Carol (4)

Sabiendo que la espera se me está haciendo cada vez más cuesta arriba, Carol propone enfriar los ánimos con una tarde de piscina para volver a templarlos con un recorrido demasiado temerario por sus curvas...

El verano en Madrid es lo que tiene, sus terracitas, sus cervecitas y sus tapas. Una cena tranquila en una terraza en la plaza de Santa Ana y un paseo encantador fue el broche de una tarde gloriosa que vino a estropear el sablazo que me costó el parking. Pero vamos, estaba yo para quejarme. Me despedí de Mónica hasta el sábado, y caí en la cuenta de que me tenía que inventar algo en el hipotético caso de que el siguiente fin de semana al que habíamos quedado quisiese también quedar para pasar el fin de semana juntos. Aquella tarde maravillosa era el principio de una relación más seria, más estable mejor dicho, con Mónica, una relación que prometía polvos sensacionales, en los que cabían excentricidades aún desconocidas. Pero no quería perderme lo que me prometía el cumpleaños de Carol. ¿Y si se lo proponía a Mónica? Joder, resultaba difícil, no le vas a decir a una tía "perdona, pero este fin de semana en el que podíamos seguir follando como locos, tengo apalabrado un trío con una compañera del curro, no te importa ¿verdad?". Opción descartada. Siempre podría inventarme algún compromiso familiar, en fin, ya se vería. Aún dándole vueltas al asunto, abandonado en esos pensamientos, aquella noche nada más caer en la cama, me quedé dormido a la primera de cambio.

A la mañana siguiente, la primera cara que me encontré en la oficina fue la de Alberto, que mostró su interés en cómo se me había dado la tarde con Mónica. Quedé en contarle algún detalle esa misma tarde, si seguía en pie el ir a ver ropa. Los dos salimos del comedor de la oficina, indispensable parada nada más entrar para atiborrarnos del asqueroso café de máquina y así estar despabilados más o menos hasta media mañana. Y entonces vi la radiante cara de Carol dándome los buenos días. No se cómo hacía para, a primera hora de la mañana, estar tan guapa y llena de energía. Unos ajustados pantalones piratas, una camisa negra entallada y unas sandalias eran las prendas con las que había decidido vestirse aquél día. Si se repetían las insinuaciones del día anterior, estaba por ver cómo lo haría.

  • Qué morenita vienes hoy -le dije mientras los dos dejábamos nuestras cosas en los puestos, listos para empezar a trabajar.

  • Sí, estuve toda la tarde tirada al sol en la piscina de la urbanización de Carlos. Creo que me quedé corta con el bronceador y me he quemado un poco -comentó, antes de abrirse lo justo la camisa para enseñarme un hombro ligeramente quemado por el sol. Ya empezábamos... -Y tú que tal, ¿fuiste con Alberto a mirar ropa?

  • No, al final quedé con Mónica -dije quitándole importancia, por si insistía en conocer qué habíamos hecho. Podría mentirle y decirle que estuvimos dando un paseo, o jugando al banckgammon, o cualquier chorrada en vez de comentarle el pedazo de polvo que habíamos echado, pero si se interesaba le contaría la verdad, total, tenía que sumar puntos en su escala sexual para que no se arrepintiese de haberme invitado a su cumpleaños.

  • ¿Y qué tal? -me preguntó, lógicamente, con la mirada fija en una mueca divertida. Parecía como si se supiese al dedillo lo que habíamos hecho Mónica y yo la tarde anterior y me picase para contárselo, lo cual no haría otra cosa en mí sino excitarme, como venía haciendo desde la tarde en la cafetería siempre que la tenía delante.

  • Bien.

  • ¿Bien?

  • Bueno, muy bien.

Decidimos ponernos a trabajar y dejar para el descanso del mediodía los detalles que Carol me pedía. Entretanto, fueron pasando las horas con miraditas nada disimuladas, sonrisas cómplices y algún que otro intento de Carol por calentarme. De vez en cuando, se estiraba la camisa hacia abajo, para colocársela si se le subía, y al hacerlo, exageraba la fuerza para que la camisa apresase su figura, para que sus pechos se hiciesen evidentes bajo la tela quedando erguidos y turgentes. Si bien ya me estaba acostumbrando a las provocaciones de Carol, seguía excitándome, sobre todo porque se me venía a la cabeza el día de su cumpleaños. Finalmente llegó el descanso y, tras sacar un par de cafés, nos bajamos a la calle excusándonos en la ley antitabaco para conseguir algo de intimidad y poder hablar tranquilamente.

  • Vaya, no me imaginaba yo esa fiereza en tu Mónica -dijo Carol una vez le conté a grandes rasgos la historia.

  • Bueno, no la conoces -le recordé-. A mí también me sorprendió un poco, gratamente, todo sea seguir conociéndola para hacerme yo mismo una idea exacta.

Quizá el revelar historias de cama con otra persona no vaya más allá de lo que quiera contar uno, pero en un principio me remordía un poco la conciencia hacer partícipe a Carol de cómo a Mónica le gustaba montárselo en la cama, en fin, son cosas que entran en la intimidad de la pareja en este caso. Pero Carol también había hecho partícipe a Carlos y a su prima Laura al contarme lo de la casa rural, así que tampoco iba yo a mostrarme reticente. Durante en relato de la tarde anterior, noté cómo Carol mostraba un interés casi inquisitivo, sabía que lo disimulaba, pero seguro que su nivel de excitación era similar al que me tenía acostumbrado con sus provocaciones.

  • Esta tarde has quedado con Alberto, ¿no?

  • Sí -contesté pensando que así daba por zanjada la cuestión de la tarde anterior.

  • ¿Y mañana vas a quedar c

o

n Mónica? -se interesó Carol.

  • No lo sé, no hemos quedado en nada.

  • Bueno, es que estaba pensando -dijo despacio Carol, como buscando las palabras-, que lo mismo te apetece darte un baño en la piscina de la urbanización de Carlos... me refiero a ti sólo, otro día puede venir Mónica, y así la conozco. Pero mañana sólo podrías venir tú.

  • Ah, vale -acepté la invitación sin saber el motivo exacto que requería mi sola presencia. Carol notó esa extrañeza, así que intentó explicarse.

  • Es que Carlos está fuera por un congreso. Y así podríamos... cómo decirlo, conocernos un poco más de cara a mi cumple. Además, recuerda que te dije que iba a compensarte los calentones que te estás llevando estas mañanas en el trabajo. No pienses mal -con semejante propuesta no podía pensar, ni bien ni mal-, lo he hablado con él y le parece bien.

  • Bueno, si a él le parece bien... -contesté sonriendo al sopesar la situación. Carol quería seguir explicándose para que la cosa no sonase tan mal.

  • Mira, desde un primer momento aceptó lo del trío. En fin, él cumplió una de sus fantasías y le parece perfecto y lógico que yo quiera cumplir una de las mías. Le he hablado bien de ti, no quiero que piense que me llevo a la cama al primer tío con que me encuentro. Te considero atractivo, y como te dije, llevaba tiempo fijándome en cómo me mirabas; desde el momento en el que se me pasó por la cabeza proponerle a Carlos lo del trío pensé en ti, y se lo dije. La descripción que le he venido haciendo de ti, y el breve encuentro el otro día en Sol le ha bastado para que le parezca bien que seas tú quien se una a nosotros dos. Bueno, eso no explica que le parezca también bien el que quedemos para lo que surja, pero él mismo me comentó que más de una vez ha quedado a solas con mi prima con mi consentimiento, la mayoría de las veces porque me da morbo imaginarlos, y total, si se va a follar a otra por lo menos que me ofrezca confianzas. Así que me dejó claro que si quería quedar contigo antes de mi cumpleaños tenía que justificarme con los mismos argumentos, no se si me explico.

  • Perfectamente -contesté.

La conversación siguió por esos derroteros, con Carol invitándome a la piscina de la casa de su novio, dejando claro que no íbamos a echar la tarde tirados al sol o en remojo, sino que bien podría hacérsenos de noche mientras seguíamos compartiendo la tarde en el piso. Con ese juego de dobles sentidos que evitaba las connotaciones sexuales que llevaría implícita la invitación a la piscina terminó la mañana y la jornada laboral. En vez de pasar por casa, directamente le propuse a Alberto comer algo por el centro antes de ir de tiendas. Antes de apurar el último bocado a una hamburguesa, le había contado lo cojonudamente bien que me iba, al haber repetido, como más calma y más intensidad, con Mónica en la cama. Por su parte él me comentó que había quedado también un par de veces con Sofía, la amiga de Mónica, pero que no habían hecho nada de nada. Paseitos, un par de piquitos y fin de la historia. O se mostraba más dispuesta, o Alberto desistía. Dándole ánimos para que tuviese paciencia, un último trago al vaso de refresco y salimos prestos a comprar. Casi cuatro horas más tarde, llegaba a casa derrengado, con cuatro bolsas con vaqueros, camisetas y un par de bañadores a los que iba a dar buen uso.

Casi sin darme cuenta, se pasó la mañana del día siguiente. Había pensado llevarme una mochila con un bañador y una toalla al trabajo, para irme directamente con Carol a la piscina, pero la noche anterior tuve la ocurrencia de llamarla para preguntarle sobre la hora en la que podíamos quedar. Mejor después de comer. Así que sin innecesarias provocaciones, nos despedimos según salimos de trabajar como todos los días. Una hora y media después estaba en la puerta de la urbanización en la que Carlos le prestaba la casa a su novia para pasar la tarde conmigo. Supongo que más de uno había intentado colarse en el complejo de edificios, visto el celo que demostraba el portero, que insistía en preguntarme a quien iba a ver. Un nombre -Carlos-, unos apellidos -convenientemente facilitados anteriormente por Carol-, un portal y un piso y el portero me permitió el paso. Desde la entrada ya se oía el chapoteo en el agua, los gritos de los niños y flotaba en el ambiente el olor a cloro, tan propio del verano. Tras el recodo de uno de los edificios se abrió ante mí una explanada en cuyo centro de disponía una piscina enorme, rodeada de hierba. Separadas y en pequeños grupos se disponían tumbonas, toallas y gente al sol. Hasta tres veces tuve que recorrer todo el recinto con la mirada para encontrar a Carol, hasta que la vi, tumbada en una toalla en una zona alejada de la piscina, bajo un árbol que evitaba miradas indiscretas por parte de quien quisiese asomarse a su terraza. Una vez que llegué a su altura, dediqué unos segundos a contemplarla antes de anunciar mi presencia, puesto que me fijé que bajo las gafas de sol que llevaba puestas, tenia los ojos cerrados. Si vestida ya me parecía espectacular, en bikini era el no va más. Sus sinuosas curvas se ocultaban mínimamente bajo la escasa tela de un bikini verde claro.

  • Me estás quitando el sol -dijo sin abrir los ojos, en un tono en el que se podía entrever que no se estaba dirigiendo a cualquier otra persona.

  • Perdona -dije, al tiempo que Carol se quitaba las gafas de sol para recorrerme de arriba a abajo-. Estás increíble.

  • Pon la toalla aquí -señaló. Dicho y hecho. Extendí mi toalla a su lado, me quité la camiseta y las deportivas, guardé todo en la mochila que llevaba y saqué un par de chanclas que dejé a los pies del lugar en el que ya me estaba acomodando. Me tumbé de costado a su lado, para no perderme detalle de la escultural mujer que me había invitado a pasar la tarde en la piscina de la casa de su novio. Por tratar de disimular lo que unas gafas de sol, olvidadas en casa, habrían hecho a las mil maravillas, tratar de no comerme con los ojos a Carol en ese momento, le pregunté por Carlos, lo primero que se me ocurrió.

  • Así que tu novio vive aquí... ¿cómo es que no vivís juntos?

  • Porque vivo muy bien con mis padres -dijo Mónica mientras se giraba hacia mi lado-. Aquí me tocaría más ocuparme de la casa, ya sabes, aunque casi todos los fines de semana los pasamos aquí. Además, sus padres, que son los que pagan el piso no pueden estar más chapados a la antigua, y no tolerarían que su hijo viviese en pecado antes del matrimonio. Menos mal que viven fuera, porque si los tuviera cerca todo el tiempo y supiesen el grado de pecado en el que vivimos, a él le metían en un monasterio y a mí me quemaban por bruja -dijo echándose a reir-. Hablando de quemarse, ¿te importaría echarme un poco de bronceador, que me estoy empezando a torrar?

  • ¿A quién hay que matar? -le dije sonriendo como respuesta. Carol se giró hacia el lado contrario para buscar el bronceador, giro que me permitió ver durante unos segundos su culazo, parte de sus morenas y tersas nalgas separadas y tímidamente escondidas tras un trozo de tela no demasiado grande, para mi suerte. Con un rápido giro de su cuello me pilló embelesado en su contemplación, que tuvo más como recompensa que como castigo una sonrisa más y una mayor contracción de su figura hasta dejar a escasos centímetros de mí su maravilloso trasero. Esa visión y el hecho de tener que recorrer su cuerpo con mis manos embadurnadas en crema me iban a terminar perdiendo con una erección que se aventuraba de caballo. Finalmente, Carol encontró la crema tras retrasar unos segundos su búsqueda en el bolso, me ofreció el bote, se tumbó boca abajo en la toalla y se desanudó el bikini, dejando la espalda completamente despejada y sus generosos pechos resguardados contra el suelo. Me acomodé a su lado, sentándome a lo indio con la precaución de disimular la pugna de mi entrepierna por hacerse más que evidente. Me eché un buen chorro de crema, la repartí entre las manos y comencé a extenderla por aquella espalda suave y tibia. Nada más notar el contacto Carol dio un pequeño respingo y un ligero gemido.

  • Ufff, está fría.

  • Tranquila -le dije, sin dejar de recorrer sin prisas su espalda-, es sólo la primera impresión.

Mis palabras y el acostumbrarse a esa primera impresión la relajaron, y continué esparciendo la crema con los dedos, que a la vez la masajeaban, presionando ligeramente con el pulgar en cada pasada los hombros, las cervicales, la zona lumbar, en la que mis manos bajaban hasta la toalla, recorriendo cada centímetro de su cintura, para volver a subir y recorrer hacia arriba el camino que marcaba la columna vertebral; una mano a cada lado, con pasadas largas y una ligera presión en aumento; con delicadeza en el cuello, ligeramente ladeado al estar Carol con la cabeza echada a un lado. Estaba preciosa, con los ojos cerrados y una expresión de paz y de relajación en la que destacaba su boca entreabierta que delataba que aquél masaje, más que esparcimiento de crema, le estaba gustando. Sentía la tentación de bajar las manos hacia el lugar en el que nacían sus pechos, de rozarlos con las yemas de los dedos, de recrearme en la tersura de sus costados y en la respuesta de esa carne al contacto de mis manos. Pero me contuve y no hice el mismo recorrido con el que le extendía la crema por su zona lumbar, aunque cuando llegaba a la zona baja de la espalda, unos milímetros de mis dedos recorrían su piel con cuidado por debajo de la cintura de la braguita del bikini, llegando justamente a notar el punto exacto en el que empezaba a nacer la hendidura que separaba ese par de nalgas preciosas con las que tanto había fantaseado desde que conociese a Carol. Y ahora estaba recorriendo con mimo cada centímetro de su piel, ya sin crema que esparcir.

  • No te olvides de las piernas -dijo casi susurrando saliendo del trance.

Con una larga pasada con los pulgares a ambos lados de la columna y los dedos prácticamente en sus costados, terminó la sesión en esa zona. Así lo entendió Carol porque separó un tanto las piernas para que la crema quedase bien repartida en unos muslos y unos gemelos torneados a base de bicicleta en el gimnasio. De nuevo un pequeño gemido y un respingo fueron la respuesta al primer contacto de mis manos embadurnadas en crema bronceadora con su piel. Comencé por la parte posterior de sus muslos, teniendo cuidado de esparcir la crema por toda su cara interior. Al adentrarse con tiento y precaución en esa parte, mis manos notaron el calor que desprendía su cuerpo. Con tan sólo estirar los dedos un par de centímetros bien podría haber rozado la zona que ocupaba su sexo, pero como en el caso de sus pechos me contuve, aunque el contacto de mis manos en aquella zona de su piel se reflejó en un ligero cambio en su cara, una leve movimiento de sus labios que me hacía ver que aquello no le estaba viniendo mal. Continué por los gemelos, duros y suaves, me recreé en los tobillos, gesto que delataba que lo de la crema era lo de menos, para terminar en sus pies, en sus dedos, que entrelacé con los de mis manos para masajearlos. Para terminar con el masaje / esparcimiento de crema, con mis manos en sus tobillos, fui subiendo lentamente, presionando con los dedos, de nuevo por los gemelos, los muslos, las nalgas, las lumbares, las costillas y los hombros, notando la resistencia de su piel. Recorrí toda la parte posterior de su cuerpo sin temor por haber deslizado descaradamente mis dedos por su culo en el camino ascendente que había terminado a ambos lados de su cuello. Si todo esto lo hubiese hecho subido encima de ella, la tremenda erección que en ese momento tenía la hubiera hundido un palmo en el suelo. Sujetándose el bikini para que sus tetas no quedasen al aire, Carol se dio la vuelta, con una cara adorable, como recién despertada de un sueño agradable, mostrándome unos ojos entreabiertos que denotaban que había disfrutado con el masaje.

  • Joder, -dijo despacio- te voy a tener que invitar todos los días para que me eches crema, casi me quedo dormida del gusto. ¿Nos damos un baño a ver si así se me quita la tontería?

  • Bueno, es que hay un pequeño problema -respondí un poco avergonzado, separando un poco las piernas para que Carol viese parte de la erección que tenía en ese momento, total, para qué esconderla de ella si tenía que saber a ciencia cierta que iba a ocurrir.

  • Hombre, yo no veo el problema tan pequeño -dijo riendo y clavando los ojos en mi sufrida entrepierna-. Si no quieres dar el espectáculo y ser el centro de atención de todos los vecinos... espera un momento, me meto en el agua y salgo en un minuto, no tardo nada, es para que se me pase la modorra y el calor.

El tono que utilizó para decir la palabra "calor" fue intencionado. Al ir a anudarse el bikini, girada hacia mí, y seguro que siendo consciente de que no teníamos a nadie detrás, lo dejo caer un tanto en un abrir y cerrar de ojos, tiempo en el que pude ver sus tetas totalmente desnudas, las rosadas y amplias circunferencias de sus pezones, ribeteados por diminutos puntitos. Una vez volvió a atárselo se levantó y se fue hacia el agua. Me dí la vuelta para poder seguir viéndola, aunque tumbado boca abajo como pude por razones obvias.

Un par de minutos más tarde, el contundente cuerpo de Mónica volvía del agua, con su hipnótico balanceo de caderas nada disimulado por la poca ropa que llevaba.

-¿Qué tal estás? -dijo nada más llegar al lugar en el que se extendían nuestras toallas- ¿Sigues con el mismo problema?

Mi respuesta fue girarme ligeramente de costado para que viese que la erección no había remitido. Cómo diablos iba a hacerlo con ella delante, en bikini, con sus redondeadas formas, de las que habían dado buena cuenta mis manos minutos antes, con el pelo mojado y la piel brillante por el agua que en ese momento se secaba con la toalla.

  • Pues hay que ponerle remedio -volvió a decirme-, a mí el chapuzón tampoco es que me haya refrescado lo suficiente. Trata de disimular el problemilla con la toalla...

Según terminó la frase empezó a recoger las cosas, la toalla y el bolso, se puso las chanclas y se quedó de pie esperando a que yo hiciese lo propio. Me levanté, me eché la toalla en un hombro, dejando que uno de los extremos cayese justo encima de mi entrepierna, y en el otro me colgué la mochila.

  • Vámonos -ordenó.

Comencé a seguir su cuerpo, obnubilado nuevamente por la cadencia con la que sus caderas marcaban el paso, con la que su cuerpo, aún húmedo tras el baño, dirigía sus pasos hacia el portal en el que vivía su novio. Entramos, y esperando el ascensor nuestras miradas se cruzaron. En los ojos de los dos se podía leer lo mismo. Nada más entrar en el pequeño habitáculo, cuando se cerraron las puertas tras pulsar el número del piso, no pude resistirme a la tentación, y atraje a Carol hacia mí, sujetándola por la cintura, notando su cuerpo mojado. Y por fin su boca, una boca amplia, generosa, cálida. Su lengua buscaba la mía y yo la suya, mientras mis manos bajaron hacia sus caderas, atrayéndola con fuerza hasta notar su cuerpo en el mío. El ascensor se detuvo y ella me empujó, se deshizo de mí con cuidado, despacio pero con fuerza. Quizá el miedo a encontrarse con un vecino, o que merecía la pena esperar unos segundos para dar rienda a los instintos. Ya en el rellano de la escalera, echando mano al bolso encontró las llaves, abrió, las dejó en una bandeja que había en el recibidor y entró en la vivienda sin mirar hacia atrás, sin mirarme. Un par de segundos después entré yo, sintiendo, nada más poner un pie en aquella casa extraña, algo especial, ese revoloteo de mariposas en el estómago que anunciaba buenas, buenísimas vibraciones. Siguiendo las diminutas gotitas de agua que había dejado al pasar como pista, crucé el salón y avancé por un pasillo hasta que llegué al cuarto de baño, en el justo momento en el que Carol acababa de quitarse la braguita del bikini para meterse en la ducha.

  • Perdona un momento, es que no soporto el cloro en la piel -dijo. Podía haber dicho lo que fuese, porque en ese preciso momento no podía ni pestañear al tener su cuerpo totalmente desnudo frente a mí. Tras la mampara transparente el agua comenzó a caer por su piel. Sus generosas tetas, en las que se notaba ligeramente la marca del bikini, despuntaban con los dos soberbios pezones que había vislumbrado en la piscina; sus aureolas sonrosadas, enormes, y ligeramente arrugadas en el centro. De espaldas pude contemplar un maravilloso culo que me apetecía acariciar, morder y besar. Y cuando se volvió, no pude menos que maravillarme al ver su sexo, su rajita perfectamente delimitada, sobre la que una pequeña tira de oscuro vello púbico perfectamente recortada ofrecía una nota de color en una zona también privada de las bondades del sol. No sabía a ciencia cierta al principio de esa tarde lo que iba a suceder, pero ahora tenía claro que el interior de esa zona iba a saciarme, iba a compensar cada minuto que había soñado por verla así. Mi mirada bajó por sus piernas, para volver a subir y encontrarse con su coño, simetría perfecta entre sus hospitalarias caderas, su ombligo, su vientre, sus tetas, que enjabonaba con sensualidad y su sonrisa, malévola, incitadora, que al igual que sus ojos, fijos en mi ensimismamiento, me pedían que no me quedase allí quieto. Con un gesto de mal fingida ingenuidad, dejó caer la esponja al plato de la ducha.

  • Vaya -dijo, tras taparse la boca, que había abierto por esa ficticia sorpresa por el hecho del descuido-, en qué estaría pensando, se me ha caído la esponja.

Acto seguido se dio la vuelta, y sin doblar las rodillas agachó su cuerpo para recogerla. Su culo en pompa, Los oscuros pliegues de su agujerito trasero y su sexo se hicieron aún más evidentes en esa postura, y no encontré mejor momento para tirar al suelo la toalla, la mochila, quitarme la camiseta y bajarme el bañador, no sin cierta dificultad debido a lo empalmado que estaba. Abrí la mampara, ella se dio la vuelta y cogiéndome por las manos me metió dentro de la ducha. La única señal que tenía de que aquello era real y no una imagen congelada de una fantasía tantas veces soñada era el agua que caía fresca sobre los dos. Con una mano Carol se acomodó mi polla entre las piernas para que pudiésemos abrazarnos sin problemas. Sus grandes tetas bien podrían haber sido otra barrera entre ambos, pero no supusieron problema alguno en el momento en que empezamos a besarnos. Sus brazos colgaban de mi cuello, y mis manos asían con firmeza sus caderas. No era un sueño, su boca, su piel y el agua que caía eran reales. Una de mis manos comenzó a subir por su espalda, despacio, sintiendo su suavidad, mientras la otra avanzaba en horizontal, desde su cadera hacia su culo, igual de terso y fresco que las partes de ella con las que estaba en contacto. Una vez llegó al lugar en el que terminaba la espalda, siguió en dirección contraria a la que seguía la otra mano en dirección a su nuca. Mis dedos desaparecieron entre sus nalgas, siguieron bajando hasta que llegaron a la cara anterior de sus muslos y levantándole la pierna sujetándola firmemente por el muslo quedó totalmente expuesta a mi polla, cuya erección y posición la hacía rozar la entrada de su coño.

Ninguno de los dos se hizo de rogar, y lentamente fui introduciendo mi sexo en el suyo. Un calor suave y esponjoso me recibió en su interior, una sensación maravillosa que nos hizo suspirar a ambos. Centímetro a centímetro fui llenando su interior, hasta que nuestros pubis quedaron pegados, y así permanecieron un buen rato, mientras prolongábamos los besos y las caricias. El interior de Carol era un molde perfecto de mi polla, su calor impregnaba cada parte de mi sexo, y fue ella, impaciente por aplacar ese mismo ardor, la que empezó a moverse, la que sintió que era el momento de follarla, o de follarme. Sin cambiar de posición, echó el cuerpo hacia atrás, y con la misma cadencia con la que recibió mi penetración fue retirándose con cuidado, para que no me saliese de su interior. Cuando decidió que había reculado lo suficiente, echó las caderas hacia delante con violencia, lo que volvió a llenarla. Nuevamente echaba el cuerpo hacia atrás y volvía a abalanzar su cuerpo contra el mío, con la misma furia. Ya no nos besábamos. Si bien seguíamos abrazados en la misma posición, con la primera embestida echó la cabeza hacia atrás, y cuando mi polla la llenaba cerraba los ojos, y una sensación en la que no podía discernir el dolor y el placer la hacía gemir. Una y otra vez se salía de mí con parsimonia y con un golpe de caderas volvía a llenarse. Decidí acentuar sus movimientos sujetándola por detrás. Con una mano en cada nalga, sin dejar de elevar una de sus piernas, comencé a atraerla hacia mí con la misma violencia que empleaba en cada acometida. Mi expresión comenzó a ser un calco de la suya, pues aunque la desmedida furia con la que me estaba follando se cobraba pequeñas punzadas de dolor, el placer que sentía era increíble. No sólo veía desaparecer mi polla en su interior, sino que casi sentía cómo tocaba fondo en su interior, jamás había penetrado así de profundo a ninguna chica, y durante poco más de un segundo me vino a la mente Mónica, y las innumerables posibilidades que en ese sentido podría repetir con ella. Pero Carol se había convertido en una obsesión. Había soñado con ese preciso momento en muchas ocasiones, imaginando distintos lugares, e incluso figuradas compañías en el fin de semana de su cumpleaños. Pero antes de que ese deseado momento hubiese llegado por fin disfrutaba de su cuerpo. Y ella con el mío, todo sea dicho, con violencia y con furia. Enfrascados en la misma posición, con las manos de Carol en mis hombros, su cuerpo yendo y viniendo con un cambio de velocidad brutal y con sus tetas bailando al ritmo que marcaban sus acometidas, los breves y agudos gemidos que emitía al respirar fueron volviéndose más largos y graves. Al estar sujetándola en esa posición, a falta de manos con las que poder seguir estimulándola, mi boca se abalanzó sobre su cuello, indefenso al estar su cabeza echada hacia atrás, y comencé a besarlo. Fue la gota que colmó el vaso, un vaso que se derramó en un orgasmo anticipado por su respiración y sus gemidos, por sus acometidas y por su furia. Noté cómo Carol se corría, cómo su cuerpo temblaba mientras seguía hundiendo mi polla en su interior. Poco a poco las embestidas perdieron fuerza, hasta quedar nuestros cuerpos unidos de nuevo, con mi sexo totalmente acoplado al suyo. Pero yo quería más, y ella lo sabía, me dí cuenta de ello cuando abrió los ojos tras el largo beso con el que selló su orgasmo. Acto seguido cerró el grifo y el agua cesó de caer sobre los dos. Se puso en cuclillas ante mí, asiendo con una mano mi hinchada polla mientras que con la otra se acariciaba los pechos. Miraba hacia arriba, hacia mí, con su cuerpo bañado en pequeñas gotas de agua, con el pelo mojado, desafiante.

  • Ahora voy a hacer que te corras tú, y lo vas a hacer sobre mis tetas, ¿te parece bien?

No esperó respuesta, mi mirada y la suya lo decían todo. Y llevándose mi polla a la boca empezó a chupármela con fuerza, esta vez sin la lenta cadencia que la había hecho correrse. El silencio que inundó la estancia cuando el agua dejó de caer vino a llenarse con el ruido húmedo y gutural de su boca tragándose mi sexo. Yo estaba en el séptimo cielo, sus labios y su lengua jugaban con la punta, y cambiaba de ritmo para metérsela entera, hasta la campanilla. Y volvía a cambiar para sacársela y seguir masturbándome con rapidez mientras sus ojos no perdían la furia con la que minutos antes me follaba.

-¿Te gusta, eh? ¿Quieres correrte en mis tetas? -dijo con los dientes apretados, provocándome, mientras su mano me pajeaba con creciente velocidad.

  • Sí -logré decir, con las manos apoyadas en la pared de la ducha, sabiendo que si la cosa seguía así no tardaría en hacerlo-, me encanta, sigue....

Y volvió a metérsela en la boca, y el ruido volvió a inundar la habitación. Su cabeza se movía hacia delante y hacia atrás con rapidez y contundencia, estaba claro que quería que no me demorase demasiado en llegar al orgasmo.

  • ¿Tu Mónica también te la chupa así, eh? ¿Le has regado las tetas con semen como lo vas a hacer conmigo? -me espetó volviendo a trabajarme manualmente.

  • No -dije acompañando con el cuerpo el movimiento de su mano sobre mi sexo, con la voz entrecortada, con el mismo tono desafiante que utilizaba Carol-, me corrí en su boca.

  • Pues córrete también en la mía -dijo, llevándose mi verga nuevamente a la boca. La profundidad con la que entraba, unido al maravilloso trabajo que hacía con los labios y con la lengua hizo que mi orgasmo, precedido por un lacónico "NO", no tardase en llegar. Cuando noté el latigazo eléctrico que anunciaba el comienzo de mi corrida, cogiendo a Carol por el pelo la eché hacia atrás, y con la otra mano liberé mi polla de su boca al tiempo que un chorro de esperma se estrellaba primero en su barbilla y después en su pecho. Un segundo chorro fue directo hacia una de sus enormes tetas de piel blanca, un tercero hacia el pezón contrario, y un cuarto justo en medio, que terminó perdiéndose, bajando por su vientre.

  • Mónica no tiene tus tetas -dije exhausto, aún teniéndola sujeta por el pelo. La solté con cuidado, esperando no haberla hecho daño, y su cara mudó de la sorpresa a una dulzura inocente, expresión con la que volvió a llevarse mi polla, que aún no había perdido la erección, a la boca, para limpiarme de los restos del increíble orgasmo que había experimentado. Después, todavía en cuclillas comenzó a pasar sus dedos por las tetas, en las que se notaban visiblemente más restos de mi corrida, e intentando recogerlos con cuidado se los llevaba a la boca- ya tendremos más ocasiones, ¿no?

Con la interrogación en el aire, Carol se incorporó, se limpió la boca con el dorso de la mano y pegándose de nuevo a mí me besó. Volvimos a abrazarnos y prolongamos los besos por un buen tiempo. Cuando, sin decir una sola palabra, decidimos salir de la ducha, con ella delante, mientras echaba mano de un par de toallas para secarnos, sin perder la dulzura me sonrió.

  • No lo sabes tú bien -dijo volviendo su preciosa cara hacia mí.

Diez minutos más tarde, aún desnudos pero bien secos, compartíamos un cigarrillo recostados en uno de los sofás del salón mientras comentábamos el plan del siguiente fin de semana y alguna que otra confesión sobre lo que más nos gustaba hacer y que nos hiciesen en la cama.

  • ¿Fantasías? -dije respondiendo a la pregunta que me acababa de hacer Carol-, pues aparte de haber cumplido hoy la de haber echado un polvo contigo -la miré sonriendo, no tanto intentando quedar estupendamente con ella, sino dejando constancia de que realmente aquello había venido a saciar una obsesión-, supongo que la de todos los tíos... hacérmelo con dos tías.

  • ¿Nada más? -volvió a interrogarme Carol, tras echar una bocanada de humo.

  • Bueno, la verdad es que alguna más hay, de hecho una cosa que hasta ahora había deseado un montón, y que cumplí con Mónica el otro día, ya sabes a qué me refiero...

  • Lo de correrte en su boca -dijo Carol leyéndome la mente.

  • Exacto. Se que a muchas tías les asquea, de hecho se lo propuse a mi ex un montón de veces, pero ella siempre se negaba en redondo. Y metidos en faena se lo propuse a Mónica, y aceptó, y ni decir tiene que fue la hostia. No quiero con eso decir que el haberme corrido en tus hermosas tetas no me haya vuelto loco -le comenté sonriendo mientras pasaba suavemente mis dedos por sus pechos, con delicadeza.

  • Ya terminarás en esta boquita -dijo cariñosa Carol, que acercó sus labios a los míos para besarme dulcemente, respondiendo a la ternura con la que la había acariciado- ¿Y nada más?

  • Bueno, no se -sí lo sabía, pero cómo decirlo-...

  • Mira -sentenció Carol-, no me vengas ahora con remilgos. Te he contado que he compartido a mi novio con mi prima, que nos masturbábamos juntas, que esta me ha comido el culo y acabamos de follar, y yo por lo menos me he corrido como una loca. Así que cuenta...

Joder, cualquiera se negaba.

  • Pues ahora que lo dices... también me encantaría comerte el culo... y follármelo.

  • O sea, que también te va el sexo anal. ¿No lo has probado? -me preguntó.

  • ¿Tú sí? -inquirí con curiosidad.

  • Pues sí. Hombre, tiene su gracia -dijo adelantándose al torrente de preguntas que se me vinieron a la cabeza-, tampoco es que lo haya hecho mucho, y la verdad es que al principio duele bastante, pero cuando te pones el dolor va dejando paso a algo más placentero. Además, por lo menos yo me siento super guarra cuando a Carlos le apetece metérmela por detrás -una sátira sonrisa acompañó su expresión-, y eso me encanta. A veces incluso le pido que me insulte, ya sabes, "puta" y ese tipo de cosas, en frío se que suena raro, y no estoy dispuesta a que nadie me diga palabras como esa, pero en esas circunstancias él se ceba bien y yo termino corriéndome como una loca. Oye, ¿y no se los has propuesto a Mónica?

  • Si te digo la verdad -me sinceré, quitándole el cigarrillo-, no creo que le ponga muchos peros, aunque no se, sólo me he acostado con ella un par de veces.

  • ¡Tengo una idea buenísima! -dijo Carol, incorporándose en el sofá de un brinco- ¿Por qué no le dices a Mónica que se venga el sábado a la casa rural? No le digas que para participar en una orgía, lógicamente, le dices que Carlos y yo hemos alquilado la casa y que sobra una habitación.

No tenía palabras; por una parte la idea era cojonuda, no habría excusa con Mónica para lo del fin de semana; pero por otra no sabía cómo reaccionaría a la proposición, y si de hecho estaría dispuesta a montarnos una fiestecilla entre los cuatro. El hecho de que fuese una fiera en la cama, y que se atreviese con lo que le echasen por lo que había podido comprobar no significaba que le fuesen ese tipo de cosas. Ante mi silencio, Carol prosiguió con el plan.

  • Carlos y tú no os libráis de follarme bien follada, que para eso es mi cumpleaños, pero con otra persona más no creo que lo pasemos peor, todo lo contrario. Además, me encantaría ver cómo le rompes el culito, y seguro que a ella también le gustará ver cómo me lo rompes a mí también -dijo con un tono que rebasaba lo sensual, mientras deslizaba su mano por mi vientre. Sus caricias llegaron hasta mi sexo, cuya flaccidez iba desapareciendo poco a poco. Como siguiese así, entre las caricias y los comentarios, no sabía cómo iba a terminar la tarde.

Pero con un nuevo brinco, Carol se levantó.

  • Bueno, me voy a ir vistiendo que no quiero llegar tarde a casa.

Una media hora más tarde, ya en la calle, vestiditos y arreglados, nos despedimos con dos castos besos en las mejillas. No encontraba ni un solo pero a otra maravillosa tarde de verano. Bueno, quizá sí, el no dejar de pensar en cómo le iba a proponer a Mónica el plan del fin de semana en la casa rural.

continuará...