Carmen, menudo curso (y 5)

El curso llega a su fin, y como si de una maldición se tratara, también concluye el romance vivido junto a Carmen.

Gracias a Carmen ya no era el mismo chico de antes. Además de haberme despertado al placer en compañía, y de haberme dotado de la seguridad que antes no tenía, había obrado otro gran milagro en mí. Que mis resultados académicos fueran inmejorables y que con el devenir de los meses y las evaluaciones me encontrara ya dispuesto a preparar los exámenes de selectividad.

En casa, mis padres no cabían en sí de gozo. Ahora quedaba lo más duro, y en la próxima semana, libre ya del instituto me iba a preparar a conciencia. No me costó demasiado convencer a mi madre de que, por una vez, pudiera saltarme las clases particulares con Carmen. Aunque tenía planeado pasar igualmente la tarde con ella.

De esta manera conseguí cambiar de escenario y abandonar nuestra gloriosa rutina e invitarla a tomar un café. Debíamos tratar algunos asuntos que me tenían algo turbado. Y es que ya no estaba tan satisfecho como antes con lo que teníamos. Evidentemente era muy dichoso por poder gozar de su maravilloso cuerpo, pero también deseaba disfrutar de su mera compañía y de las charlas que tiempo atrás, cuando apenas éramos unos desconocidos manteníamos casi en clandestinidad.

  • Te agradezco todo lo que estás haciendo por mí.
  • Bueno, tu estás cumpliendo muy bien con tus tareas… - me dijo chupándose lascivamente un dedo
  • No, en serio. No hablo sólo de esto. He estado pensando en el futuro. Ahora que he conseguido enderezar mis notas gracias a ti, me he planteado algunas cosas importantes.
  • ¿Como cuales?
  • Pues que ya no soy un crío. Aunque nunca me vi como tal, me estaba comportando de esa manera. No me importaba nada más que mi imagen, ser un gallito, salir por ahí...
  • Y salir con chicas… - concluyó, mientras divertida, jugaba con su coletero.
  • Sabes que eso no es verdad. Que no me atrevía. Mira, sé que no me tomaba nada en serio, ni los estudios, y por lo que veo ahora tampoco a mi mismo. Y ahora quiero ser el hombre que pretendía ser. Carmen, quiero darle un propósito a todo esto. Ahora tengo las notas, pero no sé lo que voy a hacer con ellas, fíjate que en una semana llegará la selectividad y aun no sé qué quiero ser en la vida. Nunca antes me lo había planteado, y si estaba en el instituto era porque me habían apuntado mis padres. Debo decidir lo que quiero para mí de ahora en adelante.
  • Bueno, esa es una decisión que debes tomar por ti mismo. Yo no sé que decirte
  • Carmen, eso lo sé. Pero ha sido estando contigo que ha empezado esta inquietud. Y quiero vivirlo todas las horas del día contigo, no sólo cuando nos encontramos en mi casa lejos de los focos. No quiero esconder lo que siento por ti nunca más.
  • Lo siento, tengo que irme – fue su respuesta, recogiendo su chaqueta y abandonando la cafetería.

Perplejo no entendí lo que acababa de suceder. Yo había abierto mi pecho de par en par mostrándole mi corazón y ella lo había ignorado cruelmente, como si no significara nada para ella. Suturé mis heridas instantáneamente y salí en su búsqueda. La alcancé en la calle de enfrente adentrándose en el parque. Cuando llegué a su altura, la sujeté por los hombros y noté que estaba llorando desconsolada.

  • ¿Qué es lo que te pasa? – Le grité con una mezcla de rabia e impotencia
  • No puedo…- decía entre sollozos. No puedo corresponderte. Ahora no. Lo siento, no puedo
  • No te voy a dejar ir sin que me des una explicación. He sido sincero contigo y creo que al menos me merezco eso.

Nos sentamos en un banco y Carmen me contó lo que la estaba atormentando. Aunque no se lo habían dicho directamente, sabía que sus padres iban a divorciarse. Su padre, el brillante ingeniero ausente que había llevado a su mujer e hija por todo el país, había decidido al fin establecerse en una ciudad, aunque fuera con una compañera de trabajo de la que llevaba meses siendo su amante.

  • Y lo peor es que creo que mi madre se va a ir al pueblo de sus padres y me va a llevar con ella.
  • Pero si tu no quieres, no tienes por que ir
  • ¿Y me quedo aquí con el traidor de mi padre? ¿Compartiendo techo con él y su putita? Eso jamás. Y ahora tú lo complicas más todavía.
  • No sabía que amar a alguien fuera complicarle las cosas. ¿Acaso no imaginabas lo que yo sentía por ti? ¿O es que auto-engañarte de esa manera te vale para marcharte sin decirme nada y tener la conciencia tranquila? No, Carmen, no te lo voy a poner tan fácil. ¿Tú me quieres, o sólo he sido tu experimento sociológico?

Aquí había apostado el todo por el todo. Al menos me iba a ir a mi casa con la extraña satisfacción de saber eso.

  • Te quiero desde el primer día que llegué a tu clase. Te estuve esperando mucho tiempo deseando que te fijaras en mí como mujer. Y aunque lo ansiara yo nunca pretendí que fueras a quererme. Sé que te has armado de valor para empezar a hablarme de amor sin haber sábanas de por medio, pero no has sido muy oportuno eligiendo el momento.

Nos abrazamos en silencio durante varios minutos. Esto era un adiós en toda regla, pero al menos no había insultos ni reproches de por medio. Solamente la fatalidad que se había cebado en nuestro hasta aquel momento casi inconfeso amor. Sequé sus lágrimas con mis besos hasta serenarla. La acompañé al otro lado del parque y dejé que se fuera a su casa. Y me quedé ahí, viendo como se borraba al cruzar la esquina, momento en el que ya no pude más y el lloro que había intentado contener finalmente inundaba mis ojos y mejillas.

Al llegar a casa, con la derrota marcada en mi semblante, apenas pude disimular y pasar por delante de la inquisitoria mirada de mi madre. No tenía fuerza para ocultarlo, aunque por supuesto jamás le contaría exactamente lo que me pasaba. Sólo pude atajarlo todo avisando a mi madre que no habría más clases particulares.

  • ¿Qué ha pasado hijo mío?
  • Carmen quiere preparar mejor la selectividad y no va a tener tiempo para mí. Tendré que arreglármelas solo, aunque no sé si voy a poder - le mentí tan bien como pude.
  • Eso son tonterías. Sé que vas a conseguirlo. No estés triste por eso mi vida… Además sé que eso no es todo. Sé que esa chica te gusta. – Hay pocas cosas que se le escapen a una madre, aunque por fortuna no llegaba a sospechar todo lo que había acontecido entre las paredes de nuestra casa las tardes que nos dejaba a solas…- En estos meses nos has demostrado que eres un luchador, y ahora tienes que seguir luchando. No puedes rendirte ahora, no asumas la derrota y lucha, hijo mío.

Sin decirme nada más se fue de la habitación y me dejó pensativo. No sé si en ese momento, y con ese discurso, mi madre me proponía seguir con mis estudios o si también me animaba a no darme por vencido con Carmen. Aunque eso no iba a ser una tarea fácil. En la próxima semana, ya sin clases, no nos iba a ser posible vernos. Tendría que esperar a los exámenes. Y como no tenía nada mejor que hacer, y no quería pensar en lo sucedido me sumergí de lleno en los libros y se convirtieron en mi balsa salvavidas.

Llegaron los exámenes, para muchos la hora de la verdad, para mi, el momento de intentar hablar con quien desesperadamente se había hecho con mi alma entera. Pero no tuve suerte. El tiempo justo para entrar en una fría aula universitaria y colocarme un papel delante. Y ninguna posibilidad de contactar, ya que siempre terminaba antes que yo para desaparecer hasta la siguiente prueba. Hasta estuve tentado de dejar Historia del Arte a medias para poder cruzar unas palabras.

Sabía que llamar a su casa no valdría de nada y que además estaría poniéndola en un aprieto frente a su estricta y sobreprotectora madre. Habría que esperar una vez más, ahora, a que llegaran las notas.

El día indicado cuando llegué al instituto, ya era mucha la gente que por ahí se arremolinaba. Explosiones de alegría y vítores mezcladas con caras de auténtico drama. No sabía a qué atenerme y empezaba a sentirme algo intranquilo, sobretodo cuando sopesé la posibilidad que Carmen ya hubiera visto sus notas y se hubiera esfumado. Cuando llegué al panel donde estaban colgadas las calificaciones finales, empecé a escrutarlo con detenimiento, bajando milímetro a milímetro con más nervios que en el anterior. En ese folio se escondía el cielo o el infierno. Finalmente llegué a mi apellido y antes de poder decir nada, un ahogado grito de alegría que muy bien conocía sonó a mi espalda. Carmen verbalizó mucho antes que yo el júbilo por mis notas. Así que sin más rodeos, giré mi tronco y abrazándola con ganas la así bajo los brazos y elevándola del suelo le planté en medio de todo el alumnado el mayor y más apasionado beso de la historia. Había aprobado con muy buena nota y tenía al amor de mi vida conmigo para celebrarlo. ¿Se podía ser más feliz?

Ella interrumpió el mágico momento separándose con sigilo al cabo de unos eternos segundos. No sé si me quería tomar aire o me estaba reprendiendo por mi indiscreción.

  • ¿Ahora te va a dar vergüenza? Yo no tengo ninguna. Me da igual lo que piensen los demás. ¡Me da igual! – repetí gritando – ¡Te quiero!

Me correspondió con un piquito y tirando de mi mano me dijo:

  • A mi ellos tampoco me importan. Vente conmigo a mi casa. La tenemos toda para nosotros.
  • Pero ¿Y tus padres?
  • No van a estar. Y no me hables más de ellos. Tómatelo como nuestra última tarde en la tierra.

Fue oír esas palabras y desvanecerse el mundo a nuestro alrededor. No había profesores, compañeros, amigos. Ni siquiera percibía el sonido del tráfico o el ruido de la ciudad. No había nada, sólo una luz brillante que lo invadía todo. Lo único que soy capaz de recordar es nuestra risa mientras andábamos, o más bien galopábamos, abrazados por la cintura.

Finalmente cruzamos el umbral de su casa. Por un momento quedé paralizado, mientras ella daba un par de pasos adelante y se soltaba de mi mano. Como si el hechizo que nos había llevado hasta ahí hubiera terminado, de repente todo se agolpaba en mi cabeza y comprendía su significado. Que había llegado el fin. A partir de ese momento se celebraba la luctuosa ceremonia con la que rubricaríamos el desenlace del idilio. Pero supe, con todo lo que representaba la situación, que si había una ocasión en la vida para hacerse el valiente, debía ser esa. Toda la enorme bola de pesar que en mí sentía, no debía compartirla con ella, seguramente, mucho más víctima que yo de las circunstancias.

Como comprendiendo lo que pasaba, me acarició la mejilla y el mentón con el dorso de sus fría mano. Le correspondí con una sonrisa y la besé con suma delicadeza. No había ninguna prisa. Intentó atraerme hacia el horrendo tresillo de la salita, pero la frené.

  • Carmen, quiero ver tu habitación, y hacer el amor en tu cama.

Había recordado que en la visita a su casa, meses atrás, su madre me había vetado la entrada, por el momento inofensiva, a esa estancia. Era mi particular "vendetta" contra su madre. Carmen lo comprendió al instante y decidió que además, dejaría su puerta abierta.

Nos abrazamos por la cintura y como si bailáramos una canción lenta empezamos a girar muy despacio. Me soltó para desabrocharse la camisa, tratando de no quitar los ojos de mí en ningún momento. Volvió a agarrarme de la cintura para tirar de mi camiseta hacia arriba. Una vez se deshizo de ella, se asió a mi nuca y me besó. Era como si nos aterrorizara que, en el momento en que no mantuviéramos contacto físico, fuéramos a desvanecernos. Y mientras, seguíamos bailando al compás de nuestros anhelos. Aproveché que volvía a estar anclado para deslizar mis manos cadenciosamente hacia el broche de su sujetador. Una vez libre, se sacudió para desprenderse de él, quedando colgado de sus brazos. Cuando los bajó hacia mi pantalón, toparon con mi abdomen. Fue como una señal para que nos libráramos ya de la ropa que nos quedaba.

Nos sentamos en su vetusta cama, con un ruido considerable de muelles. El colchón era muy duro pero nada de eso importaba, ni su estrechez, ya que pronto tendría que cobijar el tamaño de un solo ser.

Nos tendimos uno junto al otro, mirándonos cara a cara, tratando de fotografiar todos los momentos que nos quedaban antes de la separación. Y nos besamos sin cerrar por ello los ojos. Nuestra respiración era cada vez más pesada y se aceleró cuando como el vuelo de un ave rapaz, una de sus vigorosas piernas anidó sobre las mías y empezó a frotarse. Con una presión de sus manos contra mi pecho hizo que mi espalda tomara contacto con el colchón para quedar totalmente encaramada sobre mí. Su abrazo era impetuosamente enérgico, quería soldarse a mí, y que no quedara espacio para que nadie pudiera interponerse. Sin soltar la presa, se montó a horcajadas y contemplando la escena desde las alturas, alzó su tronco para hendirse mi sexo en lo más profundo de su feminidad. Tras tan intensa maniobra, nuestras pelvis iniciaron una armonía de movimientos muy sutiles. Todo con sumo sosiego, ya que no queríamos romper ese delicado equilibrio en el que nos manteníamos, que casi podíamos sentir el pasar de la aguja que marca los segundos. Quizás creíamos que la eternidad iba a llegar mientras nos amábamos.

Con mis manos dibujaba circulitos en el nacimiento de sus nalgas hasta que me atreví a aferrarme en su cintura para hincarme al límite de la física, tirando de ella con fuerza. Las mejillas de Carmen empezaron a sonrosarse a la vez que me dedicó el primer ronroneo de la velada. Alzó los brazos para acariciarse ese cuello larguísimo y jugar con su oscura cabellera, enmarañándosela. Después siguió elevándolos y enroscándolos como dos serpientes al tiempo que se sacudía. Pronto arqueó la espalda hacia atrás, momento en el que aproveché para incorporarme y atenazándome en ella empecé a besar sus senos. Blancos como el azúcar y mucho más dulces. Mi dulce ninfa estaba a punto de caramelo y me lo anunciaba a base de gemidos cada vez más vibrantes. Había más sonidos en esa habitación, como los quejidos de los muelles del somier, el chapoteo de nuestras pelvis completamente anegadas, o mi respiración agitada tratando de evitar a toda costa mi llegada al orgasmo. Al contrario que ella, que entre temblores se vino al fin, quedándose en su cara esa divertida mueca gatuna que tanto me enamora. Había conseguido mi primer objetivo, momento en el que recordé que con todo, no llevaba puesta ninguna protección.

  • ¿En que piensa mi hombrecito?
  • Pus pienso, tontita, que me apetece un baile. – disimulando - Pongamos algo de música.

Dejé la primera emisora musical que encontré y aproveché el trayecto para rebuscar entre los bolsillos de mis pantalones hasta encontrar un preservativo. Fue una nota de sensatez poco propia de mí, pese a que por un efímero segundo sopesé la posibilidad de dejarme ir y afrontar la responsabilidad de una posible paternidad. Por suerte, la cordura se impuso al momento de encontrar el sobrecito de marras.

La interrupción me sirvió de refresco para seguir en acción el máximo tiempo posible. Así que volví a su cama, a sus brazos, buscando ese consuelo que nos resistíamos a reconocer para no romper la magia. Reanudamos la sesión con una serie de minúsculos besos, que ella fue volviendo en apresurados. Me separé con determinación, recibiendo una queja y un intento de volver a pegar sus labios a los míos, que impedí sujetándola por las muñecas. La miraba fijamente, tomando otro recuerdo. Cuando volvió a acostarse algo más calmada y dejando que tomara las riendas, proseguí con lametones en cuello y barbilla, algo que la encendía más. Cogí la senda que llevaba a sus pechos, bordeé sus contornos con suaves cosquillas simultáneas de nariz y lengua, empujando sus pezones como un gato con un hobillo de lana. Pero la meta se encontraba algo más al sur y quería llegar antes de la puesta del sol. No necesité de invitación ninguna, uno siempre puede volver a lo que es su legítimo hogar sin necesidad de más ceremonias.

Con los codos hincados en el colchón, y entre los níveos y firmes muslos de Carmen, tentado estuve de bendecir los alimentos que iba a paladear, pero no había necesidad de ser irreverente, aunque no hubiera estado fuera de lugar una pequeña venganza contra el dios o el hado que había dictado sentencia de muerte a nuestro amor. Una sentencia que se ejecutaría en poco más de un puñado de días. Tras una inspiración prolongada, para retener todas las fragancias que pudiera memorizar, acometí con dedicación. Su pubis palpitaba, y sus labios exudaban ese líquido preciado, dulce y picante a partes iguales que, usando la lengua a modo de rampa, degusté devotamente. Usando las yemas, rozaba sus muslos, acercándome a su entrepierna, entreteniéndome en los pliegues de sus labios, y empapándolos le dediqué con mucho esmero mi mejor labor en su clítoris. Quería tenerla a cien para cuando me decidiera a tomarla por última vez. Le hundí el anular y el corazón en su vagina ardiente y presionando hacia arriba encontré un pequeño bultito, ella se sobresaltó. Había dado con su punto G, según averigüé años más tarde. Animado por su reacción salvaje, seguí presionando alternativamente la zona mientras arremetía con los dedos frenéticamente. Ella estaba perdiendo el control a la vez que mojaba a chorros la sábana. Un espectáculo digno de verse. Dejé que retomara la conciencia mientras sonreía autosatisfecho por estarle regalando su mejor experiencia sexual de por vida. Seguro que con este tratamiento jamás me olvidaría por años y amantes que tuviera. Aproveché estos momentos para enfundarme por fin la gomita, aunque aun no me aventuraba a tomarla, seguramente estaría algo dolorida.

  • Me estás dejando para el arrastre - me confirmó - no me voy a poder poner unas bragas en una semana
  • Pues tampoco creo yo que en este estado me pueda abrochar los pantalones.
  • Bueno, siempre puedes llevarte lo que nunca nadie ha tomado

Había quedado claro desde el principio que Carmen era mucho más experimentada que yo, aunque nunca habíamos hablado de los otros con los que había estado ni de lo que hubiera hecho con ellos. Pero esa frase suya, era del todo inesperada. ¿Me estaba pidiendo que la tomara por atrás? Aturullado por esa petición no supe qué responder.

  • Será un honor que tu seas el primero y el único. Nunca nadie más lo catará.

Cielos, el magnífico culo de Carmen siempre me había encantado, pero ni en un millón de años hubiera pensado que podría profanarlo. Se dispuso a cuatro patas y hundiendo la cara en el colchón se ofreció para mí. Me acerqué con sigilo pensando en cómo maniobrar, ya que no quería hacerle daño. Con mucho cuidado recogí algunos restos de su flujo y los fui depositando sobre su cerrado esfínter. Después de varias repeticiones y de un quejido por su parte al tocar su enrojecida vulva, vi que ya era el momento. Gentilmente introduje un dedo, metiéndolo lentamente, falange a falange y vigilando su respiración por si mostraba algún signo de dolor. Ella cerraba fuertemente los ojos, pero no se quejaba. Cuando noté que ya lo alojaba sin rubor, repetí la operación, esta vez con dos dedos.

  • No lo demores más, vamos, tómame
  • Pero no te quiero lastimar.
  • Em moro de ganes, fica’m ja el teu samaler – esto no lo he querido traducir. Pero es que es la frase más sucia que alguien me haya dicho jamás en la cama. Por si no lo saben, la acción sucede en Barcelona.

Dirigí mi estilete envainado en látex a su entrada y tomando aire, la sujeté por las caderas. El culo de Carmen se me ofrecía jugoso, con sus nalgas opulentas en su justa medida, fuertes y duras, como corresponde a una recién llegada a la adultez. Su canal se mostraba abierto, y me llamaba como una sirena al ritmo de sus palpitaciones. Apuntalé la cabeza y de una estocada la enterré en su estrecho canal, pero de ahí no pasaba. Retroceder no podía, ya que mi glande quedaba frenado, pero tampoco avanzar, porque me estrangulaba con su resistencia a la intrusión. Carmen resoplaba, y yo traté de tranquilizarla acariciando su grupa, pintando mi nombre con mis dedos sobre su espina dorsal, debía conseguir que se relajara o no habría nada que hacer.

Finalmente, con mimos conseguí que aflojara su presa y pude proseguir la tarea encomendada. Muy calmadamente fui entrando, milímetro a milímetro en una escalada no falta de cierta oposición. Ya casi estaba toda dentro cuando de improviso se echó hacia atrás, sintiendo de repente la piel de sus nalgas en mi vientre. Ella por su parte emitió un ronco quejido, irguiéndose de repente. Se sentía empalada por completo y con dificultades para recuperar el habla. Poco a poco fue recobrando la compostura y buscándome nos besamos, nos mordimos la boca como si fuéramos un par de animales. Se apoyó con las manos en la cama y fue ella la que empezó el cadencioso vaivén. El sudor resplandecía en su espalda y veía como un mechón de su pelo se mecía al ritmo de su aliento. Sus quejas fueron volviéndose gemidos de gozo y empecé a llevar el ritmo. Estaba completamente dilatada, por lo que mis progresos eran ya sin esfuerzo. De nuevo sus caderas eran mi punto de apoyo para convertirme en un ariete que arremetía una y otra vez sobre su cuerpo de diosa. Cuando nos venimos, nuestras bocas volvieron a soldarse, apurándonos en cada inhalación.

Recostado en la cama y con la cabeza de Carmen sobre mi pecho, llegó el momento de las palabras. Aunque me costaba horrores encontrar las correctas para esa situación. No quería hurgar en la herida, pero tampoco quería quedarme resignado ni darle la impresión que aquello no me importara o que no me doliera tanto como a ella. Pero carmen se encargó de destapar esa caja de lacerantes sentimientos.

  • Te voy a echar tanto de menos

Una lágrima empezó a deslizarse por mi mejilla. Por suerte, el tenerla de lado sobre mi pecho no le permitía ver mi rostro apenado.

  • No quiero echarte de menos. Me gustaría que te quedaras conmigo.
  • Yo también. Te quiero, y te agradezco que me lo hayas puesto tan fácil estos días – Y de repente alzó su cabeza para mirarme a los ojos que encontró humedecidos.
  • Te aseguro que no es nada fácil fingir que nada de esto está pasando, pero lo entiendo. – Se inclinó sobre mi cara y secó mis párpados con sus besos
  • Quiero que te lleves un regalo para que no me olvides.
  • Eso nunca lo vuelvas a decir.

Mientras buscaba algo en su mesita de noche, el silencio volvió a cernirse en la habitación. Aún así no nos dimos cuenta de la cerradura de la entrada abriéndose ni de los goznes de la puerta al abrirse. Tan en nuestro mundo estábamos que no nos dimos cuenta de que su madre había entrado a escena hasta que, desde la puerta de la habitación, una furibunda voz gritó:

  • ¡Maldito crío del diablo! ¿Qué has hecho con mi niña?
  • Yo, eh
  • ¡Fuera de aquí, mal nacido! ¡En mi propia casa!
  • De aquí si alguien se tiene que ir eres tu, madre – replicó Carmen al momento.
  • Y tu… ¿Pero como te atreves? ¿Así es como te hemos educado? ¿Para que te dejes mancillar por un canalla cualquiera?
  • El amor no es pecado, pero que sabrás tu del amor. Y ya es para reírse que me hables de educación… ¿Tanto esfuerzo estudiando para qué? ¿Para pudrirme ahora en un pueblo? – Su madre no esperaba esa respuesta – Lo sé todo y no has tenido ni la dignidad de decírmelo.
  • Pero es por tu bien
  • ¿Por mi bien, o por el tuyo? Dime que todas las veces que nos hemos mudado han sido por mi bien, atrévete – le retó - ¿Todo de lo que me habéis privado, de las vejaciones y las pérdidas que he sufrido de qué ha servido, de qué te ha servido a ti, madre?

En ese momento, esa mujer de hierro rompió en lágrimas derrumbándose sobre la cama. Carmen la abrazó y con un gesto me indicó que me vistiera. No me faltó el tiempo para abandonar la casa. Ese drama ya no era de mi incumbencia y debía respetarlo. Desde la puerta le lancé una última mirada, una despedida y una promesa entre susurros: "Carmen, hasta siempre, mi amor"

Me resistí a dormir, esperando que Carmen apareciera para decirme que todo se había solucionado, que éramos libres para seguir viviendo nuestro amor, pero al llegar los primeros rayos de sol, el sueño me venció. Cuando me desperté eran casi las tres de la tarde. Mi madre me levantaba para comer, y si no fuera porque el estómago me rugía, no hubiera probado bocado. Cuando estaba por terminar el postre, desde la cocina me dijo mi madre:

  • Nene, esta mañana alguien ha dejado un sobre y un paquete para ti en la puerta.
  • ¿Por qué no me lo has dado antes? – aunque no la dejé responder, ya que se lo arranqué de las manos mientras corría a mi habitación.

Cerré la puerta tras de mí, sentándome apoyado en ella. Tomé aire un segundo y rasgué el papel del sobre:

Amado mío,

No puedo ni quiero quedarme aquí a vivir con mi padre, tampoco sé si me querría con él. Y no puedo vivir sola, sin trabajo, ni voy a permitir que arruines en lo que te has convertido para que juegues a ser mi salvador. – De nuevo había previsto mis intenciones - Mi madre me lleva con ella al pueblo, así lo hemos acordado, pero contigo se queda mi corazón. Cuando leas la carta, ya me habré marchado, lo he precipitado para ahorrarnos más escenas, no puedo verte llorar más. Sé que esto no va a durar siempre, y que tan pronto como sea sensato conseguiré liberarme. Pero yo no te pido nada. Sólo que cuando pienses en mí lo hagas con cariño, al menos la mitad del amor que yo sentiré por ti.

PD: Oí lo que dijiste cuando te marchabas. Para siempre, tuya.

Carmen

No había ningún remitente, ni seña alguna para poder contactar con ella. Junto a la carta había un pequeño paquete. Era el regalo que me quería entregar pero que no pudo por la interrupción de su madre.

Pasó el verano sin tener noticias de Carmen. Durante esos meses estuve trabajando en un chiringuito de la playa propiedad de unos amigos de mis padres. Así me gané unos ahorros para mis gastos. No me faltaron oportunidades con algunas chicas que se me insinuaban, pero de buenas maneras las terminaba rechazando a todas. No estaba de humor para ningún escarceo romántico ni tampoco erótico-festivo. Mis amigos me decían que a ver si me había vuelto "de la otra acera", pero como les terminaba facilitando el acceso a mis "descartes", me dejaban tranquilo.

Pasó el tiempo y fui recuperando el buen humor y no perdí la buena costumbre de trabajar duro. En casa no paraban de felicitarme por lo bien que me iba en la facultad de periodismo. Sólo mi madre me reprochaba una cosa, y es que no entendía porqué me había dejado el pelo largo y lo recogía con un coletero de chica con una cara de gato nacarada.


Nota del autor: Siento haberme demorado tanto en publicar este capítulo, pero no me ha resultado nada fácil. Recordar los buenos momentos con Carmen ha sido pan comido, pero el final era algo que sabía se me atragantaría, como así ha pasado, espero les haya gustado y no duden en colgar sus comentarios.