Carne Prohibida

La pasión de una hija por su padre.

Carne prohibida

Hace bastante tiempo que soy lectora de los relatos de esta página; al principio por curiosidad y después por puro morbo. Me decidí a escribir para contarles la experiencia más fuerte de toda mi vida. Es cierto que contiene escenas eróticas, pero no es un relato pornográfico. Al menos yo no lo siento así. No resultará extraño leer en estas páginas que estoy total, plena y absolutamente enamorada de mi padre. Pero para mi, en el mundo real, fue muy difícil asimilar que la única hija de un gran compositor y director de orquesta no sintiera por su padre solamente el afecto que debería tener hacia su progenitor, el hombre que me dio la vida y que resultó ser un gran padre.

Como todos los creadores, a menudo tiene muy mal genio, su carácter extraño, siempre en su mundo de sonidos, su oído hipersensible me ha costado mas de un disgusto. Tiene cuarenta y dos años, pero puedo asegurar, que pese a que su físico es estupendo para su edad, 1,78 ctm, pelo negro, ojos negros, muy varonil y guapo, no me enamoré sólo de su físico que tenía mas que visto, si no de su cerebro, de su manera de ver las cosas, de su análisis casi clínico de las sensaciones. Por eso es por lo que las puede atrapar y escribir en un pentagrama. No es de extrañar que le llamen maestro, lo es.

Tengo veintinueve años, como ven, no soy ninguna niña. Hace mas de veinte años que mis padres están divorciados. Afortunadamente, mi madre rehízo su vida, pero para mi padre, siempre en su mundo, no ha sido fácil. Y no es que buscara una mujer; acuden a él como moscas a la miel, si no que, siendo como es, no encontró jamás una fémina que terminara de adaptarse a él. Si, mi padre es un hombre difícil. Gran conocedor de las artes, extremadamente culto, sin embargo el mundo femenino le era ajeno.

Fue con veintidós años cuando me di cuenta de que mi atracción y mis sentimientos por mi padre no eran los mas normales, si como normales consideramos lo común.Después de haber estudiado varias carreras, hablar algunos idiomas y tener un trabajo estupendo con el cual me sentía completamente realizada, no había empezado aún a mantener relaciones sexuales. Y en aquélla época, ni siquiera yo me explicaba por qué. Según las personas que me rodean mi aspecto es atrayente, y era completamente consciente que mi 1´70 de estatura, mi cuerpo esbelto y exuberante a la vez, con mis senos , mis caderas y mi trasero bien desarollados, causaban verdadera sensación en los hombres. Siempre estaba rodeada de ellos, pero no me había encontrado con el hombre adecuado. Recuerdo que por aquella época mi padre estaba saliendo con una mujer ( una de las pocas relaciones mas o menos serias que ha tenido) y yo empecé a ponerme borde con él. Era extraño, pero aquélla mujer me caía bien y con ella no me comportaba mal, era con mi padre con quien mi modo de comportarme era detestable. Aunque no lo entendía demasiado bien, me hacía daño verlos salir y empecé a imaginármelo con ella compartiendo las cosas que comparte una pareja, una confidencia, una cena, y el sexo. Cuando llegué a ese tema, mi mente se paralizó. ¿Sexo? ¿Con mi padre? Aparté aquél pensamiento de un manotazo mental, pero durante los días siguientes no dejó de importunarme.

No entendía como era posible que pudiera desear a un hombre tan exasperantemente serio, veinte años mayor que yo, con un carácter infernal y que ademas, por añadidura, era mi propio padre. Pensé que aunque estuviera mal, si era solo deseo quizá dejando pasar el tiempo podría pasar la mala racha . Pero no fue así. Cada vez estaba mas celosa, y me sorprendía deseándole con mas fuerza.

Quise pensar también que aquéllo podría ser indicio de que me sentía a amenazada por la presencia de aquella mujer en la vida de mi padre y por eso deje pasar tiempo para que las cosas volvieran a su cauce. Hasta entonces había tenido una relación estupenda con él, siempre pegada a sus pantalones, contándole mis cosas, y él contando conmigo para todo. A pesar de tener servicio en casa, era yo por expreso deseo de él, quien tenía que encargarme de sus cosas, su ropa, su comida, etc. Ya he dicho que es un hombre difícil. Y yo lo hacía sin ningún problema. Y él no lo hacía por molestarme, si no porque se sentía mejor si yo lo hacía.

A pesar de tener ese carácter, la palabra que las mujeres usaban para definirle era caballero. Y yo estoy de acuerdo con ellas. Es un caballero de los pies a la cabeza. Atento, respetuoso, con una manera de hablar en la que no cabe ninguna ordinariez.

La relación con aquella mujer pasó, pero yo puedo tener mi conciencia tranquila, porque no interferí en absoluto. A partir de ahí poco a poco comencé a darme cuenta de lo que realmente sentía por él. Solo estar en su presencia me turbaba, si me decía algo agradable, me sonrojaba, si estábamos en la piscina de casa, yo, que siempre me había puesto biquini delante de él, de repente descubría azorada que me avergonzaba si él me hacía un halago. Y si por casualidad él me ponía crema solar, los latidos de mi corazón tardaban mucho tiempo en regularizarse.

De ser una chica normal, feliz y despreocupada, pase en poco tiempo a estar consumida por mi propio sentimiento de culpa y mi deseo por mi padre. Pero cuanto mas culpable me sentía parecía que mi amor y mi deseo iban en aumento al unísono. Ya no era solo amor dulce, tierno el que sentía por él, sino deseo ardiente, salvaje, que me invadía como una corriente eléctrica, candente, desde mi sexo enroscándose por mis entrañas, pasando por mi pecho hasta mi cerebro, dejándome completamente extenuada y sin aliento.

Las primera vez que me masturbé pensando en él fue toda una experiencia para mi y me hizo entender, desolada, lo mucho que le necesitaba en mis sentidos, en mi sexo. Aquélla noche en mi habitación, me dispuse a acostarme para intentar dormir, y como siempre hacía me puse los auriculares e introduje un cd en el reproductor. No hacía mucho mi padre había grabado el mas famoso “adaggio” de Albinoni dirigido por él. Inesperadamente, aquéllas notas profundas que comenzaron a sonar en mis oídos, los violines, los chelos, los contrabajos, se convirtieron en manos que salían de los auriculares y empezaban a acariciar mi piel, primero dulcemente y después se transformaron en garras que apretaban mi carne incandescente hasta dejar mi cuerpo totalmente exhausto y abrasado. Mis manos, como guiadas por una voluntad ajena, me desnudaron totalmente, y fueron directas a mi sexo, acariciando, palpando. Pero yo quería mas, y no dejaron de acariciarme dulcemente hasta llegar a mi clítoris. Aquéllas manos abrieron mis labios mojados, y arrullaron mi clítoris, lo mimaron suavemente hasta dejarlo completamente enhiesto, palpitante. Pero no acabaron ahí, sino que, avasalladoras y demandantes, quisieron introducir un dedo en mi vagina. Aunque jamás mi sexo había recibido nada en su interior, decidí dejar a esas manos que hicieran lo que quisieran.

Aquél dedo comenzó a introducirse despacio, y aún estando mi sexo impregnado de sus fluidos , tuvo dificultad para entrar. Como me molestó, se quedó a medio camino, pero aún así, permaneció introducido en mi interior y empezó a moverse despacio. Mis gemidos de placer, roncos, llenaban la habitación, pero no podía oírlos debido a las notas que arrancaba mi padre de la orquesta en aquél cd. Aquéllas manos debían saber que no necesitaría mas fuerza, y mientras horadaban por primera vez mi sexo, tuve el mas tremendo orgasmo que había sentido jamás hasta ese momento. Aquélla fue la primera vez que hice el amor con mi padre, la primera vez que me corrí pensando en él. Y comprendí, absolutamente abatida, que el único hombre posible para mi era él, mi propio padre, el que me había dado la vida, el que me había educado, protegido y guiado.

Me dormí después de haber llorado durante horas sintiéndome la mas sucia y depravada de las hijas. Aquéllo se repitió en muchas ocasiones, cada vez mas fuerte, cada vez mas necesitada de él. A pesar de estar tan deprimida por aquellos acontecimientos, terminé la carrera aprobando por los pelos, cuando mis notas hasta entonces habían sido verdaderamente brillantes. Mi padre estaba en lo suyo, aunque en los últimos tiempos estaba mas atento y aunque yo no lo sabía, preocupado por mi estado.

Aquél verano fue especialmente difícil para ambos, porque yo le rehuía y él no entendía por que. Ya se que otra persona en mi lugar hubiera prescindido de sufrir de aquél modo y le hubiera declarado sus sentimientos. Pero yo estaba aterrada de perderle incluso como padre y amigo si le confesaba la verdad. Le conocía demasiado bien y sabía que de ninguna manera aceptaría lo que sentía por él y mucho menos participar en ello. Me propuso pasar juntos las vacaciones, pero yo rehusé. No estaba dispuesta a sufrir el calvario de verle todos los días a todas horas a mi lado, compartir todas las cosas como si fuera mi pareja y que en realidad no fuera así. Ir a dormir a mi habitación, cuando me consumían los deseos hasta dejarme sin aliento por compartir su cama y darle mi cuerpo. Me moría por él, por sentir sus labios sobre mi boca, por conocer las caricias de sus manos sobre mi piel, y por sentir aquél sexo suyo que había visto en una ocasión dentro de mi.

Fue en aquéllos días cuando después de que mi padre se marchara de vacaciones al norte de Europa y yo me quedase en casa, saliendo de vez en cuando con amigos, que pensé en lo que sería mejor para ambos. Y decidí que tenía que alejarme de él. Quería ser consecuente, intentar hacer las cosas lo mejor posible, y en el fondo, no quería defraudarle como hija. Así me sentía, como una desagradecida, ruin por devolverle de aquél modo perverso todo lo que había hecho por mi.

Cuando, una vez acabado los meses de vacaciones le di la noticia de que me marcharía a otra ciudad durante al menos un año para intentar abrirme camino laboralmente, no lo entendió. Tuvimos tremendas disputas por esa cuestión. Mas tarde supe que estaba realmente preocupado, porque cuando regresó de sus vacaciones mi aspecto y mi estado de ánimo dejaban mucho que desear. Estaba muy delgada, es cierto, porque con mi altura no superaba los 55 kilos. Y lo que mas le llamó la atención fue mi mirada, tan triste que le dieron ganas de zarandearme para que le contara lo que me ocurría. Él pensaba que había tenido un desengaño amoroso, y así me lo preguntó. Yo le dije que no, negando en todo momento que me pasara algo. No quedó convencido de eso y me dijo:

– Eres demasiado joven hija, por eso debo decirte que pase lo que pase, ningún hombre vale ni una sola de tus lágrimas. Realmente no se lo que te pasa- continuó – pero estoy tremendamente preocupado por ti. No creo que sea la mejor solución marcharte a un lugar desconocido cuando aquí podrías intentar labrarte un futuro laboral, en todo caso, no en tu estado.

Pero muy a su pesar prevaleció mi criterio y así, después de unos cuantos preparativos y un par de semanas, me marché.

No puedo describir lo mucho que intenté olvidar mis sentimientos y mi atracción hacia él. Esa atracción que se había convertido en deseo absolutamente animal y lujurioso. Aquél año supe realmente lo que era desear a un hombre y extrañarle tanto que me dolían los brazos de esperar abrazarle y también los ojos deseando verle. Me masturbaba constantemente pensando en él, cada vez con mas fuerza, cada vez mas desesperada.

Allí, naturalmente ayudada por él ya que sufragaba mis gastos, pude encontrar un buen trabajo y también amigos. Y aunque intenté salir con alguno de los muchos que lo intentaron, no podía dejar de pensar en mi padre. Incluso llegué mas allá con uno de aquéllos chicos y casi me acuesto con él, pero en el último momento me era imposible continuar.

Me llamaba muy a menudo y en mas de una ocasión habló de venir a verme, pero yo buscaba excusas para que no lo hiciera. Sin embargo, cada vez que colgaba el teléfono estaba deprimida durante días. Y cometí el error de infravalorar la inteligencia de mi padre porque permití a mi madre venir a visitarme. Cuando durante una de sus llamadas de teléfono le comente que mamá había venido a verme, se quedó callado durante un momento, y después me preguntó si ella me había avisado de que iría a visitarme, y le dije que si. Entonces, rápido como un rayo, me preguntó:

– ¿Por qué motivo puede ir a visitarte tu madre y yo no, a pesar de que te lo pedido en varias ocasiones?

Completamente asombrada por su pregunta, no supe que responder, pero él no insistió. A los pocos días me llamó otra vez y me dijo que quisiera o no, iba a venir a verme si es que no iba yo a verle a él. Cuando le pregunté por qué, me dijo que mi madre le había llamado y le había comentado en que estado me había encontrado y que yo le había mentido asegurándole que estaba bién cuando en realidad no era así. Probablemente uno se acostumbra a la tristeza, a la delgadez, al deseo insatisfecho, a no sentirse bien en ningún momento, y quizá por ese motivo no me daba cuenta de mi deplorable estado. Yo temía mucho que viniera, verle a mi lado, sentir sus ojos sobre mi, el aroma de su piel tantas veces añorada, el contacto de sus manos, pero no pude evitarlo. Cuando se metía lago entre ceja y ceja, siempre lo conseguía.

Al día siguiente estaba allí, delante de mi, y verle me sumió en un profundo estado de satisfacción, nervios y melancolía. Había pasado diez meses sin verle, y descubrí, absolutamente conmocionada, cómo y cuanto le quería. Cómo le deseaba, cuanto y de qué manera le añoraba. Se me paraba la respiración cuando me detenía a mirar sus labios, su mandíbula tan pronunciada, su nariz rotunda, las cejas enmarcando sus indefinibles y bellos ojos, el hoyo de su barbilla,las manos de concertista, como las de una escultura, su cuerpo, cuando se quitó la americana de su traje oscuro y elegante, con tantos secretos para mi, era el mar de las pasiones donde me quería sumergir para no salir jamás. Dios, cómo le deseaba.

Y no pude evitar, juro que no pude, ponerme a llorar cuando le vi. Absolutamente desconcertado se dirigió a mi y me abrazó preguntándome que había pasado. Estaba realmente preocupado y mucho más cuando al abrazarme se dio cuenta de lo delgada que estaba.

¿Qué podía decirle? De momento callé porque no podía hablar. Estaba embargada por todas las sensaciones anteriormente descritas. Me propuso ir a cenar a algún sitio y yo acepté. Como pude, con las manos temblorosas y el corazón acelerado me arreglé para él, para el que yo sentía como mi macho, mi hombre.

Me llevó a un selecto restaurante y me sentía observada por mi padre con atención. La conversación fue animada, porque él se encargó de que lo fuera. Yo seguía sintiendo mi cuerpo temblar y me resultaba muy difícil controlar los latidos de mi corazón. Después caí en la cuenta que no sabía si se iba a quedar esa noche en la ciudad. Me dijo que si y yo le pregunté en que lugar. Me contestó que se hospedaría en un hotel cercano. Le dije que ni hablar, que aquélla noche se quedaría en el apartamento. Me sorprendí de mi ofrecimiento, teniendo en cuenta que casi no podía mirarle a los ojos, pero él aceptó. Me avergonzaba mucho la sola idea de que pudiese descubrir lo que sentía por él.

Cuando acabamos de cenar, me dijo que parecía cansada y me propuso, con ciertas dudas, ir a algún otro sitio o dirigirnos al apartamento para que pudiese descansar. Yo le dije que prefería ir a casa.

No se por que, pero durante toda la cena y en realidad durante su visita, tenía la sensación de que mi padre tenía algo en mente, y en el mismo taxi que nos llevaba al apartamento me lo dijo.

– Tu y yo tenemos una conversación pendiente. - Dijo serio-. Tendrás que aclararme muchas dudas.

Cuando cerré la puerta del apartamento, se sentó tranquilamente en el sofá y me pidió que me sentara a su lado. Así lo hice.

– Vamos a ver cielo -comenzó- ¿qué es todo esto? Quiero que me digas de una vez por todas qué demonios te pasa.

– No sé de que me hablas papá. - Le dije- Estoy bien, tu mismo puedes comprobar cuando quieras que mi trabajo va estupendamente, acabo de ascender a un puesto mejor.

–

Él hizo un gesto de impaciencia con la mano.

– No me estás contestando – dijo él- sé que tu trabajo va bien, pero no te estoy preguntando por eso. La verdad, hija, te agradecería que no me hicieras sacarte las palabras con pinza. - En ese momento cogió mi mano y me miró a los ojos- Estás demasiado triste. Es obvio que algo serio te pasa. Soy tu padre y eres lo más importante del mundo para mi. Debes tener confianza conmigo.

Me habló con tanto cariño que otra vez me puse a llorar, pero esta vez el llanto salió desde mi corazón, mi alma, desde las plantas de mis pies. Parecía que toda aquélla amargura tanto tiempo contenida quería salir a borbotones sin tener en cuenta que yo no quería que lo hiciera. Mi padre quedó demudado al ver aquéllo, sin saber como reaccionar. Entonces la habitación pareció congelarse bajo el furor contenido de mi padre.

– Dime quien te ha hecho tanto daño, pequeña mía, porque te juro que se lo voy a hacer pagar.-Su preocupación fue muy grande al igual que su alarma-.

Yo negué con la cabeza, incapaz de hablar.

– Yo....papá -dije tartamudeando- no puedo decírtelo, me odiarías si lo hiciera, y te juro por lo mas sagrado que no podría soportarlo. No podría resistir tu rechazo.

Mi padre me miró sorprendido.

– ¿Mi rechazo? - Preguntó-. Pero mi cielo, jamás podría rechazarte a ti.- Entonces cogió mi cara con ambas manos y me obligó a mirarle-. Mírame bien. No hay nada en este mundo que puedas hacer que cause mi rechazo. No importa lo que hayas hecho. Quizá eso que piensas que has hecho no sea tan importante en realidad. ¿Por que no lo compartes conmigo? A lo mejor podría ayudarte.

Yo me resistía a ello llorando cada vez mas. No podía decírselo ¿o si? Decididamente, no podía mirar a mi padre a la cara y decirle lo que sentía por él. Era imposible. Pasó mucho tiempo intentando convencerme, pero finalmente se dio por vencido, o eso creía yo. Cuando logré dominarme hablamos un rato mas de cosas intrascendentes y decidimos irnos a dormir. Al día siguiente mi padre no tenía que marcharse hasta las ocho de la tarde, en que debía tomar su avión, pero yo tenía que trabajar. Le preparé una de las dos habitaciones que tenía el apartamento, le deseé buenas noches y me fui a mi cuarto. Pero no pude dormir en toda la noche ni un solo minuto. Solo pensar que estaba allí, tan cerca de mi, era suficiente para que me descontrolara. Tuve que apelar a mi mas férreo autocontrol para poder dominar mis ganas de él. Dominar el deseo por mi padre me dejaba exhausta.

Aquél día, cuando regresé a las dos y media al apartamento, me encontré con una mesa exquisitamente preparada y una comida excepcional que había pedido a uno de sus restaurantes favoritos de la ciudad. Pregunté que se celebraba y él me dijo:

– Que por fin hablaremos de lo que te pasa conmigo, sin tapujos ni tonterías.

Por su forma de decir aquéllas palabras y de mirarme, entendí que lo sabía todo. Pero ¿cómo? Nadie sabía mi secreto. Nadie en el mundo. Puedo asegurar que yo ni siquiera recordé que en mi ordenador portátil, que dejaba en casa pues en mi trabajo no lo necesitaba, estaba guardado todo lo que había vivido desde que fui consciente de los sentimientos que tenía por él. Si, allí estaba mi diario, en el que contaba, con mucho mas detalle, lo que estoy escribiendo aquí. Mi diario, completamente accesible ya que no tenía ninguna clave de acceso, fue el que leyó durante toda aquélla mañana mi padre accidentalmente conociendo mis dudas, mis miedos, mis masturbaciones salvajes pensando en él, que mi amor, mi vida y mi mundo, eran única y exclusivamente él. Así fue como lo supo todo. Yo le pregunté aún sin entender nada, qué quería decir.

  • Quiero decir que dejes de fingir de una vez. - Dijo él mirándome con infinito cariño - . Siéntate aquí, a mi lado – dijo señalando el sofá mientras se sentaba-, y tranquilamente, mi niña, cuéntame como es que te has enamorado de mi.

En aquél instante creí morir de vergüenza, pero también supe que había llegado el momento de la verdad. Tenía que arriesgarlo todo, era inútil seguir negándolo. Entonces, sentada a su lado, comenzaron a salir de mi boca todas las cosas tanto tiempo calladas, primero débilmente y después cada vez mas rápido, con lágrimas de vergüenza, de alivio por sentirme por fin liberada de tan tremenda carga. Mi padre me escuchó en silencio durante mucho tiempo, solo me interrumpió una o dos veces para hacerme algunas preguntas, y al final, quedé en silencio. Sólo le dije:

– Perdóname papá, por favor, yo no quería que pasara esto. He sufrido mucho, por favor no me apartes de tu lado, solo quiero que sigas tratándome como a tu hija. Te lo ruego, perdóname.

Entonces mi padre, después de un rato de silencio, se acercó a mi y me abrazó dulcemente, cogió con una mano mi cara hasta que lo mire y me dijo:

  • Mi cielo, no me pidas nunca más perdón por esto. Tu no lo sabes, pero es un honor para mi lo que sientes. Lo único que me duele es que hayas sufrido tanto por mi culpa. No temas nada, mi niña, hacía tiempo que sospechaba algo así, pero no quería creerlo.

Entonces me besó en los labios. No había mas que decir. Lo aceptaba o no, y yo creí desmayarme cuando sentí su lengua en mi boca. Inmediatamente sentí mi sexo mojado. Continuó besándome sabiamente, cada vez mas fuerte, mas exigente. Y yo le respondí apasionadamente. Le abracé estrechamente y aquél beso intenso se tornó profundamente sexual. En ese momento, mientras sus brazos me rodeaban y era besada profundamente por él, tuve el primer orgasmo proporcionado por mi padre, y mi mente y mi sexo estallaron de tal forma que me dejó temblorosa y sollozante de placer.

Mi padre se dio perfecta cuenta de que había tenido un orgasmo, y cuando se apartó un poco para mirarme sorprendido, le agarré de la camisa para que no lo hiciera. Le dije que no se apartara, que le necesitaba. Él no dijo nada, solo me cogió en brazos y me llevó a mi cama. Allí empezó a desnudarme despacio, besando cada parte que quedaba al descubierto. Mis hombros, mis senos, mi vientre, diciendo palabras tranquilizadoras y ardientes, haciéndole el amor a mi cerebro y a mi cuerpo a la vez. No dejaba de decirme lo bella y dulce que era, jurando que moriría si no le permitía poseerme, y que lo que yo le entregaba era el mas bello regalo que le había proporcionado la vida.

Solo me quedaba puesto un minúsculo tanga, que me quitó suavemente. Entonces, hice lo que tantas veces había soñado: abrí mis piernas para él. Para mi hombre, el único que yo amaba. Me di cuenta de que le temblaron las manos por el deseo que sentía. Aquéllo elevó mi placer cien veces mas. Mi padre me deseaba de tal modo que hacía grandes esfuerzos por mantenerse bajo control. Se tumbó a mi lado, todavía vestido, y alargó la mano hasta llegar a mi sexo. Lo tocó suavemente y yo gemí al sentir sus dedos abrir mis labios mojados y llegar despacio a mi clítoris. Sus labios buscaron los míos, y así mientras acariciaba mi sexo, tuve otro orgasmo, que le llenó la mano de flujo. Pero no la retiró si no que muy suavemente, mientras seguía besándome profundamente, sentí que uno de sus dedos se introducía en mi vagina hasta que, sorprendido, topó con mi himen. Me miró asombrado, y yo le recordé que ya había leído mi diario, que lo sabía. Pero él, con voz grave por el deseo, me dijo que en mi diario solo había dicho una vez que era virgen y estaba fechado hacía casi un año.

Y entonces, con su dedo introducido empezó a acariciar suavemente la barrera de carne que le impedía seguir profundizando en mi interior. En ese momento comencé a desabrocharle la camisa, quería verle desnudo, necesitaba sentir su piel contra la mía, el olor parecido al almizcle de su cuerpo que inundaba mis sentidos. Se levantó momentáneamente y se desnudó lentamente, sabiendo que yo quería ver su cuerpo desnudo. Cuando estuvo completamente desnudo, pude contemplar, al fin, su sexo. Me soprendió y me excitó en grado sumo ver aquél espléndido derroche de masculinidad. Era bello, me pareció terciopelo caliente, surcado por dos grandes venas palpitantes, y era magníficamente grande. No me importó que lo fuera, no sentía el menor temor por mi virginidad, quería entregársela a él, y no me importaba que para ello tuviera que hacerme daño. Deseaba sangrar para él y que él fuera la causa.

Volvió a mi lado, tan bello, con su rostro demudado de excitación, su cuerpo y su aliento caliente y supe que si no me poseía de una vez tendría un ataque de nervios. Mi padre volvió a besarme y a acariciar mi cuerpo, pero yo quería sentirle dentro de mi, y él lo sabía. Me abrió las piernas y colocó su cabeza entre ellas. Las palabras me fallan para describir lo que sentí cuando noté su lengua abrirse paso entre mis labios hasta llegar a mi clítoris. Nada mas hacerlo, tuve un intenso orgasmo, tan fuerte, que creí desmayarme. Agarre su pelo y levanté mis caderas, gimiendo de placer. Pero no se apartó, si no que suavemente llevó su lengua a la entrada de mi sexo, y bebió mi flujo, metiendo su lengua por mi estrecha abertura.

De nuevo las palabras no son suficientes para expresar lo que sentí cuando noté esa lengua sabia dentro de mí. La notaba entrar despacio, casi con temor, y salir una y otra vez, mientras los dedos de su mano derecha tocaban levemente mi clítoris, y su mano izquierda acariciaban mis senos. No se cuanto tiempo estuvo así, ni puedo contar los orgasmos que me proporcionó, cuando me hizo darme la vuelta y dejar mi trasero expuesto para él. Siguió en medio de mis piernas abiertas, y esta vez comenzó a acariciar con su lengua mi nuca, mis omóplatos, toda mi espalda hasta llegar a mi trasero y al orificio de mi culo. Para ese momento, yo estaba tranquila, disfrutando profundamente de cada caricia de mi padre, sintiendo fuego en mi piel. Me estaba haciendo el amor, sabiamente, despacio, sabiendo perfectamente donde ponía cada caricia para proporcionarme el mayor placer del mundo. Cuando el creyó que estaba completamente preparada, accedió a mis demandas y entonces quise que se tumbara en la cama y apoderarme de toda su persona, ese ser prohibido hasta ahora era enteramente mío y lo iba a disfrutar. Su carne prohibida.

Necesitaba urgentemente acariciarle y colocándome encima de él, empece a besar su boca suavemente primero, y después mis besos se hicieron mas exigentes, obscenos. Busqué su sexo con el mío y lo encontré. En aquél momento creí morir de placer al sentir su pene totalmente erecto, enorme, rozar con su tronco mis labios y mi clítoris. Abrí mis piernas para sentirlo mejor y mientras le besaba comencé a masturbarme con su sexo moviendo mis caderas. Se que aquéllo le proporcionaba mucho placer porque empezó a gemir suavemente. Cuando llevaba un rato asi, me pidió que parara o no podría evitar tener un orgasmo. Aquel poder que ejercía sobre él me proporcionó un gran placer. Lo hice, pare de masturbarme con su sexo, pero entonces bajé hasta él. Es cierto que jamás había tenido una relación hasta entonces, pero aunque no tenía experiencia, cogí su pene con inmensa dulzura y saqué mi lengua para saborearlo.

Estaba loca por su sabor, por su textura, por su color, por su glande enorme y tan lleno de sangre que parecía morado. Abrí mi boca y lo introduje no sin dificultad, saboreándolo por vez primera, notando su sabor salado y dulce a la vez. Jamás he visto nada tan bello como su cara sintiendo el placer que le estaba proporcionando. Me miró y yo le miré a él con su pene metido en mi boca, y lo sentí crecer todavía mas.

Entonces me apartó y me tumbó en la cama. Volvió a besar mi boca y se puso por fin encima mío. Colocó su glande , que se veía enorme junto a la entrada de mi sexo, y, mirándome a los ojos me preguntó, con voz entrecortada por el deseo y las pupilas de sus ojos dilatadas, si de verdad quería que lo hiciera. Amaba aquéllos ojos, aquéllos labios y aquélla cara, adoraba a aquél hombre que me había proporcionado tan inmenso placer. No podía hablar con claridad por el deseo que sentía hacia él, pero le dije que probablemente moriría en aquél momento si no lo hacía. No necesitó mas y comenzó a penetrarme lentamente.

Procuraré que las palabras no me fallen de nuevo. Cuando sentí su glande abriendo mi sexo, tan duro, tan caliente, tan suave, creí enloquecer de pasión. Creo que me mareé. Me besaba apasionadamente y seguía penetrándome, centímetro a centímetro con aquél enorme bastión.

Hasta que llegó a mi himen y ahí se paró un momento. Me dijo que me iba a doler y que si no podía aguantarlo se lo dijera porque en ese instante pararía. Asentí y él continuó penetrándome. Noté perfectamente como mi carne se desgarraba y sentí un dolor agudo, escozor, ardor, por la herida que me estaba infligiendo, pero a pesar de que el dolor era intenso, no me importó. Él llamó mi atención diciéndome que le mirara a los ojos mientras lo hacía y que le dijera si debía parar. Estaba muy preocupado por mi, pero yo abrí mis piernas, las alcé y las crucé alrededor de su espalda. Ni por un momento quería que se apartara de mi. No lo hizo. Siguió penetrándome lentamente y yo seguía sintiendo como me desgarraba el himen y como se abría mi carne a su paso. A pesar del dolor, tuve un inmenso orgasmo, tan fuerte y tan largo que estuve a punto de desmayarme, lo que él aprovechó para introducirse completamente dentro de mi.

Estuvo largo rato sin moverse, dejando que mi estrecha vagina se adaptara a su sexo de veintiún centímetros de largo, cinco de diámetro y dieciséis de circunferencia, sabiendo perfectamente que no me sería tan sencillo a pesar de mi deseo. Era cierto. Me sentía abierta, expuesta, vulnerable, penetrada y completamente suya. Poco después empezó a moverse muy despacio, mientras seguía besándome apasionadamente y diciéndome palabras ardientes y consoladoras que despertaron aún mas mi deseo. Le deseaba tanto que en varias ocasiones sentí desbocarse mi corazón. Ese hombre, mi padre, el ser que mas amaba, me estaba proporcionando tanto placer que empecé a llorar inesperadamente. Y él de inmediato paró de moverse lo poquito que lo hacía, alarmado, pensando que no podía soportar su tamaño. Le tranquilicé diciéndole que le amaba. Entonces continuó, mientras me acariciaba dulcemente, y muy poco a poco mi vagina comenzó a dilatarse aún mas para recibirle con inmenso placer. Me dolía muchísimo, pero era más importante para mi sentirme penetrada por mi padre, tan completamente suya bajo él sus besos y su sexo profundamente metido en el mio, que no osaba decírselo.

Poco a poco empecé a sentir placer con su roce, sus besos, sus caricias, su olor tan masculino, a sexo, su piel. Entonces aunque en todo momento fue suave y lento, puso sus manos debajo de mi agarrando mi trasero y me pidió que abriera mas las pernas, al hacerlo sentí como me acababa de penetrar en toda su extensión, notando sus testículos en mi culo. Me excitó enormemente y sentí en ese instante romperse del todo mi himen. Y entonces comenzó a moverse con más fuerza, intensificando sus besos , sus caricias y sus palabras llenas de amor. Yo creí enloquecer de placer al sentirle tan profundamente dentro de mi, ta dilatada y tan penetrada como había soñado y abrí mas mis piernas para que hiciera lo que quisiera conmigo. Lo que quisiera. Cada vez eran mas fuertes sus embestidas y yo le sentía mas profundamente dentro de mi. Mi vagina empezó a aceptarle y y poco a poco noté como me venía un nuevo orgasmo, intenso, arrasador, desde el fondo de mi matriz que el estaba golpeando con su enorme bastón , que asoló mis carne y mis sentidos dejándome casi inconsciente. En ese mismo instante, por fin, él tuvo su orgasmo, y le sentí palpitar dentro de mi, una, dos, tres, cuatro veces, sintiendo su semen caliente y espeso, el que me había dado la vida, dentro de mi.

Pasados unos momentos, se tumbó en la cama a mi lado preguntándome si estaba bien o me sentía mareada o algo así. No se cuanto tiempo estuvo haciéndome el amor, pero ya había anochecido cuando acabamos. No habíamos comido y si me sentía mareada. Él se incorporó y abrió mis piernas para mirar como habían ido las cosas.

– Mi amor- me dijo- has sangrado mucho, vamos al baño que vea como estas.

Cuando intenté levantarme, las piernas no me sostenían y el tuvo que ayudarme. Al levantarme noté como algo mojaba el interior de mis muslos, miré y vi que caía sangre mezclada con su semen por ellos hasta mis rodillas.

No era de extrañar, había recibido en mi interior un peso pesado, y había sufrido algún desgarro. Pero mi padre, mi hombre amado, estaba muy preocupado por ello. Me lavó suavemente pidiéndome perdón por su brutalidad y yo me reía de él, diciéndole que no fuera tonto, que estaba feliz de que me hubiera hecho suya de esa manera. Había sido tierno y gentil y yo le adoraba mas que nunca.

Y él me dijo que jamás había amado a nadie como me amaba a mi en ese momento. Me dio las gracias por lo que le daba, y no se refería solo a mi virginidad, sino a mi amor.

Aquella noche dormimos juntos en mi cama, y mi padre no paró de acariciarme hasta que me dormí. Seguí sangrando durante la noche ya que al día siguiente las sábanas que habíamos cambiado volvían a estar manchadas, y él se preocupó mucho proponiéndome ir al medico. Yo me negué diciendo que si aquélla noche volvía a sangrar entonces iríamos.

No me había dado cuenta, pero le pregunté que había pasado con su viaje y él me dijo que había llamado la mañana anterior para anularlo y pedir dos pasajes para casa. Yo le miré y asentí. Desde ese día, hace siete años, soy la mujer de mi padre. Le adoro, y jamás amaré a un hombre como le amo a él.

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