Carmiña

Un hombre de 62 años recoge a una jovencita que está haciendo autoestop en una carretera secundaria y se hacen un favor.

Ayer noche iba conduciendo mi viejo Renault por una carretera de tierra. Vi a una jovencita minifaldera que caminaba por el lado de la carretera. Estaba haciendo autoestop. Paré a su lado. Bajé la ventanilla y le pregunté:

-¿Adonde vas?

La jovencita me miró y me sonrió. Vi que era Carmiña, la hija de Gerónimo, un vecino con el que me llevo a matar. Carmiña, me respondió:

-A casa, señor Enrique, pero si me lleva y lo ve mi padre le pega dos tiros.

-Sube. Te dejaré en la entrada de la aldea.

Carmiña subió al coche. Al sentarse se le subió la minifalda y casi se le veían las bragas. No le quería mirar para las piernas, no fuera que se despertase mi Pepito. Mis ojos, sin querer, se posaron en sus enormes tetas. La camiseta blanca que llevaba puesta le quedaba tan apretada que sus grandes pezones se marcaban en ella. Mi Pepito dejó de tomar la siesta.

Metí la primera. Carmiña vio el bulto en mi pantalón. Puso su mano izquierda en mi entrepierna, y me dijo:

-Métase por algún camino de carro.

-¿Estás segura?

-Tan segura como que mi novio me acaba de dejar tirada y a medio follar.

Cogí el primer camino de carro que encontré. Detuve el coche entre unos pinos. Carmiña, la mocita, delgadita,  rubia de ojos azules que todos los mozos de la aldea deseaban, me abrió la cremallera del pantalón, sacó mi polla, y al verla, larga y gorda, me dijo:

-¡Esta si que es una polla y no la miseria que tiene mi novio!

Me la meneó y me la chupó con lujuria. Muchas debían de ser las ganas que tenía porque enseguida se quitó las bragas. Yó recliné los asientos. Me arrodillé delante de ella y metí la cabeza entre sus piernas. Carmiña, me dijo:

-No debía comérmela, señor Enrique. Está de ese cantamañanas.

Me importó una mierda de quien estaba. Vi sus muslos y parte de su rubio vello púbico mojados con el jugo que saliera de su chochito y me puse como una moto. Le comí el chochito y se lo comí bien comido, pues si estaba empapado antes de comérselo, después de comérselo estaba chorreando. Al acabar de comérselo, Carmiña, quitó la camiseta. ¡Qué tetazas tenía! ¡Qué grandes y rosadas areolas! ¡Qué enomes y puntiagudos pezones! Se las chupé y lamí largo y tendido. Al acabar de comérselas me empezó a hacer una cubana, y me dijo:

-No se me corra.

-Si le hiciste esto al cantamañanas no me extraña que se corriera antes que tú.

-¡¿Ya se va a correr?!

-Tranquila. Sé esperar.

No se debió fiar, ya que subió encima de mí y me empezó a follar duro, a lo bestia. Su culo se movía hacia delante y hacia atrás a la velocidad del rayo. Mi polla chapoteaba en sus jugos cada vez que llegaba al fondo. De repente paró de mover su culo, y me dijo:

-¿Quiere ver como se corre una leona?

-Quiero.

Me volvió a follar como si estuviese poseída. Ni un minuto tardó en correrse. Chorros de jugo salieron de su chochitio y mojaron mis huevos y mi culo. Al sentirlos me corrí dentro de ella. Carmiña, cuando el placer llegó a su gradó máximo, se desplomó sobre mí. Se diría que estaba muerta, si no fuese por sus jadeos y sus convulsiones. Tuvo una corrida larga, muy larga, tan larga que casi me vuelvo a correr otra vez dentro de ella. Después de desahogarse, me besó, sin lengua, y me dijo:

-Lo necesitaba

-¿Lo necesitarás algún día más?

-Puede apostar a que sí, señor Enrique, puede apostar a que sí.

FIN