Carmela Vicio y morbo de una perversa diosa negra

Cuanto más bella se es, más zorra se puede ser. Cuanto mejor se porten contigo, más se puede disfrutar humillando a quien lo hace. Carmela es una soberbia hembra negraque para la cual el morbo y elvicio es un componente de su angre ta inseparable de ella como los leucocitos.

Llega un momento en la vida en que piensas que ha llegado el de hacer un alto momentáneo en el camino para recapitular lo que esta ha sido hasta ahora. Uno en que haces recuento de aventuras y desventuras y se te ocurre que deberías escribir tu biografía para compartirla con seres afines.

Soy una zorra. Siempre lo he sido y no tengo problema con ello. Es más, me enorgullezco de serlo. No por enarbolar con ello la bandera de las hembras transgresoras, ya que, sinceramente, nunca me ha preocupado lo más mínimo serlo o no serlo. Me importa un cuerno la liberación de la mujer, el "si ellos pueden nosotras también" y demás cháchara feminista y de hechos que hablan de realidades retorcidas para hacerlas confluir en nuestro favor. Mucho menos por aquello de estar desatendida. Mi marido es un hombre atractivo y que cumple con creces en la cama. De hecho, soy yo la que no tengo tantas ganas. Con él, se entiende. Ya saben, en la variedad está el goce. No. Yo soy una zorra porque sí, porque me gusta. Y no necesito ninguna razón reivindicativa para ello. El placer es suficiente.

Nací en la República Dominicana –sé que domino muy bien el castellano español, pero es que llevo ya tiempo viviendo en su país- hace 27 años, siendo la novena de 14 hermanos. 5 hembras, 7 varones, hijos de varios padres y madres. ¿Qué cómo está eso me dicen? No se apuren, no es tan raro. Mi papá conoció a mi mamá teniendo ya a Christopher, nuestro hermano mayor, y, tras tener 3 juntos, se separaron por un cuarto que ella tuvo con un turista alemán. Durante esa separación tuvo ella dos más con otros hombres y él una niña con una española y tras acabar reconciliándose tuvieron varios más, aunque no está muy claro cuantos somos de él que, por lo demás, también tuvo otros dos con otras mujeres. Como ven y dice el refrán, de casta le viene al galgo. Mi papá era un semental y mi mamá una infiel irredimible. ¿Qué querían que saliera de esa simiente? ¿Qué cómo sé que es mi papá y no soy uno de esos hijos ilegítimos de mi mamá. Bueno, saberlo a ciencia cierta no lo sé, pero parece probable que así sea teniendo en cuenta que fui la primera en nacer tras la reconciliación.

En fin, pasemos a mí ya como mujer física, que es claro que a los hombres lo que más les interesa en un principio al leer un relato es saber cómo es la hembra de que se trata. Mi nombre es Marcela y soy una impresionante hembra de color. Sé que suena muy vanidoso y debo parecer una creída, pero para que vamos a andarnos con tonterías…. Es evidente que me lo tengo muy creído, pero con una anatomía y un rostro como los míos no me queda más remedio. Desde la atalaya a que me eleva mi 170 de altura cuando uso tacones, es corriente que deba mirar para abajo para encarar a los varones españoles. Y aún sin ellos, sigo siendo mujer alta. ¡Y vaya 170 cms! Mi cuerpo es una escultura viviente que alcanza esa perfección que solo se puede alcanzar siendo negra. Carnes prietas y sin un gramo de grasa. Vientre plano y definido; muslos macizos cual de atleta; culo marmóreo, voluminoso hasta el límite de lo ideal, descaradamente respingón y duro, que supone el remate divino de mis largas y torneadas piernas y culmina armónicamente el ángulo de la "v" que forma mi femenina espalda. En esta sección media de mi cuerpo, mis caderas se abren lascivamente desde mi cintura de avispa para dibujar una curva que se desliza hasta la cara externa de mis ya descritos muslos para luego resbalar por ellos cual agua de lluvia por los relieves de un bello talo en invierno. Finalmente, mis voluminosas tetas se levantan osadas para desafiar la ley de la gravedad. No les diré que como las de una adolescente, pues está claro que no se puede replicar la belleza de una niña en la primavera de su vida. El tiempo no pasa en balde para nadie, y desde el mismo momento en que salen, la fuerza de atracción del planeta tira de ellas y va venciendo su resistencia progresivamente. Pero sí diré que, a mis 27 años, siguen sin ser lo que se llaman unas tetas caídas. Su derrota es mínima y siguen luciendo bellísimas. Aunque he de admitir que, tras haber sido madre 2 veces, he tenido que recurrir a la ayuda quirúrgica para reafirmarlas un tanto. Ojo, reafirmarlas: no silicona. Cuando llegue el momento no dudaré en recurrir a ella si es necesario, pero, por ahora, todavía no lo es.

Mi rostro. ¿Qué les cuento de mi rostro? El color de mi piel es el del chocolate, lo cual es mucho más favorecedor que el blanco a la hora de disimular las pequeñas imperfecciones. Ya saben, granitos, rojeces, etc. Como dicen los maquilladores, resulta un efecto de maquillaje natural que es el que persiguen las chicas blancas al usar la cosmética. Allá de jovencita envidie a las muchachas rubias, de piel muy blanca y ojos azules. Es algo que nos ha pasado a todas las chicas negras en algún momento, habiendo quien lo supera y quien no. Yo lo superé. No por aquello de sentirme orgullosa de mi raza y tal, lo cual, la verdad, me trae muy sin cuidado. Me parece bastante estúpido eso de sentirse orgulloso de lo que otros hicieron. A mí me gusta ser negra y no cambiaría mi color por otro más claro –ni tampoco más oscuro-, pero no lo haría porque me gusta, no por ningún estúpido orgullo.

Pero vale, dejémonos de discursos y concluyamos mi descripción para poder pasar ya al relato en sí. Como decía, mi rostro es bello igual que mi cuerpo. No puedo decir que más que el de las chicas rubias –o amarillas, o blancas morenas…-, porque eso ya va a gustos de cada cual, pero ciertamente bello. Mis ojos son grandes y hermosos -aunque he de admitir, no tengo reparo, que además me gustaría fueran rasgados y verdes, como los de las eslavas de su Europa-, y mis labios carnosos y voluptuosos. De los que os hacen desear apasionadamente que os la a mamen con ellos, vamos. Mi cabello, largo hasta media espalda y liso. Siempre liso. Ya les digo que no siento ninguna necesidad de reivindicar los caracteres típicos de mi raza –ni de ninguna otra-, y su acostumbrado pelo crespo me desagrada profundamente. Por lo que a mi respecta, lo odio y lo tengo desterrado, llevándolo siempre superliso. Pero, al margen de ese detalle, en general mi cara tiene los rasgos más propios de negra que de mulata, pero bellos. Porque, en este punto he de reconocer que, en su mayoría, las chicas blancas son más guapas que las negras. Pero eso es solo la regla que, como todas, tiene sus excepciones, que son muchas. ¡Y qué excepciones! Porque nadie me negará que hembras como Naomi Campbell, Tyra Banks, Rihanna, Beyoncé, Halle Berry… no pueden competir con las chicas blancas más guapas.

Bien, pues, ya situados, comienzo a contarles. Como les dije, siempre he sido mujer muy sexual. Más que sexual, cachonda. Muy cachonda. Diríase que nací con una polla metida en el cerebro y no puede pasar demasiado tiempo sin que mis calenturas comiencen a ejercer influencia en mí. No sé… me calientan cosas como ver un bonito culo masculino moviéndose al caminar su dueño; unos preciosos ojos verdes mirándome de cerca de los míos; unos labios carnosos que me hablan sin que yo escuche sin escuchar, más deseosa de besarlos que interesada por el contenido de las palabras que salen de ellos; un torso musculoso brillante por el sudor, cubierto de sus perlas… ¡Buuuff! Ya saben. Piensen ustedes en lo que sienten al ver un hermoso culo caminando meciéndose graciosamente al compás de los pasos de su dueña, unas hermosas tetas bamboleándose libres de sujetador, o los ojos o labios de Angelina Jolie mirándoles de cerca o hablándoles, y supongo que estarán muy cerca de intuir esos sentimientos que describo. Bueno, al menos si son tan calientes como yo. Porque, caballeros, si son capaces de caminar detrás de un hermoso culo, encontrarse de frente unas bonitas tetas en libre movimiento o de mirar a los ojos y hablar con Angelina Jolie sin que lo que tienen entre las piernas se ponga duro como el mástil del "Titanic", les aconsejo que no sigan leyendo este ni otros relatos y busquen otro tipo de literatura, porque el erotismo en su naturaleza meramente tiene presencia testimonial. Sí, ya sé que el "Titanic" no tenía mástil. Para lo que le iba a servir funcionando a vapor, vendría a ser lo mismo que la polla a quien tan poco desarrollado tiene el sentido de lo erótico. Lo que a mí me interesa y a quien van dirigidos mis relatos, es a los que la gente llama "salidos", que si fueran mujeres serían llamadas "calientes" y que yo estoy convencida de que representan mayoría entre la población masculina. ¡Afortunadamente! Y si estoy equivocada, llámenme salida entonces, señores, porque ciertamente lo seré.

La historia que quiero contarles empieza un sábado noche de hace ya algunos años, aunque no muchos todavía, en mi isla natal. Como cada semana, acudía a la discoteca al bailar a la discoteca, con el fin de divertirme y la idea de atraer algún buen partido con el delicioso movimiento de mis caderas al ritmo del "Merengue". Porque atraer atraía, sin duda, a toda la concurrencia masculina de la sala, como no podía ser de otra manera teniendo en cuenta mis fabulosos glúteos y mi forma de moverlos -en mi tierra las mujeres llevamos el ritmo en la sangre, y yo no soy la excepción-. Y tampoco faltaba lo del buen partido. Habrán de entender que, con mi físico, no habían de faltarme los médicos, ingenieros, abogados, etc, europeos que me cortejaran y pretendieran mis favores. Era además asidua de los concursos de misses discotequeros –ya saben, "Miss Camiseta Mojada", "Miss Verano", Miss Cuerpazo", Miss Cara Bonita"…-, en los cuales me imponía con bastante asiduidad a cuantas alemanas, americanas, españolas y demás hembras, incluidas mis paisanas, que se presentaban a ellos.. Como muchas chicas en mi país, procedentes de familia humilde, aspiraba a que un buen día un hermoso y rico europeo me sacara de la miseria llevándome con él a su país. Deseaba un rubísimo y guapísimo nórdico de metro noventa y abultada cartera, y, aunque no fue exactamente eso lo que llegó, verán que tampoco me puedo quejar.

La primera vez que vi al que había de ser mi marido, fue entonces, bajando las escaleras que llevaban desde la primera barra a la pista acompañado de Jason, mi "representante" y el de mis hermanas. Trabajaba él en uno de los hoteles más selectos de la zona y, claro, estaba muy bien relacionado. Era de los primeros en conocer a los turistas que recién llegaban y uno de los primeros a quien consultaban acerca de donde podrían encontrar chicas guapas. Y, entre esas y disponibles, estábamos mis hermanas y yo. No es que fuera puta como mis hermanas que sí lo eran, no vayan a pensar, aunque tampoco a creer que no lo era por recatada y pudorosa. Al contrario. No podía serlo porque el sexo me gustaba tanto que no podía hacer de él un trabajo. Si no me gusta el tipo, la cosa se me hacía insoportable. Y sin me gustaba, entonces perdía todos los papeles y era yo la que acababa acosándolo sin necesidad de que pagara nada a cambio. En fin

El hombre estaba bastante bien. No muy alto diría, pero algo superior a la altura media de los varones. Bien parecido y elegante, de unos treintaitantos.

-Hola.

-Hola Jason –le respondí con una sonrisa, mirándole primero a él y luego al europeo, que me la devolvió-. Parecía agradable. Como ya les digo, no era yo puta, pero no quería decir ello que descartara salir con hombres que pudieran resultar económicamente interesantes. Entiéndanme bien; interesantes en el sentido de partido, que siempre estaba yo pendiente de encontrar al que me sacara de allí y me convirtiera en europea acomodada.

Jason sabía eso. Sabía que permanecía abierta a las posibilidades y, evidentemente, sabía de mi brutal cuerpazo, así que, cuando uno de sus adinerados paisanos del Viejo Continente se mostraba interesado en conocer bellas muchachas y dispuesto a gratificar generosamente al que se las presentara, la primera, o de las primera en que Jason pensaba era yo.

-Este es el Sr Gonzáles, Carmela, un importante abogado español.

-Español… ¡huuumm!- actué un poco. En mi tierra los españoles son están muy bien vistos y son muy valorados por las hembras, hasta el punto de que habitualmente se recurre a adjudicar los hijos sin padre a alguno que por allá anduviera de paso, con lo cual se le dota de cierto pedigrí. El caso es que, aunque no estaba mal, tampoco es que fuera un adonis, pero había que ponerle teatro a la cosa para intentar ganarlo.

-Sr González, esta es Carmela, la negra más terriblemente bella de toda la República Dominicana.

-¡Exagerado!- le reproché riendo.

-Para nada- intervino el español- Eres realmente preciosa. Una verdadera diosa.

-¡Oh, vaya! Se han puesto ustedes de acuerdo para hacerme enrojecer.

-Si lo hicieras, la similitud entre tú y las rosas sería ya total.

"¡Será cursi!", me dije para mí misma. No soy mujer dada a galanterías y ñoñerías del tipo. La forma de conquistarme no es regalándome rosas y recitándome versos de Beqcker, sino acercándote por detrás en la pista de baila para agarrarme por la cintura y restregar el paquete en mi trasero. No obstante, sonreí y baje la mirada.

-A cuantas morenas le habrá dicho ya lo mismo desde que llegó a la República

-Ya le dije que Carmela no le defraudaría –intervino de nuevo Jason-. Pero bueno, les dejo solos.

-Sí- le respondió el Sr González sin dejar de mirarme a los ojos-. Ya te veo mañana en el hotel.

-OK pues. Disfruten la noche. Hasta mañana.

-¿Sabe bailar "Merengue", Mr González?

-Me temo que no. Ni "Merengue" ni ninguna otra cosa.

-¡Oh, vaya! Es usted un hombre muy atractivo. Seguro que se le vería muy bien moviéndose en la pista.

-Que va… soy muy patoso. Pero, si quieres, te puedo invitar a tomar algo. Y a adr un paseo después

No hace falta decir que esa noche acabé en la cama del Sr González. Esa y todas las demás. El hombre se enamoró perdidamente de mí, hasta el punto de que, a los pocos días, me propuso ir a vivir con él a España, y yo me las ingenié para que además me pidiera ser su mujer. No es que tuviera que esforzarme demasiado tampoco. El español, para aquel entonces, estaba ya totalmente embelesado con su negrita caribeña. No les he dicho que tenía yo una hija de 5 añitos en aquel entonces, la cual, hasta ahora, había sido el obstáculo que había impedido que ya antes no me hubiera llevado otro europeo con él. Dada mi belleza, muchos habían deseado hacerlo, pero no se habían atrevido a cargar también con la niña. No es que a mí me hubiera importado demasiado dejarla allí tampoco. De instinto maternal, la que les habla, más bien poco, para qué vamos a engañarnos. La niña fue fruto de alguno de mis muchos escarceos con los jóvenes y guapos turistas con los que no usaba el condón, váyanse ustedes a saber cual, y me suponía una carga constante e insidiosa. La hubiera dejado con mi familia, pero las zorras de mis hermanas, que ya tenían bastante con lo suyo, no lo hubieran consentido, y ni les digo de mis hermanos y mis padres. Allí nadie quería hacerse cargo de más responsabilidades.

Pues bien, esta vez ni siquiera la mocosa fue problema para que mi enamorado decidiese cargar con todo con tal de hacerme su mujer. En el tiempo que restó de su permanencia en la isla, todo fue lujo y abundancia. Conocí los restaurantes más selectos destinados a los turistas, los cuales, en su mayoría y pese a haber nacido allí, solo había visto hasta entonces desde fuera. Nada nos faltó a Leticia y a mí, e incluso hubieron regalos para mi familia. Todo era poco para aquel hombre que tan profundamente se había enamorado de mí.

En ningún momento se me pasó por la cabeza la idea de serle fiel. Es más, ya en aquellos días deseé en varias ocasiones ponerle los cuernos. Botones, camareros, turistas… siempre encontraba algún tío bueno que conseguía encender mi deseo y siempre estaba él ahí, impidiendo con su presencia que me desahogara. Comencé a temer que mi calentura constante acabara con el partido que tanto tiempo me había costado encontrar. ¿"Partido"? Ustedes lo maman "pardillo".

Gustavo volvió por mí dos meses después, tal y como había prometido. Lo justo que había necesitado para preparar las cosas para mi llegada. Yo le había comentado que no era necesario, que podría viajar yo y esperarme él en el aeropuerto allá, pero insistió en hacerlo de esta otra manera. Estaba totalmente, perdidamente enamorado de mí. En el tiempo que estuvimos separados, no dejó de escribirme diariamente a mi dirección de correo, recogiendo yo los mensajes en el portátil que él mismo me regaló para ello precisamente, dejando pagadas además varias mensualidades de la línea por si se retrasaba en su vuelta. Evidentemente, yo lo usé para más cosas. Entre ellas, chatear y conocer otros chicos del país al que iba a trasladarme. En el tiempo que tardó en volver, no hubo una sola noche en que no hiciera el amor, e incluso fueron varias las que lo hice varias veces y con distintos machos. Desde que tenía pareja, un fuego especial se había adueñado de mí. Mi naturaleza perversa se veía incentivada con la nueva perspectiva, y saber que ahora estaba humillando a quien tan bien se estaba portando conmigo y con mi hija, era algo que causaba un furor uterino irreprimible en mí. Si es que hubiera pretendido reprimirlo, claro, que no era el caso. En modo alguno.

La primera vez que le puse los cuernos fue en el avión. Y digo la primera, porque eso de follarme a otros tíos estando él al a miles de kilómetros, mediando un océano entre nosotros, me sabía como a nada. Nada más entrar, me quedé con un chico guapísimo. Un rubio de impresionantes ojazos azules y pelo corto que me dejó sin respiración. No debía tener más de 18 años, pero me miró con un deseo y osadía que me hizo humedecer en lo más íntimo de mi ser. Sonreí y seguí como si nada hasta nuestros asientos, sintiéndome profundamente frustrada. Realmente deseaba a aquel chico, pero con el pardillo allí no había nada que hacer.

Desde adelante, otra pareja llegó, deteniéndose algunos asientos más allá. Él, cuarentón y poca cosa. Ella, una diosa rubia altísima y perfectísima. Nuestras miradas se encontraron cargadas de rivalidad. Ya saben, cosa de mujeres bellas. Sin motivo alguno, sentí desprecio por ella, y estoy segura de que ella lo sintió por mí igualmente. Debía ser mayor que yo, pero no más de 4 o 5 años, y me miró de arriba abajo sin poder evitar que el brillo de sus ojos delatara una insana envidia. Claro que es de imaginar que en los míos ocurriera lo mismo y que ella se apercibiera de lo que ocurría en ellos tan claramente como yo de lo que ocurría en los suyos. En fin, las hermosas siempre queremos ser la más hermosa, y cuando llega una que pone en duda tu dominio

El avión despegó. Media hora después, el bello rubio europeo pasó a mi lado camino del aseo, mirándome al regreso y sonriendo. Gustavo jugaba con Leticia. ¡Buuuff! ¡Semejante bombón a menos de 5 metros y no poder lanzarme sobre él para devorarlo! Comenzaba a odiar al que había de ser mi marido.

Iban a ser varias horas de vuelo, y en ellas habrían de pasar cosas que no hubiera imaginado. Por ejemplo, que la bella rubia comenzara a coquetear con uno de los azafatos. No estaba mal. Era joven de unos 21 o 22 años más o menos, y me pareció que debía tratarse de uno de sus primeros viajes por la forma de dirigirse a los pasajeros y desenvolverse, falta de la seguridad que proporciona el hábito. Pocas horas después, este apareció por la puerta de atrás, pasando junto a la rubia y desapareciendo por la de delante, no sin antes girar la cabeza para hacer que sus miradas se encontrasen. Casi inmediatamente, ella se levantaba y se dirigía a la misma puerta , al aseo supuestamente. Me intrigó. Y más al comprobar que pasaban los minutos sin que regresara. No me cabían muchas dudas acerca de lo que estaba ocurriendo. Finalmente, al cabo de un cuarto de hora más o menos, reaparecía por el mismo sitio por el que había salido. Me pareció observar algo extraño en ella. Al principio, nada más salir, miraba abajo, para luego levantar la mirada al frente digna. Era como si estuviera recuperando la compostura tras… algo. En estas lides estaba yo ducha. Conocía bien los signos y tuve la certeza de lo que había acontecido en el aseo. Y más: ¡Ya sabía como me lo habría de motar con mi bello rubio!

No pude aguantar mucho más. Estaba que ardía de salida. El deseo rezumaba por cada uno de los poros de mi piel y, si no recibía pronto la ración de polla que necesitaba para calmarme, me pondría de los nervios. Así que, al poco, me levanté diciéndole a Gustavo que iba al baño y, haciéndome la despistada, me dirigí a la puerta trasera, aunque sabía positivamente que quedaba en la delantera quedaba en la delantera.

-Perdón... ¿el aseo?- pregunté al grupo de chicos con que viajaba mi Adonis.

-Was?

¡Genial! Parecía que no iba a ser fácil la comunicación, máxime disponiendo del poco tiempo de que disponía para mandarle una señal. ¿Qué pintaba un grupo de alemanes en un avión con dirección a Madrid?

-Toilette

-Es allí, señorita- me aclaró tan cortés como inoportunamente un señor que más bién hubiera quedado callándose. No obstante, le respondí educadamente con un "gracias" a la vez que lanzaba una mirada significativa al guapo. Después, me dirigí al lavabo no sin antes dejar correr mis dedos disimuladamente por sus cabellos. Llegada allí, entré y cerré la puerta. Solo quedaba esperar. ¿Habría entendido mi señal? De ser así, ¿sería lo bastante decidido para seguirla? Una hembra tan explosiva y despampanante como yo puede atemorizar mucho, más a un chico tan joven. Afortunadamente, no fue así. Apenas un par de minutos después, sonó un toc-toc en la puerta.

-¿Sí?

-Ich bin ich, beträchtlich.

Sonreí. Ni zorra de lo que me había dicho, pero era él. Abrí la puerta entonces para encontrarlo expectante al otro lado.

-¡Campos, pasa! –le susurré-. ¡Rápido!

No se hizo rogar. No entendía mis palabras, pero sí mi tono. Por otro lado, ya estas habían dejado de ser necesarias. Nada más echar el cerrojo de nuevo y tomándome por la cintura, me empujó apasionadamente contra la pared para besarme con ganas, aunque dudo que con más de las que tenía yo. Su lengua se deslizó dentro de mi boca para encontrar la mía que le recibió ansiosa, enzarzándose ambas en un duelo desesperado. Creó que ni un bache atmosférico hubiera podido desenlazarlas en ese momento. Sus manos buscaron ansiosas mis tetas, que no menos ansiosas llevaban rato clamando por ser sobadas por ellas. Agarré su culo entonces para acariciarlo con deleite. ¡Qué maravilla! Glúteos juveniles, duros y prietos cual piedra.

No estaba la cosa para muchos prolegómenos. El chico tenía claro que mi pareja y mi hija esperaban fuera. Teníamos poco tiempo, así que, sin más preámbulos, desabrochó los botones de mi camisa para dejar libres mis pechos.

-¡Eh, eh…!- hube de refrenarle un poco. Podíamos tener prisa, pero un botón arrancado podría ponerme en una situación difícil. Complicada explicación. De cualquier manera, segundos después la camisa estaba totalmente abierta y mi guaperas mamaba de mis tetas como un niño hambriento a la vez que las sobaba con ansia, volviéndome loca. Sus manos se deslizaron entonces hacia mi parte posterior para tocarme el culo, atrayéndome hacia él a la vez para aplastar su paquete contra mi bajo vientre.

-Fuck me… please¡ -supliqué-… fuck me!

Aún los que no hablan inglés, entienden esa palabras. ¿Verdad? En Alemania, todo el mundo habla inglés, así que, acto seguido, decidió concederme mi súplica, volteándome para hacerme apoyar en el lavabo. Desde atrás y conmigo en esa posición, me desabrochó el pantalón y, de un solo tirón, me lo bajó hasta más allá de media pierna junto al tanga. Después quedé tensa, esperando. ¿Recuerdan cuando fueron al practicante y quedaron de espaldas esperando en tensión el pinchazo sin saber cuando iba a llegar? ¿Recuerdan esa sensación que hace que, aunque la espera no vaya más allá de unos pocos segundos, se haga interminable? Bueno, pues eso es precisamente lo que siente una mujer cuando espera ansiosa ser penetrada desde atrás. Cambiando, eso sí, el motivo de tensión, siendo en este caso en deseo y no el temor.

¡Y cómo llegó, señores! Apenas había notado su glande apoyarse en la entrada de mi gruta, cuando apenas apretó y se deslizó hasta el fondo de ella cual si fuera de mantequilla. Claro que el flujo que lubricaba sus paredes podía resultar tan lubricante como esta.

-¡Aaaaahhh…!- no pudo evitar exclamar antes de recordar donde me encontraba y la necesidad de ser más discreta. ¡Y menos mal que lo hice! El chico empezó un mete y saca continuo pero controlado. Evidentemente, él si recordaba donde estábamos y la presencia de Gustavo fuera, y no debía tener muchas ganas de pasar el resto de horas de vuelo con un cornudo cabreado. Pero, en cualquier caso, cabreado o no, conocedor o no de su condición, el cornudo estaba allí. Fueron unos minutos de delicioso mete y saca que me llevaron al Séptimo Cielo… antes de que un toc-toc sonará de nuevo en la puerta.

-Carmela… soy yo. ¿Estás bien?

Sentí que el corazón se me paraba. Y algo así debió sentir el chico también, porque su polla también se paró en el acto. Giré la cabeza aterrada. Nos miramos paralizados, superados por el momento.

-Perdón señor…- llegó una voz femenina con acento extrangero desde fuera- ¿Esta chica dentro… tu mujer?

-S… sí. Sí, es mi mujer.

-Vale, no pasa nada, tú tranquilo. Ella hace mancha pequeña. Pide a mí algo para limpiar, yo traigo esto

-¿Se… ha manchado?

-Sí, cariño –me apresuré a contestar-. No pasa nada. Es solo que me he manchado la camisa con el zumo de la chica en el pasillo. Por eso estoy tardando.

-Ah, vale. Ya le dejo yo el mío, gracias.

-¡Ah, no! Esto cosa de mujeres. Limpiar mejor hacen mujeres. Tu vuelve tu asiento con tu niña.

-Sí cariño –no dudé en convenir con ella al intuir su duda. Para limpiar una mancha nos entendemos mejor entre nosotras. Tú vuelve mejor con Leticia, que está solita.

-Bueno, vale… como quieras.

Un momento después, habría la puerta del baño para ver la cara de mi salvadora, aunque ya de antemano me quedaba clara su identidad. Al otro lado, la bellísima rubia me tendía sonriente su pañuelo.

-Tú tranquila… Termina follar tranquila. Chico muy guapo. Yo digo tu marido que no posible dos dentro si él pregunta otra vez.

Le devolví la sonrisa agradecida. Luego, volví a cerrar y el rubio y yo reanudamos lo nuestro donde lo habíamos dejado. Y si antes casi me había llevado al delirio, ahora, tras lo sucedido y con el morbo de la situación, ya me hizo instalarme en él definitivamente. El flujo corría ahora por mis muslos hacia abajo como si me estuviera meando, teniendo que recogerlo una y otra vez con el pañuelo de la chica para evitar que impregnara mis vaqueros. Fue increíble. Una corrida larga y continua que me hizo perder noción del contexto.

-¡No… no…! –le interrumpí cuando adiviné por la aceleración de sus movimientos que iba a correrse. –Tienes que correrte en mi camisa.

-Was…?

Me hizo reír con su confusión.

-Confía en mi cariño- le tranquilice añadiendo un suave beso en sus labios. A continuación, me arrodillé ante él para hacerle una mamada. ¡Mama Lusa! ¡Cómo me gusta mamar pollas! ¡Qué les voy a decir! Chupar un buen rabo no es algo que te proporcione un placer orgánico como follar o que te den por el culo, pero es una práctica que aporta un morbo insuperable. Y digo insuperable, que no inigualable. Si me dijeran que eligiera entre el sexo oral, el anal y el vaginal para no volver practicar lo que elija, no podría decidirme. Una buena polla barrenándote el culo es lo que más placer puro y duro proporciona, pero cuando te follan bien el coño es cuando más mujer te sientes. Mamar pollas no es que te de un placer directo, pero te pone cachondísima y te excita indirectamente de una forma terrible. Pienso que el morbo que tiene comerse un buen nabo es muy superior en este.

Personalmente, casi he hecho un dogma de fe de ello. Por lo general se procede a la mamada al principio o al final del acto sexual –aunque muchas veces se hace a lo largo de él, que en esto del sexo no hay reglas, ya saben-, y en ambos casos me gusta arrodillarme ante ella. Al principio, para venir a saludar al divino órgano que tanto placer espero me de. Para adorarla y hacerle sentir mi cariño, a la vez que para familiarizarme con ella, con su tamaño, sabor y forma y establecer el lazo de intimidad necesario. Al final, para agradecerle el muchísimo placer que me ha dado –si me lo ha dado, claro, porque sino, mejor que acabe como sea y fuera-, para caer rendida ante ella y demostrarle lo muy satisfecha que he quedado. Entonces me encanta mirar su agujerito y jugar con él y la punta de mi lengüita. Intentar adivinar el momento del advenimiento de la corrida de su dueño, cosa que nunca consigo. En su lugar, siempre me encuentro con que esta me sorprende y se estampa con fuerza en mi cara. Ningún problema por mi parte. ¡Lo adoro! Adoro ser regada de esa manera, ver y sentir como el macho se vacía en mi rostro entre jadeos de placer y al borde del derrumbamiento. No soy una de esas timoratas que repugnan del semen. ¡A mí me encanta! Tocarlo, olerlo, sentirlo, tragarlo… Le diría que es delicioso, pero no es que sea literalmente así. La verdad es que se trata de un sabor bastante indiferente, ni bueno ni malo. Si me resulta delicioso no es pues por este, sino por lo que significa y por el morbo que conlleva. Por lo hembra sexual que me hace sentir y el morbo que me despierta ver el que a su vez despierto en los hombres al hacerlo. En tres palabras: ¡Adoro el semen!

Pero esta vez, por más que lo deseara, el de mi guapísimo nórdico no estaba destinado a acabar en mi estómago, sino en mi camisa. Y no tardó mucho en hacerlo. Cuando sentí que llegaba su orgasmo, saqué su polla de mi boca y apunté directamente con ella a mi blusa, que previamente había abrochado antes de iniciar la mamada, a la altura de las tetas.

-¡Vamos cariño! ¡Vacíate bien!

¡Y vaya si lo hizo! Vaya con lo que tenía cumulado el muchacho. De nuevo me sentí frustrada, esta vez por no haberlo recibido en mi boca. De haber imaginado todo lo que iba a salir por ahí, a buen seguro lo habría hecho. Pero en fin, ya estaba hecho, así que me consolé chupándosela para limpiarle los restos.

-Ok, amor… -me dirigí a él tras ponerme en pie de nuevo, mirando a su pecho y alisándole la camisa. Le besé en los labios una vez más. –Ahora tienes que darte una vuelta por ahí antes de volver a tu asiento.

Le hice entender lo que esperaba de él por señas, imitando con los dedos el movimiento de las piernas al andar en dirección opuesta a donde quedaban nuestras plazas y señalándole el reloj para indicarle que hiciera algo de tiempo antes de volver. Salimos. La rubia esperaba con una expresión amistosa en el rostro. Nada que ver con la de antes. Le correspondí con otra igual. Nos besamos por última vez y luego mi rubio se fue. Nunca supe como se llamaba. Nada nuevo. Solía ocurrirme a menudo.

-Tú loca –me reprochó con camaradería, sin mal rollo-. Para follar en aseo tienes que esperar que tu marido duerme.

Asentí sonriendo dlcemente, aceptando de buen grado el consejo.

-Creo que empezamos con mal pie, pero ahora he de darte las gracias –me dirigí a la europea.

-No tienes que gracias. Yo también pensaba que tú zorra muy guapa pero estúpida. Pero ahora veo tú mujer como yo. Guapa, joven y muy caliente.

Reímos.

-Si dices que soy guapa como tú es todo un cumplido. Eres preciosa.

-Tú preciosa también. Mujeres calientes tenemos que ayudarnos unas otras. Mi marido mucho cuernos. Yo mucho follar con chicos que no él. Hoy yo ayudo a ti. Posible mañana tú ayudas a mí.

Sonreí.

-¿Vives en España?

-Sí, claro.

-¿Dónde?

-Madrid.

Sonreí de nuevo.

-Entonces cuenta con ello. Yo me voy ahora a vivir con

No encontraba la palabra con que definirlo todavía. ¿Qué éramos Gustavo y yo a aquellas alturas? ¿Era su novia? ¿Su mujer? ¿Su compañera?

-Con cornudo- completó mi frase ante mi duda, provocando que riéramos otra vez.

-Sí, el cornudo. Todavía no conozco a nadie allí, así que estaría bien tener una amiga tan guapa y con las mismas aficiones.

-Sí, claro… esto muy bueno. Voy dejar tú mi número teléfono. Cuando quieras llamas y vamos tomar café y hablar.

-Claro. Pero dime… ¿cómo te llamas?

-Ilona. ¿Cómo tú?

-Carmela. Encantada Ilona.

-Ochin priatna, Carmela.

Sonreí.

-Ilona… repetí evocando ls connotaciones del sonido… tú tampoco eres española. ¿De donde eres?

-Yo rusa cariño.

-¡Rusa! Se habla mucho de la belleza de las mujeres eslavas y veo que lo que dicen es verdad.

-Dicen que las mujeres negras tienen mejor cuerpo que todas. Veo también verdad.

Reimos de nuevo.

-Creo que seremos buenas amigas.

.

-Has tardado- apreció sin enojo cuando llegué.

-Sí. ¡No veas la dichosa mancha! Lo que le ha costado de salir.

Gustavo dirigió su mirada a mi camisa, allá donde, en la culminación de las colinas de mis hermosos pechos, permanecía el recuerdo que con su leche me había dejado mi guapo adonis rubio.

-La chica rubia estaba tomando una bebida de esas de de bio-frutas, de esas que llevan zumo de frutas tropicales con leche y me la echó encima cuando chocamos. Menos mal que la mancha era más o menos blanca.

-Pues vaya con la rubia.

-¡No, qué va! Es majísima. Pero oye… ¿sabes lo que me gustaría ahora?

No hacía falta ser detective para conocer la naturaleza mi deseo por el tono de voz, mi mirada y mi sonrisa de hembra en celo. Gustavo esbozó una mueca de agradable aprobación.

-Quiero que me comas las tetas.

-¿Cómo?- Se sorprendió cómicamente.

-Vamos al aseo. Quiero que me devores las tetas y me limpies con tu lengua. El zumo ya esta seco, pero me las empapó. Quiero que no dejes ni rastro.

¡Buuuff! ¡Aún me humedezco cuando lo recuerdo! ¡Qué morbazo fue sentir la lengua del cornudo comiéndose todos los restos de leche seca de mi guapo rubio. Nunca él podría conseguiría gustarme tanto como aquel me gustó y otros muchos lo harían en adelante. Nunca conseguiría darme el placer que él me dio con su polla y otros me darían con la suya. Nunca les llegaría a la suela de los talones. No obstante, podría darme un placer inmenso con su humillación.

Al salir, de vuelta a nuestros asientos, Ilona me sonrió con complicidad.

Aclaración

Esto es un relato de ficción aunque narrado en 1ª persona. Helena2008 es un

pseudónimo que oculta a una mujer española y blanca. No aclaro esto por motivos racistas ni xenófobos, todo lo contrario. Lo hago para prevenir las críticas que es posible que eleven muchos al ver como la protagonista del relato se autoalaba. La autora simplemente expresa su opinión al respecto de un aspecto de la belleza femenina, siendo com o es que no es mujer negra que barra para adentro, sino blanca que entiende como realidad.

CONTINUARÁ