Carol (3)

Sin poderme quitar de la cabeza la invitación de Carol, Mónica va desvelando su cara oculta, quedando atrás su imagen de niña buena...

Durante el camino de vuelta a casa, si dejaba de pensar en esa ineludible cita con el cuerpo de Carol en dos semanas, era para considerar la conveniencia de quedar esa misma noche con Mónica y poder descargar en ella toda la adrenalina acumulada esa misma tarde. Pero claro, se juntaban varios factores que me hicieron reconsiderar la idea: era lunes, era tarde, a la mañana siguiente ambos teníamos que trabajar, y no había cogido el coche para acercarme a Sol. Así que la idea de volver a echar un polvo salvaje como el primero esa noche amparados por la oscuridad de un rincón poco concurrido se esfumó por completo. Pero del martes no pasaba, lo primero que haría nada más llegar a casa sería llamarla para quedar al día siguiente. El caso es que una vez que entré por la puerta, la llamada se demoró el tiempo que tardé en masturbarme pensando en la historia que me había contado Carol, y fantaseando con ese ansiado fin de semana en el que yo sería una parte de su regalo de cumpleaños. Mucho más relajado, cogí el teléfono y marqué el número. Ni un "hola" ni "¿quién es?".

  • Ya creía que no ibas a llamarme -soltó divertida Mónica al otro lado de la línea.

  • A ver si te crees que para mí lo de la otra noche es algo normal que suele ocurrirme todos los días...- dije justificando la llamada. He de admitir que con sólo oír su voz, un sombrío sentimiento de culpa me invadió. Lo mismo Mónica se hacía algún tipo de ilusión sobre una relación estable, ya se sabe, paseos los domingos, estos son mis padres, ¿invitamos a tu prima a la boda?... y bajo ningún concepto, pensaba sacrificar mi primer trío con una tía que me tenía loco en aras de una fidelidad clásica, católica apostólica y romana.

  • Quedamos en que había estado bien, ¿ya tienes ganas de repetirlo?

  • ¿Mañana te viene bien? -la contesté riendo, esperando que no me notase demasiado desesperado o ansioso.

  • Vaya, eso es que me echas de menos... dijo utilizando un tono meloso que no carecía de cachondeo.

  • Sabes que sí -se me ocurrió decir, en fin, no iba a decirle que echaba de menos el revolcón- ¿y tú a mí no?

  • Bueno, hacía mucho tiempo que no echaba un polvo como el del otro día, qué quieres que te diga- contestó esta vez sin tanto cachondeo. Como notó que me había dejado sin palabras unos segundos, prosiguió- Mañana me viene bien, ¿a qué hora sales de trabajar?

  • A las tres -contesté.

  • A las tres... -repitió despacio, como pensando en cómo organizar el tiempo-. Haz una cosa, llámame cuando salgas. No mejor, pásate a buscarme a casa a eso de las cuatro y media, no te habrás olvidado de mi dirección, ¿no?

  • No, cuando desapareciste por la puerta de tu portal y dejé de fijarme en cómo te movías nada más salir del coche me fijé en el número- me sinceré.

  • Bueno, pues a las cuatro y media te espero, ¿OK?

  • A las cuatro y media como un clavo.

  • El piso es el segundo B. Un beso.

  • Otro para ti. Hasta mañana.

  • Hasta mañana.

Joder, vaya ritmo. En tres días había conocido a Mónica, me la había follado, Carol me había contado cómo se lo había montado con su novio y con otra niña de 21 añitos, me había propuesto un trío y al día siguiente cita de nuevo con Mónica con bastantes probabilidades de nuevo kiki automovilístico. Si esto no era triunfar, que intente alguien contradecirme. Esa noche me dormí como un bendito, no sin antes preguntarme el trato que tendría Carol conmigo en el trabajo después de su propuesta. Y el trato que tendría yo con ella, claro está, supongo que con disimular bien dos semanas la cosa no podría torcerse. La misma cuestión se repitió mientras estoicamente aguantaba el tráfico de primera hora de la mañana de camino al curro. Y seguí dándole vueltas cuando llegué y vi que Carol no había llegado aún. Cinco minutos más tarde se sentaba a mi lado y me regalaba una sonrisa encantadora. Y nada más, ni una palabra de lo hablado la tarde anterior, para qué comentarlo. La situación me daba un morbazo enorme, aparentemente todo seguía igual, los compañeros del trabajo no notaban nada, ni cuchicheos, ni susurros ni nada, sólo miradas y sonrisas. Eso sí, cuando nadie miraba, el disimulo quedaba eclipsado por la falta de pudor con la que me perdía en las curvas de Carol, con ella misma de cómplice. Fijándose en la dirección en la que se dirigían mis ojos, apoyaba su grandioso culo sobre el borde de la silla, y un discreto balanceo hacia delante me dejaba ver gran parte del finísimo tanga que se ceñía prieto entre sus nalgas. Sentía la enorme tentación de acariciarla, de tocarla, pero había que contenerse, trataba de hacerlo poniéndole más interés a los balances e informes que tenía delante en el ordenador, pero me costaba lo suyo. En fin, en cualquier momento podía escaparme al baño y dar rienda suelta a mis más bajos instintos cascándomela, pero la idea de que después de trabajar me esperaba Mónica hacía que descartase esa opción. El calentón se lo iba a cobrar esta última a base de desgastar la suspensión del coche. En el descanso, en el comedor, al lado de la máquina del café, logré quedarme con Carol a solas unos minutos.

  • Me está costando Dios y ayuda verte y no pensar en tu fiesta de cumpleaños -le dije acompañando la frase con un suspiro.

  • Pues todavía quedan dos semanas...

  • Once días -puntualicé- Además... -no terminé la frase, tan sólo recorrí su cuerpo de pies a cabeza mientras me mordía el labio inferior.

  • Tú tranquilo, trataré de compensarte la espera si tanto te cuesta- dijo, y a continuación, de forma inocente, se metió las manos en los bolsillos del pantalón vaquero que llevaba, gesto que hizo que este bajase unos centímetros desde su cintura, lo que le dejó el tanga completamente visible desde cualquier ángulo. Con la misma inocencia prosiguió-: antes de ese finde, podemos quedar tú y yo algún día para... cómo decirlo... calentar.

Eso es, sí señor, no estaba yo lo suficientemente caliente como para ir a calentar. Las cosas, para mi suerte, se sucedían de forma espectacular. Los pasos y la conversación de dos compañeros acercándose por la puerta del comedor hizo que la cintura de los vaqueros de Carol volviese a su sitio y que derivásemos la conversación hacia temas que colaborasen con el disimulo.

  • Tienes razón -dije-, a mí también me encantó, sobre todo el tema ese de... lo que comentabas.

  • ¿De qué habláis? -me cortó, gracias a Dios, Alberto.

  • De la última de Woody Allen -zanjó Carol.

El momento del vaquero no fue el último calentón de la mañana, pero por fin, o por desgracia, según se mire, llegaron las tres de la tarde. En el camino de vuelta a casa, Alberto me propuso quedar por la tarde para ir a comprar ropa, leyenda urbana real circunscrita al círculo masculino, nosotros también nos compramos ropa. Me excuse contándole la verdad, había quedado con Mónica. Pues ole mis cojones, según sus palabras, bien podríamos dejar lo de ir de tiendas para el día siguiente. Una vez le dejé en casa y llegué a la mía, me senté raudo a la mesa, comí rápidamente, para disgusto de mi madre, y tras tomarme un cafecito, salí pitando a buscar a Mónica, que el tiempo se me echaba encima. El reloj del coche marcaba las 16 y 28 minutos, puntualidad inglesa, cuando lo dejé aparcado en segunda fila justamente enfrente de su portal. Pulsé el botón del 2ºB en el portero automático y al cabo de unos segundos Mónica me contestaba con un lacónico "¿Sí?"

  • ¿Mónica? Soy Javi -dije acercándome al telefonillo.

  • Sube -contestó. ¿Cómo que suba? Dios, me temía una embarazosa presentación familiar...

  • Es que tengo el coche en segunda fila, ¿no bajas?

  • No. Aparca y sube. Y date prisa, que mis padres vienen a eso de las siete -insistió.

Cojonudo, no hay familia a la vista. Sobra decir que no me hice de rogar, así que me metí corriendo en el coche maldiciendo la zona verde para residentes, los parquímetros y toda la maldita zona azul ocupada. No hubo suerte en las tres primeras vueltas a la manzana, así que no tuve más remedio que meter el coche en un parking cuatro calles más abajo. Unos veinte minutos más tarde, un segundo toque al portero automático vino acompañado por un zumbido que me permitió abrir la puerta del portal, sin que la voz de Mónica dijese una sola palabra. Subí los dos pisos y pulsé el timbre de la letra B. Al instante se abrió la puerta, y digo se abrió porque no había nadie esperando al otro lado.

  • Pasa -dijo la voz de Mónica desde detrás de la puerta. Así lo hice y nada más sobrepasar el marco, la puerta empezó a entornarse; según se cerraba de un portazo se me fue descubriendo el cuerpo de Mónica, totalmente desnudo, lo que hizo más pronunciada si cabe la erección que tenía en ese momento previendo cómo se podía desarrollar buena parte de la tarde. La luz natural que, tamizada, entraba a raudales a través de las ventanas del salón me ofreció una nueva percepción de su cuerpo. Mis manos, mi boca y mi miembro habían dado cuenta de más de un rincón de ella, pero la penumbra en la que comenzamos a conocernos a fondo no me permitió hacer justicia a la enorme tentación que llevaban implícitas sus curvas. Sus pequeños pechos coronados por dos oscuros pezones. El arreglado y escaso vello púbico bajo el que destacaba el abultado clítoris que recordaba de la noche en la casa de campo. Las piernas delgadas y fibrosas. Llevaba el pelo engominado peinado hacia atrás, como si hubiese salido de la ducha en ese mismo momento. Seguía deleitándome con cada rincón de su cuerpo cuando se abalanzó sobre mí para besarme. La correspondí con la misma pasión, que fue ralentizándose convirtiendo aquél ataque por sorpresa en algo más sensual. Aún sabiendo los detalles que me perdía al tener los ojos cerrados mientras nos besábamos, la situación se me antojaba maravillosa, y terminó cuando Mónica se adelantó, me cogió de la mano y me llevó hasta su habitación. Me sentó al borde de la cama, y cuando creía que me iba a tumbar para ponerse sobre mí para continuar con los besos, se arrodilló, me quitó el cinturón, me abrió la bragueta y asiendo mi polla con ambas manos comenzó a masturbarme con gran lentitud. No dejó de mirarme a los ojos ni cuando empezó a engullirla. El mar de calma que me invadía por el pausado movimiento que le imprimía a sus manos y a su boca repentinamente se tornó en algo más visceral. Se incorporó y me pidió que me tumbase en la cama, cosa que hice sin rechistar. "Un poco más arriba" me indicó, hasta que quedé medio incorporado con parte de la espalda apoyada en el cabecero de madera de la cama. Abriendo un cajón de la mesilla de noche, sacó dos pañuelos.

  • Ahora te voy a atar, ¿de acuerdo? -me dijo con un tono que no escondía cierto misterio.

Asentí, por mí perfecto. Su cuerpo pasó por mi lado, asió una de mis manos y, tras anudarla con uno de los pañuelos a un lado del cabecero, asegurándose de que el nudo era resistente, repitió la acción en el lado opuesto de la cama con la otra mano. Hecho esto, se dirigió lentamente hacia el escritorio que tenía en un rincón de la habitación, cogió la silla que tenía al lado y la arrastró hasta los pies de la cama. Se sentó con las piernas bien separadas, lo que me ofrecía desde mi posición unas inmejorables vistas de su ribeteado coñito completamente abierto. Dejó que me deleitase un instante, para romper el silencio al cabo de unos segundos con una cara que se antojaba perversa.

  • Estás castigado -dijo con el ceño fruncido-. Los dos quedamos que el polvo del sábado no estuvo mal. Estuve esperando tu llamada el domingo, y como no llamaste, no tuve más remedio que pasarme media tarde masturbándome esperando correrme como lo hice en tu coche. Al final lo conseguí, y esperaba repetirlo lo antes posible. Y eso es ahora. Pero te vuelvo a repetir que estás castigado.

Me estaba tratando como a un niño pequeño que había hecho algo muy, muy malo, y nada me hizo resistirme a participar en el juego. Lo que ocurría era que el castigo tenía su parte de realidad, y es que Mónica deslizó una de sus manos por su vientre para comenzar a masturbarse lentamente mientras que con la otra se acariciaba los pechos; yo tenía una erección enorme y no sólo no podía tocarla, ayudarla en su tarea, es que no podía ni siquiera tocarme la polla para acompañarla al mismo ritmo. Los nudos estaban hechos a conciencia. De pronto paró y estirando una mano abrió un cajón grande, tipo archivador, en el escritorio. Sin dejar que una de sus manos siguiese acariciando su cuerpo, rebuscó con la otra hasta dar con dos consoladores. He de decir que me asusté un poco, esperaba que no formasen parte del castigo que iba a inflingirme. Mónica notó en mi cara esa misma sensación de extrañeza.

  • Tranquilo. Son para mí. ¿Sabes lo que voy a hacer con este? -dijo levantando uno de los dildos, con forma de pene erecto, con sus venas y todo. No me dejó responder-. Me lo voy a meter por el coño. No sabes la de veces que me he corrido con el. ¿cuánto crees que puedo meterme? Ahora lo vas a ver. ¿Y con este otro? -señaló esta vez el más pequeño de los dos, cromado, de forma cilíndrica y parecido a un rotulador grueso-. Sí, este va en el culito. ¿Te acuerdas de la otra noche, que me metiste un dedo por detrás? Pues no era la primera vez que algo me entraba por ahí -la sensualidad y el descaro que utilizaba en la descripción me la ponía aún más dura si es que eso era posible. Antes de ponerse en marcha, se levantó para quitarme los zapatos y los pantalones, y cuando hizo lo mismo con los calzoncillos, mi polla salió disparada, casi golpeándola en la cara. Un condón que no sabía de dónde había salido fue bajando por mi polla totalmente enhiesta. Había algo en la situación que resultaba extraño, casi surrealista. El rol de dominatrix de Mónica, el sutil sadismo del que hacía gala contrastaba con detalles del dormitorio, como la decoración en tonos pastel, los innumerables peluches que inundaban la habitación, un póster de una película de Disney... seguro que todo aquello era una forma de rebelión contra el papel de niña buena que debían percibir sus padres. Volvió a la silla, se acomodó sentándose en el borde, y volviéndose a abrir de piernas comenzó a acariciarse la vulva con el consolador-polla mientras que con la otra mano masajeaba sus pezones. Me miraba a los ojos, y su respiración poco a poco se hacía más fuerte, hasta que por fin la cabeza de látex comenzó a desaparecer entre sus labios vaginales. Tensando y flexionando las rodillas, su cuerpo subía y bajaba en perfecta sincronía con el ritmo que el consolador entraba y salía de su cuerpo.

  • ¿Te gusta? ¿Te gusta cómo me meto una polla como esta? Querrías que fuese la tuya, ¿no? -lograba decir apretando los dientes entre jadeos. Joder que si me gustaría, pero no podía hacer nada, estaba con el rabo a reventar y no podía hacer nada. Tras unas cuantas acometidas de aquél trozo de látex, Mónica se lo llevó a la boca- ¿quieres chuparlo? ¿quieres meterte esta polla en la boca para saber a qué sabe mi coño?- me dijo casi con odio. Asentí, se levantó acercándose a mí, y quedándose a la altura de mi cabeza, separándose los labios con una mano, con la otra se metió el consolador; lo sacó y me lo acercó a la boca.

  • Chupa -ordenó. Así lo hice, notando el sabor acre de sus fluidos. Vale, jamás pensé que iba a chupar una polla de goma, pero saber que ésta estaba impregnada de las intimidades de Mónica pudo conmigo. Cuando volvió a sentarse en la silla a los pies de la cama comencé a escuchar un leve zumbido. Mónica lo había encendido. La velocidad con la que volvía a introducírselo en el coño incrementó, así como la profundidad de sus gemidos. El zumbido se hacía más notorio cuando sacaba el dildo de sus entrañas, para convertirse en un ruido sordo cuando volvía a entrar. Si interrumpía el ritmo era para llevárselo a la boca una y otra vez, de forma que no podía estar seguro de que el brillo que cubría la superficie de látex fuese saliva o fluidos. Mónica empezaba a temblar, se iba a correr, cosa que no era de extrañar pues poco a poco iba imprimiéndole más fuerza al dildo, cuyas tres cuartas partes desaparecían engullidas por sus carnosos labios vaginales. Un último empujón la dejó empalada. Tenía las piernas contraídas de la tensión. Apagó el vibrador y lo soltó, hundido casi totalmente en su interior. Lentamente se levantó, relajó las piernas y el consolador cayó al suelo. Respiró hondo y se acercó a mí.

  • Ahora te voy a decir lo que vamos a hacer -me dijo recuperando el aliento. Quiero que me folles, quiero correrme otra vez ¿quieres follarme? -asentí- ¿quieres comerme el coño, tocarme y hacerme lo que quieras? -asentí-. Hasta que no me corra no te desataré. ¿Ves ese reloj? -dijo apuntando a un rincón de la pared. Marcaba las 5 y cuarto de la tarde-. Pues tienes una hora y poco para conseguirlo. A las siete menos cuarto tenemos que estar vestiditos y en la calle. ¿quieres vestirte ahora mismo y que nos vayamos ya?

  • Y una mierda -le contesté impaciente.

  • Te aviso que tendrás que aplicarte, porque para correrme una segunda vez tardo un poco. Aunque no te preocupes porque me ayudare de esto -dijo con el pequeño vibrador anal en la mano.

No hicieron falta más palabras. Dirigió su boca hasta mi polla y la lamió hasta dejarla bien ensalivada. Se puso en cuclillas sobre mí y dirigiendo mi rabo hacia la entrada de su coño, comenzó a bajar con cuidado, centímetro a centímetro fui entrando en su interior, hasta que mi polla quedó completamente enterrada en su carnosa vulva. Lentamente sacó el culo hacia afuera y volvió a echarse hacia adelante, con ese movimiento de balanceo se liberaba de mi polla para volver a clavársela completamente. El ejercicio de sadismo que había llevado a cabo hasta el momento me tenía con una erección brutal, y la maravillosa sensación que me causaba entrar y salir de su interior, sintiendo en cada pausada acometida la suavidad, el calor y la humedad, me ponía cada vez más caliente. Los gemidos de Mónica quedaban atenuados por el vibrador anal, que succionaba con verdadera fruición. Tendría que lubricarlo bien para que su agujerito trasero lo tolerase sin dolor. Comencé a echar la cabeza lo más adelante que pude, tratando de atrapar con la boca unos pezones que podrían haber tallado cristal de duros que los tenía. Se dio cuenta de mis frustrados intentos y me concedió una fugaz oportunidad, acercando su cuerpo al mío, y no la desaproveché utilizando la lengua y los dientes para atraparlos durante tan sólo unos segundos, gesto que hizo que Mónica acelerase el ritmo de sus movimientos. Y de repente, se incorporó con  y se detuvo. Echó el culo hacia afuera con cuidado para que la polla no saliese de su interior, un último lametón al pequeño vibrador, y su mano desapareció por debajo de su espalda. Mientras se lo ajustaba a la cavidad cerraba los ojos, el simple hecho de colocárselo la estaba llevando al limbo. A través de las paredes de su coñito, noté cómo algo duro se abría paso en su interior al otro lado. El movimiento se detuvo. Mónica volvió a abrir los ojos, y con la mano aún atrás comenzó a cabalgarme de nuevo, con la misma lentitud que al principio. La extraña sensación de notar algo al final de su vagina se convirtió en algo espectacular cuando encendió el consolador. No sólo la vibración en su interior era increíble, es que Mónica comenzó a cabalgarme como una loca, y en la habitación comenzaron a mezclarse sus gemidos, el ruido sordo del consolador y el sonido que hacían nuestros cuerpos al chocarse. Me estaba volviendo loco, o Mónica se corría y me liberaba o me amputaban las manos, no aguantaba más, sentía la imperante necesidad de tocarla de cambiarla de postura, de que se corriese un par de veces más. Y entonces ocurrió. un gemido largo y grave escapó de su garganta, su mano, que seguía escondida para sujetar el dildo, para evitar que se le saliese del culo, volvió a aparecer, Mónica se echó encima de mí, el consolador salió con un ruido húmedo de su ano, y mientras no dejaba de moverse con la polla hundida en sus entrañas, comenzó a deshacer los nudos.

Nada más tener las manos libres me incorporé un poco, la agarré por la espalda y me puse de rodillas mientras ella me rodeaba la cintura con las piernas. Hacía esfuerzo por que las acometidas de mi polla en su interior fueran cada vez más profundas, lo cual, ateniéndome a sus gemidos, avecinaba un nuevo orgasmo. Justo en el momento en el que empezaba nuevamente a correrse me zafé de ella, la tumbé de un empujón en la cama, me arrodille entre sus piernas e intenté seguir follándomela con la lengua. Tenía que agarrarla fuertemente por las piernas porque comenzó a moverse de un modo salvaje, pero no iba a librarse de una comida de coño que tardaría en olvidar. Mi lengua apretaba su clítoris, lo movía arriba y abajo, a izquierda y derecha, y Mónica aullaba. Aprovechando que tenía que coger aire para no asfixiarme, levanté la cabeza para verle la cara, mientras seguía masturbándola, esta vez con los dedos. Tenía la cara roja, desencajada, y su cuerpo se movía de lado a lado, como si estuviese endemoniada. Asiéndola de nuevo las piernas con fuerza la levanté un poco, haciéndola doblar las rodillas hacia sí, para dedicarme un instante a su agujerito trasero. Estaba tan húmedo y caliente como su coñito, hecho del que me cercioré al lamerlo con la punta de la lengua; cambiaba el ritmo, tan pronto lo hacía lentamente como aceleraba el movimiento y la presión de la lengua para que volviese a correrse. De centrarme tan sólo en su ano, el camino de mi boca volvía a subir para abarcar todo el trayecto, desde el culo hasta el clítoris. Cuando noté que iba a correrse por enésima vez la solté las piernas que cayeron sobre la cama sin fuerza. Mi polla volvió a entrar en su coño con una suavidad enorme, estaba empapada, era como meter un cuchillo caliente en un bloque de mantequilla. Comencé a bombear mientras mis manos acariciaban su vientre, mientras subían hasta alcanzar sus pechos, hinchados y duros, sus pezones, erguidos y oscuros. Mi orgasmo iba a llegar pronto, y se me ocurrió que podía cumplir una fantasía si Mónica me dejaba que me corriese en su boca.

  • Quiero correrme en tu boca -le dije utilizando el mismo tono de autoridad que ella había empleado durante la tarde. Mónica abrió los ojos y me miró.

  • Sí, sí, córrete en mi boca -logró decir entre jadeos, con la voz entrecortada-, córrete en mi boca, sí, córrete en mi boca...

Sacando la polla de su interior, avancé por la cama hasta que la tuve justo encima de ella. Me quité el condón de un tirón y levanté a Mónica sujetándola por la nuca. Apoyando un codo sobre la cama se incorporó lo justo para poder llevársela con la mano a su boca. Empezó a masturbarme rápidamente, mientras su lengua jugueteaba con la punta del glande.

  • Córrete, vamos, córrete en mi boca cabrón. Sí, vamos, córreteee....

Nada más notar que en nanosegundos un largo chorro de esperma iba a salir disparado de mi nabo, se la tragó entera. Una descarga eléctrica recorrió mi espina dorsal y toda la energía se condensó en largos chorros de semen que fueron a parar directamente a su garganta. Mi polla casi chocaba con su campanilla, Mónica se atragantó y todo el esperma que no terminó bajando por la tráquea comenzó a amontonarse en su boca. Con presteza se sacó la polla, tosió un par de veces y un fino reguero de semen comenzó a brotar por la comisura de sus labios. Mareado y totalmente exhausto caí a plomo a su lado en la cama. Miré a Mónica, que con los ojos medio cerrados seguía con la respiración acelerada. Me costaba Dios y ayuda moverme, pero hice el esfuerzo para ver la hora que era en el reloj de la pared. Las seis y veinticinco, cojonudo, diez minutos para descansar, cerré los ojos... cuando los abrí vi a Mónica, aún roja como un tomate, que volvía del baño. La vi vestirse; las braguitas, el sujetador, unos piratas, las sandalias, una camiseta... Tras una visita al lavabo, para arreglarme un poco, yo también me vestí mientras ella arreglaba un poco la cama y volvía a esconder los dos consoladores, tras haberlos dejado bien limpios. Todo fue en silencio, en un silencio brutal exento ya de jadeos, gritos y respiraciones aceleradas. Una vez en la calle, fui yo el que rompió el hielo:

  • No hace falta que te pregunte qué tal ha estado esta vez, ¿no?

  • No, no hace falta -dijo sonriendo y dándome a entender que la pregunta sólo tenía una respuesta posible que se había hecho evidente tras haberse corrido cinco veces, como admitió más tarde-. Lo menos que puedo hacer ahora es invitarte a unas cañas.

continuará...