel higiénico y con un conjunto de ropa interior femenina en color azul oscuro que recogió y examinó con detenimiento hasta que se percató de que había sido ella quien lo había usado. Sabiendo que me gustaba coleccionar las prendas íntimas usadas por mis conquistas, abrió el armario y de su interior sacó una amplia caja de material plástico en la que guardaba la ropa interior de las jóvenes con las que había retozado observando que tenía almacenados un buen número de bragas y de sujetadores antes de depositar el conjunto que había encontrado debajo de la cama. Pero, al volver a introducir la caja en el armario, se la escapó de las manos y todo su contenido quedó volcado en el suelo. Al recogerlo observó que en la parte inferior conservaba varios tangas semi transparentes y un buen número de fotografías de Sonia y de Estrella, su hermana mayor, en bolas, en actitudes sugerentes y en algunas, con su agujero vaginal y anal bien llenos con consoladores y vibradores. Al contemplar aquello no tuvo que esforzarse mucho para darse cuenta de que llevaba años jugando con los sentimientos de las dos con intención de follármelas a mi antojo.

Dando por hecho que Sonia se estaba abriendo de piernas para mí igual que ella con intención de ofrecerme su boca, su potorro y su culo sin saber que me estaba compartiendo, se quedó con las fotografías y con unos tangas que, al acabar de cenar en la residencia en la que se alojaban, enseñó a Sonia que reconoció que aquellas sugerentes prendas íntimas eran suyas y que desconocía que se hubieran llegado a imprimir unas fotografías tan comprometedoras como aquellas que las había sacado el novio de Estrella aprovechando una buena borrachera que las dos jóvenes se cogieron en la fiesta del día de Nochevieja y que no se explicaba cómo habían llegado a mi poder ya que, supuestamente, no conocía ni a la salida de su hermana ni al cerdo de su novio, lo que no era cierto. Sonia indicó a Irene que llevaba algunos meses sospechando que algo raro sucedía puesto que no era normal que ambas hubieran cambiado sus planes iniciales para cursar la misma carrera universitaria que el chico con el que retozaban, que tanto a Irene como a ella se las viera conmigo con tanta frecuencia o que hasta cuándo iba al cuarto de baño lo hiciera acompañado por una de ellas mientras intentaba que la otra se mantuviera ocupada lejos de aquel lugar.

C o n t i n u a r á