Carol (5)

Demasiadas vueltas para proponerle a Mónica el plan del fin de semana con Carol y su novio, un plan que escondía intenciones de lo más estimulantes. Lo que aún no sabía es que Mónica también tenía sus secretos...

Si bien la mañana siguiente transcurrió con normalidad, yo me sentía en una nube. Por fin el cuerpo en un primer momento inalcanzable de Carol había sido mío. Aún dando cuenta de las maravillas que ofrecía Mónica, llevaba unos cuantos días turbado, desde la invitación al cumpleaños, pensando que el calentón in crescendo que iba apoderándose de mí día tras día, lo mismo se podría ver truncado por cualquier imprevisto, incluido el caso de que Carol, o su novio, se lo hubiesen pensado mejor. Pero el pasional polvo que había echado con esta última disipó cualquier duda sobre su disposición. Y pese a las continuas provocaciones y a las más íntimas confesiones que había llegado a hacerme, aquella mañana, las palabras cargadas de dobles sentidos con Carol dieron paso a un juego de miradas, de sonrisas y de silencio entre ambos. Pudiera decirse que compartíamos un secreto, o una escena en una ducha que no tenía por qué importarle a nadie. Llegada la hora del café me propuso ella misma llamar a Mónica para proponerle cuanto antes el fin de semana en la casa rural. Nunca la llamaba desde el trabajo, así que se extrañó un poco de ver mi número en su móvil cuando me cogió el teléfono. Nada importante, sólo proponía que me viniese a buscar al trabajo, si sus un tanto olvidadas oposiciones se lo permitían, para comer algo por el centro y pasear un buen rato. Unas horas más tarde, Carol se pegaba a mí como una lapa para, al salir del trabajo, ver y conocer a la mujer con la que me compartía, según sus palabras. Allí estaba Mónica, preciosa, con unos vaqueros

de talle bajo, que dejaban ver su ombligo

, una camiseta

roja

bien ceñida y unas gafas de sol protegiendo unos ojos que me veían salir del edificio acompañado de una compañera del trabajo. Como saludo, un casto piquito en los labios.

  • Hola, soy Carol, compañera de Javi. Eres Mónica, ¿verdad? -se apresuró a decir Carol con una sonrisa de lo más cordial.

  • Sí -fue la contestación, compensando Mónica la parquedad de la respuesta con otra sonrisa igualmente sincera.

  • Por fin te conozco, no sabes la de veces que he oído a este hablar de ti -volvió a la carga Carol, mientras me dedicaba una mirada. Pensaba que iba a empezar con cumplidos que quizá a otra persona le resultarían incluso molestos, aunque ese no era el caso de Mónica, no resultaba una persona especialmente fría a la hora de conocer a alguien...

  • Espero que por su bien no sean críticas lo que escuch

e

s...

La conversación no duró más de lo estrictamente necesario. Yo le seguí el juego, los tres nos reímos y antes de que nos disculpásemos por hacer mutis por el foro, se adelantó Carol, que fingía una súbita prisa- tengo cosas que hacer- para desaparecer hacia el lugar en el que tenía aparcado el coche. Cuando tras el pertinente "hasta luego" nos llevaba por caminos opuestos, se dio la vuelta para decirnos algo sin dejar de andar, por lo que no cabía respuesta u objeción posible por nuestra parte.

  • No te olvides de decirle lo del fin de semana....

  • ¿Qué es eso del fin de semana? -me preguntó Mónica con un tono que no escondía curiosidad.

  • ¡Ah! -dije fingiendo despiste- luego te lo cuento, que me muero de hambre. ¿Dónde quieres que vayamos a comer?

La elección del lugar y mis sinceros comentarios sobre lo guapa que estaba desplazaron de la conversación por unos momentos el tema de la invitación del fin de semana. Media hora más tarde, nada más tomarnos nota el camarero de un tranquilo restaurante en el que habíamos decidido comer, Mónica volvió a mostrar interés acerca de la misteriosa frase de Carol.

  • Resulta que el finde que viene es su cumpleaños, y para celebrarlo ha alquilado con su novio una casa rural en la sierra que por lo visto es la leche. Me ha preguntado que qué iba a hacer yo, porque la casa creo que es bastante grande y tiene tres habitaciones, y como el precio es el mismo, ha dicho que si queríamos apuntarnos al plan -comenté intentando no mostrar demasiado interés.

  • ¿Y no tiene amigas o alguna compañera con la que tenga más confianza para invitarlas a ellas? -dijo Mónica con extrañeza, cosa que hizo tambalearse mis esperanzas por pasar allí el cumpleaños.

  • Pues no lo se, pero el caso es que dice que es una pasada y que es ideal para ir en pareja, que es muy romántico el paisaje y los detalles de la casa, y como no paro de hablar de ti... -dije con una sonrisa tierna, haciéndole ver que el comentario que le había hecho Carol era cierto.

  • Mira que eres bobo -dijo sonriendo y acercándome una mano pa

r

a acariciarme la cara.

  • Pero le he dicho que lo tenía que hablar contigo...

  • Y qué, ¿será un plan tranquilito en plan parejitas o habrá alcohol, sexo y rock and roll? -dijo con ironía sin perder la sonrisa.

  • Pues no se si habrá alcohol ni la música que sonará, pero cuenta con lo del sexo -fue mi respuesta, con una sonrisa y una voz que se alejaban de la ternura para sonar mucho más sugerentes. La frase había quedado bien, aparentemente el sexo iba a ser una cosa de los dos, aunque una pequeña parte de mí me decía que a lo mejor Mónica entendía mis palabras como esperaba que se cumpliesen. No habría forma de saberlo si no aceptaba la proposición.

  • Así que el sitio es romántico -me contestó, mientras echaba su cuerpo hacia atrás, retirándome la mano de la cara. La misma sonrisa sugerente se dibujó en sus labios. No me hizo falta escuchar una sola palabra más para saber que Mónica aceptaba la invitación. Al estirarse hacia atrás, sus dos soberbios pezones se marcaron des

c

aradamente a través de la ajustada camiseta. Había visto esa misma cara y esa misma reacción poco antes de lanzarnos a follar como locos en  las ocasiones en las que habíamos podido hacerlo-. Bueno, habrá que comprobarlo -prosiguió, recuperando la compostura y acercándose a mí, bajando la voz para evitar ser oída por el resto de clientes del restaurante-, aunque no sabía que tuvieses tanta confianza con ella, o ella contigo... seguro que a uno de los dos le pueden las ganas para follar juntos.

Bajo una ironía que casi rozaba la burla, había en su voz algo que supuse como un desafío. Así que tuve que contestarle en el mismo tono.

  • Por mi parte sólo si participas tú, a fin de cuentas es la fantasía de la práctica totalidad de los hombres.

  • No se yo... mucho tendrías que convencerme -dijo Mónica de forma sensual y coqueta. Sin saber cómo proseguir la conversación, la miré de forma sugerente e inclinándome hacia ella comencé a acariciarle inocentemente el brazo, que fuese consciente de que iba a hacer todo lo posible para que, aún en ese tono en el que nada parecía serio, no tuviese demasiados reparos. En fin, parecía claro que iríamos los dos a la casa rural, pero tampoco era cuestión de forzar la máquina y darle mil vueltas al asunto para intentar convencerla nada más aceptar la invitación. Cuando daba por zanjado el asunto del fin de semana, Mónica, aceptando de buen grado mis inocentes caricias, me devolvió la sensual mirada-. Además, a lo mejor prefiero mirar y dejaros hacer.

Esta vez el tono resultó más serio, y su mirada más penetrante. De cómo conseguí derivar por fin la conversación por otros derroteros, sólo decir que me costó bastante, pues las últimas palabras de Mónica resonaban en mi cabeza como un eco perverso del que quería conocer detalles, sólo que en otro momento y en otro lugar en el que una desmesurada reacción de mi cuerpo ante la excitación que me estaba produciendo resultase menos vergonzante. Después de comer salimos a la calle y decidimos ir al parque de El Retiro a pasear y abandonarnos a la modorra de la sobremesa tumbados sobre la hierba bajo la sombra de los árboles.

  • Así que a mi niña le gusta el rollo voayeur -la dije, después de compartir unos instantes de besos y tranquilas caricias, recuperando la conversación del restaurante.

  • ¿A ti no? -me contestó- ¿Acaso no te gustó el verme mientras te tenía el otro día atado?

  • Ya sabes la respuesta, pero si no me llegas a desatar, o me rompo los brazos o destrozo el cabecero de tu cama. Pero no sabía que en una situación así preferirías sólo mirar -dije divertido, como tomándome a broma el comentario-...

  • ¿No lo crees? -dijo abandonando la ironía de su tono. Una nueva sonrisa por mi parte, ya que pensaba que todo era parte del mismo juego con el que le había propuesto lo del trío entre ella, Carol y yo, cambió su rostro, de la seriedad a la condescendencia- Digamos que tendría las mismas ganas de mirar que tú de follarte a tu compañera.

Aunque su frase terminó con una carcajada compartida entre los dos, no tenía claro hacia dónde quería llegar. Cuando las risas terminaron la curiosidad me podía ante la faceta de voayeur de Mónica, quizá fuese cierto que la práctica de mirar la excitase bastante.

  • ¿Ya lo has hecho antes? -le pregunté serio.

  • ¿El qué? - inquirió inocentemente.

  • Mirar.

Parecía azorada no tanto por el interés sino por el tono. Tras unos segundos en los que parecía buscar las palabras exactas, mientras sus dedos jugueteaban con las briznas de hierba, su dulce voz volvió a romper el silencio.

  • No se si debería contarte esto, básicamente porque afecta a terceras personas, pero bueno, por una parte me gustaría que lo supieses.

Acercó su cuerpo al mío, recostándose de costado, a pocos centímetros de mí.

  • Digamos que una fantasía para ti es hacértelo con dos tías. Hace tiempo que para mí era lo que dices, mirar, bueno, mirar y quizás también participar, no se si aparte de esa tú habrás cumplido alguna -por mi sonrisa comprendió que sí, el haber eyaculado en su boca-. El caso es que hace tiempo pude cumplir las dos, quiero decir, mirar y participar, con una pareja, me refiero.

Aunque me encantaba su sinceridad, sentí una punzada por creerme un tanto ingenuo y totalmente falto de experiencias sexuales. A Carol, su novio y su prima se les añadía Mónica a la lista de los tríos. Lo que me había perdido y lo que me hubiese gustado pertenecer hacía muchísimo tiempo a ese selecto club, aunque un horizonte de esperanza se me abría si los acontecimientos seguían desarrollándose como lo habían hecho hasta el momento. Además, pensé, no creo que mucha más gente de la que conozco hubiese probado las mieles de compartir pareja con un tercero...

  • Hace un año más o menos -prosiguió Mónica- Sofía salía con un chico,

Óscar se llamaba,

muy majo por cierto. Resulta que solía quedar con

é

l los viernes

,

y los sábados los pasaba con Ángela y conmigo de copas o bailando en alguna discoteca. A Ángela y a mí nos parecía perfecto, ya que el chico no la monopolizaba y podíamos seguir viéndonos y salir todos los fines de semana. Bueno, pues un sábado íbamos a quedar las tres pero Ángela al final no pudo, así que salí de casa para buscar a Sofía, como solía hacer, para salir las dos solas. Lo estábamos pasando realmente bien, y en un momento de la noche en el que cambiamos de garito, nos encontramos con su novio, que decidió quedarse con nosotras porque uno a uno sus amigos se habían ido a casa. No me gusta nada ir de sujeta velas, en alguna ocasión parecida terminaba por irme a casa sola y dejar a los tórtolos solos; pero esa noche resulta que me quedaba a dormir en casa de Sofía que estaba sola, y además me lo estaba pasando genial, y los gestos de cariño entre ella y el chico se reducían al mínimo para no hacerme sentir incómoda. Los tres hablábamos, reíamos y bailábamos. Y llegada una hora de la noche decidimos recogernos. El chico nos acercó a casa, y no sabía bien cómo despedirse de Sofía sin hacerme sentir incómoda; decidí dejarles un poco de intimidad y me retiré unos metros. Era una sensación extraña, en el silencio que reinaba en la calle a esas horas escuchaba susurros, el sonido húmedo de los besos y la risa de los dos. Al cabo de unos minutos, la voz de Sofía me llamaba. Mónica ven, decía. Cuando creía que la noche había llegado a su fin, los tórtolos seguían abrazados, mirándome divertidos. Ella me dijo que habían decidido tomar la última en su casa. Estaba un poco extrañada, pero no tenía alternativa, así que subimos los tres. Y terminó pasando lo que pasó.

Parecía que allí había terminado el relato y que Mónica no iba a entrar en detalles de lo que ocurrió después, que por otra parte me parecía lógico, pero mi curiosidad y el nivel de excitación al que me estaba llevando me hicieron pedirle que siguiese el relato de aquella noche.

Y no fue de forma directa, a esa alturas ya sabía cómo hacer que Mónica saciase mi curiosidad cuando parecía que me daba por satisfecho con la confesión hecha hasta el momento. Al silencio que le siguió el supuesto fin de la historia le siguieron las tres últimas palabras que acababa de pronunciar.

  • ... lo que pasó -repetí despacio y distraído, como haciéndome perfectamente a la idea de lo que ocurrió. Mónica dejó de juguetear con una nueva brizna de hierba para mirarme. Había dejado la confesión a medias, no hacía falta imaginación para suponer lo que le siguió en el piso de su amiga, y el tono y la naturalidad de mis palabras la hicieron ver que me estaba montando una película en la cabeza.

  • Quieres que te lo cuente todo, ¿no? -dijo sonriendo y dejándome sorprendido por la capacidad que demostraba al seguir los tortuosos caminos que trazaba en mi mente, calculando palabras, tonos y hasta estados de ánimo, cuando ya me tenía cogida la medida desde hacía tiempo.

  • Todo -respondí, acompañando la sonrisa que le devolvía con una mirada no exenta de morbo.

  • Ya sabía yo que no te ibas a conformar con menos. Eso sí, ten cuidado que no tenemos toda la tarde para que se te baje esto -dijo colocando con disimulo una mano en mi paquete y cerrándola alrededor de mi polla, que no había dejado de demostrar el estado de excitación que me habían producido sus palabras y las conjeturas que por fin iban a materializarse al contarme Mónica los detalles de aquella noche. Volvimos a acomodarnos, y desviando de la conversación los problemas que iba a tener al levantarme, Mónica, tras preguntarme por dónde se había quedado, prosiguió con el relato con la misma seriedad y nivel de detalles que había demostrado hasta el momento.

  • Pues como te decía, subimos los tres a su casa. Nada más entrar Sofía enfiló hacia el baño y decidí acompañarla porque yo también me estaba meando, y dejamos a Óscar en el salón, preparando unas copas. Aprovechando que estábamos solas, le comenté que no me importaba irme a dormir a mi casa para dejarlos solos, en fin, sus padres no se iban fuera todos los fines de semana y podían aprovechar para pasar toda la noche juntos. Sofía me dijo que no, que había dicho que pasaríamos las dos la noche juntas en casa y que no se hablaba más, y que si en algún momento me sentía en una situación embarazosa antes le decía a Óscar que se fuese. Yo me negué, alegaba que la que sobraba era yo, pero Sofía es un cielo e insistió, así que le dije que me lo había pasado genial esa noche y que pensaba seguir haciéndolo, por lo menos para que no estuviese pendiente en todo momento de mí para ver si me sentía incómoda o desplazada. Cuando volvimos al salón nos esperaban sendas copas y Óscar, que miraba sin perder ojo la televisión. En la pantalla dos tíos se estaban follando a una rubia operadísima, uno por delante y otro por detrás. Maravillas del canal digital. Sofía instó a Óscar a que cambiase de canal mientras nos sentábamos, ella al lado de él en el sofá y yo sola en un sillón contiguo. Él decía que un ratito más, y ella que nada, que cambiase, mientras intentaba quitarle el mando a distancia. "No, déjala", dije. Primero me miró Sofía, un tanto sorprendida, y luego Óscar, agradecido, pensando en un primer momento que iba a poder disfrutar viendo la peli, aunque seguro que pensaba algo más.

Una sonrisa en la que se podía distinguir algo distinto al cariz que le daba el puntillo de alcohol a mi voz y mi mirada fue la respuesta a la extrañada expresión que mostraba el rostro de Sofía. Óscar por su parte había vuelto la vista hacia la televisión. Ella me devolvió la misteriosa sonrisa, y al sonido de los gemidos de la actriz de la película porno se unió el crujir del cuero del sofá y del sillón mientras las dos nos acomodábamos, cada una en su sitio. Óscar estaba sentado al borde del sofá, con el cuerpo echado hacia alante, expectante ante las proezas del trío que aparecía en la televisión. Sofía también estaba sentada al borde del sofá, pero echada hacia atrás, prácticamente tumbada y cómoda, como yo, que me había recostado, de lado, con una pierna en el suelo y la otra apoyada en el brazo del sillón. El único sonido que eclipsaba el protagonismo de los gemidos era el ruido de los hielos de las copas a cada trago. La verdad es que me estaba poniendo cachondísima, por un lado por la película, por cómo se follaban los dos tipos a la rubia, y por otro por el propio morbo de la situación, con mi mejor amiga y su novio, en fin, no suele ser habitual... sopesando ese mismo morbo, mis ojos comenzaron a ir de la pantalla al sofá, está claro que Óscar participaba de la excitación al no pestañear apenas frente a la televisión, pero lo que quería comprobar es que Sofía, más allá de lo que mostraba la película, empezaba a notar el mismo cosquilleo en el bajo vientre que tenía yo. En una de esas miradas nuestros ojos se encontraron, y ya no volvieron a la pantalla. Su chico, en medio del campo visual, al estar sentado al borde del sofá y Sofía casi tumbada, no se interponía entre nosotras dos, y no sabría decir si fue ella o si fui yo quien, con una sonrisa cómplice, dejó claro que la situación sólo podría mejorar de una forma. Sin dejar de mirarme comenzó a acariciarle la espalda. Él recibió el gesto mirándola una fracción de segundo, agradeciendo sus caricias con una sonrisa inocente y tierna. Pero la cara de Sofía no tenía en ese momento nada de inocente ni de tierno, y sus manos continuaron recorriendo la espalda y el cuello, bajaron para seguir por sus muslos y detenerse en el abultado paquete. Óscar pegó un pequeño respingo y miró en mi dirección con cierta vergüenza para ver si lo había visto. Mi cara, un perverso calco de la de su novia le bastaron para confirmarlo. Casi sin tiempo para impedírselo Sofía le agarró una mano y se la puso en su entrepierna, apretándola contra sí e intentando moverla arriba y abajo. En ese momento un gemido suyo acompañó a los de la película. El pobre chico no sabía qué hacer, su mirada delataba que el comportamiento de su chica, conmigo delante, le tenía desconcertado. Volvió sus ojos de nuevo hacia Sofía, que además de intentar masturbarse con la mano de su novio se acariciaba los pechos por encima de la camiseta con la otra mano. "Coño, Sofía, que está aquí Mónica" -dijo preocupado, haciéndola entender lo embarazoso de la situación al estar yo delante, como si no lo supiese. Como respuesta Sofía, sin contemplaciones, le pidió que se la follase. De nuevo volvió a mirarme con asombro, con extrañeza, tratando de imaginar lo que pensaba yo de la situación.

"Como no te la folles me la follo yo" -le espeté. Pero no le quedó tiempo para sopesar esa misma opción, Sofía se levantó y se sentó a horcajadas sobre él. Comenzaron a besarse y por fin comencé a acariciarme por encima del pantalón. En un instante la camiseta y el sujetador de Sofía estaban en el suelo. Supongo que te habrás fijado en sus tetas, por lo menos el día en que nos conocimos tú y yo; pues imagínatelas con la cabeza del chico entre medias, que las chupaba, las acariciaba, las mordía, haciendo que los gemidos de la televisión pasasen a un segundo plano en intensidad. Mientras tanto ella le acariciaba el paquete, hasta que, sin dejar que su novio le castigase los enormes pezones, logró desabrocharle los botones de la bragueta.

Mónica se incorporó, se quitó rápidamente los pantalones y las bragas, quedándose completamente desnuda. Entonces se agachó a sus pies y tiró de los pantalones de Óscar hasta que la polla de este salió como un resorte. De uno de los bolsillos del pantalón de éste sacó su cartera, para coger un condón que el precavido chico llevaba siempre encima y lo dejó encima del sofá. El pene oscilaba erecto de lado a lado, frente a la cara de Sofía, y ésta, sujetándola con una mano comenzó a chupársela. Mientras la cabeza de su novia subía y bajaba en su entrepierna, su mirada abandonó todo interés por la película. Me miraba a mí, expectante. No se si lo que pensaba era en que me uniese a Sofía, pero en ese momento lo que me apetecía a mí hacer era mirar, aunque por si tenia curiosidad decidí seguir masturbándome también sin ropa. Más que decirle que no dejase de mirarme me apetecía ordenárselo, pero no hacía falta, sus ojos me dejaban ver que así lo haría. Me levanté despacio, y al notar el movimiento Sofía paró y me miró. "Sigue" le dije, y ella obedeció. Lentamente, y sin dejar de mirar a Óscar me fui desabotonando la camisa hasta queda en sujetador. Después me quité los zapatos, desabroché los botones del pantalón, me dí la vuelta y me los fui bajando despacio, sacando el culo hacia afuera, para que él lo viera, las dos nalgas separadas por el diminuto cordón de tela del tanga. Manteniendo mis piernas erguidas, sin doblarlas, fui bajando hasta que la cabeza me quedó a la altura de las rodillas, me deshice del pantalón y, sujetando con los dedos de las manos los bordes del tanga, lo fui bajando despacio. El gemido de Óscar cuando lo hice demostraba que el placer que obtenía con la boca de su novia llevaba ahora implícito el deseo por hacerme partícipe de la escena, la visión de mi culo y de mi rajita desde atrás, rezumando excitación, parecía tenerle hipnotizado por la cara que ponía, y que podía ver perfectamente boca abajo entre mis piernas. Cuando me dí la vuelta y avancé hacia ellos, mi sujetador pasó a formar parte del desordenado grupo de ropa sobre el suelo.

Me puse justamente detrás de Sofía, que seguía arrodillada entre las piernas del chico, que al tenerme al alcance estiró los brazos para acariciarme los pechos; lo hizo con suavidad, no con la violencia que yo esperaba, pasando los dedos por cada pliegue y poniéndome los pezones más duros de lo que ya estaban. Me separé tan sólo unos centímetros, todavía no quería participar del todo, quería disfrutar de lo que estaba viendo, y estando segura de que por unos centímetros las manos de Óscar no llegaban a tocarme empecé a masturbarme, siguiendo el mismo ritmo del movimiento de la cabeza de Sofía. Al cabo de un momento ya no me acariciaba, directamente mis propios dedos profanaban mi sexo, entrando y saliendo con parsimonia, provocando en el chico una respiración cada vez más agitada al contemplarme a menos de un metro de distancia. Me encantaba verle así, pero quería más, quería verles follar. En la misma posición en la que estaba me agaché, pegándome a la espalda de Sofía; el movimiento de su cuerpo en la mamada se reproducía en el mío, con mis pezones y mi vientre restregándose en su espalda y en su culo. Quise pegarme a ella aún más, para hacer más intenso el roce de nuestros cuerpo, así que deslicé mis manos hacia adelante y la agarré por las tetas. En el ruido húmedo de su boca abarcando la polla de su novio comenzaron a aflorar gemidos, que aumentaban en intensidad según mis manos apretaban, buscando los grandes pezones, para apretarlos, para que, al hacerla gozar, su cuerpo se moviese más y le imprimiese idéntica cadencia al mío. Pero como decía, quería verlos follar, así que tiré de Sofía hacia atrás hasta que la polla de Óscar salió de su boca con un sonido de ventosa.

Ella se recomponía, respiraba agitadamente, sujetándose a los muslos de él para sujetarse y no caer encima de mí. El hecho de que me levantara le hizo pensar que quería mi turno, y aunque todavía era pronto, no pude sucumbir a la tentación de agarrarle la polla, hinchada y dura, mojada por la saliva de Sofía. Sosteniéndola con fuerza tiré hacia abajo para dejar completamente al descubierto el capullo, y volví a subir apretándola contra mi mano. Acto seguido, y con toda la lascivia que pude demostrar, me llevé la mano a la boca para saborear la mezcla de la saliva de ella y la humedad de él. Ayudé a Sofía a levantarse, y antes de que siquiera pudiese imaginarse quién iba a seguir con su chico, tiré de las rodillas de éste para que quedase más tumbado sobre el sofá, sujeté una pierna de ella y la coloqué a un lado; ella supo cómo colocar la otra por sí misma. Sujetando nuevamente la enhiesta polla coloqué el condón y la fui dirigiendo hacia el coño de mi amiga, y cuando tuvo la punta dentro me recosté a su lado para verlos más de cerca. Tras unos lentos movimientos, el ritmo comenzó a acelerarse. El movimiento, esta vez de Óscar, al que me pegué, de su pubis contra el de su novia me facilitaba seguir su ritmo para masturbarme; mis dedos entraban y salían de mi coño como la polla de él en el de Sofía.

Nuestros ojos se encontraron. En las dos latía la lujuria y el placer, obtenido de distinta forma pero compartiendo intensidad, si mis movimientos eran más rápidos ella echaba las caderas hacia atrás y hacia adelante con mayor velocidad para alcanzarme. Nunca antes la había visto practicar sexo, bueno, ni a ella ni a nadie con su pareja, mis relaciones y mi experiencia hasta el momento sólo jugaban a dos y no a tres bandas. La había visto desnuda decenas de veces: en las duchas del gimnasio, en su casa o en la mía mientras nos cambiábamos, en la playa... pero aquello era distinto, me parecía espectacular, increíble, y eso que nunca me han atraído las tías. Era su expresión, su cara, sus movimientos, casi la rabia por obtener placer. Y entonces comencé a ayudarla a obtener más, y mis manos dejaron mi sexo para acariciar su cuello, sus enormes tetas, las nalgas, su vientre, bajando hasta el coño que perforaba la polla de Óscar, ayudando con la yema de los dedos las acometidas de él... y como compensación recibí su mano, que buscaba mi entrepierna, que conocía los recónditos lugares que recibían con más agrado las caricias, pues como me había dicho en más de una vez, solía masturbarse con casi bastante más frecuencia con la que yo lo hacía. Un largo y grave gemido anunció que se corría, mientras él aguantaba. Ya no movía las caderas, se quedó un momento quieta, con la respiración agitada, que le hacía subir y bajar el pecho de forma exagerada. Su mano también se detuvo, así que seguí con la mía, yo también quería correrme, pero ella no me dejó, sujetándome el brazo se incorporó y el sexo de Óscar salió de su interior con el mismo chasquido húmedo con el que había salido minutos antes de su boca.

Ayudando a su novio a levantarse y separando una de mis piernas le dijo "Fóllatela". Óscar se colocó entre mis piernas, cogiéndome por el culo me levantó unos centímetros y sin dificultad su polla entro en mi interior. Y me corrí. Solamente había entrado, ni siquiera había salido de mi interior y todo el morbo y la excitación acumulados explotaron de golpe tan pronto como la barrera de mi sexo sucumbió, apenas por unos centímetros, al deseo de su novio. Y todo en menos de un segundo, porque después su sexo volvió a fundirse con el mío, y volvió a aparecer de entre mis húmedos labios, y volvió a desaparecer. Óscar le puso ganas y comenzó a follarme con un ritmo mucho más rápido respecto al que le había imprimido a Sofía, ayudado por la posición y por la verdadera fantasía que estaba cumpliendo al montárselo con la mejor amiga de su novia. Mis gemidos se convirtieron en gritos cuando, en pleno éxtasis, al movimiento de las caderas de Óscar se unieron sus manos en mis pechos y las de Sofía desde abajo, que comenzó primero a acariciarme, después a morderme y finalmente azoarme el culo. Y entre ese torrente de sensaciones el chico se corrió, noté cómo inundaba el condón que tenía puesto, cómo engordaba en mi interior. Y no fui capaz de discernir sus gritos de los míos o de los que seguían sonando en la televisión, cualquiera que fuese la escena que en ese momento estuviese teniendo lugar, a fin de cuentas ni me importaba ni creía que pudiese compararse a lo que acabábamos de hacer. Cuando por fin me levanté el miembro de Óscar yació flácido entre sus piernas. Con cuidado, Sofía le fue retirando el condón, intentando que ni una gota de su leche cayese del interior. Lo estiró, se lo colocó en la boca y echó el cuello hacia atrás. Las gotas del espeso esperma discurrieron lentamente por el condón hasta sus labios. Sin haber terminado con el contenido tragó. Me ofreció lo que quedaba y la imité. Y fin de la historia.

En ningún momento interrumpí a Mónica en el relato de la historia. En el silencio que le siguió volvieron a cobrar protagonismo los ruidos del parque, los pájaros, los niños jugando, la música de un quiosco de helados cercano... y en su mirada una mezcla de satisfacción, porque sabía que me había encantado no solo la historia sino también el grado de detalle del que me la había hecho partícipe, y de curiosidad por esperar mi respuesta. Sabía asimismo que no sentía celos del tal Óscar, y que si los fingía tan sólo sería para sustituir a éste y conocer a fondo también a su amiga Sofía. O a Carol. Del mismo modo que vio previsible mi interés por los detalles de la historia me mostró que si me la había contado era para encontrar la excusa que me permitiese cumplir la fantasía de hacérmelo con ella y con Carol. A fin de cuentas sólo se trataba de experimentar en ese campo, y ella tampoco iba a quedar al margen. Yo me justifiqué, no le mentí a la hora de decirle que quería hacérmelo con mi compañera, si bien obvié que ya lo había hecho, por lo menos hasta que encontrase el modo y la situación adecuados. Fingí desconocer el verdadero interés sexual que tenía la escapada a la casa rural, diciendo que lo mismo allí no pasaba nada, pero Mónica ya me conocía lo suficiente como para notar que eso no estaba tan claro.

Cuando reuní la suficiente fuerza y entereza como para controlar la tremenda erección que me había producido el relato de la historia nos levantamos. Acompañé a Mónica a su casa y maldije que estuviesen sus padres, y los míos en mi casa, y que era tarde para buscar alivio en el coche en cualquier apartado rincón. Tuve que autocomplacerme en casa, y consideré que aquél era el último orgasmo antes del fin de semana. Había que llegar con fuerzas.

El día siguiente discurrió con normalidad, Carol recibió con entusiasmo la disponibilidad de Mónica para el fin de semana y continuó el habitual juego de miradas que exigían por mi parte un autocontrol enorme para evitar masturbarme por lo menos a cada comentario sobre el cumpleaños. Dediqué la tarde a descansar pues Mónica quería estudiar un poco y avanzar en el temario de las oposiciones. A la mañana siguiente Carol me dio todos los detalles sobre cómo llegar a la casa rural, aunque finalmente decidimos ir los cuatro en un sólo coche, el de Carlos. Cada vez quedaba menos, sólo pensaba en las horas que restaban, incluso por la tarde, dedicada a hacer compras con Mónica, calculaba las horas que quedaban hasta que llegase el anhelado sábado. Y por fin llegó el día.

continuará...