Carmela... vendida por 2 cerdos, 10 pollos y maíz

El hombre aquel arrancó su ropa, tomó sus jóvenes pechos y los chupo con avidez, causándole dolor y marcas rojas en su piel. Levantó la falda de Carmela y al ver que esta no llevaba ropa interior, se apresuró a tomar su sexo con sus manos callosas verificó la existencia de su himen intacto

Se dice que Carmela entrando a la adolescencia fue vendida por su madre, una mujer indígena, viciosa, que cambió a su hija por 2 cerdos, 10 pollos y un costal de maíz. Como aún  no tenía la regla, dicen que de sus brazos, la colgó su madre de las trabes del tapanco de su jacal y le dio una paliza de la cintura hacia abajo hasta hacerla sangrar, la hemorragia obtenida de esa golpiza la hicieron pasar por su sangrado menstrual para decir que Carmela ya era una mujer fértil.

Carmela no quería ir con ese señor que la había comprado, pues era un hombre de 50 años aproximadamente, alto, de cuerpo robusto, aliento alcohólico, y un bigote largo y tupido; sin embargo el trato estaba pactado y la dote se había pagado.

Muy a su pesar Carmela fue entregada, y salió de su casa, caminó tras el caballo que montaba el señor que la había comprado. No había forma de escapar pues sabía que ese hombre tenía la ventaja en todos sentidos.

Apenas entrándose en los prados en un lugar escasamente transitado, el señor bajó de su montura, se acercó a Carmela, la beso con fuerza y brusquedad en los labios, mordiéndolos hasta el dolor. Intentando repeler el ataque Carmela empujó al individuo sin conseguir moverlo un ápice, sin embargo recibió a cambio un golpe con el revés de su mano sobre su cara y otro mas, ocasionando que su labio sangrara.

El hombre aquel arrancó su ropa, tomó sus jóvenes pechos y los chupo con avidez, causándole dolor y marcas rojas en su piel. Levantó la falda de Carmela y al ver que esta no llevaba ropa interior, se apresuró a tomar su sexo con sus manos callosas, masajeaba las nalgas; sin miramientos la tumbó en la hierba, abrió sus piernas para explorarla, verificó la existencia de su himen intacto y sin mas, sacó su verga enhiesta y la penetró de un solo golpe, sin importarle el grito que profirió Carmela al sentir su cuerpo mancillado. Entre hilos de sangre el hombre aquel la penetró, con una sonrisa de triunfo en su boca, su tez rubicunda por el esfuerzo, sudaba copiosamente mientras entraba y salida repetidamente de Carmela hasta eyacular en su interior. Carmela sintió recorrer el caliente líquido entre sus piernas mezclado con su propia sangre.

No hubo palabras de afecto, ni tiernas caricias. Pero a fin de cuentas, jamás hubo afecto ni siquiera en la casa familiar, por lo que desconocía lo que estas palabras significaban.

Al llegar cerca del pueblo, con los pies cansados de caminar tras el caballo de Porfirio, su comprador, y el dolor en sus genitales que aún escurrían semen y sangre, fue llevada a la hacienda del cacique del pueblo, donde Porfirio trabajaba y tenía un cuarto a su disposición en las barracas de los empleados de confianza de Don Pancho. Ahí dejó a Carmela.

La pequeña Carmela lejos de ponerse a llorar su desventura, se admiraba de las construcciones y de la opulencia de la hacienda, del ganado y los corrales que había visto al pasar rumbo a las barracas.

Quiso salir de la barraca pero lo haría al día siguiente pues se sentía cansada y dolorida.  No había nada para comer en ese cuarto, pero encontró una cubeta con agua con la que se aseo, lavo sus pies y se quedó dormida en el catre, no supo por cuanto tiempo. Fue despertada por un tirón de su cabello y un grito del hombre que venía alcoholizado exigiendo la cena.

Carmela se levantó y acostumbrada a esos menesteres que ya realizaba a su corta edad, se dispuso a preparar algo para que el hombre comiera con el contenido de la bolsa con vegetales y pollo que el hombre había vaciado en la mesa. Con los sentidos exaltados debido al alcohol ingerido, Porfirio agarró a Carmela de un brazo, tironeándola hasta hacerla arrodillarse frente a él, quien sacó su verga del pantalón y en erección, Carmela la miró muy fijamente a unos centímetros de su cara, el hombre tomo con brusquedad la cara de Carmela y apretando su mandíbula la hizo abrir la boca y la penetró con brusquedad con la verga que sabía a orines. Carmela quiso retroceder entre arqueadas, apretando los ojos que lagrimeaban por el esfuerzo, la humillación y el dolor de su garganta al ser penetrada de esa forma.

Porfirio le decía:

-         “mira Carmela, te traje para que seas mi mujer, y también mi puta, o me complaces como me gusta o te vendo al burdel”

Carmela no entendía sus palabras del todo, estaba ofuscada por los sentimientos de humillación e impotencia. No sabía que era un burdel. Y sin embargo temió en ese momento que se tratara de un lugar aún más desagradable ya que Porfirio lo nombraba como mera amenaza. Tragándose el orgullo, Carmela decidió abrir la boca e intentar hacer lo que Porfirio le exigía. Lamió la verga con náuseas y arqueos, intentó meterla en su boca sin mucho éxito, afortunadamente no había tomado alimentos aún por lo que su estómago estaba vacío. El hombre le gritaba que era una inútil al sentir la aspereza de sus dientes en su verga, y de una bofetada Carmela fue a dar al suelo de bruces, el hombre aquel la levantó de los cabellos y le arrancó la ropa.

Carmela sin poner resistencia, se dejó hacer. Porfirio se sentó en el catre y poniendo el joven cuerpo de Carmela frente a él empezó a chupar una vez mas sus incipientes tetillas, a Carmela le dolían y gemía de dolor. Las manos del hombre se deslizaron por la cintura y apretó con fuerza sus firmes nalgas, las abrió hasta que Carmela sintió su esfínter anal dilatarse. Sintió como el hombre le abría las piernas y le metía un dedo en la concha que aún le ardía y escocía, Carmela al sentir la intrusión en la vagina se le doblaron las rodillas. Sin esfuerzos Porfirio la levantó y la sentó a horcajadas en sus piernas, mientras la besaba con su boca babeante y fétida por el alcohol seguía metiéndole el dedo en la concha, pero Carmela empezó a dejar de sentir. El hombre sin darse cuenta que Carmela no estaba ni remotamente húmeda o excitada, y sintiéndose todo un semental, pone a Carmela sobre el catre con las piernas abiertas dejando expuesta su sonrosada y pequeña vulva, se prende de su concha con la boca, chupando y mordiendo al tiempo que decía:

-         “que rica y nuevecita estás, yo soy tu hombre, y me gustas así chiquita y toda para mi, te voy a enseñar a tratar a tu hombre, ábrete las piernas Carmela, quiero comerte la concha”.

Carmela dejando a un lado su recato y pudor hacía lo que el hombre le decía, no quería ser golpeada, ni quería ser llevada a ese lugar que llamaba burdel. Decidió refugiarse en su silencio. El hombre creyendo que Carmela se mantenía en silencio por su inocencia, no exigió mas respuesta de mujer hacia él. Pero sin mas se apresuró a penetrarla, Carmela seguía perdida en su espacio mental, mientras ese individuo la clavaba una y otra vez, sentía el dolor al abrirse su concha por la verga de Porfirio, intentaba retirarse un poco, pero Porfirio la sujetaba con fuerza mientras la ensartaba y sonreía al sentir su mediana verga apretada por la concha recién estrenada y muy apretada de Carmela.  El aparente frágil cuerpo de Carmela se perdía bajo el cuerpo voluminoso del hombre y el colchón vencido y delgado del catre.

Debido al estado alcoholizado de Porfirio, o quizá por su edad, este mostraba signos de fatiga por el esfuerzo y la eyaculación se demoraba. Se recostó en el catre y subió a Carmela sobre su cuerpo para que ella se ensartara sobre esa verga que poco a poco perdía su erección. En un momento dado el hombre se quedó dormido, Carmela dejo de moverse al escuchar que el hombre roncaba. Se bajó de ese cuerpo inerte, tomó sus ropas, las recompuso lo más que pudo y salió de la habitación en la oscuridad de la noche. Su intención no era escapar, era respirar, sentirse libre y sola por un momento.

Los días empezaron a transcurrir entre golpizas, y violaciones de ese que se decía su hombre. Porfirio no la dejaba salir del cuarto. Carmela adoptó una actitud sumisa en ese entonces, porque entendió que esa actitud le evitaba el dolor.

Cierta mañana, Porfirio salió desde temprano de la barraca por un encargo del patrón. Antes de mediodía escuchó unos cascos de caballo que se acercaban a la barraca, Carmela se asoma con timidez por la ventana y observa a un hombre con finas ropas, de pelo cano, bigote bien cortado, sombrero y cuerpo robusto.

-         “Porfirio, Porfirio…!” grita con voz grave llamando al hombre.

Carmela intuye que es el patrón, y sin atreverse a salir, grita desde adentro:

-         “no stá”.

-         “ven aquí muchacha”, grita Don Pancho

Carmela, se arregla la ropa lo mas que puede, y sale con la cabeza gacha

Don Pancho la mira, y al fin hombre con la reputación del mayor putañero de la comuna, mira a Carmela, apenas una adolescente, de largo cabello ondulado, obscuro hasta las nalgas, apenas amarrado con una coleta mal hecha, con la ropa raída, de tez morena clara, tetillas incipientes, una esbelta cintura, y unas caderas que aunque la falda no le ayudaba, se vislumbraban ligeramente amplias con nalgas respingonas, sobre un par de piernas firmes a fuerza del trabajo físico realizado desde la infancia.

Con el fuete que Don Pancho llevaba en la mano, levanta la cara de Carmela de la barbilla sin bajarse del garañón que montaba:

-         “mírame” dijo Don Pancho.

Carmela elevó con timidez la mirada para ver a don Pancho sobre el caballo, con esos ojos de iris cafés almendrados, muy claros. Don Pancho notó que tenía una nariz pequeña, y una boca con labios carnosos, la cara sucia y descuidada con un moretón en el pómulo izquierdo, seguro por una bofetada de Porfirio. Bajó el fuete por su cuello hasta el borde de la blusa que corrió hacia un lado levemente, dejando ver desde su altura las pequeñas tetas juveniles con chupetones. Don Pancho no pudo evitar sentir el cosquilleo de su verga ante la imagen de la joven Carmela siendo cogida por el bruto de Porfirio.

-         “Y tú quien eres?”, preguntó Don Pancho

-         “soy Carmela”

-         “cuantos días llevas aquí?” volvió a preguntar Don Pancho

-         “creo… creo que una semana”

Sin decir nada más, Don Pancho tomó las riendas de su caballo y lo hizo girar y lo espoleó para volver al trote rumbo a la casona.

Esa noche, Porfirio volvió al cuarto de la barraca. Le preguntó a Carmela quien había venido. Carmela describió al hombre que lo buscaba, y este entendió que había sido el patrón quien había ido personalmente a ver a Carmela, ya que de sobra sabía que no estaba Porfirio en la hacienda.

Pernsativo, de su morral Porfirio saco un bulto de ropa que le dio a Carmela, y le dijo que a partir del día siguiente trabajaría en el servicio de la casa, por lo que tenía que estar muy temprano en la cocina con el ama de llaves para recibir indicaciones. Él por su parte saldría del pueblo por unos días.

Esa noche el hombre no la tocó, Carmela no podía imaginar que Porfirio tenía la indicación de su patrón de no ponerle una mano encima. Ahora él se preocupaba ya que  sabía que su vida era incierta, pues había cometido el grave error de no informar a su patrón el Cacique Don Pancho sobre su nueva mujercita, sin respetar el derecho de pernada del cacique…  Continuará