Carnaval espartano
Secuela del relato "El ejercicio del amor". Los Carnavales están a la vuelta de la esquina y Álvaro tiene una idea genial para disfrutarlos a tope con su novio Daniel.
Álvaro: La semana que viene van a ser los Carnavales.
Daniel: Lo sé.
Álvaro: Podíamos asistir disfrazados.
Daniel: ¿Con un disfraz de pareja? Me parece estupendo. ¿Qué se te había ocurrido?
Álvaro: No, la verdad es que yo tenía otra idea.
Daniel: Cuéntame.
Álvaro: Había pensado en hacer algo de “roleplay”
Daniel: ¿En qué sentido?
Álvaro: Disfrazarnos de lo que queramos. Sin decirnos de qué. Y luego nos encontramos por ahí, como desconocidos. Y ya nos los quitaremos en casa. No sé si me entiendes.
Daniel sonrió con picardía. Sabía perfectamente a qué se refería. Llevaba cuatro felices meses de noviazgo con Álvaro y, cada vez que se le insinuaba, utilizaba las mismas expresiones cuando iban a hacerlo. Sus citas le habían ayudado a olvidar al cretino de Andrés, quien ya solo era poco más que un fantasma de tiempos pasados, y su nueva relación iba viento en popa a pesar del poco tiempo que llevaban juntos. Lo único que les fastidiaba era que todavía no pudiesen vivir juntos: Daniel tenía una hipoteca, con lo cual no se podía mover con Álvaro, y este todavía tenía algunos meses de alquiler pagados por una maldita cláusula de permanencia. Pero, en cuanto el contrato de alquiler terminase, ya habían acordado que Álvaro ocuparía el hueco dejado por ese cretino que ya ni se molestaban en nombrar. Hasta entonces, todavía mantenían animadas charlas como esa por Whatsapp todas las noches, que en muchas ocasiones acababan teniendo matices picantes.
Daniel: Me parece estupendo. ¿Tienes alguna petición especial?
Álvaro: No. Tan sólo algo que me pueda gustar.
Daniel: De acuerdo. Eso haré. Hasta mañana, mi amor.
Álvaro: Hasta mañana, mi titán.
“Mi titán”. A Daniel todavía le hacía gracia el mote cariñoso que su novio le había puesto. Le empezó a llamar así desde el día en que lo hicieron por primera vez, escondidos en una ducha del gimnasio que frecuentaban. Fue allí donde Álvaro descubrió lo bien dotado que Daniel estaba y eso, sumado a su potente musculatura forjada a base de horas y horas en el gimnasio, habían dado lugar al nacimiento de ese apodo.
A la mañana siguiente, Daniel empezó a rebuscar entre sus pertenencias por un armario lleno de trastos. Durante la noche había estado pensando en un disfraz que iba a ser ideal para el plan de Carnavales que Álvaro había pensado. Solo tenía que encontrarlo, ya que no recordaba si todavía lo conservaba. Removió varios trastos hasta que encontró una enorme caja de cartón con una gran S grabada a rotulador. Arrancó la cinta adhesiva que mantenía las solapas bien selladas y, cuando lo abrió, allí estaba: un calzón de cuero, casi un slip; una gran capa roja que se ajustaba mediante un par de correas que se ajustaban a los hombros; una espada de plástico con un cinturón y vaina para llevarlo; y un casco de cartón recubierto de papel dorado: su disfraz de espartano, al mismo estilo de la película 300. Confeccionó ese disfraz hace muchos años, al siguiente de que saliese la película en que el sugerente ejército de Leónidas acababa con los invasores persas. Para entonces Daniel ya empezaba a estar mazado y se confeccionó ese minimalista disfraz para ir luciendo cuerpazo por los Carnavales. Gracias a ello se llevó a un maromo calentón a su habitación donde le dio por detrás esa misma noche. Y pensaba hacer lo mismo con su novio Álvaro. Tan sólo faltaban el escudo, que apareció al fondo algo maltrecho, y la lanza que no consiguió encontrar. En cuanto arreglase los pequeños desperfectos del escudo y el casco, crease una nueva lanza y planchase la capa arrugada a cuadros, sería todo un genuino espartano.
Esa mañana, como todas, Daniel fue al gimnasio a entrenarse. Mientras se cambiaba en los vestuarios, apareció Álvaro: desde que se conocieron, los dos se entrenaban juntos y Álvaro había hecho grandes progresos, pues poco a poco se iba desarrollando su cuerpo, aunque todavía le quedaba bastante para alcanzar el nivel de Daniel. Los dos se saludaron con un beso, rápido y disimulado para que el resto de hombres no les viesen.
-¿Qué tal estás, mi titán?-susurró Álvaro.
-Bien. Deseando que lleguen los Carnavales-respondió Daniel con picardía mal disimulada.
-¿A que es una buena idea?
-Buenísima. Además, ya tengo preparado mi disfraz.
-¿Tan pronto?-preguntó Álvaro, sorprendido.
-Sí. Voy a reutilizar uno de hace unos años. Estoy segurísimo de que te va a gustar.
-No me lo digas, por favor. No quiero saberlo todavía.
-Está bien, mi amor.
Una vez cambiados con sus ropas más ligeras de deporte, llegó la sesión de entrenamientos. Los dos novios solían estar, cuando podían, en máquinas adyacentes, y la ligereza de la ropa y los brazos sudorosos se traducían, de vez en cuando, en miradas aviesas y picantes. En momentos como esos, Daniel tenía que hacer uso de una gran fuerza de voluntad y autocontrol, pues una erección espontánea era más difícil de disimular para él que para Álvaro.
-¿Quieres que luego nos duchemos juntos?-susurró Daniel a Álvaro al oído durante un descanso. La proposición era obvia.
-Va a ser que no-respondió Álvaro con total soltura.
-¿Por qué no?
-Porque quiero guardarme para los Carnavales. Te pienso poner los cuernos.
Daniel entendió. Quería darlo todo durante su travieso plan de Carnavales. Lo de los cuernos era, obviamente, una broma, pues esa noche no se iba a tirar a Daniel, sino al alter ego que fuese su disfraz. Le estaba gustando el juego y le siguió el rollo.
-Está bien-replicó Daniel con un fingido tono de ofensa-. Entonces yo también te voy a poner los cuernos.
-¿Con quién?
-Tú no me has dicho con quién tampoco, así que yo no te lo digo.
-Me parece estupendo. Cada uno por su lado.
-Pues ya está
Qué ganas de que lleguen los Carnavales, pensó Daniel mientras se mordía el labio. Había disfrutado de esa carne varias veces ya, pero nunca era suficiente Y Álvaro seguro que pensaba lo mismo.
La semana pasó a un ritmo bastante lento para el deseado. Álvaro y Daniel no volvieron a quedar ninguna vez, pues lo único que deseaban era jugar a su pequeño jueguecito carnavalesco que prometía acabar muy bien y, hasta entonces, sería como permanecer virgen hasta el matrimonio. Durante sus ratos de ocio, Daniel aprovechaba para reparar su disfraz de espartano. La capa resultó ser lo más fácil, pues solo necesitó de un planchado y de permanecer tendida hasta que llegase la fecha señalada. El casco y el escudo sólo necesitaron de un nuevo recubrimiento que les hiciese parecer de metal y unos pocos arreglos en los bordes desgastados por el tiempo y en las plumas del casco. Para la lanza se pudo hacer con una rama larga, ancha y erecta de madera que pulió para darle una forma cilíndrica y a la que colocó una punta de cartón recubierta en papel de plata, de manera que parecía una genuina punta de metal pero completamente inofensiva, para evitar accidentes indeseados.
Los siete días pasaron y por fin llegó el día de Carnavales. Un día donde imaginarias puertas temporales y espaciales se abrían para desparramar cientos o miles de seres de realidades alternativas o períodos temporales distintos a la presente para tomar el cuerpo de la gente y darles sus propias formas bajo el nombre de “disfraces”. En el barrio de Daniel lo celebraban con una fastuosa cabalgata a la que la gente podía asistir para desplegar sus trajes y participar en un concurso donde los jueces los observaban mientras caminaban para determinar cuál de todos estaba más trabajado o era el mejor y llevarse a casa un suculento premio. Daniel no se había apuntado, pero contaba con que encontraría a Álvaro entre las casetas que también se desplegaban como en una gran feria para vender comida y bebidas a la gente para poder llevársele a casa como un premio más. Un premio solo para él.
Daniel empezó a vestirse un par de horas antes de que el gran festival comenzase. El día anterior se había depilado expresamente para que ningún pelo empañase la belleza de su cuerpo bien musculado y definido. La única ropa que le cubría eran los calzones de cuero, donde llevaba la espalda colgada a su izquierda mediante el cinto. Estaban un poco ajustados, pero eran bastante cómodos y además le marcaban el paquete de una manera descarada. La capa conformaba la parte más grande del vestuario, pues era bastante ancha e iba a volar bastante mientras se sujetaba mediante correas por debajo de sus axilas. Luego se puso el casco y, al mirarse al espejo, descubrió a un tipo súper sexy y sensual cuyo rostro no se podía reconocer bien; tendría que buscar él a Álvaro, se dijo, o de lo contrario Álvaro no sería capaz de encontrarle a él. Los toques finales fueron la lanza y el escudo, que debería llevar siempre en manos derecha e izquierda respectivamente, y unas sandalias de cuero que, aunque se veían muy anacrónicas, era el único calzado que encajaba con el disfraz y que, por lo menos, iría disimulado con unos protectores para las piernas que también había creado, al mismo estilo de los de Leónidas. Como último toque para satisfacer a Álvaro, se untó una loción por el tronco y los brazos que haría que su piel brillase. Si todo ese conjunto no le ponía cachondo perdido, nada lo haría.
De esta guisa salió a la calle. Su disfraz se camufló malamente entre el gentío, pues no era poca la gente que giraba la cabeza cuando le veía pasar. Su disfraz resultaba tan realista que mucha gente le preguntaba, tal vez en bromas, si realmente era Gerard Butler el que se encontraba debajo del casco, a pesar de que él no se había dejado barba. Incluso tuvo que posar con varias personas que querían hacerle una foto o un “selfie” con él. Entre ellos, el más destacado fue un grupo de chicas que iban disfrazadas de colegialas japonesas y que le sobaron descaradamente mientras posaban, glúteos y muslos incluidos.
Mientras se paseaba, Daniel iba buscando con la mirada en busca del familiar rostro de Álvaro. Tenía mucha intriga por saber de qué se habría disfrazado. ¿Tal vez él también se hubiese puesto sexy para él? Iba paseando sus ojos por entre todos los rostros y disfraces masculinos que se topaba, e incluso a veces entre los más femeninos por curiosidad, aunque fuese una posibilidad remota que Álvaro se hubiese travestido. Y entonces lo vio.
Se encontraba posando con un padre y su hijo mientras la madre les hacía una foto cuando, detrás de la mujer, pasó un hombre rubio con un sombrero vaquero de color beige. Él también parecía ir buscando a alguien entre el gentío y, cuando giró la cabeza hacia ellos de pura casualidad, Daniel le reconoció: era Álvaro. Su disfraz era obviamente el de un vaquero, pero un poco extraño: llevaba una camisa blanca, una chaqueta de cuero marrón, guantes idénticos y unos pantalones vaqueros de un gris apagado. ¿De qué iba disfrazado? Daniel estaba confuso. A todas luces era un vaquero, pero no los típicos de las películas del Oeste. Bueno, se dijo, ya lo averiguaría. De momento, iba a reencontrarse con él. Pero había concebido algunas ideas para vengarse de él por dejarle a dos velas durante toda esa semana. Y esa iba a ser la primera de ellas.
Cuando la fotografía terminó, Daniel dejó que Álvaro se alejara unos pasos y siguiese buscando entre el gentío mientras él le seguía a una distancia prudencial. Si Álvaro se detenía, Daniel también lo hacía, y solo continuaba cuando Álvaro echaba a andar de nuevo. La patética persecución continuó durante un buen rato hasta que Álvaro se cansó de buscar y se acodó sobre la barra de una caseta que actuaba como un bar. La oportunidad perfecta: al recostar su peso ahí, Álvaro había tomado una posición diagonal con el tronco y vertical con las piernas, de manera que su culo quedaba completamente desprotegido. Daniel tomó su lanza y, con cuidado, le clavó la punta en el lugar exacto donde debía estar el ano, haciendo que su novio pegase un respingo. Este se dio la vuelta sorprendido mientras se refrotaba el culo. El guerrero espartano aprovechó para acercarse a él, dejando tan poca distancia entre ambos que violaba todas las reglas del espacio personal.
-¿Daniel?-preguntó Álvaro, intentando reconocer el rostro detrás del casco.
-¿Quién es Daniel?-inquirió éste, poniendo una voz más grave-. Yo no conozco a ningún Daniel.
Álvaro sonrió. Le había reconocido. Su pequeño juego de “role play” había comenzado
-Entonces, ¿tú cómo te llamas, guerrero espartano? ¿Y por qué me clavas tu lanza?
-Miguel-respondió, con el primer nombre que se le ocurrió-. Y te la clavo porque me pareció buena idea.
-Pues encantado de conocerte, “Miguel”. No me ha gustado para nada tu idea. Aunque sí que me gusta tu disfraz de espartano. Estás bastante sexy.
-Gracias. ¿Y tú de qué vas?
-Voy de vaquero. Pero no de vaquero normal. De la película Brokeback Mountain.
¿Cómo no se había dado cuenta?, gritó Daniel en sus mentes. ¡Si le encantaba esa película! Álvaro se había disfrazado de manera romántica para él, y le encantaba, mientras que Daniel se había disfrazado de manera sexy para Álvaro, y este lo adoraba. ¿Acaso no era aquella la mejor muestra de amor que había?
-Pensé que le gustaría a mi novio, Daniel-comentó Álvaro-. Pero parece que no está por aquí.
-Es una pena…-repuso Daniel, disfrutando de la pantomima-. Pero yo te puedo hacer compañía, si quieres. No le importará a tu novio, ¿verdad?
-Lo dudo. Déjame invitarte a una caña, porque también dudo que ahí lleves algo de dinero-dijo, poniendo bastante énfasis en el adverbio.
-Gracias. ¿Y tú cómo te llamas?
Se lo pensó un momento.
-Me llamo Raúl.
-Pues encantado de conocerte, Raúl.
El espartano y el vaquero disfrutaron juntos del resto del día, comiendo y bebiendo a ratos y disfrutando de la fastuosa cabalgata. También aprovecharon para hablar entre paseos, desarrollando sus identidades ficticias e inventando historias para hacerlos más realistas mientras se “conocían”.
-Mi primer beso fue en el colegio-contó Daniel, pensando la historia sobre la marcha mientras paseaban-. En mi colegio había una chica. Se llamaba Gloria. Los amigos nos encerraron para el juego de “siete minutos en el cielo”.
-¿En serio?-inquirió Álvaro-. Porque hace un rato me dijiste que te educaste en un internado de chicos…
Daniel no supo qué responder. No era muy bueno para las historias y se habían notado enseguida el agujero de su trama.
-Bueno, no pasa nada-concluyó Álvaro-. La verdad, esta ha sido una tarde espectacular. Casi es mejor que salir con mi novio.
-Gracias, supongo.
-Y dime, Miguel. ¿Eres homosexual?
La tarde comenzaba a declinar y la noche empezaba a tomar su posición en la bóveda celestial. El tiempo había pasado de una manera tan imprevista y habían disfrutado tanto con su pequeño juego que casi se les había olvidado el final que tenían preparado.
-Me gusta darle a todo-respondió, como parte de su falsa identidad.
-¿Y si nos vamos a tu casa y me enseñas este bulto que tienes aquí debajo?
Habían llegado a una zona bastante solitaria, donde apenas había nadie, y Álvaro se tomó la libertad de tocarle el abultado paquete a Daniel sin tapujos. Este notó cómo la mano le aferraba a través del cuero y su cuerpo reaccionó en consecuencia.
-¿Y tu novio? ¿No se pondrá celoso?
-No tiene por qué saberlo…-replicó de manera sensual.
-Entonces, vamos.
Los dos se escabulleron por las calles que empezaban a iluminarse con la luz artificial de las farolas. Llegaron hasta la casa de Daniel y, una vez dentro, escudo, casco y lanza cayeron a un lado mientras ellos dos se abrazaban y empezaban a besarse con lujuria. Las manos de Álvaro empezaron a sobar el cuerpo de Daniel con dulzura, saboreando cada centímetro de piel desnuda que rozaba, mientras Daniel le iba quitando a Álvaro la chaqueta y la camisa. Cuando la ropa superior por fin cayó, juntaron sus cuerpos desnudos, uno más musculado que el otro, pero igualmente lampiños y excitados mientras, sin soltarse ni un momento, como si bailasen un tango patoso y sexual, se dirigían a la habitación de Daniel.
-¿Puedo ver qué tienes aquí debajo?-preguntó Álvaro una vez llegaron.
-Una espada…-respondió Daniel.
-Si ya tienes una aquí…
-Pues yo llevo dos. La del cinto para luchar en la batalla, y la otra para luchar en el amor.
-¿En serio? Vamos a ver.
Álvaro se arrodilló frente a Daniel, con la cabeza a la altura del paquete. Primero le quitó el cinto que ceñía y le sujetaba la espada y lo tiró a un lado. Luego empezó a bajarle el calzón de cuero lentamente. El potente miembro erecto de Daniel empezó a revelarse, enganchado al calzón hasta que este descendió más allá de la extraordinaria longitud del pene, que rebotó hacia arriba para colocarse en su posición natural: horizontal, frontal y firme.
-Vaya, sí que es una buena espada…-musitó Álvaro mientras lo agarraba.
-¿Te gusta?
-Me encanta…
-Y tiene muchas ganas de luchar…
-Pues luchemos.
Sin dudar un instante, Álvaro abrió la boca tanto como pudo y empezó a engullir ese soberbio trozo de carne. Daniel notó como su novio… No… Ahora era Raúl… Cómo Raúl metía y sacaba, lamía y mordisqueaba, del glande a los testículos, descargando oleadas de placer por el cuerpo de Daniel que le hacían vibrar. Notaba cada parte de ese húmedo paladar, que chupaba e ingería, y casi creyó rozar la úvula con la punta. Álvaro era todo un experto en ese arte y Daniel no podía evitar soltar gemidos, sintiendo que iba a eyacular de un momento a otro. Pero él era un macho resistente y Álvaro sabía de sobra cuándo parar.
-Está riquísimo…-exclamó Álvaro cuando terminó-. Realmente estás más dotado que mi novio, Miguel.
-¿En serio? A ver si se va a poner celoso.
-No me importa. Él no está aquí. Y yo quiero más.
-Sabes que las espadas no son juguetes, ¿verdad?-exclamó Daniel. Hacía rato que hablaban en tono sugerente y todavía seguían así.
-Poco me importa. Estamos luchando. Luchemos a muerte.
Álvaro volvió a levantarse y se volvieron a besar mientras este se empezaba a desabrochar los pantalones y a quitarse los calzoncillos. Daniel no necesitaba quitarse nada más y se quedó con la capa y las sandalias puestas, con sus duros músculos y su potente extensión a la espera mientras Álvaro se desnudaba del todo. Su cuerpo todavía era fino, pero los músculos empezaban a dejar su marca en la piel lampiña a base de entrenarse con Daniel. En el hombro su principal decoración, el tatuaje de una bandera arcoíris que simbolizaba su condición. Y ahí abajo apareció su pene, tan pequeño e insuficiente que incluso erecto como estaba era incapaz de satisfacer a alguien. Por suerte, Daniel tenía más que de sobra por ambos.
-Parece que tú no has tenido tanta suerte en la lotería genética…-comentó Daniel mirando abajo, todavía con la pantomima-. Va a ser una lucha desigualada.
-Poco me importa… Dámelo todo en la batalla, mi titán…
Álvaro no se dio cuenta de que se le había escapado el apodo. Si iban a seguir fingiendo que eran dos personas que se conocían por primera vez, no podía llamarle así. Pero Daniel no iba a cortar el rollo haciéndoselo notar y simplemente lo dejó pasar.
Álvaro se dio la vuelta, meneando sus caderas de forma sugerente, y se tiró de un salto sobre la cama de Daniel. Cayó boca abajo en toda su extensión, con tanto estilo que hasta podían pintarle un retrato renacentista de esa guisa. Sus nalgas redondeadas, blancas y casi afeminadas, eran lo más sobresaliente y lo primero que llamaba la atención.
-Ven aquí y esgrime todo lo que tienes-exclamó.
-Con mucho gusto.
La excitación era total, pero Daniel todavía no había olvidado la venganza que le debía. Y esa era la que más planeada tenía. Pero, antes de nada, algo de distinto color dentro del culo de Álvaro le llamó la atención.
-¿Qué es esto?-preguntó Daniel mientras lo cogía y lo sacaba. Era un pequeño dildo.
-Me lo metí para dejar el terreno de combate listo para mi novio. Pero, ya que él no está, es todo tuyo.
Daniel sonrió con picardía. Realmente Álvaro tampoco podía aguantar la espera y ya se había tomado la molestia de abrirse. El espartano Daniel, no, el espartano Miguel se puso encima de su amante, poniendo su gran pene a la altura de las caderas de su novio, no, de su nuevo amante. Introdujo el glande entre ambas nalgas y, en vez de penetrarle, empezó a sobar la raja con la punta, subiendo de arriba abajo.
-¿Qué haces?-preguntó Álvaro, impaciente como estaba.
-Me has esperando durante una semana-respondió Daniel, saliéndose del papel por un momento-. Ahora te va a tocar esperar a ti.
-¿En serio?
Oh, sí, muy en serio. Removió el glande entre aquel valle yermo durante bastante rato mientras Álvaro esperaba con un mohín de fastidio, aunque de vez en cuando se reía con las cosquillas que le producía el roce. Luego Daniel introdujo todo el tronco del pene en el mismo sitio y empezó a masturbarse con las nalgas de Álvaro, subiendo y bajando como una sierra que quiere atravesar un árbol. Era la primera vez que probaba eso y resultaba bastante satisfactorio. Tal vez debería repetirlo en un futuro.
-¿Has terminado ya?-preguntó Álvaro después de un rato. La impaciencia le ardía y no lo disimulaba
-Sí. Prepárate, porque aquí viene todo lo bueno.
El cuerpo de Daniel se puso sobre el de Álvaro, de manera que permanecía en paralelo sobre él, haciéndole sombra y manteniendo su propio peso en vilo con los brazos. Poco a poco bajó las caderas y la erecta extensión de Daniel empezó a penetrar el culo de Álvaro, que soltó un largo gemido mientras su novio, no, su amante le perforaba. Fue una entrada lenta, pero limpia gracias a que Álvaro ya estaba medio abierto. Daniel sólo necesitó un intento para sentir toda su extensión en esa cavidad que tantas veces había visitado.
-¿Te gusta el poder de mi espada?
-Estoy herido de muerte… No sé si podré aguantar mucho más con vida…
-Pues prepárate, porque esto no ha hecho más que empezar.
Daniel descendió su cuerpo. Pronto sus brazos dejaron de servir de soporte y los cuerpos de Álvaro y Daniel se juntaron, con el primero soportando sobre sí todo el peso del segundo. Podían sentir el calor mutuo y todos los detalles, líneas y altibajos de sus moldeados cuerpos en la piel. Daniel empezó a moverse y sólo hacía esfuerzo con la cadera para subir y bajar mientras penetraba una y otra vez a su novio, una lluvia de acometidas que caían como las piedras desprendidas de la montaña durante un derrumbamiento. También le mordisqueaba de vez en cuando las orejas, olía su pelo o le lamía el rostro. Si alguien hubiese entrado en esa habitación de pronto, hubiera visto una gran capa roja sobre la cama con dos cabezas sobresaliendo por la parte superior, una de pelo negro sobre otra de cabellos rubios, y un bulto, el culo de Daniel, que aparecía y desaparecía bajo la tela con un ritmo constante y creciente. Álvaro se agarraba a las sábanas con fuerza mientras el furioso ímpetu de su amante le abría por dentro y le hacía gritar.
-Sí… Sí…-masculló entre dientes, soportando esos duros y excitantes embates.
-Siente el poder de Esparta-jadeó Daniel.
-Sí, mi espartano… Sigue así…
Daniel siguió embistiéndolo en esa posición hasta que Álvaro no pudo soportar más y pidió cambiar de posición. El espartano se hizo de rogar un poco, pero luego se retiró para dejar que su novio se reacomodase sobre su espalda y levantase las piernas para volver a exponer sus nalgas abiertas y enrojecidas. Luego Daniel le volvió a penetrar y las fuertes embestidas comenzaron de nuevo. Era como si el guerrero espartano, imponente desde la altura y con su gran musculatura, se estuviese ganando el premio de la reciente conquista violando a un conquistado.
-Qué gran espada tienes…-susurró Álvaro mientras su indefenso cuerpo se sacudía debido a las fuertes estocadas.
-Es la más grande de Esparta. ¿Te gusta?
-Sí, me encanta… Bésame, mi titán espartano…
Daniel agachó su tronco. Los pechos de ambos se unieron, sintiendo el latido del otro y el tacto punzante de sus pezones erectos por el éxtasis. Lo mismo hicieron sus bocas, que ahogaron cualquier gemido de placer que pudiese surgir de sus gargantas. La cama chirriaba una y otra vez, quejándose por el poderío que Daniel empleaba contra su novio, que parecía que iba a quedar empalado de un momento a otro. Y, cuando no pudo aguantar más la tensión, Daniel embistió una vez más con furia y un gran chorro de semen se derramó en el interior de Álvaro, acompañado de un largo gemido doble y coordinado que liberaron como dos lobos que aullaban a la luna.
-Con razón Esparta fue una nación fuerte…-musitó Álvaro mientras su boca luchaba por recuperar el aliento.
-No podía defraudarlos…-respondió Daniel en el mismo estado.
Permanecieron en esa misma posición, besándose y sobándose, hasta que sus cuerpos se relajaron. Aquella había sido tal vez la sesión de sexo más violenta que habían tenido jamás, y dudaban que ellos o la cama pudiesen soportar tal despliegue de violencia una vez más, al menos por esa noche.
-¿Quieres quedarte a dormir aquí esta noche?-pregunto Daniel, ya más relajado.
-Me encantaría… Pero no creo que pueda soportar la furia de Esparta una vez más.
-Hoy este espartano no te va a clavar su espada más… Sólo te va a proteger.
Álvaro sonrió, extático. El juego de los roles ya había acabado, pero todavía resultaba gracioso burlarse de ello.
-Y además-añadió-, hoy te invita a cenar.
Álvaro aceptó. Daniel se retiró y se marchó de la habitación en busca de su teléfono para pedir una pizza a domicilio. Ninguno de los dos se molestó en vestirse o en cambiarse. Los dos se habían visto desnudos tantas veces que el pudor entre ellos era inútil. Y, novios como eran sin nadie que les molestase, podían acariciarse y mirarse con plenitud de vez en cuando mientras jugaban algunos videojuegos a la espera de que llegase la cena. Luego resultó muy gracioso para ambos cuando abrieron al pizzero. El hombre quedó sumamente sorprendido cuando le abrió la puerta un tío musculoso y lampiño que sólo se cubría malamente con un gran pedazo de tela roja mientras otro, de una complexión algo más delgada, esperaba sentado en el sofá igualmente desnudo.
La pizza no fue una cena rápida, ya que comérsela también se convirtió un juego erótico, con los ingredientes y la masa resbalando por diversas zonas de sus pieles que la lengua y los dientes debían capturar y relamer: un trozo de pepperoni en el ombligo, pezones recubiertos de salsa de tomate, restos de queso fundido endurecido por los testículos, algún trozo de champiñón por el pecho, una rodaja entera en el muslo que habría que comer sin tocar con las manos… Y cuando la pizza se acabó, Álvaro quiso saborear de postre el duro miembro de Daniel recubierto de nata y virutas de chocolate.
Y cuando el sueño les invadió, la cama de Daniel tuvo que soportar durante toda la noche el peso de esos dos cuerpos lampiños y fornidos que dormitaron pegados y abrazados, pecho con espalda en una bonita cucharita.