Carol (2)

La noche fue bien con Mónica. Carol tampoco puede quejarse, según el relato del regalo de cumpleaños para su novio. Un regalo demasiado especial, contado con todo lujo de detalles...

Quizá sea por lo acostumbrado que está todo el mundo de ver las campanadas de fin de año por lo que la puerta del Sol parece ser el único lugar de Madrid apropiado para quedar con alguien. Y así pasa, que en la infinita originalidad de todo Dios que se pasea por estas latitudes, viene a quedar en el kilómetro cero, en la estatua del oso y el madroño o en la puerta de la pastelería La Mallorquina. Sabiendo que lo mismo aquello iba a estar, como de costumbre, atestado de guiris y de transeúntes varios, y teniendo en cuenta de que después de comer no pude echarme la si

e

stecilla de rigor por los estúpidos nervios, decidí presentarme casi media hora antes de la cita. Los nervios, si bien no respondían a la vocecilla que me decía que, lógicamente, esa misma tarde no iba a echarle un polvazo a Carol encima de una mesa de una cafetería del centro, se justificaban en el enorme morbo que me daba que ella misma fuese la que me contase lo que había hecho o dejado de hacer con su novio aquel fin de semana. Tras deambular un poco por la zona y matar el tiempo viendo discos en el Corte Inglés, llegaron las siete menos cinco y me presenté en la puerta de La Mallorquina tratando de abarcar toda la zona con la vista para encontrar a Carol, mientras una lotera me perforaba los tímpanos gritando que tenía décimos de Doña Manolita para el sorteo del sábado. Justo cuando, harto como estaba de escuchar a la buena mujer, decidí cambiar de sitio, vi a Carol doblando la esquina con la calle Mayor. Iba acompañada por un tío que me sacaba un palmo de altura, supongo que el cabronazo de Carlos. Desde mi más concienzuda heterosexualidad, el tipo me pareció bastante atractivo, no esperaba menos del sujeto que se pasaba por la piedra a mi musa. Antes de adelantarme para hacerme ver entre la gente, me deleité viendo cómo los vaqueros y el jersey que Carol llevaba esa mañana habían dejado paso a un vestido claro cuyos tirantes le dejaban al descubierto los hombros y buena parte de la espalda y cuya falda llegaba, castamente, hasta un poco más abajo de las rodillas. Estaba preciosa. Lo malo es que la presencia de su novio echaba por tierra mis esperanzas por conocer los detalles de su vida sexual, y no se me ocurría ninguna excusa para justificarle a aquél el motivo de la cita.

  • Vaya -, me dijo al verme-, ¿llevas mucho tiempo esperando?

  • Que va -dije quitándole importancia-, acabo de llegar.

  • Por cierto, este es Carlos -me presentó, como si no lo hubiese supuesto.

Tras el apretón de manos y la sonrisa correspondiente, Carol volvió a ser el centro de atención de ambos girando sobre sí misma.

  • ¿Te gusta el vestido? -me preguntó- Lo acabo de comprar.

  • Sí, estás muy guapa -contesté con una sonrisa esperando que el comentario fuese lo suficientemente inocente como para que Carlos no se mosquease.

  • Bueno pareja -dijo Carlos, sumando a las tres bolsas que llevaba las otras dos que llevaba su novia-, os dejo que habléis eso del trabajo. Otro apretón de manos- encantado, a ver si nos vemos otra vez con más calma-, un piquito a Carol- te espero en casa, ¿ok?- y Carlos desapareció entre la gente, dejándonos solos. Carol rompió el incómodo silencio:

  • Pensaba que no ibas a venir. Aunque ya tenía pensada la excusa, si no llegas a presentarte te hubiera llamado al móvil y le habría dicho a Carlos que no podías venir a discutir unas cosillas del trabajo. ¿Qué tal te parece el plan? -me contó divertida.

  • Hombre, mucho mejor que lo que estaba tratando de inventar cuando te he visto venir con él. Yo también tuve mis dudas sobre si vendrías o no. Y cuando os he visto a los dos lo primero que he pensado es que no te atrevías a cumplir el trato de esta mañana.

  • Ya ves que te equivocas. Bueno, qué, ¿un café y nos ponemos al día en lo que se refiere al "trabajo"? -dijo, matizando con ironía la última palabra.

A los veinte minutos una pequeña mesa de mármol servía de barrera entre los dos. La zona de fumadores, un pequeño reservado en la cafetería elegida, medio vacía a esas horas, nos confería la suficiente privacidad para hablar sin que las palabras llegasen a indiscretos terceros oídos.

  • Bueno, ¿quién empieza? -dije, tratando de disimular los nervios, nada más desapareció el camarero que, solícito, había dejado dos cervezas en la mesa.

  • Ya que has sido tú el primero en llegar, para compensarlo si quieres empiezo yo con mi fin de semana, ¿te parece?

Pues qué me iba a parecer, cojonudo. Además, el que ella fuese la primera en contarme su fin de semana me permitía a mí devolverle la jugada manteniendo el mismo nivel de detalles que Carol emplease. ¿Que no desvelaba bastante y se limitaba a decir que le hizo esto y esto otro sin profundizar? Pues yo tampoco profundizaría. ¿Que me lo contaba todo, pero todo, con pelos y señales? Pues en el hipotético caso de que fuese capaz de articular palabra, tampoco iba a escatimar en detallarle hasta el último punto la sesión de sexo automovilístico con Mónica.

  • El caso es que el sábado fue el cumpleaños de Carlos -dijo tras darle un primer trago a la cerveza-, y estuvo mirando sitios para irnos a celebrarlo juntos el fin de semana. Tampoco muy lejos, en fin, sólo eran dos días y no era plan de desperdiciar uno y medio para ir y volver, así que al final nos decidimos por una casa rural aquí en la sierra, chulísima, tenía de todo. Estaba en un valle a unos dos kilómetros del pueblo más cercano, por lo que sin dejar de tener intimidad podíamos acercarnos para comprar alguna cosilla. Para dos días que íbamos a pasar, no me esmeré demasiado en hacer la maleta. Unos vaqueros, un jersey y una buena selección de ropa interior, de ese tipo que os pone tanto a los tíos.

  • Me imagino -respondí de una forma por la que quedaba claro que así lo hacía.

  • Como le dije a Carlos que habiendo calefacción por si refrescaba por la noche, iba a andar todo el fin de semana en tanga, debió parecerle poco que metió en mi bolsa un conjuntito comprado ex profeso en un sex shop con el que tengo una pinta de putita que te cagas -comentó con una sonrisa.

Un tercio de segundo me bastó para imaginarla vestida tan sólo con ese tipo de ropa, tantas veces vista en los expositores de los sex shops en los que tuve huevos para entrar cuando apenas tenía 17 años. Claro, que esta vez tomé la precaución de no responder igualmente "me lo imagino". Para no delatarme y para poder imaginarme al cien por cien la versión "putita" de Carol, decidí preguntarle, con curiosidad neutra, cómo era el mencionado conjuntito. Lo cual me permitía asimismo conocer el grado de detalles que estaba dispuesta a dar.

  • Pues... -comenzó a decir-, el sujetador era negro, y en vez de copas, el invento consistía en un montón de cuerdecitas en vertical, de forma que los pezones se me salían por en medio, y el tanguita, a juego, tenía unos lacitos rositas muy monos por delante y por detrás, que una vez deshechos me dejaban expuesta por los dos lados. Lo dicho, toda una putita.

La risa abierta con la que terminó la frase, fue seguida por un nuevo trago a la cerveza. El trago que le pegué yo a la mía fue más largo, cada vez notaba la garganta más seca. Una sonrisa cómplice y la apreciación de que en muchos casos, ese incluido, existía demasiada parafernalia, fue mi repuesta.

  • Uy uy uy... eso significa que la tal Mónica es más bien clásica a la hora de escoger ropa interior... -conjeturó divertida.

  • Pues no lo se, la verdad es que entre las apreturas del coche y que estábamos en penumbra no pude fijarme mucho en lo que le estaba quitando- le contesté con el mismo tono.

  • Lo que yo te digo, si hubiese llevado puesto lo que me regaló Carlos no habría hecho falta quitarle nada. Bueno, la verdad es que ahora ese conjunto es lo más raro que tengo, por lo general el resto es bastante normalito, aunque al tiempo.

  • Como aliciente para un fin de semana especial esas cosas tienen sentido -le respondí-, aunque como sigáis así con las celebraciones, vas a tener que utilizar todo un armario. Y eso que el cumpleaños era el de tu novio y él fue el que te hizo el regalo.

  • Aún no te he hablado del regalo que le hice yo.

  • Bueno, me hago a la idea -contesté con una media sonrisa.

  • ¿Ah sí? Pues a ver, ¿en qué crees que consistió? -preguntó inclinándose hacia adelante, posando parte de sus enormes tetas sobre la mesa.

  • Pues... -comencé a decir con prudencia, tratando de elegir las palabras-, supongo que echando un polvazo -mierda, ¿he dicho "echando un polvazo?-  en cada rincón de la casa -la cara de Carol me transmitía que no era ese el regalo, o que si lo era sería acompañado de algo más-. O haciendo que cumpliese alguna fantasía... -comenté como dejándolo caer, disimulando el interés en la fantasía en cuestión, siempre que ella estuviese implicada, claro está.

  • No vas mal encaminado. Pero bueno, he dicho que te lo iba a contar y te lo cuento. El sábado a primera hora, con la maletita hecha, salimos hacia la casa. Tras hacer una parada, nos presentamos en el pueblo en poco más de una hora. Habíamos quedado con el dueño de la casa para que nos diese las llaves y nos dijese cómo llegar.

  • Vale, hasta ahí todo claro -dije.

  • ¿Estás seguro?

  • Pues sí, ¿no? O sea, hicisteis las maletas, cogisteis el coche y os fuisteis para allá para hablar con el dueño. Es lo que me has contado.

  • Y también que hicimos una parada -recalcó misteriosa.

  • Para desayunar -conjeturé-, comprar comida, echar gasolina, admirar las vistas...

  • Para recoger a Laura -me interrumpió secamente.

  • Laura -repetí como si no me estuviese enterando de nada. Claro, que no había pasado un nanosegundo que me imaginé por dónde iban los tiros. Joder, joder y más joder...

  • Sí, Laura, mi prima. Tiene 21 años. Es monísima; castaña con el pelo larguísimo, ojos marrones, muy delgada y no demasiado desarrollada. Parece una niña.

Instintivamente, según se iba formando en mi cabeza lo que pasó, empecé a notar cierta presión en mi entrepierna. Me lo iba a contar. Me lo iba a contar. Me lo iba a...

  • Tu prima -le dije muy despacio y con el tono de voz más grave, para hacerle a Carol entender que ya me iba quedando todo más claro-. Ahora ya me hago a la idea del regalo...

  • Mira, Laura y yo siempre hemos estado muy unidas. Siempre me ha tenido en un altar, ya que soy su prima mayor, y como yo, sólo tiene un hermano, así que desde bien pequeña me tiene como referente. Ese tipo de cosas. Mis primeros novietes, el paso de niña a mujer por así decirlo, o el día en que perdí la virginidad han sido secretos entre las dos. Por un lado, ella tenía una curiosidad enorme por ese tipo de cosas, básicamente porque así tenía una referencia para el día en que se tuviese que enfrentar con todo eso. Y por otro lado, a mí me molaba un montón fardar de esas cosas y, no se, me encantaba quedar ante ella como su heroína. Nos llevamos 6 años, así que tampoco entraba en detalles en un principio, lógicamente. Pero lo que es cierto es que desde que entré en la adolescencia, siempre quería estar conmigo para que le contase el tipo de cosas prohibidas a las que se dedican los mayores. Y ella siempre con los ojos como platos escuchándome y fantaseando, con la cabeza llena de pájaros. Cuando yo tenía más o menos su edad, empezó a vivir por sí sola todas las cosas que había escuchado de mis labios una y mil veces; bueno, quitando lo de la regla, obviamente. Y claro, entonces era ella la que me contaba a mí. Lo curioso es que con cada cosa que me contaba, ya fuese el enrollarse con un tío o directamente, el día que perdió su virginidad, esperaba contar con mi aprobación siempre. Por aquel entonces, yo ya le había contado hasta cansarme todos los detalles, por más escabrosos que fueran de mi vida sexual. Ella al principio se mostraba un poco tímida, como si el haber vivido esas cosas por sí sola supusiesen un agravio hacia mí, al no ser ya la protagonista principal y exclusiva de las historias. Yo la había enseñado a masturbarse, a lo que tenía que hacer con un tío para calentarle al máximo y cosas así, y ella, no se si como muestra de agradecimiento, me preguntaba si lo que había hecho estaba bien, o si yo en su lugar hubiera hecho otra cosa. Es un cielo. Bueno, como te he dicho, tengo el dudoso honor de haber sido yo la que la enseñó a masturbarse. Como casi siempre pasábamos los fines de semana juntas, en casa de una o de la otra, cuando tenía 14 ó 15 años, mis historias, en vez de tenerla alucinada con la boca abierta, al dormir juntas, la tenía en la cama de al lado jadeando. La primera vez me preguntó si podía acariciarse mientras me escuchaba. Al principio, a oscuras, cuando los demás nos creían dormidas, le narraba en voz baja los detalles de alguna película porno que había visto a escondidas, o lo que me había hecho algún tío en la entrepierna esa semana. Con el tiempo, asegurándonos de que la puerta de la habitación estuviese bien cerrada, dejábamos la luz encendida y nos tumbábamos desnudas, cada una sobre su cama y nos pajeábamos bien a gusto con la historia de una o de la otra, sin perdernos de vista. Tampoco te confundas, a mí me gustan los tíos, pero ver a una niña como Laura alcanzar el clímax multiplicaba mis orgasmos. Al final la niña en cuestión ha salido bastante viciosilla, pero me sigue idolatrando. Bueno, tampoco me quiero enrollar mucho, pero el caso es que hará un par de años o tres que mis padres alquilaron una casa en la playa, en la Costa Brava, una casa enorme, así que invitaron también a Carlos, bueno, si no hubiese ido él yo me hubiese quedado en Madrid, y a mis primos, Laura y su hermano Víctor. Total, éste y mi hermano eran uña y carne, tenían la misma edad, y tuve que convencer a sus padres para que también viniese mi prima, porque decían que sólo molestaría al estar yo con Carlos. Nada, que nos fuimos para allá los siete. Mi hermano y Víctor, que hacían vida aparte dormían juntos en una habitación, mis padres en otra, Carlos y yo compartíamos también dormitorio y Laura dormía solita. Por las mañanas, en la playa, notaba cómo los ojos de Carlos recorrían con mal disimulada lascivia el cuerpo de mi prima, y en más de una ocasión, de los manoseos en el agua entre los dos jugando a hacerse ahogadillas, él tardaba más de la cuenta en salir, esperando que las erecciones que le provocaba Laura remitiesen para no dar el cante. Para cerrar el círculo, un par de noches, mientras me lo montaba con Carlos en la habitación, la vi asomada a la puerta, escondida, creyendo que nadie la veía. Yo me procuraba de que la puerta nunca estuviese cerrada del todo, y más o menos una hora después de que todos nos fuésemos a acostar, empezaba el show. Carlos no se daba cuenta, pero por el rabillo del ojo, podía vislumbrar las pupilas brillantes de los ojos de Laura, agazapada detrás de la puerta, pajeándose bien a gusto a costa nuestra. Para un tío, y en eso me darás la razón, un trío con dos chicas es lo más de lo más. Teniendo en cuenta que Carlos estaba encantado, que quería algo así como regalo de cumpleaños, y que Laura no se haría de rogar demasiado, todo fue buscar el momento para convencerla. Hasta la noche de antes, él no supo nada. De hecho, como la casa estaba reservada para dos personas, para no escandalizar al dueño, cuando llegamos al pueblo a por las llaves, mi prima se quedó en el coche escondida, agachada en el asiento trasero. Al llegar a la casa, lo primero que hicimos fue llenar el jacuzzi mientras colocábamos en los cajones la poca ropa que llevábamos.

  • ¿Van a tomar alguna cosa más los señores? -interrumpió el camarero, que recogía los dos vasos vacíos con una bandeja.

  • ¿Otras dos cervezas? -le pregunté a Carol. Ésta asintió y una sola mirada le sirvió al camarero como respuesta. Cuando éste desapareció, siguió el relato.

Bueno, a los diez minutos de llegar a la casa, Carlos ya estaba dentro en pelotas. Laura y yo esperamos un momento para entrar en el baño, vestidas. Y muy despacio nos fuimos desnudando la una a la otra. Empecé yo quitándole el jersey, dejando que Carlos se fuese calentando viendo a mi prima con un sujetador deportivo bien prieto sobre sus tetitas de adolescente. Lo siguiente que apareció ante los ojos de él  fue un tanguita blanco, que iba a apareciendo conforme le bajaba los pantalones a Laura desde atrás. En ropa interior, ella hizo lo mismo conmigo. Yo fui la primera en quedarme totalmente desnuda, las hábiles manos de mi prima fueron recorriendo mi cuerpo antes de que sujetador y tanga quedasen en el suelo. Al borde del jacuzzi, mis manos desabrocharon el sujetador de Laura para que los grandes y oscuros pezones que despuntaban en sus pequeñas tetas quedasen a menos de un metro de Carlos. Para quitarle el tanga, la hice darse la vuelta, y centímetro a centímetro fue apareciendo un culo maravilloso. Se dio la vuelta y Carlos pudo deleitarse con una mata de pelo oscuro en la que brillaban unos labios perlados por una excitación que había tardado muy poco en llegar. Las dos nos metimos en el jacuzzi y empezamos a besar y acariciar a Carlos, mientras nuestras manos desaparecían bajo el agua para comprobar el grado de excitación de él. Tras unos instantes, éste se levantó y se sentó al borde de la enorme bañera, apareciendo una polla tremendamente hinchada que no tardé en llevarme a la boca mientras la de Carlos se llevaba a

la

suya los pezones de mi prima. Viendo que ella estaba a punto de correrse, cosa que quería dejar para más tarde, se separó de él y se agachó a mi lado para ayudarme con la mamada. Le ponía ganas, y así los únicos sonidos eran los gemidos de Carlos y el chapoteo en el agua del cuerpo de Laura que oscilaba de atrás hacia adelante para intentar abarcar toda la polla de Carlos.

Silencio.

  • Aquí tienen -dijo el camarero dejando los dos vasos encima de la mesa.

Gracias y silencio. Carol esperó a que el tipo volviese a desaparecer.

Ver la boquita de mi prima comiéndole la polla a Carlos, una polla enorme, gorda, en la que se notan los nervios como si fuesen de piedra, una polla que conoce a la perfección cada rincón de mi cuerpo, me excitó si cabe aún más. Mis manos volvieron al agua buscando esta vez el sexo de mi prima. La viscosidad de sus jugos se notaba distinta en el agua, y mis dedos empezaron a recorrerlo con la misma velocidad con la que se llevaba la polla a la boca. Te vuelvo a decir que no soy bisexual, pero en aquellas circunstancias no creo que hubiese nada que no estuviese dispuesta a hacer. Atrapé su clítoris con mis dedos y comencé a frotarlo con ganas, cosa que debió gustarle lo suyo a Laura porque la mano que tenía libre, la que no asía la polla de mi chico para hacer más fácil la mamada, fue bajando por su vientre hasta solapar la mía, aprisionando así mis dedos en su sexo. Lentamente fui introduciéndole el dedo corazón por el coñito, lo que la hizo recular, hincándoselo ella misma hasta hacerlo desaparecer en su interior, a la vez que lanzaba un gritito que delataba que estaba llegando al orgasmo. La verdad es que creo que desde que montó en el coche aquella mañana, la excitación que tenía encima, hacía que con poco interés que tuviese en correrse lo haría. Con mi prima sentada en el jacuzzi, jadeando y con los ojos cerrados me tocó a mi el turno. Salí del agua y me senté a horcajadas encima de Carlos, que no había cambiado de postura, colocando los pies al lado de sus muslos, con cuidado de no caerme de espaldas al agua. Sentir cómo cada centímetro de su polla iba entrando lentamente en mi interior fue la hostia. Entre el agua y lo cachonda que estaba, no fue una cosa difícil. Como él no se podía mover demasiado, fui yo quien empecé a follarle, subiendo y bajando en cuclillas como estaba. Justo en el momento en el que empezó a comerme las tetas noté algo detrás. Con la polla de Carlos entrando  saliendo de mi coño, tenía el culo en pompa, totalmente abierto, y sentí algo húmedo que me acariciaba por detrás. Los dedos de mi prima comenzaron a acariciarme las nalgas, hasta sujetarlas y ayudar en el movimiento de arriba a abajo y viceversa de las embestidas de él. En un momento, una nueva sensación, igual de húmeda pero caliente; la lengua de mi prima en mi ano. Y entonces empecé a gritar, no a jadear, a chillar de gusto. Y me corrí. Poco a poco me incorporé, la polla salió de mi interior y fue a parar derechita a la boca de Laura, que seguía agachada detrás de mí. No se cómo pero acto seguido él estaba dentro del jacuzzi, follándose a mi prima desde atrás. Desde mi perspectiva, sentada en el agua detrás de ellos dos, veía perfectamente cómo el rabo de él entraba y salía de forma ya más pausada del coñito de Laura, que gemía como una loca, y eso que lo que desaparecía en su interior era sólo poco más de la mitad de la polla de Carlos. Decidí participar un poco más antes de que él se corriera, y me puse debajo de él. Mis manos pasearon acariciándole el culo, el perineo, los huevos. llegaban hasta la parte del pene que no perforaba a mi prima, al coñito de ésta, su clítoris y vuelta a empezar. Mi boca sustituyó a las manos, y comencé a lamerle los testículos y el perineo. Y anunció que se corría. Rápidamente Laura se dio la vuelta, él empezó a convulsionarse y a gemir, y desde mi posición oí un gritito de sorpresa por parte de Laura y pude ver cómo gruesos chorretones de semen resbalaban por el pecho de mi prima, por su vientre, hasta mezclarse con el agua del jacuzzi. Carlos se retiró hacia un lado y me encontré con la cara de mi prima embadurnada de esperma. Instintivamente, me acerqué a ella y empecé a lamérselo, pasando mi lengua por sus párpados, sus mejillas, su nariz, sus labios, su barbilla. Lo que no pude retirar lo extendí bien por su cara, mientras ella intentaba chuparme los dedos. Exhaustos, los tres nos acomodamos en el jacuzzi, y mi novio le pidió a Laura que no se limpiase aún la cara, que le gustaba verla así, como merecedora de la primera corrida del fin de semana.

A esas alturas, yo ya no estaba en una nube. Estaba en un millón de cirros, nimbos y cúmulo nimbos. Y no era por haberme bebido la segunda cerveza en tan sólo dos tragos. Joder con Carol... y con su prima... y con su novio, el cabrón con más suerte del universo conocido y por conocer.

  • Pufff, joder -logré decir con la respiración algo alterada-. Al lado lo de Mónica y yo en el coche es un cuento infantil.

  • Bueno, supongo que el final sería el mismo, ¿no? -dijo Carol riendo-. De todas formas lo que te acabo de contar es sólo una parte de lo que hicimos los tres el fin de semana. Porque hubo más.

  • No se porqué pero no me atrevo a decir que me lo imagino.

  • Te lo seguiré contando, pero después de que me cuentes tu polvo con esa Mónica. Mañana si quieres.

Desde mi confusión, quien sabe si no se debía a que parte de la sangre de mi cuerpo prefería acomodarse en otra zona antes de llegar al cerebro, intentaba imaginar el resto de aquél fin de semana y cómo podría adornar el polvete con Mónica para el día siguiente.

  • Por la cara que pones lo mismo no te esperabas que entrase en detalles -dijo divertida.

  • No, -me excusé-. Bueno sí, quiero decir que aún así me ha encantado conocer los pormenores. Lo malo va a ser cuando me levante- proseguí mirando hacia abajo, hacia el bulto que resaltaba en mi entrepierna, total, creo que ella vería lógico que un relato así "disparase las alarmas". Sin embargo, cuando esperaba la ironía como respuesta, Carol se incorporó de la silla para comprobar que no le estaba mintiendo.

  • Vaya... -dijo sensualmente cuando se volvió a sentar-. Pues espero que te guste otra cosa, que te voy a decir.

  • Tú dirás -contesté esperando cualquier cosa, incluyendo, por qué no, a Carol reptando por debajo de la mesa.

  • ¿Sabes por qué te he contado todo esto?

Algo me dijo que me quedase callado, que no respondiese que si me lo había contado era porque así habíamos quedado por la mañana. Al cabo de unos segundos, la voz de Carol volvió a llegar flotando a mis oídos, una voz pausada y mucho más sensual que antes.

  • Pues porque dentro de dos semanas es mi cumpleaños. Carlos nos tuvo como regalo a mi prima y a mí. Si accedí en un primer momento fue porque él me prometió que yo también tendría el regalo que quisiese. A dos tíos para mí solita, concretamente. Me he fijado en cómo me miras, y me gustaría que tu fueses el cincuenta por ciento de mi sorpresa de cumpleaños.

La lotera de Sol seguía cantando los mismos números. Los taxis continuaban serpenteando por la zona. Los guiris seguían sacándose fotos con el reloj de la Real Casa de Correos o con el oso y el madroño. La tarde le dejaba prestado el calor a la noche y yo, media hora más tarde, de camino al metro, casi lloraba por la emoción de que ni Carol ni Carlos tuviesen primos varones mayores de edad.

continuará...