Carnaval de placer en Venecia

Meti un dedo en la copa con una sonrisa traviesa y puse un par de gotas sobre mi escote, resbalando por mis senos hacia el encaje de mi vestido.

Febrero en Venecia, época de carnavales, en una suite del hotel Danielli, iba vestida con un precioso vestido blanco de época que contrastaba con mi piel morena, con un corpiño que hacia emerger mis senos, resaltando su voluptuosidad y su tersura, medias blancas con liguero, y un tanguita también blanco con encaje, ya que desconocía por completo qué clase de braguitas llevarían las damas venecianas en el siglo XVIII.

Mi marido en la cama, bajo las sábanas …. con una tremenda cogorza!!

  • Perdona, cariño, no me encuentro muy bien

  • No, si ya lo veo

  • Es que me ha debido sentar mal algo de la cena

  • Si, la botella y media que te has bebido. Es que no es la primera vez que te pasa, me siento.. me siento estúpida por creer que íbamos a pasar un fin de semana especial, y me siento… me siento ridícula con este traje!!

  • Bueno, oye, que no te quiero estropear tu carnaval , bájate a dar una vuelta a la puta fiesta del hotel y déjame en paz!

Será… imbécil. Claro que me bajo. En cualquier sitio mejor que aquí.

Cerré de un portazo, me puse mi antifaz (lo último que me apetecía era que alguien me reconociera al día siguiente como la pobre tonta abandonada) y me solté el pelo, mi melena larga y morena cayó sobre mi espalda.

Cuando llegué a la fiesta me dieron ganas de llorar, era todo tan bonito y tan mágico, la música, los colores, la gente bailando, las máscaras… que no pude hacer otra cosa más que pedir una copa de vino.. y al cabo de un rato otra, y luego otra más.

Cuando había pasado media hora decidí marcharme y fue entonces cuando oí:

  • Madame, me permite este baile?

Allí estaba, mirándome tras su antifaz negro, solo podía ver su mandíbula cuadrada y su sonrisa amable y pícara.

Quizás fue el vino, su sonrisa o la magia de la noche, pero no lo dudé un momento, y salí con él al salón de baile.

Quise presentarme, explicarle por que estaba alli sola, pero me detuvo con un dedo en mis labios diciendo:

  • La máscara representa la única posibilidad para que todos seamos considerados iguales, resguardados en el anonimato, nos permite dar rienda suelta a nuestra imaginación y a nuestras pasiones y nada nos excita mas que una casta dama desprovista de toda inhibición.

Girábamos por todo el salón, confundidos entre las telas de colores y las bellas figuras, mi copa de vino a medias en una mano, con la otra sujetandome a su cuello, sus manos en mi cintura, atrayéndome cada vez mas hacia él.

  • Tenga cuidado madame, o derramara el vino sobre ese bello traje blanco.

Entonces me paré en seco, era un traje alquilado en el hotel, seguro que costaría una fortuna si lo echaba a perder. Pero el vino embriagador hizo que ese momento de cordura no fuera mas que un instante.

Acto seguido metí un dedo en la copa con una sonrisa traviesa y puse un par de gotas sobre mi escote, resbalando por mis senos hacia el encaje de mi vestido.

Inclinó su cabeza y lamió mis pechos, de forma lenta y húmeda.

  • No puedo permitir que se arruine tan bella prenda.

Todo empezó a darme vueltas, su mirada tras el antifaz, la música, sus labios.. Pensé en mi marido, no podía hacerle esto, pero… hacia tanto tiempo que no me sentía atractiva, deseada y .. tan excitada.

Bebi un sorbo de vino, lo mantuve en mi boca y entonces él me beso, aspirando el aroma, me besó suavemente al principio, su lengua buscando la mía, para desembocar en un beso húmedo, largo y apasionado.

  • Madame, me haría el honor de acompañarme a mis aposentos?

Ay, ay, ay, esto se esta saliendo de madre, una cosa es coquetear y otra subir a su habitación. Esos eran mis pensamientos mientras me llevaba escaleras arriba, cogida de su mano, sin voluntad para oponerme a nada.

Entramos en su habitación, no era una suite, sino una habitación estándar (la mascara representa la única posibilidad para que todos seamos considerados iguales, recordé).

Nos quitamos el antifaz, pero permanecimos a oscuras, iluminados tan solo por la luz de la luna llena que entraba por el balcón.

Pensaba en mi marido, durmiendo, seguramente roncando, hacia tanto tiempo que no me tocaba, ni con pasión ni con dulzura, simplemente no me acariciaba, nuestras relaciones eran tan rutinarias y faltas de emoción que fácilmente podía hacer un inventario completo de la compra que haría en el supermercado.

Me tendíó sobre la cama, levantó mi falda y sin quitarme las medias que se ajustaban al muslo, me quito mi tanguita y empezó a lamer mi sexo (oh, esto si que no lo recordaba, cuando dejo de hacerlo mi marido? Y… porque??!! ). Su lengua diestra avanzaba por mi sexo cada vez mas húmedo, cada vez mas excitado, sus movimientos rítmicos me volvían loca, me agarre al cabecero de la cama y gemí, no pares!! Pero paró, dejándome sorprendida y a punto de correrme.

No pude resistir, me avalance sobre él y le arranque la camisa (oh oh, su precioso traje seguramente alquilado al hotel, aunque no parece que le importe mucho). Le lamí todo el cuerpo, su cuerpo grande y fuerte, descendí por su pecho y su vientre y desabroché su pantalón hasta encontrar su verga dura, que lamí y saboree, mientras él gemía de placer.

  • Ahora madame, voy a tener que follarla como nunca lo han hecho.

Se puso sobre mí, me dio la vuelta, y dejo al descubierto mi hermoso y redondo culo. Me penetró por la vía ordinaria, y la extraordinaria, mientras sujetaba mis tetas y yo empapaba el edredón con mis fluidos, hasta que estallamos en un orgasmo que nos dejó paralizados y sin aliento.

  • Madame, ha sido un verdadero placer. Espero que me vuelva a conceder un baile mañana a media noche.