Carolina

Fara era un excelente complemento para la personalidad de Carolina, un ser necesario entre ella y el mundo. Por ello, Fara se convirtió inmediatamente en el canal de comunicación entre Carolina y yo.

Carolina

Siempre me ha gustado el nombre de Carolina. No sabría decir si fue antes o después de conocerla a ella. Me conquistó inmediatamente su talante de mujer retraída. Su dulzura, mezclada con una timidez natural de mirada, su boca cerrada, la luz que desprendía cuando trataba de prestar atención a lo que le decía. Nunca se desordenaba en su aspecto de mujer ausente. Tenía la habilidad de no utilizar las palabras para expresarse, pero sí una leve sonrisa de chica educada y amable.

Me la presentó una vieja colaboradora, Fara, mujer extrovertida, socialmente bien definida, con una capacidad intelectual extraordinaria y un exquisito gusto en el vestir. Fara era un excelente complemento para la personalidad de Carolina, un ser necesario entre ella y el mundo. Por ello, Fara se convirtió inmediatamente en el canal de comunicación entre Carolina y yo, fue sus oídos para escuchar mis palabras y su boca para que me hablara, y durante algún tiempo, creo que bastante, supuse que trató de unirnos.

Fara consiguió mi primera cita con Carolina la segunda semana de marzo de aquel año. Fue en su casa. Llevé flores y un postre casero que me había permitido elaborar personalmente. Fara abrió la puerta con una enorme sonrisa en los labios. Al fondo, divisé a Carolina. Sentada, parecía encogerse sobre sí misma bajo su blusa blanca inmaculada. Me acerqué a ella con nerviosismo disimulado. Le hice ver que estaba muy guapa y se sonrojó. Fara lo percibió todo y se retiró a la cocina. Unos segundos después llamó a Carolina, que acudió inmediatamente.

Tardé en saber lo que pasó en la cocina varios años. Nunca lo habría pensado aquella bonita noche de marzo, tan especial para mí. Fara separó a Carolina de donde yo estaba de forma intencionada. Aguardé su regreso sin la más mínima sospecha de cualquier mal. Un silencio distraído se apoderó de mí y todo ocurrió.

Ahora- le dijo Fara a Carolina.

Carolina se arrodilló con timidez. Fara mantuvo levantado su elegante vestido de noche y mostraba un sexo coqueto, casi escondido entre sus bragas y sí mismo, como si se opusiera a la personalidad inmensa de su dueña.

Bájalas tú misma- pidió Fara-. Por lo demás, ya sabes lo que tienes que hacer.

Carolina bajó las bragas y acercó su rostro hermoso a la humedad de su amiga. Lamió aquella raja mojada, de sabor ligeramente salado, como quien toma una medicina que le ha sido impuesta por el médico. La respiración de Fara se hizo profunda. Carolina frotó su lengua desde abajo hacia arriba varias veces, con sus ojos cerrados y notando cómo su cara se hacía tan húmeda como aquello que tomaba.

Levántate, ya es suficiente – instó Fara, asiéndola del pelo-. Quiero que te vuelvas y levantes tu vestido.

Carolina obedeció sin decir ninguna palabra. Levantó con prudencia su vestido y abrió ligeramente las piernas. Fara cogió las tijeras habituales del cajón. Carolina sintió el frío de su superficie contra la piel mientras sonaba el rajar cortante a través de sus bragas. El delicado encaje de la prenda colgó como un despojo vulgar. Desde donde estaba Fara, el sexo de Carolina se mostraba como un espectro grotesco. Ligeramente húmedo, Fara lo tomó con toda su boca. No lo lamió, aunque tampoco lo mordió. Carolina perdió ligeramente el equilibrio y se precipitó sobre la superficie del mueble botellero. Fara frotó entonces las tijeras por la pierna de Carolina sin dejar de recorrerla en su parte más íntima con la lengua.

Fara se incorporó con lentitud y contempló la figura derribada de Carolina. Dejó pasar unos segundos y alzó la voz hacia el salón:

-¿Quiéres vino o cerveza?

Respondí desde la lejanía con una decisión indiferente.

Creo que fue entonces cuando Fara, sin dejar de mirar a la inmóvil Carolina, comenzó a masturbarse.

-¿Te importa que no esté demasiado fría? –insistió Fara, siempre fuerte la voz.

No recuerdo cuál fue mi nueva respuesta.

Fara llegó al orgasmo diciendo que Carolina estaba preparando un delicioso entrante de foie , aparentemente, sin perder la calma, disfrutando de la normalidad recreada, corriéndose entre sus palabras serenas, como el agua que rebosa mansamente del vaso. Cuando volvieron, Carolina continuaba siendo aquella deliciosa mujer que conocí de la mano de Fara. Había perdido el sentido de su blusa blanca, pero nada más. Fara, disimuladamente, su peinado elegante.

Como dije, tardé varios años en saber lo que había ocurrido aquella noche en la cocina. Me lo contó la propia Fara, mientras esperábamos a Carolina, convertida en mi mujer, una noche de lluvia. Fue cuando la poseí por primera y última vez, contra la pared del recibidor. Fara lo había preparado todo para que ocurriera. Entre embestida y embestida, detalle tras detalle, me fue describiendo cómo saboreó la parte más íntima de mi esposa. Mientras escuchaba a Fara, la penetraba con más furia cada vez. Su relato sorprendente, su cara de perversión absoluta, hizo que me desprendiera de mi semen con un enorme y desconocido placer, pronunciando con desesperación su nombre: Fara.

Pasados unos segundos en silencio, me miró con una sonrisa que denotaba superioridad mientras se retiraba los restos de semen que rodeaban su entrada vaginal. No nos dijimos nada más. Se vistió con su elegancia característica. Escuché cómo salía de la casa sin hacer demasiado ruido. No volví a saber nada más de ella. Al poco tiempo, Carolina y yo también nos separamos para siempre.