Carolina y su familia.
Como había prometido publico entera esta historia para todos aquellos que quieran conservarla íntegra.
Durante mi etapa colegial logré encandilar con mis atributos sexuales a varias de mis compañeras de estudios y especialmente a Irene y a Sonia, dos atractivas, exuberantes y viciosas jóvenes, que no dudaron en acceder a pajearme a diario, con y sin hurgamientos anales, a cambio de que las mamara las tetas; las realizara unas exhaustivas comidas de “almeja” con lo que me fui habituando a recibir en mi boca y a ingerir su “baba” vaginal y su lluvia dorada; las lamiera el ojete antes de introducirlas lo más profunda que podía mi lengua en el conducto anal y en ocasiones, las castigara la masa glútea con mis cachetes, “guindillas” y pellizcos. Más adelante, las convencí para que, además de “darle a la zambomba”, me efectuaran felaciones con las que tuvieron que acostumbrarse a recibir mis portentosas descargas en su gaznate prodigándome tanto en ello que, en muy poco tiempo, se habituaron a que depositara mis lechadas en el interior de su boca sin llegar a sentir arcadas y náuseas ni a vomitar. Pero lo mejor y lo más atípico de nuestra relación era que podía disfrutar del sexo manual y oral con ambas sin que Irene supiera que estaba liado con Sonia y viceversa.
Al comenzar a mantener contactos sexuales con ellas pensaba en divertirme y en ir probándolas hasta que llegara el momento de elegir a la que me proporcionara una mayor satisfacción pero, como resultaron ser unas excelentes feladoras y me daba mucho morbo que Sonia me chupara la “herramienta” después de haber salido con Irene y viceversa, la situación perduró en el tiempo. A base de prometerlas amor eterno y de ir dando largas a sus continuas peticiones para entablar una relación más estable y seria, conseguí que se prodigaran cada día más en el “chupa-chupa” y que se abrieran de piernas para mí con intención de ofrecerme su apetitoso y jugoso “arco del triunfo” lo que posibilitó que pudiera comenzar a meterlas mi excepcional “banana” con intención de joderlas.
Para evitar fecundarlas con las soberbias lechadas que echo, al principio usaba preservativos para penetrarlas pero los condones de la denominada “talla superior” resultaban ser de tan mala calidad que, además de tener fugas, solían explotar en pleno acto sexual a cuenta de las dimensiones que iba adquiriendo mi chorra y luego, era bastante complicado localizar los pedazos dentro de su “chirla” e írselos extrayendo con mis dedos por lo que, al no darnos ninguna seguridad, optamos por prescindir de ellos.
Irene decidió tomar anticonceptivos orales, que la suministraba su hermana mayor, para que se la pudiera “clavar a pelo” y descargar libremente dentro de su chocho pero, a cambio de ello, me hacía seguir dándola “mandanga” después de producirse mi primera explosión para que, a base de paciencia y de perseverancia, me fuera acostumbrando a echarla dos polvazos seguidos antes de culminar meándome dentro de su chumino mientras que Sonia me permitía metérsela vaginalmente y generalmente mostrándose bien ofrecida colocada a cuatro patas, con intención de que me recreara cepillándomela pero con la condición de que, al sentir que mi descarga era eminente, se la sacara para depositar mi leche unas veces en su boca mientras me la chupaba y otras en el interior de su culo con lo que comprobé que “tragaba” de maravilla tanto por delante como por detrás y al mostrarse especialmente predispuesta para que me alternara en metérsela por el coño y por el ojete, me habitué a disfrutar de su conducto rectal prodigándome en practicar el sexo anal con ella.
Cuando llegó el momento de cursar nuestros estudios universitarios las dos jóvenes optaron por hacer la misma carrera que yo con intención de permanecer a mi lado lo que nos obligó a residir en otra ciudad a la que tuvimos que desplazarnos, ellas una semana antes que yo, para poder matricularnos en la oportuna facultad y buscar alojamiento antes de comenzar nuestros estudios. Irene y Sonia, que además de compañeras de estudios se habían convertido en amigas, decidieron alojarse en una residencia de estudiantes femenina mientras que yo volvía a compartir una vivienda con otros estudiantes hasta que mis padres, al ver el mal ejemplo que me estaban dando, decidieron alquilar un pequeño pero coqueto y céntrico apartamento amueblado al que no tardé en convertir en un “picadero” para, además de en la facultad, poder “pasarme por la piedra” en él, de una manera más discreta, íntima y reposada, a mis dos exuberantes amigas que, para complacerme y mantenerme excitado, aceptaron mi sugerencia de vestir de una forma aún más provocativa y sugerente. Mi vida sexual continuó siendo muy satisfactoria a su lado a pesar de los muchos problemas a los que me tenía que enfrentar con frecuencia para evitar que descubrieran que estaba manteniendo relaciones con ambas a la vez.
Irene, que era la que demostraba algo más de interés por los quehaceres domésticos, me consiguió convencer para que la dejara las llaves de acceso a mi vivienda con el propósito de lavarme y plancharme la ropa y limpiar mi residencia mientras, aprovechando un puente festivo, viajaba hasta mi ciudad de origen para visitar a mis padres con intención de mantenerles contentos para que siguieran sufragándome los estudios. Al encargarse de mi habitación se encontró debajo de la cama con varios rollos de papel higiénico y con un conjunto de ropa interior femenina en color azul oscuro que recogió y examinó con detenimiento hasta que se percató de que había sido ella quien lo había usado. Sabiendo que me gustaba coleccionar las prendas íntimas usadas por mis conquistas, abrió el armario y de su interior sacó una amplia caja de material plástico en la que guardaba la ropa interior de las jóvenes con las que había retozado observando que tenía almacenados un buen número de bragas y de sujetadores antes de depositar el conjunto que había encontrado debajo de la cama. Pero, al volver a introducir la caja en el armario, se la escapó de las manos y todo su contenido quedó volcado en el suelo. Al recogerlo observó que en la parte inferior conservaba varios tangas semi transparentes y un buen número de fotografías de Sonia y de Estrella, su hermana mayor, en bolas, en actitudes sugerentes y en algunas, con su agujero vaginal y anal bien llenos con consoladores y vibradores. Al contemplar aquello no tuvo que esforzarse mucho para darse cuenta de que llevaba años jugando con los sentimientos de las dos con intención de follármelas a mi antojo.
Dando por hecho que Sonia se estaba abriendo de piernas para mí igual que ella con intención de ofrecerme su boca, su potorro y su culo sin saber que me estaba compartiendo, se quedó con las fotografías y con unos tangas que, al acabar de cenar en la residencia en la que se alojaban, enseñó a Sonia que reconoció que aquellas sugerentes prendas íntimas eran suyas y que desconocía que se hubieran llegado a imprimir unas fotografías tan comprometedoras como aquellas que las había sacado el novio de Estrella aprovechando una buena borrachera que las dos jóvenes se cogieron en la fiesta del día de Nochevieja y que no se explicaba cómo habían llegado a mi poder ya que, supuestamente, no conocía ni a la salida de su hermana ni al cerdo de su novio, lo que no era cierto. Sonia indicó a Irene que llevaba algunos meses sospechando que algo raro sucedía puesto que no era normal que ambas hubieran cambiado sus planes iniciales para cursar la misma carrera universitaria que el chico con el que retozaban, que tanto a Irene como a ella se las viera conmigo con tanta frecuencia o que hasta cuándo iba al cuarto de baño lo hiciera acompañado por una de ellas mientras intentaba que la otra se mantuviera ocupada lejos de aquel lugar.
Una vez que se descubrió todo el pastel las dos jóvenes, furiosas, esperaron al lunes siguiente para montarme un “numerito de órdago” en la facultad sin que me sirvieran de nada los propósitos de enmienda ni el proponerlas iniciar una relación estable ya que no entraba en los planes de ninguna de las dos el compartirme hasta que, tras hartarse de insultarme y de ponerme en evidencia, me dijeron que no se me ocurriera dirigirlas la palabra durante el resto de mi vida.
Cuándo esto sucedió llevaba una temporada bastante mala con el estómago que empeoró a cuenta del disgusto lo que originó que, después de pasarme varios días sin tomar otra cosa que no fuera líquidos, una noche sufriera una peritonitis y me pusiera tan mal que tuvieron que trasladarme en ambulancia a un hospital en el que, al ingresar, me realizaron varias pruebas para confirmar mis dolencias antes de operarme de urgencia.
Después de superar el periodo post operatorio me subieron a una habitación en planta que tuve que compartir con Pablo, un educado cincuentón de agradable trato y escaso pelo, que tenía serios problemas con la circulación de la sangre en sus piernas lo que le ocasionaba muchos problemas al andar. Llevaba más de una semana internado y no dejaba de quejarse de que los médicos no conseguían dar con las causas de ello y que, a cuenta de la medicación, sufría unos procesos diarreicos de consideración. Desde allí llamé a Irene y a Sonia para informarlas de lo que me había sucedido. Atendieron, aunque con evidente mala gana, mi llamada e Irene se dignó a visitarme el sábado siguiente para interesarse por mi estado además de para informarme que Sonia pensaba denunciarme ya que varias amistades suyas habían descubierto sus sugerentes fotografías publicadas en varias páginas guarras de Internet, en donde habían sido vistas por miles de personas y aunque no había tenido nada que ver en ello y al final descubrió que el culpable había sido Alejandro, el novio de su hermana, estaba convencida de que se trataba de una jugarreta para tratar de hundirla después de que hubiera decidido, al igual que Irene, olvidarse de mí a cuenta del irresponsable comportamiento que, durante años, tuve con ella. Irene, al menos, llegó a reconocer que tenía mucho mérito que durante tanto tiempo hubiera podido mantener en secreto que estaba retozando con las dos jóvenes sin que la otra se llegara a enterar. Sonia, al final, no me denunció pero desde aquel día no volví a saber nada de ellas puesto que decidieron trasladar su matrícula a otra facultad y dejaron de alojarse en la residencia de estudiantes para irse a vivir juntas a una casa alquilada.
Sin Irene y Sonia y con mis progenitores residiendo en otra capital y con la obligación de atender sus ocupaciones laborales por lo que sólo me podían visitar los fines de semana, veía mi futuro sentimental muy negro pero esa intervención quirúrgica me iba a cambiar por completo la vida desde que se convirtió en mi principal entretenimiento el esperar la llegada de Paloma, una seductora fémina casi cuarentona de poblado cabello rubio, buen ver y de lo más potable, acompañada por sus hijas, Carolina, Susana y Verónica, a cual de ellas más espigada, sensual y sugerente, que visitaban a Pablo dos veces todos los días para poder recrearme visualmente observando los provocativos vestidos que tanto la madre como las hijas lucían lo que me llevó a pensar que fueran unas golfas.
Pablo, mi compañero de habitación, no tardó en confirmar mis sospechas aunque, al principio, sólo me explicó que eran vecinas suyas y que, al encontrarse viudo y no tener hijos, siempre se habían llevado bien y que, como solían estar pendientes de él, había terminado por considerarlas parte de su familia. Pero ese mismo día, por la noche, me contó la historia de Paloma que bebió más de lo debido en la fiesta de celebración del cumpleaños de una de sus amigas lo que algunos de los invitados masculinos aprovecharon para “pasársela por la piedra”. La joven estaba tan “entonada” que, aunque se dio cuenta de que la estaban jodiendo repetidamente, no llegó a enterarse de que chicos se la habían tirado por lo que cuando descubrió que, con dieciséis años, la habían dejado preñada no pudo responsabilizar de ello a ninguno de los varones con los que había compartido aquella celebración. Sus padres, que eran muy éticos y moralistas, se negaron a dejarla abortar y la obligaron a hacerse cargo de las consecuencias de sus actos y de su mala cabeza. Paloma, bastante deprimida, continuó bebiendo más de la cuenta y tomando parte activa en las orgías sexuales que organizaban sus amigas con intención de ver lo fácil que resultaba que, en cuanto estaba “pedo”, los hombres que se encontraban alrededor de ella la despojaran de la braga y la hicieran abrirse de piernas para poder trajinársela a conciencia uno tras otro haciéndola descubrir que era más fértil que las gallinas por lo que al cumplir los veinte años había parido a sus tres hijas sin tener ninguna certeza sobre quién era el padre de ninguna de ellas.
Meses después de dar a luz a Verónica, la última de sus hijas, Paloma decidió hacerse la ligadura de trompas para poder seguir llevando una vida sexual activa sin que la volvieran a fecundar y consiguió moderarse bastante en el consumo de bebidas alcohólicas pero sus progenitores, hartos de tener que ocuparse de criar a sus nietas, al verla convertida en una “cabra loca” y que era “ligerita de cascos” decidieron librarse de ella después de adquirir y amueblarla un confortable y céntrico piso para que pudiera vivir en él con sus hijas y de hacerse con el traspaso de un comercio de lencería, que su propietaria traspasaba por jubilación, para que pudiera subsistir lo que la llevó a convertirse, en poco tiempo y al igual que sus hijas, en precursora en el uso de tanguitas sexy. A pesar de los bríos y del interés inicial de Paloma por el negocio y viendo que era rentable, no tardó en contratar a una joven estudiante para que, de lunes a jueves a media jornada y los viernes y los sábados a jornada completa, atendiera el comercio con intención de disponer de más tiempo libre para poder retozar con sus conquistas masculinas y casi siempre en el almacén o en el cuarto de baño del local en el que estaba ubicado su negocio mientras, al otro lado de la pared, la empleada atendía a las clientes.
Sabiendo que Paloma era adicta al sexo, Pablo la ofreció trescientos Euros mensuales para que, en ropa interior y durante media hora dos veces al día, se convirtiera en su masajista antes de hacerle culminar con el llamado “final feliz” que consistía en “cascarle” lentamente el cipote hasta que le sacaba la leche al mismo tiempo que le realizaba todo tipo de estímulos prostáticos hurgándole con sus dedos en el ojete. Paloma aceptó y durante más de un año se ocupó personalmente de complacer a Pablo hasta que llegó un momento en que decidió estimularle al mediodía con la ayuda de Carolina, su hija mayor, para que, al terminar con los masajes, una de ellas se encargara de menearle la minga mientras la otra le forzaba analmente con intención de provocarle unas descargas más largas y masivas y que sus otras dos hijas, Susana y Verónica, le hicieran lo propio a última hora de la tarde al regresar de la academia a la que acudían.
Además de levantarme de la cama tanto por la mañana como por la tarde, desde el día en que me quitaron la sonda nasogástrica que me habían introducido por la nariz al operarme y aunque tenía que llevarme el gotero conmigo, me permitieron salir de la habitación para que pudiera pasear por los pasillos de la planta. Carolina y Paloma, además de animarme a andar, me acompañaban en tales paseos durante las visitas que realizaban a Pablo al que dejaban en compañía de Susana y Verónica. Paloma me comentó el primer día que, de aquella forma, las dos jóvenes podían manosear los atributos sexuales a su vecino antes de que una de ellas le pajeara o chupara el “nabo” y la otra le forzara analmente con sus dedos con intención de sacarle el polvo matinal diario o el de la tarde como ella y sus hijas venían haciendo desde hacía bastante tiempo.
El que Paloma hubiera sido tan franca conmigo me animó a indicarla que, después de mi operación, había tenido ocasión de comprobar que mi “lámpara mágica” se me levantaba y se me ponía sumamente “pina” al ver los provocativos y sensuales vestidos que tanto ella como sus hijas solían llevar puestos pero que me preocupaba el saber si podía continuar echando leche como antes de la intervención quirúrgica. Paloma me contestó que podía salir de dudas con facilidad encerrándome en el cuarto de baño de la habitación y meneándome el pene con la mano pero la contesté que, tras haberlo hecho con demasiada frecuencia durante mi adolescencia, ahora no estaba habituado a darme satisfacción de aquella manera y que me agradaría que fuera ella o Carolina las que me pajearan para poder comprobarlo.
Madre e hija se miraron y se sonrieron antes de hacer que me encaminara hacía el cuarto de baño que, para los visitantes, existía en la planta en donde entré con ellas. Carolina y Paloma se apresuraron a abrirme y atarme la bata a la cintura antes de hacer descender hasta los tobillos el pantalón de mi pijama y el calzoncillo. Me hicieron permanecer sumamente abierto de piernas y mientras Paloma me magreaba la picha para levantármela más, Carolina me perforó sin el menor miramiento el ojete con dos de sus dedos previamente ensalivados lo que ocasionó que la “herramienta” comenzara a lucir inmensa con el capullo abierto. En cuanto la hija procedió a realizarme unos enérgicos hurgamientos anales de tipo circular al mismo tiempo que me manoseaba los huevos, Paloma empezó a “darle a la zambomba” estimulándome con movimientos lentos que, enseguida, fueron adquiriendo más rapidez con lo que la pilila lució espléndida mientras evidenciaba su plena disposición a dar una buena ración de “salsa”.
Como llevaba varios días sin echar un polvo y mientras escuchaba las alabanzas y los parabienes de aquellas dos cerdas, impresionadas por las excepcionales dimensiones que mi pirula estaba adquiriendo, eyaculé con rapidez echando una ingente cantidad de leche que, además de en el corto y escotado vestido de Paloma a la que no la dio tiempo a apartarse, se depositó en los azulejos de la pared, en la puerta y en el suelo del cuarto de baño. Al acabar de ver como mi majestuosa “pistola” daba chorros y más chorros de concentrada y espesa leche y mientras se limpiaba el vestido, Paloma indicó a su hija que tenían que conseguir disfrutar de aquella portentosa “lámpara mágica” en exclusiva por lo que, desde ese día, me pajearon a diario y en ocasiones tanto por la mañana como por la tarde y tras descubrir que, convenientemente estimulado, era capaz de dar más de una lechada en la misma sesión y que disponía de un buen poder de recuperación, me hicieron prometerlas que, cuándo saliera del hospital, me iba a ocupar de “aliviarlas los calentones” y de joderlas con regularidad.
Para llevar a cabo sus propósitos, aprovechando que vivía solo y una vez que consiguió obtener mi compromiso formal de zumbármelas, antes de que me dieran el alta Paloma se empeñó en que fuera a vivir con ellas con el propósito de que pudieran cuidarme debidamente hasta que me recuperara. Su oferta resultaba tentadora y la supieron presentar tan bien que hasta mis padres estuvieron de acuerdo.
Además de tratarme a cuerpo de rey, las cuatro hembras permanecían en casa “ligeritas de ropa” y dispuestas a estimularme para que mi “pito” se mantuviera bien tieso con intención de que Carolina, que me tenía de lo más encandilado por lo que fue la primera a la que me “pasé por la piedra”, me pudiera efectuar unas intensas cabalgadas vaginales para sacarme una y otra vez la leche mientras Paloma y su hija Susana se prodigaban en el “chupa-chupa” al mismo tiempo que me forzaban analmente con dos de sus dedos y Verónica se recreaba “dándole a la zambomba” para poder observar cómo se me iba levantando el “plátano”, cómo me llegaba a lucir inmenso y como me brotaba la leche. Como entre las cuatro me obligaron a llevar una vida sexual muy activa consiguieron agudizar mi poder de recuperación de manera que, tras un periodo de inactividad de hora y media a dos horas en los que me incitaban a mamarlas las tetas, a comerlas la raja vaginal y el culo y a realizarlas todo tipo de cochinadas, estaba en condiciones de rendir, de nuevo, con garantías.
A medida que fui mejorando y mientras me volvía a encontrar en disposición a reintegrarme a mi vida normal, comencé a salir a la calle acompañado por Paloma o por una de sus hijas. La ardiente y viciosa madre me solía llevar al almacén de su comercio en donde, con un montón de exuberantes, provocativas y sugerentes prendas íntimas femeninas a la vista y con el morbo añadido que me daba el que su bella y joven empleada nos sorprendiera en “plena faena” cada vez que entraba en el almacén, se recreaba en pajearme mientras a sus hijas las agradaba poder hacer lo propio en lugares públicos como bancos situados en parques poco concurridos, cabinas telefónicas, cajeros automáticos, cuartos de baño, márgenes del río y sobre todo, en los ascensores de su domicilio en los que, como en los demás sitios, cuándo me brotaba la leche me permitían echarla libremente para que impregnara con mi “salsa” y en su caso con mi orina, las paredes y el suelo del oportuno aparato elevador.
Eso y el que determinadas vecinas me sorprendieran con el pantalón y el calzoncillo a la altura de las rodillas mientras Carolina, Susana o Verónica me “sacaban brillo a la lámpara mágica” originó que empezaran a exigir a Paloma y a sus hijas que limpiaran lo que se ensuciaba, a lo que Paloma se negó alegando que para mantener limpios los elementos comunes se estaba pagando a una empresa de limpieza y que las se quejaban lo hacían por envidia ya que las gustaría estar en su pellejo para poder disfrutar de aquellas situaciones y que tenía la certeza de que más de una estaba pendiente de cuándo usaban sus hijas los ascensores con intención de pajearme para, una vez que salíamos de él, poder recoger mi leche y darse la satisfacción de ingerirla a través de su lengua por vía oral o de introducírsela con sus dedos vaginalmente. La actitud que decidió adoptar Paloma con las vecinas, a las que solía llamar pedorras insatisfechas, ocasionó que no dejaran de recriminarla su forma de actuar y la de sus hijas y que, para contrarrestar el genio y figura de la madre, decidieran sacar a la luz la relación que, con la disculpa de darle masajes para mejorar su circulación sanguínea, llevaban años manteniendo con Pablo además de desarrollar conmigo una relación sexual de lo más atípica y pecaminosa.
Las vecinas consiguieron que sus comentarios y algunos no demasiado afortunados ni veraces, se fueran extendiendo por el vecindario y que, incluso, llegaran a sobrepasar las puertas del edificio con intención de que se hablara de nuestra relación sexual en el exterior y se nos llegara a conocer como “las cuatro golfas y el cabrón que las llena”. Paloma, al final, sólo contó con el apoyo de Pablo lo que el resto del vecindario, metiéndose en nuestra intimidad, aprovechó para increparla públicamente su comportamiento al mismo tiempo que la pidieron de manera encarecida que sus hijas y ella llevaran una vida sexual algo más moderada y menos frenética limitándola al interior de su domicilio y dejando de vivir de una forma tan concupiscente.
Aunque Paloma no se callaba y hacía frente a todo aquello que se la pusiera por delante, después de los enfrentamientos que había tenido con sus vecinos a cuenta mía, en cuanto me encontré en condiciones de reintegrarme a mis estudios con intención de concluir mi carrera universitaria decidí evitar más problemas y volver a mi domicilio pero, eso sí, acompañado por la cautivadora, fogosa y sensual Carolina que, a sus veinte años, todavía estaba cursando sus estudios en el instituto y me había demostrado que la gustaba vestir de una manera muy provocativa, que era tan adicta al sexo como su madre y que se convertía en una cerda insaciable en la cama por lo que, al haberme dado un resultado tan satisfactorio, decidí ofrecerla la posibilidad de vivir conmigo lo que, después de consultarlo con su madre, aceptó.
Desde entonces y siempre basándola en el sexo, inicié una relación liberal y moderna con ella que se convirtió en mi pareja estable después de acceder a continuar satisfaciendo en todas sus necesidades sexuales a Paloma, Susana y Verónica lo que me obligó a seguir potenciando mi poder de recuperación con intención de poder dar “tralla” a cada una de ellas un par de veces a la semana al acabar de comer o al finalizar mi jornada lectiva en la facultad durante algo más de una hora para, por la noche, encontrarme en condiciones de rendir y con las debidas garantías, al follarme a Carolina además de comprometerme a realizar tríos cerdos y sucios los fines de semana con su madre y sus dos hermanas.
Carolina se convirtió enseguida en mi talismán hasta el punto de que, mientras acababa de cursar sus estudios en el instituto, mi vida sexual mejoró tanto que se convirtió en sumamente activa y satisfactoria. No tardé en conseguir que la joven se aclimatara a chuparme la polla por la mañana, al despertarme, succionándome con su garganta la punta con intención de que me brotara la lluvia dorada por la abertura para poder ingerir mi primera micción del día antes de efectuarme una felación hasta un poco después de que terminara de depositar en su boca uno de mis espléndidos y portentosos “biberones”; a que, a lo largo del día, nos aclimatáramos a ofrecer nuestra exquisita “cerveza” al otro para echársela en la boca mientras me chupaba el “rabo” o la comía la “seta” y a que, por la noche y con más tiempo, nos deleitáramos en sobarnos, lamernos el ojete y hurgarnos analmente a conciencia usando nuestros dedos o ciertos artilugios antes de introducirla mi “salchicha”, dura, larga y tiesa, bien profunda por la “almeja” mientras permanece bien ofrecida colocada a cuatro patas para que la pueda joderla “a pelo” hasta que, sumamente excitado, la deposito libremente en su interior dos lechadas seguidas y su posterior meada.
Los fines de semana nuestra actividad sexual suele ser más frecuente y larga. Aunque en esos días la sesión sexual nocturna se prolonga tanto que se une con el habitual contacto matinal que mantengo con Carolina al despertarme, después de dormir y de recuperar fuerzas durante unas horas a mi pareja la gusta poder observar mi tremenda erección y que me mantenga “palote” hasta que, al terminar de comer, mantenemos un nuevo contacto sexual casi tan completo como los nocturnos con lo que la joven, que se suele prodigar en efectuarme sus intensas cabalgadas, se asegura el recibir dos abundantes, largas y masivas lechadas antes de culminar meándome dentro de ella.
De acuerdo con el compromiso adquirido en su día con ellas y con intención de que pueda llegar a desfondarme y a vaciar mis huevos de leche echando siempre dos polvazos seguidos y culminar soltando mi lluvia dorada en tres o más ocasiones a lo largo de cada velada nocturna, la noche de los viernes solemos hacer tríos con Verónica a la que la sigue gustando pajearme para poder ver como se me levanta la “tranca”; como me luce inmensa con el capullo bien abierto y como me brota la leche. Los sábados por la noche los tríos los hacemos con Paloma a la que la encanta demostrar que desde joven ha sabido disfrutar plenamente del sexo y que continúa siendo una mujer cerda, golfa y viciosa. Aunque no sé cómo consigue que me sienta especialmente excitado y motivado al hacerlo con ella, creo que algo tendrá que ver el que use una ropa interior de lo más provocativa y que siempre me haya sentido especialmente atraído por las maduritas, si así se puede llamar a una fémina casi cuarentona, muy fogosa y de buen ver como ella y hasta que la conocí no había tenido ocasión de “empotrarme” a ninguna y menos con el morbo y la excitación añadidos que proporciona el poder tirarme al mismo tiempo a la madre y la hija.
Paloma logró a través de sus estímulos que, antes de dejarme descansar para recuperar fuerzas mientras me recreo haciéndolas múltiples cochinadas, me acostumbrara a, sintiendo un gusto cada vez más largo y mayor, echarlas tres polvazos seguidos a cuál de ellos más abundante y portentoso.
Influenciado por Paloma y por las excitantes orgías que, una vez al mes, organiza con sus hijas con intención de que pueda desfondarme y vaciarme con ellas a mi antojo, decidí volver a coleccionar las sugerentes prendas íntimas usadas por mis concubinas y cuándo conseguí reunir una buena cantidad, las obligué a decorar con su ropa interior las paredes del cuarto de baño y las del salón en donde agregué fotografías de aquellas golfas en bolas y en actitudes y posiciones muy sugerentes y aprovechando que las solía depilar regularmente con intención de que mantuvieran su raja vaginal despejada de pelos, exhibo sus “felpudos” pélvicos más poblados. Paloma decidió abonar el coste que nos supuso el cubrir las paredes y el techo de su habitación y de la mía con espejos para poder disfrutar de nuestra actividad sexual sin perdernos el menor detalle de su desarrollo.
Además de los estímulos que me supone retozar con aquel putón verbenero y con su hija mayor los sábados por la noche y después de haber disfrutado de la velada nocturna del viernes haciendo tríos con Carolina y Verónica, los domingos por la tarde la toca el turno a Susana, que como sus hermanas se hizo la ligadura de trompas a corta edad, con la que me suelo prodigar bastante más en el sexo anal que con Carolina, Paloma y Verónica que, a pesar de que “tragan” de maravilla por el culo, no se muestran demasiado dispuestas a ponerse con tanta frecuencia como me gustaría en posición para ofrecerme su trasero alegando que, al disponer de una verga tan gorda y larga, si se la introduzco cada poco tiempo por un orificio tan angosto como es el anal puedo llegar a causarlas desgarros, deterioros y lesiones internas además de que la punta de mi “banana” suele quedar aprisionada en su intestino para, luego, resultarme complicado y tedioso el poder librarla de su aprisionamiento intestinal aunque las encanta que en mis periodos de descanso y recuperación las insulte mientras me prodigo en lamerlas hasta la saciedad el ojete sin importarme que liberen varias ventosidades en mi cara antes de efectuarlas el “colibrí”; en realizarlas todo tipo de hurgamientos anales; en castigarlas los glúteos con mis cachetes, “guindillas” y pellizcos e incluso, en provocarlas unas masivas defecaciones al ponerlas dos o más lavativas seguidas lo que me ha permitido y en varias ocasiones, “degustar” su evacuación y comprobar que no resulta tan desagradable y repulsiva como pensaba, pero para poder “clavársela” por el orificio anal tengo que esperar a que estén sumamente cachondas y aprovechar la ocasión con intención de disfrutar plenamente mientras las hago mantener apretadas sus paredes réctales a mi chorra para que puedan darme una mayor satisfacción hasta que logro culminar en su interior. Al acabar de depositar mi leche en el interior de su culo, las cuatro suelen jiñarse y a comenzar a quejarse de que, a cuenta de las dimensiones que llega a alcanzar mi cipote y de la cantidad de lefa que echo al explotar, sufren unos persistentes procesos diarreicos.
Paloma consiguió, a través de sus influencias, que la empresa que la suministra las prendas íntimas más llamativas y sugerentes, me ofreciera trabajo en las oficinas de su centro de producción en cuanto concluí mis estudios al mismo tiempo que, al renunciar la joven estudiante que había atendido el comercio de lencería fina para poder desarrollar una ocupación laboral más acorde con su titulación, obligaba a sus tres hijas a hacerse cargo del negocio lo que posibilitó que pudiera comenzar a relacionarme sexualmente con otras hembras ajenas a la familia de Paloma por lo que, desde entonces, me encuentro bien servido en mi domicilio, en el de Paloma, en el comercio de lencería y en mi centro de trabajo en donde empecé a retozar regularmente con María del Mar ( Mari Mar ), una espigada y fascinante joven de poblado cabello rubio que suele llevar recogido en forma de cola de caballo que es la encargada del personal de confección y que desde que tuvo ocasión de comprobar que me encuentro bien “armado”, que doy unas buenas raciones de “salsa” y que dispongo de una virilidad más que aceptable, está siempre dispuesta a proporcionarme satisfacción sexual y sobre todo después de comer, prodigándose en el “chupa-chupa” y en abrirse de piernas para permitir que la “clave mi herramienta a pelo por la chirla” y aprovechando que lleva puesto el DIU, que explote en su interior libremente y que, de una manera más esporádica, la posea por el culo.
La joven, además, se ha encargado de promocionar mis atributos sexuales y las magnificencias de mis lechadas con varias de sus compañeras hasta lograr que otras cuatro empleadas, Arancha, Esperanza, Lorena y Soledad, se me ofrecieran para mantener relaciones completas más o menos frecuentes con ellas lo que me permite disfrutar de la debida variedad puesto que, aunque a todas las agrada efectuarme felaciones; que me recree en exceso comiéndolas el chocho; estimulándolas a través del ojete y efectuándolas todo tipo de cerdadas antes de que proceda a trajinármelas por vía vaginal para propinarlas unas buenas embestidas y echarlas libremente mi leche y en su caso, mi orina dentro de su chumino sin importarme que tomen o no medidas para evitar que las fecunde, cada una tiene sus propios gustos sexuales y como se mantienen “entonadas”, además de deleitarme con ellas a mi antojo, puedo disfrutar y varias veces cada día, del agradable, estimulante y placentero espectáculo que supone el que, abiertas de piernas y manteniendo aperturados sus labios vaginales, me ofrezcan ese autentico manjar de dioses que es la orina femenina para que la pueda ingerir íntegra mientras me deleito comiéndolas su jugoso coño y hurgándolas con mis dedos en el culo para, al acabar, mamarlas las tetas además de apretárselas con mis manos al mismo tiempo que las voy poniendo bien erectos los pezones con mis dedos gordos.
Mi propósito es aprovecharme de que Paloma piense que me tiene cogido por los huevos a cuenta de mi actual ocupación laboral, que ella me consiguió, para poder continuar disfrutando plenamente y a mi antojo de una actividad sexual cada vez más cerda, sádica y sucia tanto con mis atractivas compañeras de trabajo como con ella y sus tres hijas y de una manera especial, con Carolina que, además de vivir conmigo, continúa siendo la que más cautivado me mantiene.