Carol (6)

Un largo fin de semana por delante. Una casa rural lejos del mundanal ruido. Dos parejas. Un jacuzzi...

De camino a casa de Mónica, pertrechado con un pequeño trolley, no dejé de pensar que por fin había llegado el sábado. No podía evitar sentir un cosquilleo en el estómago que no tenía nada que ver con el escaso desayuno, un simple café y un par de galletas. A las 8 y media de la mañana poco podía meterme para el cuerpo, precisamente por esa sensación de inquietud con la que me había acostado la noche del viernes. Estaba nervioso, aunque sabía que no tenía mucho sentido, puesto que en el hipotético caso de que el plan de Carol se torciese, el sexo con Mónica estaba asegurado en un cien por cien. Según salí del metro le hice una llamada perdida a esta última, señal de que ya estaba al lado de su casa y que podía ir bajando. A los cinco minutos de haber llegado a su portal, la puerta se abrió y apareció Mónica, radiante, y el beso con el que me dio los buenos días me hizo en cierto modo más resistente al fresco de la mañana. Un par de minutos más tarde, a las 9 y media, aparecía doblando la esquina el todoterreno de Carlos, con puntualidad inglesa. Al llegar a nuestra altura el coche se detuvo y Carol y su novio se bajaron para saludarnos y para ayudarnos con el escaso equipaje. El vestuario de él sintonizaba con el mío, polo, vaqueros y zapatos, pero mi atención sólo recaló en él por unas décimas de segundo, las que tardé en ver el cuerpo entero de Carol según salió del coche; camiseta de tirantes y un vaquero extremadamente corto que resaltaba unas piernas torneadas y morenas, sostenidas sobre un par de sandalias de piel. Mónica iba más tapadita, con unos piratas y una camiseta ceñida, prendas que la propia Carol debía haber escogido, según ella misma, porque a aquella hora todavía no hacía demasiado calor.

El endurecimiento de sus pezones estando fuera del coche se hizo evidente, y redujo al mínimo el tiempo dedicado a las presentaciones y a echar mano de la mochila de Mónica y de mi trolley para acompañar a la única maleta, de gran tamaño, que ocupaba el maletero. Carol me ofreció el puesto de copiloto, para hablar más tranquilamente con Mónica, para irla conociendo y para permitirme a mí hacer lo propio con su novio. Acepté, y aunque en un principio me daba más reparo la situación, por no saber bien qué comentar con Carlos, no tardamos nada en comenzar a hablar, primero sobre trivialidades como el tiempo, el modelo de todoterreno en el que íbamos o cómo conocimos a las mujeres que detrás nuestro departían sobre ropa, estudios, trabajos y hombres, como no. La conversación fluía perfectamente, en un par de minutos se confirmó lo que ya pensaba sobre el afortunado tío que compartía cama con Carol, que era buena gente. Ajenos a lo que hablaban las chicas, durante la buena media hora que estuvimos en la carretera hasta hacer la primera parada, obviamos temas como el motivo de nuestra presencia ese fin de semana, para centrarnos en cosas más interesantes con respecto a las que habíamos comentado al principio para romper el hielo. Anécdotas sobre viajes, algunas de las cuales terminaban en carcajadas por parte de ambos, gustos musicales sobre lo que sonaba, a volumen moderado, en la radio, coches o la conveniencia misma de que mejor sería llenar el depósito para no tener ningún problema de camino o a la vuelta. Cuando divisamos la primera estación de servicio paramos. Como la gasolinera también tenía cafetería, Carol propuso tomar un café y algo más, pues había salido de casa sólo con un colacao. Mientras Carlos echaba gasolina al coche, las dos chicas y yo fuimos a la barra y pedimos cuatro desayunos, que llevamos a una de las mesas. Mónica se excusó un momento diciendo que iba al baño y sin quererlo ni buscarlo nos quedamos Carol y yo solos. Con el sol que entraba a raudales por la cristalera de la cafetería su piel adquiría un tono realmente sugerente, y tratando de no perderme en cada centímetro de las luces y sombras que la perfilaban aproveché para quitarme una duda que ahora, con ella delante y con su novio y Mónica como compañeros de viaje, me asaltaba y que me hacía mantener la guardia pese al nivel de confianza que iba cogiendo con Carlos.

  • Oye -dije-... ¿él.. lo sabe?

  • Tú que crees... -me respondió con una sonrisa-. Claro que sabe el plan, recuerda que es mi regalo de cumpleaños, que eres mi regalo de cumpleaños. No podría poner ninguna pega, e incluso en ese caso, sopesando la idea de que Mónica pueda entrar en el lote, está encantado. Además, le he dicho que follas muy bien. Por cierto, ¿y Mónica? ¿Qué le parece a ella?

  • No se lo he propuesto directamente, pero creo que le encantará la fiesta -logré decir aún sorprendido por la frase que precedió a su pregunta. Frase que terminó por deshacer cualquier recelo o fisura que le presuponía al plan de Carol. Cuando iba a interesarme por lo que le había dicho exactamente a su novio sobre la tarde de la piscina, apareció este último, que acababa de pagar la gasolina.

  • ¿Y Mónica? -preguntó.

  • Ha ido al baño -le contestó Carol.

  • La verdad es que tienes una novia preciosa -dijo Carlos, girándose hacia mí.

  • Sí, podría decirse que los dos tenemos suerte -dije refiriéndome tanto a él como a mí.

  • ¿Suerte de qué? -dijo Mónica incorporándose a la conversación y sentándose tras su visita al baño.

  • Nada, no les hagas caso -le contestó Carol riendo.

Tras desayunar, pagamos y proseguimos la marcha. La autopista discurría sin apenas tráfico y veinte minutos más tarde tomábamos el desvío para el pueblo en donde se encontraba la casa. El coche discurrió por un par de calles hasta detenerse delante de un edificio de reciente construcción. Carlos se bajó del vehículo y en un par de minutos regresó al coche con las llaves de la casa rural en la mano. Continuamos la marcha hasta dejar atrás las últimas casa del pueblo y coger un camino que hacía más que recomendable la opción de llegar allí en todoterreno. Tras un recodo de altos y frondosos pinos apareció la casa, una construcción rústica de dos plantas muy bien cuidada. Carlos detuvo el vehículo junto a la puerta y nos bajamos los cuatro del coche. Cogimos las maletas y nos dispusimos a entrar.

  • Veréis qué maravilla -avanzó Carol.

Traspasado el umbral de la puerta nos encontramos con un salón amplísimo, decorado con gusto, con unos sofás enormes, una mesa no menos grande, y cubierto con alfombras que le daban un toque de calidez que tenía que ser de lo más confortable en invierno. A la derecha teníamos una cocina americana, que daba al lugar en el que se encontraba la mesa. Ente la puerta y la cocina seguía un pasillo que daba acceso a un cuarto de baño, las escaleras hacia el piso superior y un dormitorio al fondo. Con los ojos y la boca abierta, Mónica y yo seguíamos a Carol y Carlos por las escaleras, que conducían a un distribuidor con cuatro puertas. Tres dormitorios inmensos, dos de ellos con camas de dos por dos y una con camas separadas. La cuarta puerta se abría ante un cuarto de baño gigantesco, en cuyo fondo un jacuzzi enorme, en el que podríamos entrar los cuatro sin estrecheces, cobraba todo el protagonismo en la estancia.

  • ¿Qué os parece? -preguntó sonriente Carlos.

  • Una pasada -dijo Mónica sin disimular el asombro.

  • Oye, me parece que lo más lógico es que compartamos el gasto -dije sintiendo que nos aprovechábamos de ellos.

  • De eso nada -saltó Carol-, dije que os invitaba y no se hable más.

  • Mejor no discutas con ella que no la conoces cabreada -dijo Carlos riendo-. Casi mejor las dejamos aquí deshaciendo las maletas y poniéndonos a parir y nos acercamos al pueblo a por comida. Eso sí, antes elegid vosotros habitación.

  • ¿Para qué vamos a elegir habitación? -preguntó de repente Mónica. Por la forma en la que había hecho la pregunta percibía algo más que lo evidente. Sabía que con una sola cama los cuatro íbamos a terminar contentos. Dejando atrás a las dos mujeres, pude ver antes de volver a bajar las escaleras con Carlos una mirada de Carol hacia Mónica en la que se podía interpretar aprobación hacia el comentario de esta última. Las dos se miraban con malicia, y no repararon en nuestro "hasta luego", según bajamos y salimos hacia el coche.

  • ¿Llevas mucho tiempo con Mónica? -preguntó Carlos nada más entrar en el coche para dirigirnos al pueblo.

  • La verdad es que no, nos conocimos hace un par de semanas, pero la cosa va muy bien, como si nos conociésemos de mucho más tiempo. Es un encanto de persona y no se si cuando empezamos pensó en continuar la relación, de hecho yo la verdad es que tampoco estaba muy seguro, no hace mucho que terminé con una historia y no quería forzar nada, pero ahora estoy encantado. Y tú con Carol bien, ¿no? ¿cuánto tiempo lleváis?

  • Pues llevamos juntos ocho años y medio más o menos -respondió Carlos-. La conocí porque mi hermano pequeño le daba clases particulares de inglés, y de tanto venir por casa fui conociéndola; un día la invité a salir y desde entonces.

  • Joder, ocho años y medio -respondí con admiración-, yo la relación más larga que he tenido no ha llegado a los tres años... Bueno, por lo que conozco a Carol, del curro y de hablar con ella, puedo decir que es una chica fantástica, así que si lleva esos ocho años y medio contigo seguro que es porque eres igual de buena persona que ella.

  • ¿Sólo del curro y de hablar con ella? -dijo desviando la vista de la carretera para mirarme frunciendo el ceño y sonriendo con sorna-. Hombre, al principio todo es maravilloso, como en todas las parejas, como tú estarás con Mónica ahora; lo que sigue siendo maravilloso es que con Carol el típico momento en que la rutina se asienta y te va consumiendo no llegó después. En cuanto hubo atisbos de eso lo hablamos. Cuando uno tiene pareja, el resto del mundo, aunque haya gente que no lo crea, sigue existiendo. Quiero decir, que sigues girando la cabeza cuando ves una chica que te gusta, o un chico en su caso. A mí no me hacía mucha gracia que otras personas entrasen en nuestra relación, pero Carol lo propuso, decía que lo contrario sería cerrarse la puerta a ocasiones que de otra forma no viviríamos, y para evitar fantasear con cosas que llegasen a convertirse en una obsesión. Eso sí, todo con la condición de no ocultarnos nada. La mejor definición sería la de una pareja abierta, pero siempre con ciertas condiciones y determinados límites. Te digo todo esto porque sabes la razón por la que te ha invitado este fin de semana. A mí me parece perfecto, de verdad. Y no te quedes tan callado ni pongas esa cara porque se que os lo montasteis en mi casa el otro día -dijo sonriendo convirtiendo lo que podría tomarse como una amenaza en algo que le hacía estar orgulloso de la capacidad de persuasión y seducción de su novia.

  • Hombre, nunca hubiera pasado si no me hubiese dicho que contaba con tu aprobación...

  • Aunque suene prepotente si a mí no me hubiese parecido bien no habría ocurrido. A Carol le encanta el sexo, es una persona que lo disfruta y lo busca como pocas, pero siempre me consulta antes y después me lo cuenta. Tampoco es que haya ocurrido muchas veces, por el momento sólo ha pasado en un par de ocasiones, sin contar con el regalo que me hizo por mi cumpleaños, ¿te ha hablado de Laura? -asentí-. El caso es que quería conocerte, verte por lo menos antes de que Carol te propusiese lo de este fin de semana. Por eso aparecí con ella cuando quedasteis para hablar de esas cosas del curro -dijo remarcando las cuatro últimas palabras-, y me pareció bien.

  • A mí me pareció cojonudo, supongo que te habrá contado que siempre me pilla mirándola en el curro- dije.

  • Sí, como te he dicho me lo cuenta todo. Y será mejor que nos aprovisionemos bien que nos hará falta -dijo riendo justo antes de aparcar el todoterreno enfrente del supermercado del pueblo.

Media hora más tarde subíamos al maletero del coche un total de seis bolsas de plástico repletas de comida y bebida. Antes de subirnos y volver a la casa, hicimos una parada en un bar para tomar unas cañas y seguir hablando del cumpleaños, de Carol y de la relación que mantenía Carlos con ella.

  • Hay una cosa que me preocupa -dijo Carlos cuando salíamos del bar- ¿Mónica sabe algo de todo esto? ¿Y si no se hace a la idea y le parece mal, o una depravación? Vamos, que como fuese el caso, me parece que ibas a romper el récord de pareja con la relación más corta... algo se podría hacer, hacer como si nada, como si pasásemos el fin de semana cada uno con su pareja...

  • No le he dicho nada de forma explícita -le interrumpí-, pero algo se imagina. Estoy seguro no solo de que se hace a la idea, sino que además le va a encantar. En dos semanas hemos aprovechado el tiempo y nos vamos conociendo, y si no la hubiese visto dispuesta, si la hubiera visto reticente al plan, no habríamos venido. Me habría jodido vivo si te digo la verdad, porque el otro día cumplí una fantasía al hacérmelo con Carol -me pareció más correcto decir su nombre que referirme a ella en ese contexto como su novia-, y pensar en todo un fin de semana ya es increíble. Pero en el caso de no haber tenido más opciones, si ella no hubiese estado dispuesta a venir, habría sacrificado el cumpleaños antes de poner un obstáculo en nuestra relación.

  • Había contado con ese supuesto, y tranquilo que con las ganas no te ibas a haber quedado, ya hubiésemos buscado otra circunstancia los tres solos. De todas formas cuando me dijo Carol que veníais me pareció perfecto y sentí un alivio. Por cómo me describió a Mónica de la vez que la vió ya tenía ganas de conocerla. Se que te dijo que el regalo era para ella, nosotros dos, pero Mónica...

  • Recuerda -le dije- si no no hubiésemos venido.

De vuelta al coche paramos en la pastelería del pueblo, cogimos una gran tarta de nata y chocolate, la pusimos con cuidado en el maletero repleto de bolsas y condujimos de vuelta a la casa.

  • ¿Qué crees que andarán haciendo? -preguntó Carlos. La verdad es que yo también me lo preguntaba...

Los escasos minutos que nos llevaron de vuelta transcurrieron en silencio. Estaba seguro de que Carlos, igual que yo, intentaba hacerse a la idea del recibimiento de las chicas, y como ahora en sus planes se incluía el cepillarse también a Mónica, debía sentir el mismo cosquilleo en el estómago imaginando lo que podía dar de sí el fin de semana. Una vez aparcamos el coche y entramos en la casa, tras depositar la compra sobre la barra de la cocina subimos por las escaleras. Las puertas de dos dormitorios estaban abiertas, y sobre las camas estaban pulcramente colocado el contenido de las maletas de los cuatro. Aunque no había rastro de las chicas, los dos supimos, al ver la puerta del baño cerrada, que se encontraban dentro. Teniendo en cuenta de que bien podrían estar haciendo sus necesidades, adelantándome a Carlos, que tenía el pomo de la puerta en la mano, llamé con los nudillos.

  • ¿Se puede? -dije musicalmente. La respuesta fue la voz de Carol sugiriendo un "adelante" bastante sensual. Carlos abrió la puerta y nos las encontramos metidas en el jacuzzi. Prácticamente sumergidas, sus cabezas y la parte superior de sus pechos se asomaban sobre un mar de espuma. Los dos nos quedamos parados una vez traspasamos el umbral de la puerta; con el pelo mojado y echado hacia atrás ambas estaban preciosas. Reparamos en que no estaban desnudas, ya que anudados al cuello sendas tiras de tela que desaparecían en la espuma suponían que llevaban puesto un bikini.

  • ¿Os vais a quedar ahí parados? -dijo Mónica con una sonrisa. Durante una décima de segundo pensé en ir a la habitación donde estaba nuestra ropa y ponerme el bañador. Justo en el momento en que deseché la idea, vi cómo Carlos se adelantaba a lo que  tenía pensado y empezaba a desnudarse. En el momento en que yo empezaba a quitarme los pantalones él se bajaba los calzoncillos, y no pude evitar fijarme en lo que quedó a la vista una vez se los quitó. Sin que se adivinase una erección, el rabo de Carlos ya tenía un buen tamaño, llamándome la atención sobre todo el grosor del mismo, un tanto más grande que en mi caso, aunque en cuestión de longitud ya me acercaba más. Cuando mi polla quedó asimismo expuesta, la sonrisa de las chicas se acentuó. Muy despacio nos fuimos acercando al jacuzzi y nos metimos; los dos nos acercamos todo lo que pudimos a las chicas, dejando que nuestras pollas quedasen a escasos centímetros de sus caras justo antes de sentarnos y ponernos cómodos. Las dos se relamieron teatralmente, sin perder las lascivas sonrisas que iluminaban sus caras. Para colocarnos siguiendo un orden, Mónica se levantó para colocarse entre Carlos y yo. Las firmes y atléticas tetitas de Mónica, embutidas en el bikini pasaron muy cerca de la cara de Carlos, y al sentarse fue su culo el que rozó la mía. Una vez colocados, una maraña de piernas se cruzaba con las mías, que se cruzaban con las de los demás. Las burbujas y la agradable temperatura del agua relajaban enormemente, y durante unos minutos, en silencio, los lentos movimientos de las piernas de las dos chicas daban cuenta de la única actividad en el habitáculo. Con los ojos cerrados, noté cómo una mano comenzaba a acariciarme el pelo; los abrí y vi que era Mónica, que con una mano echaba agua sobre mi cabeza y con la otra la extendía acariciándome. Inmediatamente noté otra mano, esta vez tanteándome por debajo del agua. Giré la cabeza y me dí cuenta de que era la de Carol. El pausadísimo ritmo con el que bajaba y subía por mi polla, se repetía simétricamente en su otra mano, también debajo del agua, en la zona que ocupaba el sexo de su novio. Más que masturbarnos, nos calentaba a la vez. Estando totalmente empalmado, siguió hasta que debió notar que el rabo de Carlos también había alcanzado su cenit. Con un gesto de su cabeza dirigido a Mónica, paró, nos soltó y ambas mujeres se levantaron con cuidado. Sus cuerpos, con restos de espuma esparcidos por vientres y piernas, quedaban entre Carlos y yo. Carol se dio la vuelta, y sin mediar palabra, Mónica le deshizo el nudo del bikini. Lentamente se volvió, tapándose los enormes pechos con las manos, nos miró a cada uno y con la misma parsimonia las retiró para ofrecernos una visión perfecta de sus maravillosas tetas. Tetas morenas, redondas, con las amplias y generosas aureolas de los pezones contrastando con la tersura de su piel. Entonces fue Mónica la que se giró. Antes de deshacer el nudo del otro bikini, Carol se pegó a su cuerpo. Sus tetas rozaban la espalda de la otra chica, y en un movimiento ascendente recorrió con sus pechos unos centímetros de piel de ésta, que le valió un pequeño y suave gemido. Volvió a separarse y desató el nudo. Mónica no escondía sus tetitas. Mucho más pequeñas en comparación, contrastaban con las de Carol; sus pezones, pequeños, oscuros y duros se me antojaron igualmente apetecibles. Las dos mujeres juntaron sus cuerpos y comenzaron a moverse para aumentar la excitación con el roce de sus pechos. Cuando pensaron que era suficiente, Carol se agachó para bajarle de un tirón la braguita del bañador, dejando expuesto el chochito de Mónica. Sus abultados labios afloraban bajo el arreglado y escaso vello púbico. Me costó mucho no abalanzarme sobre ella para acariciarlo, para saborearlo, para hacerla estremecer con mi boca. Mientras Carol le quitaba la braguita del fondo del jacuzzi, Mónica se giraba para mostrarnos bien su sexo, especialmente a Carlos, que aún no lo había visto. Una vez tuvo constancia absoluta de que habíamos tomado buena nota, se colocó por detrás de Carol, y con la misma rapidez, que contrastaba con la pausada cadencia de sus movimientos, le bajó la braguita a esta. Si bien ya había visto, y disfrutado, de su bajo vientre, esperando contemplar la finísima tira de vello que coronaba su sexo, me sorprendí gratamente al contemplar a un palmo de distancia un coño imberbe, perfectamente depilado, como el de una cría, una rajita que se hendía desde el pubis y que desaparecía entre las piernas. Arqueando la espalda hacia atrás y echando las caderas hacia adelante, imitó el movimiento de Mónica y nos lo mostró en su esplendor primero a Carlos y luego a mí, deteniéndose para que no perdiese detalle. Entendiéndolo como una invitación, esta vez no pude resistirme a estirar una mano y acariciarlo. Sin ofrecer resistencia alguna, mis dedos subieron por sus muslos, húmedos y suaves, recorrieron hacia arriba la hendidura de su sexo para terminar en su ombligo, bajando nuevamente para delimitar el sinuoso perfil de sus caderas. Con la boca abierta, dirigí mi mirada hacia su rostro, y encontré unos ojos en los que se vislumbraba, bajo la lujuria, una mirada de ternura. Por su parte Carlos dirigió sus caricias hacia Mónica, que le detuvo, con igual delicadeza, para colocar su mano en el culo de su novia.

  • Todavía no -dijo Mónica-, primero Carol. Es su regalo de cumpleaños.

Carol recibió esas palabras con una sonrisa. Mónica acercó su rostro al suyo para besarla en la boca, y pidiendo a Carlos que se moviera de su sitio, se sentó al borde del jacuzzi, quedando en ese primer momento como espectadora del regalo en sí. Eso sí, se cuidó de abrir bien las piernas, para calentar más el ambiente, para que su coñito quedase más expuesto a nuestros ojos y a sus dedos, que tímidamente bajaban por su vientre y acariciaban ya sus ingles. Por mi parte los míos ejercían mayor presión en la rajita de Carol, la yema mi dedo corazón había desaparecido, atrapada por sus labios, buscando el clítoris, para acariciarlo, presionarlo y para dejarme contagiar por el calor que desprendía. Con débiles gemidos Carol acompañaba mis movimientos, que encontraban la simetría perfecta en los dedos de su novio, que igualmente recorrían la hendidura que nacía al final de su espalda para casi entrar en contacto con los míos. Cuando con la otra mano intenté buscar una de sus espléndidas tetas, me cogió por la muñeca y me invitó a levantarme. Lo hice y con un gesto indicó que me sentase en el  borde del jacuzzi, justamente enfrente de Mónica, que ya daba cuenta de su grado de excitación haciendo desaparecer un par de dedos por entre los rugosos pliegues de su coño. Una vez sentado, con mi rabo apuntando al techo, me acomodé echando el cuerpo hacia atrás y apoyando las manos en las baldosas del baño que quedaban detrás de mí, haciendo que mi erección pareciese incluso mayor, si es que a esas alturas eso fuese posible. La cálida mano de Carol recibió mi miembro, y pidiéndole a su novio que se pusiese tras ella y que la sujetase bien, se agachó para metérsela en la boca. Cerré los ojos al sentir un escalofrío que recorrió mi cuerpo al notar su calor. Su cabeza, su pelo corto y moreno, que subía y bajaba sobre mi sexo ralentizó los movimientos según Carlos se acomodaba para follársela. En la búsqueda de la postura más cómoda para los tres, Carol se sacó mi polla de la boca, y sin dejar de darme placer al sustituir con la mano las bondades que me estaban proporcionando sus labios, fue subiendo las caderas y separando las piernas mientras Carlos, de pie detrás suyo, acomodaba su sexo a lo que supuse el coño de su novia. La mirada de esta se cruzaba con la mía cuando llegó la primera embestida, lenta y calculada. Así pude ver cómo torcía el gesto, como cerraba los ojos y se mordía el labio inferior en un gesto que más que dolor reflejaba un primer alivio al calor que la consumía.

Los movimientos comenzaron a crecer en intensidad y velocidad y Carol acalló los gemidos volviéndose a introducir mi polla en la boca. En una sinfonía perfecta, según la polla de Carlos se introducía en Carol, la mía era engullida casi por completo. Por encima de las respiraciones agitadas, resonaba el chapotear provocado por las acometidas de Carlos y por las enormes tetas de su novia, que se movían oscilando hacia detrás y hacia delante rozando la superficie del agua. La fuerza con que empujaba Carlos hacía que mi glande chocase con la campanilla de Carol, y en una de las ocasiones, el roce la hizo toser. Sin dejar de masturbarme, se sacó mi polla de la boca y sus ojos se encontraron nuevamente con los míos, en una mirada que pedía más, pero antes de que me dejase reaccionar, levantó mi miembro, apartándolo hacia mi estómago y su boca buscó entonces mis testículos. Sentí un enorme placer al notar su lengua recorriéndolos, chupándolos e incluso introduciéndoselos, primero uno y después el otro, en la boca. Cuando ambos estuvieron bien lubricados gracias a su saliva, pasó su mano y en un movimiento ascendente repartió la humedad por toda mi polla. Tras un último lametón, y sin dejar que su novio se la siguiera clavando desde detrás, se fue incorporando un tanto. Sus tetas bailaron libres unos instantes, hasta que se despegó de Carlos y arrodillándose en el agua a sus pies se introdujo su polla en la boca. Con un movimiento de cuello frenético comenzó a chupársela, y mi mirada pasó de contemplar esa escena al rincón que ocupaba Mónica al borde del jacuzzi. Sentía unas enormes ganas de acercarme a ella y sin cambiarla de postura sustituir los dedos que desaparecían entre los labios de su coño por mi miembro. Sus ojos me sirvieron de advertencia, "todavía no", parecían decir. El trance de perderme en la visión de ella, de su espalda arqueada hacia atrás con los estupendos pezones apuntando hacia el cielo, con su sexo, como su boca, abierto, con los dedos subiendo, bajando y desapareciendo en su interior se vio interrumpido por un gemido. Carlos se había sentado en el borde del jacuzzi y Carol empezaba a cabalgarle. La lentitud con la que se acopló a él fue ganando velocidad hasta que desde detrás de ambos, veía la polla del chico entrar y salir de su coño con un ritmo que se veía reflejado en los rápidos gemidos de su novia. Su culo subía y bajaba una y otra vez, y el rosado agujerito desatendido por Carlos se me antojaba demasiado tentador.

  • ¿Por qué no le follas de una vez el culo? -dijo Mónica leyéndome la mente.

Sin dejar de cabalgar a su novio Carol se volvió y recibió el comentario con una sonrisa, una sonrisa que me invitaba a cumplir una fantasía más, fantasía que por otra parte me permitiría sacar provecho de la terrible erección que tenía. Colocándome a su espalda, la sujeté por los hombros antes de proceder. Para hacer su culo más accesible, Carol empujó hacia detrás a su novio, que quedó prácticamente tumbado, con las piernas dentro del agua, y se pegó a él. Me sujeté firmemente la polla y acerqué la punta a su agujerito trasero, recorriendo sus bordes, extendiendo los restos de saliva que me había dejado de la mamada anterior para hacer más accesible la penetración. Con un suave empujón, el capullo entró entero, absorbido por un calor indescriptible. De la garganta de Carol salió primero un grito y después un susurro, "sácala un momento". Retrocediendo mi polla salió de su interior, pero ella echó una mano hacia atrás para cogerme por un costado y presionar para pegarme más a ella.

  • Tú no. Carlos, sácamela un momento.

Así que se refería a su novio, pensé. Carlos obedeció y su polla salió como un resorte del interior de su novia. Esta, echándose un poco más hacia adelante, hasta casi quedar en pompa, con una mano en cada nalga expuso, más si cabía, su culo para mi entrada. Justo antes de volvérsela a meter, sopesando igualmente las ventajas de una buena lubricación, me agaché comencé a recorrer los pliegues de su ano con la lengua. Nuevos gemidos volvieron a flotar en el aire mientras le comía el culito a esa compañera del trabajo que tantas noches me había  hecho pasar en vela desde hacía poco más de un mes, mientras yo daba cuenta de la polla que en unos instantes iba a probar nuevos placeres tantas veces negados por pudor ante lo que se consideraba una perversión en toda regla. Una vez saciado ese apetito y sintiendo que necesitaba hacer algo para aplacar el furor que consumía mi entrepierna, volví a incorporarme; apunté, e igualmente con suavidad, esta vez mi polla entera desapareció en su interior. Si bien el calor se mantuvo, la presión en el interior de su culo se fue haciendo más tolerable según mi polla entraba y salía. Cuando en los grititos de Carol empezó a aflorar el placer, Carlos, no sin cierta dificultad, volvió a penetrar a su novia por delante. Me pegué a la suave espalda de ella y contuve el miembro en su interior mientras Carlos recuperaba el ritmo. La sensación era increíble, su polla, entrando y saliendo del coño, a través de las estrechas paredes del mismo, estimulaba la mía, que permanecía clavada en el culo de Carol. Luego llegó mi turno, y sin ninguna dificultad fui sacando y metiendo mi polla, para bien no sólo de Carol, sino también para su novio. Sin volver a esperar nuevamente su turno, él empezó también a bombear, lo que intensificó los gritos de Carol, que entre jadeos y aullidos pedía más, y más, y más. Mientras los tres nos movíamos acompasadamente, Mónica se levantó y se colocó detrás de mí. Sus tetas subieron y bajaron por mi espalda, y a ciegas, dirigiendo una de mis manos hacia atrás, busqué su sexo para masturbarla al mismo ritmo que marcábamos Carlos, su novia y yo. Con la yema de los dedos comencé a recorrer su rajita hacia arriba y hacia abajo, y se encontraron con los suyos, que estimulaban un agujerito similar al que yo penetraba.

  • Me corro, me corro... -susurró en mi oído. Intenté que su orgasmo fuese más intenso introduciéndole dos dedos en el coño. Del susurro pasó a un grito grave e intenso que de no haber dado mientras se separaba de mí me hubiese dejado medio sordo. Yo también notaba que me iba a correr pronto, y aún me excitó más pensar en dónde iba a hacerlo. Parecía que Carlos tampoco iba a aguantar más, así que sacó la polla del coño de su novia y pronunció las mismas palabras que Mónica. Carol retrocedió un paso, lo que hizo que mi polla, justamente entrando por enésima vez en su culo, se adentrase hasta la base. Y ya fue demasiado. En el mismo momento en que de la polla de Carlos salía un potente chorro de semen dirigido a la cara de su novia, que había bajado la cabeza para recibirlo, me corrí como un loco. Con la misma intensidad, rápidamente sentí una explosión que desde mi interior se canalizaba hacia el cuerpo de Carol. Una viscosidad igualmente ardiente llenó su culo y envolvió mi sexo, y la sensación, una vez liberada a través de un largo e intenso gemido eclipsó el que emitieron Carol y Carlos. Cuando por fin creí que el caudal que brotaba de mi interior en el suyo cesó, me eché hacia atrás y saqué mi polla de su culo. Según lo hice, espesos goterones de semen comenzaron a caer en el agua, desde el enrojecido ano y desde mi miembro, cubierto y embadurnado de dicha sustancia. Y antes de que mis oídos se acostumbrasen de nuevo al silencio, pude ver cómo Carol recogía de su novio, esta vez pausadamente, los restos que no habían ido a parar a su cara. Sintiéndose tentada, Mónica se acercó a mí e hizo lo propio. Sus labios se posaron en mi sexo y recogieron las pruebas de mi orgasmo, sin dejar que una gota se escapase cayendo al agua. Los restos que quedaron en el culo de Carol los recogió ella misma, una vez que completó la labor con su novio; pasándose los dedos por el enrojecido agujero, lo recogía y se lo llevaba a la boca. Pensando que no era suficiente, se acercó a Mónica y la besó. Sus lenguas juguetearon y compartieron sustancias. Cuando dieron por finalizado el reparto, Carol me miró, sonrió y se volvió nuevamente hacia Mónica.

  • ¿Te gusta el sabor de mi culo? -la dijo sensualmente, mientras sus dedos comenzaron a acariciarle el pelo. Por toda respuesta Mónica volvió a buscar sus labios. En condiciones normales aquello me hubiese vuelto a poner en disposición de seguir buscando fantasías por cumplir, pero estaba completamente exhausto.

continuará...