Carolina.

Así conocí a mi amor.

El sol brillaba bastante pero me parecía que apenas calentaba; eso era lo que sentía pues el aire frío hacía muy agradable el ambiente dentro de mi coche que conducía en ese momento.

Mi destino eran las clases en la universidad.  Como ya había cursado la mitad de la carrera, no me preocupaba mucho si por algún caso llegaba tarde.  Sería aceptada en el salón, pues gozaba de ese privilegio que tenemos los estudiante cuando somos relativamente antiguos

Mi Papá hacia casi dos meses que me lo había regalado.  Lo hizo como premio por mi dedicación a los estudios.  Eso fue lo único que me dijo,  cuándo con un abrazo y con un beso en cada mejilla me hizo entrega de las llaves.  Ese es tal vez unos de los momentos donde más feliz me he sentido en toda mi vida, motivado por el regalo tan increíble que mi padre me acababa de conceder..

El parqueadero para los vehículos de los estudiantes es escueto,  abierto; es como una especie de terraza.  La parte directiva y toda la planta dedicada a la enseñanza de la universidad, cuenta con un parqueadero subterráneo.  Cosas y privilegios de ser profesores y directivos.

Ese era uno de los pocos días que lo utilizaba porque no me gustaba dejarlo a la intemperie.  Me dolía dejarlo al sol y al agua.  Cada vez que terminaba las clases,  llegaba a donde lo había estacionado  y lo miraba con tristeza porque el estado en que lo encontraba me encogía y me entristecía.  Era el mejor presente que mi padre me había regalado y por eso lo cuidaba casi con esmero.  Era como un hijo para mí, claro guardando las proporciones.

Cuando iba ingresando en el estacionamiento y al inclinarme para apagar la reproductor de música que escuchaba en ese momento, sentí un golpe y un estruendo; el impacto fue tan fuerte que primero me lanzo sobre el timón, luego contra el asiento y por ultimo casi me estrella contra el parabrisas.  Ni siquiera tuve necesidad de aplicar el freno; lo había estrellado contra otro vehículo y prácticamente le había destruido la puerta donde se sienta el copiloto.

Eche la cabeza hacia tras, me pase las manos por el rostro, me puse pálida y mi corazón se aceleró como si quisiese salírseme del pecho. No me movía; estaba completamente paralizada.  Me sentía incapaz de todo; había perdido la capacidad hasta de pensar;  no sé si era por el susto, por los nervios o por el desconcierto.

De pronto unos golpes sonaron en el cristal de la ventana.  Fueron golpes fuertes que casi parten el vidrio.   Giré mi cara y me encontré con el rostro más hermoso que mis ojos habían visto en toda mi vida.  Era un ser infinitamente bello.  Sus ojos eran enloquecedores.  Su mirada era entre sería y divertida; también había un dejo de tristeza que lo hacía aterradoramente divino.

Cuando me miró prácticamente me fundí.

Su mirada me atrapó, su sonrisa me enamoró y su voz me enloqueció casi hasta el delirio.

-¡Señorita se encuentra bien!…. ¡por favor abre la puerta!…. ¡vamos…. abre la puerta!…. ¡vamos!.... ¡ábrela!.... ¡ábrela por favor!.... ¡ábrela!

Entre más gritaba más se preocupaba, al final parecía ofuscado

Yo solo lo miraba, nada más podía hacer.  También suspiraba como una estúpida; era como si nunca hubiese visto un hombre en toda mi vida.  Me sentía pendeja, me sentía tonta, pero sobre todo me sentía desfallecida por esa imagen; ese hombre me enloquecía tan solo con mirarlo.  Era tan bello que comencé adorarlo desde el mismo instante en que lo vi.

Ya era suya sin duda alguna.

Temblaba con cada una de las palabra que llegaba a mis oídos.  Era tanta la lujuria que me provocaba su voz y toda su presencia que me enloquecía y anegaba todo mi interno.

Mis bragas eran una sopa.

Yo lo miraba pero todo lo que había a su alrededor había desaparecido; solo me llegaban sus palabras pues desvariaba tan solo con la imagen que veía.  Su forma de moverse me desconcertaba hasta el extremo.  Me bajé despacio, no porque lo quisiera sino porque era tanta la pasión que me sobre cogía que casi no era capaz ni de moverme.

Él estaba más preocupado de lo que yo estaba agitada.

Puso sus manos en mis hombros y me sacudí como una espiga.  Casi convulsiono.  Realmente no estaba preocupada por mi coche  sino que lo único que me importaba era lo que las manos de ese hombre hacían cuando me rozaba.

Me hacían morir.

Destapabas pasiones desconocida en mi cuerpo.  Bueno, la verdad era que no conocía mucho de eso, pues todavía era una mujer virgen hasta en la forma de pensar.  Era como si la vida me hubiese destinado a mantenerme pura, para que cuando lo encontrara, le entregara todos los tesoros de mi cuerpo, de mi corazón y de mi alma.

Esa epifanía comenzaba hacerse obvia.

No recuerdo que fue lo sucedió a continuación.  Es como bruma gruesa y oscura que oscurecía mis sentidos.  Tiempo después me contó que como yo casi no hablaba, se había preocupado tanto por mi estado, que el mismo decidió hacerse cargo de los arreglos del accidente que yo había provocado.  Yo acepté sin rechistar; pero no por voluntad propia, lo hice porque no entendía lo que me pasaba al tenerlo junto a mí.

Así nos fuimos conociendo.

Al otro día me lo encontré en la cafetería; estaba desayunando rodeado de varias chicas; claro era un adonis.  Alguien como él no podía pasar desapercibido, ni tampoco libre del asedio de las mujeres que asistíamos a la universidad.  Si a mí me parecía divino, las demás lo miraban casi como un dios.

Luis era un chico extraño; no parecía importarle el acoso que sufría a todo instante por parte de las mujeres que lo rodeaban.  Parecía que vivía en otra dimensión.  Cuando me vio se levantó con presteza se me acercó y me saludo besándome en las mejillas.  Mi coñito era una piscina.  Nadaba en los fluidos que anegaban mi intimidad y estos se escurrían por mi vagina y emparamaba la mínima braguita que llevaba como ropa interior.

Me invitó a un café; hablamos de cosas triviales.  De su vida, de la mía, de la familia, de los estudios, de los sueños, de las fantasías; claro que yo no le conté que por él era por quien yo ya deliraba.  Al otro día y al otro y al otro siempre nos buscábamos.

A los ocho meses me asaltó.

Lo hizo de una forma diferente.

Me dijo que me iba a dar una sorpresa.  Nos fuimos temprano en su coche hacia la parte alta de la ciudad.  Arriba me invitó a que practicáramos parapente.

Se colocó un aparato con alas y lo sujetó a su espaldas con unas correas que las apretaba contra su tórax.  Conmigo hizo lo mismo pegándome de espaldas contra él.  Quedé completamente adherida; casi formábamos uno solo.

Confiaba tanto en él que no me importaba lo que me pasara; si algo me sucedía estando consigo moriría dichosa y totalmente feliz.  Era mi dueño, podía hacer conmigo lo que quisiera.  Si tenía que morir por el o con él no me importaba, pensaba que ese era mi destino y lo aceptaba sin objetar

Y nos lanzamos a volar.

Yo al principio gritaba aterrada por el miedo que me causaba sentirme en el aire sin nada que me sostuviera.  Estaba volando como una pájaro; solo me sostenían las correas que me sujetaban contra su cuerpo.  Él aprisionaba con sus manos, una barra metálica con la que dirigía el aparato que nos mantenía flotando arriba en la inmensidad.

-¡Toma la barra! preciosa.

Apena si le escuche la voz.

Lo entendí más que todo por el movimiento de sus labios.  El casco que cubría mi cabeza me impedía casi  escuchar cualquier palabra que pronunciará.  Tome con fuerza la barra y él con gestos me iba guiando, señalándome que era lo que debía de hacer.  En un momento me olvidé que estábamos volando y me concentré solo en sus manos.  Me tenía tomada por el vientre y las movía despacio.  Me acariciaba casi con distracción.

Apenas sentí sus dedos recorrer mi torso me puse como una moto.

Las deslizaba por todo mi palmito pero no se atrevía a tocarme las tetas.  Ni siquiera me las rozaba.  Entonces comenzó a ejecutar como una especie de danza contra mi cuerpo.  Me estregaba su paquete por todo el alrededor de mi culo.  Lo sentía grande, duro, pero lo que más me sorprendía era lo grueso que se sentía.  Parecía un plátano.  Como yo no conocía ningún otro pene no tenía nada con que compararlo.

Yo era de una inocencia aterradora.

Las únicas pollas que había visto, era las de las filminas que nos mostraban en el colegio cuando nos dictaban la clase de sexología juvenil.

Si yo hubiese estado desnuda en ese momento, asemejaría una pequeña lluvia por los fluidos que emanaban de mi cuerpo.  Estaba completamente inundada.

Perdí los estribos.

Quise girarme para besarlo pero apenas logre que me deslizara los labios por el casco que cubría mi cabeza y ocultaba mi rostro.  Solo pude echar mi cabeza hacia tras y desmadejarme casi sin fuerzas.  Él sintió mi laxitud.  Tomó la barra con sus manos y comenzó del descenso en forma acelerada pues quería tomarme entre sus brazos y hacerme su mujer.

Después de casi una hora, me metió en una habitación de un hotel que quedaba por los alrededores del sitio donde nos encontrábamos.  Me desnudo despacio, con juicio y con ternura; prácticamente me veneró.  Cada que me destapaba una parte de la piel de mi cuerpo, la lamía, la besaba, la chupaba y a veces la mordía.

Me enloqueció literalmente.

Con mis tetas se dio un banquete.  Mis pezones fueron caramelos para sus gusto.  Mi boca fue un aperitivo del sabor de mi piel.  Cuando llego a mi coñito lanzo un gemido de admiración y un suspiro de idolatría.

Me hizo su diosa, me hizo su hada, me elevó a lo más alto de mis sentidos y liberó todo los instintos que se contenían allá muy al fondo dentro de mí.  Me hizo mujer literalmente, pero también me hizo su hembra en toda mi totalidad.

Me amó, me veneró, me idolatró y me poseyó con una verga tan grande y tan gruesa que dilato las paredes de mi sexo casi hasta el extremo.  Cuando rompió mi pureza y arrasó con mi candor se convirtió en mi amo, en mi dueño y en todo lo que una mujer quiere ser para el hombre que ama de verdad.

Se metió en mi cuerpo, despacio, continuado, firme, pero infinitamente sicalíptico.  Sus libidinosas arremetidas  me elevaban en una especie de espiral que me enloquecía casi hasta el delirio.

Fui su mujer por un instante, por un momento, por un rato y por toda la eternidad.

Ese día vestía una blusa color verde menta bastante ceñida.  Mis teticas se mostraban arrogantes, para mejor decir desafiantes.  Sus ojos eran un poema.  Si con ellos pudiera chupármelas lo hubiese hecho desde el momento en que le abrí la puerta de mi casa cuando pasó a recogerme.  Era el homenaje que me hacía cada vez que me miraba.

Mi cuerpo era un torrente de fluidos en cantidades industriales.

Era mirarlo y anegarme ý él mírame y vibrar como la cuerda de una guitarra tañida por el mejor de los pulsares.

Me la fue quitando despacio, mientras yo cerraba los ojos por los roces que sentía, cuando fue soltando los botones uno a uno, en un viaje lento por todo mi frente perlado de emoción.  Me concentre tanto en la sensación que me producían sus dedos, que cuando me desperté ya me tenía sin el jean y se inclinaba entre mis piernas soplando en mi intimidad.  La sopladura era caliente y erizó completamente la piel de mis muslos, eso provocó que todas mis hormonas restallaron con un retumbar en mis oído que me hizo doblarme sobre su cabeza y él agarrándome por las nalgas, me sostuvo e impidió que rodara por el piso y tal vez llegara a lastimarme.

Echó mi cuerpo sobre su hombro y camino conmigo hasta la cama donde me deposito con toda la ternura se la que fue capaz de sentir.  Yo me tendí bocarriba y cerré los ojos pues el pudor me hacía temblar.  Solo cubría mi intimidad con una pequeña tanga.  El resto de mi ropa estaba esparcida por el piso donde me había hecho derretir tan solo con soplarme.  No me había tocado en la parte baja de mi cuerpo.  Solo con mis pechos había medio saciado toda esa lujuria que lo descolocaba.

Cuando abrí mis ojos estaba completamente desnudo.  Lo miré primero a los ojos; mi pudor casi me idiotizaba.  Descendí despacio por toda su figura deleitándome con la lindura de su estampa.  Y me encontré con un bolardo.  Era grande pero infinitamente grueso.  Casi era del tamaño de mi puño.  Temblé pero no supe porque; si fue por el tamaño, por el espesor o por la lujuria que me provocaba que hasta mi boca se me hacía agua.  Deseaba tenerlo en mi garganta para regodearme con su sabor.

Él se arrodillo frente a mi cuerpo en forma lateral.  Me beso en la frente, siguió con todo mi rostro: lamió mi cuello y mis hombros; se encarnizo con mis pezones que parecían frijolitos por los duros y redonditos.  Continuo con mi palmito, perforo mi ombligo y lo humedeció con su saliva hasta abrillantarlo por la forma como lo inundo.  Un pocito de su saliva fue el regalo que me dejó allá en lo profundo de su interior.

Llego a mi pubis y para eso tuvo que estirarse cuan largo es.  Su cañón se me enfrentó.  Al tenerlo tan cerca de mi rostro prácticamente me enloquecí.   Su portento se agitó y con su vibración casi me grita pidiendo mi atención.  Lo tomé entre mis manos.  Temblaba no por la emoción sino por dureza que me mostraba y por el calibre que casi no llegaba a rodearlo con mis dedos.  Era tan largo pero más grueso aun, que si mi intimidad tuviera piernas, saldría corriendo despavorida, por el terror que le causaba al ver semejante bestia que la quería perforar como una barrena.

Me hice la valiente.  Claro, mi lujuria era superior a mi miedo.  Deseaba tenerlo encajado dentro, allá hasta el fondo de mi organismo.  Así me muriera, así me partiera lo iba a tener.  No me importaba nada; lo haría así fuera lo último que hiciera en mi vida.  Semejante tesoro no me lo iba a perder por nada del mundo.

Metió sus manos por debajo de mis glúteos y me tendió sobre su cuerpo. Quede montada encima suyo agarrada de su vara, para hacerlo tuve que utilizar mis dos manos.  Él no espero nada, su lengua me dio la bienvenida y mi cuquita le celebro la visita.  Mis labios íntimos vibraron por la caricia y también por la novedad.

Nadie había estado en esos lares.  Luis con su órgano bucal se bebió mi primer llanto íntimo y por primera vez traspasó la barrera de mis entrañas.  Mi virginidad ya era historia, solo faltaba su portento.  Lo tenía entre mis manos y lo preparaba para la batalla.  Ese era el guerrero que derruiría todas mis defensas.

Abrí totalmente mi boca casi desencajando la mandíbula para poder meter la cabeza de ese badajo que apenas si me cabía.  Era más grueso que la abertura de mi cavidad bucal.  Apenas tocó mi garganta sentí unas arcadas inaguantables.  Lo retire del fondo de mi boca y me dedique solo a chuparlo.  Yo sentía que su lengua me recorría y con sus dedos pintaba filigranas entre mis labios.  Con los dedos de la otra mano comenzó a deslizarlos por el canal de mis nalgas.  Cuando la yema de su índice toco el anillito fruncido de mi culito todo mi cuerpo pego un salto.  La sensación fue delirante y el placer fue inconmensurable.

Para él era un 69 para mí era un 71, pues me tenía encajado un dedo dentro de mis labios y el otro apenas despuntaba dentro de mi recto haciéndome levantar la cabeza y soltando el capullo que sorbía como si alucinara.  Hacía pequeños vaivenes pues incrustármelo dentro de mi  boca era una verdadera proeza.

Así seguimos durante largo rato; yo chupando y el lamiendo.  Tenía un dedo hurgando dentro de mi vagina y el otro hasta el fondo de mi culito.  Este lo sacaba hasta la punta y lo iba mintiendo haciendo semi círculos.  Lo metía en su totalidad y de la misma forma lo extraía.

Mis orgasmos eran incontables e incontenibles a la vez.

Se giró despacio y me dejo de nuevo bocarriba.  Se bajó y se montó; su mirada nunca me abandonó.  Sus ojos eran dos perlas.  Brillaban de deseos incontrolables y un sentimiento sublime le iluminó todo su rostro.  Puso la punta frente a mi abertura inmaculada y comenzó el viaje al abisal de mi intimidad.

Lo hizo despacio; parecía que la vida no corría; parecía que el mundo no giraba; parecía que el universo se había detenido, pero a pesar de todo eso, el continuo con su trasegar.  Se fue metiendo despacio dentro de mi cuerpo distinto a como se metió en mi corazón.

En mi alma y en mi mente se fundió como un tornado, tal vez como un huracán.  En mi cuerpo la hacía casi como un suspiro; la sensación era enervante pero el placer era infinito, ilimitado.  Llego a las puertas de la fortaleza de mí candidez.  Primero me besó, luego poso su mirada en mis pupilas y con un gesto de pasión me pidió permiso para hacerme su mujer.  Lo hizo con inocencia, casi con pureza angelical.

Me sorprendió la forma como me suplicaba que le permitiera entrar en mi cuerpo para hacerme sentir todo lo que ya me profesaba.  La barrera que le impedía su odisea era tan delgada que más asemejaba un suspiro.  Su cañón era endiabladamente terrorífico.

Y al fin me decidí.

-¡Soy tuya vida mía!.... ¡soy tuya!.... lo seré ahora y para siempre…. ahora y para siempre, mi amor..

Puso sus labios en mi boca y empujó.

Me trepanó como una barrena.  El dolor me desencajó.  Sentía que me partía.  Mis lágrimas flameaban mis pupilas.  Se precipitaron por mis mejillas y mojaron la sabana que cubría la cama.  Se quedó estático, impávido, casi sólido; ni respiraba siquiera.  Pensaba que si lo hacía me iba a partir por la mitad.  Pasado unos instantes cuando me acostumbre a la presencia de semejante invasor todo por dentro de mí se reventó casi como un volcán.

Moví mis cadera y me restregué enloqueciendo mi cerviz.  Ese día descubrí que ella es más viciosa que yo.

Lo fue sacando haciéndome sentir tanto placer que mi cuerpo parecía que estallaba.  Parecía que cuando se salía se llevaba todo la energía que tenía por dentro.  Llego hasta la punta del capullo y se regresó en la incursión. Cuando me lo metía todo de nuevo parecía que volvía a energizarme convirtiendo mi cuerpo casi en una flama.  Era una pira de lujuria incontenible.

Ese extraño cambio de sensaciones y la dilataciones a lo que su falo me sometía me causaban tanta felicidad, que solo con mis lágrimas podía contener la emoción que enloquecía mi organismo.

La adrenalina que elevaba mis instintos parecía que se escurría por el sudor que manaba por mis poros.  Me causaba una sensación tan inefable que me revolcaba como un gusano o tal vez como una serpiente.  No hablaba solo gemía, ni siquiera suspiraba.  Me tenía atiborrada de carne y musculo que hasta la capacidad de hablar me había quitado.

De pronto su vaivén se hizo más aprensivo pues temía lastimarme.

-Más durito, papito…. más durito.

Fue escucharme y la lujuria aleteo en toda la belleza de su ser.

Mi cerviz fue la agasajada con la vibración que lo sobrecogía.  Se convirtió en un pistón.  Sus vaivenes a veces eran cortos y rápidos, en cambio otras veces era lentos y profundos.  Cuando aumentaba la velocidad tenía que aspirar por la boca, porque el aire que llegaba a mis pulmones no eran suficientes para llenarlos; pero cuando utilizaba toda su largura iba tomando aire a medida que centímetro a centímetro me lo empotrando.

De pronto comenzamos ambos a gemir.  Nos doblamos como una arco; el echando la cabeza hacia tras mientras yo solo la apoyaba haciendo puente con mis glúteos y arqueándome por la espalda.  Nuestro grito fue unísono, sonoro, un total aspaviento.  Me lleno, me inundo, prácticamente me anego, yo en cambio me vacié casi hasta secarme, hasta quedarme completamente desaguada.  Evaporó todos mi efluvios pero también me lleno con su ambrosía, el manjar del dios que me acababa de hacer el amor.

Cuando terminamos él quedó desgonzado sobre mí.  Yo lo abrace por el cuello y enrede mis pies en su cintura.  Cuando me mire en el espejo yo asemejaba a una ranita acostada bocarriba.  Tarde después puso ambas manos al lado de mis hombros, me beso en los labios y sonrió.

¡Dios señor!.... como alguien puede ser tan infinitamente bello, pero sobre todo tan endemoniadamente sexy, me dije para mí.

Y lloré.

No sabía más que hacer.  Era tan feliz que si moría en este momento lo haría tan dichosa, que el cielo me perdonaría todos mis pecados y me recibiría como una verdadera santa.  Luis con su cariño era capaz de santificarme casi como a un ángel.  Él era mi gloria, era mi cielo, era el único ser que era capaza de llevarme directamente al paraíso, tal vez hasta el edén.

-Te amo.

Solo me dijo.

-Yo también o aún más.

Solo le respondí.

Volvió y me sonrió y de nuevo me enloqueció.  Me tomo entre sus brazos y nos bañamos; no pudimos hacerlo de nuevo porque estaba completamente escocida; pero sus labios y su boca hicieron todo los milagros que no hicieron la demás partes de su cuerpo.  El sexo oral que me prodigó fue tan sublime que me paseó arriba en ese sitio en donde vive Dios.

Ese señor debe de estar muy feliz con nosotros, pues el sentimiento que nos prodigamos es totalmente de él.

-¿Y ahora qué sigue?

Me preguntó mientras miraba la lejanía de la carretera.

-Tú decides.

Fue lo que le dije.

-¿Porque yo?

-Eres mi dueño.

¿Y que soy para ti?

-Eres mío-

-Entonces decidamos entre ambos.

Yo lo miraba, él solo miraba hacia el infinito del horizonte.

-¿Qué quieres hacer?

-Tenerte conmigo hasta que se me acabe la vida.

Se quedó callado.

El silencio se hizo eterno.  Suspiró, giro su rostro, estiró su brazo y con el dorso de la mano acaricio parte de mi cara; lo deslizaba con lentitud mientras fijaba su mirada de nuevo en la carretera, lo hizo por varios minutos, luego con la palma de la mano acaricio mi mejilla.  Yo en un acto de entrega total apoye la misma y tan solo cerré mis ojos.  Estaba total y completamente enaltecida.

-Y hasta después.

Lo dijo casi en un suspiro.

Un deseo irrefrenable de besarle prácticamente se apoderó de todo mi ser.

-Para el coche.

Le dije.

No preguntó, no dijo nada, solo comenzó a disminuir la velocidad y fue buscando el sitio adecuado para poder estacionarse.  Cuando al fin lo hizo, se giró frente a mí.

-Dime.

Sonriendo.

¡Maldita sea!.... si supieras lo que me causas cuando se comporta de esa manera no sería tan pérfido, casi se lo grito.

¿Porque Dios me dio algo tan divino? fue lo único que me pregunte.

No sé si agradecérselo o reclamárselo.  Como no soy capaz de decidirme por ninguna de las dos, solo sé hacer lo que me causa más placer, más dicha o más alegría.

-Echa el asiento hacia atrás.

Casi le exigí.

Después de hacerlo me senté sobre sus piernas y me dedique a besarlo como si eso fuera lo único que me quedará por hacer.  Lo hicimos de diferente forma; primero con pasión, luego con devoción y por ultimo con amor.

-¿Cuándo nos casamos?

-¿Es necesario?

-Quiero honrarte.

-Me honra cuando me amas y no cuando me muestras un compromiso.

-Cuando te digo que te amo, te honro ante Dios, pero ante los hombros debo hacerlo comprometiéndome.

-¿Es necesario?

-Dímelo tú.

De nuevo me sonrió y de nuevo me besó.

¡Por Dios!.... porque es tan desnaturalizado.

-¿Cómo lo haríamos?

Cursi, tonta.

Eso me dice él que todos somos así cuando estamos enamorados.  Los hombres lo segundo las mujeres lo primero.

-Esa decisión es exclusivamente tuya.

Con eso me convenció.

Hicimos vida de pareja por dieciocho meses más, luego nos casamos.  Así fue como comenzó mi dicha y mi felicidad al lado de mi amor.