Carol 2

La familia de Carol.

CAROL 2

La familia de Carol había pasado y padecido en mucho tiempo sus mas y sus menos. Su madre; Sagrario, la mayor de dos hermanas, las había parido muy joven teniendo buena venta y malas ganancias. El padre de Carol y Carmen tan solo se había servido de Sagrario en dos ocasiones dejándole aquellos dos retoños y abandonándola a su suerte a lo que lo poco o mucho que de educación y sustento se tratara había corrido siempre por cuenta de su madre que agradeció que sus padres antes de fallecer, por ser la mayor, le heredaran un pequeño e insignificante rancho que en algo la ayudaba pero lo dicho, no era la gran cosa.

No era propiamente lo que uno se imagina al oír la frase: “Le heredaron un rancho”. Rocío; la menor, había tenido mejor suerte al contraer matrimonio con un importante empresario a lo que no le importó la mísera herencia de la que se hizo acreedora su hermana.

Sagrario y Rocío nunca habían congeniado, nunca se habían llevado bien a lo que cada quien hacía su vida pero en una época de verdaderas penas y miserias que Sagrario sufría junto con sus hijas se vio mas que obligada a recurrir y solicitar la ayuda de su hermana menor quien prácticamente vivía en un palacio, repleta de lujos y todo tipo de caprichos que se daban ella y sus hijas y ahí se empieza a coser la historia.

Rocío se dio el gusto de tratar no mal, fatal a su hermana; en conclusión, le hizo ver que se jodiera y que no la molestara con sus tristezas y miserias. Sagrario indignada trató de salir adelante pero le resultaba imposible, en especial por qué quienes se fajaban con el trabajo eran ella y Carmen.

Carol era la consentida, tanto su madre y su hermana la adoraban, la llamaban cómo hasta la actualidad, cariñosamente: “Princesa”. Y la hacían vivir como tal, a la medida de sus posibilidades a lo cual Carol se acostumbró a verse complacida siempre y a no mover un solo dedo en la casa sino limitarse a ser servida a sus anchas.

El caso es que la desesperación invadió de nuevo a Sagrario; no tenía a quien mas recurrir a lo que volviendo a tragarse su honra, volvió a caer en las garras de su estirada hermana y volvió ya no a pedirle, a rogarle que la ayudara ante las risitas estúpidas de sus sobrinas que en ese entonces rondaban Vianey en los 18 años y Ruth en los 15 pero nada, a pesar de ruegos y mas ruegos; Rocío se volvió a despachar a su hermana que abatida se disponía a marcharse de la lujosa mansión hasta que repentinamente se vio detenida al oír hablar muy animada a la mayor de sus sobrinas que la veía como todo, menos como su tía ni mucho menos con respeto.

— ¡Oye mami!, a todo esto; ¡Aún no nos mandan a la nueva sirvienta!— comentó Vianey con sarcasmo a su madre, lanzándole una clara indirecta a su tía.

— ¡No aun no!— le contestó su madre.

— ¡Bueeeeeeeno pues si mi tía anda taaaaan urgida!— dejó la frase al aire hablando sin rodeos.

Por unos instantes todas permanecieron en silencio asimilando la propuesta de la joven; Sagrario sentía erizada la piel. Vianey concluyó.

— ¿Por qué no?, ¿Qué dices tía?; nada en esta vida es gratis, estás urgida, quieres ayuda, bueno, gánatela trabajando para nosotras, claro está, necesitamos una sirvienta y no promesas de que nos pagarás hasta el último peso de un préstamo o sea, gánatelo, digo, si en verdad necesitas el apoyo pues ahí está.

Rocío no habló pero se sonrió con su hija satisfecha de su intervención al oír contestar resignada y triste, con la mirada clavada en el piso a su hermana.

— ¡Acepto!;

La cosa no quedó ahí, tan solo era el principio de muchos acontecimientos que se darían producto de un plan muy bien trazado por parte de Vianey, en el cual implicaba la participación forzada de sus primas con las que no solo no se llevaba bien sino que se odiaban y Sagrario lo sabía bien, todas lo sabían.

Y apenas y Sagrario estaba meditando la mejor o menos vergonzosa manera de decirles a sus hijas que trabajaría como sirvienta en casa de su hermana en cuanto Vianey le soltó la siguiente y mas pesada parte de su plan como condición primordial para otorgarle el trabajo.

— ¡Solo queda un detallito querida tía!— le comunicó a Sagrario la arrogante Vianey en tono irónico— Y ese detalle es que necesitamos dos empleadas mas aparte de ti a lo que veo de maravilla que nuestras nuevas sirvientas sean tú y tus hijas; ¿Qué dices mami?;

— ¡Perfecto!— contestó feliz Rocío— ¡Muy buena idea y servirá para pulir un poco ese carácter y esos aires de superioridad que siempre ha tenido Carol!; ¿No te parece Sagrario?;

Ésta no contestó. Lo hizo después de unos instantes de profunda meditación.

— ¡No puedo hablar por mis hijas, por favor Rocío ayúdame, dame el trabajo aunque sea solo a mí!;

— ¡Mmmmmm!— expresó Vianey contestando a su tía en vez de su madre— ¡Ya veremos, por ahora ya te puedes retirar, tenemos actividades mucho mas importantes que estar hablando de nuestras nuevas sirvientas!— se burló la joven viéndose apoyada por su madre y su hermanita.

— ¡Te esperamos mañana a primera hora con tus hijas tía oh y aprovecho para pedirte que me las saludes, en especial a Carmen!; ¿No hay rencores verdad?;

Su tía no le contestó; se limitó a marcharse. Pasado un rato, Sagrario llegaba a su casa, sus hijas la esperaban con la expectativa de saber sí ésta vez había tenido suerte en su visita a su hermana. Carol y Carmen querían al menos saber si ésta vez valió la pena que su madre se rebajara de nueva cuenta ante su hermana menor y sus estiradas hijas pero lo que oyeron de viva voz de su madre fue la honorable oferta de trabajo que le había echo en especial Vianey.

— ¡MIERDA!— exclamó furiosa Carol— ¡Malditas perras!, siempre te lo he dicho madre, nos odian nos odian a las tres y por mi parte son correspondidas.

— ¡Sí hija qué le vamos a hacer!— le respondió angustiada Sagrario— La vida ha sido así; consentida con Rocío; su tía y sus primas y malvada con nosotras; el caso es que estamos hasta el cuello de deudas, no tengo mas opciones, el problema Princesa es que cómo te dije, tu prima fue clara al decirme que solo me darán el trabajo sí ustedes también trabajan para ellas o sea las tres o ninguna.

— ¡Nos quieren humillar!; ¿Es que acaso no han tenido suficiente?— habló ésta vez Carmen con lágrimas en los ojos.

— ¡Créanme que me duele en el alma!— confesó Sagrario.

— ¡Lo se mamá, no te preocupes!— le respondió Carmen que al ser la mayor se tomaba siempre mas responsabilidades aparte de ser igual mas comprensible y sencilla y así lo demostró.

Con su expresión le hizo entender a su madre que estaba dispuesta a cooperar aun a costa de seguir comiéndose el orgullo ante su odiada prima Vianey. Carmen y Sagrario se quedaron mirando a Carol pidiéndole su decisión y ésta al sentirse presionada rompió a llorar desconsoladamente.

— ¡No no quiero por favor mamá no quiero nunca he trabajado y no lo haré ahora como una vulgar sirvienta y menos de las putas de mis primas!;

Las palabras expresadas con sentimiento y amargura por Carol contagiaron a su madre que al igual comenzó a llorar. Carmen se hizo la fuerte y abrazó a su hermanita.

— ¡No llores Princesa, sabes que odiamos verte llorar, cálmate, tú nunca trabajarás siquiera un segundo al servicio de esas malditas, trabajaremos yo y mamá, con eso tendrán suficiente!;

— ¡PERO ES A TI A QUIEN QUIEREN CARMEN!— le gritó Carol histérica— Vianey seguirá humillándote y restregándote en la cara que anda con Roberto.

— ¡Ya lo se pero no hay mas Princesa en ésta jodida vida no tenemos de donde mas agarrarnos!— se expresó con amargura Carmen— ¡Pero no les daremos el gusto de que te vean humillada a ti ante ellas, eso nunca!, pues conociendo a Vianey y a Ruth deben estar frotándose las manos para tratarte como se les venga en gana.

— ¡Nos quieren a las dos, no creo que Ruth haya olvidado la paliza que le dieron tú y Liliana, no se hable mas mamá, mañana a ti y a mí nos espera un duro día pero a ti no Princesa así que tranquila!;

Carol se refugió en su hermana abrazándola con todas sus fuerzas como muestra de su agradecimiento.

— ¡Pero hija!; Vianey fue muy clara, las tres o ninguna.

— ¡Ya verás que aceptarán, si es cierto que a quien mas disfrutarían lastimando es a Carol pero conmigo a tu lado tendrán para restregarnos en la cara sus grandezas!;

Un nuevo día llegó y a sus primeras horas Carmen y su madre tras suspirar y persignarse tocaron el timbre de la residencia de la señora Rocío quien en compañía de sus hijas salieron a darle la bienvenida a su nuevo personal doméstico llevándose la desilusión las tres al no ver por ningún lado a la hermosa Carol.

Tras discutir, alegar y unas cuantas rabietas tanto de Vianey y Ruth; éstas y su madre decidieron al final darles el empleo.

— ¡Por eso esa mocosa no escarmienta por qué ustedes la hacen soñar!— le dijo Rocío a su sobrina y a su hermana en referencia a Carol.

— ¡No importa!— comentó Vianey— ¡Aprovechemos lo que tenemos!— y al momento de cruzar su mirada con la de Carmen le susurró— ¡Te espera un infierno primita, eso te lo garantizo!;

Carmen prefirió ignorarla y seguir a su madre aunque a partir de ese instante comenzaba en efecto, su infierno en esa casa.

Siendo Vianey la mayor y con la completa aprobación de su madre, fue quien se hizo oficialmente cargo de la supervisión del servicio doméstico, lo cual estaba mas que gustosa en hacerlo por la sencilla razón de que despreciaba en absoluto a su prima y aprovecharía cualquier detalle, cualquiera, para hacerla sentir mal, mucho mas de lo mal que ya la había echo sentir al volarle descaradamente al novio.

¡Sí!; ese era el motivo principal por el cual las primas se odiaban. Todo había sucedido apenas unos meses en que Carmen andaba perdidamente enamorada de su novio Roberto y el chico de ella y tanta dulzura y felicidad no le hizo gracia a su prima Vianey con la que de por sí nunca se habían llevado bien producto de la enemistad que también se daba entre sus madres.

El caso es que Vianey sedujo con todos sus encantos y su dinero al joven Roberto que cayó redondito, al ser de bajos recursos prefirió el vivir un tanto mejor por encima del amor.

Carmen era y es todo un bombón, gruesa, blanca, un tanto cachetona; eso sí, un tanto bajita pero con unos pechos y un trasero que a cualquiera se le antoja saludar y Roberto la amaba pero lo dicho, el joven harto de pasar miserias, vio la luz directa al paraíso en cuanto Vianey le coqueteó descaradamente con la única intención de destruir la relación de su prima.

En todo esto, no hay duda que el ganón al menos al principio fue Roberto pues la señorita Vianey era hermosa por describirla en una sola palabra; tenía el cabello largo y ondulado, era alta y delgada y se caracterizaba especialmente por ese carácter déspota y arrogante hacia los demás a quienes consideraba inferiores a ella por el hecho de no ser de su misma condición social.

Total que Roberto obedeció al pie de la letra a Vianey y en presencia de ella rompió su relación con Carmen quien se volvió un mar de lágrimas ante la humillación a la que su prima la sometió al gritarle que Roberto finalizaba dicha relación para iniciar una nueva con ella y que incluso ya salían y se veían mientras que Carmen continuaba creyéndose el amor de Roberto.

El condenado patán cooperó y actuó a la perfección todo cuanto Vianey le impuso a cambio de una considerable cantidad de dinero; lo había comprado y él se había dejado comprar ignorando su dignidad pues bien sabía que Vianey no lo quería pero a él no le importó al igual que tampoco valoró el sincero amor de Carmen. Todo le pareció nada al ver la cantidad de dinero que Vianey le ofreció.

Fueron días difíciles para la familia de Carol. La pobre Carmen no comía, se estaba dejando morir; siempre había rivalizado con Vianey al ser de la misma edad y Carol con Ruth al coincidir igual en edades pero ésta parecía ser la última batalla y Vianey la había ganado; se había burlado de su prima, la había destrozado moralmente.

Carmen amaba a Roberto con todas sus fuerzas y la pobre se quería morir al no poder salir ni a la esquina y verse interceptada por la nueva pareja besándose frente a ella. Carmen se abandonó; siendo siempre de un carácter pasivo no veía cómo salir de esa terrible depresión y Vianey parecía no cansarse de arruinarle la vida.

Siempre lo había echo, a decir verdad, era Vianey quien siempre comenzaba los problemas y a pesar de que Carmen siempre trataba de evitarla, nada; Vianey siempre la fastidiaba.

Carol era lo contrario; a pesar de ser la menor era la más dominante en carácter y valientemente se enfrentó a sus primas y defendió a su hermana pero no fue suficiente.

Una tarde, Carol se encontró a la pareja; sin mediar palabra, le escupió la cara a Roberto e intentó hacerlo con Vianey pero el patán trató de golpearla; suerte que Carol corrió como nunca y no lograron alcanzarla.

El último incidente se produjo entre Carol y Ruth. Carol siempre andaba con su mejor amiga; Liliana, una chica de su misma edad, ambas a punto de cumplir los 16. Liliana era al igual de origen humilde y por la amistad de Carol, compartía con ella el odio hacia sus primas.

El caso fue que Carol y Liliana andaban en uno de esos días muy emocionadas pues participarían en un desfile carnavalesco; tenían ya listo su carro alegórico para lo cual trabajaron muy duro y nomás no se les hizo.

Ruth y Vianey pagaron a unos delincuentes para alterar el carro y así lo hicieron; alteraron el carro y justo al momento en que Carol y Liliana y unas cuantas chicas mas se subían al carro, éste se les vino encima con todo y su escenario de dragones cubriéndolas por completo.

Al lograr salir asustadas y con algunos raspones; suerte que no se hicieron daños severos; se encontraron con las carcajadas de sus primas haciéndoles ver claramente que habían sido ellas las causantes, con el único fin de ridiculizarlas frente a la gente y arruinarles su desfile.

Carol y Liliana se le quisieron ir encima a éstas pero Vianey que pensaba en todo, remató su lindo día llamando a las autoridades y haciendo detener a su prima y a la amiga de ésta. Carol y Liliana lloraron las dos horas que se pasaron detenidas hasta que gente de la comunidad que habían presenciado el incidente y sabían de la injusticia cometida por la joven Vianey, pagaron la multa para que dejaran salir a las menores.

Pero Carol era astuta y a la semana ella y Liliana interceptaron a Ruth y se la surtieron a golpes. Carol ríe aún cuando recuerda cómo abofeteó hasta hartarse a su odiada prima con ayuda de su amiga Liliana.

Extrañamente no hubo represalias por parte de la familia de Ruth.

Pero bueno; volviendo a la época en que Carmen y su madre trabajaron al servicio de la señora Rocío; nada mas ultimar detalles, Vianey con una sonrisa de oreja a oreja les dio la primera desagradable sorpresa al hacerles entrega de sus uniformes clásicos de sirvienta, poniendo especial atención en Carmen, disfrutando degradándola en cuanto le comunicó que su madre se encargaría de servir a la madre de ella y a su hermanita y Carmen la serviría a ella, a la estirada señorita Vianey aparte de cooperar con su madre en cuanto ésta no la ocupara.

¡Pobre Carmen, cuanto la humilló y la hizo sufrir la malvada Vianey!; la verdad que el odio que Carmen generó en su interior hacia su prima, bien ganado se lo tenía; aun así, en la actualidad, Vianey no inspira otro sentimiento que el de pena y lástima ajena.

Vianey no le perdonó una sola falla ni a su prima ni a su tía desde el primer día que las tuvo a su disposición.

— ¡EL PISO NO BRILLA, NO QUIERO QUE ESTÉ LIMPIO, QUIERO QUE BRILLE!— le gritó en una ocasión a su tía con la única intención de humillarla al patearle el cubo de agua sucia, volviendo a manchar el piso.

La señora no pudo evitar llorar de impotencia al tener que tragarse las insultantes palabras de la arrogante joven y con pena de sí misma, Sagrario fue por otro cubo de agua y ante la presencia de sus sobrinas, se arrodilló de nuevo ante las claras risitas burlonas de éstas a fregar de nuevo el piso.

Con Carmen era lo mismo. Vianey la hacía repetir todo; planchado, lavado, limpieza en general. ¡Todo se lo hacía repetir y por todo la ofendía!;

Carmen toleraba y sufría y maldecía en silencio pero le fue imposible tolerar y hacerse la fuerte un día en el que tocaron a la puerta; su madre abrió. Carmen se encontraba fregando el piso de la sala, en ese momento tembló al oír claramente la voz de Roberto.

Vianey, quien ya lo esperaba, bajó a recibirlo.

Sagrario sin más, compadeciendo a su hija, regresó a sus obligaciones. Carmen trató de marcharse de la sala pero Vianey se lo impidió comentándole clara y cruelmente— ¡No te preocupes Carmen, no nos molesta tu presencia, por el contrario, nos sirves de compañía!; ¿Verdad mi amor?; ¡Jajajajajajajajajajajajajaja!;

El maldito Roberto sonrió apoyando lo dicho por su novia.

— ¡Venga sirvienta, continúa fregando el piso!— le ordenó Vianey a su prima observando con desprecio cómo ésta humillada y arrodillada la obedecía llorando en silencio mientras que ella y su novio se acomodaban en el mueble frente a Carmen para acariciarse y besarse.

Después de unos minutos, Vianey ordenó a Carmen que les llevara algo de tomar. Así lo hizo Carmen llevándoles a cada quien un vaso de limonada; recibiendo en su rostro un asqueroso salivazo por parte de su prima.

— ¡Estúpida, le falta azúcar, eres una inepta!— le gritó Vianey después de escupirle el líquido a la cara y no contenta terminó por arrojar todo el contenido del vaso al rostro de la muchacha.

Carmen no soportó la humillación y rompió a llorar pero eso no logró que Vianey se compadeciera.

— ¡No te quedes ahí parada estúpida, mira cómo me han quedado mis zapatos, rápido, ve por un trapo y límpiamelos antes de que te corra junto con tu madre y termines por limpiarme los zapatos con la lengua, lo cual no estaría para nada mal jajajajajajajajajaja!— se carcajeó la joven mientras que Carmen corría presurosa por un trapo y trataba de mentalizarse de que pronto pasaría el día.

¡Pobre!; cuanta humillación estaba sufriendo y sufrió al tener que arrodillarse a los pies de su prima y de su ex novio para tener que limpiarle los zapatos mientras que estos se besaban.

Al final Vianey la humilló aun mas obligándola a limpiar también los zapatos del joven, con el pretexto de que también se habían salpicado de limonada. Roberto al principio se negó pero terminó por complacer a su novia.

— ¿Así están bien amor?; Por qué Carmen se puede pasar todo el día limpiando tus zapatos hasta que brillen si así se lo ordeno; ¡Para eso es mi sirvienta!— recalcó lo último mirando con desprecio y altanería a su humillada prima.

— ¡Ya están bien!— comentó Roberto.

Ese día, por la noche; Carmen llegó muerta mas moral que físicamente a su casa y con justa razón. En el camino se la había pasado llorando y suplicando a su madre de ya no regresar pero al final aceptando que no les quedaba de otra, al menos hasta que les pagaran su primer sueldo ya verían que hacer aunque el panorama se les seguía pintando oscuro.

Pero a pesar de todo, Carmen al llegar a su casa, le brindaba siempre la mejor de sus sonrisas a Carol y ésta que hasta ahora no alcanzo a comprender el excesivo amor de su hermana que se desvive por servir a su hermanita; se aprovechaba de la situación.

Esa noche, Carol escuchó con atención la triste anécdota del día de Carmen contada por su propia hermana mientras le daba su masaje de todas las noches a sus pies. Carol permanecía estirada en su mueble favorito leyendo, al oír a su hermana soltó su revista y le comentó apenada— ¡Ay Carmen perdona, no sabía, maldita Vianey maldita sea, mira y encima yo te tengo a mis pies masajeándomelos, con lo molida y abatida que debes estar!;

— ¡Oh no no Princesa para nada, bien sabes que lo hago con gusto, venga hermanita, que mis tormentos no te aflijan, venga relájate!— le decía Carmen como siempre, llevándose los pies de Carol a sus labios y besándole las plantas sin sentirse para nada humillada.

¡Era amor!; amor sincero hacia su hermanita y se lo demostraba en extremo al besarle con humildad las plantas de sus pies. Así la habían acostumbrado y Carol se sentía dichosa y para ella era de lo más normal que tanto su madre como su hermana le besaran los pies.

— ¡Jijijijijiji bueno burra, si tú lo dices!— se rió Carol sonrojándose ante tal muestra de entrega por parte de su hermana— ¡Ay Carmen, si tuviera en este momento enfrente a esas perras, las mato, te lo juro!;

— ¡No lo dudo Princesa, no lo dudo!— le contestó sonriente Carmen.

Así pasaron otros días hasta que llegó el día en que les pagaban, lo cual esperaban con ansias aunque Carmen no imaginó que ese día, la puta de Vianey, la sometería a otra humillante actuación para divertirse con su desgracia.

Caía la tarde; ese día saldrían más temprano. Sagrario se adelantó y Carmen iba camino a la sala en donde sus primas la esperaban con el sobre de su sueldo. Carmen tan solo pensaba que le darían el sobre y enseguida alcanzaría a su madre, no fue así, antes se burlarían de ella.

Vianey y Ruth se encontraban cómodamente en un mueble sonriendo en complicidad mientras que Vianey se pasaba de una mano a la otra el sobre que contenía el dinero, fruto del trabajo de Carmen y Sagrario.

— ¡Mira prima, justo aquí tengo su dinero!— le dijo con una maliciosa sonrisa Vianey al momento que le mostraba a Carmen el sobre— ¡Dinero que no se merecen!— añadió de pronto— ¡Por qué tú y tu madre son unas ineptas, nada hacen bien, por lo tanto, no les pagaré y háganle como quieran!;

— ¿Queeeeeeeeeeeeeeeee?; ¡NO NO PUEDES HACER ESO!— gritó Carmen indignada y asustada a la vez.

— ¡Puedo y lo haré!; ¿No es así hermanita?;

— ¡Sí, así es!— exclamó Ruth alucinada como siempre con el comportamiento de su hermana.

Carmen se vio desarmada. Vianey tenía razón. Podía y quería hacerlo; si se negaba a pagarles, ¿Ella que podía hacer?, ¡Nada!; tan solo marcharse.

— ¡Por favor!— exclamó angustiada Carmen— ¿Qué no has tenido suficiente?— le habló con lágrimas en los ojos la pobre Carmen.

— ¡Mmmmmmm no!, ¿Vieras que no?— le contestó riéndose su prima— ¡Bueno, largo, vete, mañana me buscaré otras sirvientas menos brutas que tú y tu madre oh y me saludas a Carol!;

Carmen no controló sus sentimientos y rompió a llorar aun más fuerte.

— ¿Lo quieres?— le preguntó ésta vez, quisquillosa; Ruth quien había tomado de pronto el sobre de la mano de su hermana.

Carmen tan solo suplicó lloriqueando— ¡Sí, por favor, se los suplico, lo he trabajado con mi madre, ese dinero es nuestro!;

— ¡Sí pero no lo han trabajado del todo bien!, pero coño, para que veas que estoy de caritativa; ¿Lo quieres?— volvió a hacer la misma pregunta ésta vez Vianey y sin esperar respuesta, le ordenó— ¡Arrodíllate y suplícame que te lo entregue!;

¡Pobre Carmen!; temblaba de pies a cabeza ante tal injusticia, temblaba y lloraba de rabia e impotencia.

Continuará………………………………………………….