Carol (7)
El agotamiento me pedía a gritos la cama para tomarme un respiro, aunque en ella pueden hacerse cosas mucho más interesantes...
Tras un reparador baño de burbujas en el jacuzzi, en silencio, con el único ruido del agua como fondo, cominos tranquilamente. Una complicidad enorme reinó entre los cuatro, y tras una larga sobremesa pasamos la tarde dando un paseo por los alrededores de la casa. Antes de que oscureciese regresamos, y entre risas y conversaciones sobre cada uno de nosotros tomamos una ligera cena y decidimos dar por concluida la jornada, por el cansancio acarreado por el madrugón y la sesión de sexo y burbujas del mediodía.
A la hora de recogernos Carol y Carlos nos dejaron elegir entre las dos habitaciones que contaban con cama de matrimonio. Ante nuestra indecisión e insistencia en que debían ser ellos los que eligiesen, Carol fue la que puso fin a una serie de pros y de contras que carecían totalmente de fundamento, ya que las dos habitaciones eran igual de grandes y cada una contaba con su propio aseo. Una vez colocamos las maletas en la habitación restante, la de las dos camas, nos dimos las buenas noches. Para mi sorpresa, el "buenas noches" de Carol fue acompañado por un beso en la boca y un abrazo en el que puede sentir con fuerza la voluptuosidad de sus curvas. Cuando por fin se separo de mí, ví que Carlos también le deseaba felices sueños a Mónica de la misma forma.
Una vez en la habitación, a solas con Mónica, el beso que compartí con sus labios fue más largo. En ese momento sentí que debía darle las gracias por estar conmigo, por haber accedido a compartir ese fin de semana y por abrirme puertas a experiencias con las que siempre había soñado.
Mónica... eres increíble...
Mira que eres tonto -dijo con su preciosa sonrisa iluminando la habitación, dándose cuenta del agradecimiento en mi mirada. No creo que le incomodara ese momento espontáneo de ternura, que asimismo era lo que me inspiraba ella, sabía que si había ido el fin de semana era por mí, así que no había que darle más vueltas a los sentimientos del un hacia el otro, sobre todo tras el intenso día que llegaba a su fin.
Decidimos prescindir del pijama para dormir y desnudos, de pie frente a la cama, volvimos a besarnos. Las suaves caricias que nos dedicamos entretanto y el contacto de su cuerpo hicieron que volviesen a despertar en mí las ganas por el sexo. Lentamente mi miembro volvía a cobrar fuerza, y en el momento en el que rozó los arreglados y escasos vellos que coronaban el sexo de Mónica, esta apretó aún más su cuerpo contra el mío.
¿Todavía te quedan fuerzas? -le entendí mientras me mordía con sensualidad el labio inferior.
Contigo es imposible resistirse -contesté mientras mis manos se aferraban a sus glúteos para apretarla contra mí.
Eso no está bien, que mañana te quiero con fuerzas -dijo ella, al tiempo que se separaba de mí-. Anda, ve acostándote que ahora voy.
Dejándome con el arma a punto la ví desaparecer tras la puerta del aseo, sin poder apartar la mirada de su culito. El suave tacto de las sábanas en mi piel desnuda fue muy agradable. Tumbado, con la cabeza apoyada sobre las manos y con el ruido de fondo de Mónica orinando volví a pensar por enésima vez lo afortunado que era. Al oír el ruido de la cisterna, mis ojos volaron del techo de la habitación hacia la puerta del aseo, para no perderme detalle de su cuerpo desnudo. Lo primero que hizo nada más salir fue señalar con sorpresa el sospechoso bulto que ocupaba mi sexo bajo las sábanas.
- O sea, que te quedan fuerzas. Muy mal, muy mal -dijo acercándose, con la voz de niña mala que me volvía loco- ¿voy a tener que atarte otra vez?
Porque cualquiera diría que después de haberte follado a Carol por el culo no te quedarían fuerzas para el resto del día...
¿Y tú? -le contesté con el mismo tono- ¿acaso no te has corrido?
Vaya, estabas tan concentrado en romperle el culo que ni te has dado cuenta. Me has puesto cachondísima mientras lo hacías, y de hecho creo que he tenido el orgasmo más grande desde que me masturbo. Ha sido pensar que ese culito era el mío... -dijo Mónica sensualmente, con un suspiro final que dejó la frase incompleta. En un instante cerró los ojos para recrearse en el momento y sus manos no tardaron en acariciar sus curvas. Pero eso era insuficiente. Esta vez con los ojos muy abiertos se subió a la cama por la esquina opuesta a mi lado, y comenzó a gatear hacia mí. En sus pechos, que se movían de lado a lado según avanzaba, despuntaban dos pezones oscuros y erguidos. Cuando llegó a la altura de mi sexo, se agachó para morderlo a través de las sábanas. Noté sus dientes comprobando con cuidado la dureza que seguía conservando en aquella parte, y cuando se cercioró bien de que bien podía aprovechar esa erección para poner la guinda al día se incorporó, quedando de rodillas sobre la cama.
Fóllame -dijo contundentemente. De un tirón apartó la sábana que me cubría, dejando al descubierto mi miembro, que como un mástil surcado de henchidas venas apuntaba hacia el techo. Con cuidado Mónica apartó la piel del prepucio y pasó su pierna derecha sobre mí, dejándome contemplar su espalda y su maravilloso culo. Sosteniéndome por la base de mi sexo lo acomodó a la entrada del suyo, y antes de que desapareciese en su interior lo frotó hacia delante y hacia atrás unas cuantas veces. Aquello me ponía a mil, pero necesitaba sentir su calor, su humedad envolviéndome, la viscosa suavidad con que me acogía su interior. Ella también necesitaba sentirse llena de mí y un suave suspiro salió de sus labios en cuanto se dejó caer con lentitud sobre mi polla.
Tras unos compases lentos y desacompasados, en los que los dos calibrábamos las sensaciones, tratando de no armar demasiado escándalo por si Carol y Carlos estuviesen ya dormidos, las caderas de Mónica comenzaron a moverse rítmicamente hacia delante y hacia atrás. Sujetándose en mis tobillos, poco a poco fue echándose hacia adelante, ofreciéndome una perfecta visión de su orificio trasero. Con el pelo liso cayéndole sobre el rostro, Mónica subía y bajaba de mi polla con fuerza, parecía que quería notarla dentro de sí en toda su extensión. Mis manos pasaron de sujetarla por las caderas a sus pechos y pude sentir en las palmas de las manos sus pezones duros como dos pequeñas piedrecitas. No hacía falta que los estimulase, el mismo movimiento que imprimían sus caderas hacía que se rozasen con mis manos. Su respiración entonces comenzó a acelerarse. Pude saber el momento exacto en el que se corrió, cuando se irguió y apretó sus manos contra las mías, haciendo que la estimulación en los pezones fuese el remate final de su orgasmo.
La tentación que me producía su agujerito trasero ahora que Mónica había bajado el ritmo de sus caderas al mínimo era insoportable. Liberé mis manos de la prisión de sus tetas y bajando hacia la zona que ocupaba su clítoris, lubriqué un dedo con los fluidos que empapaban su bajo vientre. Una vez lo dejé listo para entrar en acción Mónica se giró y pude ver su cara, en la que pude leer que sabía lo que estaba apunto de hacer. Echándose un poco más hacia adelante puso una mano en cada nalga y se las separó, para hacer más accesible su sensacional culito. Con mi polla aún en su interior, deslicé el dedo por los pliegues de su sonrosado ano, hasta dejarlo bien lubricado. Tras repetir la operación, recogiendo nuevamente restos de su excitación, fui introduciendo el dedo en su interior. Según avanzaba su respiración se hacía más profunda. La totalidad de mi dedo índice derecho había desaparecido en su interior. Con un lento y leve movimiento circular lo fui sacando, para volver a introducirlo una vez más, y otra, y otra, hasta que el paso apenas mostraba resistencia. Con un hilo de voz, Mónica me pidió más, y más, y más. El ritmo de mi dedo perforándola el culo comenzó a ser frenético y Mónica jadeaba cada vez con más fuerza. Sentía mi polla cada vez más dura, hinchada en el interior de su coño a través de la estrecha pared que separaba ambos orificios.
Justo cuando sustituía el dedo índice por el corazón un dejà vu me hizo retroceder al primer polvo que echamos, en mi coche la noche en que nos conocimos, ya que empezó a tensar y destensar los músculos de su vagina. Volvía a follarme sin apenas moverse con un dedo entrando y saliendo de su orificio trasero, sólo que esta vez, la velocidad de este último era mucho mayor. Decidí darle uso a la mano que tenía libre y rodeándola dirigí otro dedo a su clítoris, y empecé a estimularlo. La presión en el dedo que tenía metido en su culo era enorme cuando tensaba los músculos de su coño, así que reduje la velocidad de las acometidas, y decidí aumentar la del otro dedo, que presionaba y frotaba el abultado clítoris. El segundo orgasmo de Mónica vino anunciando cuando esta se tapó la boca con las dos manos para no gritar. Los movimientos de su interior se hicieron mucho más intensos, y tuve que retirar mi dedo de su culo para que no me lo arrancase de cuajo. Los músculos de su interior se contraían con fuerza, y yo también iba a correrme. Según se lo hice saber, Mónica comenzó a incorporarse lentamente, hasta que con un ruido húmedo mi sexo salió de su interior. Volviéndose, se acomodó entre mis piernas y sujetándome la polla con ambas manos comenzó a chupármela despacio. El movimiento de sus manos subía y bajaba por el tronco con la misma parsimonia. Iba a hacer que me corriese lentamente, no quería prisas para recibir mi orgasmo. Sus ojos me miraban fijamente, casi inexpresivos. Dejando solas a sus manos en la labor de hacerme explotar, se sacó el miembro de la boca.
- Córrete Javi. Córrete para mí -dijo susurrando despacio. Acto seguido cerró los ojos y sin dejar de masturbarme con lentitud pero con firmeza, acercó su cara a mi polla. Me costó enormemente reprimir un grito de placer en el momento en que un largo y denso chorro de semen vino a estrellarse en su cara. Otro más la cruzó, desde la frente hasta la comisura de la boca y un tercero impactó en su barbilla. Para extender los restos que empezaban a resbalar por las mejillas, Mónica se restregó mi sexo por toda la cara, hasta que el brillo nacarado la cubrió de forma uniforme.
Una vez hecho esto, su mirada se volvió a encontrar con la mía, y en cuestión de segundos, sus ojos, serios e inexpresivos, casi desafiantes durante toda la operación, acompañaron a su sonrisa. Mientras recogía con un dedo el semen de su cara y lo dirigía hacia sus labios, ronroneaba, como si estuviese paladeando algo largamente deseado. Con un guiño se levantó y se dio la vuelta, dirigiendo sus pasos hacia el baño. Durante el corto trayecto no perdí detalle de su precioso culito, que en la zona más próxima al ano aparecía ligeramente enrojecido. Al cabo de un momento Mónica volvió a aparecer, con la cara limpia, y pude comprobar que probablemente estaba igual de cansada que yo.
Desnudos y abrazados en la cama, nos besamos y acariciamos hasta que decidimos dar por concluido el día. Nada más apagar la luz, Mónica acercó su cara a la mía.
- Te quiero -susurró.
Si bien su sinceridad y ternura me dejaron descolocado un instante, no pude menos que abrazarla más fuerte y responderla. Aún con el tiempo que llevaba obsesionado con Carol, mis sentimientos hacia Mónica habían crecido con la misma intensidad con la que habíamos disfrutado los dos en la cama. Y permitiéndome además desquitarme con quien dormía con su novio en la habitación de al lado, la hacía la mujer con la que todo hombre ha soñado alguna vez. Pero el cansancio de aquél día hacía que me faltasen fuerzas hasta para soñar, así que antes de caer en los brazos de Morfeo, con el estrecho margen que me procuraba la conciencia, logré responder.
- Y yo a tí.
continuará...