Carol (8)

Piensa en la mejor manera de despertar por la mañana y multiplícala por dos...

Sobra decir que aquella noche no tardé nada en quedarme dormido. Por un lado teníamos el madrugón que me había pegado el tan ansiado sábado y por otro el haber disfrutado de dos polvos de ensueño, descargando en el primero en el culito de mi anhelada Carol y en la cara de Mónica en el segundo. Si aquello no era licencia para quedarse como un tronco nada más apagar la luz que bajase dios y lo viese. Sintiendo la suavidad de la piel desnuda de Mónica contra la mía, el sonido de su respiración fue absorbido por la oscuridad de la estancia según me abandonaba al sueño. A lo largo de la noche sólo me medio desperté por un cambio en la posición de Mónica. Se había dado la vuelta y acomodaba su culo contra mí, hasta que mi sexo quedó bien alojado entre sus nalgas. En ese estado de duermevela la ayudé buscando la posición más cómoda y volví a quedarme frito.

La tranquilidad y el silencio de la noche dejaron paso, unas cuantas horas más tarde, a una brillante mañana que intentaba abrirse paso por las rendijas abiertas de la persiana de la habitación. La perturbada quietud vino acompañada de risas y de voces, las de Mónica y Carol, que instaban a que me levantase mientras me zarandeaban sobre la cama. Justo cuando se dieron por vencidas y accedieron a darme una pequeña tregua, pude abrir un ojo y verlas salir de la habitación, ver sus preciosos culos desnudos desaparecer tras la puerta. Antes siquiera de que lograse maldecir el no haberlas hecho caso y no haberme levantado, me volví a quedar dormido.

Risas, susurros y algún gemido se mezclaban con el sueño y no podía discernir si eran reales o si sólo resonaban en mi cabeza como ecos que no se apagaban ni aún estando profundamente dormido. Un placentero cosquilleo recorría mi cuerpo al evocar el día entero que quedaba aún compartiendo a Carol y a Mónica. Pero no solo era al evocar lo evidente, el cosquilleo era real, y cuando comencé a despertar para cerciorarme, también noté el roce de piel desnuda contra mis piernas. Sorprendido, abrí los ojos y ví a las dos chicas tumbadas boca abajo en la cama compartiendo generosamente mi sexo.

  • Parece que nuestro príncipe azul se despierta, Blancanieves -dijo Carol, que jugueteaba con mis testículos mientras la cabeza de Mónica subía y bajaba por mi polla.

  • Buenos días. Buenísimos días -logré decir despertando del todo. Con un ruido húmedo los labios de Mónica abandonaron su ocupación.

  • Buenos días, remolón.

  • ¿Las dos para mí solito? -dije estirando las partes de mi cuerpo que aún no estaban tan estiradas como el centro de atención de las chicas-, no se que pensará Carlos de estas atenciones...

  • A él no se le han pegado las sábanas como a ti -dijo esta última-, así que lo hemos dejado recuperándose en el jacuzzi...

  • ¿Ah, sí? ¿Y qué habéis hecho con él?

  • Pregúntaselo si quieres, aunque no creo que tenga la lengua como para darte explicaciones -dijo Mónica estallando en una carcajada a la que se unió Carol.

  • Yo espero que haya sido lo que vas a hacernos ahora tú a nosotras -comentó Carol sin dejar de sonreir maliciosamente.

  • Seguro que se te ocurre algo, ¿no? -preguntó inocentemente Mónica.

Mi sonrisa fue la respuesta. Acerqué mis manos a la cara de esta última, la acaricié y las subí para presionarle levemente la cabeza hacia abajo, para que siguiese engullendo mi miembro. Sin ofrecer resistencia, se afanó para que siguiese disfrutando de su boca a lo largo de mi sexo. Carol se incorporó, lo que me brindó la visión de sus enormes pechos, que oscilando en un lento vaivén fueron acercándose según ésta avanzaba gateando hacia mí. Colocándose sobre mi cabeza, pude alcanzar con la lengua sus pezones, chupándolos, succionándolos, recorriendo las aureolas, notando cómo se endurecían poco a poco. Ella misma se sujetaba las tetas para hacerlas más accesibles a mis labios. Mientras la cabeza de Mónica subía y bajaba por mi polla, Carol comenzó a incorporarse despacio, lo que hacía que tuviese que estirar el cuello para seguir disfrutando de sus maravillosos pechos, hasta que quedaron fuera de mi alcance cuando quedó erguida de rodillas sobre la cama.

  • No te preocupes, cielo -dijo mirándome a los ojos, viendo claramente mi ansia insatisfecha por haberme privado de sus generosos pezones-, que te voy a dejar algo más para comer.

Acto seguido deslizó su pierna derecha sobre mi cabeza y su sexo y su culito quedaron a escasos centímetros de mi cara. Notaba su calor en las mejillas y en los labios, y un leve olor a gel probablemente debido a la sesión con Carlos en el jacuzzi. Apoyó sus manos sobre mi pecho y, sacando su culo hacia detrás, bajó un poco más y entonces pude sentir con más fuerza su calor y la humedad que hacía brillar los labios de su coño.

  • ¿Te gusta lo que ves? -me preguntó tras girar la cabeza, no sin esfuerzo, para volverme a mirar de nuevo. No hubo respuesta, sino nuevamente ansia en mi mirada. Carol sonrió. - Pues mejor te va a saber.

Con la última palabra en el aire, separó un poco más las piernas y su sexo fue recibido por mi boca. Cuando mi lengua buscó primero su clítoris, Carol dejó escapar un gemido y se dejó caer sobre mí. Mientras terminábamos de acomodarnos en aquél 69 perfecto, Mónica seguía afanándose en la mamada, y Carol no tardó en juguetear también con la lengua cuando mi miembro dasaparecía de la boca de aquélla, lo que hacía que se moviese ligeramente hacia adelante y detrás. Aproveché el movimiento para hacer más largo el recorrido de mis labios por su coño, desde el abultado clítoris hasta la entrada de su sexo, que profanaba con la lengua hasta que me quedaba sin respiración, intentando que entrase lo más posible. Mis manos no tardaron en asirla por el culo, para empujarla más hacia abajo, y entonces ya no sólo mi lengua recorría aquella húmeda y abrasadora rajita, también lo hacían mi barbilla y mi nariz, lo que le arrancó un gemido que la separó de mi polla. Mónica también dejó de ofrecerme el calor de su boca en ella tan solo unos segundos, para dejársela entera a Carol. Ésta comenzó a imprimir un ritmo menos pausado, acorde con los movimientos de su cuerpo, que parecía pedir más presión bajo su sexo. Junto con el calor y la humedad de su boca, noté un más que agradable cosquilleo en los testículos; Mónica sustituía las caricias de su lengua en mi polla por otras más abajo, recorriendo con su lengua la extensión de mi escroto, succionándolos, intentando metérselos en la boca e incluso bajando quizá demasiado de lo que permitiría un hombre no exento de determinados complejos, para subir con la lengua hasta encontrarse con la de Carol, que entre ahogados gemidos seguía engullendo mi miembro, que estaba a punto de estallar de puro placer. Aún así quien explotó fue esta última tras el frenético trabajo de mi lengua en sus entrañas. Con un grito, más que con un gemido, se irguió tensando la espalda, sentándose literalmente sobre mi cara. Mientras trataba de no asfixiarme bajo su sexo, los movimientos espasmódicos de su orgasmo la hicieron desplazarse unos centímetros hacia adelante, los justos para dejarme respirar de nuevo. Ahora era su culito el que quedaba al alcance de mi boca, así que no desperdicié la ocasión para desplazar las caricias hacia ese agujerito que en tan sólo un día ya conocía tan bien. Los pliegues de su ano brillaban de la humedad que la consumía, y me dediqué a sustiruirlos por saliva, intentando como había hecho con su coño, introducir la lengua hasta lo más hondo de su ser. Sus gemidos empezaron a sonar como un eco lejano según cerraba los muslos sobre mi cabeza, un ruido sordo atenuado al estar atrapados mis oidos entre sus piernas. De pronto la presión cesó, Carol se levantó de mi cara y volví a ver y a oir. Tenía la cara roja y los ojos llorosos, pero sonreía. Mientras Mónica seguía dedicando atenciones a mi polla, Carol se irguió hata quedar de rodillas sobre la cama a mi lado y se inclinó hacia mí. Tras un beso, comenzó a lamerme la cara, su lengua comenzó a recorrerme la barbilla, la boca, las mejillas, la nariz, los párpados, la frente, y todos los rincones por los que brillaba la humedad de su propio cuerpo, hasta terminar con un nuevo beso en el que nuestras lenguas compartieron el sabor de su sexo. Yo ya no podía más, la boca de Mónica seguía serpenteando entre mi polla y mis testículos, y con un pequeño gemido le indiqué que quedaba muy poco para correrme.

  • Todavía no -dijo tras parar de concentrar sus carcias en mi sexo. Me moría de ganas de correrme, y de hecho si hubiese seguido lo hubiera hecho en menos de un minuto. Pero Mónica quería algo más, y cómo negarle algo a la mujer que había accedido a brindarme el mejor fin de semana de mi vida. Me incorporé un poco hasta quedar medio sentado con la espalda apoyada en el cabecero de la cama, para dejarle más espacio para lo que tuviese en mente. Carol se acercó a ella y las dos quedaron de rodillas ante mí. Me costaba horrores no terminar yo mismo masturbándome para liberar toda la energía que se concentraba en mi polla, pero traté de calmarme respirando hondamente.

  • No irás a terminar ahora, ¿no? A ella bien que le has comido las tetas -dijo lentamente mientras sus manos de deslizaban por los grandes pechos de Carol-. También le has comido el coño -en esta ocasión Carol, que sonreía con malicia, se sentó sobre las sábanas con las piernas cruzadas, lo que dejaba una visión perfecta de su sexo, inflamado y húmedo, que Mónica recorrió con los dedos, provocándole un ligero escalofrío. Después, Carol se dio la vuelta para dejar constancia igualmente de su ano, que aún brillaba por la mezcla de sus fluidos y mi saliva- y el culo -en esta ocasión acarició con un dedo el agujerito-.

  • Algo habrá que hacer al respecto -dijo Carol, que ya se había dado la vuelta hasta quedar de nuevo de rodillas-. Pero claro, sólo no va a poder con todo, así que si quieres yo te ayudo un poco...

Carol delizó una mano bajo el vientre de Mónica, que recibió la atención de buena gana. Con el sexo ocupado, comenzó a acariciarse los pechos, firmes y tersos, con los pezones despuntando, contrastando duros y oscuros respecto al resto de la piel.

  • Parace que sólo hay una zona que necesita de mimos -comentó Mónica con un cambio en la respiración, levemente agitada, en parte por el placer que le proporcionaba la mano de Carol moviéndose lentamente entre sus piernas y por la suyas propias que se acariciaban, y por el hormigueo que debía sentir por estar tan cerca de verse colmada de atenciones y de conseguir un orgasmo a dos bandas. Para buscar un mejor acomodo, Carol se tumbó boca arriba, con la cabeza entre mis piernas, y acto seguido una de las piernas de Mónica le pasó por encima de la misma, lo que me permitió ver bien expuesto el sexo de esta, que parecía querer llevar a cabo un 69 con Carol. En un primer momento, no supe si eran los dedos o la lengua de Mónica la que hicieron gemir de placer a Carol mientras estaba ocupada en su sexo, la visión de su coño y de su culo expectante no me dejaba ver más allá. Poniéndome de rodillas, me agaché para besar a Carol, cuya cara descansaba debajo de la parte más caliente de Mónica, y para lubricar con mi lengua el sonrosado agujerito que estaba a punto de profanar, volviendo a besar a Carol para compartir el sabor del interior de Mónica. Antes de disponerme a sodomizarla, aprovechando uno de los gemidos de Carol por el trabajito que aquélla le hacía en su sexo, le introduje la polla en la boca, que aceptó de buen grado, intentando abarcarla en toda su longitud. Tras unos instantes notando su lengua, su paladar e incluso su garganta, no pudiendo respirar, tosió y se sacó de la boca mi sexo, que relucía gracias a la tremenda lubricación conseguida con su saliva. Viendo que había llegado el momento, Carol ocupó sus manos en separar las dos nalgas de Mónica. Acerqué mi miembro al pequeño agujerito, e imprimí la fuerza que creí que era necesaria para romper la barrera de sus pliegues. Sin embargo, gracias a mi saliva en aquél reducto y a la de Carol en mi sexo, éste se deslizó hacia adentro tan fácilmente que entró hasta la base, lo que arrancó a Mónica un grito que debió de oirse hasta en el pueblo.

  • Lo siento Mónica, perdona -dije tratando de disculparme pensando que la había hecho daño, tras retirar mi polla con suavidad de su interior.

  • Qué perdona ni que hostias, me ha encantado, fóllame el culo -dijo casi con rabia, deseosa de probar de nuevo mi sexo en aquella parte de su cuerpo.

No me hice de rogar y volví a hendir mi miembro en su receptivo ano sin más miramientos. Para imprimir mayor ritmo y hacer más profundas las embestidas, puse mis manos en sus hombros, tirando de ella hacia atrás cada vez que mi miembro entraba en su interior. Pronto los tres comenzamos a jadear, Mónica por sentir mi sexo recorrer cada milímetro de su interior, Carol por ver su sexo colmado de atenciones al ritmo de mis embestidas y yo por ese culo al que me acoplaba a la perfección y por las caricias que esta le dedicaba a mis testículos con la lengua. De pronto noté cómo la presión en el interior del agujerito trasero de Mónica comenzaba a ser cada vez mayor lo que anunciaba un orgasmo inminente.

  • Ah... sí... sigue... ah... ahh... me corro, me corro, me corro cabrón, me... ahhhh... -gritó, aferrándose a las piernas de Carol y hundiendo su cabeza entre ellas. Sin poder aguantar más, se echó hacia adelante todo lo que pudo, lo que hizo que mi sexo saliese de su interior con un ruido de succión. Mientras un temblor sacudía su cuerpo, se dejó caer, quedándose las dos mujeres pegadas, una encima de la otra. Carol deslizó una de sus manos entre los muslos de Mónica en busca de mi polla, y cómo pudo, se la metió en la boca. La tarde anterior fue esta quién probó el sabor que había dejado en mi sexo el haber sodomizado a Carol, y me excitó enormemente comprobar que ahora cambiaban las tornas. Entre tanto Mónica seguía tumbada inmóvil sobre aquélla, con las piernas abiertas que permitían una apetecible visión de su coño, que brillaba de excitación y de su culo, enrojecido y húmedo. Un culo en el que quería terminar la faena, así que deseoso de saber si su dueña estaba por la labor me deslicé hacia adelante, con cuidado para no ahogar con mi miembro a Carol, alcé un tanto sus caderas con cuidado mientras con los pulgares separaba las nalgas. Al contacto de mi lengua con los pliegues de su ano, Mónica pareció salir del trance y comenzó a ronrronear, a gemir despacio y a acariciar las piernas de la mujer que tenía debajo acercándose más y más hacia la cara interior de sus muslos, hasta que la receptora de esos estímulos se sacó de la boca mi sexo para acompañar el concierto de jadeos que volvía a inundar la habitación. Tan concentrado estaba en profanar la puerta trasera de Mónica con la lengua, intorduciéndola aprovechando la dilatación de la misma, que no reparé en que Carol se había desplazado un poco hacia atrás, librando su coño de las atenciones de la primera. Entonces ocurrió algo para lo que en un principio no estaba preparado. Del mismo modo que yo había hecho con Mónica, Carol debajo de mí, separó mis nalgas y una humedad se deslizó desde mi ano hasta el perineo. Era una sensación extraña, incómoda en un principio, supongo que por los prejuicios, pero placentera. Lo fue mucho más cuando con una mano agarró mi sexo y comenzó a masturbarlo, lentamente pero con firmeza, mientras su lengua exploraba territorios prohibidos. Así estábamos ambos, dedicados a arrancar placer del mismo sitio, ella a mí y yo a Mónica. Sentí cómo comenzaban a flaquearme las piernas, aquello era inminente, así que, incorporándome sobre las rodillas me separé de Mónica, la así por las caderas y aprovechando la lubricación que acababa de ofrerle a su culito, le introduje mi polla hasta la base de forma rápida. Me alivió saber que, lejos de producirle un dolor horrible, aceptó la embestida moviéndose  rápidamente hacia adelante y hacia detrás, era imposible que un milímetro de mi miembro no quedase dentro de tan generoso agujerito. Carol se incorporó lo justo para seguir dedicando sus atenciones a mi orificio trasero, y entonces no pude más y exploté. Noté cómo los chorros de esperma inundaban el interior de Mónica, cómo rodeaban mi polla y cómo pugnaban por salir al exterior, mientras la velocidad el bombeo fue reduciéndose hasta que, dejándome caer de lado, salí de su ardiente interior según se apagaban en mi cabeza los gritos de placer de ambos. Los restos de mi orgasmo comenzaron a gotear desde su interior hasta la barbilla de Carol, que seguía debajo de Mónica. Dedicándome una mirada que me pedía atención por lo que quedaba por hacer, ésta se incorporó hasta que su boca quedó a la altura del culito de la primera, y fue limpiando con la lengua cualquier resto de semen que hubiese quedado en su interior. Acto seguido las dos mujeres se incorporaron, quedando de rodillas una frente a la otra y se besaron. Pude ver cómo la corrida que había tenido dentro del culo de Mónica comenzaba a caer por la comisura de sus labios, ya que Carol se había preocupado por retenerla en la boca. Gruesas gotas de semen caían sobre sus barbillas, sus pechos, sus muslos y sobre las sábanas, y decidieron no dejarlas escapar posteriormente lamiendo todo lugar en el que hubiesen ido a parar. Todo ello me volvío a dar alas en un momento, pero cuando una nueva erección comenzó a despuntar bajo mi vientre, sentí una leve punzada de dolor, lo que unido al agotamiento hizo que diese por terminada la sesión de sexo matutino.

Después de una buena ducha los tres juntos, en la que compartimos sólo besos, nos unimos a Carlos, que estaba en el salón y había preparado el desayuno. Él ya estaba vestido, pero ni su chica, ni la mía ni yo encontramos reparos en desayunar desnudos. El siguiente plan era bajar al pueblo, dar una vuelta, tomar unas cañas, preguntar por las rutas de senderismo de la zona, comer, volver a la casa, cambiarnos y comulgar con la naturaleza explorando los alrededores. Pensando en lo reparador que sería en esos momentos una sesión de jacuzzi me excusé y les pedí que me subiesen a buscar después de las cañas para volver al pueblo a comer. Aceptaron a regañadientes y poco después me quedé sólo en la casa y me metí en el jacuzzi para disfrutar de unos momentos de tranquilidad y relax aboslutos. Hubiera dicho que aquello era la gloria, pero la verdadera gloria era que todavía nos quedaba una tarde para seguir compartiendo experiencias inolvidables. Aquello era tan sólo el descanso del guerrero.

continuará...